lunes, 7 de agosto de 2017

El Señor Es Mí Ayudador

Cuando cantamos aquel hermoso himno antiguo, "Oh, ¡qué amigo nos es Cristo!", afirmamos la verdad de que el Señor Jesús nos puede ayudar en nuestros problemas y pruebas. El escritor del himno lo descubrió cuando su novia se ahogó en un lago canadiense hace más de 100 años. El libro de los Proverbios observa que "en todo tiempo ama el amigo", y "amigo hay más unido que un hermano" (Proverbios 17:17; 18:24).
Aquí podríamos ceder a la tentación a enfocar todas las dimensiones humanas de la amistad, y hacer de ellas el marco dentro del cual cantar de Cristo como nuestro Amigo. Pero, la epístola a los hebreos pone límites mucho más elevados para nuestro entendimiento de Cristo como Aquel que puede mover las monta­ñas cuando nos hallamos en angustia. El Cristo resucitado a la diestra de Dios es ahora nuestro gran Sumo Sacerdote. ¿Qué significa esto? ¿Qué capacidad tiene El para ayudarnos? ¿Cómo obtenemos su ayuda?

La ayuda está a la mano.
La epístola a los hebreos fue escrita a judíos que habían dejado el judaísmo para hacerse cristianos. Tal parece que, al tiempo cuando fue escrita, tales judíos convertidos estaban bajo grande presión a volver al judaísmo. La mayoría de ellos eran verdaderos creyentes; la fe de unos pocos no era real ni personal. El Espíritu Santo, mediante un escritor no nombrado, les señala a todos hacia Cristo. "La palabra de exhortación" (hebreos 13:22) desarrolla tres temas básicos:
1)  La persona de Cristo: quién es El.
2)  La obra de Cristo: lo que Él ha hecho.
3)  El sacerdocio de Cristo: el sitio donde Él está actualmente.
Estos tres temas son un estímulo para nuestro día. A aquellos cuya fe no es real ni personal, les sirven de aviso de que no hay esperanza para quien deja el cristianismo y vuelve al mundo. Al verdadero creyente que tema que pueda volverse a perder, le aseguran su salvación. Y nos instruyen en cuanto a la ayuda de Cristo que nos sostiene en todas nuestras tentaciones y pruebas.

La palabra "ayuda".
La palabra griega traducida "ayudar", significa acudir al ser llamado, o, venir ense­guida en socorro de uno (según un diccionario de palabras del Nuevo Testamento por W. E. Vine). Este vocablo se halla tres veces en la epístola a los Hebreos.
1)  2:18 - Cristo es "poderoso para socorrer a los que son tentados".
2)  4:16 - Se nos exhorta a acercarnos "confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
3)  13:6 - "Podemos decir confiadamente: "El Señor es mi ayudador".
En algunos lugares se hallan teléfonos al lado de las autopistas muy transitadas para usar en casos de emergencia. Un automo­vilista en dificultades sólo tiene que lla­mar para que le ayuden. La palabra que tratamos aquí se refiere a tal clase de ayuda.

El Dios que estuvo aquí.
Nos hallamos en una relación no tan sólo con un Dios que existe, sino también con el Dios que estuvo aquí. El hecho de que Cristo estuvo aquí le capacita como sumo sacerdote para ayudar a quienes aún estamos aquí. Este tema está introducido en el capítulo dos. Sin lugar a dudas, era difícil para los judíos com­prender por qué Dios se hizo hombre. Nosotros sabemos que fue la única manera en que podía efectuar nuestra redención y nuestra liberación de la esclavitud a Satanás. Pero también fue la única manera en que Cristo podía capacitarse para comprendernos y socorrernos ahora, y sostenernos hasta el fin. Podemos notar los siguientes puntos en Hebreos 2:16-18:
A)  El "no socorrió a los ángeles": Si Cristo sencillamente se hubiera hecho ángel, jamás podría comprender nuestras experiencias como hombres. Como tal, se hubiera movido por este mundo como espíritu. Jamás hubiera conocido el hambre o el cansancio, ni las demás experiencias humanas no pecaminosas. Pero El socorrió a la descendencia de Abraham: se hizo humano, para poder socorrernos a los humanos.
B)   "Por lo cual debía ser en todo seme­jante a sus hermanos": Aquí, el énfasis está sobre "en todo". Nada se exceptuó. El sintió el peso de las cargas, conoció la traición de un asociado, sintió angustia por la muerte, lo cor­tante de la crítica o de los chismes del popula­cho, y sintió el dolor de las acusaciones falsas. Él se hizo del todo como nosotros, aunque sin pecado.
C) "Para venir a ser misericordioso y fiel  Sumo Sacerdote": En el Antiguo Testamento, el sacerdote representaba al pueblo delante de Dios. Él era uno de ellos, y por lo tanto, él se sentía con ellos en sus debilidades. A la vez, él podía acudir a Dios de parte de ellos, pues tal era su oficio. Cristo es la respuesta al clamor de Job por un árbitro entre él y su Dios que pusiera la mano sobre los dos (Job 9:33)
Nosotros necesitamos a alguien que interceda por nosotros con compasión y continuamente. Cristo es tanto misericordioso como fiel. Nin­guna otra persona hace falta, ni siquiera hay otro que reúna los requisitos.
D)  "El mismo padeció siendo tentado": Cristo soportó agudas pruebas y tentaciones. Una y otra vez se le presentó la tentación, a buscar algún otro camino menos costoso que el del sufrimiento y la muerte. El resistió esta ten­tación hasta lo último, y "puso su rostro como un pedernal" (Isaías 50:7) para acabar su carre­ra. Solamente aquellos que han sufrido pueden simpatizar (o identificarse). El sufrió más que todo lo que nosotros jamás podremos sufrir.
E)  El "es poderoso para socorrer a los que son tentados: Es una fuente de fortale­za la ayuda del que ha conocido semejantes pruebas, y hasta más duras, y que las ha enfren­tado victoriosamente. El hecho de que El no cedió a la presión, implica que Él nos supera a todos nosotros resistiendo la tentación. Esto le capacita muy bien para ayudarnos en todo nivel de tentación. El Dios que estuvo aquí es poderoso para ayudarnos en toda prueba.

El Hombre que está allá arriba.
Se vuelve al tema del sacerdocio de Cristo al final del capítulo cuatro. Después de las aplicaciones prácticas y los avisos, se nos dice que la Palabra de Dios es más cortante que toda espada de dos filos y que todas las cosas están manifiestas delante de sus ojos. Esto nos podría causar temor, excepto que se nos recuerda que el socorro está al alcance. Se dan más detalles en Hebreos 4:14-16:
A) "Teniendo un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús, el Hijo de Dios": Jesús es su nombre como hombre. "Hijo de Dios", declara su divinidad. Este Hombre ha penetrado en los cielos. Allá en la gloria hay un Hombre que es de nuestra parte.
B) "Puede compadecerse de nuestras debilidades": Esto quiere decir que Cristo puede identificarse con nosotros en nuestras luchas. Como abogado, El trata nuestros peca­dos (1 Juan 2:1). Como Sumo Sacerdote, nos ayuda en nuestra debilidad. Esto nos brinda mucha consolación. Cristo comprende cuando nadie más puede comprender.
C) "Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado": El recibió el impacto pleno de todo lo que Satanás podía dirigirle; experimentó toda tentación al grado máximo. Un rico jamás puede hablar como portavoz de los pobres. Pero uno que se ha acostado con frío y con hambre, bien puede representar a los necesitados. Nosotros tenemos a un Hombre en la gloria que conoce todo lo que significa vivir para Dios en la tierra.
D) "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar miseri­cordia y hallar gracia... ": Sabemos que Cristo vive para interceder por nosotros. Esa es su par­te. La parte nuestra es venir a El para el oportu­no socorro en nuestra hora de prueba y crisis. Tenemos libre acceso al trono del poder. Seremos recibidos con gracia. No debemos sentirnos tímidos en cuanto a nuestras peticio­nes. Podemos acudir a cualquier hora, con la frecuencia que queramos, sabiendo que nuestras necesidades serán suplidas con misericordia y gracia.

Mi Ayudador.
En el último capítulo de esta epístola, el escritor exhorta a los creyentes a buscar el contentamiento. Nosotros vivimos en un mun­do donde la mayoría se inquieta en persecución de la satisfacción y el cumplimiento. La acumu­lación de bienes materiales es la única meta de muchos. Otros buscan el placer y la fama de varias maneras. Los cristianos podemos ser distintos por cuanto tenemos a Cristo.
Pablo había aprendido a contentarse en cualquier estado (Filipenses 4:11). El instruye a Timoteo a contentarse con comida y vestido, ya que nada podemos sacar de este mundo (1 Timoteo 6:6-8). Detrás de esta enseñanza están las palabras de Cristo a sus discípulos que no se afanaran por nada (Mateo 6:31-33). Este contentamiento libre de preocupaciones no es una actitud de irresponsabilidad. Más bien resul­ta de una inteligente confianza en Dios y la aceptación de sus promesas de manera práctica.
Ya que Dios nos da a cada uno la seguridad de que "no te desampararé, ni te dejaré", entonces, nuestra razonable respuesta en con­fianza puede ser, "El Señor es mi Ayudador" (Hebreos 13:5-6).

Sendas de Vida, 1986

En Búsqueda de una fe seria (Parte I)

Por Dave Hunt (1926-2013)
“Más al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).


Son sorprendentes cuántos millones de personas aparentemente inteligentes, están dispuestas a arriesgar su desti­no eterno, basándose en menos evidencias de las que requerirían para comprar un refrigerador o un televisor. Thomas Hobbes, por ejemplo, un filósofo y matemático del siglo diecisiete, pasó años ana­lizando la maldad del hombre e intentando encontrar un sistema social que trajera la paz universal falló en investigar y prepararse en forma adecuada para la próxima vida. Consecuentemente, a medida que se aproximó a su muerte, expresó esta triste confesión, “Ahora estoy a punto de emprender mi último viaje, un gran salto a la oscuridad.” Parecería irracional dar un salto a la oscuridad en cualquier dirección, mucho más cuando se trata de la eternidad.
Ornar Khayyam veía la muerte como la puerta de oscuridad hacia “el camino que para descubrir, también debemos transitar.” Pero resulta que es muy tarde una vez que pasamos a través de esa “puerta” hacia ese camino desconocido. Es por eso que más que hacer una pausa para reflexionar, necesitamos certezas, y las necesitamos ahora, no sustentadas por simples deseos, sino por evidencias sólidas.
Cualesquiera que sean las expectativas que la gente tenga sobre la vida más allá de la muerte, dichas creencias son generalmente parte de su religión. Otra palabra para religión es “fe,” y teniendo en cuenta esta definición, existen muchos tipos de “fe” en el mundo. La “gente de fe” (un término usado para aquellos que se aferran a alguna creencia religiosa) se está uniendo a la acción política y social, supuestamente para lograr un mundo mejor. Esta cooperación para mejorar la sociedad para beneficios mutuos ha traído una nueva tolerancia para todas las religiones, independientemente de lo contradictorias que puedan ser sus perspectivas. Y es aquí donde enfrentamos otra anomalía: según las más recientes encuestas, un elevado y sorpren­dente porcentaje (la mayoría tanto entre católicos como protestantes) de aquellos que se identifican a sí mismos con una religión en particular, creen, no obstante, que muchas otras religiones, si es que no todas, también llevarán a sus seguidores a lo que ellos llaman “cielo.” La religión es llamada fe debido a que es algo que uno en general cree más allá de las pruebas. Pregúntele a la mayoría de las personas religiosas por qué creen lo que creen, y verá que se sienten desconcertados para explicar. Muy probablemente, su respuesta consistirá en decir lealmente (o empedernidamente para algunos) algo así, “Nací bautista y moriré bautista” o, “Nací católico y moriré católico”, o metodista, hindú, budista, musulmán, o ateo. Con todo, muy pocos pueden dar una razón sólida por la que creen lo que creen (o por la que no creen), y muchos se sienten ofendidos cuando uno les pregunta.
Es aquí mismo que encontramos algo muy extraño. Como ya notamos, la mayoría de la gente es menos precavida en lo que se refiere a la eternidad que en comprar un auto, o en chequear las etiquetas que muestran los ingredientes exactos de un producto, o en casi todo lo demás en esta vida. Eso se toma evidente por las débiles razones que son ofrecidas en general por aquellos que intentan justificar su fe religiosa: “Me gusta el pastor”; “El coro es fantástico”, “La gente es tan amable”, “Es la iglesia más cercana”; “Tienen un maravilloso programa para jóvenes”, “Nuestra familia siempre ha pertenecido a esta denominación”, o “Algunos misioneros han venido a la puerta y nos han invitado a asistir, y nosotros no íbamos a ningún lado, así que...”. Es incomprensible que tan pocas personas sean realmente serias sobre su fe.
Con todo, no hay nada más importante para la fe personal que tener un fundamento sólido, basado en hechos y en la razón. Para los muchos que piensan en la fe como una creencia que se sostiene con vehemencia y que no tiene evi­dencias como para respaldarla (y que a menudo incluso las evidencias apoyan la posición contraria), esta puede parecer una declaración muy atrevida. Lógicamente, sin embargo, si el creer algo con vehemencia no es suficiente para que sea cierto, como la experiencia humana demuestra a diario, en­tonces es la tontería más grande continuar con una “fe” que, debido a que no está basada en hechos sino en fantasías, demuestra inevitablemente ser vacía. El costo podría ser eterno e irrecuperable.
Siendo ese el caso, cuánto mejor es “perder” la fe ahora, mientras aún hay tiempo para descubrir la verdad, que darse cuenta demasiado tarde que se ha estado siguiendo o viviendo una mentira. Tal desilusión acontece a menudo cuando un joven madura, dejando su hogar para ir a trabajar o asistir a la universidad, o ingresar a las fuerzas armadas, y ya no está bajo la influencia de los padres o de la iglesia. Ese podría ser el caso si uno fuera un budista, hindú, musulmán, o un adherente a cualquier otra religión. Pero lo mismo sucede para alguien que haya afirmado ser cristiano pero que no conozca realmente al Señor.
Muchos jóvenes han sido educados en un hogar cristiano, habiendo profesado la fe en Cristo, asistido e incluso sido activos por mucho tiempo en una buena iglesia evangélica, pero luego han rechazado a Cristo debido a la presión de sus semejantes o a la “educación superior” o a la necesidad de justificar su estilo de vida ajeno a Dios. Este alejamiento de la fe que uno profesaba es a menudo justificado con la aseveración que no existe una ver­dad, sino que todos (no importa de qué religión seamos) hemos sido condicionados para creer lo que creemos. Desde los días de Freud, la psicología ha propagado la teoría que cualquier fe religiosa es mera­mente una respuesta condicional aprendida especialmente en la juventud. Eso puede ser verdad en muchos casos, pero no puede servir como justificativo para abandonar lo que a uno se le enseñó desde la niñez. El tema es si lo que uno ha sido educado para creer es la verdad o no. Trágicamente, la verdad a menudo ha sido abandonada por una mentira más atractiva.
De hecho, esta idea del condicionamiento es un mito que debe ser dejado a un lado en nuestra búsqueda de la fe verdadera. El hecho mismo que la persona sea rebelde contra la forma en la que fue educado, alegando condicionamiento, es una prueba en sí misma que esta teoría es falsa. La multitud de quienes fueran religiosos otrora, que ofrece lo que ellos consideran razones lógicas para rechazar lo que se les había enseñado y que una vez creyeron, prueba que el así llamado condicionamiento sobre el cual descansa esta teoría no funciona, por lo menos no funcionó en el caso de ellos. La propia rebelión que la teoría ha adoptado para excusarse, contradice la teoría del condi­cionamiento.
Llamada de Medianoche

Continuará

Los 4 “Porque” de Romanos 1

PORQUE no me avergüenzo del evangelio; “PORQUE es potencia de Dios para salud a “todo aquel que cree: al judío primeramente y “también al griego: PORQUE en él la justicia “de Dios se descubre de fe en fe; como está “escrito: Mas el justo vivirá por la fe; PORQUE manifiesta es la ira de Dios del cielo “contra toda impiedad e injusticia de los hombres.”
Facilitará nuestro estudio conside­rar de una vez los cuatro “porque” del argumento del apóstol:
1)       “Porque no me avergüenzo del evangelio.” Primeramente, tenemos la buena voluntad de Pablo de ir, sin aver­gonzarse de nada, a Roma, la señora del mundo, con el sorprendente mensaje de un crucificado Nazareno, despreciado por los judíos y condenado a muerte por los romanos. “La gloria inherente del mensaje del evangelio, como un mensa­je de Dios para dar vida a un mundo agonizante, llenó de tal manera el cora­zón de Pablo, que, como su bendito Maestro, “despreció la vergüenza”. ¡Quiera Dios que todos seamos así!
2)      “Porque es potencia de Dios pa­ra salvar.” El segundo “porque” nos da la clave de la intrepidez de Pablo: Estas buenas nuevas relativas a la muerte, re­surrección y aparición de Cristo, son “la potencia de Dios para salvar a todo aquel que cree”. No hay otra verdad que deba ser retenida con más fijeza en la mente de todo predicador y maestro. No es la “excelencia de palabra o de sa­biduría”, el “magnetismo personal”, la “vehemencia” del predicador, ni el pro­fundo arrepentimiento, o las oraciones fervorosas de los oyentes. La “potencia de Dios” —cuando se acepta y se cree— es el mensaje de Cristo crucificado,  muerto, sepultado y levantado. “La pa­labra de la cruz es locura a los que se pierden, más a los que se salvan (esta palabra de la cruz) ES potencia de Dios” (1 Cor. 1:18).
3) “Porque en él (en el evangelio) ¡se revela la justicia de Dios de fe en fe!” Este tercer “porque” nos da otra razón por qué Pablo no se avergonzaba de las buenas nuevas: Este mensaje relativo al Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados, que fue sepultado y que fue levantado, trajo a la luz —hizo manifiesta— una justicia de Dios, la cual en verdad ya había sido antes profetizada, pero que en realidad (especialmente para los judíos bajo la ley) constituía verdaderas nuevas: Es a saber, que Dios, ¡actuando en justicia, como veremos, hi­zo depender todo de creer en la obra propiciatoria de Cristo, para que se des- ¡canse por la fe sólo en ella, fuera de toda confianza en la obra humana, cualesquiera que ésta fuere. Era, pues, sobre el principio de la fe en un mensaje; y los  que ejercían fe en ese mensaje, serían contados justos, aparte de todo “méri­to” u “obra” propia cualquiera. Este es el significado de la frase: “de fe en fe” —o diciéndolo más literalmente: proce­dente de la fe (más bien que de las obras) para (los que tienen) fe.
4) “Porque manifiesta es la ira de Dios del cielo contra toda impiedad e in­justicia de los hombres”. Aquí el apóstol demuestra el espantoso estado de culpa­bilidad del hombre, así como su necesidad del evangelio, por lo cual él, lejos de avergonzarse, siente imperiosa nece­sidad de predicarlo.
“La ira de Dios”. Este es el tenor de toda la Escritura en cuanto a la acti­tud de Dios hacia el pecado desafiante. “Entonces llovió Jehová sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de par­te de Jehová desde los cielos”, leemos en Gén. 19:24. Sabemos que “Dios ha esta­blecido un día en el cual ha de juzgar al mundo” (Hech. 17:31); y que El “vi­sitará con ira” en aquel día” (Rom. 3:5).
Pero, gracias a Dios, que aún pode­mos exclamar con el mismo apóstol Pa­blo: “Hoy es el tiempo aceptable, hoy es el día de salvación”. ¡La Gracia aún está lista para alcanzar al más vil de la tierra!
(Extractado de su libro: “Romanos”)
Sendas de Luz, 1976


La enfermedad en la Biblia (Parte II)

Cristo y la enfermedad

En Génesis 3:15 Dios profetizó que Cristo sería “simiente de la mujer”. Isaías profetizo también: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel” (Isaías 7:14). En cuanto a la venida de Cristo al mundo, el milagro no fue el de su nacimiento sino el de su concepción. El ángel Gabriel le dijo a María: “el Espíritu Santo vendrá sobré ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). En el vientre de María, Dios preparó un cuerpo para Cristo (Hebreos 10:5).
Mateo, en su genealogía del Señor, toma extrema precaución para mostrarnos que José no tuvo nada que ver con la concepción de Cristo. Después de haber repetido de otros que engendraron a sus hijos, llega al caso de Cristo y dice: “Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació el Cristo” (Mateo 1:16). José no tuvo nada que ver con el engendramiento del bebé que dio a luz su mujer. Dios se encargó por completo de la concepción milagrosa en el vientre de María. “Lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mateo 1:20).
Dios también vigiló el embarazo de María. Era imposible que naciera con algún problema congénito. En el vientre de la virgen Cristo gozó de la protección divina, pues Él mismo dijo: “sobré Ti fui echado desde antes de nacer, desde el vientre de mi madre Tú eres mi Dios”, desde la cruz (Salmo 22:10). José, por su parte, “no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito” (Mateo 1:25).
Es más, Dios mismo se encargó del parto, otra etapa crítica en su venida al mundo. También desde la cruz, Cristo dijo: “Tú eres el que me sacó del vientre” (Salmo 22:9). Juan describe en Apocalipsis 12:4 las intenciones que tenía Satanás de devorar al niño Jesús tanto pronto como naciese, pero no le fue posible.
Cristo nunca tuvo un accidente o una caída que pusiera en riesgo su salud. “A sus ángeles mandará acerca de Ti, que te guarden en todos tus caminos, en las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra” (Salmo 91:11,12). Escenas de Cristo cayéndose, ya sea en su niñez, ya sea rumbo a la cruz, son inventos de las películas y de las tradiciones religiosas pero no están en la Biblia. En la tentación, el diablo citó mal el Salmo 91 para tratar de hacer que Cristo se saliera de la voluntad de Dios y tuviera un accidente, con las ramificaciones que esto podría producir. El diablo no pudo hacer que Cristo se desviara de la voluntad de Dios y que en consecuencia se lastimara o, incluso, muriera.
No leemos que Cristo se haya enfermado aquí sobre la tierra; en todo momento Él fue el Cordero “sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19) y “se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Hebreos 9:14). Ambos pasajes fueron escritos con judíos en mente y ellos entenderían perfectamente la figura. Cristo vivió perfectamente sano, físicamente hablando, y espiritualmente fue perfectamente santo también.
Cristo tocó al hombre lleno de lepra (Lucas 5:13).El evangelio de Lucas enfatiza la perfección humana de Cristo. Aquí el “médico amado” parece subrayar el hecho de que no había por donde tocar a este leproso sin exponerse a la enfermedad. Cristo lo tocó  pero no se enfermó. Cristo era inmune a la enfermedad porque era inmune al pecado, no porque era inmune al ataque de Satanás. Satanás sí atacó a Cristo, pero no pudo hacer que Cristo pecara, ni, mucho menos, que se enfermara.
Es muy importante saber lo que significan las palabras de Isaías 53:4, 5 ya que hay muchos que, desafortunadamente, enseñan que Cristo murió en la cruz para darnos sanidad física y que, en consecuencia, el creyente en Cristo no debería enfermarse. El pasaje dice: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”.
Este gran pasaje de la Biblia profetiza con muchísima exactitud, con siete siglos de anticipación, la grandiosa obra que Cristo realizaría en la cruz. Pero realmente mira también más allá de la cruz y describe la confesión que harán los judíos, cuando al final de la tribulación verán a Cristo viniendo en gloria y creerán en Él como el Mesías Redentor, cosa que rehusaron creer cuando vino la primera vez. En su primera venida lo vieron como un impostor, y por eso pensaban que su muerte fue un castigo divino. Por eso dirán, “le tuvimos por herido de Dios y abatido”. Descubrirán que estaban equivocados en cuanto a Cristo.
Cuando Cristo venga en gloria, un remanente de la nación de Israel se dará cuenta de que este Mesías glorioso es el mismo humilde Jesús de Nazaret que una vez se identificó tan plenamente con las enfermedades y dolencias de los judíos entre quienes vivió. Cristo no solo sintió simpatía hacia los enfermos, sino que con perfecta empatía sintió los estragos del dolor y de la enfermedad como si Él lo estuviese padeciendo en sí mismo también, aunque nunca había sufrido estas enfermedades. El versículo más corto del Nuevo Testamento, “Jesús lloró” (Juan 11:35), demuestra la gran empatía que mostró el bendito Varón de Dolores que vivió aquí “experimentado en quebranto” (Isaías 53:3).
El significado del pasaje se comprueba al ver cómo se citan estas palabras de Isaías en Mateo 8:14, Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre. 15 Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía. 16 Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; 17 para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”. Cristo no limitó su sanidad de enfermos a horarios específicos, edificios particulares, eventos en estadios, feligreses agremiados, multitudes presentes, oportunidad económica, o a casos más fáciles, como es el caso de tantos charlatanes en nuestros días.
Cuando Isaías 53:4 dice que Cristo llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores se refiere a la vida de Cristo en relación a la enfermedad física existente en Israel en los tiempos de su primera venida al mundo.

Por contraste, Isaías 53:5 tiene que ver con la muerte de Cristo y la enfermedad espiritual de la nación en los tiempos de su segunda venida al mundo. Más allá de todos las heridas que Cristo sufrió de manos de los soldados, el versículo 5 es más bien una descripción de los sufrimientos vicarios de Cristo, o sea, lo que sufrió por otros de parte de Dios al tomar el lugar de sustituto. Al decir “por su llaga fuimos nosotros curados”, quiere decir que viene el día cuando un remanente judío será salvado, o curado, de su herida espiritual, o sea, del problema del pecado, por apropiarse personalmente de la obra de Cristo.

MATEO 24 Y 25 – SUS GRANDES LINEAS

Pregunta: Un lector pregunta: ¿Cuáles son las grandes líneas del discurso profético del Señor en Mateo capítulos 24 y 25?

Respuesta:
— En el capítulo 24: 1-14 se trata de la Venida del Señor para los judíos.
— Del capítulo 24:45 al capítulo 25:30 tenemos la venida del Señor para la iglesia profesante.
— Mientras que Mateo 25: 31-46 nos habla de la venida del Señor para los gentiles o sea las naciones.
—Mateo 24:15 señala un punto de capital importancia: la "ABOMINACIÓN DE LA DESOLACIÓN" (LBLA), que debe llamar nuestra atención, pues revela las fechas o épocas, al mismo tiempo que nos da la inteligencia o entendimiento acerca del porvenir profético. Comparándolo con Daniel 12:11, vemos claramente con qué se relaciona; asimismo indica perfectamente el período de la terrible tribulación de Jacob.
—Mateo 24: 16-28 describe el lamentable estado de Palestina durante la segunda mitad de la última semana de Daniel.
—Mateo 24: 29-44 relata los acontecimientos que se verificarán después de la gran tribulación; la venida del Hijo del Hombre en gloria, y el llamamiento dirigido a la conciencia de los discípulos, los cuales son los representantes de los judíos padeciendo tribulación bajo el poder de la Bestia y del Anticristo.
Las tres parábolas que vienen a continuación; la del siervo malo, la de las diez vírgenes y la de los talentos nos enseñan la relación que existe entre el servicio, la espera de Cristo, y el estado moral del corazón. Todos los santos, todos los siervos de Cristo, hemos de examinarlas y meditarlas atentamente.
El juicio de las naciones, o gentiles, por el Hijo del Hombre es una escena particularmente solemne; basta leer atentamente dicho pasaje para convencerse de que no se trata allí del juicio final.
G. T.

Escenas del Antiguo Testamento. (Parte XI)

Taré

Sin la fe es imposible agradar a Dios, Hebreos 11.6

Taré, padre de Abram, Nacor y Harán, nos es presentado en esta porción de las Sagradas Escrituras, Génesis 11.31, 32, como un peregrino hacia Canaán. “Y tomó Taré a Abram su hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera, mujer de Abram su hijo: y salió con ellos de Ur de los Caldeos, para ir a la tierra de Canaán”. Taré vivió en la “tierra de su naturaleza” hasta ese día en que poniéndose en marcha hacia Canaán hizo pública profesión de ser un verdadero peregrino.
Pero ¿lo fue realmente? No. Los hechos subsiguientes ponen de manifiesto que Taré no fue sino un peregrino de nombre, un mero profesante. La narración continúa: “Y vinieron hasta Harán, y asentaron allí”. El nombre Taré significa “estación” o “paradero”, y en verdad que su nombre está muy de acuerdo con sus hechos. Taré se paró en Harán, y permaneció allí por toda su vida. Al ser interrogado en cuanto a su posición podría contestar: “¡Soy un peregrino!” Sin embargo no se movió de Harán, y al final fue sorprendido por la muerte sin nunca haber llegado al término de su pretendida peregrinación.
Harán “murió en la tierra de su naturaleza”, fuera de Canaán; y Taré con toda su profesión y apariencia de peregrino, murió también fuera de Canaán. “Murió Taré en Harán”.
Taré fue, probablemente, sincero en su creencia de ser un peregrino, pero su sinceridad no le llevó a Canaán. Para llegar a donde deseaba ir, además de sinceridad, necesitamos caminar; y caminar por el camino recto.
Muchos hay en este tiempo que ocupan la falsa y peligrosa posición del sincero Taré: millares de peregrinos de nombre que jamás llegan al término de su viaje. “Soy cristiano” es un dicho muy popular; sin embargo, si nuestras vidas no están en consonancia con las demandas del Cristo, esta confesión tan sólo servirá para nuestra mayor condenación. Fue el mismo Cristo quien dijo: “No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos: más el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos”, Mateo 7:21. Y San Juan añade: “El que dice, Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él”, 1 Juan 2.4.
Una mera profesión, como ceremonias, prácticas rutinarias, y señales externas, podrá satisfacer a los indiferentes, incrédulos e hipócritas; pero el alma consciente de su culpabilidad no se contenta con sólo apariencias; ella busca la realidad de las cosas, y tan sólo descansa cuando ha hallado a Aquel que dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar”, Mateo 11.28.
El cristianismo, tal como es enseñado y practicado por la Iglesia Romana, tiene mucha semejanza con la profesión de peregrino hecha por Taré. Él hizo pública profesión de ser un peregrino, dejando a Ur de los Caldeos y poniéndose en marcha hacia Canaán. El romanista, en la pila bautismal, igualmente hace pública profesión de ser un cristiano, ''renunciando a Satanás, a sus pompas y sus obras, para seguir a Jesucristo.”
Taré, asentado en Harán, y viviendo y muriendo allí, sin jamás llegar a Canaán, hizo evidente el hecho de que nunca fue un verdadero peregrino. La baja moral del pueblo romanista, y el “acerbo número de hechos delictosos” (de que nos hablan las estadísticas) cometidos por bautizados, confirmados, etc., evidencian de la misma manera la triste verdad de que una ceremonia y un nombre, sin la eficacia interna de la fe salvadora, son absolutamente de ningún valor.
Querido lector, una vana profesión del cristianismo tan sólo te servirá para engañar a tus semejantes, y cuando más, para engañarte a ti mismo; pero el día se acerca cuando comprenderás que “Dios no puede ser burlado... todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.

“¿Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para que lo sepa? Porque los caminos de Jehová son derechos, y los justos andarán por ellos, más los rebeldes en ellos caerán”, Oseas 14.9.