domingo, 2 de marzo de 2014

¿Qué hay de malo en estudiar?

Respuesta a una carta



Querido joven,


No vemos nada malo en que dediques tus ratos libres para perfeccionarte en las letras, las matemáticas y la contabilidad, para ser más eficiente en tu profesión, siempre y cuando ello no te quite tiempo para tu estudio personal de la Biblia y la oración en privado. Pero si fueses a estudiar estas cosas por ambición, entonces eso sí sería claramente malo. Somos de la opinión de que el apóstol Pablo no se habría opuesto a leer un tratado sobre cómo hacer tiendas si con ello se hubiese perfeccionado en su profesión. No obstante, uno debe ser muy cuidadosamente guiado en tales cosas por los resultados morales que producen en el espíritu de uno. Nos preocupa sobremanera tu situación y rogamos que el Señor te guíe y te bendiga, así como que haga de ti una bendición. Nada nos resulta más grato que servir de ayuda, de la manera que fuere, a un joven creyente.

LA MIRADA A CRISTO

Hay una diferencia entre la regeneración por el Espíritu y la presencia del Espíritu como un sello. Es preciso haber creído antes para que Dios pueda poner su sello sobre una persona. El Espíritu puede actuar con anticipación, como por ejemplo hace al quebrantar el corazón antes de nacer la fe, pero no lo hace como sello. Unas veces el poder del Espíritu produce frutos en nosotros, y en otras nos hace humillarnos para que seamos conscientes de lo bueno y lo malo, pero esto no es gozo. La realidad es que esta obra es mucho más inmensa que el propio gozo, pues a veces vemos cosas en nosotros que no hemos juzgado delante de Dios a causa del gozo. Cuando Dios nos da a disfrutar del verdadero objeto para que de veras gocemos de él, quebranta nuestro corazón para que la obra sea más intensa. El Espíritu nos hace ser conscientes de las cosas que no son conforme a Dios, y este conocimiento de nuestro yo es necesario que lo tengamos a fin de poder conocer a Dios. No me refiero a que si anduviéramos tal como es su deseo no podría llevarse a cabo esta obra sin la pérdida del gozo; pero este no es el caso del cristiano. Se hace necesario para Dios volvernos hacia Él y que obre en nosotros para que nos demos cuenta de lo mucho que nuestra negligencia estorba la mirada.
No debería sorprendernos que Dios quiera mostrarnos tal como somos; y esto da lugar a que en ocasiones no veamos a Dios porque Él hace que nos veamos a nosotros mismos. Muchas personas creen que la seguridad que tenemos, total e inquebrantable, de nuestra salvación, nos lleva a descuidar el estado de nuestras almas; sin embargo, esto es un error. El Espíritu Santo ha puesto su trono en nuestros corazones, y si nos juzgamos a nosotros mismos no seremos juzgados, ya que es Él quien hace que gocemos de Dios y que juzguemos las cosas en nosotros que no son divinas. Dios también juzga la conducta y el corazón por su Espíritu, lo que no impide que este Espíritu sea el sello que Dios nos ha dado como testimonio de su perfecto e inmutable amor hacia nosotros, de la fuerza de una vida de libertad y del Espíritu de adopción.

PENSAMIENTO

Antiguamente, los esclavos llevaban el nombre de su amo escrito sobre sus frentes. Precisamente a esto se refiere el apóstol Juan cuando dice: “Su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:4). La frente es la parte más visible de nuestro cuerpo. De igual manera, todos deberían ver a las claras que pertenecemos a Dios.

Grito de Angustia.

Grito de Angustia.
Quisiera poder contar todas mis vivencias;
Quisiera poder decir lo feliz que me siento;
Quisiera poder gritar con toda el alma lo que soy…
pero… no puedo.
Me miro en el espejo, que es mi Señor,
y lo que veo…, veo que es tan poca cosa.
Camino y camino y no llego a nada:
busco, aprendo y olvido.
¡Que miserable me siento no poder servir
como mi Señor lo requiere!

Todo lo que intento fracasa,
todo lo que quiero, falla.
Quisiera poder  conocer al objeto de mi amor
y me doy cuenta que nada se.
Quisiera poder decirles a todos de quien soy, pero mis palabras  no salen de mi boca;
y esto me angustia,
porque del evangelio me avergüenzo

Quisiera poder hablar de Él,
y no sé cómo empezar,
porque nada sé
Quisiera ser firme en la fe,
y cuando viene al adversidad,
dudas aparecen que laceran mi alma.

Dios mío,
¡Oh, qué desgraciado soy!
Cada vez que la adversidad llega
y el sufrimiento se acerca,
siento que estas lejos de mí,
y apartarme de ti surge en mi mente.

¡Dios mío! Sé que eso es imposible.
Mi alma está tan ligada a ti,
que sólo pensar en tal separación,
un sufrimiento inmenso aparece,
de ver a mi alma lejos de ti

Entonces comprendo
que con todo lo necio que soy,
con todo lo fracasado que soy,
con todo lo falto de conocimiento que tengo,
tengo a mi lado a Jesús que murió por mí y
 que me ama igual que al más sabio de los cristianos.

Y por eso lucharé para ser como Él;
a seguir sus pisadas.
De modo que puedan decir
cuando me vean:
ahí va un cristiano  feliz, porque ven a Cristo en mi

Anónimo

Meditaciones

“...y sed agradecidos”  (Col 3:15).


Un corazón agradecido da aliciente a la vida. Al terminar una cena, uno de los hijos dijo: “Mamá, la cena estaba buenísima”. Ese comentario añadió un toque cálido a aquel feliz hogar.
Con mucha frecuencia dejamos de expresar nuestro agradecimiento. El Señor Jesús sanó a diez leprosos, pero sólo uno regresó a darle las gracias, y era samaritano (Luc_17:17). Sacamos dos lecciones.
La gratitud es escasa en el mundo de los hombres caídos y cuando hace su aparición, viene de donde menos la esperamos.
Es fácil sentirse entristecidos cuando mostramos alguna bondad a los demás y no tienen siquiera la cortesía de decirnos “Gracias”. Por la misma razón debemos comprender cómo se sienten los demás cuando no les expresamos gratitud por los favores recibidos.
Aun un examen superficial de la Biblia nos deja ver que está saturada de exhortaciones y ejemplos de acciones de gracias a Dios. Hay muchas cosas por las que debemos estar agradecidos para con él; probablemente no podríamos enumerarlas todas. Nuestras vidas deben ser salmos de acción de gracias a él.
Miles de preciosos dones
A diario te agradezco;
Y mi alegre corazón
Los prueba con gozo henchido.
Debemos cultivar el hábito de expresar agradecimiento también los unos a los otros. Un caluroso apretón de manos, una llamada telefónica o una carta, ¡cómo levantan nuestro ánimo! Un doctor ya entrado en años, recibió de uno de sus pacientes una nota de agradecimiento junto con el pago de una factura. El médico guardó aquella nota entre sus más apreciadas posesiones; era la primera que recibía.
Debemos ser prontos para expresar gratitud por los obsequios, la hospitalidad y el transporte gratis, por el préstamo de herramientas u otras cosas, por ayuda que se nos brinda para nuestros proyectos de trabajo, por cada forma de bondad y de servicio que se nos muestra.
       El problema es que con mucha frecuencia damos estas cosas por sentado o somos demasiado indisciplinados para sentarnos a escribir una carta. Nos escudamos diciendo: “en nuestra cultura no se escriben notas dando las gracias”. Pero si así es el caso, siendo cristianos debemos romper con la mala costumbre de nuestra cultura, y desarrollar el hábito de dar las gracias, siendo conscientes de todo lo que tenemos por lo que debemos estar agradecidos, y entrenarnos para reconocer estas cosas sin dilación. La prontitud de este reconocimiento multiplica las gracias.

“TENED FE EN DIOS”

¡Cuán propensos somos, en los momentos de apremio y dificultad, a volver nuestros ojos hacia los recursos de los hombres! Nuestros corazones están llenos de confianza en la endeble criatura, de esperanzas humanas y de expectativas terrenales. Sabemos relativamente poco de lo bendito que es mirar simplemente a Dios. Somos rápidos para mirar a cualquier parte antes que a él. Corremos hacia cualquier cisterna rota y procuramos apoyarnos en algún báculo de frágil caña, cuando tenemos una Fuente inagotable y la Roca de los siglos siempre cerca.
          Sin embargo, hemos probado un sinnúmero de veces que el hombre es cual tierra árida, agotada, sin agua. Con total seguridad, cuando recurramos a él, no dejará de defraudarnos. “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?” (Isaías 2:22). Y de nuevo: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada” (Jeremías 17:5 y 6).
          Tal es el triste resultado de apoyarse en la criatura: aridez, desolación, desazón; como la retama en el desierto. Ninguna lluvia refrescante, ningún rocío del cielo, ningún bien, nada excepto sequedad y esterilidad. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando el corazón está apartado del Señor, única fuente de bendición? No está al alcance de la criatura satisfacer el corazón. Sólo Dios puede hacerlo. Él puede satisfacer cada una de nuestras necesidades y cada uno de nuestros deseos. Dios nunca falla al corazón que confía en Él.
          Pero se debe confiar en él de veras. “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice” que confía en Dios, si realmente no lo hace? Una fe fingida no conducirá a nada. De nada vale confiar de palabra o de lengua. Es menester que lo sea de hecho y en verdad. ¿Qué provecho tiene una fe que pone un ojo en el Creador y el otro en la criatura? ¿Pueden Dios y la criatura ocupar la misma plataforma? ¡Imposible! Debe ser Dios o la criatura, con la maldición que siempre sigue cuando tiene lugar esta última opción.
          Notad el contraste: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Pues será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17:7 y 8).
          ¡Cuán bendito! ¡Cuán brillante! ¡Cuán precioso! ¿Quién no pondría su confianza en un Dios así? ¡Cuán placentero es que uno se halle completa y absolutamente en sus brazos! Estar confinado a Él. Tenerle ocupando toda la amplitud de visión del alma. Hallar todas nuestras fuentes en él. Ser capaces de decir: “Alma mía, en   Dios  solamente reposa, porque de él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré” (Salmo 62:5 y 6).
          Nótese esa palabra: “solamente”. Es muy escrutadora. De nada aprovechará que digamos que confiamos en Dios, cuando estamos todo el tiempo mirando de reojo a la criatura. Estar hablando frecuentemente de mirar al Señor cuando, en realidad, estamos esperando que nuestros semejantes nos ayuden, es de temerse sobremanera. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9 y 10).
          ¡Cuánta necesidad tenemos de juzgar en la presencia de Dios las  más profundas motivaciones que animan nuestro corazón! Somos muy propensos a engañarnos a nosotros mismos por el uso de frases que, en lo que a nosotros respecta, no tienen absolutamente ninguna fuerza, ningún valor, ninguna verdad. El lenguaje de la fe podrá estar en nuestros labios, pero, en realidad, el corazón está lleno de confianza en el hombre. Hablamos a los demás acerca de nuestra fe en Dios, sólo con el propósito de que nos ayuden a salir de nuestras dificultades.

          Seamos honestos. Caminemos a la clara luz de la presencia de Dios, en la que cada cosa es vista tal como realmente es. No privemos a Dios de su gloria, ni a nuestras almas de abundantes bendiciones, por una hueca profesión de dependencia en él, cuando, en realidad, el corazón está yendo secretamente en pos de alguna fuente humana. No perdamos tan grande gozo, paz y bendición, tan grande fuerza, estabilidad y victoria que la fe siempre halla en el Dios viviente, en el viviente Cristo de Dios y en la viviente Palabra de Dios. ¡Oh, tengamos fe en Dios! (Marcos 11:22).

CRISTO, LA LUZ DE LA INTELIGENCIA ESPIRITUAL

Dios, cuando comunica algo al hombre, nunca lo hace de forma oscura. Sería una teoría monstruosa sostener que Dios, cuando da una revelación, lo hace de manera tal que resulte imposible que la entiendan aquellos a quienes quiso dirigirla. ¿Qué es lo que hace que todas las Escrituras resulten tan difíciles? No es su lenguaje. Una sorprendente prueba de ello la podemos ver en el hecho de que si alguno preguntase qué parte del Nuevo Testamento considero que es la más profunda, en seguida me referiría a las epístolas de Juan; y es más, afirmo que no hay ninguna otra parte que esté expresada en lenguaje más simple que estas mismas epístolas.
Las palabras no son las de los autores o redactores de este mundo. Tampoco los pensamientos son enigmáticos ni llenos de alusiones extrañas y abstrusas. La dificultad de la Escritura estriba en el hecho de que ella es la revelación de Cristo para las almas que tienen sus corazones abiertos por la gracia para recibirla y para valorarla. Ahora bien, Juan fue uno que había sido admitido a esta gracia de manera preeminente. De todos los discípulos, él fue el más favorecido en la intimidad de la comunión con Cristo. Ello fue así, ciertamente, cuando Cristo anduvo sobre la tierra; y Juan fue especialmente utilizado por el Espíritu Santo para darnos los pensamientos más profundos del amor y de la gloria personal de Cristo.
La verdadera dificultad de la Escritura consiste, pues, en el hecho de que sus pensamientos están infinitamente por encima de nuestra mente natural. Para entender la Biblia, debemos renunciar al yo. Debemos tener un corazón y un ojo para Cristo, o, de lo contrario, la Escritura se convertirá en una cosa ininteligible para nuestras almas; mientras que, cuando el ojo es sencillo, el cuerpo entero está lleno de luz. Por eso podemos encontrar a un hombre erudito, completamente errado, por más que sea cristiano. Bien puede verse impedido de entender las epístolas de Juan o el Apocalipsis, por ser demasiado profundos para él; mientras que, por otra parte, podemos hallar a un hombre muy simple que, si bien puede no ser capaz de entender plenamente estas Escrituras o de explicar cada porción de las mismas correctamente, no obstante bien puede gozar de ellas; pues estas Escrituras comunican pensamientos inteligibles a su alma, proveyendo además consuelo, guía y provecho.
Incluso si se tratara de eventos del porvenir, de Babilonia y de la bestia, el hombre sencillo encuentra allí grandes principios de Dios que, por más que se hallen en el libro considerado como el más oscuro de todos los libros de la Escritura —el Apocalipsis—, no obstante tienen un efecto práctico en su alma. La razón es que Cristo está ante él, y Cristo es la sabiduría de Dios en todo sentido. No se trata, naturalmente, de que puede entenderlo porque sea ignorante, sino de que puede hacerlo a pesar de su ignorancia. Tampoco porque un hombre sea erudito, es capaz de entrar en los pensamientos de Dios. Ya sea ignorante o docto, hay un solo camino: el ojo que ve lo que se refiere a Cristo. Y cuando se tiene eso firmemente fijo ante el alma, creo que Cristo viene a ser la luz de la inteligencia espiritual de la misma manera que lo es de la salvación. Y el Espíritu Santo constituye el poder que permite comprender; pero Él nunca da esa luz excepto a través de Cristo. De no ser así, el hombre entonces tiene un objeto ante sí que no es Cristo, y, por lo tanto, no puede entender la Escritura, la cual revela a Cristo. El tal está tratando de forzar las Escrituras en apoyo de sus propios objetivos, cualesquiera que sean, pervirtiendo de esta forma la Escritura. Ésta es la verdadera clave de todos los errores respecto de la Escritura. El hombre agrega sus propios pensamientos a la palabra de Dios, y elabora un sistema que no tiene ningún fundamento divino.
 The BIBLE TREASURY, Vol. III.-No. 48, pág. 69, 1 de mayo de 1860

LA PAZ

Antes de dejar a los suyos para volver al Padre, el Señor Jesús les dio el consuelo que necesitarían durante el tiempo de su ausencia; porque no quería de ninguna manera que sus corazones quedaran turbados (Juan 14:1, 27). Con ese fin, añadió esas importantes palabras: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). El Señor conocía todas las necesidades de los que le pertenecían, y se complacía en responder según su corazón y sus riquezas. ¿Quién otro podría hacerlo? Lo primero que necesitaban como pecadores ante la presencia de Dios, se los proporcionó a costa de su perfecto sacrificio. Los discípulos entendían muy poco al respecto, aunque el Señor les habló muchas veces de sus sufrimientos y de la necesidad de su muerte (Mateo 16:21). Simón Pedro lo ignoraba cuando trató de defender a su Maestro de aquellos que vinieron a prenderle. Entonces, tuvo que oír estas palabras: “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11). Mucho tiempo atrás, el Antiguo Testamento dio a conocer la necesidad de su muerte, ya por numerosas figuras o por declaraciones proféticas concisas; y las Escrituras debían cumplirse para gloria de Dios y para nuestra eterna bendición.

La paz con Dios (Romanos 5:1)
            Para estar reconciliados con Dios, era necesario que nuestros pecados fueran enteramente quitados; “y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Por ese motivo, nuestro Salvador se entregó a sí mismo en manos de sus enemigos en el jardín de Getsemaní, pues debía “dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:28). ¡A qué precio infinito la paz con Dios, de la cual el Señor hablaba a los suyos, fue adquirida! Fue necesario el derramamiento de su preciosa sangre para satisfacer la justicia de Dios que había sido ofendida por nuestros pecados (Efesios 2:15; Colosenses 1:20). Eso tuvo lugar en la cruz, cuando el Dios de juicio resolvía la cuestión del pecado con nuestro divino sustituto. La obra fue perfectamente consumada (Juan 19:30). Entonces, “el Dios de paz… resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno” (Hebreos 13:20). Así, ponía de manifiesto la plena satisfacción que halló en la obra de nuestro Redentor; y Cristo resucitado es ahora nuestra paz ante Dios (Efesios 2:14).
            Fiel a su promesa, el Señor, el mismo día de su resurrección, fue a anunciar a sus discípulos que estaban reunidos las Buenas Nuevas de paz que acabó de cumplir en favor de ellos. “Paz a vosotros”, les dijo, mostrándoles sus manos y su costado (Juan 20:19). Luego, las Buenas Nuevas de paz por Jesucristo debían ser anunciadas también “a los que estaban lejos”, a los gentiles (Efesios 2:17). Cornelio y los que le rodeaban vinieron a ser las primicias de esos últimos (Hechos 10:24). Estaban tan dispuestos a recibir el mensaje que Pedro les traía que la Escritura misma no dice que creyeran, sino que el Espíritu Santo, del cual fueron participantes, fue el sello de Dios puesto sobre su fe, como más tarde ocurrió con los fieles de Éfeso (Hechos 10:44; 19:6; Efesios 1:13).
            La fe es el medio por el cual podemos disfrutar de la paz con Dios: “Justificados pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
            Es bueno recordar que la paz llevada a cabo en la cruz es un hecho cierto, y eso independientemente del gozo que tenemos en ella. Sin embargo, si recibimos el testimonio de Dios con relación a la obra de Cristo, el Espíritu Santo, con el cual somos sellados en el momento de creer, nos procurará seguramente gozo, pues Cristo, nuestro Señor, “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:24-25).
            Tal es la inmutable porción que Dios otorga al que recibe el Evangelio, en virtud del sacrificio de Cristo. Todo su pasado halló su fin en la cruz del Salvador, y una nueva era ha comenzado para él. ¡Preciosa bendición!

La paz de Cristo
            Notemos que el día de su resurrección, el Señor dijo por segunda vez a sus discípulos: “Paz a vosotros”; y añadió: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). Les daba a entender que serían sus testigos durante el tiempo de su ausencia, y esto a partir de ese mismo momento. El Salvador, que sufrió la muerte por ellos, los hacían capaces al mismo tiempo de responder a su pensamiento; pues les comunicó su vida de resurrección. “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22). Esta nueva vida, de la cual cada creyente fue hecho partícipe, es la que somos llamados a manifestar en nuestra marcha aquí abajo. El testigo de Cristo tiene que mostrar los caracteres de Cristo; y a eso nos invita el pasaje siguiente de la epístola a los Colosenses: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (3:12-13).
            Apenas se necesita decir que tal andar es agradable a Dios puesto que expresa el carácter de su Amado; y lo que le da un valor aún más particular, es cuando la paz de Cristo, a la cual también somos llamados, gobierna nuestros corazones (Colosenses 3:15). El Señor dijo a los suyos: “La paz os dejo” (Juan 14:27). Era la paz de Cristo mismo, de la cual gozaba en su camino de obediencia al Padre; Él quiere que ésta sea también la porción de todos los rescatados. Jesús da su paz, no como el mundo la da. Este último debe desprenderse de su posesión, mientras que el Señor trae en comunión consigo mismo al creyente. ¡Qué dulce intimidad! Testigo de Cristo —quizás con debilidad— ¿no le gustaría tenerla? Está también a su disposición para su ánimo y felicidad. En efecto, si nuestro Salvador ha dejado a sus rescatados en la tierra para que sean sus testigos durante el tiempo de su ausencia, ¿no los ha auxiliado en todas sus necesidades? Nada puede faltar a quien echa mano de los recursos que Él ha puesto a su disposición. Permaneciendo en la comunión del Señor, —gozando de su paz— el cristiano, por la expresión de su agradecimiento, da prueba de que su “copa está rebosando” (Salmo 23:5).

La paz de Dios (Col. 3:15; Fil 4:4-9)
            Al ser hecho partícipe de una nueva vida en Cristo y de su paz, el creyente tiene también el privilegio de poseer, como objeto de sus renovadas afecciones, a la persona misma del Señor. Es para su corazón motivo de “gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8). Tres veces en la epístola a los Filipenses —el libro de la experiencia cristiana— el bienaventurado apóstol Pablo invita a aquellos a los cuales se dirige —y también a nosotros— a que se gocen en el Señor (Filipenses 3:1; 4:4). Así es el estado normal del cristiano. Sin embargo, hay que reconocer cuán poco lo realizamos. Muchas veces, desgraciadamente, surgen dificultades por nuestra falta de actividad espiritual. Por un lado, las cosas del mundo con las cuales tenemos relación nos influencian; por otro, las preocupaciones que a veces nos sorprenden son un obstáculo para ese feliz desarrollo. Es cierto que atravesamos una escena llena de toda clase de pruebas, y a menudo basta una pequeña contrariedad para desanimarnos y desviar nuestros pensamientos de Aquel que debería ser el objeto de nuestro gozo. ¿Qué podemos hacer para remediar ese estado y ser librados de nuestras inquie­tudes? La Palabra nos enseña el camino a seguir, ¡y cuán sencillo es! “Por nada estéis afanosos”, nos dice primero, para tranquilizarnos; y añade: “sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).
            Al depositar nuestros motivos de inquietud en el corazón de Dios que nada lo puede turbar, nos alivia pensar que se encargará de ellos, pues ¿no se interesa por todos los detalles de nuestra vida, hasta por los más ínfimos? Y a cambio de nuestras inquietudes —de las que no podemos soportar el peso, por ligero que fuera— obtenemos, no inevitablemente la pronta liberación de nuestros temores, sino —lo que es mucho más precioso aún— la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento. De esta manera, tengamos en cuenta que estamos en paz, la paz en la cual Dios mismo se complace. Así, por Aquel que conoce el fin desde el principio y hace que todas las cosas ayuden a bien a aquellos que le aman, el corazón puede tornarse (como la aguja imantada señala el polo) al objeto de sus nuevas afecciones para regocijarse. Entonces, tomando conciencia de lo que Cristo es para el alma, estamos en condiciones de manifestarlo en nuestros caminos y, en todas nuestras relaciones los unos con los otros, podemos mostrar esa paz inalterable que ha venido a ser nuestra herencia (Romanos 15:13).

El Dios de paz (Filipenses 4:4-9)
            Tengamos en cuenta que todo el andar del cristiano debe realizarse en la paz, ese elemento que podríamos llamar la atmósfera celestial: “El fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:18). Es la señal distintiva de aquellos que están en relación con Dios de manera efectiva: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Todas nuestra relaciones con los que nos rodean deben llevar este carácter tan precioso ante los ojos de Dios: “Calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz” (Efesios 6:15). “Si es posible —se nos advierte— en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18). Además leemos: “Sigamos lo que contribuye a la paz” (Romanos 14:19). “Seguid la paz con todos” (Hebreos 12:14). Cristo es llamado el “Señor de paz” (2 Tesalonicenses 3:16). Y en numerosos pasajes, Dios mismo se titula el Dios de paz.
            La expresión “el Dios de paz” se hace presente muchas veces bajo la inspirada pluma del apóstol Pablo, haciéndonos pensar que es cosa de gran importancia. El párrafo que sigue, del que nos hemos ocupado más arriba, lo menciona (Filipenses 4:8-9); su contenido puede elevarse aún más que el párrafo precedente. Referente a esto, damos a conocer las palabras de un siervo de Dios: «Para el cristiano, es muy importante vivir habitualmente en lo que es bueno en este mundo, donde tenemos necesariamente algo que ver con cosas que no son buenas. El mal existe no sólo en el mundo, sino en nuestro corazón, y debemos juzgarlo donde se le dio libertad de obrar. Sin embargo, no podemos permanecer siempre ocupados del mal; éste nos contamina aun cuando lo juzgamos (véase Números 19). En ciertos corazones existe la tendencia de preocuparse del mal, pero de esa manera no se puede vivir. Al decir esto, quisiera poner bien en claro que no podemos vivir efectivamente en el mal, sino que debemos juzgarlo, aun en nuestros pensamientos.
            Es un punto de gran importancia el tener un corazón formado de manera que nos gocemos en las cosas en que Dios mismo también se goza. Aun con el sentimiento de que él juzga el mal como tal, el corazón no es feliz. Ahora somos llamados a vivir como si estuviéramos con Dios en el cielo, donde el mal jamás penetra.
            ¿Procuramos siempre que nuestro espíritu esté lleno de lo que es bueno? El mal nos rodea por todas partes en estos días, pero no debemos vivir estando siempre pensando en el mal. El alma está debilitada; no haya ninguna fuerza con semejante preocupación. La senda a la que nuestras almas son llamadas a caminar, ya está trazada: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8).
            Que el Señor nos haga recordar estas cosas. Dios puede verse obligado a juzgar, pero permanece en lo que es bueno. Así es como el Dios de paz será con nosotros».
            Vemos que estos versículos van más lejos de lo que el párrafo anterior nos ha presentado. Se trata aquí de un creyente que mora en el bien, que encuentra su gozo en comunión con Dios, y en la senda por la cual Dios, por decirlo así, pone su sello de manera muy particular honrándolo con su presencia, la del “Dios de paz”.
            El autor del que hemos citado unas palabras dice aún: «Si caminamos en el poder de la vida de Cristo, el Dios de paz estará con nosotros, y somos conscientes de tal cosa. ¡Qué bendición es el hecho de tener un santuario así en este mundo, “el Dios de paz” con nosotros». Terminamos estas páginas con el precioso deseo del apóstol: “El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:23-24).                            
Creced, N°1, 1999

¡Ancianos! ¡Pastores! ¿Cuál es su trabajo?

DIOS AMABA a su pueblo Israel con amor fuerte y profundo. Habla de él como su "especial tesoro" (Ex. 19:5) y como "ovejas de su prado". Conside­raba a Israel como "un rebaño" que necesitaba cuidado constante y tierno. "Hizo salir a su pueblo como ovejas, y los llevó por el desierto como un re­baño. Los guió con seguridad, de mo­do que no tuvieron temor;... los pas­toreó con la pericia de sus manos" (Sal. 78:52, 53,72). Y ¿quién como Moisés y Josué, para apacentar ese pueblo tan grande? y Samuel, David, Salomón y muchísimos reyes, todos levantados de parte de Dios para cui­dar a Su rebaño. En la historia de Israel encontramos que unos eran pas­tores fieles, otros descuidados e in­fieles. El profeta Ezequiel en su profecía lamenta, diciendo que los pastores de la nación en ese tiempo eran muy rebeldes e indiferentes. Les culpaba del alejamiento de Dios y del lamentable estado espiritual de ese pueblo. Faltaban al no cuidar las "ovejas de su prado". ¡Cuán impor­tante es el apacentar al pueblo de Dios! "Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo estoy contra los pastores; y demandaré mis ovejas de su mano" (Ezequiel 34:10).
Cuando el Señor Jesús vino a este mundo como el Salvador, su propio pueblo lo rechazó. "A lo suyo vino, y los suyos, no le recibieron" (Jn. 1:11). Miró a Israel como "ovejas sin pas­tor", y tuvo compasión de él. Los pastores (escribas, fariseos-los enseñadores de la ley; los guías espiritua­les del pueblo) eran infieles y descui­dados para apacentar el rebaño. El Señor Jesús en su enseñanza a los dis­cípulos, describe a los fariseos etc., como "ladrones y salteadores" (Jn. 10:1). No eran verdaderos pastores. Pero El vino como "El Buen Pastor y amó a las ovejas. Aquellos que le re­cibieron, que creyeron en él y que eran sus discípulos, El les llama "su redil" (Jn. 10:16) -- eran judíos. Luego dijo "También tengo otras ovejas, que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor" (Jn. 10:16). Aquí, el Señor Jesús habla de "otras ovejas". Son las de los gentiles, aquellos que tenían que creer en él. El "rebaño" es la iglesia que el Señor ganó por su propia sangre. Este rebaño es com­puesto de todos los salvos, sean judíos o gentiles, todos los que han sido re­dimidos con la sangre preciosa de Cristo. Y El es el Pastor de ellos; Aquel que dio su vida por las ovejas.
Ahora, en gloria, sentado a la dies­tra de Dios, El es "el Gran Pastor de las ovejas" (Heb. 13:20). Su obra cons­tante e incesante es la de cuidar fiel­mente a los suyos; les ama con amor eterno. Llevará y guiará este rebaño por todo el desierto de este mundo hasta el redil y eterno descanso de Dios. El cuidado y pastoreado de sus ovejas, el Señor Jesús lo lleva a cabo, por medio de aquellos que él ha esco­gido como pastores o ancianos. Lee­mos en Efesios (4:10,11) que "él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros pastores y maestros. " Los pri­meros dos ya cumplieron su ministe­rio, los últimos tres siguen y segui­rán hasta la venida del Señor. Entre los dos grupos de evangelistas y maes­tros, encontramos a "los pastores". ¿Quiénes son éstos? Son aquellos que el Señor Jesús ha escogido y levantado por su Espíritu para cuidar al rebaño. El apóstol Pedro aclara en su primera Epístola capitulo 5 que los ancianos de la iglesia son los que tienen que cuidar y apacentar "la grey de Dios". Los ancianos son hermanos maduros en la fe cristiana y de sano entendimiento espiritual. Estos son "los pastores" a quienes el apóstol exhorta" apacen­tad la grey de Dios que está entre vo­sotros, cuidando de ella, no por fuer­za, sino voluntariamente, no por ga­nancia deshonesta, (los pastores no son asalariados) sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey" (1 Ped.5: 2-3).
¿En qué consiste la obra de apacen­tar el rebaño? Es obra espiritual, aunque hay que cuidar también las co­sas materiales. En la Iglesia nunca debemos pensar que el anciano lleva un titulo como tal, u ocupa un puesto. La Palabra de Dios nos enseña que el anciano o pastor es uno que cumple una obra. Vamos a enumerar algunas de estas obras.
(a)      "Ellos velan por vuestras almas" (Heb. 13:17). Los ancianos son hombres de oración que interceden delante de Dios a favor de su pueblo, porque en el tribunal de Cristo tienen que dar cuenta del cuidado del rebaño.
(b)    "Apto para enseñar" (1 Tim. 3:2). "Que trabajan en predicar y enseñar (1 Tim. 5:17). "Retenedor de la palabra fiel tal co­mo ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza, y convencer a los que contradicen" (Tito 1:9).
"Apacentarla iglesia del Señor (Hec. 20:28);
"Apacentar la grey de Dios que está entre vosotros" (1 Ped. 5:2).
"Apacentad a mis ovejas a mis cor­deros" (Juan 21:15,17).
Su obra principal y especial es pro­veer pastos o alimento espiritual de la Palabra de Dios para el sostén, desa­rrollo y crecimiento del rebaño del Señor. Por esto el anciano tiene que meditar constantemente en la Palabra y profundizarse en sus verdades pre­ciosas. Solo asi podrá alimentar al pueblo de Dios. Es obra muy grande y de mucha responsabilidad.
(c)     "Siendo ejemplos de la grey" "Acordaos de vuestros pastores.- considerad cual haya sido el resul­tado de su conducta, e imitad su fe" (1 Pedro 5:3; Hebreos 13:7).
La vida justa y santa del anciano es la que tiene valor y peso delante de sus hermanos y el ejemplo bueno es de aprecio y estima por los demás. Los pastores buenos llevarán al rebaño por su buena conducta y ejemplo y lo apa­centarán por la Palabra de Dios.
(d)     "Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones". "Enfer­mo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a mi" (Sant. 1:27: Mat. 25: 36).
"Hospedador" (2 veces) (1 Tim. 3:2; Tito 1:8).
El pastorear a los santos no consis­te solamente en dirigir los cultos, de gobernar (1 Tim. 5:17) y mantener buen orden en la iglesia. Tampoco consiste solo en ministrar y enseñar la Palabra de Dios. Consiste también en una vida práctica de amor y tierno cuidado de las ovejas y corderos del rebaño. Consiste en considerar el aspecto de las ovejas y sus múltiples necesidades. A algunos débiles en la fe, tenemos que animar, a otros que andan desordenadamente tenemos que reprender y corregir. A los jóvenes en la fe tenemos que enseñar las ver­dades de la Palabra y por nuestro ejemplo llevarles en los caminos del Señor. Tenemos también que visitar a los enfermos; enfermos en el cuerpo y en su vida espiritual. Tenemos que tener compasión y consideración para las viudas y huérfanos en sus afliccio­nes, consolándoles con la Palabra y ayudándoles en su necesidad material. Tenemos que abrir nuestras casas pa­ra recibir a nuestros hermanos visi­tantes y a los siervos del Señor. Así quiere decir "hospedaos".
(e) "Ni haciendo nada con parciali­dad" (1 Tim. 5:21).
"Que con mansedumbre corrijan a los que se oponen" (2 Tim.2:25). "Administrador de Dios" (Tito 1:7)
Estos textos nos hablan de dirigir y gobernar y tratar todo caso que se presenta en la iglesia, con justicia y sin parcialidad. Cuántos hermanos han su­frido injustamente y aún han sido pues­tos afuera de la comunión por venganza de parte de ancianos infieles; otros, porque los pastores no han tratado el caso con la debida seriedad y conforme a la Palabra de Dios. Son las Epísto­las del Nuevo Testamento que contie­nen la enseñanza que debemos obser­var y obedecer respecto a cualquiera forma de disciplina y amonestación ne­cesaria y llevarlo a cabo por los an­cianos para el bienestar espiritual y cuidado del rebaño. Es obra bastante solemne y de gran responsabilidad el ser "administrador de Dios". Cumplámoslo en el temor de Dios con toda mansedumbre acordándonos que ten­dremos que dar cuenta en el tribunal de Cristo de cómo hemos cuidado a las ovejas del Señor.
"Y demandaré mis ovejas de su ma­no" (Ezequiel. 34:10).
Que el Señor hable al corazón de ca­da hermano que es reconocido como anciano o pastor en la asamblea por medio de este mensaje y que todo lo que llevamos a cabo sea "conforme a la Palabra de Dios".

Sendas de Luz, 1969

El Lugar de la Mujer en la Iglesia

En el Antiguo Testamento en­contramos que en muchas ocasiones Dios habló a sus siervos dándoles órdenes expresas que tenían que ser cumplidas al pie de la letra, cuando Dios hablaba había que obedecer. De no hacer las cosas como él señalaba los re­sultados eran funestos. El pueblo de Is­rael cuando obedecía la voz de Dios to­das las cosas le salían bien de manera muy especial cuando tenía que ir a ba­tallar con algún pueblo vecino, pero cuando se apartaba de los caminos del Señor entonces venía todo lo contrario (Deuteronomio 28:1-37).
Cuando el Señor dio las medidas a Moisés para construir el Tabernácu­lo Moisés hizo tal y como Dios le di­jo que hiciera Éxodo 27:1 - 15. Moisés no podía hacer las cosas a su conside­ración pues todo para Dios tenía un gran significado como todos nosotros sabemos hoy en día, el tipo de metal, madera, tela, espacio, etc. todo debía ser hecho a la medida divina. La igle­sia que el Espíritu Santo está forman­do por orden expresa del Señor no es nada menos, ni tampoco las doctrinas que el Señor ha dado para las iglesias locales, para su pueblo que él ha redi­mido con su propia sangre.
Es evidente que existe cierta li­viandad en lo que respecta a las obser­vancias doctrinales en la iglesia del si­glo veinte. Las iglesias nominales quie­ren hacer las cosas que Dios ha orde­nado a su consideración y no según el patrón Divino.
La no obediencia a la Palabra del Señor trae resultados negativos a la vi­da de los creyentes y a la iglesia.
La iglesia está edificada sobre el fun­damento de los apóstoles y profetas siendo la principal piedra del ángulo el Señor Jesucristo, y si no tenemos buen fundamento el edificio será débil, nues­tras vidas tambaleantes debemos cimentarnos bien en el fundamento pues­to por el Señor para su iglesia (Ef. 2: 20-22).
Cuando la Palabra dice que la mu­jer calle en la congregación, nótese bien que lo dice en plural vuestras mu­jeres callen en las congregaciones, 1 Corintios 14:34. No lo dice solamente a la iglesia de los Corintios sino a todas las iglesias y a nosotros también pues es la guía que el Espíritu Santo nos ha de­jado para que sigamos su ejemplo. Y si alguna mujer quiere saber algo pues de­be preguntar en su casa a su marido v si no tiene marido lógicamente a los ancia­nos o hermanos de confianza. El Señor dice que es indecoroso que una mujer hable en la congregación (1 Cor. 14:35).
¿Quiere decir entonces que la mu­jer no debe cantar en la iglesia? Eso no es lo que dice la palabra, al contra­rio el apóstol Pablo exhorta en más de una ocasión a la iglesia a que alabe al Señor con salmos, cánticos e himnos espirituales (Efe. 5: 19 y Col. 3:16). Cuan­do la iglesia está reunida la mujer de­be permanecer en silencio. La pala­bra es categórica cuando diré que No permito a la mujer enseñar sino estar en silencio. Cuando la iglesia se reúne para orar la mujer debe orar en silencio, no debe pararse a hablar diri­giendo la oración, debe estar con toda sujeción (1ª Tim. 2:11-14) y aquí la Pala­bra da dos razones más por la que el Señor quiere que estén en esa posición en la iglesia:
1.-  porque Adán fue for­mado primero, y
2., porque Adán no fue engañado sino la mujer.
Ahora bien, la mujer tiene amplias oportunidades para servir al Señor y tes­tificar de él a sus amigos y amigas fue­ra de la iglesia, a los niños etc. en el Nuevo Testamento encontramos a mu­chas mujeres que fueron fieles servido­ras del Señor tales como María, Dorcas, Febe, Loida etc. Pero siempre conser­vando su lugar y obediencia a la pala­bra.
La mujer debe cubrirse la cabeza se­gún nos enseña la Palabra claramente en 1ª Cor. 11:5,7, 10, 13, este punto lo trataremos por separado con más dete­nimiento en otra ocasión.
Las iglesias deben observar bien las ordenanzas del Señor a la iglesia dada por los apóstoles para no seguir el cami­no de desobediencia que al final sólo produce iglesias débiles y fluctuantes que deshonran el nombre del Señor.
Sendas de Luz, Marzo-Abril, 1978

Doctrina. El Hombre (Parte III)

III. La naturaleza del Hombre.


1.   Hecho a la imagen y semejanza de Dios
       “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…”  (Génesis 1:26)  “… porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Génesis 9:6).
      ¿Qué significan las palabras imagen y semejanza? Imagen significa la sombra o bosquejo de una figura, al paso que semejanza significa el parecido de la sombra con la figura. Prácticamente las dos son sinónimas. En todo el trato de Dios con el hombre es un hecho fundamental que éste fue hecho a imagen y semejanza de Dios (1 Corintios 11:7; Efesios 4:21.24; Colosenses 3:10; Santiago 3:9). Este modo de hablar lo podemos expresar de la siguiente manera: “Hagamos al hombre a nuestra imagen para tenga nuestra semejanza.”

Lo que no Significa
      La descripción del hombre siendo creado a la imagen y semejanza de Dios no se refiere a la apariencia física del hombre. Aunque a algunos les gustaría que creamos que es así, la frase “imagen de Dios” no hace referencia al hecho de que el ser físico del hombre tiene una formada figura como de Dios. Esto no significa que Dios tiene dos ojos, orejas, manos, y piernas, ya que Dios no es “como oro o plata o piedra” (por ejemplo, Él no es físico; Hechos 17:29), sino es espíritu (Juan 4: 24). Y un espíritu “no tiene carne y huesos” (Lucas 24:39; cf. Mateo 16:17). Entonces, claramente, el hombre no lleva la imagen de Dios en una forma física.
      A imagen de Dios, repetimos, no quiere decir que Dios tiene semejanza física con el hombre. Dios no tiene piernas, manos blancas ni una barba blanca. Cuando la Biblia habla del hombre a imagen de Dios, se refiere al hecho de que el hombre tiene un alma espiritual. Está por encima de los otros seres vivientes que habitan en la tierra. El hombre no es una cosa, sino una persona. El Hombre, por tanto, puede pensar; puede amar a otras personas; puede componer una sinfonía; puede escoger el bien; hacer cosas que ni un perro, ni una lagartija ni ningún otro animal puede hacer. Pero, aunque podamos hacer todas estas cosas, debemos preguntarnos ¿por qué Dios nos hizo así?
        Concluyendo, Dios es Espíritu; Él no tiene partes ni pasiones como el hombre. En consecuencia, los conceptos de Dios como un gran ser humano que tienen los mormones y los seguidores de Swedenborg[1], son erróneos. Deuteronomio 4:15 contradice tal concepto físico de Dios.

Características Espirituales
Algunas de estas características y que tanto tenemos de Dios, las heredamos de sus propios atributos comunicables, esto  es algo que sigue en debate hoy en día pero hay algunas en la que todos podemos estar de acuerdo a lo que hemos visto en nosotros a la luz de la palabra de Dios. Algunas de estas características son:
1.       Ser justo, Santo y  ser fiel a la verdad (Efesios 4:24)
2.       Libertad (Gálatas 5:1) Esto incluye la libertad de tomar nuestras propias decisiones aunque estas no sean buenas.
3.       Los frutos del Espíritu son características del Espíritu de Dios que debemos tener todos si queremos tener semejanza a Dios. (Gálatas 5:22-23)
4.       Las piezas de la armadura de Dios de Efesios 6 también son características que Dios quiere compartir con nosotros (vestíos del Señor Jesucristo, Romanos 13:14)
5.       Una mente moral y racional (Job 32:8)
6.       Autoridad para administrar el resto de la creación (Génesis 1:28)
7.       Precioso y de gran valor y estima. (Génesis 9:6)
8.       El poder de las palabras que declaramos (Santiago 3:8-10) (compara 2 Tesalonicenses 2:8 con Proverbios 18:20-21 )
9.       Y otras cualidades de las cuales puede que no estemos consientes todavía.

La Palabra de Dios no indica que Él ha creado al hombre en Su esencia, sino a Su imagen (Génesis 1:26). Y no debemos olvidar nunca que solamente Dios es omnipotente, omnipresente, y omnisciente.

Otras Características.
·        Capaz de hablar.
Esta capacidad ha sido dada a los seres humanos por sobre todos los seres creados. Esta cualidad es propia de Dios. “Y Dios dijo” aparece diez veces en Génesis 1. Dios habló para crear los “cielos y la tierra, el mar, y todo lo que hay en ellos” (Éxodo 20:11; Salmos 33: 6-9), y Él habló para comunicarse con el hombre (Génesis 1:28). Luego, en el mismo día que Dios creó a Adán, Él contó con el hombre para nombrar a las criaturas que fueron traídas delante de él (Génesis 2:19).
Los Animales no hablan. En contraste con lo anterior, en las Escrituras sólo dos ocasiones se indica que los animales hablaron, y en ambas situaciones fueron  en circunstancias especiales. Tenemos en la Escritura  la serpiente en el Jardín del Edén y la asna de Balaam (Números 22:28- 30).
·        Creativo.
En la escritura, especialmente en los capítulos 1 y 2 de Génesis se muestra toda la actividad creadora de Dios, manifestando su atributo de Todopoderoso. Esta capacidad de crear (obviamente guardando las proporciones) es dado al hombre, ya que  puede crear hermosas sinfonías, emotivas piezas de teatro,  emocionantes novelas. Ha creado naves espaciales que pueden circundar la tierra o llegar a la luna; han creado corazones artificiales para reemplazar los dañados, etc. 
Desgraciadamente el hombre  no ha sabido utilizar este atributo o don divino entregado gratuitamente. En muchas ocasiones utiliza esta habilidad de crear para idear planes para dañar a otras personas; crear tecnología para demostrar que su creador nunca ha existido.

·                  Razonamiento.
La capacidad de pensar o razonar es otro de los atributos que nos ha dado desde que creó a Adán. Esta capacidad está muy relacionada con la anterior característica, de manera que el hombre piensa lo que quiere hacer, idear o crear. Esta capacidad no fue dada a los animales, aunque ellos, a fuerza de repetición, pueden aprender pero no piensan. Sus instintos, en determinados momentos, pueden parecer  que razonan. Con esto no queremos decir que los animales no posean algún tipo de inteligencia, la cual es distinta a la que el hombre posee.
“En un análisis adicional de la capacidad intelectual de la creación de Dios, una de las diferencias más obvias entre la humanidad y los animales es que los animales no poseen la habilidad de conocer y amar a Dios. Ellos no miran los cielos y lo entienden como la artesanía de Dios (cf. Salmos 19:1); ellos no pueden percibir que existe un Dios basados en su entorno (cf. Romanos 1:20); ni pueden entender la revelación escrita de Dios. Por esta razón, los animales ni son rectos ni pecadores. Aunque es imprudente limitar la “imagen” a la razón solamente, ésta con más seguridad juega un rol principal en el dominio del hombre sobre su creación y su relación única con Dios—una relación en la que los animales no pueden participar, en parte, porque les falta la inteligencia para tal hecho.[2]
·        Con Voluntad.
Es Volitivo. El hombre puede  realizar  lo que surge de su capacidad de razonamiento y creatividad. Si pone su voluntad puede lograr cosas que antes no se habían hecho. Entre ellas se puede ver grandes puentes que cruzan brazos de mar, abismos, etc. Esta misma voluntad le ha llevado a elegir mal, utilizando su libre albedrío en forma errónea. Sólo basta recordar a Adán y Eva y la serpiente y el fruto prohibido; a los Israelitas en el desierto, cuando sintieron deseo de volver a Egipto porque tenían ganas de comer los productos que allí habían, porque estaban hastiados de lo que Dios les daba por alimento. En ambos casos, la voluntad estuvo presente, en ambos casos resultó para mal.
«El hombre es capaz de escoger su propio destino. Es un hecho innegable que los animales carecen de libre albedrío con el cual el hombre fue dotado “en el principio”. Siempre que los animales reaccionan a su medio ambiente, son guiados por un “sistema incorporado” conocido como “instinto”[3]
En Dios vemos esta característica de voluntad cuando inició el proceso de la creación,  y por sobre todo, cuando  creó al hombre. “Hagamos…” (Génesis 1:26), fue la voluntad de Dios y lo creo a su imagen y semejanza.
En la actualidad cada persona puede aceptar al Señor Jesucristo y su obra mediadora o no (Apocalipsis 22:17; Mateo 11:28-30). Esta decisión, tanto positiva como negativa según sea la elección,   indica voluntad.
·        Espiritual.
Dado lo que nos dice la Escritura, el hombre no es un ser  que está formado por sólo carne, como son lo plantas, y a la vez es distinto de los animales, que solo tienen un alma rudimentaria.  Dios particularmente  creó el cuerpo  de la tierra (Génesis 2:7) y  además formó su espíritu en él (Zacarías 12:1) y le dotó de vida (alma). Y estas particularidades indican que el hombre es diferente a los otros seres creados.
Esta característica permite al hombre poder tener una cercanía y capacidad de fraternizar con Dios. Esta característica le permite tener comunión con Dios.  Y al finalizar sus días, cuando muere, el espíritu dado al hombre regresa a Dios (Eclesiastés 12.7), pero un alma pecadora se va a condenación si no tiene a Cristo, como resultado de la desobediencia del primer hombre.
Las Escrituras, a través de la Genealogía del Señor Jesucristo, vemos que se refieren a Adán, el primer hombre, como el hijo de Dios (Lucas 3:38), y, en la predicación de Pablo a los atenieses, nos muestra que  la humanidad en general como “la descendencia de Dios” (Hechos 17:29). El hombre es el único ser viviente sobre esta Tierra que posee un alma inmortal dada por Dios— el Padre de los Espíritus (Hebreos 12:9). Tal espíritu inmortal con más seguridad nos hace portadores de la imagen-divina.

·        Con Inclinación Religiosa
Esta característica, la parte espiritual, lleva al hombre a buscar a Dios. Pero en su condición pecadora, “depravada”, le impide hacerlo como conviene. El hombre ha buscado llenar ese vacío, para ellos idean medios como los  objetos animados, como son los animales, o inanimados como son un árbol, una roca con forma de “algo”, el rayo, el sol, etc. Como un escritor observó, la evidencia revela que “ninguna raza o tribu de hombres, por degradada y aparentemente impía, carece de esa chispa de capacidad religiosa que puede ser avivada y alimentada en un fuego imponente”.
Pero en la actual condición perdida del hombre, la única forma de llegar a la verdadera fe, es por medio de la misma revelación de Dios. El  hombre en su condición  ha perdido su camino, y Dios mismo dio la forma de volver a Él.
Y en relación con los animales, no se ha visto ninguno que tenga la inclinación de algún tipo de religiosidad,  ya sea está idólatra o de Dios mismo.

·        Conciencia
El hombre tiene el concepto de moralidad, a pesar que somos pecadores, nos queda remilgos de capacidad de arrepentirnos por los males que hacemos a otras personas. Sabemos por naturaleza de los que es bueno o malo. Pablo, en su carta a los romanos, argumentó que tenemos esta ley escrita en los corazones (romanos 2:14,15): la conciencia acusa  o lo excusa. Cuando esta regla es violada, la conciencia acusa. En cambio, el animal actúa por instinto o movido por algún impulso, pero no tiene conciencia ni moralidad de lo que hace.

·        Responsabilidad.
Es justo que creamos, sin embargo, que el primer hombre estaba caracterizado por una postura erguida, un rostro inteligente y una mirada penetrante y rápida. Esto coloca al hombre aparte del mundo animal, adecuándolo para el “dominio” que Dios le designó (Génesis 1:28), y capacitándolo para tener comunión con su Creador. Es una semejanza mental, moral y social. El ser humano está llamado a “regir” y  “gobernar” con responsabilidad a los seres materiales. No se puede someter a ellos, porque el hombre ha sido puesto por encima de ellos. Tampoco los puede tratar despóticamente, porque debe dar cuentas de ello a Dios que se los confió. Más bien, debe hacer uso de ellos de forma ordenada y para el bien común del ser humano (Génesis 1.29-30).

2.     Facultades Intelectuales
Él tuvo suficiente inteligencia y razonamiento para poner nombres a los animales, conforme  a las características de ellos, a medida que ellos iban desfilando delante de él. Génesis 2:19,20 dice: “Jehová Dios formó,  pues,  de la tierra toda bestia del campo,  y toda ave de los cielos,  y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar;  y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes,  ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo;  mas para Adán no se halló ayuda idónea para él.”
Adán  no sólo tuvo la facultad de hablar, sino también la facultad de razonar y pensar en relación con lo que hablaba. El unía las palabras a las ideas. Este no es el cuadro de un salvaje infantil que va avanzado poco a poco hasta adquirir un lenguaje articulado por la imitación de los sonidos de los animales, como pretende hacernos creer la teoría de la evolución.
Mentalmente, el hombre fue creado como un ser racional con voluntad propia – en otras palabras, el hombre puede razonar y elegir. Este es el reflejo de la inteligencia y la libertad de Dios. En cualquier momento, alguien inventa una máquina, escribe un libro, pinta un paisaje, disfruta una sinfonía, calcula una suma, o nombra a una mascota, él o ella están proclamando el hecho de que fueron hechos a la imagen de Dios. Esta “Imago Dei” (Imagen de Dios) que es el hombre, no sólo lo coloca en una esfera superior a la creación de los seres materiales, sino que le revela también su vocación a la trascendencia. Por eso el hombre lleva en su interior el deseo permanente de Dios, que es la felicidad plena y verdadera.
El relato del Génesis 3:8: “…Jehová Dios que se paseaba en el huerto,  al aire del día…”, da a entender que era habitual que Dios bajase a conversar con el hombre. Es muy probable que le enseñase todo lo que Adán necesitase saber con referente a los animales y su cuidado, lo mismo en relación a la plantas y, quizás, como cultivarlas.
Parte del haber sido hechos a la imagen de Dios, es que Adán tuvo la capacidad de tomar decisiones libremente. Aunque le fue dada una naturaleza justa, Adán hizo una mala decisión al rebelarse en contra de su Creador. Al hacerlo, Adán dañó la imagen de Dios de su interior, y pasó esa semejanza dañada a todos sus descendientes, incluyéndonos (Romanos 5:12). Hoy, todavía llevamos esa semejanza de Dios (Santiago 3:9), pero también llevamos las cicatrices del pecado. Y mostramos los efectos mentalmente, moralmente, social y físicamente.

3.     Naturaleza Moral del Hombre
El  relato de Génisis 3 es la prueba moral que Adán no pudo pasar. Adán  tenía poder para resistir y para ceder al mal moral. El pecado era una cosa voluntaria. Cristo, el segundo Adán,  resistió  una prueba semejante (Mateo 4:1-10, Lucas 4:1-14), pero salió triunfante de esta batalla.
La Biblia muestra que el hombre (Adán) no era un ser degradado, sino que  estaba en estado muy superior, estaba sin pecado. Dado su carácter sin pecado, su santidad era tal que lo capacitaba para disfrutar de una perfecta comunión con Dios. Desde el momento que pecó, la moralidad del hombre se fue degradando hasta llegar a perversidades innombrables.
El Reconocimiento del bien y del mal pertenece sólo al hombre. A un animal se le puede enseñar  que no haga ciertas cosas, pero no las hará porque sepa distinguir lo bueno y lo malo, sino simplemente porque sabe que tal cosa no agrada a su amo. En otras palabras, los animales no poseen naturaleza religiosa o moral; no son capaces de absorber verdades relativas a Dios y la moral.
De cualquier manera, Adán  fue creado en un estado  de santidad (sea esta pasiva o no) y no estaba sujeto a la ley de la muerte, estaba sin pecado. Su santidad era tal que lo capacitaba para disfrutar de perfecta comunión con Dios.  Pero todavía no poseía los más altos privilegios reservados para el ser humano, aún no había sido elevado por encima de la posibilidad de errar, pecar y morir. Él aún no poseía el mayor grado de santidad, ni participaba de la vida en toda su plenitud. Lo anterior se puede resumir del siguiente modo: “Adán poseyó santidad (porque era más que “inocente”) de criatura (porque su santidad no era igual a la de su Creador) no confirmada (porque aún no había sido probado)[4]”.
4.     El Libre albedrio del Hombre.
El libre albedrío es la libertad que Dios dejó a la voluntad del hombre para elegir. El hombre no es una máquina manejada por Dios, es un ser libre para hacer lo que quiere. Algunos echan la responsabilidad del pecado a la "mala suerte" o al  "destino" pero ninguno es culpable sino el hombre mismo, pues cada individuo tiene la facultad de elegir (libre albedrío) entre el bien y el mal. Precisamente, por ese libre albedrío que Dios nos ha dado es que somos responsables de nuestros hechos. (Romanos 14:12) Dios, reconociendo esa libertad, no nos obliga a hacer Su voluntad sino que nos invita y nos ruega (Isaías 55:1, Romanos 12:1).
Teniendo en mente lo anterior, podemos decir que Adán  tenía libre albedrío y una mente capaz de pesar sus opciones. “Adán, por lo tanto, pudiera haber resistido si hubiera querido, puesto que cayó meramente por su propia voluntad; pero debido a que su voluntad era flexible hacia cualquiera de los dos lados, y él no estaba dotado de la constancia para perseverar, cayó fácilmente. Sin embargo, su elección del bien y el mal fue libre; y no sólo así, sino que su mente y voluntad estaban poseídas de una rectitud consumada, y todas sus partes orgánicas estaban correctamente dispuestas hacia la obediencia, hasta que, destruyéndose a sí mismo, él corrompió todas sus excelencias”( Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, I, XV, 215).
Hay otros seres en el universo que Dios ha creado, éstos son ángeles o también llamados espíritus. Ellos no tienen cuerpos humanos ni almas y son más poderosos que los seres humanos. También ellos han sido creados para servir a Dios, pero así como el hombre, tienen una libre voluntad. Algunos de ellos cayeron en el pecado de desobediencia (Isaías 14:12-15).
Dios podría haber hecho cierto número de máquinas para hacer su voluntad mecánicamente, no obstante Él eligió crear seres que podían, si lo desearan, servirle voluntariamente y amarlo libremente. No podemos comprender por qué Él deseó hacerlo de este modo, pero la evidencia claramente abunda a través de la historia mostrando que el hombre elige sus decisiones y Dios elige las consecuencias.



[1] Emmanuel Swedenborg: (1688, 1772) Teósofo sueco; doctor en filosofía; fundó la revista científica. En 1743 tuvo sus primeras visiones. Publicó luego varios libros, y predicó en Alemania, Francia y Gran Bretaña su doctrina,
[2] A la Imagen y Semejanza de Dios”, Curso Intermedio por Correspondencia de Evidencias Cristianas de Apologetics Press Bert Thompson, Ph.D. y Eric Lyons, M.Min., Pág 7
[3] ídem, pág. 8
[4] Charles Ryrie, Teología Básica, Página228