domingo, 4 de marzo de 2018

Libro Divino. Amada Palabra


Libro Divino. Amada Palabra

Libro divino, amada Palabra,
Que nuestras almas llevaste a la fe,
Eres cual lluvia que al hombre transforma,
De tierra ingrata en florido vergel;
Siembra de gracia, rico tesoro,
Suave alimento más dulce que miel.

Abres tus alas de blanca paloma,
Y el valle cruzas hablando de paz,
Buscas al triste y enjugas su llanto,
Libras las almas del yugo fatal.
Por ti nos habla la voz del Padre,
Que vuelve al pródigo al feliz hogar.

Fuiste en las noches de nuestras jomadas,
Bello lucero; por tu claridad,
Hubo canciones en tierra de sombras,
Y el enemigo no pudo dañar.
Bello lucero, nunca tus rayos,
En negra noche nos han de faltar.

Fieles soldados de Cristo, en ti hallamos,
El limpio acero templado de amor,
La voz del Jefe que siempre a Su pueblo,
A la victoria más bella guio.
Yelmo y escudo, ruta gloriosa,
Santa bandera de eterno fulgor.

Mariano San León (1898-1963)

"DOCTRINA"

"Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina", (1ª Tim. 4:16).


"Doctrina" y "enseñanza”, son sinónimos y han de ser considerados jun­tamente. En las Sagradas Escrituras se encuentra a menudo el vocablo "doc­trina", pero rara vez "enseñanza". Por otra parte, el verbo "enseñar" apare­ce muchas veces, mientras que apenas se halla el verbo "doctrinar". Asimis­mo, con frecuencia se menciona "maestros" y "doctores" como quienes ense­ñan. Por tanto, tomando todo en conjunto, hay abundancia de referencia por las cuales se puede comprender el motivo, la substancia y la finalidad de la "doctrina".
"Doctrina" es una voz que, en Las Escrituras, se usa casi habitualmente en sentido indeterminado, indicando, mayormente, las enseñanzas en general de La Palabra de Dios. Rara vez se une con ella algún termino que puntualice una doctrina determinada. Sin embargo, se disciernen enseñanzas y doctri­nas acerca de señaladas materias. Examinando estas doctrinas, se las puede clasificar en DOS GRANDES GRUPOS PRINCIPALES: 1) Doctrina espirituales y 2) Doctrinas éticas o morales.
Las primeras son las enseñanzas respecto a Dios y acerca del hombre en su relación a Dios; mientras que Las éticas comprenden las enseñanzas acerca de la conducta del hombre en su relación con sus semejantes.
TODAS las enseñanzas de las Santas Escrituras son la "sana doctrina" que se menciona tantas veces en La Palabra. Pero es menester tener en cuen­ta que la misma Palabra nos advierte de falsa doctrina, previniéndonos, por ejemplo, de que: "habrá entre vosotros falsos doctores, que introducirán en­cubiertamente herejías de perdición, y negarán al Señor que los rescató" (2ª Pe. 2:1). Y en varias partes de sus epístolas, el apóstol Pablo refutó en­señanzas erróneas que algunos "falsos hermanos" procuraban anunciar. (Gal. 2:4,5).
Para el creyente individual y para la Iglesia, la doctrina es esencial para su debido desarrollo y corresponde al creyente prestarle la más diligente atención. Se recibe por el estudio personal de La Palabra, o por escuchar a quienes el Señor haya dotado como maestros o doctores de la misma.
Es preciso que se reconozca el INDISOLUBLE VINCULO entre los dos grupos mencionados. Se puede notar particularmente en las Epístolas, que una vez enunciadas las enseñanzas espirituales, luego, sobre la base y por causa de las mismas, se proponen las exhortaciones que cons­tituyen las doctrinas morales o "prácticas".
Las diversas doctrinas no se encuentran recopiladas en una determinada parte de Las Escrituras. Pero son desarrolladas paulatinamente en los escri­tos de distintas épocas, tanto del A. T. como del Nuevo. Muchas de las doc­trinas se aclaran y se interpretan en el Nuevo y a la luz de la obra consu­mada en la cruz por el Señor Jesucristo. Por tanto, es menester que haya cuidadosa comparación de Escritura con Escritura para llegar a un concepto claro de lo enseñado en La Palabra.
A pesar de que en La Palabra no haya recopilación, algunas tienen las grandes doctrinas de Las Escrituras se hallan REUNIDAS EN FORMA ATRAYENTE E INDICATIVA por vocablos o por frases. Dos capítulos sobresalientes al respecto son Ef. 1 y 1ª Pe. 1. Tanto el uno como el otro hablan de Gracia, Paz, Elección, Pre­destinación, etc., las que citamos como ejemplo de muchas doctrinas halla­das en estos capítulos.
LAS DOCTRINAS ESPIRITUALES son el fundamento de todas las demás enseñanzas. Las Escrituras comienzan presentando la base de todas: DIOS, en el primer versículo de Génesis y, en adelante todas Las Escrituras están llenas de la "DOCTRINA DE DIOS", es decir: lo que le plugo revelar de Su Persona, de Sus Atributos, de Sus Obras y de Sus Eternos Propósitos para con el hombre.
LAS DOCTRINAS ETICAS tocan todos los aspectos de la vida humana: los matrimonios, los padres, los hijos, los hermanos, las amistades, los patrones, los siervos, los vecinos, y cuantas otras cosas; las que son enunciadas para guiar a los creyentes en su vida diaria, para la honra de Aquel que los rescató.

LA ENSEÑANZA PRESENTA DOS PARTES. La una corresponde a quien enseña y la otra al enseñado. Tanto el que enseña como el que aprende tiene sus responsabilidades. El que enseña tiene que ser "apto para enseñar" (1ª Tim. 3:2), es decir: que debe tener la facul­tad para impartir a otros lo que haya aprendido él mismo. Y, tiene que con­siderar que no puede ofrecer más de lo que personalmente haya aprovechado. Por tanto, le es menester proseguir siempre como uno que aprende. Por otra parte, al que aprende le es necesario no sólo escuchar la enseñanza de otros, sino también dedicarse al estudio de La Palabra por sí mismo.
Por la lectura del N. T. se puede percibir que en días apostólicos EL LUGAR DE LA ENSEÑANZA era la Iglesia: cuando "se juntare en uno" (1ª Cor. 14:23). Dios no ha cambiado este orden. Por tanto, corresponde a los creyentes reunirse para ser enseñados y exhortados. Gran pérdida sufren aquellos que no se juntan con fe con sus hermanos para este propósito.

EL MOTIVO DE LA DOCTRINA es la imposibilidad del hombre para llegar, por sus propios recursos, al conocimiento de la verdad de Dios.

LA SUBSTANCIA DE LA DOCTRINA es la revelación que Dios, en Su misericordia y gracia, se ha dignado en poner al alcance del ser humano por medio de las Santas Escrituras. Y LA FINALIDAD DE LA DOCTRINA se expresa en las palabras: "Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra" (2ª Tim. 3:16,17).
Sana doctrina,1976

MEDITACIÓN

“Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes” (Jueces 5:23).


El Cántico de Débora da cuenta de una maldición pronunciada contra Meroz por no acudir en ayuda del ejército de Israel cuando combatía contra los cananeos. La gente de Rubén también tiene parte en esta palabra fulminante; tenían buenas intenciones, pero nunca dejaron sus apriscos. Galaad, Aser y Dan comparten esta deshonra por no haber intervenido.
Dante dijo: “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que permanecen neutrales en épocas de gran crisis moral”. Los mismos sentimientos encuentran eco en el libro de Proverbios donde leemos: “Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿Acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras” (Proverbios 24:11-12). Kidner comenta: “Es el asalariado, no el verdadero pastor, el que pone como pretexto las malas condiciones (v. 10), lo imposible de la tarea (v. 11) y la excusable ignorancia (v. 12); pero el amor no se apacigua fácilmente, como tampoco el Dios de amor”.
¿Qué haríamos si una gran ola de antisemitismo barriera nuestro país, y el pueblo judío fuera apiñado como manadas en campos de concentración, introducido en cámaras de gas y luego echado a los hornos? ¿Arriesgaríamos nuestras propias vidas para otorgarles asilo?
O si algunos de nuestros compañeros cristianos fueran perseguidos y fuera un delito capital darles cobijo, ¿les daríamos la bienvenida en nuestras casas? ¿Qué haríamos?
Tomemos un caso menos dramático, pero más contemporáneo. Supongamos que eres el director de una organización cristiana donde un fiel empleado está siendo acusado injustamente para satisfacer el capricho de otro director que es rico e influyente. Cuando se toma el voto final, ¿te quedarías con las manos cruzadas y permanecerías callado?
Supongamos que hubiéramos formado parte del Sanedrín cuando Jesús fue juzgado o en la Cruz cuando fue crucificado. ¿Habríamos permanecido neutrales o nos habríamos identificado con él?
“El silencio no siempre vale oro; algunas veces es tan solo simple cobardía”.

LA PASCUA Y EL MAR ROJO


Lectura Bíblica: Éxodo 12:1-51; 14:1-15:21.

Es bueno distinguir, para provecho de nuestras almas, la diferencia entre la Pascua y el Mar Rojo, ya que una persona puede oír el evangelio, y recibirlo con gozo, y puede estar regocijándose en el perdón de pecados; puede ver la hermosura de Cristo, y tener sus afectos atraídos hacia Él; pero si la plena redención no es conocida, tal como está tipificada por el Mar Rojo, si él mismo no conoce que ha resucitado con Cristo al otro lado de la muerte y del juicio, él está casi seguro de perder su gozo cuando la tentación viene y él siente su propia debilidad. El gozo de Éxodo 15 es debido a que Dios los ha redimido absolutamente de Egipto, y los ha llevado, en Su poder, a Su santa habitación. Esto es una cosa muy diferente de la alegría de la Pascua - a saber, ser librados de un justo y merecido juicio. En la Pascua, Jehová mismo se dio a conocer a ellos como el Dios de juicio. La sangre en los postes y dinteles los resguardó del juicio; Le mantuvo afuera, y Él no entró en sus casas a destruir. Si Él hubiese entrado, debiera haber sido en juicio. En el Mar Rojo fue otra cosa - se trató de Dios viniendo en poder como salvación de ellos. La Pascua los libró de Su juicio; el Mar Rojo los libró de sus enemigos. En el momento que Su pueblo está en peligro por parte de Faraón, Él entra. Ellos temieron al mar, y ese mar que parecía arrojarlos en manos de Faraón, se convierte en el medio de salvación de ellos. Así, a través de la muerte, Dios los libró de la muerte; así como Cristo descendió a la fortaleza de Satanás, descendió bajo el poder de la muerte, y, resucitando de los muertos, nos libró de la muerte. De este modo, allí fue para ellos el fin de Faraón y de Egipto para siempre. El Mar Rojo es la redención de Egipto; Dios mismo es la salvación de ellos. Aquel a quien ellos habían temido, y justamente como un Juez, llegó a ser su salvación. Son redimidos; ya no esperaron misericordia, sino que pudieron regocijarse de que el juicio hubiese pasado, y cantar Sus alabanzas por haberlos llevado a Su santa morada—a Dios mismo; "en la luz, como él está en la luz" (1a. Juan 1:7 - VM) —y llevados allí antes de que ellos hubiesen dado un paso en el desierto, o peleado una batalla con sus enemigos.
No hay conflicto, propiamente dicho, hasta que la redención es conocida. Ellos no intentaron luchar con Faraón, sino sólo alejarse de él. Habían gemido bajo su yugo, pero no combatieron contra él. ¿Cómo podían haberlo hecho? Primero deben ser llevados a Dios —ellos deben ser los ejércitos del Señor antes de que puedan combatir a Sus enemigos o los de ellos. Y así es con un alma individual. Yo no tengo ningún poder para combatir a Satanás mientras soy su esclavo. Puedo gemir bajo su yugo, y suspirar para ser librado de él; pero antes de que mi brazo se pueda levantar contra él, yo debo tener una redención completa y conocida. Los Israelitas no sólo están felices de haber escapado del perseguidor; se trata de una redención plena y consciente de Egipto y del Faraón, y pueden contar con el poder de Dios para todo lo demás. "Lo oirán los pueblos, y temblarán; Se acobardarán todos los moradores de Canaán." (Éxodo 15: 14, 15). El gozo de ellos no surge del hecho de no tener enemigos, sino del poder divino de Dios tomándolos, y colocándolos en Su presencia.
J. N. Darby
De la Revista "Christian's Friend", año 1879
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - Abril 2014.

LAS HIJAS DE SALPHAAD


(Números 27:1-11)

La conducta de las hijas de Salphaad[1], según se nos cuenta al principio de este capítulo, ofrece un bello contraste con la incredulidad de que acabamos de hablar. No pertenecen, cierta­mente, a la generación de aquellos que están siempre prontos a abandonar el terreno divino y a renunciar a los privilegios concedidos por la gracia divina. Estaban decididas, por la gracia, a sentar el pie de la fe sobre el terreno más elevado; y con decisión santa y firme a tomar posesión de lo que Dios les había dado.
“Y las hijas de Salphaad, hijo de Hepher, hijo de Galaad, hijo de Machir, hijo de Manasés, de las familias de Manasés, hijo de José, los nombres de las cuales eran Maala, y Noa, y Hogla, y Milca, y Tirsa, llegaron, y presentáronse delante de Moisés, y delante del sacerdote Eleazar, y delante de los príncipes, y de toda la congregación, a la puerta del taber­náculo del testimonio, y dijeron: Nuestro padre murió en el desierto, el cual no estuvo en la junta que se reunió contra Jehová en la compañía de Coré, sino que en su pecado murió, y no tuvo hijos. ¿Por qué será quitado el nombre de nuestro padre de entre su familia, por no haber tenido hijo? Danos heredad entre los hermanos de nuestro padre” (versículos 1-4).
Este pasaje es extraordinariamente bello. Alivia el corazón leer palabras tales en tiempos como los actuales en los que tan poco caso se hace de la posición y de la heredad del pueblo de Dios, y cuando tantos se contentan con vivir día tras día y año tras año sin ni aun preocuparse de buscar las cosas que les son ofrecidas gratuitamente por Dios. Es triste ver el des­cuido y la completa indiferencia con que muchos cristianos profesantes tratan las cuestiones tan importantes como son, la posición, la conducta y la esperanza del creyente y de la Iglesia de Dios. Es al mismo tiempo pecar contra la gracia y no honrar al Señor, el mostrar un espíritu de indiferencia respecto a lo que Él nos ha revelado tocante a la posición y a la heredad de los creyentes. Si Dios, en su gracia, ha tenido a bien conce­dernos preciosos privilegios como cristianos, ¿no hemos de procurar conocer cuáles son esos privilegios? ¿No debemos procurar hacer nuestros esos privilegios con la sencillez de una fe ingenua? ¿Es tratar dignamente a nuestro Dios y sus revela­ciones, ser indiferentes en cuanto a saber si somos siervos o hijos; si tenemos o no el Espíritu Santo morando en nosotros; si estamos bajo la ley o bajo la gracia; si nuestra vocación es celeste o terrestre?
De seguro que no. Si algo hay en la Escritura más claro que toda otra cosa, es que Dios se complace en aquellos que aprecian la provisión de su amor, y que gozan con ella, —los que encuentran su gozo en El. Vemos a esas hijas de José ya que así podemos llamarlas, privadas de su padre, débiles, aban­donadas, si las consideramos desde un punto de vista humano. La muerte había roto el lazo aparente que las unía a la herencia propiamente dicha de su pueblo. ¿Se resignan a renunciar a ella, no teniendo interés en ella? ¿Les era igual tener o no tener un sitio y una heredad con el Israel de Dios? ¡Oh no! Esas ilustres mujeres nos proporcionan un modelo que estudiar e imitar, un celo que, nos atrevemos a decirlo, regocijaba el corazón de Dios. Estaban seguros de que había para ellas, en la tierra de promisión, una heredad del cual ni la muerte, ni ningún incidente del desierto podía privarles. “¿Por qué será quitado el nombre de nuestro padre de entre su familia, por no haber tenido hijo?” La muerte, la falta de línea masculina, ¡nada en el mundo podía anular la bondad de Dios! Era imposible. “Danos heredad entre los hermanos de nuestro padre”.
Nobles palabras que subieron al trono y al corazón de Dios. Eran también un testimonio de los más poderosos ofrecidos ante toda la congregación. Moisés no supo contestar. Moisés era un servidor, y aun un servidor bendito y honrado; y no obs­tante, en ese maravilloso libro del desierto, sobrevienen cuestiones que Moisés es incapaz; de resolver; así, por ejemplo, el caso de los hombres inmundos del capítulo 9, y éste de las hijas de Salphaad.
“Y Moisés llevó su causa delante de Jehová. Y Jehová respon­dió a Moisés, diciendo: Bien dicen las hijas de Salphaad: has de darles posesión de heredad entre los hermanos de su padre y traspasarás la heredad de su padre a ellos” (versículos 5-7).
He aquí un glorioso triunfo en presencia de la asamblea entera. Una fe sencilla y valiente está siempre segura de ser recompensada. Glorifica a Dios y Dios la honra. En todo el Antiguo y Nuevo Testamento vemos esta misma gran verdad práctica, es a saber; que Dios se complace en una fe sencilla y valerosa que acepta simplemente y retiene con firmeza todo lo que Él ha dado; que rehúsa positivamente, aun frente a la debilidad humana y a la muerte, hacer dejación de la menor partícula de la herencia divinamente otorgada. En el tiempo mismo en que los huesos de Salphaad reposaban en el polvo del desierto, cuando no había presente una sucesión, por línea mas­culina, que pudiera perpetuar su nombre, la fe podía elevarse por encima de todas esas dificultades y contar con la fidelidad de Dios, para cumplir todo lo que la Palabra había prometido.
“Bien dicen las hijas de Salphaad’’. Ellas lo hacen aún. Sus palabras son palabras de fe, y como tales, son siempre prudentes a los ojos de Dios. Es cosa terrible poner límites al “Santo de Israel”. Quiere ser creído. Es imposible a la fe agotar las riquezas de Dios. Dios no puede faltar a su palabra, como no puede negarse a sí mismo. La única cosa que en este mundo puede verdaderamente regocijar el corazón de Dios es la fe que confía en El implícitamente, y tal fe será siempre aquella que puede amarle, servirle y alabarle.
Somos, pues, deudores a las hijas de Salphaad. Ellas nos dan un ejemplo de inestimable valor, y además su conducta fue la causa de la revelación de una nueva verdad, que debía ser la base de una regla divina para todas las generaciones futuras. Jehová mandó a Moisés, diciendo: “Cuando alguno muriere sin hijos, traspasaréis su herencia a su hija” (versículo 8).
Aquí se sienta un gran principio en cuanto a la cuestión de la herencia, del cual, humanamente hablando, nada hubiéramos sabido sin la fe y la conducta fiel de esas mujeres notables. Si ellas hubiesen escuchado la voz de la timidez y de la incredu­lidad; si hubiesen rehusado presentarse ante toda la congregación para la reivindicación de los derechos de la fe; entonces no solamente hubieran perdido su herencia y su bendición personal, sino que en el porvenir todas las hijas de Israel que se hubiesen encontrado en su situación hubiesen también sido privadas de su heredad. Mientras que, al contrario, obrando con la pre­ciosa energía de la fe, ellas conservaron su herencia, obtuvieron la bendición, y recibieron el testimonio de Dios; sus nombres brillan en las inspiradas páginas, y su conducta dio origen a un decreto divino que debía regir para todas las generaciones futuras.
No obstante, debemos recordar que hay un peligro moral en la dignidad misma y en la elevación que la fe otorga a los que, por la gracia, pueden ejercerla. Debemos guardarnos cuidadosa­mente de ese peligro. Esto se demuestra de una manera evidente en el fin de la historia de las hijas de Salphaad (36: 1-5). “Y llegaron los príncipes de los padres de la familia de Galaad, hijo de Machir, hijo de Manasés; de la familia de los hijos de José; y hablaron delante de Moisés, y de los príncipes, cabezas de padres de los hijos de Israel, y dijeron: Jehová mandó a mi señor que por suerte diese la tierra a los hijos de Israel en posesión: también ha mandado Jehová a mi señor que dé la posesión de Salphaad nuestro hermano a sus hijas; las cuales, si se casaren con algunos de los hijos de las otras tribus de los hijos de Israel, la herencia de ellas será así desfalcada de la herencia de nuestros padres, y será añadida a la herencia de la tribu a que serán unidas: y será quitada de la suerte de nuestra heredad. Y cuando viniere el Jubileo de los hijos de Israel, la heredad de ellas será añadida a la heredad de la tribu de sus maridos; y así la heredad de ellas será quitada de la heredad de la tribu de nuestros padres. Entonces Moisés mandó a los hijos de Israel por dicho de Jehová, diciendo: La tribu de los hijos de José habla rectamente”.
Los “padres” de la casa de José deben ser oídos también como las “hijas”. La fe de estas últimas era muy bella; pero era de temer que en el lugar distinguido a que la fe les había elevado, olvidaran los derechos de los demás, haciendo retroceder los límites de la heredad de sus padres. Convenía que no fuese así; y, por consiguiente, la sabiduría de esos padres era evidente. Tenemos necesidad de ser guardados por todos lados a fin de que la integridad de la fe y el testimonio sean debidamente mantenidos.
“Esto es lo que ha mandado Jehová acerca de las hijas de Salphaad, diciendo: Cásense como a ellos les pluguiere; empero en la familia de la tribu de su padre se casarán, para que la heredad de los hijos de Israel no sea traspasada de tribu en tribu: porque cada uno de los hijos de Israel se allegará a la heredad de la tribu de sus padres... Como Jehová mandó a Moisés, así hicieron las hijas de Salphaad... y se casaron con hijos de sus tíos... y la heredad de ellas quedó en la tribu de la familia de su padre” (versículos 6-12).
De este modo queda todo arreglado. La actividad de la fe está regida por la verdad de Dios; los derechos individuales están arreglados en armonía con los verdaderos intereses de todos; al mismo tiempo la gloria de Dios está tan plenamente mantenida, que, en el día del Jubileo, en vez de una confusión en los límites de Israel, está asegurada la integridad de la herencia según la ordenanza divina.
Tomado del Libro “Estudios sobre el libro de LOS NUMEROS”, Extracto del Capítulo 12


[1]  Nota del Editor: La versión usada por el autor es la de Pratt; en la Versión Reina Valera de 1960 aparece como Zelofehad

DOCTRINA: CRISTOLOGÍA (Parte XXVI)

Preguntas de repaso:


1.    ¿Qué se entiende por el término “El Cristianismo es Cristo”?
2.    ¿Qué entendemos por estas dos palabras:” Singularidad y Particularidad” aplicadas al Señor Jesucristo?
3.    ¿Estaba Dios el Padre al tanto de todos los hechos relacionados con Cristo y su muerte en la cruz? Ejemplifique con pasajes Bíblicos.
4.    ¿Porque es importante entender correctamente la doctrina acerca del Señor Jesucristo?
5.    Hable de la Preexistencia y detalle algunos pasajes que hablan de ella
6.    Explique porque es Eterno el Señor Jesucristo.
7.    Indique las actividades que realizaban antes de la encarnación
8.    Indique que profecías habían sobre el Mesías
9.    Indique a que se refiere el término “Nacimiento Virginal” y a que no se refiere.
10. Cómo sucede la encarnación. Relacione los distintos pasajes para generar su respuesta.
11. Enumere las razones que encontramos para que se haya realizado la encarnación. Agregue las que considere que no están detalladas en el texto de nuestro estudio.
12. Porque Jesús era Humano. Detalle las características de este hecho.
13. Detalle los nombres y Títulos que la Escritura le asigna.
14. ¿Cuáles son las Evidencias que encontramos sobre la Deidad de Cristo?
15. Respecto a la pregunta anterior, vea cual es el testimonio que nos muestra el nuevo Testamento.
16. ¿Por qué se habla de la “Igualdad Divina”?
17. ¿Cómo era la relación con el Padre?
18. ¿Jesús recibió adoración de parte de los hombres? Explique.
19. Detalle y explique los atributos divinos que encontramos en el Señor Jesucristo.
20. Reseñe los oficios que se le atribuyen y que son propios de la Deidad.
21. Que entiende  por la frase “Dos Naturalezas en una sola persona”.
22. Que significa la palabra griega “teoantrópica”.
23. ¿Cuántas personas estuvieron en el cuerpo del Jesús?
24. ¿Qué se comprende por Hipostasis?
25. ¿Qué se entiende por Kenosis?
26. Enumere y describa los distintos errores Cristológicos que ha habido.
27. Qué entendemos por la Palabra “Mesías”.
28. ¿Cómo el pueblo veía al “Mesías”?
29. ¿Cómo los discípulos veían al “Mesías”?
30. ¿Cómo los dirigentes veían al “Mesías”?
31. ¿Es Jesús el Mesías?
32. ¿Qué Mesías esperaban los judíos?
33. Enumere y describa los tres cargos que tenía el Mesías
34. Describa a grueso modo la vida y obra del Señor Jesús.
35. ¿Por qué es importante la doctrina de la “Muerte, Resurrección y Ascensión”?
36. Enumere y describa las distintas figuras que se utilizan en el Antiguo Testamento para representar la Muerte del Señor Jesús
37. Cuáles son las profecías respecto a la muerte del Mesías.
38. ¿Cómo también nos referimos a la muerte del Mesías, que otros nombres le damos?
39. Con sus propias palabras responda a la siguiente pregunta: ¿por qué tuvo que morir el Mesías y cuál es su importancia?
40. Describa las Teorías sobre su muerte y su refutación.
41. ¿Por qué es fundamental la Resurrección del Mesías?
42. ¿Cómo se suscitó la Resurrección?
43. ¿Qué profecías encontramos en la Escritura respecto a la Resurrección del Mesías?
44. Enumere las evidencias de la Resurrección.
45. Describa las teorías que hay sobre la Resurrección y su refutación.
46. Cuál es la Naturaleza de la Resurrección.
47. Describa los resultados y la importancia de la Resurrección
48. Describa y de los pasajes que hablan de la ascensión del Señor Jesús
49. ¿Qué hechos importantes ocasionó la ascensión y exaltación?
50. Indique que testimonios disponemos sobre la ascensión y exaltación.
51. ¿Porque era necesario que ocurriese la ascensión y exaltación?
52. ¿Cuál era su propósito?
53. ¿Cuál es el ministerio actual del Mesías?
54. ¿Cuál es el ministerio futuro del Mesías?
 55.¿Por qué es importante tener claridad y una correcta comprensión de la doctrina acerca  del Señor Jesucristo?

LA JUSTICIA DE DIOS


LA JUSTICIA DE DIOS (Romanos 1: 16, 17)
Pregunta: ¿Qué significa la expresión "la justicia de Dios?

Respuesta: "La justicia de Dios" abarca la exhibición completa de los modos de obrar de Dios en Cristo, siendo uno de los menores Su cumplimiento de la ley aquí abajo, si hemos de comparar cosas que son todas perfectas en su lugar. Ya que no era el propósito de la ley expresar plena y absolutamente la naturaleza y el carácter de Dios. Ella establecía, si podemos decirlo así, los términos mínimos sobre los cuales el hombre podía vivir delante de Él. Era la demanda de lo que Dios no podía sino requerir, aun de un Israelita pecador, si él pretendía obedecer a Dios. Mientras que, aunque el Señor nació bajo la ley, y se sometió en Su gracia a todas sus demandas, Él fue mucho más allá, aun en Su obediencia viva, e infinitamente más allá en Su muerte. Ya que la justicia de la ley no amenaza muerte para el justo, sino que proclama, necesariamente, vida como su porción a quien la magnificase y la honrase.
La justicia de Dios va inmensurablemente más profunda, así como más alto. Es una justicia justificadora, no una justicia condenatoria, como la de la ley debe ser para el pecador que no carece de dicha justicia. De ahí que el propio Señor estableció las sanciones de la ley de la manera más solemne, sufriendo hasta la muerte bajo su maldición: Él llevó el castigo del impío, de cuya substitución los Diez Mandamientos no sabían nada porque ellos son ley, y morir así es gracia. No hubo ninguna mitigación, mucho menos anulación, de la autoridad de la ley. La justicia Divina proporcionó a Uno que podía, y lo haría, resolver toda la cuestión para el pecador con Dios. No solamente esto; porque Dios resucitó a Cristo de los muertos. Él "fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación." (Romanos 4:25). Él "fue resucitado de entre los muertos, por el glorioso poder del Padre" (Romanos 6:4 - VM); en resumen, Su ser moral, Sus propósitos, Su verdad, Su amor, Su relación, estaban en juego en el sepulcro de Cristo. Pero Dios Le resucitó, y Le estableció a Su diestra en el cielo, como parte de Su justicia divina; ya que ningún asiento, ninguna recompensa inferior a esa podía convenir a aquel Uno que había vindicado a Dios en toda Su majestad, santidad, gracia, y verdad; Uno que había, por decirlo así, capacitado a Dios para llevar a cabo Su designio precioso de justificar al impío, siendo Él mismo justo todo el tiempo.
A partir de entonces, para aquel que tiene fe, ya no es una cuestión de la ley o de justicia legal, la cual reposaba sobre la responsabilidad del hombre, sino, habiendo descendido Cristo a la muerte en expiación, y habiendo glorificado así a Dios hasta lo sumo, el terreno cambia, y llega a ser un asunto de la justicia de Dios. Si por medio de ley se ha demostrado que el hombre ha producido males, y solamente males, Dios tiene que tener Sus derechos, el primerísimo de los cuales es resucitar a Cristo de los muertos, y darle gloria. De ahí que se dice, en Juan 16, que el Espíritu Santo convence al mundo de justicia; y esto, no porque Cristo cumplió aquello que nosotros violábamos, sino porque Él ha ido al Padre, y no es visto más hasta que Él regrese en juicio. En la ascensión de Cristo no es de la justicia en la tierra de lo que se habla, sino de su curso y carácter celestiales. Así, en 2 Corintios 5, es en Cristo glorificado en el cielo que nosotros somos hechos, o llegamos a ser, justicia divina (2 Corintios 5: 11-21).
Es claro, entonces, que la frase "la justicia de Dios", aunque abarca, sin duda, lo que los Cristianos quieren decir cuando ellos hablan de la justicia de Cristo imputada a nosotros, es una cosa mucho más grande y gloriosa. No sólo incluye aquello que glorificó a Dios en la tierra en obediencia viva, sino la muerte en la cruz, la cual, si ella satisfizo las necesidades más profundas del pecador, quebrantó el poder de Satanás en su última plaza fuerte, y puso el inmutable fundamento para que la gracia de Dios reine por la justicia (Romanos 5:21).
Así, en Romanos 1:17, se dice que la justicia de Dios se revela en el evangelio en contraste con la justicia del hombre demandada en la ley; y siendo revelada, es "por fe" (o, sobre el principio de la fe), no por las obras de la ley; es decir, es una revelación sobre el principio de la fe, no una obra a ser efectuada sobre el principio de la responsabilidad humana. Por consiguiente, es "para fe". Aquel que cree obtiene la bendición.
En Romanos 3: 21, 22, la justicia de Dios es contrastada formalmente con cualquier cosa que esté bajo la ley, aunque la ley y los profetas testificaron de ella. Se trata de «la justicia de Dios aparte de la ley», por la fe de Jesucristo, y por eso "para todos [los hombres]", en cuanto a nacimiento, pero teniendo efecto sólo sobre "todos los que creen en Él" ("Empero ahora, la justicia de Dios sin la ley se ha manifestado, testificada por la ley, y por los profetas: La justicia, digo, de Dios, que es por la fe de Jesucristo, para todos, y sobre todos los que creen en él." Romanos 3: 21, 22 - RVR1865). Aquí es en relación especial con la redención, y por tanto, se añade que Dios ha puesto a Cristo como propiciación (propiciatorio, sacrificio expiatorio) por medio de la fe en Su sangre. Vean Romanos 3: 24-26.
En Romanos 10, se muestra que ella es incompatible con el hecho de que uno establezca su propia justicia, estando la justicia de Dios completa, y que hay que sujetarse al objetivo de la fe en Cristo, o nosotros no tenemos ni parte ni porción en ella. La Segunda Epístola a los Corintios se eleva más alto, y muestra lo que el santo es, según el evangelio de la gloria de Cristo - es hecho justicia divina en Él resucitado y glorificado (2 Corintios 5: 11-21). De ahí que, en la posterior epístola a los Filipenses, ese ejemplo maduro y de desarrollo de la experiencia Cristiana, Pablo, transportado aun hasta lo último con esta justicia nueva y divina, nos muestra que, comparada con ella, él no querría la justicia de la ley, si él pudiera tenerla. Porque lo que era de la ley ya no tenía gloria a ojos suyos, debido a la gloria que sobresalió - esa gloria que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe ("y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe." Filipenses 3:9 - LBLA). Lejos de reemplazar la piedad práctica, esta justicia de Dios en Cristo infunde raíces profundas en el corazón, y brota en una cosecha de frutos afines, que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios (Filipenses 1:11).
Es un hecho singular que, si bien Dios usó Romanos 1:17 para la conversión de Martín Lutero, y nosotros podemos decir para la Reforma, ni él ni sus compañeros, o sus seguidores, aprendieron jamás la verdad plena comunicada mediante la bendita expresión - "la justicia de Dios." Por eso es que está, habitualmente, mal traducida en la Biblia Alemana de Lutero, donde δικαιοσύνη θεοῦ se traduce como "la justicia que es válida delante de Dios." Esto, evidentemente, está muy lejos de la verdad; porque una justicia legal, en caso de haber sido lograda por el hombre, habría sido válida delante de Dios. Pero Dios, en Su gracia, ha cumplido en Cristo y ha dado una justicia incomparablemente más elevada, es decir, una justicia divina, y nada menos que esto es lo que nosotros somos hechos en Cristo. Tal vez la imperfecta opinión abrigada por el gran Reformador Alemán puede ser, en gran medida, la causa de las fluctuaciones en su disfrute de la paz. La misma cosa tiene su aplicación a la mayoría de los Protestantes hasta nuestro día, aun donde ellos son Cristianos devotos, y, tal vez, a partir de una causa similar; ya que ellos han avanzado poco, si es que han avanzado algo, más allá de la luz que sobre este punto poseía Lutero.
THE BIBLE TREASURY (Second Edition, 1868), Vol. 1, Mayo 1857, página 191. Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - Junio 2010.-