miércoles, 29 de noviembre de 2023

¿Cómo debo ver el movimiento carismático?

 

El siglo 20 contempló el sorprendente desarrollo de un movimiento entre los cristianos que ha desbordado las barreras tradicionales de las denominaciones y promete convertirse pronto en puntual del ecumenismo. ¿Cómo debe el creyente responder a las asombrosas demandas y la indiscutiblemente atractiva llamada del movimiento carismático, con sus ofertas de instantáneo éxito espiritual, experiencias sobrenaturales y el resurgimiento de los milagros del Nuevo Testamento?

            Primero vamos a explicar el significado de esa palabra usada tan a menudo, “carismático”. Se deriva de una palabra griega que significa un regalo que implica gracia (carisma) de parte de Dios como el dador. En el sentido escriturario, entonces, todo creyente es carismático en cuanto es, primero, un recipiente del don de la salvación que Dios da por gracia (Romanos 5:15, 16, 6:23); y segundo, el poseedor de por lo menos un don de servicio para beneficio de la asamblea (Romanos 12:6).

            Veamos cuatro razones por las cuales rechazo las demandas y prácticas distintivas del movimiento carismático moderno.

1. Interpreta mal el propósito de los milagros en la Biblia 

            Una de las primeras cosas que hay que decir acerca de los milagros en la Biblia es que son poco frecuentes. Ocurren agrupados en determinados momentos cruciales en la historia de la Redención, normalmente para señalar alguna etapa nueva en la relación de la Divinidad con los hombres; a saber, (i) en el éxodo de Egipto, (ii) en la época de Elías y Eliseo, (iii) durante el ministerio terrenal del Salvador y (iv) durante el de sus apóstoles.

            Pero grandes extensiones en la historia bíblica carecen de milagros en el sentido específico de sensacionales maravillas divinas. Reflexionemos en varones de Dios que no realizaron milagro alguno: Abraham, David, Jeremías, Daniel y el más grande que nació de mujer (Mateo 11:11), cual era Juan en Bautista.

            Nuestra conclusión debe ser que los milagros dependen en última instancia en los propósitos de Dios y no en la fe o espiritualidad del siervo. Ningún creyente niega que nuestro Dios sea capaz de hacer hoy lo mismo que hizo en el pasado, porque Él no cambia (Malaquías 3:6). La pregunta pertinente es qué es esa voluntad hoy por hoy. El Nuevo Testamento nos muestra (1) que los milagros son señales que identifican a un mensajero enviado por Dios (Lucas 11:20, Juan 5:36, 10:24 al 26); (2) que los judíos particularmente pedían señales (1 Corintios 1:22); (3) que las señales identificaban al Señor Jesús y a sus apóstoles (Hechos 2:22, 5:12, 2 Corintios 12:12, Hebreos 2:2 al 4).

            Desde que los apóstoles establecieron los fundamentos de la Iglesia (Efesios 2:20) y como no hay más apóstoles hoy en día (Apocalipsis 21:14), esas credenciales de identificación han dejado de existir. El creyente ahora descansa en la completa Palabra de Dios por medio de los apóstoles (2 Pedro 3:2), y no en señales milagrosas. ¡Cuán infinitamente más gloria lo es para Dios que su pueblo confíe sencillamente en Él, sin buscar lo sensacional!

2. Resta valor a los milagros 

            Esto puede parecer una crítica sorprendente de un movimiento que alardea de curaciones sobrenaturales, visiones, sueños y lenguas. Pero mi razonamiento es muy sencillo. Los milagros de la Biblia son invariablemente espectaculares, innegables y obvios para todos. La curación del hombre cojo en Hechos 3 causó extenso asombro (v. 10), no pudo ser negado (4:16) y se realizó a la vista de todos (3:16, 4:14). Esta incuestionable demostración del poder divino hace contraste con los “milagros” modernos con su trivialidad, incertidumbre y falta de transparencia. ¡Cuán radicalmente diferente de las maravillas de las Escrituras que honran a Dios y fueron hechas a la vista de todos!

            Los mismos que enseñan la necesidad de experiencias pentecostales fracasan estrepitosamente en su intento de producir el original divino. Hechos 2 recoge un poderoso y recio viento del cielo (v. 2), un despliegue visible de lenguas de fuego (v. 3) y una facultad sobrenatural dada a los discípulos galileos para hablar con soltura en lenguas extrañas (v. 4). Los carismáticos no sólo son incapaces de reproducir los dos primeros fenómenos, sino también carecen del tercero.

Sepamos bien que en Pentecostés Dios congregó a una multitud de judíos no palestinos (v. 5) que podían identificar las lenguas habladas en forma sobrenatural por los discípulos, certificando así tan extraordinario milagro. El moderno “hablar en lenguas” consiste en un balbuceo extático, sin significado, sin propósito y ciertamente sin ser un glorioso despliegue del poder divino.

            A la hora de someterse al examen de las Escrituras los carismáticos fracasan en la misma materia de la que alardean. Sus “milagros” no tienen que ver en absoluto con aquellas que figuran en la Palabra.

3. Eleva la experiencia por encima de las Escrituras. 

            La obsesión carismática por los dones, experiencias y sensaciones especiales es altamente peligrosa porque desvía la atención del creyente lejos de la sólida e inmutable Verdad de la palabra. Una vida cristiana construida sobre la supremacía de los sentimientos sólo será tan fuerte y duradera como lo sean esos sentimientos. Pero tenemos como fundamento algo mucho mejor que eso: la inalterable roca de las Escrituras (Mateo 7:24).

            Vemos como Pedro evoluciona desde su gozo por la experiencia única de la transfiguración hacia una poderosa afirmación de la suficiencia de la Palabra de Dios: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos” (2 Pedro 1:16 al 19). Citando a Samuel Cox: “Pedro conocía una base más sólida para la fe que aquella de las señales y milagros; más segura, más cierta incluso que su propia y tremenda experiencia; era la autoridad de la Palabra de Dios escrita”.

            En Lucas 24 el Señor Jesús preparó a los discípulos para su ausencia física, no orientándolos hacia a la perpetuación de los milagros, sino hacia la Palabra de Verdad. A las mujeres en el sepulcro se les recordaron sus palabras (vv. 6 al 8); en el camino el Señor mismo les recordó parte de las Escrituras (vv. 25 al 27); y en el aposento alto llevó a sus seguidores al Antiguo Testamento como explicación de su propio ministerio y a la autoridad de ellos (vv. 44 al 48). El Salvador no se da a conocer hoy a través de señales y milagros, sino por la Palabra de Dios y tan sólo ésta preservará al creyente del error (Salmo 119:104).

4. Invalida el orden de Dios 

            El hablar en lenguas es el rasgo carismático más característico, el signo de una bendición especial. Sin embargo, incluso una lectura superficial del único juicio doctrinal que tenemos en la Biblia al respecto (1 Corintios 12 al 14) muestra cómo Pablo repetidamente pone de manifiesto su relativa insignificancia. Aparece de último en las dos listas o enumeraciones de dones (1 Corintios 12:10 al 28) y es muy inferior al de profecía (14:4). Aún más, es significativo que la única asamblea en el Nuevo Testamento que hablaba en lenguas era pobre en santidad. Fijémonos bien en que los dones espirituales no garantizan la espiritualidad (1 Corintios 3:3).

            En otra ocasión Pablo deja claro que las lenguas son una señal para los judíos incrédulos (1 Corintios 14:21,22), no un don para el crecimiento de la asamblea (14:19). Cuando el régimen de la relación gubernativa de Dios con Israel acabó con la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. ese don desapareció de inmediato, como lo evidencia la historia eclesiástica.

            El movimiento carismático ha relegado casi por completo las enseñanzas de Pablo, situando en primer lugar lo que Dios colocó de último. En el último análisis los milagros y emociones son una decepción porque no cuadran con la verdad objetiva de la Palabra de Dios. El creyente joven ha de tomar el sabio consejo de Pedro, quien nos exhorta a n buscar las experiencias sino crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18).

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