domingo, 3 de noviembre de 2013

El Don de Dios

"¡Gracias a Dios por su don inefable!" (2 Corintios 9:15). El don de Dios es CRISTO mismo. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo uni­génito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). El don de Dios es AGUA VIVA, por Cristo. "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva" (Juan 4:10). El don de Dios es VIDA ETERNA. "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23). El don de Dios es la FE. "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios" (Efesios 2:8). El don de Dios es el ESPIRITU SANTO. "Y cuando comencé a hablar [Pedro], cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Enton­ces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan cierta­mente bautizó en agua, mas voso­tros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a noso­tros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pu­diese estorbar a Dios?" (Hechos 11:15-17).
Lector, un don que se ofrece no se compra, no se merece. O se re­cibe o se rehúsa. ¿Está rechazando usted los dones de Dios? Los dones, como se expresan arriba, se concen­tran en el Señor Jesucristo, el Hijo bien amado de Dios, y cuando le recibimos a El, recibimos con El todos los dones. Sin El, no reci­bimos ninguno.
Suplicamos al lector que reciba a Cristo como su Salvador, creyendo en El. "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hechos 16:31).
Adaptado de Leituras Cristas, Portugal

Jesús de Nazaret es Jehová, Dios de los Hebreos

Hay personas que intentan en­señarnos que aun cuando el Señor Jesús sea muy grande y sublime, es todavía más grande y sublime Jehová. Pero veamos ahora qué dicen las Escrituras.
Setecientos años antes del naci­miento de Jesús, el profeta Isaías en sus escritos se refirió a los cuatro oficios de Jehová. Dice en el capítulo 33, versículo 22 y en el capítulo 43, versículo 11 lo si­guiente: "Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Legislador, Jehová es nuestro Rey; él nos salvará"... "Yo, yo soy Jehová y fuera de mí no hay Salvador".
Notemos con cuidado: Jehová es Juez, Legislador, Rey y el único Salvador. No cabe duda, es muy grande y sublime. Con esta gran­deza en mente leamos lo que dicen las Sagradas Escrituras sobre Jesús de Nazaret. En primer lugar ¿es Juez Jesús?
"... El Padre no juzga a ninguno, mas todo el juicio lo ha encomen­dado al Hijo" (Juan 5:22). "Pues aquellos tiempos de ignorancia Dios los dejó pasar; mas ahora manda a los hombres, que todos, en todas partes se arrepientan; por cuanto él ha determinado un día en que juzgará al mundo con justicia por un varón a quien él ha designado; de lo cual ha dado certeza a todos los hombres, levantándole de entre los muertos" (Hechos 17:30-31).
Nos informan estos versículos que el Padre ha encomendado todo juicio al Hijo (Jesús) para que todos lo honren de la misma manera que honran al Padre, y además que Dios ha establecido un día en el que juzgará al mundo con justicia por Jesús a quien ha levantado de entre los muertos.
Sigamos con el segundo oficio, el de Legislador. El Señor Jesús de Nazaret dice en Mateo 5:21:"Habéis oído que fue dicho a los antiguos: No matarás; y aquel que matare quedará expuesto al juicio. Mas yo os digo, que todo aquel que se aíra sin causa contra su hermano, quedará expuesto al juicio".
En estas palabras Jesús de Nazaret habló como Legislador, con la misma autoridad como cuando Jehová habló a los israelitas en el monte de Sinaí. El tercer oficio mencionado en los versículos del profeta Isaías es el de Rey, el Rey de los israelitas. ¿Dicen las Escrituras semejantes palabras acerca de Jesús? Sí, antes de su naci­miento el ángel Gabriel, enviado de Dios, le dijo a la virgen María las siguientes palabras tocante al naci­miento y reinado de Jesús como Rey:"¡No temas, María; porque has hallado favor con Dios! He aquí que concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre JESÚS. El será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David: Y reinará sobre la casa de Jacob eternamente; y de su reino no habrá fin" (Lucas 1:30-33).
Unos setenta años más tarde, el apóstol Pablo escribió referente a la extensión y la grandeza del poder de su reino en su carta a la iglesia en Filipos:"Por lo cual Dios también le ha ensalzado soberanamente, y le ha dado nombre que es sobre todo nombre; para que, en el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, tanto de lo celestial, como de lo terrenal y de lo infernal; y toda lengua confiese que Jesucristo es SEÑOR para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2:9-11).
También el apóstol Juan, en el libro de Apocalipsis, más de una vez, escribe de Jesús como Rey:"Y de Jesucristo, que es el fiel testigo, y el primogénito de entre los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra" (Apocalipsis 1:5). "Sobre su muslo tiene este nombre escrito: REY DE LOS REYES, Y SEÑOR DE LOS SE­ÑORES" (Apocalipsis 19:16).
¡Las mismas cosas, dichas de Jehová Dios de los Hebreos en el Antiguo Testamento, se dicen de Jesús de Nazaret en el Nuevo Testa­mento!
El cuarto oficio de Jehová men­cionado por Isaías es el de Salvador:"Yo, yo soy Jehová, y fuera de mí no hay Salvador" (Isaías 43:11).
¡Abriendo el Nuevo Testamento leemos lo mismo dicho del Señor Jesús, Jesús de Nazaret!
"Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien crucificasteis, a quien Dios resucitó de entre los muertos, y por virtud del mismo, éste se presenta delante de vosotros sano... y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos" (Hechos 4:10-12).
Ya que es cierto que aparte de Jehová no hay salvación, y que en ningún otro la hay sino en Jesús, se da por entendido que Él es Jehová Dios de los hebreos.
Pues bien, Jesús y Jehová son una misma persona y en Él se han cum­plido personalmente las profecías de Isaías 33:22 y 43:11. Son muchos los testimonios dados por las Escri­turas que confirman esta perfecta identificación. Quiera Dios que estos versículos hayan sido de ayuda y constituyan el antídoto contra ciertas doctrinas erróneas que circulan por todas partes.
(Las citas bíblicas son de la Versión Moderna.)

"LOS QUE DUERMEN"

1 Tesalonicenses 4: 13-18



La espera del Señor Jesús era para el corazón de los tesalonicenses un hecho vital y práctico que impri­mía su carácter a toda su manera de vivir. El mundo comentaba cómo ellos se habían convertido "de los Ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo" (1:9-10).
Por eso, en estas dos epístolas a los Tesalonicenses, ludo gira en torno a ese hecho maravilloso: la venida del Señor. Sin embargo, en estos hermanos había una laguna acerca de la manera en la que ella tendría lugar v sobre la participación que en ella tendrían sus herma­nos fallecidos. Les faltaba conocimiento; pensaban que aquellos que habían partido se verían privados del privilegio de participar, como ellos, en la venida del Señor. Pero su mismo error era una prueba del apego que sus corazones sentían por esta venida. Nosotros seríamos hoy capaces de enseñársela como doctrina pero ellos nos enseñarían, de manera muy humíllame para nosotros, cómo esta venida es y debe ser una realidad práctica para el corazón y el andar de los hijos de Dios. Lamentablemente, lo que el mundo puede decir de nosotros hoy en día es cómo hemos perdido de vista este acontecimiento para identificarnos con el mundo v sus negocios, sus comodidades, etc., como si formáramos parte de "los que moran sobre la tierra", a quienes les sobrevendrá "la hora de la prueba" (Apocalipsis 3: 10).

Servir a Dios y esperar a su Hijo
Cada capítulo de la primera epístola a los Tesalonicenses proporciona una prueba de que todo converge hacia este acontecimiento maravilloso. El primer capítulo establece, por así decirlo, el motivo y el objeto de la conversión, el cual es "servir al Dios vivo y verda­dero, y esperar de los cielos a su Hijo" (1:9-10). El capítulo segundo presenta la venida del Señor como una esperanza para los santos vivientes en la tierra, pero privados, por razones de distancia, de hacer una realidad las relaciones fraternales que sus corazones deseaban. Habla sobre todo de las relaciones entre los obreros del Señor y de los santos que son objeto de sus atenciones. Pablo se veía privado de ver a los tesalonicenses, como su corazón lo deseaba. Desde entonces él aguarda la venida del Señor, la que le reuniría para siempre con ellos y en la cual ellos serían su gozo y su corona. Ello prueba que Pablo y los tesalonicenses se encontrarían en compañía los unos de los otros (2: 17-20).
Los últimos versículos del capítulo 3 exhortan al amor y a la santidad, andar que apunta, al fin de cuentas, a la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos. En el capítulo 4, sobre el cual volveremos, la venida es presentada como el consuelo para el sufri­miento causado por la separación de aquellos que nos han dejado (4: 13-18).
Los versículos 8-10 del capítulo 5 presentan la venida del Señor como un estimulante de la vigilancia. I líos muestran que Dios destinó a los santos a esperar indefectiblemente ese momento glorioso, así se hallen velando o durmiendo, presentes en el cuerpo o ausentes de él.
Por último, el versículo 23 expresa el deseo —y el versículo 24 la certeza— de que el propio Dios de paz nos santifique por completo y que nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo entero sean guardados irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesu­cristo.

EI arrebatamiento de todos los santos
En 1 Tesalonicenses 4: 13-18 que deseamos exa­minar con cierto detalle, el apóstol rectifica el error de los tesalonicenses acerca de aquellos que habían dor­mido. Les aclara este punto y luego habla, en los ver­sículos 15-18, de la revelación del arrebatamiento del cual participarán sin restricción todos los santos que duerman y todos los santos que vivan en ese momento glorioso.
Puede parecer extraño que el apóstol no aborde esta cuestión antes del versículo 13 del capítulo 4, pelo él deseaba reconocer en primer lugar el apego que ello, sentían por el retorno del Señor, y daba gracias por ello. A continuación, él les abre gradualmente la inteligencia para corregir el error en que estaban. El último versículo del capítulo 3 ("en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos los santos") les daba ya motivo para reflexionar. Si es con todos sus santos —debían decirse— ¡aquellos a quienes lloramos no faltarán!

El alma y el cuerpo
Entonces el apóstol dice abiertamente: "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen" (4: 13).
Detengámonos primeramente en estas palabras: "Los que duermen", y luego en las del versículo 14: "Traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él" (o por él). Ellos durmieron. Es un hecho, un acto que tuvo lugar en el momento en que sus almas fueron separadas de sus cuerpos. Ellos se han puesto a descansar, por así decirlo, en el seno de su Salvador y se han dormido en él, como al término de una jornada de fatiga se pone la cabeza sobre la almohada para dormir apaciblemente. Desde entonces duermen. Si dormirse es un acto, dor­mir es un estado en el cual uno entra al dormirse. Por eso, al pensar en aquellos que habían dormido, el após­tol les llama: "Los que duermen". Encontramos la misma expresión en el capítulo 5: 10: "Sea... que dur­mamos". En 1 Corintios 15: 51, el apóstol, al hablar del futuro, dice: "No todos dormiremos". No todos entraremos en ese sueño. La muerte es comparada a un sueño, pero —apresurémonos a decirlo— ello se refiere ni cuerpo solamente y no al espíritu. El estado del alma que es separada del cuerpo nada tiene que ver con ese estado de sueño. Jesús, en la cruz, dice al malhechor que pedía que se acordara de él cuando viniera en su reino: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23: 43). Y ello no implicaba que fuera allí a dormir. Pablo dice: "Sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor... v más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor" (2 Corintios 5:6-8). Al hablar de sí mismo, Pablo dice además: "De ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor" (Filipenses 1: 23).
Así se expresa la Palabra para designar el biena­venturado estado de los rescatados que están junto al Señor, esperando la resurrección de vida. ¡No es cues­tión de dormir en el paraíso!
Es preciso destacar aún que, si bien es el alma del rescatado la que está con el Señor, mientras su cuerpo está acostado en el polvo, la Palabra siempre nos habla de él como de una persona, cualquiera sea la fase por la que él atraviese. El Señor no dice al malhechor: « Hoy tu alma estará con la mía». En cambio le dice: "Tú estarás conmigo en el paraíso". El apóstol no dice: « Nos gustaría más estar ausentes del cuerpo para que nuestra alma estuviese presente con el Señor», sino "quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor". En Filipenses 1: 23 no dice: « Teniendo deseo de partir para que mi alma esté con Cristo », sino para que esté allí yo, persona espiritual.
Esta manera de hablar se aplica también al cuerpo. El Salmo 16: 10, al hablar de Cristo, dice: "No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción", lo que el Espíritu Santo, por medio del apóstol Pedro, traduce así: "...que él no hubiese de ser dejado entre los muertos, ni su cuerpo hubiese de ver corrupción" (Hechos 2:31, V.M.). El propio Señor dice: "Todos los que están en los sepulcros oirán su voz" (Juan 5: 28). Y también: "Nuestro amigo Lázaro duerme". Y además: "¿Dónde le pusisteis?" (Juan 11:11 y 34). Asimismo, en nuestro pasaje: "Los que duermen" (1 Tesalonicenses 4: 13). Esteban, lapidado por los judíos, dice: "Señor Jesús, recibe mi espíritu... Y habiendo dicho esto, (él) durmió" (Hechos 7: 59-60).
Esto nos lleva a las palabras que designan un estado: "Los que duermen".
La muerte tiene por efecto la separación de las dos partes que constituyen nuestra persona: el alma y el cuerpo. El espíritu está junto al Señor (hablo de los res­catados) y el cuerpo está en el sepulcro. Antes de partir, esta persona estaba viva, cuerpo y alma unidos. Ello lo encontramos en uno de los versículos de la referencia que encabeza estas páginas: "Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor" y también en estas palabras dirigidas por el Señor a Marta: "Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (Juan 11: 26).

La certeza de la resurrección
En la resurrección de vida, esta misma persona, cuyo cuerpo será resucitado en incorrupción, en gloria, en poder, cuerpo espiritual (1 Corintios 15:42-44), y haya sido revestida de la habitación celestial (2 Corin­tios 5:2), se encontrará de nuevo viva, cuerpo y alma reunidos. Por eso en numerosos pasajes vivir equivale a resucitar: "El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (Juan 11: 25). "Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resu­rrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivifica­dos" (1 Corintios 15: 21-22). Por último, en Apocalipsis 20 se dice de los mártires del tiempo futuro que partici­parán en el último acto de la primera resurrección: "Y vivieron y reinaron con Cristo mil años”; y, en cuanto a los malvados que resucitarán para ser juzgados: "Los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cum­plieron mil años". Pero de los creyentes se dice: "Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años" (Apocalipsis 20: 4-6).
Estas expresiones muestran que una persona no es llamada viva más que cuando el alma y el cuerpo están unidos, sea antes de la muerte, sea después de la resu­rrección. En el estado intermedio entre la muerte y la resurrección, esta misma persona existe, teniendo pro­visionalmente su cuerpo en tierra y su alma junto al Señor, como dice el Eclesiastés: "Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio" (Eclesiastés 12:7).
Volvamos ahora a la frase: "Los que duermen". Es una figura que se aplica, como lo hemos visto, al cuerpo y no al alma, pero la cual, en el Nuevo Testamento, nunca es empleada más que para los rescatados. Figura preciosa, que se refiere al reposo que sigue al trabajo y la lucha aquí abajo, pero que también indica la certeza del despertar en resurrección. ¿Cómo hablar de la muerte de un hombre que un instante después podría resucitar? Además, en ese momento, aquel que parte cierra los ojos a todo el universo visible, como una per­sona que se duerme, y permanece en ese estado hasta el despertar. Sin embargo, hay cierta diferencia: en el sueño terrenal se pierde más o menos la conciencia de uno mismo, mientras que en el « dormir », el alma siem­pre activa vive junto a Cristo gozando las realidades invisibles, en el reposo, esperando lo que es muchísimo mejor y que no puede ser experimentado más que en el hombre completo, cuerpo y alma, a saber, la gloria y verle tal como Él es, hechos semejantes a Él.
Este estado de sueño interrumpe las comunicacio­nes entre aquellos que han partido y los que permane­cen. Sabemos que ellos están en la felicidad con el Señor, pero no podemos tener relaciones con ellos y pensamos con gozo en el momento en que ellas se rea­nudarán en resurrección.

La esperanza del creyente a través del duelo
Esta digresión nos lleva a los versículos 13-18 de 1 Tesalonicenses 4. El apóstol dice: "Tampoco quere­mos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duer­men, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza". Él no dice: «Para que no seáis entristecidos en absoluto». La aflicción del duelo es reconocida en la Palabra y la ruptura momentánea de las relaciones mutuas es cruel para el corazón. No se espera de un cristiano que tome el duelo a la manera de los estoicos. Pero, por otra parte, el apóstol no quería que los cristianos de Tesalónica se afligiesen a la manera de aquellos que no tienen esperanza. En efecto, ese sentimiento se expresa a menudo entre los incrédu­los mediante esta exclamación desesperada: «i No te volveré a ver nunca!». Pero los hijos de Dios tienen la certeza de que esta separación no es más que momentá­nea y esta esperanza es un bálsamo precioso sobre la herida de sus corazones. "Por tanto, alentaos (o conso­laos) los unos a los otros con estas palabras" (v. 18).
"Creemos que Jesús murió y resucitó" (v. 14). Tal es la fe del cristiano en toda su sencillez y toda su ver­dad. Él cree, no sólo que su Salvador murió, sino tam­bién que resucitó: "El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4: 25). "Porque primeramente os he ense­ñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (1 Corintios 15: 3-4).

La venida del Señor en gloria
A continuación el apóstol saca, del hecho que Jesús murió y resucitó, la conclusión de que es imposible que los rescatados que pasaron por la muerte no sigan el mismo camino que su Salvador. Deberán, pues, resucitar. Aquellos que durmieron en Jesús no pueden faltar en el cortejo glorioso del Señor, cuando él vuelva a tomar todo en sus manos y a establecer su reino. El último versículo del capítulo 3 ya les decía: "En la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos".
Dios, quien resucitó a Jesús, no dejará de recoger con él a aquellos que hayan dormido en Jesús. ¿Cómo dejar atrás a los rescatados por quienes el acto de morir fue transformado en el de dormir en el seno de su Salvador? Notemos aunque el apóstol no podía decir: «Si creemos que Jesús durmió», pues nuestro adorable Salvador debió gustar la muerte, como juicio de Dios a causa de nuestros pecados, pero, al sufrirla, la anuló para sus rescatados, de manera que ellos pueden dor­mir en lugar de morir.
Es importante captar que el final del versículo 14 tiene relación con el retorno del Señor Jesús en gloria, acompañado por todos sus santos, y no con el arrebata­miento. Este versículo 14 respondía de una manera completa al error de los tesalonicenses acerca de sus hermanos que habían dormido. En adelante no estarían en la ignorancia al respecto; sabían que ninguno de ellos faltaría en el glorioso cortejo del Señor y que Dios les traería con Él. En los versículos 15-18, tenemos una revelación completamente nueva sobre lo que les acon­tecerá a todos los santos antes de su retorno en gloria con el Señor. Para ser traídos con él, es preciso que pre­viamente sean levantados a lo alto por él.

El Señor mismo descenderá del cielo
La revelación contenida en estos versículos sin duda alude a lo que los tesalonicenses habían temido acerca de sus muertos, pero ella les enseña que ellos mismos, al igual que aquéllos, antes serán levantados a lo alto, a la gloria. "Por lo cual os decimos esto en pala­bra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron". Ellos habían pensado que estos últimos permanecerían atrás; ahora saben que, por el contrario, los santos que durmieron les precederán. "Porque el Señor mismo con voz de mando (o de reu­nión), con voz de arcángel (o del arcángel, pues no hay más que un arcángel en la Palabra), y con trompeta de Dios, descenderá del cielo". Destaquemos primera­mente que el Señor en persona —y no uno de sus agen­tes— viene al encuentro de sus amados. Se dice de otra categoría de rescatados: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro" (Mateo 24:31). Es la congregación de los elegi­dos del pueblo de Israel en su país a la venida del Hijo del hombre. Pero, cuando se trata del arrebatamiento de los santos, estando su querida Iglesia en medio de ellos, viene Él mismo, tal como lo había dicho a sus discípulos: "(Yo) vendré otra vez, y (yo) os tomaré a mí mismo" (Juan 14:3). Cuando un amigo me anuncia la hora de su llegada a la estación, puedo enviar a una otra persona por él, pero, si es mi esposa, voy y» mismo.
El Señor hará oír el grito de reunión, el arcángel transmitirá la voz de mando, sonará la trómpela y todos los santos partirán juntos. Sin embargo, diversos actos se suceden en ese momento glorioso: "Los muertos en Cristo resucitarán primero". En lugar de quedar demorados, precederán a los vivos, pues ellos habrán seguido el mismo camino que su Salvador, a través de la muerte, para alcanzar la resurrección, les preciso haber muerto en Cristo para participar de ella ellos saldrán de entre los muertos, dejándoles donde se encuentran hasta la resurrección de juicio. En ese momento, la gran mayoría de los santos, en estado de espíritus, estaban desde hacía tiempo con el Señor, pero es preciso aun que salgan de entre los muertos, como lo hizo su Salvador, y que, como Él, suban en persona de la tierra al cielo.
Queridos hijos de Dios que creen en el arrebata­miento de los santos, piensan equivocadamente que esta frase del versículo 14 ("traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él") tiene relación con su resurrec­ción. Creen que sus almas volverán con el Señor para reunirse con sus cuerpos salidos del polvo. Si el apóstol se hubiera detenido en el versículo 14, nadie podría tener tal pensamiento. El hecho es que, según el versí­culo 14, Él les traerá a continuación consigo mismo.
"Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire". El Señor des­ciende del cielo, pero no precisamente sobre la tierra; al descender, nos llama; todos juntos subimos a su encuentro, el que tendrá lugar en el aire. El lugar de la cita de los resucitados y los transmutados no es la tie­rra; ellos son raptados juntos, pero para ser reunidos con el Señor.

Los muertos en Cristo: 2 categorías
Puede ser útil recordar que "los muertos en Cristo" que serán resucitados incluyen a los justos del Antiguo Testamento que, desde Abel, han pasado por la muerte, al igual que aquellos que forman parte de la Iglesia. Hebreos 11:40 nos enseña que ellos nos espe­ran y .no llegarán a la perfección sin nosotros. La per­fección es la resurrección de entre los muertos (Filipenses 3: 11-12). Los veinticuatro ancianos del Apocalipsis 4 y 5 representan a los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento que serán arrebatados a la venida del Señor. Esos capítulos nos los presentan primeramente como un conjunto, pero, al celebrarse las bodas del Cordero (Apocalipsis 19), cada una de las dos clases que forman ese conjunto toma su respectivo lugar. La esposa del Cordero es la Iglesia, los bienaventurados convidados al banquete de bodas son aquellos que no han formado parte de ella. Desde entonces no se ve más a los veinticuatro ancianos.
"Y así estaremos siempre con el Señor". Una vez reunidos todos juntos con el Señor, nuestra dicha será completa; estaremos con él para siempre. Eso es sufi­ciente; la revelación termina allí sin hablar de todas las glorias que seguirán. "Alentaos (o consolaos) los unos a los otros con estas palabras".

En un abrir y cerrar de ojos
En 1 Corintios 15, el mismo apóstol, después de haber dado muchos detalles sobre la resurrección de los muertos en Cristo, agrega: "He aquí, os digo un miste­rio: No todos dormiremos; pero todos seremos trans­formados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados" (v. 51-52). No es necesario dormir para entrar en la gloria, sino que es preciso ser transformados. "Esperamos al Salvador, al Señor Jesu­cristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas" (Filipenses 3:20-21). Ese poder se ejercerá en los santos vivos para revestirlos de sus cuerpos gloriosos, sin que sus almas sean separadas de sus cuerpos ni por un instante. Lo que es mortal en ellos será absorbido por la vida. La muerte no será más el instrumento para liberarlos de lo que es mortal, sino que esto será absorbido por el poder de vida (2 Corin­tios 5: 4-5).
El apóstol dice: "A la final trompeta" (I Corintios 15: 52). Esa será la última señal de la trompeta de Dios  de 1 Tesalonicenses 4: 16, la señal conocida en los ejér­citos para levantar campamento y no, como lo piensan algunos, la última de las siete trompetas del Apocalip­sis.
"Y los muertos serán resucitados incorruptibles". Aquí los detalles de la resurrección no se aplican más que a la de los rescatados; por eso no es necesario decir: "Los muertos en Cristo". Pero anteriormente el apóstol dice: "En un momento, en un abrir y cerrar de ojos". Esto es difícil de concebir, dada nuestra actual imperfección. Al considerar toda la sucesión de los hechos enunciados, nos es imposible pensar que ellos no se cumplan al menos en algunos minutos. El Señor desciende del cielo con tres cosas sucesivas: la "voz de mando", la "voz de arcángel", la "trompeta de Dios”; luego los muertos, precediendo a los vivos, resucitan primeramente, después los vivos son transmutados, y finalmente todos son raptados juntamente. Sin embargo, estas seis cosas sucesivas pasan "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos”: el tiempo para hacer un guiño. Para los muertos, un guiño y serán resucitados en gloria con el Señor en compañía de todos los santos; para los vivos, un guiño —el instante previo: el trabajo, la fatiga, el sufrimiento— y el ins­tante posterior, teniendo apenas el tiempo de percatarse de ello, reunidos con todos los santos, junto al Señor, en la gloria.
¿Por qué, pues, nuestros corazones no brincan de gozo al pensar en ese momento maravilloso que será la respuesta final a tantos gritos, suspiros, necesidades y lágrimas, que comprenderá, al mismo tiempo, la com­pleta liberación de todo el actual orden de cosas y la completa introducción en todos los resultados gloriosos y eternos de la obra de nuestro amado Salvador? Momento bendito, en el cual habremos terminado indi­vidualmente con todo lo que se relaciona con nuestra presencia en un cuerpo de humillación, en un mundo de pecado, y donde incluso reanudaremos nuestras relaciones en Cristo —pero en la gloria— con nuestros seres queridos que hayan dormido. Momento maravi­lloso, en el cual saborearemos, en su conjunto y en todos sus detalles, la dicha eterna en la radiante presen­cia de nuestro Salvador, cuyos rasgos adorables vere­mos con ojos capaces de contemplarlos, pues seremos semejantes a él y le veremos como él es. Si, ¡qué momento ése en el cual nuestro primer sentimiento será que él es para siempre!
De esa felicidad no se verá privado ningún resca­tado, así haya muerto hace 6000 años, o después del cumplimiento de la obra de la cruz o viva en ese momento. Todos se encontrarán en ese momento y subirán juntos de la tierra al cielo, así como subió su Salvador. "Ya sea que velemos —en el cuerpo— o que durmamos —ausentes del cuerpo— vivamos junta­mente con él" (1 Tesalonicenses 5: 10).

Quiera Dios que podamos, con corazones apega­dos a la persona del Señor, realizar lo que dice el após­tol Juan: "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (I Juan 3:3).

LA REDENCIÓN

La redención es la obra gracias a la cual Dios res­cata al hombre pecador, liberándole de un yugo de esclavitud. La liberación del pueblo de Israel del domi­nio de Faraón y su salida de Egipto representa, en el Antiguo Testamento, la más elocuente imagen de la redención. Se entiende por qué el capítulo 15 del libro del Éxodo, el cual contiene el primer cántico de las Escrituras, haya sido llamado «el cántico de la reden­ción». Cabe hacer notar que Moisés, el instrumento escogido por Dios en aquel tiempo, es llamado por Esteban « el redentor » en el texto original, término tra­ducido por "libertador" en Hechos 7: 35.
A continuación, Dios se presentó a menudo a su pueblo como su redentor. Job ya podía decir: "Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo" (Job 19:25). Más tarde el salmista declara: "Porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él" (Salmo 130:7). El profeta Isaías, más que cualquier otro, no deja de repetir que Jehová es el redentor de Israel: "Así ha dicho Jehová, Reden­tor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir" (Isaías 48: 17).
El mismo profeta, hablando del porvenir de Israel, anuncia la venida de un redentor: "Y vendrá el Reden­tor a Sion, y a los que se volvieren de la iniquidad en Jacob" (59: 20). Se les llamará entonces "Pueblo Santo, Redimidos de Jehová" (62: 12). El apóstol Pablo, certi­ficando que todo Israel será salvado, recuerda el pri­mero de estos versículos: "Vendrá de Sion el Liberta­dor, que apartará de Jacob la impiedad" (Romanos 11:26). Un solo redentor, un solo libertador podrá cumplir tal obra en favor del pueblo terrenal de Dios: el Señor Jesús, el Cristo, el Mesías. Entonces se dirá de los hijos de Israel y de los hijos de Judá, oprimidos, cautivos, reprimidos y por fin libertados: "El redentor de ellos es el Fuerte" (Jeremías 50: 34).
La obra de la redención es el fundamento mismo de la época actual de la Iglesia. Sólo la sangre de Cristo, que fue derramada en la cruz del Calvario, puede rescatar al pecador: "Mediante la redención que es en Cristo Jesús —está escrito— a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre" (Romanos 3:24-25). Nos es dicho en otro lugar: "el Amado, en quien tenemos redención por su sangre" (Efesios 1:6-7); el Hijo amado, "en quien tenemos redención" (Colosenses 1:14); "fuisteis rescatados... con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Pedro 1: 18-19).
Tal obra responde al estado del hombre natural, a quien la Palabra de Dios presenta como un esclavo sometido a diversos yugos. Ella le liberta de toda servi­dumbre: de Satanás, del pecado, de la ley, del mundo, de la muerte: "Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros —está escrito— para redimirnos de toda ini­quidad" (Tito 2: 13-14).
La Palabra de Dios habla de dos redenciones: la del alma y la del cuerpo. En la actualidad, el creyente es un ser rescatado (o redimido) en cuanto a su alma. La redención de su cuerpo es futura: "Nosotros tam­bién gemimos dentro de nosotros mismos, esperando... la redención de nuestro cuerpo" (Romanos 8: 23). El Señor Jesucristo —nos es dicho— "nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y reden­ción" (1 Corintios 1:30). La redención es citada en último lugar, ya que se trata de la coronación de lo que Cristo es para nosotros, es decir, la redención de nuestros cuerpos mortales. Agreguemos que hemos sido sellados por el Espíritu Santo para aquel día, "para el día de la redención" (Efesios 4: 30).
¡Una redención eterna! Es lo que Cristo obtuvo mediante el valor infinito y eternamente eficaz de su sangre. La obra de la redención está definitivamente cumplida: "Pero estando ya presente Cristo... por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención" (Hebreos 9: 11-12). Ésta es la porción eterna de todos los que le pertenecen. Esta redención no es ni temporal, ni pasajera; es una redención eterna.

Creced, 1989. Nº 1

EL HOMBRE PERFECTO - Parte I.

(Enseñanzas sobre las relaciones mutuas)



Hay, en el carácter del Señor, numerosos detalles que deben llamar nuestra atención. Como se ha dicho, «ninguno entre los hombres manifestaba más gracia y misericordia, ni era más accesible a todos.» Considerémosle a continuación; se nota, en Su manera de ser una mansedumbre y una bondad que el hom­bre es incapaz de manifestar, y, sin embargo, se siente que era siempre un "extranjero" sobre la tierra; era un extran­jero, alejado moralmente de la humanidad rebelde, pero se acercaba a ella compasivamente cuando el sufrimiento o las necesidades le reclamaban. La distancia moral en la cual se mantenía, y la intimidad que manifestaba, eran ambos perfectos. El Señor hacía más que considerar la miseria que le rodeaba, participaba de ella con una simpatía que tenía su fuente en sí mismo; hacía más que rechazar la corrupción que le rodeaba; mantenía la separación de la misma santi­dad con todo contacto con el mal o pecado.
El capítulo 6 del evangelio según Marcos nos lo ense­ña manifestando esta combinación de distancia y de proxi­midad. Los discípulos vuelven hacia El después de un largo día de servicio; simpatiza con ellos, pues los ve cansados; se ocupa de ellos proveyendo lo necesario: "Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco." (Marcos 6:31). Pero la mul­titud vio que se iban y los siguió, y Jesús volviéndose hacia ella con el mismo amor, compasivo, se informa de su estado, y después de haberse ocupado de ellos como de ovejas que no tienen pastor, les enseña. En todo esto, vemos a Je­sús ir al encuentro de las necesidades que se presentan a Su alrededor; ya sea que se trate del cansancio de los discípulos, del ham­bre o de la ignorancia de la multitud, Él está presente para proveer... Pero los discípulos, descontentos al ver los cuida­dos de Jesús para con la multitud, le aconsejan que la des­pida; pero el corazón del Señor está lleno de pensamientos muy distintos, y, al instante, se establece entre Él y Sus discípulos una distancia moral que se deja ver, poco después, por la orden que les da de subir en el barco y de ir al otro lado, entre tanto que despedía a la multitud (Marcos 6: 45-47). Esta separación tiene como resultado suscitar nuevas inquietudes en los discípulos. El viento y las olas del mar les son contrarios, y reman con ansia, pero, en su angustia, Jesús se halla de nue­vo a su lado para socorrerles y animarles.
¡Qué armonía más admirable en esta combinación de santidad y de gracia! Jesús está cerca de nosotros cuando estamos fatigados, cuando tenemos hambre, cuando estamos en peligro; pero está muy alejado de nuestras inclinaciones naturales de nuestro egoísmo. Su santidad hizo de Él un extranjero en un mundo corrompido por el pecado; Su gra­cia le mantuvo siempre activo en un mundo de sufrimiento y de miseria. La vida del Salvador aparece, pues, bajo un as­pecto muy notable de gloria moral ya que, obligado a man­tenerse separado, a causa del carácter de la esfera corrom­pida en la cual se movía, la miseria y la aflicción que en ella reinaban, le llevaban siempre a obrar. Y esta actividad se ejercía para con toda clase de personas, y en consecuen­cia, revestía formas muy diversas. Cristo se hallaba frente a Sus adversarios, frente al pueblo, a un grupo de discípulos (los doce), y a hombres individualmente, y todos le mante­nían en una actividad no sólo continua, sino también diversa. Y Él sabía perfectamente cómo debía obrar en cada caso.
Consideremos ahora otras escenas llenas de enseñanza pa­ra nosotros. En ciertas ocasiones, vemos a Jesús sentado a la mesa de varios señores, y nos aparecen entonces nuevos ras­gos de Su perfección. Cuando está invitado a la mesa de un fariseo, no aprueba ni censura la escena de familia: pero, invitado bajo el carácter de maestro, que ya había adquirido y sostenido en público, obra en conformidad con este ca­rácter. No es simplemente un convidado, que goza de las atenciones y de la hospitalidad del amo de la casa: ha ve­nido en Su propio carácter de maestro, y, por consiguiente, puede enseñar o reprender. Él es siempre la Luz, y obra como la luz; pone en evidencia las tinieblas que hay dentro de la casa, como lo había hecho fuera. (Compárese la escena de Lucas 7: 36-50, y la del capítulo 11: 37-54, donde reprende a los fari­seos y a los doctores de la ley repitiendo varias veces "¡Ay de vosotros!").
            Pero si el Señor entraba y obraba como maestro en casa del fariseo, reprobando el estado de cosas que encontraba, era como  el Salvador que entraba en casa del publicano. Leví le hizo un gran banquete en su casa, e hizo sentar juntamente con Él a publicanos y pecadores. Naturalmente, los jefes re­ligiosos murmuraban y censuraban; entonces, Jesús se revela como Salvador, diciéndoles: "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento." (Mateo 9: 12-13; Marcos 2). ¡Qué palabras más sencillas, pero notables y significativas a la vez! Simón, el fariseo, desaprobaba que una pecadora entrara en su casa y se acercase a Jesús; Leví, el publicano, reúne a pecadores como esta mujer para ser convidados con el Señor. En con­secuencia, el Señor manifiesta Su reprobación en casa del uno, mientras que en casa del otro se muestra en las rique­zas de gracia de un Salvador.
Vemos a Jesús sentado también en otras mesas. Sigá­mosle a Jericó y a Emaús, con el relato de Lucas 19 y 24. En ambos casos fue acogido por los deseos de los corazones, deseos despertados, sin embargo, bajo influencias diferentes. Zaqueo había sido hasta entonces un pecador, un "hombre natural", y, como tal, corrompido en sus móviles y en su actividad. Pero, precisamente en aquel momento el Padre, había obrado en él, y Jesús venía a ser el objeto de su alma. Deseaba verle, y en su anhelo había pasado a través de la multitud y se había subido a un sicómoro para tratar de verle a su paso. El Señor le vio, y El mismo se invitó a su casa, de modo que se nos presenta este caso muy notable: Je­sús, convidado, no invitado, porque se invitó a Sí mismo a la casa del publicano de Jericó.
Los primeros movimientos de la vida divina en un pobre pecador, los deseos despertados por el Padre estaban allí, en esa casa, para acoger a Jesús; y el Señor, de modo tan benévolo como significativo, se invita a Sí mismo y entra. Entra en el carácter que conviene, y satisface la necesidad del momento, para avivar y fortalecer la vida recientemente recibida, la cual se manifiesta bajo una forma, o un fruto, de su poder, "He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado." (Lucas 19:8).
En Emaús es un caso diferente: no es el deseo de un pecador recientemente atraído por la gracia, sino el deseo de creyentes restaurados en su caída. Los dos discípulos habían sido incrédulos: regresaban a su casa con la dolorosa impre­sión de que Jesús había defraudado sus esperanzas. El Se­ñor viene a su encuentro en el camino, y les reprende, pero lo hace de tal manera que su corazón ardía dentro de ellos; y cuando llegan a la aldea donde iban, Él hace como que iba más lejos. No quería invitarse a Sí mismo, como lo ha­bía hecho en Jericó, porque estos discípulos no se hallaban en la condición moral de Zaqueo; sin embargo, cuando le invitan a entrar, entra, pero solamente para fortalecer el deseo que les había llevado a invitarle, y para satisfacer plenamente este deseo. Y los discípulos, impulsados por el gozo, vuelven aquella misma noche a Jerusalén, a pesar de la hora avanzada, para contarlo todo a sus hermanos.
¡Qué variedad de hermosura y de perfección en estos escenas, donde vemos a Jesús huésped del fariseo, del pu­blicano, de los discípulos, convidado unas veces, invitándose Él mismo en otras, siempre en el lugar que le corresponde, siempre el hombre perfecto! Podríamos considerarle sentado en otras mesas; pero nos limitaremos a una sola: Jesús en Betania. Allí Le vemos asociándose a una escena de familia. Si hu­biese desaprobado la idea de una familia cristiana, no hu­biera podido hallarse en Betania, como la Palabra nos lo enseña; y esta escena nos revela en Él un nuevo rasgo de Su belleza moral. Jesús está en Betania como un amigo de la familia, hallando en este ambiente lo que nosotros también hallamos: una casa propia. Bien nos lo dicen las palabras: "Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro." (Juan 11:5). El afecto de Jesús por la familia de Betania no era el de un Sal­vador, ni de un Pastor, aunque sabemos que era lo uno y lo otro para ella: era el afecto de un amigo de la familia. Pero aun siendo un amigo, un íntimo amigo, que podía, cuando lo deseaba, hallar una cordial acogida bajo este techo hos­pitalario, no le vemos nunca intervenir en los asuntos do­mésticos. Marta era la que se ocupaba de los quehaceres de la casa, la persona más ocupada de la familia, útil e im­portante en su lugar, y Jesús la deja allí donde la encuentra. No le correspondía modificar o arreglar esas cosas. Lázaro toma su sitio al lado de sus huéspedes, en la mesa de la fami­lia; María está absorbida y retirada en su dominio de ac­tividad, en el reino de Dios, en su corazón, Marta está ata­reada y sirve: está bien. Jesús deja todo esto tal como lo en­cuentra. Aquel que no quería entrar en casa ajena sin ser invitado, al entrar en la casa de aquellas hermanas y de su hermano, no quería intervenir en el orden y en los arreglos que reinaban en ella, y esto es de una perfecta conveniencia moral. Pero cuando uno de los miembros de la familia, en vez de estarse en su lugar en el círculo familiar, sale de él para enseñar en presencia de Jesús, Jesús debe reivindicar, y reivindica sus derechos superiores, y restablece las cosas divinamente; aunque quería ocuparse de ellas sin tocar el orden doméstico de la casa. (Lucas 10).
Meditemos ahora la actitud del Hombre Perfecto en otras ocasiones. Jesús no se dejaba llevar al terreno senti­mental cuando la ocasión requería firmeza y fidelidad, y, no obstante, pasó por muchas circunstancias que la sensibilidad humana hubiese sentido, y que el sentido moral del hombre hubiera juzgado bueno sentir. Jesús no quería atraer a sus discípulos por los miserables y humanos recursos de un carácter amable. Tanto la "miel" como la "levadura" eran excluidas de las ofrendas encendidas. No había miel en las ofrendas de Levítico 2:11y Jesús, la verdadera ofrenda, tampoco la te­nía. No eran simplemente palabras amables o corteses las que los discípulos oían de la boca de su Señor; no había en El aquella cortesía que consulta con las preferencias ajenas y pro­cura satisfacerlas; Jesús no buscaba el ser agradable, y no obstante, cautivaba los corazones, suscitando profundos afec­tos, y esto es una muestra evidente de poder. Es siempre una prueba de fuerza moral, cuando la confianza es ganada sin ser buscada, porque entonces el corazón ha comprendido la realidad del amor. Como dijo alguien «todos sabemos dis­tinguir entre el afecto, el amor, y lo que no es más que ama­bilidad en forma de adulación, y bien puede haber en un hom­bre muchas manifestaciones de cortesía, de adulación, sin que haya nada de afecto verdadero.» Se me contestará que las ma­neras o actitudes amables deben ganar la confianza; pero bien sabemos que sólo el amor, el afecto verdaderos pueden ha­cerlo. La amabilidad, si no es más que amabilidad, es miel, y hemos de confesar que este ingrediente no falta en nos­otros. Somos propensos a creer que todo está bien en muchas circunstancias en las cuales no hacemos más que quitar la levadura, impregnando de miel la masa. Si somos amables, si desempeñamos convenientemente nuestro papel en la escena bien ordenada, civilizada y cortés de la sociedad, buscando agradar a los demás, y haciendo lo posible para que estén satisfechos de sí mismos, estamos contentos y satisfechos, y los otros lo están de nosotros. Pero, pensémoslo, ¿es esto ser­vir a Dios?, ¿es esto una ofrenda a Dios?, ¿tiene acaso algo que ver con la gloria moral del Hombre Perfecto? ¡Por cierto que no! Tal vez, podríamos estimar que esta manera de obrar es la que conviene, la mejor para alcanzar el objeto deseado, de paz y armonía; no obstante, acordémonos que uno de los secretos del santuario es que no se usaba miel para dar un olor agradable a la ofrenda.
            Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1964, Nos. 71 y 72.-

LOS TESALONICENSES

Si buscamos en el Nuevo Testamento cómo se desarrolla la nueva vida de los recién convertidos "desde el primer día", los tesalonicenses nos ofrecerán un ejemplo. Algunos de ellos eran jóvenes, otros de mayor edad; pero todos se habían comprometido en el camino de la fe desde hacía poco tiempo; tal vez habían pasado solamente algunos meses, cuando recibieron la primera carta del apóstol Pablo. Todas las observaciones de esta epístola referentes al estado espiritual de estos creyentes conciernen, pues, a personas que dan sus primeros pasos en la vida de fe. Lo que descubrimos nos anima, desde la conversión, a ser más atentos a ciertos aspectos que hubiésemos pensado encontrar en cristianos más adelantados. Consideremos brevemente los rasgos que se destacan en estos nuevos convertidos.
            Recibieron la palabra de los siervos de Dios no como palabra de hombres, sino como Palabra de Dios (1 Tesalonicenses 2:13)
            Cuando el apóstol vino a los tesalonicenses, les predicó —como a los corintios más tarde— no "la sabiduría del mundo" (1 Corintios 1:20; 2:5), sino "la palabra de Dios". No se trataba solamente del Antiguo Testamento. El Evangelio de Jesucristo y Su doctrina no estaban aún consignados en el Nuevo Testamento. Pero cuando el apóstol hablaba al respecto, lo hacía inspirado por el Espíritu de Dios. Sus palabras eran entonces la Palabra de Dios, de la que está dicho: "Las palabras de Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces" (Salmo 12:6).
            El hecho de que los tesalonicenses creyeran que el Evangelio que se les anunciaba era inspirado por el Dios vivo y verdadero, tuvo para ellos una gran fuerza. Porque se sometieron al Evangelio por la simple obediencia de la fe, fueron salvos e hicieron grandes progresos en el conocimiento de su doctrina.
            Estos creyentes constituyen un buen ejemplo para nosotros. ¿Busca el hombre la verdad en relación con Dios, su propio estado, y la salvación que Dios preparó en Cristo? ¿Busca las explicaciones sobre la manera en que se puede obtener la salvación, vivirla, y alcanzar la verdadera meta de la vida? ¿Busca una respuesta a las grandes interrogantes de la humanidad y de su futuro? Entonces debe aceptar por la fe, en su corazón, la Palabra de Dios sin agregar ningún elemento humano. Cualquier añadidura de pensamientos personales, por buenos y lógicos que parezcan, no harían más que oscurecer la Palabra.
Muchos cristianos, y particularmente entre los jóvenes, son propensos a remover continuamente los problemas en vez de buscar el pensamiento de Dios en todas las cosas, con humildad y sumisión a Su voluntad y sabiduría. Por tal motivo, los que se creen inteligentes, siguen siendo durante mucho tiempo niños en la fe, no sabiendo andar en la verdad. No tienen el fundamento firme en el cual apoyarse, y se dejan llevar por las opiniones y sentimientos humanos. Pero el Señor dice: "Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan" (Lucas 11:28; Mateo 7:24). Él espera que oigamos y pongamos en práctica su Palabra.
            Se convirtieron de los ídolos a Dios (1 Tesalonicenses 1:9)
            Los tesalonicenses, que antes estaban "sin Dios" en el mundo (Efesios 2:12), entraron en una relación indisoluble e íntima con Dios, porque habían creído con el corazón su Palabra, predicada por el apóstol.
            Ahora Dios era su Padre y ellos sus hijos.
            Pero Aquel que los había llamado a esta comunión maravillosa consigo mismo es santo. Por lo tanto, ellos también debían ser santos en todo su andar; porque está escrito:        "Sed santos, porque yo soy santo" (1 Pedro 1:15-17).
            A partir de este momento, Jesucristo era no solamente su Salvador y su Pastor, sino también su Señor, el que los había comprado con su propia sangre, y a quien pertenecían enteramente en lo sucesivo: en espíritu, alma y cuerpo (Romanos 12:1; 1 Tesalonicenses 5:23).
            Nos parece normal que aquellos que antes eran paganos e idólatras hayan roto resueltamente con los ídolos que hasta entonces ocupaban en sus vidas el lugar que sólo al verdadero Dios le correspondía. ¿Cómo hombres que se volvieron al Dios vivo podían aún servir a un ídolo? Cualquiera que reconoce a Dios como Aquel que se reveló en la persona de Jesús, experimentará que los ídolos son, evidentemente, miserables obras humanas sin valor, productos de los pensamientos limitados del hombre y de su imaginación impía. ¡Esto es igualmente cierto respecto a la mitología griega que encontramos en los edificios artísticos, las esculturas y las obras literarias que el mundo cultivado admira!
            Pero ahora debemos hacernos personalmente la siguiente pregunta: yo, que fui traído a esta misma comunión maravillosa con Dios, el Padre, y el Señor Jesucristo, ¿corté radicalmente en mi vida y en mi corazón con lo que el mundo de hoy pone en el lugar del Dios vivo revelado en Cristo? ¿Puede el Señor Jesús, sin reserva, dirigir cada parte de mi corazón y cada esfera de mi vida?
            Son preguntas importantes que cada uno debe profundizar y a las cuales debe responder con seriedad. Si tolero que en mi vida todavía haya algún lugar para la voluntad propia, el orgullo y la codicia, respecto de lo cual «no tengo porqué recibir consejos» y en donde el Señor no tiene cabida, soy un cristiano miserable.
            No puedo disfrutar del amor del Padre ni de la paz y el gozo en Cristo, y mi crecimiento espiritual se ve atrofiado (1 Juan 2:15).
            Servían al Dios vivo y verdadero (1 Tesalonicenses 1:9)
            Los tesalonicenses no solamente se habían apartado de los ídolos, sino que se habían vuelto hacia Dios. Esta relación maravillosa era una realidad desde el principio. Andaban "delante del Dios y Padre nuestro" (1:3). Solamente porque su vida cristiana entera se desplegaba delante de Dios podían prosperar.
            Enseguida se pusieron a servir a Dios. Esto empezó por las cosas simples de la vida cotidiana, y se extendió a las distintas esferas de la obra del Señor. Todo era hecho en Su dependencia y bajo la dirección de su Espíritu.
            Su fe era viva y se manifestaba en obras de fe (v. 3; compárese con Santiago 2:14-26). Dios en Cristo, revelado en su Palabra, llenaba sus corazones; atravesaban el mundo siguiendo esa meta invisible; sacrificaban todo por Él y eran victoriosos sobre el mundo opuesto a Cristo.
            Todos sus trabajos eran "trabajo de vuestro amor" (1 Tesalonicenses 1:3). "Delante de Dios", en su luz y en su amor, su vida encontraba la fuente. La luz de Dios inundaba sus conciencias y las guardaba en actividad; los dulces rayos de Su amor producían en sus corazones un amor que respondía al Suyo, de manera que ya no vivían sólo delante de Él, sino también por amor a Él.
            De esto se desprende otra pregunta: ¿Sirvo yo también a Dios? ¿Vivo para el Señor con gozo? Si no es así ¿es porque no bebo de la buena fuente, o es porque las cañerías están sucias y tapadas?¡No hay nada más triste que parecerse a una fuente de la cual el agua sale gota a gota, hasta que por momentos se seca completamente! Jesús "alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva" (Juan 7:37-38).
            Esperaban de los cielos la venida del Hijo de Dios (1 Tesalonicenses 1:10)
            Nos llama la atención que sea precisamente en esta carta destinada a recién convertidos de Tesalónica que la venida del Señor se mencione en cada capítulo como una realidad conocida y vivida. Los jóvenes cristianos a menudo son propensos a pensar que es normal para los creyentes de mayor edad vivir esperando la venida del Señor; en cambio, piensan que es comprensible que esta esperanza ocupe un lugar secundario para los cristianos más jóvenes que tienen todavía toda la vida por delante.
            Éste es un error lleno de consecuencias. ¿Tiene un joven cristiano acaso menos razón de amar al Señor y de tener un ardiente deseo de contemplarlo que uno de mayor edad?
            Es muy importante para un creyente proseguir a la meta celestial. Si su meta es terrenal, entonces su vida tendrá el carácter de la tierra: será un cristiano terrenal. Es un motivo de vergüenza para él (Filipenses 3:19). Pero si goza del amor de su Señor, si cada día sus ojos están puestos en la meta celestial, en la venida del Señor para llevar a los suyos al cielo, entonces su carácter celestial se hará notar en todas las cosas. Ya vive a la luz del tribunal de Cristo donde un día nuestra vida entera será apreciada en su justo valor, tal como el Señor la evalúa.
            Pero si el creyente se orienta hacia la meta celestial sólo cuando su vida aquí abajo llega a su fin, cuando perdió sus fuerzas físicas e intelectuales, muy poco habrá podido glorificar al Señor y ser de bendición para los demás. Por eso, él mismo recibirá una recompensa mínima y así sufrirá pérdida.
            Todos los tesalonicenses, jóvenes y viejos, se distinguían por la "constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo". Sus vidas enteras estaban orientadas hacia esto. El Hijo de Dios ¿no es el que "me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gálatas 2:20)? ¿Cómo no me asociaré con gozo con aquellos que van al encuentro de Aquel que dijo: "¡He aquí, vengo pronto!" (Apocalipsis 22:7,20)?
            Los que siguen al Señor desde hace cierto tiempo, también pueden aprender mucho de estos jóvenes convertidos de Tesalónica, los cuales, desde su conversión debieron atravesar persecuciones y tribulaciones, comportándose de tal modo que el apóstol podía llamarlos "imitadores de nosotros y del Señor" (1 Tesalonicenses 1:6). En medio de esas pruebas, estaban tan llenos del "gozo del Espíritu Santo", de celo y dedicación para Dios, que eran modelos para todos los creyentes de Macedonia y Acaya (v. 7). Además, eran testigos tan valientes y tenaces que "la palabra del Señor" resonaba desde ellos hasta esas regiones ya mencionadas, y aún más lejos, y el renombre de su fe hacia Dios se oía por todas partes (v. 8-10).
            ¡Oh, sí entre nosotros, y en todo lugar, hubiese creyentes semejantes a esos tesalonicenses! ¡Su ejemplo estimularía a otros!
Creced 2009 - N° 1

Doctrina: Los demonios

2.     Características
            Estos seres reúnen las mismas características que los ángeles de Dios, pero su condición moral es lo que hace la gran diferencia. Podemos encontrar, entre otras, cuatro características de ellos:

·         Espíritus.
El  mismo Señor Jesucristo declara que ellos son espíritus: “Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:17-20). Por lo cual, si ellos son de esa condición, poseen características  que son propias de los ángeles de Dios, es decir, poder engañar a los seres humanos haciéndose pasar por ángeles  de luz (2 Corintios 11:14).
En esta condición inmaterial ellos pueden tomar posesión de los cuerpos de los seres humanos. Si ellos tuviesen una condición material como lo son nuestros cuerpos, estarían sujetos a las leyes de la física y nunca se habría producido lo que nos cuenta Mateo: “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios…” (Mateo 8:16). Es decir, le llevaron a él a personas que estaban poseídos por estos ángeles caídos, y Él expulsó a los demonios de esos cuerpos que sufrían por un contacto tan heterogéneo.

·         Localizados, No omnipresentes
Estos seres espirituales no poseen la capacidad de Omnipresencia que es propia de la divinidad. Ellos están sujetos a las mismas limitaciones que están sujetos los ángeles. Si revisamos el caso de los gadarenos (Mateo 8:28-34) vemos que ellos cuando vieron  al Señor supieron de quien se trataba y no pudieron estar en otro lado al mismo tiempo, escapando de una majestad tan imponente como la que poseía Jesús de Nazaret. Sin embargo ellos sabían con quien se estaban enfrentando y a quien debían obedecer.

·         Son Inteligentes, no son Omniscientes
            La inteligencia de estos seres, y en general, de los ángeles es superior a la del ser humano.  No son seres sin una capacidad pensante o de reconocimiento de las personas. En el caso de los gadarenos, ellos reconocieron  al que se acercaba que era el propio Señor Jesucristo, no por demás se expresaron del siguiente modo: Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? (Mateo 8:29) Y Marcos relata otro caso similar: “diciendo: ¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios” (Marcos 1:24). O cuando una muchacha con espíritu de adivinación reconoció a Pablo y su cometido: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación” (Hechos 16:17). 
            Es tal la inteligencia que han logrado construir una compleja red  de doctrinas para obstruir y tapar el verdadero camino que entrega el evangelio de nuestro Señor Jesucristo y muchos seguirán estas doctrinas: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1Timoteo 4:1). Solo basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta la diversidad de iglesias “cristianas” que ofrecen sus “productos” doctrinales para atraer nuevos conversos y llevarlos a la condenación.

·         Son poderosos, pero no omnipotentes
Hemos visto que los ángeles de Dios son poderosos, que poseen una fuerza mayor que  la de los seres humanos, y nos vasta recordar,  para graficar esto, al  ángel que removió la piedra que sellaba la tumba de nuestro Señor Jesucristo. Estos ángeles caídos poseen  capacidades sobre humanas que hacen que algunos cuerpos tengan fuerza sobre humana, por ejemplo, romper cadenas (Marcos 5:3-4); o doblegar a la persona ha hacer cosas contra su voluntad como para matarle (Marcos 9:22).
Aun con todo el poder superior al ser humano, no son omnipotentes, no tenían todo el poder, sino  que debieron obedecer al que sí lo tenía (Marcos 9:25; Mateo 15:28, etc.).  Y los mismos detractores reconocían que los demonios no eran omnipotentes, porque ellos no pueden dar sanidad, por ejemplo, “abrir los ojos de los ciegos” (Juan 10:21).

·         Creen.
            Los ángeles caídos se caracterizan por creer  en Dios plenamente y tiemblan ante Él (Santiago 2:19), no ponen en duda su existencia como el caso del hombre. Si recordamos lo que los demonios le reclamaban al Señor “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mateo 8:29). Ellos están completamente enterados de cual es su destino final.

3.     Nombres y Cantidad
            Podemos encontrar las siguientes designaciones con referencia a los ángeles caídos, todas ellas nos hablan de su condición posterior a su caída.
·         Espíritus inmundos (Marcos 1:23)
·         Espíritu mudo y sordo (Marcos 9:17, 25)
·         Espíritu de adivinación (Hechos 16.16)
·         Espíritu maligno (Lucas 7:21)
·         Demonio inmundo (Lucas 4:33)
·         Espíritus engañadores (1 Timoteo 4:1)
            Se piensa que el total de ángeles que cayeron por causa del pecado del Satanás, fue la tercera parte de todos ellos. Esto basado en el pasaje de Apocalipsis 12:4 que dice: “y su cola [la del dragón] arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo,  y las arrojó sobre la tierra” (Apocalipsis 12:4).

4.     Actividad
           Estos ángeles caídos están bajo la dirección de Satanás y obedecen las órdenes que este les da.

a.      En relación  con el Hombre
            Especialmente la actividad de estos seres malévolos es controlar al hombre para que no puedan llegar a los pies del Salvador. Para ello han ideado diversas maneras, por medio de enfermedades, aflicciones, posesiones, influenciar sobre las personas y engañar a naciones completas.

i.      Causan enfermedades
            Muchas de las enfermedades pueden ser producto de los actos de estos seres demoniacos.  El mismo Señor lo sugiere. En un día de reposo, en la sinagoga que visitaba “había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad,  y andaba encorvada,  y en ninguna manera se podía enderezar” (Lucas 13:11). El mismo Señor la sana poniendo la mano sobre ella.  Y Él mismo indica que  Satanás la había atado por 18 años (v. 16).
            Se evidencian otros pasajes que describen enfermedades Mateo 9:32-33; Mateo 12:22; Mateo 17:14-21; Marcos 9:20.

 ii.      Aflicciones
            La vida de Job estuvo marcada por dos situaciones que le afligieron profundamente como fue la pérdida de sus hijos y sus posesiones (Job 1:6-22). Luego vino la sarna en su cuerpo. Ambas situaciones fueron acciones de Satanás sobre Job. Y Pablo tenía un “aguijón en la carne” (2 Corintios 12:7),  que identificaba como un mensajero de Satanás.
            En ambos ejemplos, fueron aflicciones que Satanás  o un ángel caído las provocaba, pero siempre fueron permitidas por Dios con una finalidad, en el caso de Job para que surgiese un nuevo hombre o se que se evite que el hombre de Dios  se enaltezca demasiado.

iii.      Posesiones
            Se entiende  por esto como un estado en el cual uno o más espíritus malignos o demonios habitan en el cuerpo del ser humano, siendo capaces de tomar el control absoluto de su víctima y voluntad (Unger). A las personas que están en estas condiciones se denomina endemoniados.
            Estas posesiones pueden ser de diferentes modos. El endemoniado de Gadara (Mr 5:1-17) es un caso en donde se encontraba totalmente trastornado y fuera de sus cabales. Estos seres le daban una capacidad sobre humana, permitiendo romper las cadenas.
            En relación a este pasaje podemos sacar las siguientes conclusiones que no están lejos de  los que en nuestro tiempo han sido poseídos.
1.      Tienen un espíritu inmundo (v.2)
2.      Fuerza extraordinaria (v. 3)
3.      Arrebatos de Violencia (v. 4)
4.      Desintegración o división de la personalidad (v. 6,7)
5.      Odio a las cosas espirituales (v.7)
6.      Sensibilidad excesiva, ejemplo, la clarividencia ( v. 7)
7.      Alteración de la voz (v. 9)
8.      Transferencia corporal (v.13)
            Otro caso que conviene destacar para tener cuidado es de la clarividencia o los supuestos poderes de adivinación de las personas. Hay un pasaje en la Escritura que muestra a una joven que poseía esta facultad de adivinar. Pablo expulsó a este demonio en el nombre del Señor Jesucristo (Hechos 16:16-18).  Por tanto, las personas que detentan estas facultadas están poseídas por demonios que le dan habilidades que no son naturales, sin que por ello muestren manifiesta violencia y sin control como el caso del endemoniado de Gadara.

iv.      Influencia la mente.
            Influenciar es direccionar sutilmente hacia una dirección definida. De esta forma han guiado a la humanidad en dirección opuesta a la que Dios había determinado. Eva fue influenciada por Satanás a desobedecer a lo que Dios había establecido como mandamiento (Génesis 3:1-5; 2 Corintios 11:3).
            En 1 Crónicas 21:1 se ve que Satanás  incitó a David a pecar contra Dios censando a Israel y Dios (que había permitido este acto de Satanás, 2 Samuel 24:1) se enojo y castigó por esta falta al pueblo de Israel (1 Crónicas 21:7).
            Incluso cuando poseemos un corazón no sujeto a Cristo, en el cual no existe un conocimiento de Dios,  sino que  poseemos  “celos amargos y contención” en nuestros corazones, jactándonos  y mintiendo contra la verdad, estamos participando de una  sabiduría que no es la que desciende de lo alto,  sino  que es terrenal,  animal y de origen  “diabólica” (Santiago 3:14-15; 2 Corintios 10:5).

  v.      Engañan a las personas.
            Cuando el Señor explica la parábola del Sembrador, dice:”Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino” (Mateo 13:19). Estos seres se han especializado en lograr desviar a las personas del camino de salvación  introduciendo multitudes  de caminos: unos son por la negación absoluta de todo lo divino, como el ateísmo, el agnosticismo; y otras es de fomentar distintos tipos de cristianismos que se apartan de la verdadera doctrina cristiana; y otras de fomentar la fe oriental como lo propagan los seguidores de budismo, taoísmo, o alguna otra filosofía oriental; etcétera.  Y cuando reciben alguna palabra del evangelio verdadero, rápidamente es quitada del corazón de esa alma, es decir,  las aves vinieron y se comieron esa preciosa semilla, porque antepusieron sus creencias a lo que el evangelio les enseñaba.
            ¿Y en los creyentes?  También son sujetos de engaños. ¿Cuántos se han apartado de nosotros para seguir en una congregación más a fin a sus ideas? Algunos han despreciado el verdadero evangelio para ir a lugares donde son “más espirituales” y  allí pueden “desarrollar” sus aptitudes. Un ejemplo lo encontramos en la  primera carta a los de Tesalónica. Pablo temía por los de tesalónica que ellos fuesen engañados por el tentador, y les escribe después, más calmado por los informes de Timoteo: “Por lo cual también yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano” (1 Tesalonicenses 3:5). Sin embargo, estos nóveles creyentes habían permanecido en la verdad, sin apartarse a pesar de los vacíos doctrinales que poseían y que fueron corregidos por la presencia de Timoteo y de las dos cartas escritas para ellos.

vi.      Engañan a las naciones
            Después de que el sexto ángel derrama su copa sobre el Éufrates, “de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta [salen], tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso” (Apocalipsis 16:13-14). Estos espíritus logran convencer a los dirigentes de las naciones, usando sus capacidades superiores, para que envíen sus soldados a pelear contra Jerusalén y contra su Rey, el Señor Jesucristo, una vez que haya vuelto (vea Apocalipsis 19:11-21).

b.     En relación con Cristo
            Al leer los evangelios podemos visualizar que en el ministerio del Señor Jesucristo, Él se encontraba a menudo con estos seres que poseían y lastimaban a las personas. Desde el comienzo  le eran llevados  estas personas “endemoniadas” (Mateo 4:24) de todos los lugares a donde Él se encontraba predicando. O si llegaba a algún lugar, se encontraba con ellos, como el de Gadara, lo reconocieron como el Hijo de Dios y pidieron clemencia (Mateo 8:28-34).  
                Ante la sola orden de Él, ellos debían obedecer y salir del ser humano poseído. Incluso los discípulos, en el nombre del Señor, pudieron echar los demonios de las personas (Lucas 10:17), incluso un hombre desconocido utilizaba la autoridad del Señor para hacerlo (Lucas 9:49).  Y después que el Señor hubo resucitado, estos espíritus malos reconocían al apóstol y la autoridad que tenían para hacerlo, pero a quienes no tenían esta autoridad, eran duramente tratados,  tal como nos cuenta el libro de los Hechos: “Había siete hijos de un tal Esceva,  judío,  jefe de los sacerdotes,  que hacían esto. Pero respondiendo el espíritu malo,  dijo: A Jesús conozco,  y sé quién es Pablo;  pero vosotros,  ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo,  saltando sobre ellos y dominándolos,  pudo más que ellos,  de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos (Hechos 19:14-16).

c.      En relación con Dios
            Brevemente diremos que ellos han estorbado la obra de Dios desde el comienzo de la humanidad y provocando la caída del hombre en pecado.
            Lo anterior no quiere decir que Dios ha perdido el control de la situación, sino que ha permitido el actuar de ellos conforme a sus propias finalidades. En algunos casos se le ha permitido poner “las manos” encima de los creyentes para que aprendan  algunas lecciones, como el caso de Job, y su vida sea como Dios quiere que sea.

5.     Destino final
                Ellos mismos dijeron al Señor: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? …Y le rogaban que no los mandase ir al abismo” (Mateo 8:29; Lucas 8:31). Es conocido de ellos que deberá llegar el momento que todos ellos sean condenados, como ya lo son algunos de ellos: “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad,  sino que abandonaron su propia morada,  los ha guardado bajo oscuridad,  en prisiones eternas,  para el juicio del gran día” (Judas 1:6).

            Ellos no pueden ser redimidos como lo es el hombre, porque ellos por su propia voluntad se revelaron contra su creador, en cambio, el hombre fue inducido a pecar. Por lo cual, no hay obra expiatoria como la que hizo el  Señor Jesucristo por la humanidad. Un solo destino les es reservado: el Juicio y la condenación por sus actos.