sábado, 1 de junio de 2013

PENSAMIENTOS

Estaríamos en condiciones de comprender mejor el pensamiento de Cristo si de corazón estuviéramos siempre con Él.   
J. N. Darby

Cuando el Espíritu Santo actúa, un solo instru­mento es tan bueno y eficaz como setenta hombres; y cuando el Espíritu Santo no trabaja, setenta hombres no tienen más valor que uno solo. Todo depende de la energía del Espíritu Santo. Con Él un hombre puede hacerlo todo, sufrirlo todo, soportarlo todo. Sin Él, setenta hombres no pueden hacer nada.   

 Anónimo

EL CORAZÓN QUE SUSPIRA POR LA PERSONA DE CRISTO

             Nada que no surja del amor personal a Cristo y de la comunión con él puede tener algún valor.
            Podemos saber al dedillo las Escrituras; podemos predicar con notable elocuencia y fluidez, con una fluidez tal que las mentes poco experimentadas pueden muy fácilmente confundir con «poder»; pero, ¡oh, si nuestros corazones no beben profundamente de la fuente principal; si el motor que los anima no es hacer del amor de Cristo una realidad práctica, todo terminará en algo fugaz y pasajero! He aprendido a estar cada vez más insatisfecho con todo aquello que -ya en lo que respecta a mí mismo, ya a los demás- no tenga que ver con una comunión permanente, profunda, divinamente labrada, y una plena conformidad, con el bendito Señor. A los caprichos personales, los detesto; a las meras opiniones, les tengo temor; a las controversias, las evito; sistemas de doctrina, teorías, escuelas de pensamiento, en una palabra, todo «ismo» lo considero carente de valor. Mi anhelo, en cambio, es conocer más de la gloriosa persona de Cristo, de su obra y de su Gloria, y entonces, ¡vivir para él! ¡Trabajar, testificar, predicar y orar, hacerlo todo por Cristo, y mediante la obra de su gracia en nuestros corazones!


COSAS PEQUEÑAS

En esta época en la que todos los esfuerzos tienden hacia las grandes empresas, nosotros cristianos corre­mos asimismo el peligro de tener iguales aspiraciones. Fácilmente nos acontece que sólo hallamos satisfacción en el desempeño de tareas importantes y nos sentimos descontentos cuando tenemos que cumplir deberes más humildes. Y, sin embargo, la vida está compuesta de cosas pequeñas que no debemos menospreciar.
La cuestión se resume con esta pregunta: « ¿Cómo y para quién hago esto? ¿Para mí o para el Señor que me puso donde estoy?». Para Dios no hay nada pequeño ni grande.
Y ¡cuán alentador es pensar que ningún detalle de nuestra vida, ninguna zozobra de nuestro corazón es insignificante para su amor y que ningún obstáculo es invencible para su potencia!
Principalmente en la juventud es cuando se está dispuesto a esperar algo superior de la vida y a descui­dar los pequeños deberes, sin reflexionar que la fideli­dad en el cumplimiento de las «cosas pequeñas» es, con frecuencia, la preparación para la ejecución de grandes designios. "El que es fiel en lo muy poco, tam­bién en lo más es fiel" (Lucas 16: 10).
Según el punto de vista humano, se llama «cosas pequeñas» a aquellas de las cuales no merece la pena hablar. Y, no obstante, la vida, la historia y esen­cialmente la Palabra nos enseñan que ellas tienen un valor durable, como nos lo prueban los ejemplos siguientes.
En Middelburg (Holanda) los niños de un oculista jugaban con los cristales de los anteojos de su padre. Tuvieron la idea de colocar dos en un tubo y mirar a tra­vés del mismo la veleta de la iglesia. Para su asombro, ésta les pareció considerablemente aumentada. Comuni­caron este descubrimiento a su padre, quien hizo algu­nos experimentos y, gracias a esta «pequeña cosa», fue­ron inventados los instrumentos de óptica que permiten contemplar a gran distancia las maravillas de la crea­ción.
Esta circunstancia recuerda el descubrimiento de la máquina de vapor, debido al escocés James Watt. Niño aún, observó que la tapa de la marmita se levantaba a causa de la presión del vapor. Ya adulto aplicó esta observación infantil a ciertas experiencias que determi­naron la invención de la máquina de vapor, lo que no tardó en causar una revolución en muchos aspectos de aquella época.
Es muy conocido el resultado que la caída de una manzana provocó en el gran sabio inglés Isaac Newton. Sus reflexiones sobre la fuerza que atrae los cuerpos hacia el centro de la tierra, lo pusieron en la huella de las leyes de la atracción universal.
El rey escocés Robert Bruce, batido repetidas veces por los ingleses, se había refugiado en una cabaña, preso de un profundo desaliento, cuando vio una araña que tendía sus hilos de una viga a otra. Ella hizo seis tentativas para alcanzar su propósito y seis veces fracasó. En el séptimo ensayo logró fijar sus hilos y acabó su tela. La perseverancia de la pequeña trabajadora avergonzó al infeliz rey, quien reunió cora­je para llevar de nuevo sus tropas al combate. Salió victorioso y su victoria aseguró la independencia de Escocia.
Pero las «cosas pequeñas » deben tener una espe­cial importancia para los creyentes. Dios se complace en servirse de lo que es poco aparente para glorificar su nombre a los ojos del mundo, según los bellos ejemplos que vemos en la Palabra.
Cuando Moisés recibió en Horeb el mandamiento divino de hacer salir de Egipto al pueblo de Dios, aquél, lleno de temor, de duda y de vacilación, pidió una señal. "¿Qué es eso que tienes en tu mano?" (Éxodo 4:2). ¡Ah!, lo que Moisés tenía en su mano era poca cosa, a la verdad: una vara de la cual se servía para cuidar el rebaño. ¡Qué objeto insignificante! ¿Cómo podía tomarla para comparecer delante de Faraón y transmi­tirle la orden de Jehová? Y, sin embargo, esa vara llegó a ser el cetro con el cual condujo al pueblo a través del desierto. Con esa vara hirió las aguas del Nilo, el mar y la peña: las aguas se convirtieron en sangre, el mar se hendió y la peña dio agua (Éxodo 7: 20; 14: 16, 21; 17: 5-6). Dios se sirvió de un medio pequeño para cum­plir grandes cosas.
Cuando David se presentó para combatir al gigante Goliat solamente tenía su cayado, su honda y su saco pastoril que contenía cinco piedras lisas. Su herma­no Eliab lo trató de presuntuoso y orgulloso; Saúl quiso darle armas y el filisteo lo injurió: "¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos?" (1 Samuel 17:43). Según el pensamiento humano, estos hom­bres tenían razón; pero David contaba con la fuerza de Dios, quien dio la victoria con «esas pequeñas armas» y esta victoria libró a Israel del yugo de los filisteos.
Pero si las « cosas pequeñas » pueden proporcionar el bien, a menudo son también la causa de muchos males. El apóstol Santiago nos habla de un pequeño fuego que enciende grande bosque (Santiago 3:5). Algunas veces esto se realiza textualmente: un fósforo arrojado al descuido puede provocar incendios formida­bles ; mas el apóstol nos habla aquí, en figura, de un pequeño miembro de nuestro cuerpo, la lengua, la que, en efecto, ha sido el motivo de muchas desgracias, de muchas luchas, de muchos odios. Velemos, recordando que Dios nos la dio para que la empleemos en su servicio.
Se cuenta que en el siglo 18 la flota holandesa y una parte de los diques que protegían el país estuvieron en peligro de ser destruidos por el trabajo de un gusano roedor que había traído un navío procedente de las Indias.
El rey Salomón, el sabio entre los sabios, también tuvo que hacer la experiencia del peligro de las cosas pequeñas, ya que exhorta: "Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne" (Cantar de los Cantares 2: 15).
Jóvenes, vosotros también estáis en la flor de la edad, época de la vida en la que más necesario es aban­donar los pequeños defectos, las malas costumbres, con el socorro de Dios. Hubo hombres que se tornaron cri­minales por no haber sabido combatir a tiempo sus bajas inclinaciones.
¡Que el Señor nos dé un ojo simple para ver nuestro camino y nos conceda la gracia de andar fielmente en las grandes y pequeñas cosas para la gloria de su nombre!
"Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él... Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recom­pensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís" (Colosenses 3:17, 23-24).
La Bonne Nouvelle

EL DÍA DE LAS PEQUEÑECES

Puede que suceda que, por desaliento o por resig­nación, digamos: «Esto es un día de pequeñeces...» (Zacarías 4:10). Hasta podría ser que utilicemos tal excusa para no lle­var a cabo un servicio para el Señor o para desalentar a otros a fin de que no cumplan el suyo. No obstante, el pasaje de Zacarías hace la pregunta: "¿Quién es aquel que desprecia el día de las cosas pequeñas?" (V.M.).

Ejemplos de fe en días de pequeñeces
Muchas veces, podía parecer difícil permanecer en el camino de la fe. Por ejemplo, cuando en Egipto se levantó un rey que no había conocido a José y que mandó matar a todos los hijos recién nacidos de los hebreos (Éxodo 1:22), los padres de Moisés bien hubieran podido desanimarse y temer dar a luz su ter­cer hijo. Sin embargo, precisamente este acto de fe se revela en Hebreos 11:23: "Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses... y no temieron el decreto del rey". Y Dios escogió a este niño para liberar a su pueblo de la opresión de Egipto.
De la misma manera, más tarde, en el tiempo de los Jueces, cuando "cada uno hacía lo que bien le pare­cía", encontramos a un Gedeón fiel, listo para levan­tarse para salvar a Israel del yugo de Madián. Comprendemos por qué respondió al ángel: "Ah, señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Y dónde están todas sus mara­villas, que nuestros padres nos han contado...?" (Jueces 6:13). Con qué paciencia Dios le enseñó y hasta le con­cedió las señales que él pedía para fortalecer su débil fe. Era un día de pequeñeces, pero Dios concedió a su pueblo una victoria maravillosa por medio de este joven lleno de fe.
Bastante más tarde, cuando parecía que todo estaba perdido —el arca y todos los utensilios precio­sos del templo habían sido llevados a Babilonia y una parte del pueblo estaba en el exilio—, encontramos a hombres fieles como Daniel y sus compañeros, que no querían contaminarse con la comida de los caldeos. Daniel mismo perseveró hasta que pasaron los 70 años de exilio y hasta que las profecías de Jeremías se cum­plieron. En aquel día de pequeñeces, habían hombres en los cuales Dios encontró su contentamiento como leemos en Ezequiel 14:14, donde el nombre de Daniel se asocia al de Noé y al de Job, justos que serían fieles hasta la muerte.

Los días de pequeñeces en los tiempos de Esdras y de Nehemías
Entre aquellos que habían tenido el privilegio de volver al país de la promesa, encontramos a hombres fieles como Esdras y Nehemías, que habían depositado su confianza en el Dios de sus padres y que no se deja­ron espantar por sus enemigos paganos. En el libro de Esdras, vemos cómo reconstruyeron el altar sobre sus bases, y allí ofrecieron holocaustos. Hasta celebraron la fiesta de los tabernáculos a pesar de que los cimientos del templo de Dios no se habían echado todavía (Esdras 3:4-6). Cuando por fin lo llevaron a cabo, vemos al pueblo dar gritos de alegría y alabar a Dios, mientras que los ancianos, que se acordaban de la mag­nificencia del templo de Salomón, no pudieron sino llorar viendo la debilidad del pueblo y la insignifican­cia del nuevo edificio. No obstante, éste fue el pueblo al que se dirigieron los profetas Zacarías y Hageo para animar a los obreros a trabajar y para recordarles la fidelidad del Dios que siempre estaba pronto para ben­decir.
Nehemías, el hombre que, según nos parece, oraba como respiraba, trabajaba incansablemente, y esto a pesar de los enemigos a quienes "les disgustó en extremo que viniese alguno para procurar el bien de los hijos de Israel" (Nehemías 2:10). Ante sus burlas, Nehemías respondió: "El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos" (v. 20). A pesar de las artimañas y los innumerables intentos de los adversarios de hacer que el trabajo cesara, el muro fue terminado (6:15).
Al final del libro, Nehemías denunció la infideli­dad de ciertos oficiales y la negligencia del pueblo que no habían sustentado materialmente a los levitas (cap. 13). El resultado de esta doble infidelidad fue que Tobías, el enemigo, ocupara la misma cámara donde se tendrían que haber depositado los diezmos a favor de los levitas. Nehemías ordenó vaciar estos lugares puri­ficándolos para que los levitas y Dios mismo pudieran recibir lo que se les debía.

En los tiempos de Malaquías
Bastante tiempo después de esto, en los tiempos de Malaquías, encontramos un estado de cosas deplora­ble. El templo estaba allí, se ejercía el servicio sacerdo­tal, se ofrecían sacrificios, pero el corazón no estaba allí. Se permitía ofrecer animales lisiados y sin valor. Dios, hablando de un animal enfermo, dijo: "Presén­talo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto?" (Malaquías 1:8). No obstante, al ofrecer a Dios los animales cojos y enfermos, tenían la osadía de preguntarle: "¿En qué hemos menospreciado tu nombre?" (v. 6). ¿No tiene esto algo que decirnos hoy en día? Sin duda nos desplazamos semana tras semana con regularidad a las reuniones. Cantamos cánticos, leemos en la Biblia y decimos "Amén" a las oraciones. Pero, ¿lo hacemos más de corazón que los judíos en los tiempos de Malaquías? Las palabras de Isaías dirigidas a Judá bien podrían aplicarse a nosotros: "No me trai­gáis más vana ofrenda..." (Isaías 1:13).
Sin embargo, Dios es fiel. No puede negarse a sí mismo, y, como se acordó de su pacto con Israel, de la misma manera tampoco nos dejará sin recursos ni nos desamparará. Lo expresa así por medio del pro­feta Malaquías: "Yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos" (Malaquías 3:6).
Así, en medio de tanta infidelidad, Dios dijo a su pueblo: "Traed todos los diezmos al alfolí y haya ali­mento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde" (3:10).
Es interesante notar que el nombre "Jehová de los ejércitos" se utiliza veinticuatro veces en el libro de Malaquías. La primera vez que se cita es en 1 Samuel 1, cuando Elcana subía a Silo para adorar a Dios (v. 3). Ana también pronunció este nombre, cuando oraba para pedir un hijo (v. 11). Cuando Israel se encontraba en su estado más bajo, y cada uno hacía lo que bien le parecía, Dios se reveló como "Jehová de los ejércitos", en contraste con la debilidad e insuficiencia del hom­bre. Los versículos de Malaquías 3:16-17 lo muestran de una forma conmovedora. En medio de la infidelidad general, el Señor distingue entre los que le temen y que hablan "cada uno a su compañero". Esto nos recuerda los dos discípulos de Emaús que regresaban a casa, hablando de Él, cuando de repente "Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos" (Lucas 24:15). ¡Qué gozo para Su corazón oírles hablar de él entre ellos! De la misma manera, en Malaquías "Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre" (3:16).
De nuevo, en el último capítulo de Malaquías, mientras que el profeta anunciaba el día del juicio, encontramos una alusión a aquellos que temían su nombre (v. 2). Esto debió haber sido un aliento espe­cial para el remanente fiel en los días que precedieron al nacimiento de nuestro Señor. El sol de justicia nace­ría y en sus alas traería salvación. Sabemos que esta profecía no se cumplió sino parcialmente en la primera venida del Señor. Pero es alentador considerar a los fieles como Zacarías y Elisabet, Simeón y Ana que vieron hacerse realidad su esperanza cuando nació este niño singular, y compartieron su gozo con "todos los que esperaban la redención en Jerusalén" (Lucas 2:38).

Y nosotros que tenemos una esperanza aún más preciosa, ¡seamos fieles en las pequeñeces, viviendo "en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación glo­riosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo"! (Tito 2:12-13).                                                       
Truth and Testimony

Los Ángeles: Satanás

4. Satanás.


1.    Nombres
            Los nombres indican características de las personas, por lo cual muchas veces, según sean sus experiencias, estos se cambiaban, tomemos por ejemplo a  Abraham que antes se llamaba Abram, o a Israel que tenía por nombre Jacob.  El nombre representa el carácter mismo  de la persona.  Ya hemos estudiado que ellos reflejan  particularidades  propias. Recordemos que Jacob significa “el que suplanta” y vemos que para conseguir la primogenitura  suplantó a su hermano Esaú (Génesis 25:6; 27:1-29).
            En el caso de la persona que venimos estudiando, es la importancia de conocer sus actividades a través de sus designaciones (nombres,  títulos y representaciones).

A.     Nombres
1.    Satanás.
            Esta palabra proviene del hebreo Satán y aparece 52 veces. Literalmente significa “adversario”, “enemigo” (Zacarías 3:1; Mateo 4.10; Apocalipsis 12.9, 20:2). Esto nos recuerda la oposición que hace contra la obra de Dios a través de intentos perversos y maliciosos.  Dicho de otra forma, el nombre indica rivalidad con Dios, cuyo propósito es construir un reino opositor.
            La oposición  de Satanás se manifestó en el Edén  (Génesis 3:15) al provocar la caída del hombre. En tratar de pervertir el camino de la venida del Mesías, eliminando (matando) a Abel por medio de Caín. De esta manera destruyó, según él, esas líneas genealógicas por donde vendría la simiente que lo derrotaría. Aunque  Caín quedó vivo, fue suyo (1 Juan 3:12). Pero Dios tenía otros planes,  derrotando a Satanás, ya que la línea venía por el tercer hijo,  Set.
            Vemos que no paró ahí sus artimañas, ya que logró atraer a los hijos de Dios a los lazos de  las hijas de los hombres, provocando que la raza humana se pervirtiera en todos los sentidos. Pero Dios tenía reservado a Noé y sus hijos. En Abraham, trató de forzar el hijo de la promesa  por medio de Ismael. En Israel al hacer que se desviaran a través del becerro de oro y posteriormente tras los dioses paganos. Al pervertir la línea real originada de Salomón; pero Dios tenía guardada la de Natán. Al intentar destruir a todos los Judíos en el imperio Persa; pero el valor de dos personas, Ester y Mardoqueo, venció el ataque. Al intentar desviar de su objetivo al Señor Jesucristo; pero el Señor Jesús puso su confianza en su Padre.
            En relación a los creyentes, los ataca a través de las ideas falsas (1 Timoteo 4:1; compárelo con Mateo 13:3); y la persecución (Apocalipsis 2:10) por diversos modos.as (1 Timoteo 4:1; compar el adversario de Dios.s, provocando que la raza humana se pervertiara en todos los
            En fin, ha buscado  todos los medios para ser el adversario de Dios y los sigue buscando, ideando métodos simples y complejos.

2.    Diablo.
            Esta palabra viene del término griego “diábolo”  y significa calumniador o el que causa tropiezo, y aparece 35 veces en la Escritura. Actúa maliciosamente diciendo falsedades destinadas a dañar la reputación de otra persona.
            Este ser ha procurado difamar a Dios y sus planes, y a los creyentes durante toda su existencia desde la caída de él mismo.
            Miremos el relato de la caída del hombre (Génisis 3:2, 4, 5). Ahí tergiversó las palabras de Dios, cambiándolas para que dijera casi lo mismo, pero al mismo tiempo sembrando la duda, dejando a Dios como mentiroso  y “tacaño” que no quiere compartir su posición y conocimiento (“seréis como Dios”, había dicho la serpiente).
            En el caso de los creyentes, la persecución  ha sido constante. Podemos observar como habla contra Job: “Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (Job 1:9).  O como acusaba al sumo sacerdote Josué ante Jehová: “Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?” (Zacarías 3:1-2). En caso de Pedro cuando se le profetizó que negaría a su Maestro, el Señor había dicho que Satanás sería el instigador de tan baja acción: “Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo…” (Lucas 22:31).  Pero llegará el momento en que ya no se le permitirá estar más ante la presencia de Dios para acusar a los creyentes: “Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche” (Apocalipsis 12:10)

3.    Lucero.
Del hebreo  “Helel” que significa resplandeciente, el que lleva la antorcha o porta antorcha.  Y la palabra de uso común  que usamos proviene del latín y es Lucifer (“que lleva luz”, “hijo de mañana”).
Este nombre de Satanás corresponde al periodo cuando no había en él pecado.  El nombre Lucero se menciona en  Isaías 14:12; y su función era de dar luz, de iluminar, como lo hacen las estrellas. Esta característica duró hasta que el pecado apagó aquella luz y la oscuridad  lo rodease por completo.

4.    Beelzebú 
La palabra proviene del hebreo Baal zebul, que quiere decir “Señor de las moscas” o “Señor de los que moran”. Este nombre proviene de  una deformación  de la palabra Baal Zebul (que significa  “Señor exaltado o de los lugares altos”) y corresponde a un insulto  a un dios falso al deformarle el nombre. En otras palabras, se burlaban de esta manera de ese dios falso. Este título se le daba los Israelitas a un dios filisteo y pasó a ser un título de Satanás.
Los Judíos  asociaron a este nombre al Señor Jesucristo, como que esta fuente obtenía el poder para sanar y echar fuera demonios, por lo cual  esos judíos estaban blasfemando contra el Espíritu Santo, esta blasfemia viene a ser un pecado imperdonable (Mateo 12:24-31).

5.    Belial 
La palabra  se usa en relación a  despreciable o maldad o indignidad, perversidad,  y describe en forma apropiada el carácter de Satanás, o, dicho de otro modo, como una personificación del mal.  El pasaje que describe este nombre  se encuentra 2 Corintios 6:15 y Pablo lo utiliza para marcar el contraste Cristo y Satanás, que no existe nada en común entre ellos,  así como el creyente con el  incrédulo.

B.     Títulos
1.      Maligno 
Este título describe a Satanás como alguien “que es propenso a pensar u obrar mal”, es decir, “que es una influencia dañina y perjudicial”, “que causa o puede causar un daño”.
La palabra en el original es expresiva porque ella denota un mal que causa trabajo, que causa dolor, tristeza.  En  palabras de un creyente que describe este tema: es “intrínsecamente perverso a quien no le satisface su propia corrupción sino que busca corromper a los demás” (C. Fred Diakason, Los ángeles escogidos y malignos).  Dado que este es el carácter esencial, la expresión representa a la perfección lo que él es.
            Encontramos esta expresión en palabras de Pablo y Juan: Efesios 6:16; 1Juan 2:13-14; 3:12; 5:18. Las que indican que se debe usar el escudo de la fe, porque este ser lanza sus flechas contra el creyente, aunque sabe que es un ser vencido, puesto que hemos aceptado al Señor Jesús como Salvador; lo que rechazan esta salvación, están bajo su poder. Recordemos que aunque una flecha se clave porque se ha bajado la guardia, no puede apoderarse de nosotros puesto que pertenecemos a Dios.

2.  Tentador
Se dice de este título porque es “quien induce a realizar acciones que están en contra de lo que Dios quiere para nosotros”; o es quien pone tropiezos a los creyentes para que estos caigan y poder acusarlos (compare con Job 1 y 2).
Si bien es cierto que Dios también pone a prueba (tienta), lo hace con la finalidad de demostrar cuan arraigada esta nuestra fe en Él. Veamos el caso de Abraham e Isaac. Al primero le fue ordenado sacrificar a su hijo. Perfectamente pudo haberse negado, pero no lo hizo, porque confiaba en su Dios (Génesis 22:1-14; Hebreos 11:17-19). Pero Dios mismo detuvo la prueba puesto que Abraham había salido victorioso.
En cambio, Satanás tienta con la finalidad de sacar del camino a los creyentes.  “Pone a prueba a los hombres en una lucha moral, incitándoles a hacer lo malo” (C. Fred Diakason, Los ángeles escogidos y malignos). En este sentido, tenemos como ejemplo como sucumbieron Adán y Eva, arrastrando  tras de sí a toda la humanidad en su caída.
Pablo tenía el temor que de los Tesalonicenses se hubiesen apartado del camino (vea 1 Tesalonicenses 3:5), porque producto de las persecuciones no pudo terminar la obra de adoctrinamiento o de instrucción de nuevos creyentes.
Otro caso en que gráficamente descriptivo de la obra del Tentador es en lo que respecta a la tentación que ocurrió sobre el Señor Jesucristo. De cómo el tentador tentó (Mateo 4:3)  y el Señor Jesús tuvo que soportar los embates de Satanás y como Él salió victorioso de cada uno de ellos.
El término griego es un participio presente, lo que indica que es una actividad continua y característica de él, es decir, siempre anda buscando tentar a un creyente.

3.    Engañador
Engañara es “dar apariencia  de verdad  a una mentira”. Dicho de otro modo, es “distorsionar la verdad”, es “producir una ilusión”.
Las tretas o engaños de Satanás surten efecto en muchas personas, por lo cual es consejo de Pablo de estar siempre preparado es acertado ayer y hoy (Efesios 6:11).  Podemos ver como utilizó el engaño en Adán y Eva  “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?(Génesis 3:1) y Dios había dicho “De todo árbol del huerto podrás comer;  más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (2:16-17).
“Tres son los factores que hacen a Satanás maestro del engaño: La superioridad de su constitución de Querubín, su  gran conocimiento y experiencia y su capacidad de transformarse de mucha maneras” (C. Fred Diakason, Los ángeles escogidos y malignos).
El mismo Señor se refiere al él como “padre de mentira”, porque siempre ha sido esta su característica, y sus hijos  le creen (vea. Juan 8:44).  ¿No pasa lo mismo hoy, que es más fácil que crean a doctrinas extrañas que a las propias de la Escrituras?  (Vea Efesios 4:14 compare con 2 Timoteo 3:6).
Al igual que el termino anterior, la palabra es participio presente (Apocalipsis 12:9), por lo cual su acción es continua, él no se detiene en sus acciones.  Pero estas acciones serán detenidas par un tiempo (Apocalipsis 20:3) y definitivamente (Apocalipsis 20:8,10).

4.    Querubín.
“Querubín grande, protector” (Ezequiel 28:14). En el origen de su existencia poseía estos títulos, quedándole solo el primero. Vemos que  Miguel no pudo emitir “Juicio de maldición”, porque su rango (“arcángel”) es menor que el de Satanás, sino que lo dejó al Señor para que él lo reprendiese. (Judas 1:9)

5.      Acusador (Apocalipsis 12:10)
Se define acusador “como el que acusa o imputa un delito, una culpa o falta”. Por ejemplo, en nuestro sistema jurídico, tenemos al fiscal que acusa a un hechor ante los tribunales y busca una condena para su falta o delito.
Satanás siempre ha actuado así,  y para ello tiene acceso hasta Dios (Job 1:9-11; 2:4,5), donde aprovecha de acusar a los creyente (Zacarías 3:1,2). Pero si pecamos, sabemos que tenemos a nuestro abogado para con el Padre, así como defendía al sumo sacerdote Josué, así nos defiende: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1Juan 2:1-2).
Llegará el momento en que ya no tendrá más acceso a Dios para acusar a los hermanos, Juan nos indica: “Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche” (Apocalipsis 12:10).

6.    Príncipe.
A Satanás se le reconoce  príncipe  “de este mundo” (Juan 12:31; 16:11), príncipe de la “potestad del aire” (Efesios 2:2) y como príncipe de los demonios (Mateo 9:34; 12:24; Marcos 3:22; Lucas 11:15).
Como Príncipe de este mundo, Satanás tiene poder y autoridad: gobierna este mundo. En la tentación le entrega todos los reinos del mundo: “Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy” (Lucas 4:6). Pero esta entrega no era desinteresada, sino que exigía que se le reconociese por dios y él le adorase: “Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos” (v. 7).
Como “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2) nos muestra al líder que actúa en nuestro entorno, bajo la atmósfera, además indica el área en que actúa él  y sus ángeles caídos.  En  esta área  es donde tiene el control  que practica sobre los incrédulos.
Y por “príncipe de los demonios” podemos entender la posición de líder de su ejército demoniaco perfectamente organizado, que se dedica a esclavizar al ser humano sin Cristo por medios físicos (adicciones, sexo, etc.) e idolátricos (religiosidad, santería, ateísmo, etc.).

7.    Dios de este siglo
                Satanás  siempre  ha querido ser Dios, en su rebeldía quiso quitar esa atribución a Dios mismo (Ezequiel 28:11-19). Al ser echado del lugar de privilegio que poseía, no se conforma con su situación. Imita a Dios haciéndose pasar por Dios, consiguiendo que los seres humanos de estos tiempos (y los tiempos pasados) le adoren a él a través de representaciones falsas de la Deidad (ídolos).
            La gran cantidad de ídolos e imágenes que han existido y existen, también tiene la finalidad de empañar la propagación del evangelio. Dicho de otro modo,  están creados para que la gente no vea la salvación que Dios ofrece por medio del Señor Jesucristo. Pablo les decía los Corintios en su segunda carta: “Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”  (2 Corintios 4:4).
                Desgraciadamente, el incrédulo critica: “¿Cuál evangelio es el correcto?”   Y lo hace con razón. El mismo movimiento cristiano está siendo un estorbo para la predicación del verdadero Evangelio, ya que han salido una cantidad considerable de “versiones cristianas” que lo único que hacen es confundir y provocar que miren otro tipo de fe (llámese religión). Satanás, el Dios de este siglo, ha hecho daño y ha penetrado en las mismas asambleas (iglesias locales) con sus ideas divergentes. De esta forma estorba e impide que otros lleguen al Camino de Salvación.
            Si podemos expresar en pocas palabras: como “dios de este mundo” contra el pensamiento humano en todas las áreas con la única finalidad de oponerse a Dios como ya hemos dicho.
C.   Representaciones.
1.    Serpiente 
La serpiente representa la astucia y sagacidad. Ataca rápidamente mordiendo e inoculando el veneno, que en el caso de Adán y Eva fue mortal (Génesis 3:1ss).
“Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva,  vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:3).
Al relacionar los dos pasajes anteriores podemos  compararlos con nuestra realidad y ver como repetidas veces nos “extraviamos”; y al retornar podemos ver  la “astucia” y malicia que utilizó para desviarnos. A veces exacerbando nuestras debilidades, aumentando nuestros dolores; un enojo o  rencor profundamente guardado que lo hace emerger en el momento propicio; etc. 
Por los años que han pasado desde el primer encuentro con la raza humana ha pasado mucho tiempo y a aprendido como  seguir atacando a los que no son suyos y seguir confundiendo a los suyos para que no vean la luz de la salvación. Por el dicho: “más sabe el Diablo por viejo que por Diablo”.  Por eso se le llama  “serpiente antigua”, no por el tiempo, sino por su capacidad de aprender e innovar en  los ataques.

2.    Dragón 
Esta metáfora habla de su naturaleza llena de ferocidad y lo horrible que es su persona. El dragón nunca ha tenido una representación hermosa, siempre provoca miedo; además su cuerpo es de color escarlata (de rojo intenso) para dejar en claro su condición de homicida  y sanguinario (Apocalipsis 12:3; Juan 8:44): la sangre de sus victimas cubre su cuerpo monstruoso y desfigurado.  
3.    Ángel de luz 
         En contraste con el punto anterior esta la expresión “ángel de luz” (2 Corintios 11:14), porque nos habla de una apariencia de belleza, pero encubre una carácter monstruoso y maligno.
 La expresión que encontramos en el pasaje citado, nos habla de la habilidad para engañar, ya que él siendo un ángel hermoso (característica que conserva)  puede engañar a los creyentes (cf. v15). Usando una expresión popular para describir lo anterior: “es un lobo con piel de cordero”.
Si se presentase en su verdadera condición monstruosa, todos saldrían corriendo despavoridos, por eso usa la astucia (como la serpiente) para usar un disfraz de belleza inusitada como es la de un “ángel de luz” y lo mismo hacen sus seguidores.

4.    León Rugiente
La figura “como león rugiente” (1 Pedro 5:8) nos habla de un ser hambriento que busca alimento para devorar y saciar su hambre. Para ello utiliza como medio las persecuciones, como estaba sucediendo en los días del apóstol Pedro.  O también la hostilización para que no se predique el evangelio y se quede callado.  En fin, ruge para dar temor y así el creyente tenga que ocultarse.

Debemos tener en cuenta que el rugido es una advertencia de que anda cerca y debemos tener el cuidado de acercarnos más al Señor, porque si sufrimos aquí reinaremos con Él (2 Timoteo 2:12).

Los Seis Milagros del calvario

LAS TINIEBLAS MILAGROSAS


Y cuando era como la hora de sexta, fueron hechas tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora de nona. Y el sol se oscureció; y el velo del templo se rompió por medio. —Lucas 23:44, 45.
            Este ES EL PRIMERO de los seis milagros del Calvario, la cadena de señales que rodeó la muerte de Jesucristo y la aferró al único significado de la eterna redención. El segundo milagro fue el rasgamiento del velo del templo; el tercero, el temblor de la tierra y el hendir de las piedras; el cuarto, la apertura de los sepulcros; el quinto, la condición de cosas existentes en la tumba del Jesús recién resuci­tado; y el sexto, la salida de los sepulcros, des­pués de su resurrección, de muchos cuerpos de los santos que habían dormido.
Tales fueron los milagros del Calvario; todos en directa conexión con la muerte de Cristo. Algunas de ellos fueron del cielo, al­gunos de la tierra y otros de debajo de la tierra. Sin embargo, todos juntos constituye­ron una clase de milagros única. Cada gran señal, con su fuerza y significado propio, or­denó en su lugar su propio testimonio; y los seis, en sólida falange, circundan a Jesucristo en su muerte, defienden la verdad de nuestra redención en su sangre.

I.    LA DESCRIPCION DE LA ESCENA
Jesús ya había estado en la cruz por tres horas, y ahora "era como la hora de sexta"—es decir, mediodía, y luego fueron hechas tinie­blas.
La oscuridad fue "sobre toda la tierra," como lo indica Mateo. Nadie puede decir positivamente que las tinieblas no se extendie­ron sobre la mitad del globo terrestre que en esos momentos gozaba de la luz del día. Pero si el fenómeno se limitaba tan solamente a Judea, ciertamente aun así era algo notable. Por cierto, en este caso habría una concen­tración de fuerza, como sucedió con los tres días de oscuridad en Egipto, mientras había luz en Gosén. De todos modos, la oscuridad se extendió sobre toda la tierra.
No era una oscuridad como la que algunas veces precede a un terremoto, como la de Nápoles en el año 79, cuando el Vesubio se convirtió en volcán. No fue una oscuridad semejante, pues ésta se extendió mucho más allá del Calvario, el punto de origen del tem­blor de tierra que le siguió. Sin descuidar el hecho de que el temblor en sí no era un acon­tecimiento natural.

¡NO! NO FUE UN ECLIPSE
¡La oscuridad cubrió la tierra durante tres horas! Por lo tanto no fue causada por un eclipse del sol, pues el eclipse más largo sólo puede durar unos minutos. Además, esto ocu­rrió durante la festividad de la Pascua, la cual siempre era observada en la época de la luna llena, cuando es imposible que se produzca un eclipse de sol.
Y sin embargo "el sol se oscureció," eclipsa­do de una manera muy rara. Faltaba su luz. La oscuridad no fue producida por la ausencia del sol—lo que ocasiona nuestra noche. Era una oscuridad a mediodía, una oscuridad en presencia del sol y mientras el sol no estaba eclipsado por la intervención de otro cuerpo celeste, una oscuridad, podemos decir, que era contraria a la luz y vencedora de ella. En el curso ordinario de la naturaleza, siendo la oscuridad la negación de la luz, ésta es la antagonista de las tinieblas y las disipa siem­pre. ¡Pero la oscuridad del Calvario apagó el sol a mediodía! ¡Qué cosa más impresio­nante! ¡Qué concepto de la omnipotencia de Dios que nos hace temblar!
¿Vino la oscuridad por un proceso regular y lento? Por el texto vemos que había oscuri­dad al comenzar las tres horas, y era oscuro también cuando terminaron. De pronto, de los cielos, las tinieblas se cerraron sobre la escena. Parecen haberse retirado repentina­mente, lo que nos hace pensar que también vi­nieron de repente. A la vez, sin embargo, como pareciera del simbolismo de la oscuridad como relacionado con los sufrimientos de la cruz, la negrura de ella aumentaba al pasar las horas. Creo que esto lo tenemos indicado por el clamor del Sufriente al llegar al fin de estas horas. Pareciera como si el silencio de su sufri­miento ya no podía ser mantenido, pues sus sufrimientos se hacían más y más intensos.
¿Cuán profunda era la oscuridad? No se nos dice expresamente, y sin embargo, hay algo en la narración que nos indica que no se trataba de crepúsculo. Era una oscuridad terrible.

TRES HORAS MUY OCUPADAS
Hasta el momento en que esto ocurrió, ¡cuánto había sucedido en esas tres horas en el Gólgota! El Crucificado estuvo muy ocupado, si podemos emplear este término. ¡Cuánto interés demostró en lo que ocurría a su alrede­dor! Estaba intercediendo en voz alta por los que le crucificaban; escuchando el clamor en demanda de misericordia del ladrón mori­bundo y contestándole con esa sublime se­guridad de salvación; reconociendo la presen­cia de su madre y del discípulo amado y dando a entender su última voluntad y testamento en cuanto a ambos. Los soldados estaban ocu­pados vigilando y burlándose de Él, dividiendo sus ropas entre sí y echando suertes para ver a quién le correspondería la túnica. Los prín­cipes de los sacerdotes estaban ocupados criti­cando la inscripción que Pilato había coloca­do sobre la cruz y manifestando su indigna­ción. Los burladores estaban ocupados—los sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos pasa­ban, y meneando sus cabezas le injuriaban y escarnecían. Todas las oleadas de la iniquidad se levantaron sin control alrededor de la cruz.

AHORA UN SILENCIO SOMBRIO
Pero ahora en el instante del mediodía ¿qué sucede? Hay un silencio repentino y sombrío. La narración nos da una sola palabra—"tinie­blas," y luego sigue el silencio. Desde las doce hasta las tres hay un paréntesis en la narración y el lector puede sentir la solemnidad de la escena.
Al terminar este período, cuando el sol brilla nuevamente, todo es acción. Jesús habla y la multitud se mueve. Pero durante esas tres horas no vemos más que tinieblas; oímos sola­mente el silencio. El gran Sufriente está calla­do, como si detrás de esas tinieblas pendiera sobre su alma un tremendo horror. Todo lo demás está en silencio. No se oyó ni un escar­nio ni un insulto. La multitud estaba aterrada de espanto. Se oye cómo caen las gotas de sangre. El suspenso es espantoso. A medida que los corazones se embebían de las tinieblas, temblaban debido a un cierto temor misterioso de la crucifixión.
Los evangelistas no relatan todo esto; en realidad dicen muy poco; pero tan ilustrativa es su insinuación que crean en toda esta escena. Lo poco que ellos dicen está colocado como un paréntesis entre las actividades que preceden y siguen a esa sola palabra, "tinieblas." ¡Las tinieblas arrojaron su propia sombra de silencio que abarcó las tres horas, hasta que el lector pensativo comienza a sentir cuán terrible fue esa oscuridad! Y a esta implicación de su na­rración, los historiadores dan firmeza y pleni­tud, por la observación con la cual terminan la historia de la crucifixión y sus portentos inmediatos. Nos relatan que el centurión ro­mano, habiendo presenciado las cosas que fue­ron hechas, "temió en gran manera," y mu­chos "herían sus pechos."

II.     VEROSIMILITUD DE LA HISTORIA
Hasta aquí tenemos la explicación del tex­to. Pero, ¿podemos aceptarlo como un hecho histórico? Sí, porque los historiadores inspi­rados lo han escrito. Podríamos agregar a su testimonio el de los historiadores profanos quienes se han referido a este hecho, especial­mente la concesión de Celso, el famoso opo­sitor del cristianismo del siglo tercero; o aún mejor el desafío del historiador cristiano, Tertulio, quien, a fines del siglo segundo, dijo osadamente a sus adversarios paganos, "En el instante en que Cristo expiró, la luz se fue del sol, y la tierra fue oscurecida al me­diodía; dicho milagro se halla relatado en vuestros anales y es preservado en vuestros archivos hasta el día de hoy."
Pero basta con que los escritores sagrados lo hayan declarado. Por lo menos yo no necesito más corroboración a su testimonio. Las tinie­blas cayeron sobre la tierra, y al creerlo, con la intensidad de una imaginación cristiana cultivada, debemos dejarnos impresionar por ellas como si nosotros las hubiéramos visto y palpado.

III.   ¿COMO EXPLICAR EL MISTERIO?
¿Qué clase de suceso era esta oscuridad? Un milagro, una suspensión visible del orden de la naturaleza. Esa oscuridad fue una gran visibilidad de Dios, pues sólo El, la gran Causa de todo, puede interferir en el curso regular de sus propias causas naturales ya establecidas. Por lo tanto fue El quien se apartó del uni­verso de las causas naturales y se mostró a nuestra vista como distinto al universo—un Dios viviente y personal, y que se interpone, parado "con la oscuridad debajo de sus pies."
Y sin embargo, durante todo este tiempo, en el Calvario y a su alrededor, en todos los demás aspectos seguía su curso el potente me­canismo de las causas naturales. La crea­ción no tenía en sí ninguna causa que po­dría haber producido la oscuridad. Sin embar­go, la misma creación, con todas sus leyes en funcionamiento, era la escena de la oscuridad. No hubo ningún movimiento violento de de­sorden para hacer temblar la creación. El mis­mo todopoderoso Autor de ella extendió su mano y tocó su propio instrumento al unísono para sus fines inmediatos. Pero ni una sola cuerda de este vasto instrumento fue rota o forzada y ni una sola nota en toda la escala dio un sonido discordante.
Dios quiso ponerse en contacto con nuestras sensibilidades, al apartarse completamente del marco de la naturaleza, mientras su poder aún la sostenía.
Cuando consideramos cuan exclusivamente esta oscuridad se identificó con la muerte de Cristo, tenemos la prueba más fehaciente de los designios de parte de Dios para manifestarse a sí mismo. Jesús, el Hijo de Dios, estaba muriendo. Dios estaba apareciendo. Allí estaba la cruz, y allí bajó la oscuridad. Era su provi­dencial propósito autenticar e interpretar la muerte de su Hijo.

IV.         LO QUE ENSEÑA
1.                  En efecto, este milagro de las tinieblas fue el sello de Dios puesto a la verdad del carácter y de la misión del Salvador.
Cuando Jesús les dijo a aquellos que no creían en Él que había venido para salvarlos de sus pecados, se ofendieron. Cuando les dijo, "Hijo de Dios soy", tomaron piedras para apedrearle. Le dijeron, "Deseamos ver de ti señal". Aquí vemos cómo la fórmula precisa de su caprichoso rechazamiento de Él se vuelve sobre ellos en una terrible confutación. Los cielos dieron una señal y todo el universo se inclinó en un reverente homenaje al Sufriente crucificado en ese lugar de la Calavera. Hasta el romano exclamó, "Verdaderamente Hijo de Dios era éste."
2.                  En segundo lugar, sirvió especialmente para magnificar la muerte de Jesucristo. No se lo puede concebir de otra manera, que el interés de Dios con su muerte sea hecho mani­fiesto tan sobrenaturalmente y de un modo tan irresistiblemente impresivo.
Ahora bien la importancia que Jesús atribuía a su muerte era la de redención, la redención de nosotros los pecadores de nuestros pecados. Él le dio esa importancia la noche que fue entregado y muchas veces antes. Nuestro per­dón, nuestra paz, nuestra vida eterna, serían asegurados para nosotros solamente por medio de Él, en su sangre.
Y, si ello es cierto, ¿hubo alguna vez algo tan importante como esto? ¿Con qué podemos compararlo? El universo, las edades, todos los intereses terrenales — ¿no es el todo, en com­paración, como el polvo al pesarlo en la misma balanza?

¿FUE ENGAÑADO JESUS?
Además, tal como Jesús lo reclamaba, así también lo sentía. En su fuero interno se daba cuenta que estaba respondiendo por nuestras iniquidades, llevando nuestras enfermedades y sufriendo nuestros dolores. Él dijo, "De bautismo me es necesario ser bautizado: y ¡cómo me angustio hasta que sea cumplido!" Era la principal inspiración de su vida. Y aun­que había en ello un gozo propuesto, y aun­que deseaba ser satisfecho al ver del trabajo de su alma, sin embargo era también un celo consumidor. Era un agotamiento de la belleza de su rostro, que fue completamente desfigu­rado, y llegó a ser el hombre de dolores, experi­mentado en quebrantos.
            ¿Podemos decir entonces que Jesús no cal­culó bien lo que le costaría su muerte? ¿Era su intenso interés un fanático engaño de sí mismo? Permitamos que Dios conteste por El, cuando de detrás del velo de las causas natu­rales descendió sobre el Calvario con un efecto tan estupendo. Dios dio su propia señal con esta oscuridad milagrosa, y con la inscripción sobre la cruz: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo."
3.                Tercero, simboliza los inconcebibles do­lores de Jesucristo en su muerte. Y así fue dado el milagroso testimonio de Dios al hecho de la redención en la muerte de Cristo. Este testimonio tomó la forma de las tinieblas, a causa de los sufrimientos de esa muerte que Él estaba ocasionando. Fue El quien cargó en Jesús los pecados de todos nosotros, y también fue El quien hizo descolgar desde los cielos ese oscuro manto alrededor de la cruz de Cristo. Las tinieblas atestiguaban que "fue herido de Dios." El Hijo del Padre fue herido, molido, castigado, azotado, por el mismo Padre. No fueron meramente los sufrimien­tos de la crucifixión sino una angustia proveniente de Dios. El sudor angustio­so en Getsemaní fue provocado por el peso de la mano del Padre antes que el roce bru­tal de los soldados hubiera profanado su per­sona sagrada. Las tinieblas que rodearon su agonía del Calvario indicaron que se descar­gaba sobre El un peso aun mayor impuesto por la misma mano todopoderosa.

INSOPORTABLE
En efecto, cuando iba llegando a su término esta oscuridad, pero antes que hubiese termi­nado, cuando su angustia se profundizaba más al soportar la ira de su Padre en contra del pecado humano, y ya no podía sufrirlo más en silencio, con una voz sorprendente y con un dolor que no pudo reprimir, miró hacia los cielos oscurecidos que le cubrían y excla­mó, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
            Sí, Dios estaba allí en la oscuridad, y sin embargo, en ese momento, el consuelo de su comunión había desamparado a su Hijo. De ese desamparo su castigo por ser El quien llevaba nuestros pecados—las tinieblas, tan profundas y tan temibles, eran la imagen y el símbolo. ¡Ah! que Cristo llevara nuestros pecados en su cuerpo no era algo fingido. Era una realidad inflexible y experimentada.

OCULTO DEL OJO HUMANO
            Nuevamente, la oscuridad lo envolvía. Jus­tamente en los momentos en que sus sufri­mientos eran más intensos, la oscuridad lo ocultó de todos los testigos. Es el secreto im­penetrable de esas últimas horas lo que da a nuestra imaginación la idea más clara de aque­llo que es aún inconcebible. A través de las horas anteriores, en cualquier sufrimiento que expresó, estaba expuesto a la vista. Pero no era para el ojo humano contemplarle en su angustia superlativa. La sensibilidad humana no la hubiera podido comprender. Si su vida de sufrimiento como nuestro sustituto quedó estampada en su rostro, como parece decirlo Isaías en su capítulo cincuenta y tres, de tal modo que pareciera no tener hermosura ni atractivo para que le deseáramos, luego esas últimas horas cuando culminaron sus sufri­mientos se deben haber impreso en su persona de una manera proporcionada a su incom­parable severidad. Se nos describe lo que pasó en Getsemaní, pero no la última parte del Calvario. A Pedro, Jacobo y Juan se les permi­tió acompañarle en sus sufrimientos de Getse­maní, pero Dios en el Calvario hizo que le rodeara un manto de oscuridad para esconderle de la vista humana.
¡Oh, los misterios de ese sufrimiento! Nin­gún ojo humano podría contemplarlo. Sola­mente al finalizar puede oírse un fuerte cla­mor de insondable angustia y de suma desola­ción. Sin embargo, en ese clamor está el acento de la victoria asegurada. "Por qué me has desamparado," va unido a ese grito de con­fianza, "¡mi Dios, mi Dios!"

V.  LO QUE DEMUESTRA
Así fueron simbolizados por la oscuridad esos sufrimientos inconcebibles de nuestro Redentor. Y sin embargo, aunque la oscuridad era un símbolo de la ira del Padre, era también una prueba de la justicia del Hijo. Solamente una persona de una justicia inmaculada, que no tuviese pecados propios de los cuales dar cuenta, podía hacerse responsable de los peca­dores. Si, por lo tanto, fue el herido de Dios, así también era el amado de Dios. Fue señala­do para sufrir por los pecados del hombre.
Pero por ese mismo señalamiento, profundos como fueron sus sufrimientos, así profundo fue también el deleite del Padre en su persona y carácter.
Todo esto nos señala cuan malo y maldito es el pecado del hombre, dado que solamente de este modo pudo salvarnos el Amor Infinito. Al mismo tiempo nos indica que el amor de Dios para salvarnos es más poderoso que nues­tro pecado para destruirnos.
Cuán inmenso es para nosotros el gozo y la gloria de la obra de Cristo; pero cuán grande fue para Él el dolor de la misma. En su naci­miento, cuando se pensaba especialmente en la grandeza de los resultados, la noche se tornó brillante; pero en su muerte, cuando el proceso de llegar a esos resultados era lo prominente, la luz se tornó en noche.

REDENCION EFECTUADA
Sin embargo, cuando pasó la oscuridad, de­bido a que Él la había atravesado, pudo decir, "¡Consumado es!" ¡La redención está hecha! Luego, después de clamar nuevamente, como si fueran las notas de la trompeta del conquis­tador, con una voz que hendió las rocas y abrió los sepulcros como una profecía de su propia resurrección, dijo suavemente, "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." En confianza filial y con satisfacción, colocándose en los brazos de su Padre, dio el espíritu.

VI.   LO QUE REPRESENTA
Finalmente, la oscuridad del Calvario rep­resentaba la suerte de aquellos que estaban crucificando a Cristo. Era el Padre quien hirió al Hijo—quien, por lo tanto, hubiera muerto aunque los judíos no lo hubieran crucificado. Pero por la misma razón de que Dios podía herirlo por nosotros—es decir, porque era una persona justa—era muy perverso que ellos lo hicieran. "Persiguieron al que Tú heriste, y cuentan del dolor del que Tú llagaste."
En el libro de Amos hay una notable profe­cía concerniente a las calamidades del pueblo judío. "Y acaecerá en aquel día, dice el Señor Jehová, que haré se ponga el sol al mediodía, y la tierra cubriré de tinieblas en el día claro." ¡Qué descripción exacta de la escena en el Calvario! Esa profecía se refiere a un tiempo calamitoso futuro para los judíos. La oscuri­dad del Calvario era prenda y señal de la oscuridad anunciada por el profeta. En rela­ción con esto, cuando era llevado para ser crucificado, Jesús dijo, "Entonces comenza­rán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué se hará?" Es decir, si le hacen estas cosas a Él, el árbol verde, la vid que lleva frutos, de quien son pámpanos los suyos, ¿qué sucederá con ellos, el árbol seco? ¿Qué hará Dios con ellos?
¡Oh, por lo terrible de esa escena de la cru­cifixión, todos los que rechazan a Cristo pere­cerán!

Hermanos, creyentes verdaderos en Cristo, la oscuridad del Calvario ha desaparecido y la luz verdadera brilla ahora. En esa luz, la senda del creyente es una luz resplandeciente la cual va en aumento hasta que el día sea perfecto. Entonces nuestro sol nunca se pondrá y los días de nuestro duelo terminarán.