viernes, 2 de noviembre de 2018

¿Qué harás con Jesús?


¿Qué harás con Jesús?

Jesús está de pie en la sala de Pilato
Sin amigos, abandonado, traicionado por todos:
¡Escuche lo que significa el llamado repentino!
¿Qué harás con Jesús?

Jesús está de pie en el juicio aún,
Puedes serle falso a Él si lo deseas,
Puedes serle fiel em lo bueno o en lo malo:
¿Qué harás con Jesús?

¿Lo evadirás, como trató Pilato?
¿O le elegirás, pase lo que pase?
Vanamente luchas por esconderte de Él:

¿Qué harás con Jesús?
Neutral no puedes ser;
Algún día tu corazón te preguntará:
“¿Qué harás conmigo?”

Albert B. Simpson (1843-1919)

PARA NO NAUFRAGAR – PENSAMIENTOS

“Dios... cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban. Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107:29-31).
 Es habitual que un buque esté en el agua, pero si el agua entra en él y lo llena está en peligro y naufragará. Asimismo, para un cristiano, es normal que esté en el mundo; pero si el mundo entra en él para tomar posesión de su corazón, ocasionará la ruina de su vida espiritual. El hombre de oración guarda su corazón sumiso a Aquel que lo creó, de manera que vive en paz y seguridad.
Todos sabemos que es imposible vivir sin agua. Igualmente, el que es sumergido en el agua pierde la vida; muere asfixiado. Entonces, es menester servirse del agua y beber, pero no morir ahogado en el agua. De igual modo, el cristiano puede usar con moderación de las cosas del mundo, pues Dios creó el mundo para que el hombre disfrute de él. Sin embargo, no debe perderse en él. Aquellos que abandonan la oración, que es la respiración del alma, mueren asfixiados.
Un barco de velas sólo puede avanzar con velas desplegadas. El hecho de que no lo estén, no hará disminuir la fuerza del viento. La fe es la vela que el hombre está invitado a desplegar para recibir el viento de la gracia de Dios.
Creced, 1997

EL CORDERO DE DIOS (Parte III)

Contempla en Jesús EL CORDERO PROVISTO PARA TAL FIN
Dios cumple siempre lo que promete. Dios cumplió en el Señor Jesús cada promesa, cada profecía, cada símbolo sa­crificatorio de Él anotado en la Biblia. Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo colgado en la histórica cruz del Calvario. Quiere decir, entonces, que Dios mismo proveyó el Cordero, y cumplió en la historia lo que había prometido en las profecías. El apóstol Pablo fue a las naciones con el mensaje de Cristo crucificado. Lo trans­formó en un mensaje vivido. A cierto grupo que escuchaba su predicación le habló de esta manera, "...ante cuyos ojos Jesucristo fue ya descripto [presentado] como crucificado entre vosotros” (Gálatas 3:1). La palabra descripto que aparece en la fra­se, en el original griego dice gráficamente, es decir, ver algo de un modo objetivo. Pablo no tuvo consigo ninguno de los adminículos modernos que se emplean para presentar dibujos en público; pero trazó un cuadro de Jesucristo crucificado por medio de su palabra, y lo hizo de un modo tan vivido y real que los oyentes pudieron casi verlo. Aquella gente contempló el Cordero de Dios.
Hace mucho tiempo leí una narración que interpreta muy bien lo que Pablo quiso decir con la frase, “...ante cuyos ojos Jesucristo fue ya descripto como crucificado en­tre vosotros”, y es una ilustración de las palabras de Juan el Bautista, “He aquí el Cordero de Dios que quita el pe­cado del mundo”.
Stenberg, artista de Düsseldorf, Alemania, había sido con­tratado para pintar un cuadro de la crucifixión de Cristo. Tenía el cuadro ya casi terminado cuando sintió un gran deseo de salir al campo a respirar el aire primaveral. Tomó la paleta y los      pinceles y se dirigió a la campiña que rodeaba a la ciudad. Buscando un paisaje que lo inspirara, vio, a corta distancia suya, a una niña, con cabello rene­grido, que tejía una canasta. De pronto la niña se dio vuelta y vio al artista. Levantarse y comenzar a danzar de­lante de él fue obra de un segundo de tiempo. El pintor logró verla en determinada pose y le dijo: “¡Quédate quieta!” La niña permaneció inmóvil mientras el artista trazaba rápidamente el bosquejo, diciéndose para su coleto [para si], “La voy a pintar como danzarina española”. La niña re­sultó ser una gitana y convino con ella que iría a su estudio a posar tal cual él la había bosquejado ya, para perfec­cionar el cuadro.
En la primera visita que ella hizo al estudio, sus ojos captaron en seguida el grandioso cuadro de la crucifixión de Cristo, y de inmediato se sintió atraída al lienzo y a la figura central: Cristo en la cruz. Le preguntó a Stenberg quién era y que había hecho. Como el artista no sabía na-da del poder del evangelio, contestó fríamente a la gitana. Le dijo que la figura central representaba a Cristo, que era un hombre bueno, y que no había hecho nada como para que lo mataran. En esa ocasión no le dijo más nada.
Cuando volvió al día siguiente, los ojos de la muchacha volvieron a clavarse en el cuadro al tiempo que pregun­taba al artista, “Si Él fue un hombre bueno, ¿por qué lo trataron de esa manera?” Stenberg, para que se dejara de hacer preguntas, le narró la historia de la crucifixión de Cristo Jesús. Pero fue una narración que carecía de un mensaje evangélico.
En la última visita, el pintor le dijo a la gitana que el cuadro estaba vendido y que ella recibiría su paga y, además, una moneda de oro extra. Echando una mirada lánguida al cuadro de la crucifixión mientras se iba, la mu­chacha le dijo a Stenberg, “Señor, usted debe amar mucho a quien hizo tanto por usted, ¿verdad?” Las palabras de la gitana penetraron como una flecha en el corazón del pintor. No amaba al Señor Jesús, y lo sabía, pero, por me­dio del cuadro que había pintado quedó convicto de tu necesidad de salvación. Supo de un predicador que estaba evangelizando en las cercanías de la ciudad, y fue a escu­charlo. Por primera vez en la vida Stenberg oyó el verdadero mensaje de salvación por medio de Cristo crucificado, y lo aceptó como su Salvador.
Al regresar al estudio se preguntaba, “¿Qué puedo hacer para predicar a Cristo?... Pero yo no sé predicar... ¡Ya se lo que haré!... ¡Pintaré el Evangelio del amor de Dios! El cuadro que acabo de pintar no tiene amor. Voy a pin­tar otro cuadro de la crucifixión de Cristo; pero esta vez le daré vida expresándole amor y compasión”. Así lo hizo, y lo ofreció al museo de arte como un regalo. Después solía visitar el museo, se colocaba detrás del cuadro y oraba para que el Señor bendijera su sermón pintado.
Una tarde, momentos antes de que se cerrara el museo, vio que una niña se había quedado parada delante del cuadro. Fue hacia ella y reconoció que era la gitana de su cuadro. Estaba llorando. Inmediatamente el pintor la llamó por su nombre. “Pepita, ¿qué te pasa?” Ella le dijo que deseaba que Cristo la amara, así como Él había amado al artista: pero que ella era una pobre muchacha gitana. Entonces Stenberg le contó la historia verdadera del Evan­gelio. Le explicó que el Señor Jesús había muerto también por ella en la cruz del Calvario. Pepita miró al Cordero de Dios, creyó y fue salva también.
Muchos años después que Stenberg y Pepita habían ya traspuesto los umbrales de la eternidad, un joven noble franqueó las puertas del museo de Dusseldorf, y muy pronto se encontró parado ante el cuadro de la crucifixión del Cordero de Dios pintado por Stenberg. Se sintió cap­tado por el lienzo. De pronto se fijó en la leyenda clavada en el marco del cuadro. “Todo esto yo he hecho por ti. ¿Qué has hecho tú por Mí?” El joven salió del museo hecho un hombre nuevo. ¿Quién era? Nada menos que el Conde Zinzerdorf, el que llegó a ser el fundador de tan­tas misiones moravas.
Dice Juan “Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios”. Tales palabras fueron diri­gidas a dos hombres. ¿Miraron? Si. “Y oyéronle los dos discípulos hablar, y siguieron a Jesús” (Juan 1:37). Estos dos discípulos eran Juan y Andrés, quienes llegaron a ser discípulos de Cristo y se contaron entre los más útiles de la era apostólica. Andrés se constituyó en el gran ganador de almas del grupo apostólico, y Juan llegó a ser el dis­cípulo a quien Jesús amó. Este gran cambio se produjo en el corazón y en la vida de ellos porque miraron al Cordero de Dios.
Mi amigo lector que todavía no eres salvo: Tú también puedes mirar, si quieres, al Cordero de Dios, al Señor Je­sucristo, crucificado por ti, y con esa mirada ser salvo y poseer actualmente la vida eterna, y pasar la eternidad con el Señor Jesús.

Jesús será EL CORDERO PERPETUAMENTE
No puedo terminar este sermón sin dirigir una palabra a los que ya están salvos, a los cuales la Palabra de Dios lla­ma santos, “los que hicieron conmigo (Dios) un pacto con sacrificio” (Salmo 50:5). Para vosotros, mis estimados amigos, Jesús será EL CORDERO PERPETUAMENTE. El último libro de la Biblia llama a Jesús "el Cordero” 28 veces. Pero mencionaré solamente donde aparece como el CORDERO PERPETUO: “Y miré, y he aquí en medio del trono y de los cuatro animales, y en medio de los an­cianos, estaba un Cordero como inmolado” (Apoc. 5:6). Allí se le ve “en medio del trono” y “en medio de los ancianos” con las marcas de la crucifixión sobre El. Son las que tenía en el cuerpo de la resurrección (Juan 20:27), y las tiene en Su cuerpo glorificado.
Una vez le oí decir al Dr. Juan R. Rice, el bien cono­cido evangelista, mientras predica en Seattle, que, en el cielo, cuando los redimidos tengan el cuerpo glorifi­cado, libre de las cicatrices contraídas en el servicio cris­tiano en la tierra, habrá Un Cuerpo que para siempre jamás mostrará las cicatrices contraídas en el servicio de Dios, contraídas al ofrecer la expiación, y que ese cuerpo será el del Señor Jesucristo. El Dr. Rice tiene razón en lo que afirma, porque el pasaje de Apocalipsis 5:6 muestra al Cor­dero, al Señor Jesús, como si hubiera sido sacrificado y con las, marcas de la crucifixión sobre El.
Cuando, contemplemos al Señor Jesús a través de las edades de los siglos sin fin, jamás podremos olvidar que estamos allí gracias a Él, porque con sus sufrimientos en la cruz hizo posible nuestra redención. Las manos, los pies y el costado herido harán que para siempre le amemos y le adoremos.
      El Señor Jesús, como EL CORDERO PERPETUO, pas­toreará a quienes “han lavado sus ropas, y las han blan­queado en la sangre del Cordero” (Apoc. 7:14), porque se nos dice que “el Cordero que está en medio del trono los pastoreará” (Apoc. 7:17). Finalmente, el libro de Apoca­lipsis nos dice que el Señor Jesús, como “el Cordero”, rei­nará, con Dios el Padre, a través de todos los siglos de la eternidad. “El trono de Dios y del Cordero estará en ella” (Apoc. 22:3).

SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte VIII)



Pero ¿debemos trabajar buscando una recompensa? ¿No sería esto una forma egoísta de proceder? ¿No sería mejor ignorar este asunto y simplemente servir al Señor? Preguntas y comentarios como éstos se hacen a menudo y son dignos de consideración.
Cierto es que no tendríamos tantas exhortaciones a no perder nuestra recom­pensa si el Espíritu Santo no quisiera darnos estas coronas.
Acerca de Moisés leemos lo si­guiente:
“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de faraón, escogien­do antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (He. 11:24-26).
Él consideró el valor de lo que ofrecía Egipto, por un lado, y por el otro, lo que Dios en Su Palabra ha prometido a Su pueblo, y toda la gloria de Egipto parecía más ligera que el aire en compa­ración con la alabanza de Dios. Tampoco era el egoísmo lo que le motivaba a poner la mirada en el galardón. Sabía que Dios es glorificado cuando Su pueblo aprende a estimar correctamente Sus favores.
Una vez cuando había estado pre­dicando sobre las verdades indicadas en este libro, una mujer cristiana y modesta se me acercó y preguntó: “¿Debo entender que usted está trabajando para una recompensa, que anticipa recibir una corona?” “Sí”, le respondí, “me daría mucho gozo ser coronado en aquel día por Aquel cuyo siervo soy”. “¡Oh!”, exclamó ella, “¡qué sorpresa! Esperaba que estaría trabajando sólo por puro amor a Cristo, sin esperanza de recibir nada a cambio. Por mi parte, sólo deseo agradarle y no me interesa nin­guna corona”. “¿Pero señora”, le repliqué, “no se acuerda de lo que vamos a hacer con las coronas si tenemos la felicidad de ganarlas?” Cambió instantáneamente la expresión de su cara, y dijo: “No había pensado en esto. ¿Verdad que dice en al­gún lugar que echaron sus coronas a Sus pies?” “Sí, señora, exactamente. Y qué triste sería no tener corona para echar en aquel momento. No es que tomamos cré­dito ni ahora ni entonces por lo que hace­mos, pues sólo podremos decir: “siervos inútiles somos; sólo hemos hecho lo que debemos”. Echaremos nuestras coronas a Sus pies en adoración, cantando “Digno es el Cordero, Digno eres Tú, Señor Jesús”. Los ojos de aquella señora se llenaron de lágrimas y dijo: “Entonces, sí que deseo una corona para aquella ocasión gloriosa. Estaba equivocada. Buscaré trabajar por El para obtener una recompensa”. Cierto es que cada santo redimido por la sangre de Cristo, e instruido en la Palabra de Dios, puede decir lo mismo.
Es importante recordar que cuando estaba en el mundo, el Señor dijo: “más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35). Así que, le dará gozo presentar a Sus santos victoriosos las recompensas que ha preparado antes para ellos. Quisiera ver a cada uno entre los que guardan Su Palabra y vencen al mundo, para que, ha­biendo padecido con El, también puedan reinar con El en la gloria venidera de Su reino visible.
Cuando Él se presente para tratar con Sus siervos y ver lo que cada uno ha ganado con los talentos que le fueron entregados, será para el Señor un gozo reconocer lo que Su gracia ha hecho en ello por medio del poder del Espíritu Santo que mora en ellos. Al honrar a Sus santos, realmente está glorificando el Nombre de Su Padre, y Su propio Nombre. En aquel día, ¿quién quisiera perderse las palabras: “Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu señor”? (ver Mt. 25:21, 23). Dará gran satisfacción a los que han trabajado en medio de dificultades, sirviendo al Señor en el lugar donde Él fue rechazado, cuando luego Él diga: “Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré
Pero aun con todo, no trabajamos solamente para recibir una corona, sino también para agradar a Aquel que nos ha tomado por soldados (2 Ti. 2:4). Su apro­bación será amplia recompensa por toda la persecución y falta de comprensión de los hombres. “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables” (2 Co. 5:9).
Pero a veces no acabamos de com­prender cuánto Él aprecia y agradece las cosas pequeñas, la devoción íntima que los demás no ven, y la fidelidad en la rutina cotidiana. Tendemos a pensar que hay que hacer alguna cosa grande, servir en alguna capacidad pública y visible, para ganar el laurel del vencedor. Pero esto es un error. El valora todo lo que se hace por amor de Él y según Su Palabra, aparte de si los hombres lo ven o no.
Recuerdo a una madre preocupada que me dijo en una ocasión: “No puedo ganar una corona, porque no tengo opor­tunidad para servir como quisiera. Cuando era estudiante tenía sueños de una vida de devoción al servicio de Cristo. Me presentaba voluntariamente cuando ha­bía un trabajo o ministerio que realizar, y pensaba que llegaría a ser una misionera. Pero cuando gradué encontré a Charlie, y pronto nos casamos. Allí terminó mi sueño de salir y servir a Cristo. Han pasado años, he padecido de problemas de salud, he criado seis hijos, y hemos tenido bastantes problemas económicos, con lo que ha sido imposible que yo hiciera algo para el Señor. Así que, nunca podré ganar una corona”. ¿No expresaba ella el concepto equivocado que tienen muchas jóvenes que piensan que para servirá Cristo hay que “salir a la obra”? Le expliqué a la hermana que el testimonio piadoso de una esposa fiel y madre devota, la obra de criar una familia para Dios, el ejemplo de una vida santa y coherente, estas cosas son de gran valor a los ojos de Dios, y tienen una recompensa segura. Seguramente es así para cada hermana en Cristo. Una madre ocupada con las cosas de su familia también puede correr la carrera cristiana y ganar así la corona incorruptible. Aun una persona minusválida y débil puede enseñar a otra el camino de paz con Dios, y así obte­ner una corona de gozo. El santo más pobre puede amar Su venida y ganar la corona de justicia. El creyente que sufre en humildad puede ser tan devoto a Cristo que gana la corona de vida. Y cualquiera que ministre de cualquier manera a las ovejas o los corderos de la grey de Cristo seguramente recibirá la corona de gloria cuando sea manifestado el Príncipe de los pastores.
Lo que es necesario es un corazón ocupado con Cristo, un corazón para El. Él empleará a todos los que están dis­puestos a permitirle hacer Su voluntad en sus vidas. Él que ha salvado por la gracia seguramente recompensará en aquel día aun el servicio más pequeño hecho para Él o para los Suyos.
H.A. Ironside

¿Cómo debemos interpretar Apocalipsis 1:20?


¿QUIÉNES SON "LOS ÁNGELES DE LAS SIETE IGLESIAS? (Apocalipsis 1:20)
 Pregunta¿Cómo debemos interpretar Apocalipsis 1:20?

Respuesta: "El misterio de las siete estrellas" sugiere la idea del poder —de un poder subordinado—, y los ánge­les son los representantes simbólicos de las iglesias. (Se ha supuesto que la palabra ángel es empleada en relación con el ángel de la sinagoga y que se refiere, por consiguiente, al obis­po o principal anciano. Pero el ángel de la sinagoga no era el jefe de ésta, era en cambio un lector; el principal de la sina­goga era otro personaje). El poder espiritual, como represen­tando a Cristo sobre la tierra, era lo que la Iglesia hubiera de­bido desplegar. En la Escritura, el poder supremo está sim­bolizado por el sol; y un poder subordinado, por las estrellas. El ángel de alguien designa el representante de uno que no está allí, aun cuando se trate del ángel de Jehová. Así cuando Pedro llamó a la puerta dijeron: "¡Es su ángel!" (Hechos 12:15). Como ejemplo de lo que entiendo, cuando Jacob tuvo su encuentro en Peniel con el ángel y él fue el más fuerte, llamó el lugar 'rostro de Dios' (Génesis 32:30); es así como fue en el caso de Moisés con el ángel en la zarza; y es así que tenemos a los ángeles de las siete iglesias.
Tomemos ahora la idea general. Hemos visto que no te­nemos aquí a la Iglesia considerada en su unión con Cristo, su Cabeza; tampoco es considerada en su propio carácter celestial (aunque este carácter deba ser manifestado en ella), sino que es considerada en su estado temporal, como situada bajo el ojo del Señor para ser juzgada.
No es Cristo como Cabeza del Cuerpo el que es presen­tado aquí, sino las responsabilidades ligadas al Cuerpo en su estado temporal, en relación con los privilegios recibidos, y la conducta que deberían desprenderse de ellos. Tampoco es la comunicación de estos privilegios, sino el uso que de ellos hemos hecho. Al objeto de ilustrar esto, consideremos un tiem­po de particular bendición para la Iglesia. La Reforma, por ejemplo, ha sido una obra del Espíritu de Dios, y Dios viene, por decirlo así, a fin de ver lo que los hombres han hecho de Su obra, de la manera que han hecho uso de la bendición que habían obtenido por el avivamiento de Su verdad; viene a fin de juzgar el uso que han hecho de los privilegios que les fueron acordados en aquel entonces. ¿Cuál ha sido el resulta­do de los tres siglos transcurridos (el original corresponde al siglo pasado) después que el Espíritu Santo trabajó con tanto poder? La obra del Hijo de Dios en testimonio al Evan­gelio de Su gracia, la justificación por la fe: es lo que en­tonces, como bien sabemos fue sacado a la luz. ¿Cuál ha sido el resultado en la iglesia profesante? Es como si El dijera: '¿Que más había para hacer? Sembré la buena semilla, plan­té una cepa exquisita y ahora vine a buscar el fruto; ¿dónde está?'.
Ninguna de las iglesias, por lo tanto, es presentada aquí como siendo la obra de Dios en sí misma; pues ya que se trata de una investigación judicial, Dios no juzga aquí Su propia obra (apenas si tengo necesidad de decirlo), sino que juzga al hombre, sobre la base de la responsabilidad, según lo que éste ha recibido por esta obra.
John N. Darby
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1962, No. 60.-

MEDITACIÓN

“¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Santiago 2:14).


Santiago no dice que el hombre del versículo de hoy tenga fe. El hombre mismo dice que la tiene, pero si realmente tuviera la fe que salva, tendría obras también. Su fe es un asunto de palabras nada más y esa clase de fe no puede salvar a nadie. Las palabras sin obras están muertas.
La salvación no se obtiene por las obras. Tampoco se consigue por la fe más obras. Más bien, es por la clase de fe que resulta en buenas obras.
¿Por qué, entonces, Santiago dice en el versículo 24 que un hombre es justificado por las obras? ¿No hay una clara contradicción con la enseñanza de Pablo, de que somos justificados por la fe? En realidad, no hay contradicción. Ambas posiciones son ciertas. El hecho es que hay seis aspectos diferentes de la justificación en el Nuevo Testamento:
Somos justificados por Dios (Romanos 8:33), es él quien nos considera como justos.
Somos justificados por gracia (Romanos 3:24), Dios nos da la justificación como un don gratuito e inmerecido.
Somos justificados por la fe (Romanos 5:1), recibimos este don por creer en el Señor Jesucristo.
Somos justificados por la sangre (Romanos 5:9), la sangre preciosa de Cristo es el precio que se pagó por nuestra justificación.
Somos justificados por poder (Romanos 4:25), el poder que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de los muertos es el que hace posible nuestra justificación.
Somos justificados por las obras (Santiago 2:24), las buenas obras son la evidencia externa para todos de que hemos sido verdaderamente justificados.
No es suficiente testificar que tuvimos una vez una experiencia de conversión. Debemos demostrarla por las buenas obras que inevitablemente siguen al nuevo nacimiento.
La fe es invisible. Es una transacción invisible que ocurre entre el alma y Dios. La gente no puede ver nuestra fe, pero pueden ver las buenas obras que son el fruto de la fe salvadora. Mientras no vean las buenas obras tienen razón en dudar de nuestra fe.
La buena obra de Abraham fue su disposición a matar a su hijo como una ofrenda a Dios (Stg_2:21). La buena obra de Rahab fue traicionar a su país (Stg_2:25). La razón por la que fueron “buenas” obras es porque demostraron fe en Jehová. De otro modo habrían sido malas obras, es decir, asesinato y traición.
El cuerpo separado del espíritu está muerto. En esto consiste la muerte, la separación del espíritu del cuerpo. Asimismo, la fe sin obras está muerta. No tiene vida, es impotente e inoperante.
       Un cuerpo vivo demuestra que un espíritu invisible mora dentro de él. Así las buenas obras son la señal segura de que hay fe salvadora, invisible como es, habitando dentro de la persona.

LA FE QUE HA SIDO UNA VEZ DADA A LOS SANTOS (Parte VI)


JUDAS 3

Ahora bien, los hombres confunden estas dos cosas; siguen edificando con madera, heno, hojarasca, y luego afirman que las puertas del infierno no prevalecerán contra eso, porque no prestan atención a la Palabra de Dios. Es necesario que veamos los principios de Dios y el poder del Espíritu Santo, que oigamos lo que el Espíritu dice a las iglesias, para que descubramos realmente dónde estamos, a fin de hallar así la senda que Dios ha trazado y sobre la cual claramente debemos andar; y, puedo agregar, es necesaria la fe en la presencia del Espíritu de Dios. Ese Espíritu se servirá de la Palabra para hacernos notar el estado de cosas imperante sin confundir la fidelidad de Dios con la responsabilidad del hombre —lo que hace el mundo supersticioso— sino confesando que hay un Dios vivo, y que ese Dios vivo está entre nosotros en la persona y el poder del Espíritu Santo. Todo está basado en la cruz, por cierto; pero ha venido el Consolador y “por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Corintios 12:13).
Pues, ya sea que considere al individuo o a la iglesia, encuentro que el secreto del poder para todo el bien contra el mal ―ya afuera, ya adentro, y sin olvidar que la Palabra de Dios es la guía―, estriba en el hecho de la presencia del Espíritu Santo. “¿O ignoráis ―dijo el apóstol a algunos que andaban muy mal, a fin de corregirlos― que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios?” (1 Corintios 6:19) ¿Creéis vosotros, amados amigos, que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo? Pues ¿qué clase de personas debiéramos ser?
En 1 Corintios 3:16 vemos que se dice exactamente lo mismo acerca de la iglesia: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” La presencia del Espíritu da poder, y poder práctico también para bendición, ya en la iglesia, ya en el individuo, y solamente Él puede hacer algo para verdadera bendición.
De nuevo, solamente sobre la base de la redención Dios puede morar con el hombre. Él no habitó con Adán en inocencia, aunque sí descendió hasta él. Tampoco moró con Abraham, aunque lo visitó y comió con él. Pero cuando Israel salió de Egipto, Dios dijo que los había atraído hacia sí, “para habitar en medio de ellos” (Éxodo 29:46). Y en seguida fue edificado el tabernáculo, y allí se hallaba la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Por cierto, que ahora tenemos la verdadera y plena redención, y el Espíritu Santo ha descendido a morar en los que creen, a fin de que sean la expresión de lo que Cristo mismo fue cuando estuvo aquí. “Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Juan 4:15), y también: “En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1 Juan 4:13). Dondequiera que haya una persona verdaderamente cristiana, Dios mora en ella; no se trata meramente de que tenga vida, sino de que está sellado con el Espíritu Santo, que es el poder para toda conducta moral. Si tan sólo creyésemos que el Espíritu de Dios mora en nosotros, ¡qué sujeción se vería, y qué clase de personas seríamos, al no contristar a ese Espíritu!
         Además, en 1 Corintios 2:9 leemos: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” … “y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios” (v. 12). El Espíritu de Dios y el espíritu del mundo están siempre en contraste. Pero entonces encuentro que la revelación está en contraste con nuestro estado. Tenemos que decir: “ojo no vio”. Estas cosas son tan grandes que no las podemos concebir, pero Dios las ha revelado por su Espíritu. Los santos del Antiguo Testamento no las pudieron descubrir ni conocer, pero con nosotros ocurre lo contrario; nosotros las conocemos, y Él nos ha dado su Espíritu “para que sepamos lo que Dios nos ha concedido”.
En este pasaje (1 Corintios 2:10-14) el Espíritu Santo es visto en tres diferentes etapas: primero, están las cosas que son reveladas por el Espíritu (v. 10); segundo, ellas se comunican mediante palabras enseñadas por el Espíritu (v. 13); y, por último, se perciben o reciben mediante el poder del Espíritu (v. 14). Estas tres son las operaciones del Espíritu de Dios.
         Si tomo la Palabra de Dios por sí sola y digo que puedo juzgarla y entenderla, entonces soy un racionalista; es la mente del hombre la que juzga la revelación de Dios. Pero cuando tenemos la mente de Dios comunicada por el Espíritu Santo, y percibida por el poder del Espíritu Santo, entonces tengo la mente de Dios. Hay tanta sabiduría y tanto poder de parte de Dios a nuestra disposición para enfrentar el estado de ruina en que nos encontramos hoy, como lo hubo al principio cuando Él estableció la iglesia; y en eso debemos apoyarnos.

CONSEJOS PARA JÓVENES

Aunque eres salvo por gracia, acuérdate que los galardones se darán por los servicios, ninguno será corona­do si no lucha legítimamente (2 Timoteo 2:15). Por tanto, es de suma importan­cia que tu servicio sea según está escri­to en LA PALABRA DE DIOS.
Cada verdad e instrucción que has aprendido de la Palabra de Dios es di­rigida a ti para que la practiques inme­diatamente. Esta es tu “obediencia de fe” a Él, y no consultes con carne ni sangre. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mat. 10:37, 38).
Acuérdate que Cristo sabe lo que es mejor para ti. Él lo sabe mejor que tú mismo o cualquiera otra persona. En Ef. 1:22 leemos que Dios ha puesto todo ba­jo Sus pies, y lo dio por cabeza sobre to­das las cosas a la iglesia. Así pues, si planeas para ti mismo o sigues los pla­nes de otros, en lugar de los de Cristo, en esto deshonras a El — la Cabeza (Hebreos 12:1-3, “Por tanto... despojémo­nos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, pues­tos los ojos en Jesús...”)
Para hacer todo esto inteligente­mente, y con motivo puro, esta obe­diencia de fe debe ser el resultado de Su amor que nos constriñe, y Su amor hace esto en tanto que aprendemos cuanto Le debemos. Y es menester que recibas este conocimiento de la ense­ñanza que El mismo nos da en la Pa­labra Escrita. Allí leemos, primero, que Cristo es nuestro todo, sí, que Cristo es todo para nosotros en la presencia de Dios. Así, es Cristo primero y siem­pre, ningún otro, y ninguna otra cosa. (El cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención - Corintios 1:30). (Cristo entró en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios - Hebreos 9:24). Cristo es todo y en todo.
Para ver todo esto claramente, el ojo y el oído tienen que ser sanos, y así la necesidad de andar humildemente de­lante del Señor en todo, reconociendo cuán poco sabemos, y escudriñando Las Escrituras diariamente.
Nunca dejes la oración diaria Si fuera posible; ten un tiempo señalado para orar, además de aquellas oracio­nes telefónicas que frecuentemente des­pachamos a nuestro padre Dios. Acuér­date que los oídos de Dios siempre es­tán atentos a tus oraciones (Daniel 6, 10; Hechos 3:1-9; Hebreos 11:6; Fil. 4:6- 19; 1 Pedro 4:12).
Acuérdate de la lectura privada de la Biblia, y cuando leas, acuérdate que Dios te da Sus pensamientos para que sepas su mente, y si Él te habla acerca de otros, es para instruirte en Sus pen­samientos acerca de lo que otros es­tán haciendo y hablando. Es el placer de Dios darte Sus pensamientos acer­ca del pasado, el presente, y el futuro. Si no tienes mucho apetito para la Pa­labra de Dios, entonces ya estás caí­do. Necesitas la palabra para instruir­te, para tu crecimiento en gracia, y para limpiar tus caminos. La santifica­ción por la verdad se obtiene por la aplicación de la palabra a nuestras vi­das. Escudriñad las Escrituras.
Nunca dejes de pasar un día sin hacer algo para la honra y gloria del Nombre del Señor Jesucristo. Él te amó y te salvó; debes amarle por esto. Cuan­do sea posible, habla una palabra por el Señor, y de todos modos haz algo que sea agradable a Él, ya sea direc­tamente al Señor, o para los que son de Él. El pueblo de Dios es muy que­rido del Señor. Ellos son Uno con El.
Cuando hay duda tocante los pa­sos que debes tomar, pon todo delan­te del Señor en oración, quédate quie­to para ver cómo Él te guiará. Ten pa­ciencia y Dios abrirá el camino para ti. La falta de paciencia y de esperar en Dios, muchas veces trae muchas difi­cultades, tristeza y pérdida. (Reconócelo en todos tus caminos, y El ende­rezará tus veredas - Proverbios 3:1).
En todo seas dirigido por la Pa­labra de Dios, por lo que está escrito. Nunca consultes tus propias inclina­ciones o sentimientos. “Así ha dicho Jehová” debe ser tu guía en todo. (“Hijitos míos, estas cosas os escribo pa­ra que no pequéis” 1 Juan 2:1).
Sé humilde. Nunca pienses que sa­bes todo. En la Palabra de Dios hay al­turas, anchuras, y profundidades en los asuntos de Dios, y te tomará toda la eternidad para verlas, meditar en ellas y comprenderlas. Habla a tu Padre ahora y dile: “Señor, enséñame a mí”.
Evita todos los que chismean y critican, como evitarías Una culebra. Nunca permitas que alguien te traiga una calumnia de ninguna descripción. Hay profesantes que parecen vivir so­lamente para describir las flaquezas de otros, de cuyos labios nunca se oye una palabra excepto para condenar a otros o para levantar argumentos acerca de alguna porción de la Biblia que les pa­rece difícil. Estos dejan una herencia de angustia tras ellos.
Mira que estés bien con Dios en tu propia alma. Ten mucho cuidado de esto. Nada puede estar bien si está mal con Dios.
Cuídate de no contristar al Espí­ritu Santo. Es una cosa ser salvo; es otra ser lleno del Espíritu (Efes. 5:18). Tu prosperidad de alma y de servicio dependerá de tu estado espiritual.
Se ha dicho: “Poder, corrompe; po­der absoluto, corrompe absolutamen­te”. El mundo religioso y político de ayer y de hoy nos ofrecen una compro­bación rotunda de esta humillante ver­dad. El único que tiene derecho de ejer­cer poder es aquel que no puede em­briagarse de él ni puede perder la sere­nidad, la equidad, la justicia y el amor: es Dios; pero el hombre puede repre­sentarlo en la tierra.
Las iglesias han sufrido mucho co­mo consecuencias de hombres que han pretendido poder en ellas, ejerciéndolo aparte del reverente temor de Dios.
Las escrituras establecen la necesi­dad de gobierno en las naciones y go­bierno en las iglesias; pero el que ejer­ce ese gobierno, en uno como en otro caso, lo deberá hacer consultando la vo­luntad de Aquel a quien tendrá que dar cuenta. Tendrá que dar cuenta de­tallada, por cuanto es nada más que un “ministro” de Dios, desde que no hay poder si no en Dios”.
Tengamos, pues, mucho cuidado los que ocupamos en las iglesias la respon­sabilidad de apacentar la grey del Se­ñor.
Sendas de Luz, 1976

EL COMPAÑERISMO ENTRE LOS HERMANOS

En el Salmo 34:3 leemos, "engrandeced a Jehová conmigo y exaltemos a una su nombre". Y en el Salmo 133:1 dice: "Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía". En realidad, una de las experiencias más edificantes que cualquier persona puede te­ner, y yo agregaría que una de las más alegres y confortantes, es la de reunirse con otros, guia­dos por el Espíritu, en un sano compañerismo. En esta clase de compañerismo solamente se re­conoce lo que "ha dicho el Señor". Esta fue la clase de comunión que tuvieron los santos del primer siglo, cuando "perseveraban en la doc­trina de los apóstoles, en la comunión unos con otros" (Hechos 2:42).
     Sin embargo, no es muy común decir lo mismo respecto de los hermanos hoy en día. Pa­rece que es difícil lograr que un grupo de per­sonas disfruten juntas o se aguanten una hora escuchando acerca del Señor o cuatro o cinco horas estudiando versículos de la Biblia, y dis­frutando plenamente cada minuto.

La necesidad del compañerismo
     El Señor mismo ha dicho "no es bueno que el hombre esté solo" (Génesis 2:18). Esto es más real en la vida espiritual que en la relación social y física, a lo cual se refería el versículo en un comienzo.
     La mayoría de las personas religiosas que se reúnen con su grupo en el día del Señor parecen quedar contentos con eso para toda la semana. No se reúnen de nuevo hasta los ocho días, don­de se lleva a cabo el mismo servicio monótono. Por otro lado, el compañerismo de aquellos que realmente viven por el Espíritu, es a la vez una delicia y una necesidad, pues anhelan encontrar­se con los que también son vivos para Dios.
     Es muy inspirador cuando en un grupo de creyentes se dialoga sobre verdades que también ellos han descubierto o cuando se comparten respuestas a oraciones por la misericordia de Dios. En momentos como ese, todos los creyen­tes presentes le dan la gloria a Dios por su gracia y bondad para con sus hijos.

El secreto del compañerismo
     Para disfrutar de esta clase de compañerismo se debe tener en cuenta una condición inexora­ble: todos los hermanos deben permanecer jun­tos por la gracia de la unidad espiritual, y amar y mantenerse en comunión personal con el Se­ñor. Este compañerismo lo disfrutan aquellos que han sido unidos a Cristo y que desean tener una mayor comunión con El eternamente, le­jos de la turbación y tribulación en la que ahora viven.
     El compañerismo entre los cristianos les da, además, fortaleza. Hay tantas cosas en guerra contra el Espíritu. El alma se pone anémica has­ta que empieza a tambalear. El verdadero com­pañerismo le pone a salvo del decaimiento. Es difícil explicar la intimidad y alivio que nos proporciona el verdadero compañerismo.
     Cuando alguien está decaído, se ayuda a le­vantar y mediante el poder del Señor ayudamos a que las cosas se mejoren para el hermano. Es difícil que un hermano se deje vencer por algu­na experiencia que otro ya ha pasado. En la ver­dadera comunión de los hermanos se puede ins­truir y orar por el que está deprimido.
     Los animo a formar un genuino compañe­rismo cristiano en su asamblea, donde todos demuestren amor a Cristo. Vea por usted mis­mo cómo llegan las bendiciones. Eso es cami­nar en los pasos del Salvador.

La esencia del compañerismo
     En Génesis 6:9 se nos habla que "Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé". Esto quiere decir que tuvo compañerismo con Dios, lo cual es la esencia para tener un verdadero compañerismo de hom­bre a hombre. Moisés tuvo compañerismo con Dios, así como lo tuvieron Enoc y Abraham antes que él. "Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero." (Éxodo 33:11).
     Esto es compañerismo espiritual, y es lo mismo que nosotros experimentamos a través del Señor Jesucristo mediante el Espíritu Santo.
     Nosotros también tenemos compañerismo con Cristo mismo. Leemos en Mateo 18:20 "porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Cuando dijo esto, el Señor estaba en medio de sus discípulos, instruyéndolos y preparándolos para la obra que debían realizar en los días si­guientes. Él les estaba diciendo que aunque no estaría con ellos físicamente, estaría presente en Espíritu cuando se reunieran en comunión para servirle. Su presencia se hace palpable en el compañerismo espiritual de hoy en día. Senti­mos su presencia y su dirección cuando nos congregamos. Pero es necesario que primero es­temos en comunión constante con El. Cristo mora en nuestros corazones por la fe (Efesios 3:17) y cena con nosotros y nosotros con El (Apocalipsis 3:20). Aquellos que habitan en el lugar secreto del Todopoderoso, están en cons­tante comunión con el Señor (Salmo 90:1; 91:1; Colosenses 3:3). Usted no puede morar con Dios si no tiene comunión con El. Hay una comunión continua entre el Señor y aquellos que viven por fe.
     Podemos entonces, decir con el salmista "compañero soy yo de todos los que te temen, y guardan tus mandamientos" (Salmo 119:63). Por esta razón los hijos de Dios desean estar en compañerismo con otros que tienen la misma fe. Realmente es una experiencia buena y agra­dable permanecer juntos en Cristo.

La condición del compañerismo
     "¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?" dice Amos, el profeta (Amos 3:3). La respuesta es, por supuesto, no. Pueden ca­minar en proximidad física, pero estar en des­acuerdo espiritualmente. Cuando hay acuerdo en las cosas espirituales, según dice la Biblia, es cuando verdaderamente hay unidad y Cristo es­tará con ellos según Él lo prometió. Sólo enton­ces ellos pueden "caminar juntos" en la "uni­dad del Espíritu" y en el "vínculo de la paz" (Efesios 4:3).
     Veamos otro versículo: "los que temían a Jehová", nos dice Malaquías, hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre" (Malaquías 3:16).
     Hermanos, no estamos perdiendo el tiempo cuando andamos en comunión espiritual unos con otros.
     Ahora, permítanme amonestarles con las pa­labras de Pablo, "os ruego, pues hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que ha­bléis todos una misma cosa, y que no haya en­tre vosotros divisiones, sino que estéis perfecta­mente unidos, en una misma mente y en un mismo parecer" (1 Corintios 1:10). Las divisio­nes, los argumentos, son los medios de Satanás para robarles las bendiciones que vienen de la comunión. Dejen que reine el amor fraternal, y les aseguro que, estando de acuerdo, recibirán bendiciones del Señor.
Sendas de Vida, 1986