domingo, 7 de julio de 2013

Cuando tenga escasez.

“No lo digo porque tenga escasez...” (Filipenses 4:11).


Es muy revelador el hecho que Pablo nunca dio a conocer sus necesidades financieras. Su vida era una vida de fe. Creía que Dios le había llamado a Su servicio, y estaba totalmente convencido de que el Señor cubre los gastos de aquello que manda hacer.
¿Deben los cristianos de hoy hacer públicas sus necesidades o pedir dinero? He aquí algunas consideraciones: no hay justificación bíblica para esta práctica. Los apóstoles daban a conocer las necesidades de los demás, pero nunca pidieron dinero para ellos mismos.
Parece más consistente con la vida de fe el depender sólo de Dios. Él siempre proveerá los fondos necesarios para cualquier cosa que desea que hagamos. Cuando vemos que él provee la cantidad exacta en el momento preciso, sin que nosotros hayamos dicho nada a nadie, nuestra fe es grandemente fortalecida. Y él es glorificado en gran manera cuando la provisión es indudablemente milagrosa. De otro modo, él no recibe la alabanza cuando somos nosotros los que manipulamos las finanzas con técnicas sutiles para aumentar fondos. Recurriendo a solicitudes y anuncios de las necesidades de la obra, como muchos hacen, podemos realizar obras “para Dios” que no son de ningún modo Su voluntad. O podemos perpetuar una obra después de que el Espíritu ya la ha abandonado. Pero cuando dependemos de Su provisión sobrenatural, podemos continuar solamente cuando él provee.
Pedir dinero con la presión con que hoy se practica introduce en la obra cristiana una nueva y extraña manera de medir el éxito. Aquel que es más astuto en las relaciones públicas es el que consigue más dinero. La sabiduría humana dice: “El que no llora no mama”, pero esto no es de fe. Ha llegado a ocurrir que algunas obras que en verdad son dignas salen perjudicadas porque las campañas publicitarias de ciertas organizaciones para eclesiales los desvían. Las ofrendas hacia ellos con mucha frecuencia todo esto produce celos y desunión.
C. H. Mackintosh nos ofrece el panorama sombrío que resulta cuando hacemos públicas las necesidades personales. “Dar a conocer nuestras necesidades a los hombres, directa o indirectamente, representa un abandono de la vida de fe, y una verdadera deshonra a Dios; realmente es traicionarle. Es como decir que Dios me ha fallado y que no queda otro recurso que buscar ayuda en mi prójimo. Significa abandonar la fuente viviente y volverse a una cisterna rota. Es colocar a otro entre mi alma y Dios, perdiéndome así una rica bendición, y a Dios la gloria que le es debida”.

De modo similar, Corrie Ten Boom escribió en Vagabunda por el Señor: “Preferiría ser un niño que se confía a su Padre rico, que un pordiosero en la puerta de un hombre mundano”.

COMUNIÓN PRÁCTICA ¿CUANTOS HAY EN COMUNIÓN?

¿Cuántos hay en comunión? Esta es una pregunta bastante frecuente, cuan­do uno está averiguando del estado de una congregación formada para servir de testimonio al nombre del Señor. Supongamos que la contestación sea: Hay cien miembros en comunión. Nos ponemos a examinar la lista, nombre tras nombre: Y este hermano ¿qué hace en la obra? Y esta hermana ¿qué tal es? Seguramente veremos que la lista de miembros efectivos es muy reducida en comparación con el número original de cien personas. Parece que hay muchos que no entienden bien el significado dé la palabra comunión: to­dos "como uno", unidos en un objeto definitivo, en un deseo común. Vere­mos que la compañía de creyentes se dividirá en diferentes secciones.
I.  Hay los que no se ven en las reu­niones sino muy de vez en cuando: es una ocasión notable cuando hacen acto de presencia. ¿Sabe quién estaba en la reunión esta mañana? El hermano Fulano, la hermana Mengana. ¡Qué lástima! Los tales hermanos nunca han tomado a pecho el mandato divino.
"No dejando vuestra congregación como algunos tienen por costumbre." El Señor ha fundado la iglesia, porque conoce bien las debilidades y necesida­des de la naturaleza humana. Para la generalidad de los creyentes la compañía y ayuda de los santos es del todo indispensable.
II.  Entonces, hay cierto número de hermanos que solamente se ven en la reunión para el rompimiento del pan, la Cena del Señor. Para éstos, pare­ce que la palabra comunión significa la participación de los símbolos de la muerte de nuestro Señor, una vez por mes o una vez por semana. Pero este es un error inexplicable, porque en conexión con esta fiesta de amor, el apóstol nos dice que debería hablar a los participantes de que siendo muchos somos un cuerpo; pues que todos parti­cipamos de aquel un pan (1 Corintios 10:17). Así como el cuerpo tiene que funcionar en constante armonía, sin nada de ais­lamiento de los diferentes miembros, así tienen los hermanos que trabajar juntos con entusiasmo y constancia pa­ra glorificar colectivamente a Dios.
III.            Luego hay otro grupo: los que son muy buenos en su asistencia, pero no hacen nada más. Al fin y al cabo, a pesar de la excelencia de una asis­tencia infaltable, esto no representa la suma total de la comunión. ¿Qué in­terés tomamos en la obra?

¿HACEMOS ALGO O NO HACEMOS NADA?
            Cuantas veces sucede que en una con­gregación de cien personas, todo el trabajo se lleva a cabo mediante los esfuerzos de treinta, o aún menos. Si un hermano o una hermana tiene dudas en cuanto a lo que podría hacer, siem­pre se podría preguntar a uno de los miembros más activos; pero, sobre todo, se debería poner delante del Señor en oración y seguramente recibirán contestación a sus oraciones.
IV. Además de estas deficiencias que hemos notado arriba, hay algunos hermanos que tienen verdaderas difi­cultades insalvables por la naturaleza de su trabajo. Tal vez tienen que via­jar mucho, o su horario de trabajo es muy incómodo: no pueden asistir mucho. Aun entonces pueden manifestar su interés y comunión mediante la ora­ción y su constante contribución a los fondos de la iglesia. El que sigue las direcciones dadas en 1 Corintios 16:1 siem­pre tendrá algo apartado para los usos del Señor, y naturalmente contribuirá a los fondos de la iglesia donde está en comunión. Pero hay algunos "en co­munión" que no contribuyen nada.
Para resumir: La comunión en una iglesia implica lo siguiente:
1.   Participar en la Cena del Señor.
2.   Asistir en las reuniones con toda la frecuencia posible.
3.   Tomar vivo interés en todos sus asuntos y actividades.
4.       Prestar nuestra ayuda y servicio en toda manera posible.
5.   Contribuir constantemente a los fondos.
Pero, encima de todas estas cosas, para demostrar una verdadera comu­nión con los hermanos en la fe, hay que cultivar con todo empeño.

            Este es el fundamento de toda otra co­munión; sin esto no hay empeño, acti­vidad ni contribución que valga. Si de veras tenemos comunión con Dios, todas las demás relaciones de nuestra vida se ajustarán de la mejor manera para la gloria de Dios y la bendición de nuestros hermanos.
 Sendas de Luz 1968

"Y LA VERDAD OS HARÁ LIBRES"

Estas Palabras fueron dichas por el Señor Jesús, a los religiosos de su tiempo que, orgullosos de la religión que ostentaban y de la justicia propia que pretendían, so­naron como una ofensa a sus oí­dos. Aquellos hombres cegados por su religión, no quisieron re­conocer que eran unos pobres esclavos. "Jamás hemos sido escla­vos de nadie" dijeron, pero la triste realidad era que, como pue­blo, eran esclavos de los romanos, como hombres, estaban bajo la esclavitud de sus propias pasiones, como les dice el Señor más ade­lante. "De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado".
            Es interesante comprender que el Señor Jesucristo se presentó en una época casi similar a la condición en que se encontraban sus antepa­sados en Egipto, esclavos bajo la tiranía de Faraón; pero Dios, con mano fuerte, les liberó de aquella terrible esclavitud, haciendo de ellos un pueblo libre para que le sirvieran en el desierto, un pueblo propio, apartado de las demás na­ciones de la tierra, para su Gloria. Ahora bien, sea esto dicho como una introducción a lo que desea­mos decir con respecto al pueblo de Dios en la época presente, to­mando como base las Escrituras, ya que se nos dice en Romanos 15 y verso cuatro: "PORQUE LAS CO­SAS QUE SE ESCRIBIERON ANTES, PARA NUESTRA ENSEÑANZA SE ESCRIBIERON". Y también leemos en 1 Corintios 10 y verso 6: "MAS ESTAS COSAS SUCEDIERON CO­MO EJEMPLO PARA NOSOTROS", de modo que bien podemos hacer la aplicación a nuestras vidas de creyentes.
            Leyendo en el primer capítulo de la epístola a los Gálatas y el verso 4, podemos ver algunos de los efectos que trajo a nuestras vi­das la obra sacrosanta de nuestro Salvador Jesucristo, EL CUAL SE DIO A SI MISMO POR NUESTROS PECADOS PARA LIBRARNOS DEL PRESENTE SIGLO O MUNDO MALO. Podemos observar que no fue asunto de poder solamente, como sucedió con los israelitas, sino del gran sacrificio de SU VIDA, para que nosotros disfrutáramos de la libertad de la opresión de un mundo malo. ¡Cuántas veces anulamos por así decir, esta obra, entregándonos nuevamente a la esclavitud del mundo, tomando posesión en nuestras vidas, en nuestros hoga­res, en nuestro todo! Jóvenes ama­dos: ¡Que despertemos para ver la realidad de nuestras vidas espi­rituales!
            Luego podemos ver también en la carta a los Colosenses, capítulo 1 y verso 13: "EL CUAL NOS HA LIBRADO DE LA POTESTAD DE LAS TINIEBLAS. Y TRASLADADO AL REINO DE SU AMADO HIJO". ¿Tie­ne esto significado para nosotros? ¡Qué terrible condición la nuestra antes de ser liberados! Esclavos de aquel Amo siniestro, haciendo su voluntad, sumisos obedeciéndole en todas las cosas, y, por ende, llevándonos cada día hacia la per­dición eterna. ¿No debiéramos ca­da día darle gracias por tan grande liberación? Sin embargo, nos en­tregamos muchas veces voluntaria­mente a andar por aquellas sendas tenebrosas que antes frecuentába­mos ¡unto a los demás en el desen­freno de las pasiones.
            Escribiendo el apóstol Pablo a los Romanos en su obra magistral, en el capítulo 6 y verso 18, dice: "Y LIBERTADOS DEL PECADO VINISTEIS A SER SIERVOS DE LA JUSTICIA". ¡Qué verdades comple­tamos con esto! Libertados de la tiranía del mundo, de la tiranía de Satanás, como también de la tiranía del pecado. Esto es como el TRIO infernal que se menciona en Apo­calipsis. Satanás la serpiente anti­gua, la bestia y el falso profeta, los que serán echados al lago de fuego. Conviene preguntarnos, an­te las observaciones de la Palabra de Dios: ¿Somos libres verdade­ramente?
            Por último, leemos en la epístola a los Gálatas capítulo 5 y verso uno, primeramente: "ESTAD PUES FIRMES EN LA LIBERTAD CON QUE CRISTO NOS HIZO LIBRES, Y NO ESTEIS OTRA VEZ SUJETOS AL YUGO DE SERVIDUMBRE" (ESCLA­VITUD). Luego en el verso 13 lee­mos: "PORQUE VOSOTROS HER­MANOS, A LIBERTAD FUISTEIS LLAMADOS: SOLAMENTE QUE NO USEIS LA LIBERTAD COMO OCA­SION PARA LA CARNE, SINO SERVIOS POR AMOR LOS UNOS A LOS OTROS".
            Todo lo que antecede, debe lle­varnos a una profunda meditación sobre nuestras vidas, pensar en los derechos que tiene sobre noso­tros nuestro GRAN LIBERTADOR. "PORQUE COMPRADOS SOMOS POR PRECIO”. Y, a la luz de todo lo que El hizo por nosotros, llegar rendidos a sus benditos pies para decirle: HEME AQUI SEÑOR, TU ME HAS DADO LIBERTAD: LIBRE­MENTE TAMBIEN QUIERO RENDIR­ME A TI. ¡Que Así Sea!
 (Valparaíso, Chile), Sana Doctrina 1971

LA COMUNIÓN CRISTIANA

La palabra “comunión" significa sencillamente tener cosas en común; y en las Escrituras se usa con respecto a: a) lo que tenemos en común con Dios, y b) lo que tenemos en común con el pueblo de Dios.
            Con respecto a lo primero es maravilloso pensar que el hombre pueda tener algo en común con Dios; pero las Escrituras declaran que somos hechos participes de la naturaleza divina y de la santidad de Dios. Esto naturalmen­te supone la maravillosa operación del Espíritu Santo por medio de la cual somos regenerados espiritualmente. Pero esta sola operación no asegura que el creyente esté en perfecta comunión con Dios siempre. Sólo podemos tener comunión con EL, según la primera epístola de Juan, cuando andamos y la hermana que controlan sus la­bios, pueden rodear la Mesa del Señor sin el remordimiento, en la luz, esto es, conforme a la verdad. Se podría citar un sinnúmero de textos bíblicos para mostrar que

LA COMUNION ES DESTRUIDA
Con la tolerancia de cualquier forma de pecado o incorrección en nuestra vida, y nuestra propia experiencia debe confirmar esto. La práctica de la comunión con Dios requiere, pues una constante vigilancia para evitar cualquier cosa que pudiera contristar al Espíritu Santo, y una disposición para juzgar de inmediato cualquier manifestación o expresión de la "inten­ción (o mente) de la carne". Sin duda, esta posibilidad de gozar de una verdadera comunión sin restricciones se ve a menudo impedida por nuestra tolerancia de la frivolidad, de un espíritu rencoroso, de la lengua chismo­sa y otras manifestaciones carnales que frecuentemente se consideran "INOCENTES". Mantener la comunión con Dios en todo momento, es la prime­ra obligación del creyente, para que su vida Sea útil y fructífera. Respecto de la comunión:

CON EL PUEBLO DE DIOS:
No debemos conceptuarla como una simple amistad o compañerismo con los que piensan de igual manera. La verdadera comunión cristiana es un don de Dios, y es el resultado de andar dos o más creyentes en el camino de obediencia a la Palabra de Dios y en sumisión a Su Espíritu Santo. Tales creyentes disfrutan conjuntamente de bendiciones divinas, comparten pen­samientos divinos, y participan conjuntamente de privilegios espirituales, conforme a la voluntad de Dios.

LOS HERMANOS EN COMUNION.
¡Cuántas veces hemos oído hablar de "los hermanos en comunión"! Pero resulta que muchos hermanos pertenecientes a las iglesias saben poco o nada de lo que es estar en verdadera comunión con Dios, o con sus herma­nos. Su ausencia de la reunión de oración lo demuestra, otras veces se oye decir: "Hemos gozado de un tiempo agradable de comunión", y se refiere simplemente a lo que no era más que una función social. Pero la comunión verdadera y sin restricciones es la experiencia grata de hermanos que es­tán personalmente en comunión con Dios, y que participan juntos de alguna actividad (sea culto, o estudio, o conversación, o servicio) que tiene por ob­jetivo a Cristo y Su gloria.

            ¡Quiera Dios que haya en nosotros la disposición de cumplir con las con­diciones necesarias para que esta comunión verdadera sea nuestra experiencia continua! Es la experiencia más grata y santificadora que podemos co­nocer durante nuestra peregrinación en este mundo.             
Sana Doctrina, 1977

La ley del Leproso y su purificación.

Nuevo recurso del agua y de la navaja


El último de estos siete días ha llegado para el le­proso; el tiempo de su testimonio toca a su fin. ¿Necesi­tará una nueva aspersión de sangre para quedar limpio y poder entrar en su hogar tan ardientemente deseado? No; hemos visto ya que la sangre ha sido derramada una sola vez: "por una sola ofrenda ha hecho perfectos para siempre a los santificados... Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos… (Hebreos 9,28; 10,14); pero el hombre necesita de nueva rasura y lavado:
"Y el séptimo día raerá todo el pelo de su cabeza, su barba, y las cejas de sus ojos, y todo su pelo; y lava­rá sus vestidos, y lavará su cuerpo en agua y será lim­pio" (vers. 9).
¿Habéis notado que esta segunda operación es más extensa que la primera? Esto nos indica que a medi­da que avanzamos en nuestras experiencias cristianas, aprendemos a conocer mejor a nuestro Señor, y senti­mos mayor necesidad del agua y de la navaja para ser cada vez más semejantes a El; y por consiguiente, cada vez menos conformes a este mundo. Cabellos, barba, ce­jas, todo debe caer; todo lo que estas cosas representan: la inteligencia natural, la experiencia humana, el modo de ver humano, respectivamente; todo debe ser confor­me a Cristo y a su muerte. Además el leproso curado debe volver a lavar sus vestidos y su cuerpo; por lo ge­neral todos los creyentes que se acercan al término de su carrera en este mundo pasan por la experiencia de esta limpieza final. Pablo, en la segunda epístola a Ti­moteo, la indica: "apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor. . . así que, si alguno se limpiare de éstos, será instrumento para honra, santifi­cado, útil al Señor. . (Capítulo 2,19-21). En su segun­da carta el apóstol Pedro la menciona: "tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación; sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo..." (Capítulo 1,13). Sintamos más intensa­mente la necesidad de esa purificación del mal al procu­rar nuestra santificación, "sin la cual ninguno verá al Señor" (Hebreos 12,14).
Llegados a las moradas celestiales no oiremos más hablar de lavado y rasura. . . en la visión celestial, cuya descripción nos da Juan en el Apocalipsis, vemos de­lante del trono "un mar de vidrio semejante al cristal” (capítulo 4,6). Es la expresión de la pureza en su estado sólido que, en contraste con el agua, la pureza en su es­tado líquido, no puede servir para lavar; además "la calle de la ciudad es de oro puro, transparente como vi­drio; no hay pues ningún peligro de contaminación, ni necesidad de limpiarse los pies.

Notemos otro detalle todavía: las ordenanzas sa­gradas designan ese día séptimo en que el leproso esta­ba ocupado en su limpieza, como día sábado, el día del reposo: "seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el séptimo día será reposo para Jehová tu Dios" (Éxodo 20,9-10). Sin embargo, en vez de poder gozar del repo­so prescripto por la Ley, el leproso está ocupado en ba­ñarse, rasurarse y lavar sus vestidos. ¿No dice esto al oído espiritual que allí donde el pecado y la suciedad entraron, ha desaparecido el reposo, y que las manchas requieren ser quitadas? Pero, gracias a Dios, un nuevo estado de cosas figurado por el "octavo día" será esta­blecido; y es lo que vemos a continuación.

Los Ángeles: Satanás

5.    Origen y Caída


La  escritura no nos da una narración directa sobre la caída de Satanás desde su condición original. Del mismo modo que se asume la existencia de Dios, la Biblia asume la existencia de Satanás. Lo que si hace es abrir el telón de la historia al mostrar en característica de esta caída por medio de la endecha sobre dos reyes poderosos.
No es opinión de todos que los pasajes que describiremos están hablando sobre la caída de este ser angélico. Ellos aducen que todo el pasaje corresponde a los reyes que se describe, lo cual puede ser cierto en alguna medida. Lo que tal vez no tienen en consideración que el Espíritu Santo puede estar describiéndonos por medio de características propias de estos reyes los hechos que sucedieron en el cielo.  Además los pasajes describen situaciones que estos reyes no podrían haber realizado nunca. 
Los pasajes que tomaremos en consideración son los que se encuentran en Isaías 14 y Exequiel 28. Cada uno de los profetas describe a un rey en particular.

Origen.
Exequiel 28: 11-19 es el pasaje se analizará para nuestro estudio sobre el origen de Satanás.   Para el cual surge la siguiente pregunta. ¿Va este pasaje más allá del líder humano para revelar algo o alguien más?  ¿Revela este pasaje, que al igual que en un teatro, hay alguien detrás de bambalina manipulado los controles de una marioneta?
 Un destacado escritor escribió: “Este mensaje dirigido al ‘rey de Tiro’ sirve para identificar al personaje en vista  con  uno de los cuarenta título por los que se le conoce en la Biblia. Como en los salmos mesiánicos se distingue entre David mismo y el más grande Hijo (el Mesías) por los rasgos sobrenaturales que se incluyen, en la misma manera la persona aludida en  esta Escritura como “rey de Tiro” es reconocida como el más sublime de los ángeles. Él no podría ser un mortal”[1].
Los rasgos revelados simplemente muestran que es una persona angélica y no un ser humano, porque se le atribuye características que no están presentes en el hombre,  aunque se utilice a un rey para sentar una base de la descripción.
Si bien  a los detractores de este análisis de pasaje solo ven a un rey, para los que pensamos distinto,  encontramos  a través de esta endecha el dolor producido en Dios por causa de la traición de Satanás.  Se describe que este ángel era perfecto, lleno de sabiduría y hermoso por donde se le mirase. En el día de su creación todo esta preparado: una habitación (el Edén[2]), vestiduras primorosas, alegría (estaban preparados  tambores y flautas).
Poseía un rango superior dentro de los ángeles: Querubín. Estos eran ángeles que estaban muy cerca del trono, cuya función era proteger y defender la Santidad de su creador, y él tenía el apelativo de “grande y protector”.  En su función estaba en el “monte de Dios”, en el asiento de la autoridad misma de Dios (cf. Éxodo 4:17; Salmo 2:6; 3:4; 43:3; 68:15; Isaías 2:2; 11:9). Este ángel era superior a todos (cf. Judas 1.9); y estaba en una íntima relación con Dios.
Tan  perfecto era en todo, pero Dios como es omnisciente, halló iniquidad en él.  A raíz de su propia gloria dada a él por Dios, se enalteció. El pecado surgió en él, corrompiendo su sabiduría, defraudando su posición de protector, por lo cual fue destituido y arrojado del lugar de excelencia, fue lanzado  a tierra.
Usando la analogía y las practicas de Tiro como una ciudad de comercio, utiliza esta palabra para indicar lo contaminado que estaba su santuario (su ser) con el pecado. Chafer  indica que  la expresión  “contrataciones” viene de una palabra que en su forma original indica “dar rodeos” por lo cual se infiere que este ser calumnia a Dios ante los ángeles y hacer que muchos de ellos se rebelaran.
El juicio no se dejó esperar, había perdido su lugar de honor y ahora estaba desterrado de la presencia de Dios. Este juicio es también futuro porque dejará de Ser cuando sea lanzado al lago de fuego (Apocalipsis 20:10).
Podemos aprender del  el relato de Ezequiel que poseía (a) una naturaleza que estaba por sobre todos los seres angélicos (“Querubín, fuerte y protector”), pero su condición  perfecta no lo hacia igual a Dios. (b) Poseía una habitación  perfecta, un Edén prístino, donde el había sido creado, con ropas primorosas para que se vistiese.  (c) En su condición de Querubín, fuerte,  protector  tenía la obligación de defender a Dios e impedir que lo malo se acercase a Él. (d) Poseía una perfección que se daba a todo nivel. Él era perfecto en forma íntegra, lleno de sabiduría y acabado en hermosura. A causa de esta perfección  fue puesto en el monte Santo, asiento del trono de Dios.

Caída.
Isaías (14:12-17) ofrece un cuadro en que se muestra con más detalle la caída de este Querubín  protector y fuerte. Al igual que en Ezequiel, encontramos rasgos que no son propios asignarles a una persona y descubrimos que el mensaje es a alguien más que estuvo en la posición del rey de Babilonia. Isaías relata la profundidad del pecado de Satanás, que su plan era reemplazar a Dios. A causa de  su hermosura, el orgullo nacido en él, originó el deseo de derrocar a Dios y de suplantarlo.
En la actualidad está siempre imitando a Dios, ya que no pudo cumplir su anhelo. Intentó doblegar al Dios-hombre, Jesucristo,  mediante la tentación, para que lo adorase.
“La manera en que él inició ese plan se detalla en las cinco frases en Isaías 14:13-14 que comienzan con "yo" (tácito) seguido de una acción planeada:
1.                “Subiré al cielo. Como guarda de la santidad de Dios, Satanás tenía acceso al cielo, pero esto expresa su deseo de ocupar y establecerse en el  cielo a la par de Dios.
2.                “Junto a las estrellas de Dios levantaré mi trono. El significado de esto depende de la manera en que se entienda "estrellas". Si se refieren a ángeles (Job 38:7; Judas 1 3: Apocalipsis 12:3-4: 22:16). entonces Satanás deseaba gobernar sobre todos los ángeles. Si se refiere a los cuerpos bestiales luminosos, entonces él deseaba regir en los cielos.
3.                “En el monte del testimonio me sentaré a los lados del norte. Esto habla de la ambición de Satanás de gobernar el universo como supuestamente hacía la asamblea de los dioses babilonios.
4.                “Sobre las alturas de las nubes subiré. El deseaba la gloria que pertenecía a Dios (a veces se asocia a las nubes con la presencia de Dios, vea Éxodo 16:10; Apocalipsis 19:1)
5.                “Seré semejante al Altísimo. Aquí su falsificación está tan clara como cristal. Satanás quería ser como, no diferente de. Dios. El nombre Elyon para Dios enfatiza su fuerza y soberanía (Génesis 14:18). Satanás quería ser tan poderoso como Dios. El quería ejercer la autoridad y el control en este mundo que legítimamente le pertenece sólo a Dios. Su pecado fue un  desafío directo al poder y a la autoridad de Dios.
            “El pecado de Satanás fue todo lo más atroz a causa de los grandes privilegios, la inteligencia, y la posición que él tenía, Su pecado también fue todo lo más dañino debido a la extensión de sus efectos. Afectó a otros ángeles (Apocalipsis 12:7); afecta a todas las personas (Efesios 2:2): lo  situó a él como el príncipe de este mundo (Juan 16:11); afecta a todas las naciones del mundo, puesto que él obra para engañarías (Apocalipsis 3).
            “Todo pecado es serio y todo pecado afecta a otros. Pero el pecado en los lugares altos es más serio y sus consecuencias más extensas. El pecado de Satanás debe servir como un constante recordatorio v aviso para nosotros” (Ryrie, Teología Básica,  Página 163).

Consecuencias.
El Pecado de Lucifer es especialmente significativo porque es el primero. No existía nada parecido anteriormente  y originó la rebelión contra Dios. Lucero siendo una criatura de gran belleza y perfección, no tenía necesidad de ser más grande, porque  fue creado con todo el esplender y gloria que podía tener una criatura. Su sabiduría era la más grande, le permitía ver con suma nitidez la bondad de Dios. Poseía una posesión que le permitía llegar a  Dios para ofrecer los servicios de acuerdo a su rango y poseer una íntima comunión con  su creador.
Las  consecuencias de su pecado las podemos resumir del siguiente modo:
1.      Expulsión del Cielo. Perdió su posesión y privilegios no los recuperara nunca.
2.      Carácter corrompido. Se transformó en enemigo de Dios.
3.      Poder corrompido. Usó su poder y sabiduría para obstaculizar la obra de Dios y esclavizar a la humanidad bajo el pecado.
4.      Conserva su dignidad. A pesar de su pecado conserva su dignidad,  lo vemos en el caso de la disputa por el cuerpo de Moisés entre él y el arcángel Miguel, y este no pudo pronunciar ningún juicio contra él (vea Judas 1:9).
5.      Condena eterna. Siendo el originador del pecado, siendo  voluntariamente pecado, no posee ninguna posibilidad de redención, sino que su destino es el lago de fuego (Isaías 14:15; Apocalipsis 20:10).
6.      Ángeles.  Una tercera parte de los ángeles le siguieron  en su pecado y siguieron  a su jefe en la expulsión (Apocalipsis 12:4). Algunos de ellos fueron inmediatamente confinados a prisiones eternas por que no retuvieron su dignidad (Judas 1:6)



[1] Chafer, Teología Sistemática, Clie, página 460
[2] No necesariamente es el Edén en que fue puesto Adán, pudo haber sido otro en un periodo que no nos es revelado.

Quejas

“Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor” (1 Corintios_10:10).



Los israelitas no cesaron de quejarse durante su travesía por el desierto; eran quejosos crónicos. Se quejaban por el suministro de agua; se quejaban por la comida y se quejaban del liderazgo que Dios les proveyó. Cuando Dios les dio maná del cielo, pronto se cansaron de él y deseaban los puerros, las cebollas y los ajos de Egipto. Aunque no había supermercado o zapaterías en el desierto, Dios les abasteció de una inagotable cantidad de comestibles por cuarenta años, y de zapatos que nunca se desgastaban. En vez de estar agradecidos por esta provisión milagrosa, los israelitas se quejaron sin tregua ni descanso.
Los tiempos no han cambiado. Los hombres de hoy en día se quejan por el clima: es demasiado caliente o frío, muy húmedo o muy seco. Se quejan por la comida, por la salsa apelmazada o la tostada quemada. Se quejan de su trabajo y el salario, por la falta de empleos aunque tengan uno. Critican al gobierno y sus impuestos, pero al mismo tiempo demandan beneficios y servicios cada vez mayores. Se sienten desdichados al lado de otras personas, por su automóvil o el servicio en el restaurante. Se quejan de dolores y achaques insignificantes. Quisieran ser más altos, más delgados y atractivos. No importa con cuanta bondad Dios los haya tratado con el paso de los años, de todos modos dicen: “¿Qué ha hecho Dios por mí recientemente?”
Debe ser una desgracia para Dios tener gente como nosotros en Sus manos. Ha sido tan bueno con nosotros, abasteciéndonos no solamente de lo necesario para la vida, sino hasta de lujos que Su propio Hijo no disfrutó cuando estuvo en esta tierra. Tenemos buena comida, agua pura, casas confortables y ropa en abundancia. Poseemos la vista, el oído, el apetito, la memoria y tantas otras misericordias que damos por descontado. Nos ha protegido, guiado y sostenido. Sobre todo, nos ha dado vida eterna por medio de la fe en el Señor Jesucristo. Y ¿Qué agradecimiento recibe a cambio de todo esto? Nada más que una reiterada retahíla de quejas.

Tenía un amigo en Chicago hace años que daba una buena respuesta cuando alguien le preguntó: “¿Cómo estás?”, replicaba: “Sería un pecado quejarme”. A menudo pienso en esto cuando me siento tentado a murmurar. Quejarse es un pecado. El antídoto contra las quejas es la acción de gracias. Cuando recordamos todo lo que el Señor ha hecho por nosotros, nos damos cuenta de que no tenemos razones para quejarnos.

Los Seis Milagros del calvario

EL VELO RASGADO
Y he aquí, el velo del templo se rompió en dos, de alto a bajo. — Mateo 27:51
En el discurso anterior consideramos la oscuridad al mediodía en la crucifixión, designado como el primero de los milagros del Calvario. El segundo de estos portentos, el que se menciona después de la oscuridad es el velo del templo rasgado en dos.
Algunas veces se ha supuesto que fue el terremoto que causó la rotura del velo. En ese caso tendríamos que considerar al temblor como el segundo de los milagros en este orden, Pero parece irrazonable adscribir el rasgamiento de una cortina al terremoto cuando no derrumbó el edificio en el cual ella estaba colgada.
Por lo tanto ¿qué dice la Escritura? "Más Jesús, habiendo otra vez exclamado con gran­ de voz, dio el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rompió en dos, de alto a bajo; y la tierra tembló, y las piedras se hendieron." Según el orden establecido aquí, el rasgamiento del velo no tuvo nada que ver con el terre­moto. Verdaderamente, si vamos a considerar la causa y efecto, esto nos llevaría a pensar que el rasgamiento del velo fue el resultado de la segunda de las dos exclamaciones del Calvario, esto es, del último fuerte clamor cuando ex­piró el Crucificado. El mismo clamor también sería causa del terremoto.

I.       ¿que causo el temblor?
Ambos, el rasgamiento del velo y el temblor, fueron una doble consecuencia del mismo an­tecedente. Fue, podemos decir, la voz fuerte del Salvador que expiraba lo que rasgó en dos el velo del templo, sacudió la tierra y hendió las rocas.
Esta sugestión de Mateo se ve corroborada por Marcos, quien, mientras une el incidente del velo y el último clamor del Sufriente divi­no, no menciona el temblor. Por otra parte, mientras que Mateo, al dar razón de las impre­siones del centurión romano cuando presenció la crucifixión, dice que fue afectado en parte al ver el temblor, Marcos, que no menciona el temblor, relata que el centurión fue afectado en parte al ver cómo clamaba Jesús.
De esta comparación de los dos evangelios se sugiere que la fuerza de ese clamor puede medirse por el temblor de la tierra, y si por eso, luego también por el rasgamiento del velo.
Así, al buscar la verdadera relación que tienen entre sí estos dos sucesos, al mismo tiempo hemos descubierto cierta relación entre causa y efecto que es muy solemne y sublime. "Jesús clamó a gran voz, y he aquí, el velo del templo se rompió en dos de alto a bajo"

II.     EL VELO
Ahora debemos establecer una idea correcta en cuanto al velo.
El templo sucedió al tabernáculo y tomó su lugar, pero el velo del templo era el velo del tabernáculo perpetuado. Había muchas di­ferencias entre los dos edificios; pero en cuan­to a los velos, el último era una reproducción del primero en cuanto a material y ornamenta­ción, mientras que, en cuanto a sus propósitos, eran idénticos.
Por lo tanto, aunque el velo rasgado perte­necía al templo, sin embargo, debemos volver al tabernáculo si queremos sacar la lección de nuestro tema.
El velo era una cubierta que colgaba para separar el lugar santo del lugar santísimo.

simbolismo del tabernaculo
El tabernáculo consistía en tres partes—el atrio, el lugar santo y el lugar santísimo. En el atrio se reunía la congregación de Israel. Al lugar santo entraban diariamente los sacer­dotes para ministrar según su oficio. Pero al lugar santísimo nadie osaba entrar, salvo el sumo sacerdote, y éste solamente una vez al año con la sangre de la expiación y el humo del incienso.
En el atrio, a la vista del pueblo, estaban el altar de metal y el lavacro, símbolos de lo que es necesario a fin de poder acercarse a Dios.
No se puede allegar a El sin pasar por el lugar del sacrificio sangriento, y en esa sangre ser limpiado como en un lavacro. En el lugar sagrado, a la vista de los sacerdotes, quienes recién habían pasado por el altar sangriento y el lavacro limpiador, estaban la mesa de los panes, el candelero de oro, y el altar de oro del incienso—símbolos de la unión y co­munión con Dios. En el lugar santísimo, a la vista del sumo sacerdote solamente, estaban el arca, su cubierta de oro, el propiciatorio, el querubín y la Shekinah, la nube de gloria, símbolos del trono de Dios, su presencia, poder y gracia.
Así, en la estructura del tabernáculo, tene­mos el simbolismo propio de Dios, de las ver­dades relacionadas con la adoración aceptable de El por parte del pecador.

el significado de los velos
También estaba simbolizado el que existían obstáculos para tal adoración. Mientras dura­ba la dispensación del tabernáculo, el acerca­miento a Dios era muy imperfecto; pues había velos en el tabernáculo. Las personas en el atrio estaban separadas del lugar santo por medio del primer velo; los sacerdotes en el lugar santo estaban separados del lugar santí­simo por el segundo. El oficio de cada velo era el mismo: ocultar lo que estaba detrás y evitar el acercamiento.
Por virtud del altar de metal y del lavacro, las personas en el atrio podían avanzar hasta cierto punto; pero solamente los sacerdotes podían pasar el velo e ir un poco más cerca, hasta los símbolos de comunión con Dios; mientras que solamente el sumo sacerdote podría pasar el segundo velo y acercarse hasta aquellos símbolos más significativos aún de la comunión con Dios.
De estos símbolos sobre la obstrucción de la comunión con Dios, el segundo velo es el más expresivo; pues el lugar santísimo es la cima de la realidad y felicidad de la co­munión con Dios. Así era que todo el ritual del tabernáculo era llevado a cabo con la fundamental alusión a ella, desde la entrada por la puerta del atrio hasta la presencia del sumo sacerdote dentro del tabernáculo.
Este segundo velo, el símbolo más expresivo del obstruccionismo, que ocultaba la gloria de la presencia de Dios, es el velo que hallamos en nuestro texto.

la descripción del segundo velo
Era una tela curiosamente labrada. Sobre la base de "lino torcido" se desplegaban los colores cárdeno, púrpura y carmesí. Y esos tres colores, en esa armonía que resultaría de la interposición del púrpura entre los otros dos, eran entretejidos de querubines. Era algo que desplegaba las ideas de vida y poder y a la vez las de hermosura y gloria. Estaba sus­pendido por medio de ganchos de oro de cuatro pilares cubiertos de oro. La Escritura la llama "de delicada obra"; la obra de Dios, pues fue hecho "conforme a su traza que Dios mostró a Moisés en el monte."
¡Cuán impresionante debe haber sido, en la séptuple luz del candelero de oro! Llena­ría las mentes de un temor reverencial, dado que colgaba allí para ocultar la mayor gloria que estaba detrás. Y por la expresión figurada del guardián vigilante y poderoso del queru­bín labrado, les estaba diciendo silenciosa pero solemnemente, "Hasta aquí, pero no pasarás más adelante.” Podemos imaginar la reverencia con que hablaban en voz baja los sacerdotes en el lugar santo.

III. Velo rasgado
Pero ahora el velo ya no existía. Estaba ras­gado. De pronto su labor había concluido. Todavía estaba colgado allí, pero ahora el ojo podía ver a través de él y más allá de él. Como velo ya había desaparecido. ¡De pronto, y de una manera muy extraña, el secreto había terminado!
Esto no se debía a que la casa en la cual había estado prestando servicio había sido des­truida, ni que una mano desautorizada hubiera hecho violencia en él, sino que parecía que de sí mismo se hubiera agotado.

renunciando a su oficio
Cayó hecho pedazos en su propio lugar delante del lugar santísimo, como si renun­ciara a su función. La mano humana no había intervenido, y ninguna otra cosa desde la entrada hasta el oráculo estaba fuera de lugar o dañada en todo el edificio magnífico.
No fue debido a un proceso natural de de­cadencia que las hebras del velo se separaron, pues aunque cayó hecho pedazos, no fue he­cho jirones. No tenía una rotura aquí y otra allí; fue rasgada. "Se rompió en dos"—es decir en dos partes. Como dice otro evangelista, "se rompió por medio," en dos partes iguales, abriendo así una entrada hacia el mismo cen­tro de aquello que había ocultado. Fue rasgado "de alto a bajo" en una línea recta hacia abajo y completamente separada. No fue un in­truso que le dio un tirón violento de abajo, sino un corte perfecto por una mano invisible des­de arriba. El relato implica lo sobrenatural, e indica que cualquiera que lo hubiera presen­ciado lo habría considerado así.
Pero lo que es más notable es que el rasga- miento del velo fue una gran coincidencia. ¿Cuándo sucedió? Precisamente cuando Jesu­cristo expiró en la cruz. ¡En ese mismo instante! Ese era el momento majestuoso que había estado esperando el velo, el momento para el cual había existido a través de todas las edades en desafío al tiempo y a la violencia. ¡Ese preciso instante! Como si una inteligencia inherente hubiera estado vigilando en él y ahora sentía que había llegado su sentencia celestial.

un clamor de victoria
Especialmente, como hemos notado, fue rasgado inmediatamente después del fuerte clamor al expirar el Crucificado. Hubo dos fuertes clamores desde la cruz. El primero fue poco antes de terminar las tinieblas, y el se­gundo después que hubieron ellas pasado. El primero fue un gemido agonizante de abando­no; el segundo una voz de gozo. El primero le fue exprimido por esa agonía insufrible de la cual la terrible oscuridad era una señal; el segundo fue la repercusión de sus sentimien­tos de logro y liberación a la luz de la comu­nión restaurada con su Padre. El primero pro­nunció las palabras, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" El segundo fue un grito, sin pronunciar palabras, pero inmediatamente después de haber El exclama­do, "Consumado es."
Su obra estaba terminada. Había llevado nuestros pecados. La carga se había ido. Así pues, su segundo clamor de la cruz fue la exclamación del Vencedor. Tal como el hom­bre que, cansado después de las actividades del día, siente placer al pensar en el éxito que ha tenido en sus asuntos y puede reposar tranquilamente con dulces visiones del maña­na, así fue con un gozo intensamente huma­no que, antes de dormir, en el triunfo de su propósito cumplido, el Salvador sufriente pro­firió ese último clamor.
Cuan fehacientemente se evidenció la vic­toria por la fuerza sobrenatural de la voz del hombre moribundo. El centurión romano se llenó de espanto a causa de ello y la tierra tembló.
Con ese clamor de victoria coincidió el rasgamiento del velo. Cuando el Salvador ter­minó su obra, cuando la nota de triunfo se elevó claramente de sus labios moribundos, en ese instante, como si el cuchillo de un artesano experto lo hubiese partido, el ocultamiento del lugar santísimo fue quitado para siempre. Era una señal de lo que fue la victoria.

IV.  Evidencias
Aquí pues tenemos algo manifiestamente divino en que pensar, meditar y aprender. No es solamente que la Palabra de Dios lo registra sino que los términos que emplea requieren nuestra observación. Hacen pensar en la pre­sencia de testigos, y en realidad había testi­gos. Su oportunidad es uno de sus hechos más destacados. Jesucristo expiró a las tres de la tarde. Esta era la hora del comienzo del sacri­ficio de la tarde, así que los sacerdotes estaban en el lugar santo delante del velo, ocupados en sus oficios. Sí, Dios quiso que se viera, y que se meditara en ello.

los enemigos silenciados por las pruebas
Y podemos detenernos un momento para notar qué prueba tan poderosa de los relatos evangélicos es ésta del rasgamiento del velo. Los evangelistas osaron publicar sus relatos en medio de los judíos y a la vista de los mismos sacerdotes. ¿Fueron contradichos? ¡Cómo se hubieran asido de esto y lo hubieran usado esos sutiles y vigilantes ateos Celso, Porfirio y Julián! Pero no, los enemigos de Jesús fueron silenciados. No podían decir que nunca lo habían oído antes. El relato sencillo de los evangelistas se prueba a sí mismo. Es la his­toria verídica de la destrucción del velo.
Verdaderamente Dios quiso que fuese para nuestra instrucción. El poder con que podría hacerse sentir puede ser inferido de la santi­dad del velo, que tanto controlaba la conducta de los sacerdotes. Grande como había sido durante 1.500 años el pecado del pueblo es­cogido, éste nunca había pecado en violar el secreto detrás del velo. Por lo tanto, al caer el velo en dos partes, extraño y terrible debe haber sido el efecto sobre los testigos. Y como esta visión afectó a los sacerdotes, así también debe haber afectado a la comunidad excitada. En la gran coincidencia de la hora, ¿no haría que todo ser honesto pensara en Cristo y su cruz? ¡Qué consumación práctica era de la verdad y el significado del incidente, cuando tan pronto como se comenzó a predicar el evangelio "una gran multitud de los sacerdotes obedecía a la fe!"
Y ahora el relato evangélico nos está dicien­do, "He aquí"—contemplad este hecho—este mensaje de Dios a la vista—el evangelio en símbolo.
Ahora el modo en que se nos presenta y está ilustrada la victoria del Salvador inmola­do en el rasgamiento del velo, podemos apren­der de las consecuencias que obró sobre la casa de adoración donde estaba colgado. Cua­lesquiera que sean los cambios efectuados allí, tal debe ser, por analogía la victoria del Cru­cificado.

lo que prueban las evidencias
En primer lugar, al estar rasgado el velo, era imposible que el sumo sacerdote conti­nuara llevando la sangre de la expiación dentro del velo.
Luego, los secretos tan bien guardados del lugar santísimo habían terminado y sus miste­rios estaban a la vista.
En tercer lugar, los sacerdotes que ministra­ban delante del velo podrían entrar ahora con toda seguridad y libertad a ese lugar que tipi­ficaba la presencia de Dios.
En cuarto lugar, el pueblo que estaba en el atrio podría penetrar al lugar santo de los sacerdotes y de allí al lugar santísimo. Cuando el lugar de la presencia de Dios había dejado de estar oculto, el espíritu y significado del primer velo también había pasado.
Por lo tanto, el rasgamiento del velo fue la destrucción de la dispensación del tabernácu­lo. Dio por tierra con todo lo que eso signifi­caba. Dislocó el ritual y decapitó el régimen divino de todas las edades. Y con la demolición de la dispensación, también derribó la pared intermedia de separación entre el judío y el gentil y abrió el recinto de la presencia de Dios a toda la humanidad.

VI.  Resultados verdaderos
Tales fueron los resultados típicos, y ahora veremos los resultados verdaderos. ¿Cómo pudo Dios instituir un régimen tan obstruc­tivo de adoración? ¿Por qué ocultó de los hom­bres el recinto de su presencia y ordenó que nadie se le aproximara salvo bajo el abrigo de la sangre del sacrificio? El pecado, el pecado —esa era la obstrucción. Todos los arreglos del tabernáculo eran una severa aseveración de Dios que El no tendrá comunión con el hom­bre cuyo pecado está en él con su profunda y maldita condenación.
Por lo tanto, cuando esos impedimentos tí­picos fueron quitados, significó que el pecado, la verdadera obstrucción, había sido quitado. Lo que fue hecho típicamente en el velo fue hecho verdaderamente en Jesucristo. Esta era la victoria de su muerte. El, el santo, luchó por nosotros con nuestro pecado y lo venció. El, el sufriente, agotó en su propio ser el sufri­miento requerido por el pecado.

el asunto del pecado arreglado
Y así fue como el sumo sacerdote del velo fue excluido de su oficio por ese grito de triun­fo de la cruz que rasgó el velo. Pues ahora el Crucificado, el verdadero sumo sacerdote, lle­varía su propia sangre una sola vez, no en la presencia típica sino en la presencia verdadera, en el cielo. Allí debía presentarse en el poder de una vida sin fin, como la justicia de Dios para los pecadores por la fe en su sangre.
Así ha arreglado para siempre, para todos aquellos que quieran acercarse a Dios por la fe en El, el asunto del pecado, y ha quitado todo impedimento posible para una íntima comunión con Dios.

el hombre ahora puede acercarse a dios
Ahora, por lo tanto, el camino está abierto para que el hombre pueda aproximarse. Por fe y en adoración espiritual tenemos "libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo, por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne" (Hebreos 10:19,20).
En otras palabras, el velo rasgado era la humanidad del Hijo de Dios rasgada. En su lino fino vemos la justicia de su naturaleza humana. En estar colgado de ganchos de oro —el oro en el tabernáculo tipifica la naturale­za divina—vemos la dependencia de su hu­manidad en su deidad. En su azul celestial y en su carmesí terrenal y al unirse estos dos para formar el púrpura, vemos al cielo y la tierra unirse en su vida humana en una her­mosa armonía. Y en los querubines que lo cubrían vemos las funciones sobrenaturales de su historia humana.

cristo el hombre perfecto
¡La humanidad de Jesús era en verdad "una delicada obra" de Dios! Sus excelencias fueron lo que hicieron de ella el velo. La manifesta­ción del Hombre perfecto sobre la tierra era la demostración de la clase de hombre a quien Dios permitiría acercarse a El. Si tan solamen­te hubiese tenido excelencias, éstas hubieran sido para la destrucción de nuestras esperanzas. En otras palabras, su encarnación no hubiera sido de valor sin su muerte vicaria. El velo debió ser rasgado.
Su gloriosa humanidad fue completamente rasgada. Rasgada "de arriba," fue Dios quien le hirió; rasgado "hasta abajo," estaba muy triste hasta la muerte; tan rasgado que ahora por esas excelencias nosotros los pecadores po­demos llegar en seguida a la presencia de Dios. Contemplamos por la fe el mismo cielo. Mira­mos con caras descubiertas, pues aunque es ardiente y clara, es también suave y hermosa la gloria que allí desciende sobre nosotros.

No hay oscuridad ni reserva, ni el ardor de la ira merecida. Nunca fue oído el "Abba, Padre," hasta que Jesús nos lo enseñó. Pero ahora el hijo se dirige inmediatamente al pe­cho de su Padre y puede abrazarle.