lunes, 26 de junio de 2023

COMO CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS

 Siempre ha existido ansiedad en el corazón de los hombres por conocer la voluntad de los dioses. El A. T. habla de paganos, como el rey de Babilonia. Detenido ante una encrucijada, hace uso de la adivinación, sacude las saetas, consulta a los ídolos y mira el hígado (Ezeq. 21:21). Otros lo hacen de diferente modo, y aun nuestra gente moderna —que pretende ser tan civilizada— consulta horóscopos en revistas y periódicos. Lo hace porque siente necesidad de ayuda, pues el pecado ha desorganizado todo su ser. En cam­bio, cuando el hombre es regenerado, el mismo Espíritu Santo toma a su cargo la dirección de su vida.

Es evidente pues que toda forma de adivinación nace del deseo de obtener conocimiento del futuro, aun clandestinamente; y esto es una imitación satánica de la profecía. El Espíritu Santo es quien guía a los verdaderos hijos de Dios, pero son demonios los que guían en el otro caso; ellos tienen cier­to conocimiento que podremos llamar super físico.

Cuando el Espíritu toma posesión del creyente, él mismo lo guiará, aunque no necesariamente por medios sobrenaturales. A veces lo ha hecho por instrucción oral, “habló Dios a Abraham; a Moisés", etc., o mediante visio­nes y sueños. Pero es necesario advertir que entonces no había una revela­ción completa, escrita. Otro modo fue la nube y la columna de fuego. Habiendo redimido a su pueblo, Dios descen­dió para morar en medio de él y andar con él. No lo dejo ir a su heredad como pudiera. Israel debía ser un pue­blo guiado y obediente. La nube escribió “si el Señor quiere” sobre todos sus movimientos; hizo que ellos vol­vieran a ser como niños. Nosotros pues podemos esperar también que Dios haya provisto algo que nos sirva de brújula en nuestra peregrinación; y por cierto es así, y no es algo, sino Alguien, ¡Se trata de una Persona!

En el discurso del Señor que ha­llamos en Juan cp. 14 al 18, leemos que preparaba a los suyos para Su salida de este mundo. Pero les prometió que vendría OTRO guiador. “El Espíritu de verdad”. Ahora nuestro Señor está en el cielo, pero el Espíritu Santo es­tá aquí, y su misión es guiarnos.

Cada uno de nosotros sabe lo que es estar en situación de perplejidad, y tener necesidad de hacer algo. Segu­ramente Israel en su tierra no fue guiado otra vez exactamente como cuando estaba en el desierto. No obstante, la presencia invisible de Dios por su Espíritu, y según su palabra, siem­pre estuvo guiando y protegiendo.

Algunas palabras de advertencia —exenta de dogmatismo— acerca de costumbres no recomendables nos vendrían bien, pues sabemos que han sido motivo de bendición a almas sencillas. Sabemos de aquellos que siempre buscan la dirección del Señor por medio de una “cajita de sorpresas”. Al­guien ha dicho que junto a ella habría que poner una “caja de advertencias”. Otros dicen ser guiados por impulsos. “Se sienten guiados”. Es cierto que a veces el Espíritu obra así; no obstante, es indispensable estar siempre en comunión con el Señor.

No podemos caminar en las sendas de justicia solamente por medio de presentimientos. Muchas veces esto de “sentirse guiado” no es más que una excusa para justificar hechos apresurados, y ministerio sin provecho. Según las Escrituras no es cosa de “sentirse guiados”. Somos guiados por el Espíritu. Además, la dirección del Espíritu no es para tiempos de crisis solamente, sino para toda la vida. Es por esta ra­zón que nos ayuda grandemente al sobrevenir los momentos de crisis.

Señales sobrenaturales. Tales cosas son buscadas muchas veces por los es­piritualmente inmaduros. Vista no es compatible con Fe, y no debemos olvida— míe los adversarios también hacen señales. Las señales sobrenaturales no forman parte de la guía divina normal.

Cristo dijo a los suyos acerca del Espíritu Santo: “os guiará”. Y esto su­giere una mano amorosa extendida pa­ra dirigir, “os guiará a toda la verdad” (Jn. 16:13). Los apóstoles tenían que ser testigos de todo lo que aconteció, a fin de llegar a ser los escritores e intérpretes de Cristo para todo el tiempo, para que en cada generación por su palabra otros creyeran. (Tn. 17:20). El conocimiento que los apóstoles recibie­ron por tal guía, quedó registrado permanentemente en el Nuevo Testamento. El Espíritu los guio a escribir, así como ahora nos guía a nosotros al leer, para que crezcamos en el conocimiento de su voluntad. Si quisiéramos ser guiados por el Espíritu en los asuntos de nuestra fe, éstas son las Escrituras que tendremos que estudiar. La palabra de Dios es el “libro de texto”, y ninguna cosa que no cuadre bien con el LIBRO podrá ser considerada como enseñada por El.

Todo creyente debe experimentar para si la guía y la iluminación del Espíritu. Las condiciones no son difíciles de obtener. Consiste sencillamente en la atención humilde y expectante. Y en leer las Escrituras con ferviente oración. Y al leer u oír la Palabra, el Espíritu será nuestro Guía y Enseñado.

Es también obra del Espíritu que mora en nosotros, el conducimos a la contemplación del divino rostro; y a una vida de oración e intercesión. Él nos guiará en el camino de la santidad de vida (Ezeq. 36:27, Isa: 30:21). La característica de tal vida es que nunca se guía por las normas y deseos de la carne, ni por la manera de pensar del mundo.

“Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Rom. 8:14). La expresión “hijos de Dios” significa no solamente que somos de la familia de Dios, sino que además manifestamos la dignidad de “hijos de Dios”. Todo creyente es hijo de Dios por nacimiento, pero todo hi­jo no está mostrando la dignidad del estado de hijo. Vive como niños que no ven, sin realizar la alta dignidad de su vocación y estado.

La vida del Espíritu dentro del creyente autentica del estado de hijo. Es el especial privilegio de ellos ser guiados por el Espíritu; por la palabra que es inspirada y por Su testimonio dentro del alma, que ilumina el enten­dimiento y vivifica la conciencia, de tal manera que tiene un instinto espiritual y un discernimiento sano de las cosas de Dios. Este es el principio que ha de guiar la vida. Y en esto no hay nada que tenga que ver con un mero entusiasmo o éxtasis. Todo habla de la su­jeción del corazón al gobierno de la voluntad de Dios en nuestras palabras, obras y pensamientos. Sujeción que desde nuestro punto de vista es voluntaria, y sin embargo es debida al divino Agente y Enseñador que mora adentro. Se trata de una entrega y un santo abandono al Espíritu Santo, el cual ha de guiarnos. Tal guía llevará a la mortificación de la carne, y por la obediencia a Él nunca seremos derro­tados por ella.

Recibimos el “Espíritu de adopción” (Rom. 8:15). Significa dar el lugar de hijo a alguien a quien por naturaleza no le pertenece. El contraste es entre la posición sin privilegios de un esclavo, y la de aquel que no solamente es reconocido como un miembro de la familia, sino también es poseído de una dignidad: es hijo y heredero. Porque aquellos que han recibido el Espíritu de adopción son herederos de Dios (Efes. 1:5).

En la carta a los Romanos. Pablo contrasta el presente con el glo­rioso futuro. Somos hijos de Dios aun­que ahora estemos viajando como in­cógnitos por el mundo. En el pasaje paralelo de Gálatas 4:6, leemos del Espíritu de su Hijo. Allí el presente es contrastado con el pasado que fue invalidado en Cristo. Es la acción del Espíritu del Hijo sobre nuestro espíritu que nos hace clamar “Abba Padre”. El Espíritu llena el alma con amor de tal manera que es d gozo del hijo obede­cer. Por el Espíritu la ley se cumple, pero al mismo tiempo su dominio que­da abolido. No es más un freno que moleste, pues el creyente, dulcemente constreñido por el Espíritu hace la voluntad de Dios, y guiado por el Espíritu vive una vida libre de egoísmo y Heno de fruto para Dios.

Walter T. Bevan

Más Que Inmodesto


“Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia”
 (1 Ti. 2:9).

Los bajos de los vestidos suben y los escotes bajan cada vez más. Los vestidos son tan ajustados y cortos que es difícil sentarse. En otros, rajas largas exponen las piernas muy por encima del doble del vestido o la falda. Blusas o camisas cortas dejan expuesto el ombligo. Blusas apretadas en combinación con ropa interior muy fina exponen a la vista todos los detalles.

¿Quién lleva semejante ropa? Aunque puede que nuestro primer pensamiento sea de la gente que vemos cada día en el mundo, estoy pensando más en personas que profesan ser creyentes que he visto en asambleas y en otras congregaciones de cristianos.

Este estilo de vestirse va más allá de la inmodestia y entra en la línea de lo inmoral. El Señor

mismo dijo: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt. 5:27-28).

La verdad es que hay hermanas jóvenes, y algunas de más edad, que se visten de manera que no sólo atraen atención sobre ellas, (inmodestia, 1 Ti. 2:9-10), sino que sin saberlo (espero), provocan a hombres jóvenes y no tan jóvenes a pecar. Su forma de vestir revela tanto y es tan provocativa que a los del sexo opuesto les es verdaderamente difícil no echar la segunda mirada. Entre creyentes, la forma de vestirse ha ido de informal a desarreglado e inapropiado, y ahora comienza a ser inmoral. Es tiempo de que las hermanas más ancianas se acerquen a las más jóvenes y hablen con ellas acerca de esto. En algunos casos, puede que los ancianos deban dirigirse al problema.

Y no sólo son las mujeres las que se visten inmoralmente. Los hombres jóvenes también deben tomar en consideración la tentación que ponen delante del sexo opuesto. Muchos jóvenes se visten inapropiadamente para una reunión de la iglesia. Esto no quiere decir que haya que mandar que siempre lleven una chaqueta americana y corbata, pero por otra parte no es apropiado ir a congregarse con los creyentes vestido como si acabara de salir del campo de futbol o del gimnasio. Estos mismos jóvenes no vestirían así para ir a entrevistarse para un trabajo, ni para ir a una boda, pero no tienen la debida reverencia respecto a una reunión con el pueblo del Señor en la presencia del Señor.

Algo que es quizá más preocupante es que los padres cristianos parecen tener poco o nada que decir a sus hijos acerca de su modo de vestirse, y es razonable suponer que son ellos quienes proveen la ropa que llevan sus hijos. ¿Esto es porque ellos consienten o aprueban esta forma de vestirse, o porque simplemente tienen miedo de decir algo a sus hijos?

Posiblemente algunos que están en liderazgo en las asambleas tienen miedo de ahuyentar a los jóvenes si tratan esta clase de tema. Sería para nuestra vergüenza si para retener a nuestros jóvenes, ignoráramos lo obvio (1 Co. 13:6). Puede que se queden en la asamblea, pero ¿qué será el producto de este modo de pensar y proceder? Ciertamente no vamos a producir jóvenes maduros ni piadosos. La misma gracia que nos salvó también nos enseña “que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tit. 2:12), y nosotros también debemos enseñar esto.

Dada la forma de pensar de hoy en día, en la que el culpable a menudo piensa que es una víctima, puede que los que hablen de este tema sean tachados de legalistas o de algo peor. No dejemos que semejantes etiquetas nos detengan de hablar la verdad en amor acerca de la forma inmoral de vestirse que es tan evidente hoy en día entre los que profesan ser cristianos. “Hermanos míos, esto no debe ser así” (Stg. 3:10).

Steve Hulshizer

traducido de “Milk & Honey” por Carlos Tomás Knott


 

SEÑALES DEL TIEMPO

 "ALGUNOS APOSTATARAN DE LA FE"

Significa "ubicarse lejos de la fe" (Gr. aphistemi). Aquí el texto dice algunos, en cambio en 2 Ti. ya son muchos. Estas son personas que dijeron saber la doctri­na de Cristo ;(la fe), pero no le conocieron a Él como Salvador. Este hecho de inmediato dio origen a las re­acciones que ^ya vemos en la misma iglesia del Nuevo Testamento, por ejemplo: Himineo y Alejandro (1 Ti. 1: 20); (2 Ti.2:17; 4:14); la contradicción de Asia (2 Ti. 1:15); el extravío del negocio con las cosas de Dios (1 Ti.6:5-10); la aparición de anticristos (1 Jn.2:18-19), etc. que configuran una trágica deformación herética a las verdades enseñadas por los mismos apóstoles.

"ESCUCHANDO A ESPIRITUS ENGANADORES"

Ocurre como una réplica de Edén y la atención que Eva puso a la voz del diablo (Gn.3:3,5,13); quien nunca cesó de presentar estratagema para disfrazar la verdad (2 Cr. l8:19) hasta intentar atropellar al mismo Señor (Mt. 16:23). Muchos creyentes se han enfriado, y los profesantes desbaratados, ampliando el espectro de la confusión religiosa (2 P.2: l). En síntesis, escuchar (Gr. aferrándose 2 P.l:19) significa tomar una firme decisión con respecto a la sana doctrina: a] Cristo no es venido en carne (2 Jn.7); b] Demostrar lo que creen por medios ilícitos (2 P.2:18) en competencia con el verdadero poder del evangelio; c] Asegurar que no han pecado siguiendo alguna filosofía de origen griego para tratar de poner de lado la obra de Cristo (1 Jn. 1:8) y cuántas cosas más que han formado la base a las miles de creencias que tenemos en el presente y que arremeten con "su ver­dad" en contra del glorioso evangelio de Cristo. No vencerán.

"DOCTRINAS DE DEMONIOS"

El ejército de ángeles destituidos se ha colocado en favor de la mentira, la ha venido disfrazando, y cambiando de signo desde el "otro evangelio" de que habla Pablo en Gá.l, hasta el "contra evangelio" de la no resurrección (1 Co.15:12;     Hch.26:8;        2 Ti.2:17), pasando por todos los matices de cultos inspirados por Satanás sea como ángel de luz o con groserías vergon­zosas (Ef.5:11-13).

Las doctrinas de los demonios atacan a los cristia­nos y a los no cristianos, y seduce lamentablemente a los unos y a los otros. En estos tiempos que reconocemos como finales de la escatología, los últimos días de los "postreros tiempos", la avalancha demoníaca parece ser un ejército como las langostas de Ap.9 que, armadas de todos los elementos imaginables, avanzan sobre nosotros y si pudieran, nos harían autodestruir (por pleitos, envidias y contiendas internas fraguadas), o por desi­dia, pereza, dejadez, liviandad y cuánta otra cosa que signifique desentendimiento del llamado del Espíritu a la santidad y la adoración. ¡Cuidado!

"HIPOCRESIA DE MENTIROSOS"

¿Habrá dentro de la iglesia elementos de este sector? Tristemente sí, y muchos (1 Ti. 1:5-6). Los hubo en todos los ‘tiempos y hoy la "diplomacia religiosa" (Gá.2:13), a un nivel refinado desprecia sonrientemente a los dones del Espíritu y si pudiera, eliminaría a los siervos de Dios (Stg.3:16-17). Y esto ocurre dentro, con lo que consideramos de la familia de Dios. ¿Qué sucede con los que dicen que son, pero no lo son? Se plantea el 'sistema de tributo' de Me. 12:13-17.

Aunque triste sea admitirlo, la hipocresía nunca se apartó de los miembros de la iglesia, y las varias advertencias al amor sin fingimiento (Ro.l2:9), al amor sincero (2 Co.6:6) y a la preparación espiritual para practicarlo como en 1 P. 1:22: "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro", clara­mente descubren que a menos que exista una íntima pre­paración individual activada por el Espíritu Santo, la insinceridad de los gentiles también estará al día en la iglesia de Dios. ¡Muy triste! Es malo cuando los menti­rosos están afuera y nos engañan, así como lo tenemos en la Escritura; es horrible, cuando imitándolos, también se ganaron adentro y son miembros de la iglesia y hasta pretenden dirigirla (Ef. 4:25; Hch. 5:3; Col.3:9; Stg.3:14; 3 Jn.9-10).

"TENIENDO CAUTERIZADA LA CONCIENCIA"

"Cauterizar" significa literalmente 'quemar con un hierro candente'. Es el efecto del pecado en las con­ciencias de los profesantes. La historia ha demostrado la cantidad de conciencias quemadas que han seguido propagando sus enseñanzas con total insensibilidad a la doctrina del evangelio, y produciendo una mezcla deshonrosa de verdad y error ofensiva a Dios, descontro­lada por el Espíritu (1P.2:19).

La conciencia es el autoconocimiento que testifica la conducta. Cuando está supervisada por Dios es buena (1 Ti.1:5, 19), limpia (1 Ti.3:9) y santa (He.9:14). Cuando sale de su esfera se corrompe (1 Ti.1:15) y torna inestable y crítica. Nosotros mismos sufrimos los síntomas de la quemazón cuando vivimos al margen del control divino (1Jn.3:18-20).

Es una señal del fin del siglo el aumento vertiginoso del "andar gentil", es decir ese modo insensato de conducta vana con el "entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios... por la dureza de su corazón" (Ef.4:17-19).

Raúl Caballero Yoccou
Contendor Por la Fe

ALGUNOS HOMBRES EN LAS EPISTOLAS

 1.           NUESTRO VIEJO HOMBRE Romanos 6:6. Se refiere a todo lo que los creyentes eran como estando en la carne ellos han muerto a eso en la muerte de Cristo.

2.           EL VIEJO HOMBRE Efesios 4: 22; Colosenses 3:9. El hombre en general, bajo la primacía del Adán caído, o, "el pecado en la carne".

3.           EL NUEVO HOMBRE Efesios 4: 24; Colosenses 3: 10. Lo que los creyentes son como estando en "Cristo" en una "nueva creación".

Nota: En ninguna parte se dice que Cristo es el "Nuevo Hombre". Nosotros leemos en cuanto a esto, "creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad". ¡Cristo no es un ser creado, o una criatura! Aunque esto es cierto, es bastante correcto decir que el Nuevo Hombre es Cristo de manera característica.

4.           UN SOLO Y NUEVO HOMBRE.. Efesios 2: 15. Abarca a todos los creyentes de entre los Gentiles y de los judíos.

5.           El hombre INTERIORRomanos 7: 22; 2ª Corintios 4: 16; Efesios 3: 16. Es lo que es formado en el alma por la operación soberana de Dios, mediante la actividad de un Agente divino el Espíritu Santo, el cual usa un instrumento divino la incorruptible Palabra de Dios, que vive y permanece para siempre.

6.           EL HOMBRE EXTERIOR 2ª Corintios 4: 16. Lo que nosotros somos por naturaleza o exteriormente.

7.           EL HOMBRE INTERIOR "Mas sea adornado el hombre interior del corazón, con la ropa imperecedera de un espíritu manso y sosegado, que es de gran precio delante de Dios". 1ª Pedro 3: 4 VM. Eso que ha sido formado en nosotros en un nuevo nacimiento un nuevo ser moral. Las gracias de este hombre interior del corazón han de ser ornamentadas mediante la obediencia a la Palabra de Dios.

8.           EL HOMBRE NATURAL 1ª Corintios 2: 14. Este es un incrédulo desprovisto de cualquier obra de Dios en él. Consecuentemente, no nacido de Dios, ni sellado con el Espíritu Santo.

9.           EL HOMBRE ESPIRITUAL, "Mas el hombre espiritual lo discierne todo, y él mismo no es discernido de nadie".  1ª Corintios 2: 15 - VM. El creyente, no solamente sellado con el Espíritu Santo, sino andando según el Espíritu.

10.       EL HOMBRE CARNAL 1ª Corintios 3: 1, 3, 4. Un creyente que anda según la carne.

11.       EL PRIMER HOMBRE 1ª Corintios 15: 47. El orden en que el hombre fue creado. 

12.       EL SEGUNDO HOMBRE 1ª Corintios 15: 47. El orden de la Humanidad de nuestro Señorcelestial, santo, sin pecado.

13.       EL PRIMER ADÁN1ª Corintios 15: 45. Adán, la cabeza caída de una raza caída.

14.       EL POSTRER ADÁN 1ª Corintios 15: 45. Cristo, la Cabeza de una nueva raza, raza que toma su carácter de Él mismo.

15.       EL HOMBRE TERRENAL 1ª Corintios 15: 48. El origen del primer hombre fue el "polvo" "polvo eres, y al polvo volverás". (Génesis 3). Su carácter siendo conmensurado con su origen es decir, "terrenal".

16.       EL HOMBRE CELESTIAL 1ª Corintios 15: 48. El origen del "Segundo Hombre" fue "del cielo". Siendo Su carácter, así como el de todos los que son de Su orden, espiritual y celestial.

            «Cuando el Espíritu de Dios llama a nuestro Señor "el segundo Hombre", es como si Él nos dijera que todos los demás hombres no son más que la reproducción del Primer Hombre.» (cita de la revista "The Bible Treasury", volumen 4, página 348). Nuestro Señor Jesucristo es diferente, distinto, y es distinguido del Primer Hombre espíritu, alma, y cuerpo Él ha sustituido y, por tanto, ha desplazado por completo al Primer Hombre.

Él ha sido resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre. Habiendo consumado la redención mediante Su muerte sacrificial por el pecado en la cruz, Él ha ascendido adonde Él estaba antes. Siendo exaltado por la diestra de Dios, Él ha enviado el Espíritu Santo a morar en los Suyos (Hechos 2:33), que Él ha dejado en el mundo, para ser "otro Consolador" (Juan 14) en Su espacio y en lugar de Él. También, como el Postrer Adán, Él les ha dado vida en asociación con Él mismo como estando glorificado. Por lo tanto, Él tiene una compañía aquí en este mundo desde donde Él se ha marchado, en la que, por medio del Espíritu, Él está reproduciendo Su vida.

«Todos semejantes a Ti, para Tu gloria semejantes a Ti, Señor, Objeto supremo de todos, por todos adorado»

Él es el "Celestial", los Suyos son los "celestiales".

Si bien la Escritura enseña que "nuestro VIEJO HOMBRE está crucificado con Cristo" (Romanos 6: 6), ella nunca enseña que el Primer Hombre ha sido crucificado. Las relaciones humanas no pertenecen al orden del "Viejo Hombre", sino al del "Primer Hombre", no obstante, lo tristemente que han sido teñidas por los rasgos del Viejo Hombre. Estas relaciones continuarán para los creyentes hasta que nuestro Señor venga a buscarnos a todos nosotros, o hasta que la muerte intervenga. Si bien, confiando en Cristo, nos hemos despojado del "Viejo Hombre" y nos hemos "revestido" del Nuevo Hombre (Colosenses 3: 10), no nos despojaremos del Primer Hombre hasta que dejemos esta esfera de responsabilidad.

Moralmente, nosotros estamos ahora en el orden del segundo Hombre; y el Espíritu de Dios, que hace que nos ocupemos de Cristo en la gloria, produce en nosotros esos rasgos siempre agradables para nuestro Dios en Cristo.

Es nuestro privilegio responder de este modo a esta obra del Espíritu, a saber, que introduzcamos en las relaciones de la vida la gracia del Hombre celestial. En breve estaremos con Él y seremos semejantes a Él, en la gloria, y en aquel entonces habremos terminado ciertamente y para siempre con el orden del Primer Hombre.

Los creyentes son: celestiales en origen, en carácter, y en destino. 1ª Corintios 15: 47, 48, 49.

"Así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial". 
N. Anderson

El Cristiano y la Ley

 




¿Es la ley una «regla de vida» para el cristiano?

Hay tres importantes puntos, relacionados entre sí, que a veces son tergiversados, sobre los cuales quisiéramos escribir unas palabras con el solo fin de guardar la verdad de toda falsificación, y de remover, dentro de nuestras capacidades, un tropiezo del camino de los lectores honestamente interesados en la verdad de Dios. Estos puntos son, el sábado, la ley y el ministerio cristiano. En esta ocasión sólo vamos a considerar el tema de la ley en relación con el cristiano, dejando para otra oportunidad los otros dos puntos.

A la ley se la contempla erróneamente de dos maneras:

•   Primero, como fundamento de la justificación, y

•   Segundo, como regla de vida del cristiano

Un pasaje o dos de la Escritura serán suficientes para zanjar la cuestión tanto de lo uno como de lo otro. En cuanto a la justificación:

“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20).

“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).

“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).

En cuanto al hecho de ser una regla de vida, leemos:

“Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (Romanos 7:4).

“Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu [lit.: ‘en novedad de espíritu', véase Lacueva] y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:6).

Obsérvense dos cosas en este último pasaje citado:

1.  “Estamos libres de la ley”

2.  No para hacer lo que agrada a la vieja naturaleza, sino para que sirvamos “en novedad de espíritu”.

Aunque fuimos librados de esclavitud, es nuestro privilegio “servir” en libertad. Asimismo, leemos también en este capítulo:

“Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte” (v. 10).

Evidentemente, la ley no demostró ser una prueba de vida para él.

“Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí” (v. 9).

Independientemente de quién represente el “yo” en este capítulo de la epístola a los Romanos, él estaba vivo hasta que vino la ley, y entonces murió. De ahí, pues, que la ley no podía haber sido una regla de vida para él; ella, en realidad, era todo lo contrario: una regla de muerte.

Es evidente, pues, que un pecador no puede ser justificado por las obras de la ley; y es igualmente evidente que la ley no constituye la regla de vida del creyente:

“Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).

La ley no reconoce ninguna distinción entre un hombre nacido de nuevo y otro que no lo es; maldice a todos los que intentan colocarse ante ella; rige y maldice a un hombre entretanto éste vive. Nadie como el verdadero creyente reconocerá plenamente que es incapaz de guardarla, y nadie así estaría más completamente bajo la maldición.

¿Cuál es, pues, el fundamento de nuestra justificación? Y ¿cuál es nuestra regla de vida? La Palabra de Dios responde de la siguiente manera: Somos “justificados por la fe de Cristo” (Gálatas 2:16), y Cristo es nuestra regla de vida. Él llevó todos “nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero” (1.a Pedro 2:24). Cristo fue “hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13). Él bebió por nosotros la copa de la justa ira de Dios “hasta sus sedimentos” (Isaías 51:17; Juan 18:11). Despojó a la muerte de su aguijón, y al sepulcro de su victoria (1.a Corintios 15:55- 56). Dio su vida por nosotros. Descendió hasta la muerte, donde estábamos nosotros, a fin de conducirnos a una eterna asociación con Él en vida, justicia, favor y gloria delante de nuestro Dios y de Su Dios, de nuestro Padre y de Su Padre. (Véanse cuidadosamente los siguientes pasajes: Juan 20:17; Romanos 4:25; Romanos 5:1-10; Romanos 6:1-11; Romanos 7. Romanos 8:1-4; 1.a Corintios 1:30, 31; 1.a Corintios 6:11; 1.a Corintios 15:55- 57; 2.a Corintios 5:17-21; Gálatas 3:13, 25-29; Gálatas 4:31; Efesios 1:19-23; Efesios 2:1-6; Colosenses 2:10-15; Hebreos 2:14, 15; 1.a Pedro 1:23.).

Si el lector pondera con oración todos estos pasajes de las Escrituras, verá claramente que no somos justificados por las obras de la ley, y no sólo eso, sino que también verá cómo somos justificados. Verá los profundos y sólidos fundamentos de la vida, la justicia y la paz cristianas, conforme a los consejos eternos que Dios tenía en sus planes, puestos en la consumada expiación de Cristo, desarrollados por Dios el Espíritu Santo en la Palabra escrita, y hechos efectivos en la bienaventurada experiencia de todos los verdaderos creyentes.

Luego, en cuanto a la regla de vida del creyente, el apóstol no dice: «Para mí el vivir es la ley», sino: “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Cristo es nuestra regla, nuestro modelo, nuestra piedra de toque, nuestro todo. Lo que el cristiano debiera preguntarse continuamente en su vida, no es: «¿Es esto conforme a la ley?», sino: «¿Es esto conforme a Cristo?». La ley nunca podría enseñarme a amar, a bendecir y a orar por mis enemigos; pero esto es precisamente lo que el Evangelio me enseña a hacer, y lo que la nueva naturaleza me lleva a hacer. “El cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10), y si yo no obstante fuese a buscar justificación por la ley, estaría perdido; y si fuese a hacer de la ley mi norma de acción, erraría totalmente mi propio blanco. Fuimos predestinados para ser conformados, no a la ley, sino a la imagen del Hijo de Dios. Debemos ser como Él. (Véanse los siguientes pasajes: Mateo 5:21-48; Romanos 8: 29; 1.a Corintios 13:4-8; Romanos 13:8-10; Gálatas 5:14-26; Efesios 1:3-5; Filipenses 3:20, 21; Filipenses 2:5; Filipenses 4:8; Colosenses 3:1-7).

A algunos les parece una paradoja que se diga que “la justicia de la ley se cumple en nosotros” (Romanos 8:4) y a la vez que no podemos ser justificados por la ley, ni hacer de la ley nuestra regla de vida. Sin embargo, así es si hemos de formar nuestras convicciones por la Palabra de Dios. Tampoco para la mente renovada existe la menor dificultad en el entendimiento de esta bendita doctrina. Nosotros estábamos, por naturaleza, “muertos en nuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1), y ¿qué puede hacer un hombre muerto? ¿Cómo puede un hombre obtener la vida guardando aquello que requiere vida para poder ser guardado; una vida que no tiene? Y ¿cómo obtenemos nosotros la vida? Cristo es nuestra vida. Vivimos en Aquel que murió por nosotros; somos bendecidos en Aquel que fue hecho maldición por nosotros al ser colgado en un madero; somos justos en Aquel que fue hecho pecado por nosotros; somos traídos cerca en Aquel que fue arrojado fuera por nosotros (Romanos 5:6-15; Efesios 2:4-6; Gálatas 3:13).

Teniendo así, pues, vida y justicia en Cristo, somos llamados a andar como Él anduvo, y no simplemente a andar como un judío. Somos llamados a purificarnos, así como él es puro; a andar en sus pisadas; a anunciar sus virtudes; a manifestar su Espíritu (Juan 13:14, 15; Juan 17:14-19; 1.a Pedro 2:21; 1.a Juan 2:6, 29; 1.a Juan 3:3).

Concluiremos nuestras observaciones sobre este tema sugiriendo al lector dos preguntas, a saber:

(1)   ¿Podrían los Diez Mandamientos sin el Nuevo Testamento ser una regla de vida suficiente para el creyente?

(2)   ¿Podría el Nuevo Testamento sin los Diez Mandamientos ser una regla de vida suficiente?

Seguramente aquello que es insuficiente, no puede ser nuestra regla de vida. Recibimos los Diez Mandamientos como parte del canon de la inspiración; y, además, creemos que la ley permanece plenamente vigente para regir y maldecir a un hombre en tanto que éste vive. Que un pecador tan sólo intente obtener vida mediante la ley, y verá dónde ésta lo emplazará; y que un creyente tan sólo dirija su camino conforme a ella, y verá lo que la ley hará de él. Estamos plenamente convencidos de que, si un hombre anda conforme al espíritu del Evangelio, no cometerá homicidio ni hurtará; pero también estamos convencidos de que todo hombre que se circunscriba a las normas de la ley de Moisés, se desviará totalmente del espíritu del Evangelio.

El tema de “la ley” demandaría una exposición mucho más elaborada, pero los límites de este breve escrito que me he propuesto, no lo permitirían, y nos vemos obligados así a encomendar al lector la consideración de los diversos pasajes de la Escritura a los que hemos hecho referencia y que los examine con cuidado. De este modo —creemos con certeza— llegará a una sana conclusión, y será independiente de toda enseñanza e influencia humanas. Verá cómo un hombre es justificado libremente por la gracia de Dios, a través de la fe en un Cristo crucificado y resucitado; verá que es hecho “participante de la naturaleza divina”, e introducido en una condición de justicia divina y eterna, siendo totalmente libre de toda condenación; verá que en esta santa y elevada posición, Cristo es su objeto, su tema, su modelo, su regla, su esperanza, su gozo, su fuerza, su todo; verá que la esperanza puesta delante de él, es estar con Jesús donde Él está, y ser semejante a Él por siempre. Y verá asimismo que, si como pecador perdido halló perdón y paz a los pies de la cruz, él no es, como un hijo acepto y adoptado, enviado de nuevo a los pies del Monte Sinaí, para ser allí aterrado y rechazado por las terribles maldiciones de una ley quebrantada (Hebreos 12:18-24). El Padre no podía pensar en regir con una ley de hierro al hijo pródigo a quien Él había recibido en Su seno con la más pura, profunda y rica gracia. ¡Oh, no! “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1-2). El creyente es justificado, no por obras, sino por medio de la fe; él se halla, no en la ley, sino en la gracia; y aguarda, no el juicio, sino la gloria.
C.H. MACKINTOSH

Moscas muertas y el perfume del perfumista

 Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable, Eclesiastés 10.1



Las moscas son una plaga dañina y propagan enfermedades como la disentería por causa de sus costumbres inmundas. Es muy necesario hacerles guerra, no tolerándolas en la casa. Pero nuestro versículo nos hace ver que la mosca muerta también puede contaminar y corromper.

El sabio Salomón luego se refiere al ungüento fragante del perfumista, que en tiempos bíblicos estaba compuesto de aceite puro de oliva y distintas hierbas, hojas, raíces y vegetales, molidos y ligados con gran pericia por hombres especializados en el arte. El resultado era un producto de mucha estimación.

En Éxodo 30.22 al 33 leemos las instrucciones explícitas de Dios a Moisés en cuanto a la preparación del “superior ungüento” para la unción santa. Dios manifestó gran celo en cuanto a aquel ungüento con que fueron ungidos el tabernáculo, sus muebles y también Aarón y sus hijos. Era exclusivamente para el uso sagrado del servicio de Dios. Era necesario guardarlo de moscas muertas y otras cosas que pudieran contaminarlo.

Adoración y comunión

El creyente ha recibido una unción santa y más grande que aquella de Aarón y sus hijos. Es del Espíritu Santo: “La unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros ... la unción misma os enseña todas las cosas ... según ella os ha enseñado, permaneced en él”, 1 Juan 2.27. El cuerpo mismo del creyente es el templo del Espíritu Santo, y hemos sido comprados a precio infinito: “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu”.

Como el ungüento del cual habla Salomón era cosa sumamente susceptible a la contaminación, así es el alma del creyente. Con alma y espíritu él ofrece adoración a Dios: “Mientras el rey estaba en su reclinatorio [o sea, estaba a su mesa], mi nardo dio su olor”, Cantar 1.12.

Si vamos a la cena del Señor con pensamientos carnales o mundanos en el corazón, entonces nuestra adoración será como ungüento con moscas muertas. Dijo nuestro Señor: “De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos”, Marcos 7.21. Es el deber del creyente juzgar cada pensamiento malo para que no llegue a ser un hecho. El antídoto es: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable ... en esto pensad”, Filipenses 4.8.

En la antigüedad un dios del mundo pagano se llamaba Baal-zebub y de él leemos en 2 Reyes 1.1 al 6. Su nombre significa “príncipe de las moscas”. Siglos después, los enemigos de Cristo le tacharon con haber sacado demonios por este Beelzebú que en aquella época se refería a Satanás, el príncipe de los demonios; Lucas 11.15. En Efesios él se llama el príncipe de la potestad del aire. Como moscas inmundas, él quiere poner malos pensamientos en nuestras almas. Lo hizo con Judas Iscariote para que traicionara al Señor, y también con Pedro para que le negara con juramentos.

Testimonio y reputación

Pasemos ahora a la segunda parte de nuestro versículo en Eclesiastés: “Así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable”.

Aquí es cuestión del testimonio y la reputación de uno, cosa que no se consigue en un momento. Por medio de su integridad, proceder, trato con otros y temor de Dios, una persona va ganando la confianza y respeto de los demás. Pero he aquí un peligro: una pequeña locura, un descuido en la oración y lectura de la Palabra de Dios puede ser causa de que esa persona pierda su testimonio y la confianza de sus semejantes.

Por ejemplo, Abraham, el gran hombre de fe, perdió su confianza en Dios en tiempo de hambre. El abandonó la vida de peregrino para “descender” a Egipto y “morar” allí. El temor del hombre se apoderó de él, e hizo pacto de mentira con su esposa. Abraham perdió su testimonio delante del rey, quien le despachó diciendo: “Ahora, pues, he aquí tu mujer, tómala, y vete”.

¡Cuán diferente fue el caso de José en Egipto! Su integridad y vida intachable conquistaron la confianza de su amo, pero una mujer mala quiso destruir esa reputación. El temor de Dios le dio la victoria. José perdió su ropa, pero retuvo su testimonio, y Dios le honró maravillosamente.

Parecía una pequeña locura cuando David, paseándose por el tejado de su casa, puso la vista en una mujer vecina que estaba bañándose. El pensamiento concibió el pecado; la mosca muerta cayó en el perfume agradable a Dios del dulce cantor de Israel y produjo una contaminación del alma. La mosca viva del pecado fue muerta con la confesión, el arrepentimiento y el perdón, pero la mosca muerta ha dejado una mancha en la historia de David hasta el día de hoy. El nombre de Dios ha sido blasfemado, y el mal olor perdura.

¿Cómo podemos salvarnos de tales peligros? Dios manda a su pueblo terrenal que debían tapar los envases para que el contenido no se contaminara; Números 19.15. La avenida hacia el alma del creyente pasa por los ojos y los oídos. Debemos comenzar cada día a solas con Dios en oración y en la lectura de su Palabra. Así tendremos una tapa o protección contra las moscas de la tentación que abundan por todas partes.

¡Qué tragedia es un acto de locura de parte de un creyente que ha sostenido por años un buen testimonio en la asamblea y delante del mundo! Hay de éstos quienes han echado a perder su reputación y han muerto fuera de la comunión con el pueblo del Señor, descarriados en el mundo. Pero, cuán bonito es ver a un creyente llevando una vida triunfante, glorificando a Dios por un testimonio bueno y terminando la carrera como el apóstol Pablo: la batalla peleada y la fe guardada. ¡Que así sea con el lector!
Santiago Saword

El fin de Satanás

 

El diablo será lanzado en el lago de fuego


“Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda”. (Judas 9) Muy poco sabemos de este asunto, pero los fieles lo creemos, ya que si no fuera cierto no se hubiera escrito por inspiración divina, y sólo hubiera quedado en las fábulas y tradiciones humanas.

Hasta ahora no sabemos qué se proponía el diablo con el cuerpo de Moisés, pero al no alcanzar su objetivo, porque el arcángel Miguel lo interceptó, entonces ha levantado la más grande calumnia contra el antitipo de Moisés, nuestro Señor Jesucristo. No pudiendo vencer el Señor en las diferentes tentaciones que se le presentó, ha propalado en el mundo la especie de que Jesucristo no resucitó, y ha influenciado para que esto se crea. Desde el mismo momento de la resurrección del Señor, el diablo dirigió la sesión, aquella mañana el primer día de la semana, entre sacerdotes, ancianos y soldados, y crearon aquella falsa noticia que ha perdido tantas almas. “Decid vosotros: sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos”. (Mateo 28:11-15) Y, no contento de haber usado dinero para lograr la venta del Señor por Judas, para destruirlo, el diablo metió más dinero en el negocio de los sacerdotes para negar la resurrección del Señor.

Desde el principio de la Iglesia muchos anticristos han enseñado desde la cátedra o por la pluma “que Jesucristo no ha venido en carne”. (1 Juan 4:2,3) Esto es con el fin de calumniar el testimonio bíblico y hacer creer al pueblo que Cristo vino en espíritu; y como el espíritu no muere, Cristo no padeció ni tampoco murió, porque era solamente una apariencia de hombre. Por lo tanto, mucho menos resucitó. Esa es una de las grandes inspiraciones diabólicas que ha llevado muchas almas al infierno.

Sabemos por las Escrituras que el juicio de Satanás pertenece exclusivamente Dios, que es un instrumento de Dios para efectuar ciertas pruebas, disciplinas y azotes, y muchas veces se ensaña de manera cruel contra aquellos que Dios le ha permitido afligir, pero su permiso es limitado; el diablo no puede traspasarse, ni disponer de la vida de ninguno.

Ninguno puede alcanzar a contar el número de personas que el diablo ha engañado y ha atrasado, y con ellos el diablo ha conseguido que el nombre de Dios sea blasfemado. Otros parecen engendrados de la misma naturaleza diabólica, pues han nacido para la maldad, y con ellos Satanás se huelga de tener más compañeros para el juicio eterno. A los hijos de Dios los sacude fuertemente; a Adán lo derribó de su altura y honra; a Job lo arruinó y lo maltrató; a David lo envaneció; a Pablo lo abofeteó; a Pedro lo zarandeó, lo mareó y cayó; a Acab lo engañó y murió; a Judas lo compró; y a Ananías y Safira les llenó el corazón de mentiras, y perecieron. Todo el mal que hay en el mundo tiene su origen en Satanás. (Génesis 3:1-24, Job 1:6-22, 2:1-8, 1 Crónicas 21:1-7, Lucas 22:2131, 2 Crónicas 18:19-21, Juan 13:2, Hechos 5:1-10)

La palabra de Dios nos enseña que el diablo sabe usar perfectamente la metamorfosis. Tiene muchos nombres y cada nombre le puede dar una forma. Es llamado dragón, serpiente antigua, diablo. Satanás, león rugiente, ángel de luz, príncipe de este mundo, príncipe de la potestad del aire, el maligno, príncipe de los demonios.

En la tentación, en el desierto, se le presentó al Señor como Satanás, o sea el gran adversario. Su primer ataque es persuadir a la incredulidad: “Si eres Hijo de Dios”. Luego apela al apetito, o sea “la concupiscencia de la carne”, la satisfacción de un deseo. El segundo ataque es una persuasión a la vanidad: “Échate abajo”, apelando a los ojos, o sea, “la concupiscencia de la vida”, satisfacción de envanecimiento. El tercer ataque es persuasión a la codicia: “Todo esto te daré”, o sea “la soberbia de la vida”. Sólo tenía que doblar la rodilla, con lo cual el Creador se hubiera humillado ante la criatura, y la tierra hubiera caído en el caos del principio. (Génesis 1:2)

“El mundo está bajo el maligno”, pero “sabemos que el que es engendrado de Dios, el maligno no le toca”” (1 Juan 5:18,19) Con todas las promesas que tenemos, los demonios buscarán siempre mantener en jaque al creyente que quiera ser espiritual. Las armas para combatir el diablo son la oración y el dominio propio.

Como el mundo está bajo el maligno, él ejerce gran dominio sobre las naciones, e incita a los hombres al odio y a la guerra. Actualmente está escogiendo al hombre, no sabemos de qué raza o nación, pero uno de ellos por incitación por incitación diabólica va a encender el fósforo que prenderá la guerra mundial más desastrosa de la historia.

En fin, Satanás tiene un capítulo muy largo para llenar muchos libros, pero su juicio está cerca, juntamente con todos los que fueron engañados por él. “El diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia, el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos.” (Apocalipsis 20:10)

Jose Naranjo

Viviendo por encima del promedio (2)

 

Muestras Heroicas de la semejanza a Cristo

William Macdonald



Henry Suso fue un místico alemán que vivió en el 1300. Él, Paul Tersteegen, y algunos otros creyentes devotos eran conocidos como “Los amigos de Dios.” Fueron hombres que “(permanecieron) en el lugar secreto del Altísimo.” Ellos fueron como los hombres bienaventurados del Salmo 1, cuyo “gozo (estaba) en la ley del Señor, y en Su ley (ellos meditaban) día y noche.” Su ciudadanía estaba en el cielo. La santidad de sus vidas era proverbial.

Un día alguien golpeó a la puerta de Suso. Cuando abrió, una mujer a quien él nunca antes había visto estaba allí parada con un bebé en sus brazos. Sin advertencia algu­na le entregó al bebé en sus brazos, diciendo: “Aquí tienes el fruto de tu pecado,” y se fue caminando.

Suso estaba aturdido. Su culpabilidad infundada lo gol­peó como un rayo. Se quedó parado allí, con un pequeño infante en sus brazos. No había duda de que el niño era fru­to del pecado de ella, pero no del de él. Hoy ella lo podría haber puesto en una bolsa plástica y depositado en un con­tenedor de basura. Pero para ella era más importante culpar a alguien más.

Las noticias del incidente se esparcieron rápidamente por la ciudad, exponiendo a Suso a la culpa de ser un fraude religioso. Pero él no era ni un hipócrita ni un fraude. Todo lo que podía hacer era retirarse y llorar.

“¿Qué debo hacer, Señor? Tú sabes que soy inocente.”

La respuesta vino a él, clara y sencillamente: “Haz co­mo yo hice: sufre por los pecados de otros y no digas nada.” Suso tuvo una fresca visión de la cruz, y la paz inundó su alma.

Crio al bebé como si fuera suyo, sin defenderse jamás del cargo.

Años más tarde, la mujer pecadora retomó a la ciudad y les dijo a todos que Suso era inocente, que su acusación contra él era falsa. El daño estaba hecho, pero Dios lo ha­bía cambiado para bien. Suso se había convertido en al­guien más conforme a la voluntad de Dios. Él había gana­do la victoria.

Leemos en el Antiguo Testamento que José experimentó dolor en su corazón e injusticia por ser acusado falsamente. Aquella seductora mujer lo culpó de intento de violación, usando el argumento de su túnica como prueba de su su­puesto pecado. No obstante, encomendó su caso al Señor, dependiendo de Él para ser vindicado.

El Señor Jesús fue acusado falsamente. Sus enemigos insistían en que Él había nacido fuera del matrimonio. Sos­tenían que realizaba los milagros por el poder de Satanás. Lo acusaban de subversión contra el gobierno romano. Pero fue capaz de decir en los momentos más difíciles: “Sí, Pa­dre, porque así te agradó.”

Aprendemos de Su ejemplo que no necesitamos justifi­camos a nosotros mismos, ni recurrir a la ayuda legal. Dios permite que el pecado se manifieste por sí mismo, expo­niendo al acusador, y honrando a la víctima.