sábado, 18 de julio de 2020

PENSAMIENTO

¿Dónde están nuestros corazones? ¿Están ocupados con las cosas de este mundo, o estamos andando en paz hacia el cielo, ocupados con Él, cuyo amor nunca nos deja? Si Cristo está delante de nuestros ojos, entonces pronto deben desaparecer todas las cosas que nos perturban e inquietan

HOMILÉTICA

¿Qué significa Homilética?

            Es la Ciencia y Arte que trata de la preparación y predicación de mensajes de la Palabra de Dios.

Ø  Ciencia: significa conocimiento clasificado

Ø  Arte: es la aplicación y el uso del conocimiento

 

¿Qué valor tiene la Homilética?

            En vista de que la predicación es el método divinamente ordenado para difundir el Mensaje del Evangelio entre los Inconversos y para edificar a los creyentes, cada Siervo del Señor debe procurar que su predicación y enseñanza sean la más eficaces posible (Eclesiastés 12:9-10; Tito 2: 6-10; Rom. 10:13-17).

            La habilidad de Predicar y Enseñar es un Don que Dios da a ciertas cre­yentes. El leer libros, estudiar, asistir a reuniones y conferencias no pueden crear este Don. SÓLO DIOS puede impartirlo. Pero una vez im­partido, el Don DEBE ser desarrollado mediante una preparación correcta para la Gloria de Dios y para la edificación de nuestros hermanos.

            Hay 3 palabras que deben ser bien entendidas:

Ø  DON: El don o Talento viene de Dios

Ø  CONOCIMIENTO: Viene por el estudio concentrado y diligente de la Palabra

Ø  HABILIDAD: Se desarrolla a medida que el don es ejercitado.

            Pablo en su carta a Timoteo, expresa esta verdad cuando dice: Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina (1 Timoteo 4: 16a). Consideraremos ahora 7 requisitos que debe cumplir el que va a predicar y enseñar la Palabra de Dios:

1.    DEBE SER REGENERADO (Haber nacido de nuevo)

2.    DEBE AMAR AL SEÑOR JESÚS

3.    DEBE AMAR A LAS ALMAS

4.    DEBE SER ASIDUO ESTUDIANTE DE LA BIBLIA

5.    DEBE SABER ORAR

6.    DEBE LLEVAR UNA VIDA LIMPIA

7.    DEBE SER APTO PARA EL TRABAJO

 

1. DEBE SER REGENERADO

            Esto parece demasiado obvio, pero es un hecho que hay literalmente miles de los llamados "ministros del evangelio" que nunca han experimentado el poder regenerador del Espíritu Santo de Dios. No saben lo que significa nacer otra vez y ser salvos por la gracia de Dios habiendo aceptado a Cristo como Salvador personal y confesándole públicamente como Señor de sus vidas. (Jn 1:12-13; 3:3-16 Rom 10:9-10 Tito 3:4-7).

            Solamente la persona en quien mora el Espíritu de Dios es apta para apreciar y promulgar la Verdad divina.

            Predicadores no regenerados son "ciegos guías de ciegos" con el hoyo como destino de ambos (Mateo 15:14). Pedro asemejó a los falsos pro­fetas a "fuentes sin agua". Estas atraen al viajero sediento, pero no pue­den apagar su sed (2 P. 2:17). Dios pregunta a los impíos: “¿que tienes tú que hablar de mis leyes, y que tomar mi pacto en tu boca?" (Sal.50:16).

 

2. DEBE AMAR AL SEÑOR JESÚS

            El predicador no debe ser impulsado únicamente por el sentido de obligación que el nuevo nacimiento impone a cada cristiano, sino que debe además sen­tirse constreñido por el amor de Cristo (1 Co. 9:16-22;2 Co. 5:14-15).

            Nuestro Señor mismo, como en todo lo demás, nos ha dejado ejemplo en este respecto. Fue su amor hacia el Padre lo que lo trajo a la tierra en sumisión voluntaria, para llevar a cabo la obra necesaria para nuestra salvación (Jn. 14:31).

            Nuestro Señor imprimió esta necesidad de amor en el corazón de Pe­dro al formularle la pregunta escrutadora: “Simón hijo de Jonás, ¿me amas? A esto Pedro contestó: "Si señor; tú sabes que te amo". Después de esta confesión de amor, Cristo le comisionó: "apacienta mis corderos".

            Esta conversación se repitió 3 veces como para enfatizar que el amor hacia Cristo debe ser la dinámica apremiante en todo servicio para él (Jn. 21:15-19). Pedro parece haber aplicado bien la lección en su corazón como puede apreciarse en su epístola (1 P. 1:7,8).

(Continuará)

LA PALABRERÍA

La palabrería es completamente dañosa a la vida espiritual. La verdadera vida de nuestros espíritus sale en nuestra plática, y, por consiguiente, toda plá­tica vana es un desgaste de las fuerzas vitales del corazón. En los árboles frutales sucede, muchas veces, que la flor en exceso evita una buena cosecha y aún impide por completo el fruto. Cuando hay mu­cha habladuría, el alma se gasta en la flor de la pala­bra, y no hay fruto. Esto no se refiere a los pecado­res, ni tampoco al testimonio dado en palabra para el Señor Jesús, sino de la parlería incesante de algu­nos que profesan piedad. Es una de las cosas que más arruina el alma y la comunión profunda con Dios. Fijémonos cuántas veces contamos las mismas cosas a otros, aumentándolas, aun cuando son insignifican­tes, con una verdadera multitud de palabras, espe­cialmente cuando se trata de algo que nosotros mis­mos hemos hecho; cómo contendemos sobre cosas que no valen la pena; cómo las cosas profundas del Espí­ritu están tratadas con ligereza, hasta que el que tie­ne deseo de estar quieto, tiene que separarse a un lugar silencioso donde pueda recobrar la tranquilidad de su mente para descansar en Dios.

            No solamente necesitamos la limpieza del pecado, sino que también la naturaleza vieja tiene que morir a su propia bulla, actividad y mundanalidad.

            Consideremos algunos de los resultados de la par­lería:

            PRIMERO, disipa el poder espiritual. El pen­samiento y sentimiento del alma son como el vapor y la pólvora, que cuando son concentrados tienen más poder. El vapor bien comprimido, puede llevar un tren a sesenta millas por hora, pero si ese vapor se es­capa inútilmente, no puede ni aun mover ese mismo tren una pulgada. Así cada acción del corazón, si se expresa en palabras dirigidas por el Espíritu Santo, permanecerá en las mentes de los oyentes mucho tiem­po, pero si está disipada en una parlería, probable­mente nunca llevará fruto “La palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (Pr. 15.23)

            Aún en la oración, Dios nos enseña la misma cosa; “Y oran­do, no seáis prolijos, como los Gentiles; que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; por­que vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (Mt. 6.7,8).

            SEGUNDO, es pérdida de tiempo. Si las horas que se gas­tan en pláticas inútiles, fueran gastadas en oración o en la lec­tura de la Palabra de Dios, pronto alcanzaríamos una altura de vida espiritual y paz divina que ni aún soñábamos, ‘‘Bienaven­turado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo sentado es camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; antes en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Y será como el árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará” (Sal 1.1-8).

            TERCERO, la parlería inevitablemente nos lleva a hablar imprudentemente de muchas cosas que son desagradables a Dios y sin provecho para el hombre. “En las muchas palabras no falta pecado: más el que refrena sus labios es prudente” (Pr. 10.19). Tenemos que decir que, aunque todos somos más o menos parleros y habladores, nos toca vivir quietos y humildes como cristianos. Tenemos que guardar nuestros labios, como un centinela guarda su fortaleza, y debemos respetar a los demás a nuestro al derredor, retirándonos muchas veces, para guardar la comunión con el Señor, si los otros empiezan a hablar demasiado.

            El remedio para la parlería viene de un ejercicio íntimo; muchas veces tenemos que ser metidos por Dios en hornos de aflicción para curarnos de ella, consumiendo así la excesiva efervescencia de la mente, o por una revelación al alma de la majestad de Dios y de la eternidad que calman completamente las facultades naturales. Para andar en el Espíritu debemos evitar hablar de los demás, por el solo placer de hacerlo o por entretener a la gente. Para hablar eficazmente debemos saber cuándo y qué quiere Dios que hablemos y hablar en harmonía con el Espíritu Santo.

*      “Detiene sus dichos el que tiene sabiduría: De prudente espíritu es el hombre entendido” (Pr. 17.27).

*      “En quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Is. 30.15).

*      “No te des priesa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios: porque Dios está en el cielo,
y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. Porque de la mucha ocupación viene el sueño, y de la multitud de las palabras la voz del necio” (Ec. 6.2,3).

*      “El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo, que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mt 12.35-37).

*      “El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias” (Pr.-21.3).

*      “Con ella (la lengua) bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, los cuales son hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, no conviene que estas cosas sean así hechas” (Stg. 3.9,10).

            Los cristianos son los que son llamados a reflejar a Cristo Jesús en un mundo donde todos están listos para fijarse en nuestros disparates e inconsistencias, y reprochan así el nombre de nuestro bendito Señor. Examinémonos en la presencia de Dios. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13.35).

            Los días son malos, y el carácter de la Iglesia es el de Laodicea. Velemos, pues, para no perder nuestro gozo, y para que no hagamos caer al flaco en la fe con nuestra parlería.

Tr. Por G. G.

Contendor por la fe, N° 51,52, 1944.


VÍSTETE TU ROPA DE HERMOSURA

(Isaías 52:1-2)

Por S.A. Williams

De "El Sendero del Creyente"


           


En estos versículos el Señor ex­presa su deseo de hacer cosas ma­ravillosas para su pueblo, y lo lla­ma para que se despierte y actúe como corresponde a un pueblo que tiene en vista un futuro tan bendito.


            El Señor dice: “Vístete tu ropa de hermosura, oh Jerusalén”. En esta exhortación también hay una lección para nosotros. El desea que su pueblo esté bien vestido. Cuando el pródigo volvió a su pa­dre era tan humilde que hubiera sido contento de ser un siervo, en vez de aspirar a ser un hijo, pero el padre tuvo pensamientos mucho más tiernos hacia su hijo y dijo: “SACAD EL PRINCIPAL VESTI­DO Y VESTIDLE”, pues el padre deseaba que estuviera bien vestido.

            En Colosenses capítulo 3, el Se­ñor nos da un guardarropa lleno de vestidos preciosos, que desea ver en uso diariamente; dice: “vestíos pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de to­lerancia, sufriendo los unos a los otros. Si alguno tuviera queja de otro, DE LA MANERA que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros, y SOBRE TODAS ES­TAS COSAS VESTIOS DE CARI­DAD, la cual es el VINCULO de la perfección”. ¡Qué conjunto de vestidos preciosos tenemos aquí!

            Pero, ¿lucimos estas prendas preciosas? Mi esposa tenía la cos­tumbre de visitar a una señora que varias veces le mostró el contenido de su guardarropa, lleno de lindos vestidos, pero extraño es decirlo, que casi nunca veíamos que llevara esa ropa.

            El Señor quiere que llevemos nuestros vestidos espirituales dia­riamente, en todas partes, en el hogar, en la oficina, en el taller, y aun en las calles de la ciudad. ¡Cuán grande es la necesidad de hacer así en el día de hoy!

            Un doctor, creyente, estaba an­dando por la calle de un pueblo en una noche muy fría, cuando vio a un joven vendiendo diarios. Casi no había nadie en la calle y con simpa­tía se acercó al joven y comprando un diario, le dio algo más de lo que costaba, y le habló un poco del Se­ñor. Al dejarle le preguntó si no te­nía mucho frío. “No”, contestó; “sentía mucho frío antes de que Ud. llegase, pero no tanto ahora”. ¿Qué era que le quitó el frío? ¿No era acaso el amor en el corazón y la actitud tomada por el doctor? Creo que sí. Este doctor llevaba puesta la “benignidad”, tomada del guardarropa de Colosenses 3.

            En el versículo 14 tenemos otra hermosa prenda; dice: “Y SOBRE TODAS ESTAS COSAS VESTIOS DE CARIDAD”. Este es nuestro “sobre todo”. Una señora solía de­cir que su esposo nunca estaba tan bien vestido como cuando llevaba su SOBRETODO puesto. Bueno, hay una cosa segura, y es que no hay ningún creyente BIEN VESTI­DO al que le falte su SOBRETO­DO, pues dice la Palabra que “es el vínculo de la perfección”. El Se­ñor dijo a sus discípulos antes de partir: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13:34). Tiene que ser el VESTIDO PRINCIPAL, “pues en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. ASI QUE EL SEÑOR DESEA QUE ESTEMOS BIEN VESTIDOS.

            El padre del pródigo no sólo de­seaba que su hijo estuviera bien vestido, sino que se SINTIESE BIEN, y para esto puso en su ma­no un anillo. Qué gozo para el hi­jo. No sería un siervo, sino un hijo, en su propia casa, pertene­ciendo a la familia. Este gozo es nuestro también, pues dice en 1 Juan 3:2: “Muy amados AHORA somos hijos de Dios”. Que este­mos regocijando, felices en el amor y comunión del Padre, mi­rando al futuro sin temor: “Aún no se ha manifestado lo que he­mos de ser, pero SABEMOS que cuando él apareciere SEREMOS SEMEJANTES A EL, porque le veremos como él es”.

            El Padre del pródigo no era so­lamente deseoso de que su hijo fuese BIEN VESTIDO y que se SINTIERA BIEN, pero también que ANDUVIESE BIEN, pues “puso zapatos en sus pies”. Nues­tro Señor también desea que noso­tros ANDEMOS DIGNOS DE EL, que nos ha llamado a su reino y gloria. Somos sus representantes en este mundo. ¡Qué honor nos ha dado! ¿Nos hemos dado cuen­ta? ¡Cuán cuidadosas, honestas y santas deben de ser nuestras vidas delante del mundo! Fue dicho del hijo de Pedro el Grande que estaba estudiando en otro país de incognito, hasta que finalizó sus estudios, que, en su trabajo, su vida y su carácter nunca se había visto nada que quitara de la dignidad de su posición tan exaltada.

            ¡Oh! Que sea nuestro anhelo ANDAR digno de la vocación con que somos llamados con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportando los unos a los otros en amor (Efesios 4:1-2).

            Si estos lindos vestidos son llevados en nuestras vidas estaremos BIEN VESTIDOS, nos SENTIREMOS BIEN y ANDAREMOS BIEN, y la vida de Jesús será manifestada en nuestros cuerpos. “VISTETE TU ROPA DE HERMOSURA”.

Sendas de Luz, Enero-Febrero, 1986

FRUTO QUE ABUNDE EN VUESTRA CUENTA

Identificación, filiación, satisfacción

                                              

Con mucha claridad habló el Señor referente a los frutos que deben dar los hijos de Dios. Tres características de estos frutos acreditan que somos nacidos de simiente incorruptible. (1 Pedro 1:23)

·  Por los buenos frutos somos conocidos en el mundo que somos discípulos de Cristo: los frutos de nuestra identificación (Mateo 7:16).

·  Por la abundancia de los frutos demostramos que somos pámpanos limpios en la vid: los frutos de nuestra filiación (Juan 15:5)

·  Por dar el fruto a tiempo indicamos que somos regados por el poder de arriba: frutos a satisfacción (Juan 7:38)

             El Señor en los días de su ministerio terrenal pronunció tres palabras de las cuales los teólogos sacarían muchos argumentos. Estos son: podar, abonar y secar. La poda es arriba, el abono es al pie y la secura es en la raíz. Esta pericia solamente la hace el Señor de menor a mayor grado para que la planta dé fruto.

            “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará: y todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para que lleve más fruto.” (Juan 15:2) La medida es drástica: el que no lleva fruto es cortado con la horqueta, y el que lleva fruto es podado en los cogollos para que lleve más fruto.

            Leí de una hermana a quien se le infectó la herida de un brazo. Los médicos no encontraron remedio sino amputar el brazo, porque la gangrena había empezado. La hermana tuvo conformidad y aprendió una gran lección. Dijo: “Ahora comprendo que con mis dos brazos nada hice para el Señor. Él me ha enviado esta poda para que yo lo reconozca, pero con su ayuda y con un solo brazo, haré más de lo que no hice con los dos.” De modo, hermanos, que, si hay ramas viciosas, sin frutos, el Señor las va a podar por medio de la disciplina, las pruebas o el castigo. (Hebreos 12:5-17)

            Ahora bien, en Lucas 13:6-9 el Señor extiende su misericordia y otorga sus privilegios. Nunca en su historia recibió Israel más bendiciones que en los tres años del ministerio del Señor. Con todo esto no dió los frutos que el Señor buscaba. Entonces prolongó su gracia y resolvió excavar y estercolar. Para el pueblo del Señor hoy, el período ha sido más largo, las oportunidades más grandes y, en toda la luz de estos privilegios, “A cualquiera que fue dado mucho, mucho será vuelto a demandar de él.” (Lucas 12:48)

            Muchas veces este abono viene por visitaciones, prosperidad, libertad de cultos y muchas bendiciones más, para que demos los frutos que el Señor quiere. A la iglesia de Tiatira el Señor dijo: “Yo le he dado tiempo para que se arrepienta de la fornicación; y no se ha arrepentido.” (Apocalipsis 2:21)

            En Mateo 21:18-20 son los dos extremos. El dueño de la viña en ocasiones anteriores había venido a buscar fruto de su viña y no lo halló; sin embargo, “No retuvo para siempre su enojo, porque es amador de misericordia.” (Miqueas 7:18) Ahora el Señor de la viña tiene hambre y la higuera (su pueblo) no tiene frutos.

            Hermanos, en Juan 15 los frutos son amor. “Si guardareis mis mandamientos, estaréis en mi amor.” (15:10). En Lucas 18 los privilegios son por gracia, v. 8. “más cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, no por obras de justicia que nosotros habíamos hecho ...” (Tito 3:4,5)

            En Mateo 21:18,19 el juicio a la higuera es por esterilidad. El Señor tiene hambre de más oración, más amor, más consagración, más santidad. Religión exterior no da frutos. Nabal, el del Carmelo, era muy rico y en el esquileo parecía ser un árbol con mucho fruto, pero cuando David, que había guardado y protegido sus intereses, envió a buscar fruto se encontró con hojas solamente. (1 Samuel 25:1-38)

            Ningún discípulo de Cristo ha regado su árbol como Pablo; nunca menguó en sus nuevos frutos. (Gálatas 5:22,23). Tan solícito era que hizo así: “Me he hecho a los flacos flaco, por ganar a los flacos: a todos me he hecho todo, para que de todo punto salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, por hacerme juntamente participante de él.” (1 Corintios 9:22,23)

José Naranjo

La Sana Doctrina (1958 a 1981)


SALGAMOS PUES A EL

Por W.E. Vine

                       


            En esta exhortación se indican dos circunstancias contrastadas. La primera es: separación; la se­gunda: atracción. Es el carácter y poder de Cristo que inspira el ac­to de dar las espaldas a todo lo que le es contrario. El sufrió por nosotros “fuera de la puerta”; en verdad, la comprensión de esto y todo lo que significó para el Señor impulsará al creyente a una com­pleta separación de lo que es in­consistente con su voluntad y de­seo.

           Andar con el Señor es “salir fuera del real”. Esto tiene un sig­nificado mucho más amplio que una mera abstención de todo lo que constituya ritualismos legales y exteriores, pues más que esto in­volucra la idea de ir “a Él”. En un aspecto, se refiere a toda forma de religión sistematizada y arreglada por las tradiciones de los hom­bres, cuyo resultado es el aparta­miento denominacional de las en­señanzas de la Palabra de Dios. Así como el judaísmo estableció su propia religión como sustituto de lo que Dios había prescripto en su Palabra, el llamado cristianismo ha resultado una esfera en la cual la tradición humana, eclesiástica u otra, ha reemplazado las instruc­ciones y principios del Nuevo Tes­tamento por enseñanzas y prácti­cas adoptadas por guías religiosas. Todo esto está representado por “el real”. Salir de él para ir a Cris­to significó y todavía significa vi­tuperio. Pero lo importante es que es “SU vituperio”; es un privilegio y gozo para el verdadero segui­dor de Cristo poderse identificar así con Él.

            En un sentidlo más amplio de la exhortación, somos llamados a separarnos de cualquier cosa que pu­diera corromper nuestras mentes de “la simplicidad que es en Cris­to” (2 Co. 11:3). Simplicidad sig­nifica unidad de sentido. Es la uni­dad por la cual podremos “serle agradables” (2 Co. 5:9). La cruz de Cristo estaba “fuera del real". Durante los días de su carne El llevó un fiel testimonio en contra de todo lo que se apartara de Dios, tanto religioso como moral. Su testimonio, por palabra y hecho, le acarreó el “vituperio” y amargo odio; sin embargo, el Señor, dán­doles sus espaldas, voluntariamen­te salió “fuera del real” para sufrir la cruz. Todo indicaba una devo­ción perfecta a su Padre.

            Cuando pensamos que todo es­to fue a nuestro favor, no sólo pa­ra librarnos de la perdición eterna, sino también para “santificarnos con su propia sangre”, ¿cómo po­dremos desistir de “salir a El”? Su gracia santificadora, haciéndo­nos suyos y separándonos para El, es suficiente para inspirarnos una devoción superlativa. Es fácil evi­tar el vituperio. Demas lo evitó “amando más a este siglo”, lo que fue para él una pérdida irreparable. Tenemos un triple enemigo contra nuestros más altos intereses de leal­tad para Cristo: el mundo, la carne y el diablo. “Salir a Él” señala una victoria sobre el mundo en todos sus aspectos; es lo que permite de­cir al verdadero cristiano: “el mun­do me ha sido crucificado a mí y yo al mundo” y experimentar que “los que son de Cristo Jesús (los que no sólo le pertenecen, pero participan de su mente, su carácter y su voluntad) han crucificado la carne con sus pasiones y concupis­cencias” (Gál. 5:24).

            Despertémonos pues para dar una respuesta más decidida a su atrayente poder, para comprender más profundamente nuestra deuda para con el Señor, y para identifi­carnos más con su causa “fuera del real”, considerando que “no tene­mos aquí ciudad permanente, más esperamos la por venir”.

Sendas de Luz, Enero-Febrero, 1986

“UN SOLO CUERPO" Y "LA UNIDAD DEL ESPÍRITU"

 Pregunta: ¿Qué diferencia hay entre el hecho de retener la verdad de "un solo cuerpo", y el de guardar "la unidad del Espíritu"?

Respuesta: Todos los hijos de Dios, en quienes mora el Espíritu Santo son miembros del único y "mismo cuerpo", formado por un "mismo Espíritu. El cuerpo no puede ser destruido, ni dividido, porque es formado por el poder divino. Pero lo que fracasó completamente fue la MANIFESTACIÓN del único o solo cuerpo y del solo Espíritu, y de ahí viene la confusión que reina actualmente en la cristiandad.

            En la práctica, somos llamados a obrar como miembros del "solo cuerpo", a lo cual nos conduce la actividad del "solo Espíritu"; la Palabra de Dios no nos dice que debamos guardar la unidad del cuer­po, pero sí la "unidad del Espíritu". El Espíritu Santo es el poder para obrar todo lo que es según Dios, y por medio de la Palabra, Él ordena todo lo que se relaciona con nuestra marcha como individuos, y con nuestra acción colectiva sobre el terreno de la Asamblea.

            Cuando es el Señor el que habla a Sus iglesias, nos manda que oigamos "lo que el Espíritu dice"; y como solamente hay Un Espíritu (un solo Espíritu), el cual mora en la Iglesia que está sobre la tierra el Señor ordena a cada uno que oiga lo que el Espíritu dice a cada asamblea. "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las igle­sias." (Apocalipsis 2 y 3). De modo que el Señor invita a cada miembro del solo o “único cuerpo" a estar atento a lo que dice tocante a cada iglesia o asamblea; y si todos los miembros del cuerpo prestaran oído a lo que el Espíritu dice a las iglesias y obrasen en consecuencia, la unidad del Espíritu sería guardada.

            Pero en realidad no todos los miembros del "solo cuerpo" oyen, están atentos, y tal vez los hay que no se preocupan por oír lo que el Espíritu dice. Resulta pues de ello, y de manera evidente, que todos aquellos que oyen deben obrar en fidelidad al Señor, y - por dolo­roso que sea - separarse de aquellos que no están atentos a lo que dice el Espíritu. Porque la Palabra nos ordena que guardemos, a toda costa "la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". ¿Podríamos guardarla plenamente obrando de otra manera?

            Supongamos que algún mal de carácter desconocido hasta hoy, se manifieste en una asamblea local, en medio de aquellos que se congregan sobre el terreno de la Iglesia o Asamblea de Dios. ¿Qué harán los que deseen ser fieles? ¿Adoptarán una actitud de indiferencia? ¡En ninguna manera, aunque el mal se halle en una asamblea muy distante o alejada! Si creen que un "sólo Espíritu" mora en la Asamblea, serán ejercitados y acudirán al Señor buscando la "palabra de Su gracia". Esta es la senda donde el Espíritu guía los corazones sinceros. El Señor dice: "Oíd lo que el Espíritu dice", y los creyentes que oyen, sinceramente ejercitados, no tardarán en discernir que el Espíritu censura y condena este mal como profano, opuesto a la verdad y a la naturaleza de Aquél que se llama el Santo y el Verdadero. Los que miran a los hombres no discernirán el camino de la fidelidad, pero el pensamiento del Señor será revelado a aquellos que confían en El y honran al Espíritu Santo.

            Además, no olvidemos los puntos siguientes, de importancia primordial:

1.- La unidad del Espíritu es y debe ser conforme con la santidad, con la separación del mal, porque es el Espíritu Santo.

2.- Debe ser según la verdad, pues "el Espíritu es la verdad." (1 Juan 5:6), y guía "a toda la verdad" (Juan 16:13); "tu palabra es verdad".

3.- La senda del Espíritu nos llevará forzosamente a buscar la "gloria del Hijo", pues Jesús dijo: "El me glorificará".

4.- Aquellos que se oponen, de un modo u otro, a la acción del "sólo Espíritu", deshonran gravemente al Señor, contristan al Espí­ritu Santo con el cual son sellados, se perjudican a sí mismos, extravían tal vez a otros y debilitan el testimonio.

            Seamos ejercitados para mirar por encima de los hombres, y oír "lo que el Espíritu dice" ¡Confiemos plenamente en Aquél que puede preservarnos de caídas!

 

Traducido de "Le Messager Evangélique".

Revista "VIDA CRISTIANA", AÑO 1960, No. 48.-


EL REINO QUE IMPORTA

Ante todo, esto y en sorprendente contraste, nos encontramos con el reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. En Su reino, la prioridad y el énfasis está en lo espiritual, no en la carne; el valor de lo eterno sobrepasa con creces al de lo temporal. No es tanto que se desprecie el placer, sino que se busca en su forma y manifestación más pura, y tan sólo en su verdadera fuente.

Tengo sed, pero es distinta a cuando ayer

Deseaba las vanas delicias terrenas sorber;

Tus heridas me imponen y requieren, oh Emanuel,

Que no busque aquí en la tierra mi placer.

 

Tan sólo la entrañable cruz al contemplar

Logró de las cosas terrenas mi alma alejar,

Enseñándome a tener por basura lo demás,

La risa de necios y la pompa real.

—William Cowper

En el reino de Cristo, el verdadero deseo no está en la riqueza; la prosperidad espiritual es lo que realmente vale y cuenta. La preocupación del reino del cielo es la justicia, la paz y el gozo. Cristo, y no uno mismo, es el centro. Todo se valora según es a Sus ojos. Mientras que los del mundo aman al dinero y estiman ligeramente a Dios, los súbditos del reino de Cristo estiman ligeramente al dinero y aman a Dios.


William Macdonald, Mundos Opuestos, Capítulo 2


LA LEY Y LA GRACIA (2)


¿Qué podemos decir de la idea de que la gracia vino con el objeto de ayudarnos a guardar la ley, de modo que vayamos al cielo de esa manera?

Sencillamente que esto es totalmente opuesto a la Escritura. En primer lugar, la idea de que guardar la ley faculta a una persona a ir al cielo es una falacia. Cuando el intérprete de la ley le preguntó al Señor: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”, él fue referido a la ley y, después de haber dado un correcto resumen de sus demandas, Jesús respondió: “Bien has respondido; haz esto, y vivirás” (Lucas 10:25-28). No se dice ni una palabra acerca de ir al cielo. La vida sobre la tierra es la recompensa por guardar la ley.

En segundo lugar, la gracia fue introducida, no para ayudarnos a guardar la ley, sino para traernos salvación de su maldición por Otro que llevó esta última por nosotros. El capítulo 3 de Gálatas nos muestra esto muy claramente.

Si se requiere no obstante una confirmación adicional, léase Romanos capítulo 3, y nótese que cuando la ley ha declarado culpable a un hombre y ha hecho cerrar su boca (v. 9-19), la gracia, a través de la justicia, justifica “sin la ley” (v. 20-24).

Léase también 1.ª Timoteo. La ley fue hecha para condenar a los impíos (v. 9-10). El evangelio de la gracia presenta a Cristo Jesús quien “vino al mundo para salvar a los pecadores” (v. 15), y no, nótese bien, a ayudar a los pecadores a guardar la ley para que así puedan salvarse a sí mismos.

 

Si la ley no fue dada para que la guardemos y seamos así justificados, ¿para qué entonces fue dada?

Dejemos que la Escritura misma conteste:

 

o   “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice… para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Romanos 3:19).

o   “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase” (Romanos 5:20).

o   “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones” (Gálatas 3:19).

 

La ley, como toda otra institución de Dios, logró significativamente su propósito. Fue perfectamente capaz de declarar culpable y cerrar la boca del religioso más obstinado y presuntuoso. Sólo la gracia lo puede salvar.

 

¿Ha puesto a un lado la gracia entonces a la ley, y la ha anulado para siempre?

La gracia, personificada en Jesús, ha llevado la maldición de la ley quebrantada, redimiendo así de su maldición a todos los que creen (Gálatas 3:13).

Además, nos ha redimido de estar bajo la ley misma, y ha puesto todas nuestras relaciones con Dios sobre una plataforma totalmente nueva (Gálatas 4:4-6).

Ahora bien, si el creyente ya no está más bajo la ley, sino bajo la gracia, no debemos suponer que la ley misma es anulada ni puesta de lado. Su majestad nunca fue más tenida en alto que cuando Aquel justo sufrió como Sustituto bajo su maldición, y multitudes retrocederán de terror ante su acusación en el día del juicio (Romanos 2:12).

 

¿Qué daño se produce en un cristiano que adopta la ley como regla de vida?

Un gran daño. Al hacerlo, el cristiano “cae de la gracia” (Gálatas 5:4), porque la gracia no sólo lo salva, sino que también le enseña (Tito 2:11-14).

Al vivir guardando la ley, el cristiano rebaja la norma divina. Cristo, y no la ley, es la norma del creyente. Éste además se apodera así de un poder de motivación erróneo. Uno por recelo puede intentar, aunque insatisfactoriamente, guardar la ley, y tratar de regular el poder de la “carne” dentro de sí. Pero el Espíritu Santo es el poder que controla la carne y que conforma al creyente a Cristo (Gálatas 5:16-18).

Por último, él hace violencia a las relaciones en que está por la gracia de Dios. Aun cuando es un hijo en la libertad de la casa y del corazón del Padre, ¡él insiste en ponerse bajo el código de reglas formulado para hacerse cumplir en el recinto de los domésticos!

¿No hay nada de malo en todo esto? Creemos que sí.

 

Si se enseñara que el cristiano no está bajo la ley, ¿no conduciría eso a todo tipo de males?

Lo haría en el caso de que una persona profesara ser cristiana sin haber nacido de nuevo, o mostrara arrepentimiento, sin estar bajo la influencia de la gracia y sin haber recibido el don del Espíritu Santo.

Puesto que nadie es cristiano sin estas características, el caso toma un matiz diferente, y razonar de la manera sugerida no hace más que poner de manifiesto una deplorable ignorancia de la verdad del Evangelio.

El argumento se reduce simplemente a esto: que la única manera de que los cristianos pueden vivir vidas santas es guardando la ley, como si ellos tuviesen tan sólo una especie de naturaleza puerca, y la única manera de guardarlos fuera del fango fuese con palos. La verdad es que, aunque la carne está todavía en el creyente, él también tiene la nueva naturaleza, y con ella Dios lo identifica. El creyente tiene el Espíritu de Cristo como guía, y de ahí que pueda ser puesto con seguridad bajo la gracia; porque después de todo es la gracia la que domina.

Si la gente quiere contender con esto, su contienda es contra la Escritura citada al principio.

 

“El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14).

 

            Hombres inconversos pueden tratar de hacer uso de la gracia como excusa para el mal, pero ésa no es ninguna razón para negar la verdad declarada en ese versículo. ¿Qué verdad hay en la Biblia de la que los hombres perversos no hayan cometido abusos?

 

¿Indica la Escritura la manera en que la gracia mantiene al creyente en orden, a fin de que pueda vivir una vida que agrade a Dios?

Efectivamente. Tito 2:11-15 nos proporciona la respuesta:

 

 “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie.”

 

En el cristianismo la gracia no solamente salva, sino que además enseña; y ¡qué maestro efectivo resulta ser! Ella no llena nuestras cabezas de frías reglas y reglamentos, sino que somete nuestros corazones bajo la influencia del amor de Dios. Aprendemos lo que agrada a Dios tal como se ve manifestado en Jesús. Y, al tener el Espíritu Santo, comenzamos a vivir una vida sobria, justa y piadosa.

Hay una gran diferencia entre los hijos de una familia mantenidos en orden por temor al azote a causa de su mala conducta, y aquellos que viven en un hogar donde reina el amor. El orden puede reinar en el primer caso, pero terminará en una gran explosión antes que los niños entren en años. En el segundo caso, no sólo hay obediencia, sino también una respuesta gozosa a los deseos del padre, fruto de los correspondientes afectos.

Dios gobierna a sus hijos sobre la base del principio del amor, y no sobre el principio del castigo con la vara.

¡Que vivamos nuestras vidas cristianas con la feliz conciencia de esto!