miércoles, 3 de enero de 2018

Señor, Tú eres Hijo del Padre potente

“Señor, Tú eres Hijo del Padre potente,
Aun antes del mundo creado existente;
En ti se reúnen las glorias celestes,
Loores te rinden del cielo las huestes.
Jesús, Emanuel tu nombre selecto;
Viniste a la tierra cual hombre perfecto;
Moriste en la cruz, ¡oh misterio sublime!
Tu muerte al humano perdido redime.
Cristo en la magnífica altura sentado,

Esperas el día glorioso anhelado,
En que te será este mundo sujeto,
Y el plan de tu Padre se hallará completo”.
- G. M. J. Lear

EL DON DE SANIDAD

El privilegio de sanar enfermos, echar fuera demonios y aun de resuci­tar muertos acreditaba a los apóstoles ante el mundo. Estos milagros no solamente los identificaban con el Señor Jesús; también daban fe de la resurrección de Cristo en cuyo nombre siempre los ejecutaban.
Sin duda él cojo mencionado en Hechos 3, como otros, había deseado por mucho tiempo encontrarse con Aquel que anduvo haciendo bienes y sanando; pero desde el día que llegó a sus oídos la noticia de su muerte en la cruz, habría abandonado toda esperanza de recibir curación por él. Seguramente fue una grata sorpresa para el pobre hombre oír al apóstol Pedro decir: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Con razón se puso en seguida de pie, probando de esa manera su fe y al mismo tiempo demostrando al mundo entero que Cristo vivía aún, y que estos humildes hombres estaban dotados de su poder.
En la historia de los primeros años de la iglesia se notaba muy claramente que conforme el testimonio se iba estableciendo, así menguaban las señales y al fin cesaron por completo según reconocen todos los escritores del primer siglo, incluso las epístolas de los apóstoles en la misma Biblia.
Leemos que Timoteo, Epafrodito y otros enfermaron y, sin embargo, no fueron sanados milagrosamente. Pablo mis-mo, afligido en la última parte de su vida por un malestar crónico, no pudo encontrar alivio. ¡Ya había pasado la época del don de sanidades! (1)
Considérense los siguientes pasajes que se refieren a fechas avanzadas en la vida del apóstol Pablo cuando, según se da a entender por la lectura, va no se ejerce el don de sanidades.
En 2 Corintios 12:9 Pablo dice de sí mismo: “Más bien me gloriaré en mis enfermedades”.
En Filipenses 2:25, 26 dice: “Epafrodito se angustió porque habíais oído que había enfermado”.
En 1 Timoteo 5:23 recomienda a Timoteo: “Usa de un poco de vino por causa de tus continuas enfermedades”, (2).
En 2 Timoteo 4:20 dice: “A Trófimo dejé en Mileto enfermo”.
En ninguno de estos casos se re­comienda el don de sanidades ni se aconseja a los hermanos que busquen un “sanador”, ni tampoco se les regaña por falta de fe.
Muchas, se puede decir la mayoría, de las pláticas y actividades de los pentecostales de hoy, versan sobre el asunto de la sanidad del cuerpo. Los guías o sanadores de este movimiento hacen pensar a sus fieles más en lo físico y temporal que en lo espiritual y eterno. Muchos de los textos de la Biblia que usan para apoyar sus prácticas no son en realidad aplicables. Por ejemplo: Usan Éxodo 15:26 y otros parecidos sin fijarse en dos cosas. Primero: Son promesas dadas en particular a los judíos como nación. Segundo: Se refiere a la inmunidad de las enfermedades y no tan sólo a la sanidad.
En esta dispensación se pueden aplicar todas las promesas y ordenan­zas hebreas a la iglesia de Dios, pero solamente en el sentido espiritual. (Efesios 1:3; Hebreos 10:1).
También dicen que según Isaías 53:4, la sanidad es el derecho de cada hijo. Leyendo en Mateo 8:1, 17 se ve­rá que la profecía de Isaías 53:4 se cumplió antes de que el Señor llegara a la cruz, y por lo tanto es muy distin­ta a la salvación del alma. La palabra “sanados” en el próximo versículo (Isaías 53:5) sí se refiere a la salud es­piritual. Véase 1 Pedro 2:24.
Si alguno ahora pretende tener el don de sanidades, debe mostrarlo en la misma forma que se hacía en tiempos apostólicos. La responsabilidad de la curación descansaba sobre el sanador y no sobre el enfermo. El alivio era instantáneo y completo, sin consideración del carácter o lo avanzado de la enfermedad. La curación era incondicional, y nunca hubo fracaso. Hechos 5:16 dice: “Todos eran curados”. El señor culpó a los “sanadores” cuando no pudieron sanar al enfermo. (Mateo 17:19, 20).
Hay algunos pentecostales que afirman que han sido sanados milagro­samente. Esto no comprueba nada, porque también entre los adeptos del espiritismo, ciencia cristiana y otras agrupaciones se oye decir lo mismo. También se dice que las reliquias católico-romanas y los fetiches del paganismo efectúan milagros.
Todos estos casos de sanidad son de carácter pasajero o parcial y pue­den haber sido debidos a: (a) El curso natural de la enfermedad que entró en crisis de mejoría: (b) sugestión, o influencia de la mente, sobre el organismo; (c) intervención satánica.
El don de sanidades en el tiempo antiguo era señal de apostolado. (2 Co­rintios 12:12). Los únicos que la palabra de Dios indica que harán señales y prodigios en estos últimos tiempos son “falsos profetas”. (2 Pedro 2:1; Mateo 24:24; 2 Corintios 11:13). El mismo Señor dijo que los inicuos harían muchas obras milagrosas en su nombre. (Ma­teo 7:22, 23).
El completo fracaso en la mayoría de los casos que se presentan para curación entre los pentecostales, juntamente con la curación parcial o pasajera de los demás casos, condena el actual movimiento como NO de Dios, quien es el autor de todo don perfecto Es también de temerse que muchos de sus más notables casos de curación no admitirían una investigación compro­badora.
—El Mensajero Bautista.
(1)—Como una práctica, lo que no quiere decir que no haya habido casos aislados —

(2)—Esto no es una autorización para be­ber vino por costumbre a ¡a mesa ni en otras partes. — Red.

EL TESTIMONIO DE DIOS EN LA CREACIÓN

Allí estaba, un hermoso y pequeño pajarito ver­de, moviendo sus alas en forma tan rápida que parecían invisibles, justo al frente de nuestra ventana en la cabaña. Era un picaflor de cuello rojizo, uno que no habíamos visto durante más de 10 años. El sentimiento de admiración que yo experimenté en ese momento fue similar al que siento cuando descubro una nueva verdad en la Palabra de Dios, como un trozo de oro escondido en un capítulo más o menos conoci­do. ¿Y acaso no debe ser así, cuando permiti­mos que las obras de Dios nos deleiten y hablen a nuestra alma, así como lo hace su Palabra? "Grandes son las obras de Jehová, buscadas de todos los que las quieren " (Salmos 111:2). Algunos han tenido la oportunidad de identifi­car 75 clases de diferentes flores silvestres en un paseo durante una tarde[1]. Otros se han de­leitado escuchando el canto solitario del búho. Tal vez usted recuerda cuando en una noche de verano, acostado en una sábana, observaba y contaba las "estrellas fugaces". Una de las mejores experiencias, para mí, es sentir como la canoa se mece al vaivén de las aguas, cuando voy atravesando una parte torrentosa. Pero, no importa la clase de experien­cia que hayamos tenido con la naturaleza, me pregunto ¿hemos reconocido en ella la voz de Dios en la creación?
La naturaleza nos enseña acerca de Dios. No está allí sólo para nuestro deleite. ¿Ha pensado usted en eso? La creación es una de las formas por la cual Dios se nos revela a sí mismo. Los teólogos hablan de la revelación general y de la revelación especial o particular. El Salmo 19:1-6 nos expone la revelación general de Dios en la creación, y el Salmo 19: 7-11 es la revela­ción especial de Dios en su Palabra. Ambas re­velaciones son infalibles, aunque la revelación de Dios en su Palabra es más completa y más directa.
         La revelación de Dios en la creación no puede traer arrepentimiento, pero sí nos puede ense­ñar muchas cosas de Dios - aún sobre sus tratos con nosotros, Además la creación es el gran testigo que le muestra al hombre la gloria y el poder de Dios.

La creación nos habla de la gloria de Dios (Salmo 19:1)
"Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos."
¡Que afirmación más extraordinaria acerca de Dios, el Creador! Todo el universo habla de su gloria y su poder. Nadie tiene excusas para no reconocer su autoridad como creador. "Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y dei­dad, se hacen claramente visibles desde la crea­ción del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen ex­cusa." (Romanos 1:20).

La creación nos habla de la unidad de la Deidad
En este siglo los astrónomos pueden dirigir sus radiotelescopios hacia los lugares más distantes del universo y descubrir que dichos objetos obe­decen las mismas leyes, y están hechos de la misma sustancia de que está formado nuestro planeta y el sol. La unidad del universo testifica de la unidad del creador.
         John Dewey, el filósofo humanista y educador, no deseoso de reconocer al Dios Creador, ense­ñó que el hombre impone una unidad a la natu­raleza, en su búsqueda científica: "Fuera de la actividad humana, la naturaleza no es una uni­dad en sí misma; la naturaleza está formada en sí misma, por una cantidad de objetos diversos en el tiempo y en el espacio"[2].  Los científicos mismos son los que saben mejor. Ellos no imponen nada, solamente hacen "des­cubrimientos", descubrimientos que nos revelan la armonía y unidad que ya estaba allí en el uni­verso.

La creación nos habla a nosotros (Salmo 19:2-3)
El apóstol Pablo escribió: "La naturaleza misma ¿no os enseña...? Es este principio que se en­cuentra en estos dos versículos.
"Un día emite palabra a otro día, Y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabra, Ni es oída su voz. Por toda la tierra salló su voz, Y hasta el extremo del mundo sus palabras”.
         Durante el día, la revelación de Dios se demues­tra tan claramente en el sonido del viento, el canto de las aves, y en los árboles, las flores, etc.[3] En la noche, su voz es más suave, mientras escuchamos el golpeteo del agua en la orilla, vemos las estrellas como pequeñas luces arriba en el firmamento, y sentimos el viento frío en­trar por la ventana. De cuán diversas maneras se nos comunica Dios, si tan sólo tuviéramos oídos para escucharla. ¡No se trata de una co­municación verbal! No hay palabras, y aun así su voz se escucha (esa es la mejor traducción). En realidad, Dios nos habla a través de la crea­ción.
         Pero el segundo sitio en el cual Dios nos ha de­jado su revelación, su Palabra, es incomparable­mente más completo y precioso. Y el tercer si­tio, y el último de la infalible revelación, el de su Hijo (Hebreos 1:2) es el que nos acerca más al corazón de Dios. Pero si Dios decidió revelar­se a sí mismo primero a través de la creación, ¿no debemos entonces escuchar?

¿Qué nos enseña la creación?
Si usted estudia cuidadosamente este tema, verá que hay muchas cosas que podemos aprender en la creación. Aquí hay algunas:
1. La omnisciencia de Dios, su omnipresencia y su omnipotencia (Isaías 40-48).
2. La unidad de la Deidad (Romanos 1:20)
3.  La transcendencia de Dios (Hechos 17: 24-25)
4. La bondad de Dios para con nosotros (Mateo 6:26-31; Hechos 14:17).
5. La gloria de Dios (1 Corintios 15: 40-41).
6. La belleza y la armonía (Mateo 6:26).
7. La unidad y diversidad (Romanos 1:27; Gé­nesis 1).
8. El orden (1 Corintios 11).
Estos son algunos de los principios que nos en­seña la naturaleza. Y están allí para que los apli­quemos a nuestras vidas. Considere el numeral 7, la unidad y diversidad. Este principio lo encontramos en Dios, pues Él es un Dios y tres personas. También en la crea­ción del universo vemos un conjunto de leyes físicas, y a pesar de ello, una diversidad en la expresión de estas leyes.
En la creación de la humanidad vemos la uni­dad del hombre, el hombre y la mujer en uni­formidad, creados juntos, pero se hace eviden­te la clara diversidad de los mismos, cada uno con diferentes funciones y papeles en la vida. Por último, los cristianos vemos esta verdad ex­presada en la unidad del cuerpo de Cristo, con diversidad de miembros y cada uno con diferen­tes dones: "Así nosotros, siendo muchos, so­mos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que teniendo di­ferentes dones, según la gracia que nos es dada" (Rom. 12:5-6).

La creación es un testimonio firme y universal (Salmo 19:4-6).
Por toda la tierra salió su voz, Y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol; Y         éste, como esposo que sale de su tálamo, Se alegra cual gigante para recorrer el camino. De un extremo de los cielos es su salida, Y su curso hasta el término de ellos; Y nada hay que se esconda de su calor.
         A través de todos los siglos y en todas partes del mundo, el hombre es responsable ante Dios, pues todos han visto el testimonio de Dios en la creación. "Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras". Por esto el apóstol basa su argumento de Romanos 10:18 en este versículo. No habrá ni una sola persona que pueda decir " nadie me habló de Dios". La creación es el testimonio universal[4]. En particular, el sol es un ejemplo del testimo­nio fuerte de la creación. ¿Quién puede ignorar el sol cuando se levanta y cuando se oculta, día tras día, proveyendo fielmente a la humanidad y hablando de la bondad de Dios? Solamente el que intencionalmente cierra sus ojos para no ver el testimonio de Dios.
         Según la historia, sabemos que Copérnico rom­pió la tradición de la época en la iglesia y en la sociedad, diciendo que el centro del sistema so­lar era el sol y no la tierra. Esto no quiere decir que él no era un creyente. En efecto, el justificó su nuevo sistema heliocéntrico tomando en cuenta la lógica de que el sol, el testimonio más brillante de la gloria de Dios, era el centro de la órbita terrestre.
         En los años venideros, sin embargo, este mismo sol será el agente de la ira de Dios contra la hu­manidad rebelde: "y el sol se puso negro como tela de cilicio... y fue herida la tercera parte del sol, … y los hombres se quemaron con el gran calor." (Apocalipsis 6:12, 8:12, 16:9). También en épocas futuras, los cristianos no necesitaremos el sol, porque "la gloria de Dios la Ilumina, y el Cordero es su lumbrera" (Apocalipsis 21:23). El Señor Jesucristo, el Cordero de Dios, será el centro de la nueva creación.

Apéndice: Forma y libertad, así como en la at­mósfera.
         Cuando estudiaba algo sobre meteorología, me encontré con un ejemplo tremendo sobre el principio de la unidad y diversidad de la crea­ción. Todos estamos acostumbrados a ver las diversas formas de las nubes, y a admirar la be­lleza singular de los atardeceres. Pero lo que no es tan conocido, tal vez, es que el sistema del tiempo atmosférico está determinado en su totalidad por sólo cuatro ecuaciones, cuatro absolutas que no se pueden cambiar[5]. El trabajo de los meteorólogos es buscar las soluciones a estas cuatro ecuaciones, (lo cual se hace difícil, pues no sigue un patrón unilineal).
El estado particular de la atmósfera, en cual­quier momento, es siempre el resultado de estas cuatro ecuaciones. Y, aun así, hay infinidad de soluciones, cada una peculiar, y cada una deter­minada por las condiciones iniciales y fronteri­zas.
         ¿Qué aprendemos de este hecho? La belleza v la variedad del tiempo atmosférico no ocurre a pesar de leyes absolutas, sino como resultado de ellos. Si quitáramos alguna de estas leyes de conservación, habría un caos en la atmósfera. Los absolutos no impiden el estilo de Dios. De manera similar, en nuestra vida cristiana, el obedecer los absolutos de Dios no reprime nues­tra individualidad, belleza o libertad. Esa es la más grande mentira de Satanás hoy en día. Si dejamos a un lado todos los absolutos, nues­tras vidas sucumbirán, la sociedad se arruinará y se impondrá la anarquía. ¿Y dónde estarán en­tonces la belleza y la libertad? Pero si nos guia­mos por los absolutos de Dios, tales como su santidad y amor, habrá belleza real en nuestras vidas como cristianos. Y no seremos cristianos de molde, todos ¡guales. No; cada uno manten­dremos una relación viva con Dios, obedeciendo su palabra, y manifestando estos absolutos de una forma única y preciosa (de acuerdo con la personalidad individual y las circunstancias, es decir nuestras "condiciones iniciales y fronteri­zas".)
Tomado de la segunda sesión de "Los salmos de David sobre la creación".
Sendas de Vida, 1986




[1]         Mi madre tuvo esta experiencia, durante un paseo que hizo una tarde, en las montañas de los Andes en Colombia.
[2] John Dewey, "Mi Credo Pedagógico periódico esco­lar, Enero 1897, LTV, página 78, Chicago: A. Flanagan Co.
[3] En un libro reciente, Margaret Clarkson comparte cómo "el Dios que ella conocía y amaba" le habló "insistentemente" a trave's de su estudio y observa­ción de las aves. El título del libro "Ellas también cantan Sus alabanzas", (Grand Rapids: Zondevan. 1975.)
[4] Esto no significa que no debemos predicar el evan­gelio, pues hemos sido enviados a ir a todas las na­ciones discipulado, bautizando y enseñando todas las cosas que Él nos mandó (Mateo 28:19-20) Pero cuando lo hacemos, podemos recurrir al testimonio que ya existe en la creación, así como lo hizo Pablo.
[5] Ecuación de continuidad (conservación de la masa) Ecuación de moción; (conservación del momentum); Ecuación de termodinámica (conservación de la energía); Ecuación de vorticidad (conservación del momen­tum angular)          

MEDITACIÓN

“Porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).


La Biblia está repleta de muestras del cuidado maravilloso que Dios tiene por Su pueblo. Durante los cuarenta años que duró todo el caminar de Israel por el desierto, comieron el alimento del cielo (Éxodo 16:4), tuvieron agua en abundancia (1 Corintios 10:4) y fueron calzados con zapatos que nunca se desgastaron (Deuteronomio 29:5).
Sucede lo mismo hoy en el viaje que todo cristiano emprende por el desierto de este mundo. Para demostrárnoslo, nuestro Señor nos recuerda cómo se preocupa mucho más de nosotros que de las aves, flores y animales. Por ejemplo, habla de gorriones: cada día los alimenta (Mateo 6:26), cada uno de ellos está presente a Su vista (Lucas 12:6) y sin Su consentimiento ninguno cae a tierra (Mateo 10:29). Como dijo H. A. Ironside: “Dios asiste al funeral de cada gorrión”. La moraleja de esta historia es que para él valemos más que muchos pajarillos (Mateo 10:31).
Si viste a los lirios del campo más espléndidamente que a Salomón, cuánto más nos vestirá a nosotros (Mateo 6:30). Si provee para los bueyes, mucho más cuidará de nuestras necesidades (1 Corintios 9:9).
Como nuestro Sumo Sacerdote, el Señor lleva nuestros nombres en Sus hombros: el sitio del poder (Éxodo 28:9-12), y en su pecho: el lugar de los afectos (Éxodo 28:15-21). Nuestros nombres están esculpidos en las palmas de Sus manos (Isaías 49:16), un hecho que inevitablemente nos recuerda las heridas de los clavos que le sostuvieron en la cruz.
Conoce el número exacto de los cabellos de nuestra cabeza (Mateo 10:30). Conoce nuestros movimientos durante la noche y en Su libro lleva cuenta de todas nuestras lágrimas (Salmo 56:8).
El que nos toca, toca la niña de Su ojo (Zacarías 2:8). Ningún arma hecha contra nosotros podrá prosperar (Isaías 54:7).
Mientras que los paganos llevan a sus dioses sobre los hombros (Isaías 46:7), nuestro Dios lleva a Su pueblo (Isaías 46:4).
Cuando vamos por las aguas, por los ríos o pasamos por el fuego, siempre está con nosotros (Isaías 43:2) y en toda nuestra angustia, él está angustiado (Isaías 63:9).
Aquél que nos guarda no duerme ni se adormece (Salmo 121:3-4). Alguien ha llamado a este rasgo particular de Dios “el insomnio divino”.
El Buen Pastor que dio Su vida por nosotros no nos negará ningún bien (Juan 10:11; Salmo 84:11; Romanos 8:32).

Cuida de nosotros desde el principio del año hasta el fin (Deuteronomio 11:12), así nos llevará hasta la vejez (Isaías 46:4). Nunca nos dejará ni nos abandonará (Hebreos 13:5). ¡Dios en verdad nos cuida!

VIDA DE AMOR (Parte I)

I.                 EL AMOR

Antes de considerar en detalle el contenido de este maravilloso pasaje, hay dos importantes cuestiones pre­liminares que merecen nuestra atención, a saber, el marco de este capítulo y el significado de “amor”.
Primeramente, el marco de este capítulo: los capí­tulos 12, 13 y 14 de esta Epístola forman una sección bien definida de ella, que trata del tema de los dones es­pirituales; el capítulo 12 habla de la abundancia de los dones repartidos; el 13 habla de su energía vital; y el 14 habla de su digno ejercicio.
Así que, entre la dotación del capítulo 12 y el ejer­cicio del capítulo 14, está colocado este sublime cántico, demostrando que solamente el amor puede garantizar el buen uso en el capítulo 14 de lo que ha sido otorgado en el capítulo 12.
Se ha observado que “a cada lado de este capítulo aun brama el tumulto de argumento y reconvención. Pero dentro del capítulo todo es calma; sus frases se des­envuelven en una melodía casi rítmica, las figuras se des­arrollan con una exactitud casi retórica”. Nos podemos imaginar cómo el amanuense del apóstol debe haberse detenido para observar el rostro de su maestro, al notar el cambio repentino en el estilo de su dictado, y habrá visto iluminarse su faz como si hubiera sido el rostro de un ángel, al representársele esta visión de perfección divina. Esta es la primera descripción detallada que te­nemos de este elemento de virtud y no podemos me­nos que extrañamos que haya sido Pablo y no Juan que nos la ha dado. Para las mentes de ambos grandes após­toles, a pesar de todas sus otras divergencias, el amor re­presentaba la principal verdad y la principal doctrina del Cristianismo y no dudamos que ambos lo derivaban de una misma fuente —el carácter y ejemplo de Cristo.
A la Iglesia de Corinto “no le faltaba nada en nin­gún don”, pero era muy deficiente en cuanto al amor, según parece por la lectura de la epístola. Pero el Espí­ritu Santo aquí declara que, si uno no tiene amor, no tiene nada; y si tiene amor, por mucho que le falte tiene lo que más vale. Esto, naturalmente, nos lleva a la consideración del otro punto preliminar: el significado de amor
La Versión Hispano Americana ha hecho bien en substituir la palabra “amor” por la palabra “caridad” de la Versión Cipriano de Valera, porque esta expresión ha cambiado de significado. Generalmente significa el dar limosna, como en la frase “un acto de caridad”, o “una persona caritativa”; y el amor se contrasta con esta idea en el versículo 3. Pero se puede dar limosna sin amor, de manera que la palabra “caridad” como ahora la entendemos es una versión del todo inadecuada de la palabra en este capítulo, y en cualquier otro lugar que ocurre en el Nuevo Testamento.
Es bien que observemos al principio que el amor aquí no está definido, sino tan sólo exhibido. “Hay oca­siones cuando la definición es destrucción”. ¿Quién ja­más puso en duda la belleza de la puesta del sol? ¿Pero quién la puede definir? El astrónomo nos puede dar las matemáticas del hecho, y no dudo que entren las mate­máticas en la puesta del sol, pero no hay la gloria del ocaso en las matemáticas. La belleza definida es la be­lleza destruida. Pero, aunque el amor no puede ser defi­nido, puede ser descrito y demostrado, y prestando bue­na atención a las expresiones del amor, llegaremos a com­prender y apreciar su verdadera naturaleza.
Sea dicho, primeramente, pues, que el amor es espi­ritual. Hay tres palabras en el idioma griego que se tra­ducen “amor”. Una de ellas se refiere al amor pasional, a la lujuria, al deseo sensual. La palabra se encuentra en el Antiguo Testamento en Esther, Ezequiel, Oseas y Proverbios, pero nunca en el Nuevo Testamento. La idea que encierra es tan vil, que el Cristianismo no halló uso para ella.
La segunda de estas palabras habla del amor de im­pulso, de afecto o cariño, de inclinación natural. La ha­llamos en palabras tales como “filosofía” y “Filadelfia”. Se encuentra en ambos Testamentos y habla generalmen­te de nuestro amor mutuo, de afecto entre parientes y amigos.
Pero la tercera palabra, la que se emplea en este ca­pítulo y tan a menudo en el Nuevo Testamento, expresa el carácter determinado por la voluntad, y no la espon­tánea emoción natural. Denota el amor que elige su ob­jeto con decisión de la voluntad, de manera que llega a ser una devoción abnegada o compasiva para y en favor del mismo. La palabra se emplea en todos los casos don­de la dirección de la voluntad es el punto que debe con­siderarse. Así que “amor” y no “afecto” o “cariño” se emplea para la actitud cristiana hacia los enemigos. El Cristianismo tomó esta palabra y le infundió un signifi­cado enteramente nuevo, que lo distingue de todo lo que sea sensual o meramente emotivo, esta palabra es, pues, absolutamente libre de mancha de ninguna idea vil.
Así que lo primero que debe aprenderse es la cua­lidad espiritual del amor. Ahora, sea dicho en segundo lugar, que el amor es divino. Esta tercera palabra tiene el singular honor de ser el único sustantivo que denota un atributo moral que se emplea como predicado de Dios mismo de una manera simple y sin explicación o imitación alguna: “Dios es amor”.
Por lo tanto, no estamos cantando un concepto abs­tracto cuando cantamos el himno conmovedor de Jorge Matheson:

“¡Oh! Amor que no me dejarás,
Descansa mi alma siempre en Tí;”

pero estamos adorando a Aquel que no solamente ama, pero es amor, cuyo carácter es santo amor.
Es este hecho, que Dios es amor, que da a la pala­bra “amor”, como se emplea en el Nuevo Testamento su cualidad celestial. De estos escritos aprendemos que este amor se descubre esencialmente tan sólo en Dios, se demuestra perfectamente tan sólo por Dios, y se de­riva mediatamente tan sólo de Dios.
Y porque es espiritual y divino, debe agregarse, en tercer lugar, que el Amor es indestructible. El apóstol dice aquí que mientras que otras cosas se acabarán, el amor permanece, nunca fenece. No depende de, ni es afectado por, nada fuera de sí. Se complace en derra­marse tanto sobre los dignos como sobre los indignos y, en el corazón humano, se mueve hacia arriba y hacia afuera, hacia arriba a Dios, hacia afuera a los hombres. En el capítulo que estamos estudiando se nos presenta la segunda de estas acciones.
Kagawa ha ido al fondo del asunto cuando dice que “El Amor es la ley de la vida. Es el principio básico de la salud espiritual; la suprema fuerza constructora de la vida; el formador del carácter, el revelador de la verdad, el secreto del desarrollo y la prenda del cumplimiento”.
La distinción entre el amor natural y el sobrenatu­ral, entre el afecto humano y el amor que es espiritual, divino e indestructible, está bien demostrada en la con­versación que tuvo el Cristo resucitado con Pedro, sobre la playa del Lago de Galilea, una mañana al amanecer. Esta es, en substancia, la conversación:
Jesús preguntó a Pedro: “¿Me amas más que és­tos?” Pedro respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”.
Jesús le preguntó por segunda vez, “¿Me amas?” y Pedro respondió. “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”.
Por tercera vez Jesús preguntó, “¿Me quieres?” y entristecióse Pedro de que le hubiese dicho la tercera vez: “¿me quieres?” No se entristeció porque Jesús le preguntó tres veces, sino porque la tercera vez Jesús des­cendió a su palabra, como él no se había elevado a la palabra que empleó Jesús. Y le respondió: “Señor, tú sabes todas las cosas, tú conoces que te quiero”.

Este pasaje notable demuestra que la fe de Pedro en sí mismo había sido tan severamente sacudida por sus negaciones de su Señor, que no se atrevía ahora a pro­fesar este amor espiritual e indestructible hacia Él, pero puede confesar su afecto humano. Pero después de Pen­tecostés el apóstol se elevó al nivel más alto y comprobó su amor con su muerte.

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XVI )

Los hijos de Isaac

En nuestro último artículo hicimos mención de los dos hijos de Abraham: Ismael e Isaac. En éste veremos algo acerca de los hijos de Isaac: Jacob y Esaú.
Dice en la Epístola a los Hebreos, capítulo 11, que Abraham “habitó en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, herederos juntamente de la misma promesa”.
Siendo Esaú el primogénito entre estos hijos, debiera haber sido el heredero de Isaac su padre, y de las promesas que Dios le había hecho. ¿Por qué entonces no llegó a serlo? Porque las despreció. Era materialista y para él no valían las promesas de un Dios invisible acerca de una posesión futura. Llegó un día con hambre a la tienda de su hermano Jacob y le pidió un plato de lentejas. El hermano se lo dio solamente cuando Esaú había convenido en cederle la primogenitura, o sea, los derechos del primer hijo.
No se puede perdonar la astucia de Jacob en cerrar este negocio, pero sí notamos que puso valor a las promesas de Dios, mientras que Esaú las despreció. Por este hecho Esaú se llama en las Escrituras una persona profana; Hebreos 12.10. Leemos en Romanos 9.12 que Dios dice: “A Jacob amé, más a Esaú aborrecí”. ¿Por qué aborrece Dios a Esaú? Porque por su presciencia sabía que ese hombre aborrecería las promesas divinas, que hacían valer la primogenitura.
Este derecho y bendición que Esaú vendió tan miserablemente corresponde hoy a la salvación del alma, la cual se consigue por fe en el Señor Jesucristo. Por la redención que el Salvador ha hecho por llevar nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz del Calvario, Él ofrece la salvación a todos los que creen. Dice que los tales no vendrán a condenación, más han pasado de la muerte a la vida.
Hay los que, como Jacob, hacen aprecio de estas santas promesas y echan mano a la vida eterna, arrepintiéndose de sus pecados y recibiendo a Jesús como Salvador. Pero también los hay que como el profano Esaú hacen desprecio de tales cosas y viven solamente por lo material, lo visible a los sentidos, lo pasajero.
Los hechos de nuestra vida no tienen solamente su efecto presente sino el futuro también. Llegó el día en que Esaú se arrepintió de haber despreciado su primogenitura. Antes de morir su padre Isaac, él dio su bendición paterna a Jacob, dejándole la primogenitura. Parece que Esaú pensaba hasta ese entonces que Dios no había hecho caso del juramento ante su hermano Jacob cuando despreció aquel derecho y bendición. Pero al darse cuenta de que Jacob había sido nombrado heredero de su padre y de las bendiciones divinas, Esaú procuró con lágrimas hacer que su padre se arrepintiera, más dice la Santa Escritura que fue reprobado.
Están en el Seol, y van irremisiblemente al infierno, muchos que en vida tuvieron la oportunidad de oír la Palabra de Dios. Sabían de la promesa de salvación eterna, si sólo se acogieran a Cristo. Pero hoy con llanto y crujir de dientes ellos lamentan la locura de haber despreciado, por decirlo así, su primogenitura. “Está establecido a los hombres que mueran una sola vez, y después el juicio”, Hebreos 9.27.

CONOCIENDO LA VOLUNTAD DE DIOS (Parte I)

Decisiones, decisiones, todos tenemos que hacer decisiones cada día. Algunas no son muy importantes — “¿Qué ropa debo ponerme hoy?”, o “¿Comeré una naranja o un banano, o ambos?” Otras decisiones son muy importantes y la elec­ción que tú hagas afectará todo tu futuro. Quizás estés en el último año del colegio y te preguntas qué hacer ahora; buscar un trabajo o seguir a la universidad. O quizás te gustaría casarte y for­mar un hogar, pero no estás seguro quién sería la mejor pareja para ti. Quizás trates de decidir entre comprar una bicicleta o ahorrar el dinero y comprar una moto después.
Algunas de las decisiones que hacemos pare­cen muy pequeñas y no necesitamos mucho tiempo para pensar en ellas. Otras elecciones que enfrentamos pueden perturbamos por meses y todavía nos es difícil saber qué hacer. ¿Hay algu­na ayuda que podemos encontrar para tomar decisiones?
¿Eres un cristiano, uno que ha pedido al Señor Jesucristo perdonar sus pecados y ser su Salva­dor? Si es así, quizás te preguntes cómo conocer la voluntad de Dios para tu vida. Como muchos jóvenes quizás hayas hecho estas preguntas muchas veces. “¿A Dios le importa lo que hago? Y si le importa, ¿cómo puedo conocer Su volun­tad para mí?”
'Dios puede mostrar Su voluntad a cualquiera que ha llegado a conocerle y pertenece a Él. A menudo Dios es llamado el Padre Celestial del cristiano. Cuando aceptamos a Cristo como nues­tro Salvador, llegamos a ser hijos e hijas de Dios.
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a El” 1 Juan 3:1.
Entonces Dios llega a ser nuestro Padre. Tiene un plan para nosotros, y Su plan es la mejor ma­nera en que podemos vivir nuestras vidas. Dios ve el futuro y sabe que es lo mejor para nosotros ahora para poder ayudamos a preparamos para el porvenir. Podemos ver cuánto nuestros padres terrenales desean lo mejor para nosotros. Un padre sacrificará mucho para asegurar que sus hijos tengan suficiente comida, ropa o educación. Dios nos ama aún más, y sabe lo que es mejor para nosotros. Entonces es importante que con­fiemos en El para que nos muestre Su voluntad.
La decisión más importante es la de aceptar a Cristo o rechazarle. Ninguna otra decisión afectará la vida entera y el futuro de uno tanto como ésta. Es muy importante que cada persona tome el tiempo para decidir lo que él o ella va a hacer con la invitación de Jesús.
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la ver­dad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” Juan 14:6.
Dios quiere que todas las personas acepten a Su Hijo, pero nos ha dejado a nosotros la decisión.
La Biblia está llena de historias de lo que fue la voluntad de Dios para diferentes personas. Mandó a Noé construir un barco grande, Génesis 6:13,14. Le dijo a Abram que sería el padre de una nación grande y Dios le bende­ciría, Génesis 12:2. Mandó a Isaías profetizar y advertir a su pueblo que Dios estaba enojado con su desobediencia, Isaías 6:8-10. La volun­tad de Dios para María era que ella llegara a ser la madre de Jesús, Lucas 1:30-33. Mandó a Jonás ir y predicar a sus enemigos en Nínive, Jonás 1:1,2.
Algunas de estas personas obedecieron la vo­luntad de Dios y fueron bendecidos por su obe­diencia. Otros trataron de pasar por alto la volun­tad de Dios y fueron castigados por tratar de seguir su propio camino.
Podemos ver de estas historias verídicas que Dios tiene un plan para Su pueblo. No nos deja y dice, “Pueden hacer lo que les dé la gana y no me importa”. No, nos ama mucho y se preocupa de lo» que nos sucede. Lee en Mateo 6:26-34 un ejemplo de cuánto nuestro Padre cuida de nosotros.
Muchas personas temen conocer la voluntad de Dios. Creen que Dios les quitará el gozo y les dará trabajo que no les gusta o les hará hacer cosas demasiado duras para ellas. Es cierto que a veces Dios nos pide hacer cosas difíciles, o nos deja pasar por experiencias que no siempre son agradables. Pero Dios nunca nos pide hacer algo sin proveer las fuerzas para hacerlo.
“Todo lo puedo en Cristo que me forta­lece,” Filipenses 4:13.

Busca también Josué 1:9 para una promesa que hizo Dios cuando Josué enfrentaba un traba­jo muy difícil. Tendremos gozo y paz sabiendo que somos obedientes a la voluntad del Señor, y estos hacen que las dificultades valgan la pena. Es importante recordar que Dios sabe lo que hace y desea lo mejor para cada uno de Sus hijos.