domingo, 5 de enero de 2014

EL TRIBUNAL DE CRISTO

(2 Corintios 5:10; Romanos 14:10)


La idea del tribunal no es aterradora porque el Redentor está allí: tiene una acción santificadora, y es lo que necesitamos. También creo que nuestra manifes­tación ante el tribunal de Cristo será de mucho valor para nosotros. Cuando vuelvo la mirada hacia atrás sobre mi vida pasada, ahora que estoy perfectamente reconciliado con Dios y que mi conciencia está purifi­cada, toda esta vida viene a ser para mi corazón el escenario de los caminos de Dios para conmigo: su paciencia, su bondad, su intervención a favor de mí, miserable como soy, la manera en que me sostuvo y me levantó cuando caí, la manera en que me hizo escapar de peligros conocidos y desconocidos, cómo me ins­truyó, me dirigió, me formó por su gracia, haciendo que todas las cosas contribuyan para mi bien. En pocas palabras, todos sus caminos de perfecta gracia se des­pliegan delante de mis ojos. Sin duda que hoy los veo imperfectamente, pero cuando conozca como soy conocido, cuando los contemple no sólo en la seguri­dad de la gracia, sino también en la perfección de la a, ¡cuántos motivos de adoración encontraré!
        ¡Cuánto más conoceré de Dios a través de estos caminos! ¡Qué instrucción encontraré cuando me sean revelados! ¡Qué poderoso medio para que mi corazón maravillado y agradecido rebose de eternas acciones de gracias! ¡Conoceremos tal como hemos sido conoci­dos! ¡Qué acercamiento de Dios en la intimidad de sus pensamientos tan poco comprendidos durante tanto tiempo, pero que entonces serán las pruebas de un amor que jamás faltó! Así, esta manifestación ante el tribunal de Cristo, que una conciencia no purificada temería, será una gran bendición, un privilegio para todo redimido.

DEMAS

Se nos dice cómo Demas abandonó su posición entre los cristianos primitivos: "Demas me ha desamparado, amando este siglo, y se ha ido a Tesalónica; Crescente a Galacia, Tito a Dalmacia" (2ª Tim. 4:10). El lugar a dónde Demas partió, era lo de menos; se fue porque amaba este mundo, y lo peor de todo, es que abandonó a Pablo y su enseñanza. No se nos dice que hubiese abandonado a Cristo, ni que apostatase de su fe, sino que abandonó a Pablo; y ¿por qué? Porque amaba este mundo. Tal vez, si hubiese vivido en estos días, hubiese querido ser un teólogo, un obispo, o promocionar grandes campañas evangélicas, con la mira de conquistar a mucha gente. Parece que a él no le gustaba seguir los pasos de un hombre cual era el apóstol Pablo, aquel que había escrito: "Sed imitadores de mí así como yo de Cristo" (1ª Cor. 11:1).

            Demas manifestó no poder ceñirse a la comunión de la doctrina del apóstol, la cual le mantendría separado y obscuro. Por el contrario, amando este mundo, es probable que buscara su aplauso, no que amara la mundanalidad. No es difícil ser religioso, y obtener un gran éxito en este mundo actual. Si uno se lo propone, y está dotado de una inteligencia notable, es fácil conseguir ver su nombre en letras de molde, y en las primeras páginas de las revistas de actualidad, y ser persona destacada en su círculo, y esto agrada a la carne. Pero no olvidemos, que todo esto será juzgado ante el tribunal de Cristo. Sabemos que el Señor no tendrá un tratamiento especial para estas cosas en aquel día, sino el que conocemos actualmente, y que es la Palabra de Dios, y a todos se nos demanda delante de Dios y de sus ángeles "a guardar Su Palabra y no negar Su Nombre". Ap. 3:8. Esta es una cosa muy seria y solemne.

EL JOVEN DE NAÍN

1)   El cortejo fúnebre: Lucas 7:11-13.
2)    El verdadero Consolador: v. 14-17.
"Naín" significa «linda» porque esta ciudad estaba situada en un lugar hermoso (entre el monte Tabor y el Hermón) en la llanura de Jezreel. Pero también allí rei­naba la muerte; esta vez, su víctima era un joven (véase Romanos 5:12). Las personas ancianas deben morir; los jóvenes, en cambio, pueden morir; por eso, uno no debe aplazar su arrepentimiento (Hebreos 3:15; 2 Corintios 6:2). En Israel, los cementerios de los judíos estaban fuera de la ciudad, los féretros estaban abiertos y los muertos estaban sólo envueltos con lien­zos. Con esta historia se representa fácilmente la enfer­medad del joven (los cuidados del médico, el desvelo de la madre, la muerte, el duelo y el dolor). Durante el entierro se ve la simpatía del pueblo para con la madre. Ella, una viuda, ya había tenido la experiencia de un entierro: el de su esposo. Su único hijo, su precioso tesoro terrenal, su protección en la vida, le es quitado. ¡Cuán desconsolada, solitaria y pobre se ve su vida!
Pero el Señor conoce su pena. Se acerca compa­sivo. Su maravilloso encuentro con el cortejo fúnebre no es casualidad, sino su providencia y su voluntad.
Este acontecimiento hace resaltar varios aspectos:
1)  La compasión del Señor: El siente nuestra aflic­ción, nuestra pena y nuestro dolor y quiere ayudarnos (Isaías 63:9; 66:13). El amor de madre es grande, pero Su amor es más grande aún (49:15).
2)  El poder y la ayuda del Señor: Elías y Eliseo des­pertaron a unos muertos mediante la oración (1 Reyes 17:20-22; 2 Reyes 4:33-35); Él, en cambio, lo hizo por su palabra. El Señor se muestra como vencedor de la muerte, a la que más tarde quitaría todo poder en la cruz (2 Timoteo 1:10). Por naturaleza somos también muertos, es decir, muertos en nuestros pecados (Efesios 2:1), pero el Señor vivifica espiritualmente (Juan 5:24-25).
3)  El temor y el asombro del pueblo: En presencia de ese poder de Dios, el pueblo siente su pecaminosidad y teme. Reconoce que Dios les ha enviado a Jesús como profeta y ha visitado a su pueblo en gracia, pero aún falta el arrepentimiento sincero y la conversión; si no hubiese sido también salvado y bendecido.                         
                                                             Creced 1997

“Cumplido está” Pensamientos sobre el Salmo 22 (Parte I)

«Una carga de dolores indeciblemente pesada...»


Este salmo, muy conocido por todo cristiano familiarizado con la Escritura, casi no menciona -salvo por una idea general- las consecuencias de la obra de Cristo. Éstas son desarrolladas más extensamente en otros salmos y, en lo concerniente a la Iglesia, en el Nuevo Testamento. Pero todo lo que encontramos en los salmos, en cuanto a experiencias individuales (por ejemplo en el Salmo 32) o en cuanto a bendiciones para el pueblo o para la tierra entera, tiene su fundamento aquí. En efecto, este salmo se caracteriza por poner ante los creyentes al propio Cristo en sus sufrimientos infinitos e infinitamente variados, y sobre todo en el sufrimiento supremo sin el cual todos los otros no habrían tenido ningún efecto a nuestro favor, a saber, el sufrimiento de ser abandonado por Dios. De este salmo se puede decir con propiedad, pues, que constituye el centro moral del libro de los Salmos, pues nos muestra la obra del Señor Jesús, la que hace posibles todas las bendiciones contenidas en el resto del libro y el cumplimiento del consejo de Dios para con su pueblo y para con la tierra. Estamos aquí en presencia de lo que está en el corazón mismo del pensamiento de Dios con respecto a su gloria y también con respecto a nuestra bendición: los sufrimientos de Cristo durante las tres últimas horas de la cruz. Es un hecho curioso y humillante nuestra propensión a descuidar a menudo este tema mayor para ocupamos en cosas de un orden inferior. Pero, evidentemente, se trata del tema más difícil de meditar, pues exige el más ejercitado y el más serio estado de alma. Se puede disertar sobre las bendiciones cristianas, pues ello tiene su debido lugar y constituye una preciosa fuente de aliento y consuelo; pero, sin embargo, no debe perderse de vista que todas las bendiciones del creyente no son más que el fruto de este sufrimiento. Además, en el tema central que consideramos hay, por sobre todo, una fuente de luz como no la encontramos en ninguna otra parte. Ello nos invita a detenernos allí con el socorro del Espíritu de Dios, seguros de que, si podemos asomarnos con santo temor sobre este infinito, ello será para bien de todos nosotros.
Inmediatamente, sin preámbulo, somos colocados ante el gran hecho del abandono de Cristo, pues el primer versículo lo escuchamos de boca del Señor en la cruz. Es uno de los más profundos, de los más maravillosos, de los más insondables versículos de la Escritura. Como ocurre generalmente en este libro, el primer versículo del salmo expresa el pensamiento fundamental de éste. Él introduce, además, la primera parte del salmo (versículos 1 a 21), la que nos presenta al Señor Jesús crucificado. Todo lo que nos describen estos versículos, y los pensamientos que en ellos se expresan, corresponden a lo que se desarrolló durante las seis horas de la crucifixión (Marcos 15:25, 33), pues si encontramos -como en el primer versículo- los sufrimientos expiatorios del Señor, también tenemos ocasión de considerar muchos otros sufrimientos que les precedieron. La segunda parte del salmo (versículos 21 a 31) nos presenta los resultados de lo que él pasó, resultados que sucesivamente están relacionados con el residuo de Judá -asimilado a la Asamblea- en el tiempo que siguió a la resurrección del Señor (según Hebreos 2:12); luego con Israel, los que temen a Jehová, los mansos; seguidamente con los que serán convertidos cuando el Evangelio del reino sea predicado; y, por Último, con los que nacerán durante el milenio: "pueblo no nacido aún" (v. 31).
Se puede destacar que, en la mayor parte del salmo, solamente Cristo habla. En otros salmos -el precedente, por ejemplo- escuchamos a muchos interlocutores. Aquí no, y el mismo Jesús es quien se expresa durante esos momentos terribles. Así sucede desde este maravilloso primer versículo, acerca del cual podemos pedir que jamás pierda -por más que sea citado- su fuerza sobre nuestros corazones y nuestras conciencias: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” El evangelio de Mateo (27:46) nos enseña con precisión que Jesús exclamó así, a gran voz, cerca de la hora novena. El Espíritu Santo incluso ha conservado para nosotros esta incomparable frase en la lengua en la cual fue pronunciada, como para subrayar su importancia: "¡Elí, Elí, lamá sabactaní!"
A ese grito, sin hesitación, el corazón del creyente responde: «¡Fue por mí!» Y es preciso pensar que todos aquellos que en lo sucesivo se vean beneficiados por esta obra -sea el residuo de Judá, Israel o la tierra entera- podrán dar a este grito una respuesta semejante en el fondo, aunque diferente en su desarrollo. Sin embargo, no se trata en primer lugar de la bendición de los hombres, sino mucho más bien de la gloria pura y eterna de Dios. Eso es lo que puede inspirarnos el sentimiento de la magnitud del ultraje que constituye para Dios el más insignificante de los pecados, la más pequeña desobediencia, el menor signo de propia voluntad. Un pecado, cualquiera que sea, ultraja a Dios, y la medida del sentimiento que despierta en Dios no es dada más que por el desamparo de Jesús. ¡Cuánta luz proyecta ello sobre el estado y la historia del mundo entero! No es el mal que está en uno comparado con el mal que está en otro. Es el mal que está en el hombre puesto en presencia de Dios mismo y la manera en que Dios lo trata. Nosotros nos sentimos inclinados a atenuar el mal porque nos olvidamos de Dios, pero Cristo, justamente porque no lo olvidó, tuvo que vérselas con Él en las condiciones que tenemos aquí. Él no murió sólo por pecados que causan horror, sino también por toda la locura, la ligereza, la frivolidad, las faltas más benignas o las más fundamentales de la naturaleza humana. Todo es igualmente horroroso e igualmente condenado.
El Señor Jesús suministró allí a Dios, su Padre, la ocasión única de dar la medida de lo que él es con relación al mal. El juicio de los impíos y el lago de fuego y azufre no darán esta medida en igual grado; es un juicio merecido, ejercido contra pecadores, contra rebeldes, mientras que, en el caso de Cristo, la medida es perfecta porque la cólera de Dios se ejerce sobre alguien que, por obediencia, se ofrece perfecto para ser hecho “pecado por nosotros” (2 Corintios 5:21). Aparentemente, Dios no era justo castigando así a su Hijo; sin embargo, precisamente de esa manera él daba la medida absoluta de su justicia. Nada es más adecuado para santificar el alma que la meditación de esas cosas.
El gozo que el Señor compartía con su Padre era infinito; y de este gozo debía ser privado. En ínfima medida sabemos lo que es sufrir cuando nos vemos privados de la comunión con el Padre. Lo sufrimos en la proporción del valor que cada uno de nosotros atribuye a tal comunión. Para Cristo, esta comunión tenía un valor infinito, de manera que su interrupción debió de ser un sufrimiento infinito.
Esas tres horas terribles de la hora sexta hasta la hora novena son las que, en la angustia del combate, el Señor anticipaba en Getsemaní. Todo el horror del abandono pasaba por su alma. Es comprensible que, ante el pensamiento de ser desamparado por Dios -de quien había hecho todas las delicias y a quien había glorificado en toda circunstancia con una entera obediencia- el Señor haya sido invadido por el terror, que haya sido grandemente angustiado y que su alma haya sido oprimida por una tristeza que llegaba hasta la muerte (Marcos 14:34).
Conviene recordar que el Señor Jesús fue cargado judicialmente con nuestros pecados sólo a partir de la sexta hora. Pero, desde la sexta hasta la novena hora, él, que era perfecto, a quien jamás había alcanzado mancha alguna, no sólo llevó ese peso de nuestros pecados sino que fue hecho pecado paya que Dios condenara "el pecado en la carne" (Romanos 8:3). El, que tenía acerca del mal una sensibilidad infinita, una entera repulsión era allí considerado -no podemos olvidarlo- de la misma manera que él mismo consideraba al pecado y era tratado como el mal lo merece, no a los ojos de los hombres, sino a los de Dios. Y, para Dios, el pecado, lo sabemos, tiene el doble carácter de mancha y de culpabilidad. La mancha es un hecho abominable para un Dios santo, y la culpabilidad, por su lado, reclama de parte de un Dios justo un juicio sin remisión. Es preciso que nos coloquemos bajo esta luz, pues allí -y sólo allí- se pueden hacer progresos en cuanto al discernimiento de lo que es el bien y el mal. El grado definitivo en la medida del bien y del mal sólo se encuentra allí, durante las tres horas. Todo el resto es relativo; allí está lo absoluto.
Entonces, como se ha tenido ocasión de expresarlo alguna vez, uno puede preguntarse cuál era la fuerza que sostenía al Señor al hundirse en este abismo, por qué maravilla de gracia, de fuerza, él pudo introducirse en esas tres horas de tinieblas en las que debía ser desamparado. No podía apoyarse en Dios, él que en los evangelios declara que su comida era hacer la voluntad de su Padre y cuyo gozo era obedecerle. En Getsemaní, él llama a su Padre "Abba, Padre"; en la misma cruz, tanto antes como después de las tres horas, él habla a su Padre. Pero, durante las tres horas, ¡no más! La única fuerza para su corazón, lo que había sido su apoyo incluso debía faltarle. Menos aún podía contar con sus discípulos; no podía contar con nada ni nadie. ¡Tal fue el desamparo de Jesús! Sin embargo, tenía una cosa, una sola cosa para sostenerle y para llevarle allí: la potencia de su amor, su amor por Dios y su amor por los suyos. Se encuentra aquí evidenciada, revelada de una forma definitiva y absoluta, la potencia del amor divino. Todo el resto es de un orden inferior. "Por el gozo que fue puesto delante de él" -nos dice Hebreos 12:2- "soportó la cruz, despreciando la vergüenza". Este gozo no era otro que el amor del Padre actuando en él, puesto que tenía ante sí el gozo de haber glorificado a Dios en una medida infinita. La perfección, cualquiera sea su grado, está en relación con el amor que se tiene hacia Dios; aquélla es el fruto de éste. El Señor probó que él podía decir con toda razón: "Yo amo al Padre" (Juan 14:31). Recordemos también, a propósito de ese maravilloso amor, este pensamiento de uno de nuestros antiguos hermanos: «Nada hay comparable a la cruz, salvo el corazón de Aquel que murió en ella».
Está escrito: "Muchas aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos lo pueden anegar" (Cantar de los Cantares 8:7); ello es cierto, absolutamente, respecto del amor divino de Jesús, amor ardiente que las olas del juicio que pasaron sobre él no pudieron apagar en su corazón.
Fue un momento único: los hombres estaban contra el Señor, los discípulos lo habían abandonado; todos los poderes del infierno estaban allí; y luego -cosa aún más terribles- Dios mismo se volvía contra él. Frente a ello, el Señor Jesús está absolutamente solo. Él había dicho a Pedro: "¿O acaso piensas tú que no puedo orar a mi Padre, y él, ahora mismo, pondría a mi servicio más de doce legiones de ángeles?” (Mateo 26:53). Pero los ángeles que están allí contemplan esta escena y no pueden intervenir.
Algo muy digno de atraer la atención de nuestros corazones es ver desamparado al Justo, a aquel que habría podido ascender al cielo. Pero él debía adquirir para Dios, por medio de su sangre, hombres de toda tribu y lengua y pueblo y nación para hacerlos reyes y sacerdotes. Se trataba precisamente de la salvación de aquellos que, por sus pecados, eran la causa de esas horas terribles, pues nosotros estábamos también presentes, por nuestros pecados, en esa escena única, de modo que no podemos contemplarla sin comer hierbas amargas (Éxodo 12:8) con el sentir de los sufrimientos que hemos costado al Señor. 

Esto lo recordamos, ante todo, el primer día de la semana. La alabanza está ligada a ese desamparo de Jesús para gloria de Dios, para que todo lo que es Dios, en amor respecto a los pecadores y en santidad respecto del pecado, tenga ocasión de ser manifestado. En consecuencia, el culto, la cena, deberían ser celebrados con corazón verdadero y una profunda sencillez, en oposición al formalismo y la ligereza. No basta derramar lágrimas de sentimentalismo humano, como lo hacían las hijas de Jerusalén que seguían al Señor cuando llevaba la cruz. Es preciso el recogimiento, el temor que sólo el Espíritu Santo y la Palabra pueden producir y mantener en el corazón de los santos, con la humillación resultante del recuerdo de que nuestro pecado necesitó de esas horas. Nada nos pondrá tan graves y serios como la contemplación de este desamparo de Jesús, quien no tuvo ninguna atenuación a su sufrimiento cuando bebió la copa amarga.

Meditaciones.

“Si corriste con los de a pie, y te cansaron, ¿cómo contenderás con los caballos? Y si en la tierra de paz no estabas seguro, ¿cómo harás en la espesura del Jordán?”
(Jeremías 12:5).


Éste es un excelente versículo que nos desafía cuando somos tentados a rendirnos rápida y fácilmente. Si no podemos hacer frente a las dificultades menores ¿cómo esperamos afrontar las mayores? Si nos doblamos bajo los golpes insignificantes de la vida, ¿cómo aguantaremos bajo los golpes más fuertes?
Oímos de los cristianos que se malhumoran y ponen mala cara porque alguien les ofende. Otros dejan de trabajar y presentan la dimisión porque alguien les ha criticado. Y otros tuercen la nariz porque les han rechazado una buena idea.
Algunos, con un pequeño malestar físico ya aúllan como un oso herido. Y uno se pregunta qué harían con una enfermedad mortal. Si un hombre de negocios no puede hacerle frente a los problemas cotidianos, es poco probable que pueda hacerle frente a los que son en verdad grandes.
Todos necesitamos una cierta cantidad de disposición resistente. Esto no quiere decir que debamos ser ásperos o insensibles. La idea es que no nos ahoguemos en un vaso de agua. Necesitamos la fuerza moral que nos da aguante en las vicisitudes de la vida, y nos haga capaces de levantarnos y seguir adelante.
Quizás hoy te enfrentes a una crisis. Al momento te parece muy severa y te sientes tentado a renunciar, pero dentro de un año ésta ya no parecerá tan importante. Es el momento de decir con el salmista: “Contigo desbarataré ejércitos, y con mi Dios asaltaré muros” (Salmo 18:29).
El escritor anónimo de la epístola a los Hebreos hace una interesante observación a los que están desafiando para que resistan: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre” (Hebreos 12:4). En otras palabras, aún no has pagado el precio más alto, el martirio. Si los creyentes se angustian por un plato roto o un gato que se extravió, o un desengaño amoroso, ¿qué harían si tuvieran que enfrentarse con el martirio?

La mayoría de nosotros habríamos renunciado hace tiempo si cediéramos a nuestros sentimientos. Pero no es posible renunciar en la batalla cristiana. Levántate del suelo, sacúdete el polvo y métete en el conflicto mismo. La victoria en las escaramuzas pequeñas nos ayudará a ganar batallas mayores.

Doctrina. Acerca del hombre (Parte I)

Introducción
La vida de los seres humanos es breve. Es como un soplo dentro de una tormenta: no es nada en lo referente al “tiempo” de la eternidad. El Salmista dice claramente: “¿Qué es el hombre,  para que tengas de él memoria,  Y el hijo del hombre [Adán],  para que lo visites?” (Salmo8:4). Pero aun así, con ser tan insignificantes, los que estamos en este tiempo, tenemos que conocer al ser humano y vislumbrar el interés de Dios por el hombre. Este interés está plasmado en su revelación se encuentra en la naturaleza y escrita en la Biblia.
En nuestra insignificancia, el hombre nace, vive y muere. Tres palabras que representan todo lo que puede hacer un ser humano. Pero estos seres “insignificantes” tuvieron el privilegio de ser especiales: fuimos obra de sus manos (Génesis 2:7a), nos dio la vida a través de su soplo (Génesis 2:7b). Vida que se puede acabar aún antes de nacer; es muy breve, ya que morimos, y como legado a nuestros hijos le dejamos: la muerte, que la heredamos de nuestros padres.
            Y con respecto a la muerte, a muchos nos ha tocado vivir el estar cerca de un lecho de un moribundo, o el enterrar a un pariente cercano o a un amigo, o ver pasar el cortejo fúnebre de un extraño. Los que quedan, padecen un dolor profundo, como si algo hubiese desgarrado su alma. Se ha escuchado decir a algunos que los que son llevados a su “última morada”, se les dice que están recién pagados (cf. Romanos 6:23a).
            ¿Por qué? ¿Por qué nuestros seres tan queridos tienen que morir? ¿Por qué  algunos sufren tanto ante de morir?  ¿Por qué  se tiene que dejarnos?
Además el hombre siempre se ha preguntado: "¿Quién soy?"  "¿De dónde he venido?"  "¿A dónde voy después de esta vida?" Demasiadas preguntas, a las que no se ha podido dar respuesta. Se ha encontrado respuesta para otras situaciones, pero estas preguntas aún se encuentran sin responder; y no podrán mientras las busquen por su cuenta, porque sin Dios no podrán hacer nada.
Las escrituras nos enseñan la verdad acerca del hombre, de la vida y la muerte y su condición posterior, de modo que nos responde  y satisface nuestras dudas. En la Biblia  encontramos “la verdad  es lo que Dios dice acerca de cualquier asunto”.
El objetivo principal de este estudio es conocer lo que nos dice la Escritura de ésta doctrina, y no se pretende abordar en toda su dimensión lo que ésta abarca. Sólo los puntos esenciales serán expuestos. Cada uno de nosotros deberá profundizar en este tema si desea conocer más de esta doctrina.
¿Qué estudiaremos?
Los temas que estudiaremos este año, en sus elementos más generales son:
       I.            Definiciones
    II.            Origen del Hombre
 III.            La Naturaleza del Hombre
  IV.            Constitución del Hombre
     V.            Transmisión del Ser
  VI.            Condición del Hombre
VII.            La Caída del Hombre

I.            Definiciones
Lo que empezamos a estudiar es conocido como la doctrina acerca del hombre o, técnicamente conocida como, antropología, que significa “estudio del hombre”. Básicamente podemos distinguir dos tipos de antropologías, la que llamaremos “Naturista o General” y la “Bíblica”. A continuación presentamos una definición de ambas.
Definición de Antropología General.
La Antropología[1] es una ciencia social que estudia al ser humano de una forma integral (u holística).  El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la Antropología como la “Ciencia que trata de los aspectos biológicos del hombre y de su comportamiento como miembro de una sociedad”. Y la Enciclopedia Británica nos da la siguiente definición: “Aquella rama de la historia natural que trata sobre la especie humana…”
Como ciencia es relativamente joven, adquiere su fisionomía a mediados del siglo XIX, y se dedica al estudio de la doctrina del hombre. Esta tiene sus fuentes en los registros y documentos históricos, en los descubrimientos arqueológicos, en los vestigios de culturas y civilizaciones pasadas, los cuales estudia, analiza y compara, para racionalizar y llegar a conclusiones generales.
Definición  de Antropología Bíblica
La Antropología Bíblica, en cambio, es el estudio racionalizado de las diferentes doctrinas sobre el hombre, tal y como se encuentran en la Revelación de Dios. Su fuente principal es la Biblia, y en ella existe material suficiente para desarrollar ampliamente los dos campos en qué se enfoca la Antropología General, es decir:
a) Todo lo que el hombre es: su creación especial, el estado original, su caída, etc.
b) Todo lo que el hombre hace: la Biblia es un libro antiquísimo y contiene registros fidedignos de culturas y civilizaciones antiguas.
Sin embargo, como su norma es la Revelación Divina, sigue fielmente el desarrollo doctrinal pautado por esta sobre los diferentes aspectos del hombre, trazados en un orden lógico, bíblico y sistemático.
Con base a lo anterior, podemos definir la antropología teológica como "la rama de la ciencia teológica que trata sobre el hombre, tanto en su condición original como en su estado caído. Abarca la consideración de la creación del hombre, su condición primitiva, su prueba y su apostasía, su pecado original y sus actuales transgresiones[2]".

Contraste entre la Antropología Bíblica y la General.
La Antropología General y la Bíblica se estudia desde ángulos completamente diferentes: la primera, desde la filosofía humana y la evolución natural; y la segunda, que toma su contenido de la Biblia.
La Antropología General, no le da a Dios ningún lugar en el origen del hombre, ni en su cuidado, ni en su destino; basa sus teorías en los principios de uniformismo y de selección natural,  es decir, que todo es producto de procesos graduales.
La Antropología Bíblica, en cambio, se basa de manera principal en la revelación escrita de Dios tal y como se ha preservado en las Escrituras, y en aquellos estudios y descubrimientos arqueológicos y científicos que corroboran la narración bíblica, en los documentos y registros de historia, en los diversos textos antiguos y modernos de interpretación o comentarios de las escrituras, en el estudio de las lenguas antiguas de la Biblia, y el estudio de los usos y costumbres de los pueblos mencionados en ella, como de su contexto histórico y cultural.
La Antropología Bíblica se extiende a diversos campos en los cuales no puede entrar la antropología General, como por ejemplo, el alma humana, la imagen de Dios en el hombre, la conciencia moral del hombre, los instintos, el pecado original, consecuencias de la caída, la regeneración y el nuevo nacimiento. En vano buscaría la antropología no bíblica conocer lo referente a estos temas; sin embargo, son realidades de la existencia humana que no pueden ser negados y como tales constituyen factores determinantes en cualquier psicología que tenga valor.
Una marcada  diferencia hay entre ambas, y se da porque la antropología bíblica muestra al hombre como Dios lo ve; y la “General” muestra al ser humano como el hombre la describe. Son dos visiones opuestas, porque uno, Dios, la declara perdida y en constante decadencia, pero Él mismo le entrega herramientas para volverse acercar a Él. Y la otra disciplina ve al hombre con el que se redime a si mismo con el progreso que realiza diariamente, pensando que a medida que abunde el conocimiento, el hombre será mejor ser.



[1] Del griego (άνθρωπος) anthropos, 'hombre (humano)', y (λογος), logos, 'conocimiento'
[2] The New Standard Dictionary (edición de 1913)

Soneto: No me mueve…

Soneto: No me mueve…

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Pensamiento

La enseñanza más espiritual siempre estará caracterizada por una plena y constante presentación de Cristo como el tema principal de tal enseñanza. El Espíritu se ocupa con el glorioso tema de Jesús. Se deleita hablando de él. Se complace exponiendo Sus atractivos y excelencias. Por eso, cuando un hombre esté ministrando por el poder del Espíritu de Dios, siempre encontraremos que en su ministerio hay más de Cristo que de cualquier otra cosa. Habrá poco espacio en tal ministerio para la lógica humana y el razonamiento... El único objetivo del Espíritu... es siempre mostrar a Cristo”.                             

C. H. Mackintosh

El Ministerio de la Palabra

SU REVELACION
No se puede insistir demasiado en que la enseñanza en la Iglesia haya de ser siempre ministerio de la Palabra de Dios. Creemos no solamente en la inspiración de las Santas Escrituras, sino también en la perfección de ellas para el propósito para lo cual fueron dadas.
La revelación escrita, es una obra perfecta y completa, como todas las obras de Dios, y que contiene, por lo tanto, todo lo necesario para ilumi­narnos respecto del camino de salva­ción para el pecador y el camino de santidad y servicio para el creyente (2 Ti. 3:14-17).

SU UTILIZACION
No todos lo han entendido así, y lo malo es que en muchas Iglesias en el día de hoy, los llamados ministerios de la Palabra, ministran lo que no es en ningún sentido la Palabra de Dios.
Muchos se creen con libertad para expresar sus propios pareceres, opi­niones, teorías, y comentarios sobre cualquier asunto. Pueden leer una porción de la Escritura como preám­bulo para su charla, pero la charla misma no es en manera alguna una exposición del sentido de aquel texto leído. En tales casos, el texto resulta ser solamente un pretexto.
El apóstol Pablo instó a Timoteo solemnemente, a que predicara "la Palabra" (2 Ti. 4:1-2). Anteriormen­te (Cap. 2:15) le exhortaba a que se preparara con diligencia para emplear la Palabra acertadamente como obrero aprobado por Dios y en contraste con eso, habla de otros (Himineo y Fileto) cuyo ministerio consistía solamen­te en "profanas y vanas parlerías" (v. 16). Eran profanas, porque su origen era netamente humano; y eran vanas, porque ningún provecho traían. Eran como "madera, heno, y hojaras­ca" (1 Co. 3:12-15): material que no aguanta la prueba del escrutinio divi­no.
De todo esto, se desprende que el ministro debe ser un siervo temeroso y reverente frente a las Escrituras. Cierto es que debe tener un don espi­ritual para su obra, pero nunca será un ministro aprobado, si no sabe qué es lo que ha de enseñar. Para esto debe aplicarse asiduamente al estudio de las Escrituras.
Una vez, un aspirante a ser un obre­ro del Señor, se mostró confuso cuando un hermano de experiencia le hizo la sencilla pregunta: "¿Cuántas veces ha leído Ud. la Biblia de tapa a tapa." Pero nada más natural. ¿Cómo se atreverá a enseñar o ministrar aquél que no se haya familiarizado bien con la Palabra?

SU APLICACION
Los conocimientos superficiales adquiridos de unos cursos por corres­pondencia, o por la lectura de unos cuantos libros por buenos que sean, no pueden nunca reemplazar el estudio concienzudo, analítico y reverente de la Palabra de Dios.
Debemos advertir también, que la adquisición de conocimientos bíblicos por un proceso puramente intelectual, aun cuando se empleen los mejores "métodos de pedagogía" para su en­señanza, no es comparable a una adoctrinación espiritual bajo la dire­cción del Espíritu Santo.
Esta enseñanza puede ser recibida en la Iglesia, si hay ministros espiri­tuales, o bien por medio del estudio privado, pero el objeto de ella debe ser primero la edificación y alimen­tación del interesado. (He. 5:12-14).
El que no ha sentido los efectos de la Palabra en su propia experiencia, amoldando su carácter y gobernando su vida, no tendrá convicciones fir­mes, ni ninguna autoridad para influen­ciar las vidas de otros mediante la "manifestación de la verdad" (2 Co. 4:2).
La Palabra ha de ser como un "pan de cebada" primero, antes de que pueda ser utilizada como "espada de Gedeón" (Jue. 7:13-14).
El apóstol Pablo, exhorta a Timoteo a profundizar y asimilar las Escritu­ras, para obtener él mismo el apro­vechamiento primero, y para que sus oyentes luego experimenten los saluda­bles efectos de su ministerio. (1 Ti. 4:15-16).


Sendas de Luz, 1968

Las Dos Babilonias

LECTURA: Génesis 11: 1-9. Jeremías 1: 46. Jeremías 51: 13 y 37. Apocalipsis Caps. 17 y 18.


INTRODUCCION:
La palabra profética como se nos presenta en las Sagradas Escrituras es de sumo interés pa­ra nosotros en el tiempo actual.
Dios ha revelado su mente y sus propósitos en cuanto al porvenir y el destino del hombre, de las naciones, del cristianismo, y de la iglesia ver­dadera de Jesucristo.
En medio de tanta confusión de pensamiento y de entendimiento respecto al futuro, tenemos la Palabra de Dios, clara y comprensible. Él quie­re que nosotros comprendamos su voluntad para que respalde y fortalezca nuestra fe y vida espiri­tual.
La palabra de 2a Pedro 1:19 es de bastante ayuda para nosotros. Al emprender un estudio del tema acerca de Babilonia, Pedro habla de la palabra profética como "más segura". Se ha cum­plido la Palabra de Dios en los tiempos pasados y a la letra, y así se cumplirá tocante al futuro—es más segura que la palabra de los hombres. Nos exhorta de "estar atentos" a esta palabra—es la voz Dios y la revelación de sus propósitos y de­manda nuestra seria atención. Luego Pedro dice que es "una antorcha que alumbra en lugar oscu­ro". Cuán valioso y apreciado es el faro para el marinero en el alto mar, señalando los lugares peligrosos y descubriendo el camino verdadero; así es la palabra profética para nosotros. ¿Tenemos dudas en cuanto al futuro? ¿Nos espantan los acontecimientos en el mundo hoy día? Examine­mos pues, la Palabra de Dios y descubriremos que está cumpliéndose perfectamente. Todo está preparándose para el día de juicio pero antes, Cristo vendrá por su Iglesia que el ganó por su propia sangre y la llevará a la gloria y para su herencia celestial. "Tenemos la palabra profética más se­gura a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca (de su venida) y el lucero de la mañana (Cristo) salga en vuestros corazones" 2a Pedro 3:19.
La historia de Babilonia tiene su principio muy temprano en las páginas de las Sagradas Es­crituras. Leemos en Génesis 10: 8-10 que el fun­dador de Babel o Babilonia fue Nimrod un hom­bre poderoso que persuadió a su parentela y se­guidores a edificar una ciudad y una torre. En esta forma ellos podrían establecerse como nación formidable. Parece que esta torre, conocida co­mo "la torre de Babel" fue más que una torre cuya cúspide llegare al cielo; fue como un templo o centro de reunión para aquella generación que ya se había alejado de Dios (Génesis 11:1-9). Llama­ron su ciudad Bab-el, que quiere decir "puerta de Dios", pero pronto fue cambiado su nombre en Babel, que quiere decir  “confu­sión" mediante el juicio divino. De esa generación empezó la fabricación y adoración de ídolos y Babilonia fue reconocida como el manantial de la idolatría y la madre de todo sis­tema pagano en el mundo. Rápidamente se ex­tendió y ésta idolatría fue la que contaminó al pueblo de Israel, como en los días de Elías cuando la nación iba en pos de Baal que era la for­ma cananea de la idolatría babilónica. Al cabo de mil años Babilonianismo llegó a ser la religión del mundo que había rechazado la revelación divina.
En los libros de los profetas como los de Isaías Jeremías y Daniel, encontramos la historia del de­sarrollo de la nación babilónica, su gloria y gran poder. Sin embargo su fin y completa destrucción fue determinada luego por Dios a causa de su idolatría y su persecución al pueblo de Israel. En las palabras siguientes, Dios describe la grandeza de la nación babilónica y luego su juicio y aniqui­lación total para nunca más levantarse. "He aquí yo estoy contra ti oh soberbio (Babilonia), dice el Señor, Jehová de los ejércitos; porque tú día ha venido, el tiempo en que te castigaré" (Jer.50:31). "… espada contra los moradores de Babilonia, con­tra los moradores de Babilonia, contra sus prínci­pes y contra sus sabios"(v. 35). "Sequedad sobre sus aguas y se secarán; porque es tierra de ído­los y se entontecen con imágenes. Por tanto, allí morarán fieras del desierto y chacales, morarán también en ella polluelos de avestruz; nunca más será poblado ni se habitará por generaciones y generaciones" (v. 38, 39). "Tú, la que moras entre muchas aguas, rica en tesoros, ha venido tu fin, la medida de tu codicia - en el tiempo del cas­tigo perecerás" (Jeremías 51:13, l8).
A pesar de la destrucción total de Babilonia, la idolatría que tuvo su origen en ella se ha ex­tendido por todo el mundo, contaminando las na­ciones. Cuando el Señor Jesús vino a esta tie­rra, el misterio de la iniquidad, (la idolatría ba­bilónica) (2ª Tes. 2:7), ya estaba imperando por do­quier, excepto donde se conocía la verdad de Dios según está revelada en el Antiguo Testamen­to. Hoy día, encontramos su práctica en muchas formas, entre muchas naciones, pero básicamente es la misma idolatría que practicaban los babilo­nios. Es la adoración falsa que roba al Dios vivo de la verdadera adoración debida a su san­to Nombre. Dios es Espíritu y los que le ado­ran en espíritu y en verdad es necesario que ado­ren" (Juan 4:24).
Ahora, en el libro de Apocalipsis del Nuevo Testamento encontramos otra Babilonia, que es la contraparte de la primera. Esta se llama "Ba­bilonia la Grande, la Madre de las Rameras y de las Abominaciones de la Tierra" (Apocalipsis 17:5), y "La gran Babilonia; la gran ciudad de Babilonia; Babilonia la gran ciudad" (Apocalipsis 18: 2, 10, 21). La historia de su poder, su vileza, y de su castigo y final destrucción por Dios, está escrita en los dos capítulos de Apocalipsis 17-18. Rogamos a nues­tros lectores que lean estos con diligencia e interés.
La primera pregunta que sube en la mente es, ¿quién es esta Babilonia, es ciudad y nación como la primera? No, no es nación, sino es un vasto sistema religioso que logra dominar a mu­chos pueblos y naciones con sus enseñanzas idó­latras y estos se sujetarán a su poder imponente y terrible. Este sistema religioso que se nos pre­senta en Capítulo. 17 bajo la figura descriptiva de "la gran ramera" es  Roma — la iglesia Católica Romana—, y no solo ella, sino las demás iglesias cristianas profesantes "las hijas de la ramera" (ella, siendo la madre de las ramera) que se uni­rán con ella. Hoy día se está cumpliendo esta unión de iglesias ante nuestros ojos. Debemos entender que esa gran confederación de iglesias nunca formarán el Cuerpo de Cristo, la Iglesia que El ganó por su propia sangre; es a iglesia falsa y corrupta. Recordemos que su cabeza será siem­pre "el papa" y las que se unen en este sistema religioso tendrán que sacrificar la verdad preciosa de la palabra de Dios, ¡que solemne! El papa ahora se presenta como el gran hombre que busca la paz para el mundo entero. Sus via­jes a varios países como el de Palestina, Esta­dos Unidos y la prometida visita a la América Latina, es una gran política. Todo esto nos ma­nifiesta el despertamiento y la gran lucha de la iglesia Católica Romana para atraer a su seno todas las demás iglesias (¿no llama ella a los creyentes de las iglesias evangélicos, "los hermanos separa­dos?") Ella va a lograr su propósito dominante en los últimos días de esta dispensación de la gracia y si no lo logra ahora completamente en estos días, pues lo logrará en el tiempo de la gran tri­bulación, sí. Creo hermanos, que vivimos en días de gran importancia. La venida del Señor por su Iglesia, está a las puertas.
Ahora bien, vamos a notar la descripción que se nos presenta de la Babilonia la Grande en Apocalipsis Capítulo 17 y 18 — de su carácter, poder, situación y juicio final.
A. Su Carácter. Se describe como "la gran ramera"; esta nos enseña de su vileza y co­rrupción espiritual; ella es culpable de la fornica­ción — que es el gran pecado de la Babilonia "la inmundicia espiritual", la corrupción de la verdad de Dios. El nombre "Babilonia" significa con­fusión y vergüenza. Dice en Cp. 19:2 que "ella ha corrompido la tierra con su fornicación" tal es su maldad. "Con sus hechicerías fueron engañadas todas las naciones." Cp. 18:23. Algo más; en ella fue encontrada "la sangre de los santos" (Cps.l7:6, J 8:24). Sin duda esta se refiere a la per­secución y muerte de miles de cristianos en el tiempo que se llamó "La Inquisición". Verda­deramente sus manos se han manchado con la sangre de los santos de Dios, — su juicio ya se madura, "su pecado ha llegado hasta el cielo" (Cp. 18:5). Tenemos también una descripción muy amplia de sus incontables riquezas y gran pompa; "ha vivido en deleites" (Cp. 18:7). Es claro que esta iglesia se ha enriquecido por los mercaderes de la tierra como dice en Cp. 17:4 "su vestidura de púrpura y escarlata adornada con oro, de piedras preciosas y de perlas". (Ojo también Cp. 18:11-19).
B.     Su Poder. Encontramos que ella "está sentada sobre muchas aguas" (Cp 17:1, 5) nos dice que estas aguas "son pueblos, muchedum­bres, naciones y lenguas." Sin duda esto descri­be su posesión de vastas multitudes de almas que son dominadas por su poder.
También ella es vista sentada sobre "una bes­tia escarlata" (v. 3). Los estudiantes de la pala­bra profética nos aseguran que la bestia represen­ta al Imperio Romano vivificado, después que ha­ya terminado la dispensación de la Iglesia. ¡Cuán grande es su poder que domina aún al poder civil! Sin embargo, llegará el momento cuando esta misma nación y sus aliados se levantarán contra el poder religioso—la iglesia Católica Roma­na— cansado de su dominación y aborreciéndola, la desolarán como se describe en Apocalipsis 17:16-17.
C.     Su Lugar y Centro de Autoridad y Gobierno. La Ciudad de Roma por casi trece siglos, ha sido el lugar de donde la iglesia corrom­pida - Católica Romana ha dirigido sus activi­dades y esparcido sus doctrinas falsas. Solo a Roma corresponde la descripción dada en este libro de Apocalipsis Cap. 17:9 “Esto para la mente que tiene sabiduría - siete montes, sobre la cual se sienta la mujer". Roma está sentada so­bre "las siete colinas" es conocida como "la ciu­dad eterna". Y otra vez en Apocalipsis 17:18, "la mu­jer es la gran ciudad". ¿Quién no sabe que el papa que vive en Roma en el Vaticano, es la ca­beza de ese vasto sistema religioso, la iglesia Ca­tólica Romana, y que de allí se gobierna ese sistema entero? ¡Cuántos hacen sus peregrinaciones hasta esa ciudad para adorar en su iglesia lujos y aún si pueda lograr, besar la mano del papa!
D. Su Juicio y Destrucción Final. El tiem­po de su juicio se acerca. Dios mismo va a juzgarla, "poderoso es Dios el Señor que la juzga" (Cp. 18:8). Va a exterminar por completo esa igle­sia tan corrupta; ese sistema mundial de apostasía que es opuesta a la voluntad de Dios, que es una imitación errónea de la verdadera Iglesia de Jesucristo. Notemos lo que dice en Apocalipsis 17:1 "Ven acá y te mostraré la sentencia contra la gran ramera". "Ha caído, ha caído la gran Babi­lonia" (Cp.l8:2). "Dadle a ella como ella os ha dado y pagadle doble… en un solo día vendrán sus plagas" (Cp. 18:6-8). "Alégrate sobre ella…Dios ha hecho justicia en ella" (Cp.18:20).
Tan completo y terrible será su juicio que la memoria de ella será borrada para siempre, "nunca más será hallada" 18:21, y "él humo de ella sube por los siglos de los siglos" (Cp. 19:3). Así, Dios ha determinado el fin de aquella que ha deshonrado y corrompido su Nombre Santo du­rante los siglos, entre las naciones. Oigamos, ahora la exhortación de parte de Dios para noso­tros hoy día.
E. Amonestación para cada verdadero cristiano. “Salid de ella pueblo mío, y no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas" (Cp. 18:4).
Hay gran peligro que el pueblo de Dios sea cogido en la red ya echada por la iglesia Católi­ca Romana para acoger, si fuera posible, todas las demás iglesias. Pero los cristianos que cono­cen la Palabra de Dios, y también la corrupción y juicio de la gran ramera, van a mantenerse separados de ella, aunque a costo de sufrimiento y persecución. Que el Señor nos ayude a honrar su Nombre glorioso y defender la verdad de su Palabra hasta que El venga por su Iglesia verda­dera que ha comprado con su propia Sangre.

Contendor por la fe – Mayo – Junio 1966 – Nº 43-44