lunes, 4 de julio de 2016

La Epístola a los Hebreos (Parte I)

Por diversos motivos esta epístola ha sido atribuida a distintos autores, pero la opinión general la acredita a la pluma del apóstol Pablo. En cierta iglesia, cuya localidad no está especificada (ver cap. 13-19, 23), había muchos judíos cristianos que, bajo la presión de una recia persecución y los vilipendios de sus compatriotas, se hallaban tentados a renunciar a su fe cristiana y regresar al judaísmo. A ellos escribió el apóstol a fin de combatir esta tendencia retrógrada, presentándoles un solo argumento, a saber, que el cristianismo era muy superior al judaísmo, por cuanto el antiguo pacto mediado por Moisés había sido superado por un pacto mejor, ministrado por Cristo. El desarrollo del tema está interrumpido de cuando en cuando por un paréntesis, para señalar las graves consecuencias que se acarrearían los que abandonaran las sublimes verdades del evangelio. La superioridad del cristianismo radicaba en el hecho de la SUPERIORIDAD DE CRISTO por cuyo motivo el escritor presentó prueba sobre prueba para demostrar que Él era:
     I.        SUPERIOR A LOS PROFETAS (1:1-3).
    II.        SUPERIOR A LOS ANGELES (1:4-14).
Primer Paréntesis (2.1-4).
  III.        SUPERIOR A LOS ANGELES (Cont.  2:5-18).
  IV.        SUPERIOR A MOISES (3 y 4).
Segundo Paréntesis (3:7-4:16).
   V.        SUPERIOR A AARON (5-1-10)
Tercer Paréntesis (5:11-6:20).
  VI.        SUPERIOR A AARON (Cont. 7-1-28).
VII.        LA SUPERIORIDAD DE LA FE (Cont. 13:1-25).
VIII.        SUPERIOR EN SU MINISTERIO (8:1-10:25).
Cuarto Paréntesis (10:26-39).
  IX.        LA SUPERIORIDAD DE LA FE (11:1-12:14).
Quinto Paréntesis (12:15-29).
I.  CRISTO SUPERIOR A LOS PROFETAS (Cap. 1:1-3).
Estos eran hombres pasajeros con mensajes fragmentarios, por el contra­rio, Cristo era el eterno Hijo de Dios cuyo mensaje completo y final fue res­paldado por el sacrificio de sí mismo y su ascensión a la diestra de Dios.
II.  CRISTO SUPERIOR A LOS ANGELES, COMO DIOS (1:4-14).
Él era Creador (vv. 2, 10-12), Hijo de Dios (v. 5), Objeto de adoración (v. 6), y Rey supremo (vv. 8-9). Los ángeles eran seres creados siervos, adorado­res y súbditos (vv. 6. 7. 13. 14).
Primer Paréntesis (2:1-4).
Amonestación contra la INDIFERENCIA que tiene en poco la palabra de Dios.
III. CRISTO SUPERIOR A LOS AN­GELES COMO HOMBRE (2:5- 18).
Aunque Él era mayor que ellos como Dios, de pura gracia se hizo menor que ellos por su encarnación como Hombre, a fin de "gustar la muerte por todos" (v. 9) y así llegar a ser el Autor de la salvación y el Santificador de los salvos, para luego llevarlos como hijos suyos a la gloria (vv. 10-13). Además, por su muerte llegó a ser el Vencedor de Satanás y el Pontífice de su pueblo (w. 14-18). En virtud de todo esto lo vemos "coronado de gloria y honra" (v. 9). ¿Cuál ángel podría hacer tanto, o alcanzar tanta gloria? (v. 5).
IV.  CRISTO SUPERIOR A MOISES (Cap. 3:1-6).
El escritor llamó a los hermanos santos" a considerar al Apóstol y Pon­tífice, Cristo Jesús. Como Moisés (apóstol o enviado) Cristo era fiel, pero, "de mayor gloria que Moisés era estimado digno", por cuanto era el Constructor y Dueño de su casa (la iglesia) y actuaba como Hijo sobre ella. Moisés había actuado como un mero servidor en la casa de Dios, Israel (cap. 3:3. 6).
Segundo Paréntesis (3:7-4:16).
Amonestación contra la INCREDULIDAD. Los israelitas habían sido llamados a salir de Egipto para entrar en el descanso de Canaán, pero, por el camino provocaron a Dios por su incredulidad y, como consecuencia, perdieron el descanso prometido (3:7-11). Los judíos cristianos fueron exhortados a no dar lugar a la incredulidad, sino a proseguir adelante con fe (3:12-19). El descanso proporcionado por Cristo era mejor que aquél que fue ofrecido por Moisés o Josué (4:8), luego más grande sería su pérdida si no lo alcanzaran (4:9-11). Debían examinarse a la luz de la palabra de Dios., y acudir a su Pontífice, por el socorro necesario para salvarlos del desaliento y para retener su profesión de fe en El (4:12-16).
V.  CRISTO SUPERIOR A AARON (5:1-10).
Un Pontífice según el orden de Aarón debía tener ciertas calificaciones con respecto a su oficio, aptitud y nombramiento 5:1-4). Cristo tenía todas en mayor grado; fue nombrado a un sacerdocio más elevado, era más apto para simpatizar por cuanto había sufrido más y en su oficio era el Autor de la salvación eterna (vv. 5-10).
Tercer Paréntesis (5:11-6:20)
Amonestación contra la INDOLENCIA que predispone al pecado fatal de apostatar. Aquellos judíos cristianos eran tentados a renunciar a la verdad, porque no habían progresado en su conocimiento de la palabra de Dios, y, por ende, en el conocimiento de las glorias y oficios sublimes de Cristo (vv. 11-14). Por eso se les exhortó a ir adelante a la perfección en vista de las terribles consecuencias de no hacerlo (6:1-8), y el apóstol expresó su confianza de que dejarían de ser perezosos para ser imitadores de los que por fe y paciencia heredarían las promesas (vv. 9-12). Tenían una promesa garantizada por Dios para animarles a echar mano de la esperanza propuesta. Esta esperanza era Jesús mismo que había entrado dentro del velo celestial, donde Aarón nunca pudo entrar (vv. 15-20).
VI. CRISTO SUPERIOR A AARON (Cont. 7:1-28).
Habiendo dicho por tercera vez que el sacerdocio de Cristo era eterno, según el orden de Melquisedec (5:6, 10. 6:20), el escritor procedió a demostrar la superioridad de éste al orden de Aarón: a) Melquisedec era un Rey-Sacerdote (7:1-2). Ningún pontífice aarónico podría actuar como rey, pero Cristo era Rey tanto como Pontífice, b) Melquisedec permanecía sacerdote para SIEMPRE; Cristo también vive para siempre (vv. 3. 23-25, 28). c) Aarón y sus descendientes pagaron "en Abraham" diezmos a Melquisedec y recibie­ron su bendición, y "sin contradicción lo que es menos es bendecido de lo que es más". Cristo era "más" (w. 4-10, 24- 20). d) El sacerdocio de Aarón no po­día hacer perfectos a los adoradores, por ende, fue sustituido por un sacerdocio superior prefigurado por Melquisedec y realizado en Cristo quien salva eternamente a los que por Él se allegan a Dios (w. 11-19, 28-28).
Sendas de Vida, 1977

Joab: Capaz y malintencionado (Parte II)

Contra Abner



    Joab y sus dos hermanos Asael y Abisai pronto figuraron entre los líderes de la creciente tropa de David. Si bien no le fue conferido un título hasta un tiempo después, no hay duda de que se le percibía como el primero entre los capitanes. Su reputación era tal que en la primera batalla donde sabemos que él participó, Abner, general de las fuerzas opuestas, estaba muy consciente del peligro que acarreó para sí el matar a Asael. Preguntó: “¿Cómo levantaría yo entonces mi rostro delante de Joab tu hermano?” 2 Samuel 2.22. Bien ha podido querer evitar hacer a semejante hombre un enemigo suyo.
No fue mucho después que Joab, en una de las ocasiones en que se hundió en vileza, se vengó ampliamente. La situación en Israel en ese momento era muy inestable. Saúl estaba muerto y sólo la fuerza de carácter de Abner mantenía viva una oposición significativa a David, y ésta en la persona de Is-boset. Sin embargo, habiendo sido insultado por este títere de rey, Abner fue personalmente a David con la oferta de emplear su mucha influencia propia para poner a todo Israel detrás de David; 2 Samuel 3.12. La oferta fue recibida con gusto y el nuevo aliado se marchó en paz y amistad. 
Sin embargo, al regresar Joab de una de sus muchas expediciones, la situación cambió radicalmente. Él ya había alcanzado una posición que creía que le permitía contradecir a David amargamente por haber dejado que su enemigo escapara. Con el pretexto de velar por los intereses del rey, buscó y traicionó a Abner, matándole a puñaladas. Tal vez lo más sórdido de esta actuación fue la manera en que fingió lealtad y devoción a David como motivo de lo que era en realidad un arreglo de cuentas personales a sangre fría; 3.27.
Ciertamente, nos es fácil persuadirnos a nosotros mismos que seguimos una determinada línea de conducta y tomamos una cierta iniciativa con la mejor intención. Pero al examinarnos más de cerca, debemos confesar que nuestra propia voluntad, nuestro propio interés, es lo que nos está impulsando, y que en el fondo lo que perseguimos es ventaja para nosotros mismos.
Pablo sabía que era así con los creyentes en Galacia. “Ni aun los mismos que se circuncidan guardan la ley; pero quieren que vosotros os circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne”, Gálatas 6.13. Sus intentos de inducir a los cristianos a cumplir con las tradiciones y ceremonias del judaísmo no se debían a otra cosa que el deseo de atraer a muchos a sí mismos. Si bien puede ser posible engañar a nuestros hermanos, y aun a nosotros mismos, nos incumbe acordarnos de Aquel que escudriña la mente y el corazón y da a cada uno según sus obras; Apocalipsis 2.13.

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte VII)

Asenat, exaltada con José    


 


Asenat era la esposa de Zafnat-panea, o, como mejor le conocemos, José. Lo poco que sabemos de ella se encuentra en Génesis 41. Viviendo fuera de su lugar de origen, rechazado por sus hermanos, José tomó para sí una esposa de entre los gentiles. Era hija de un sacerdote de Egipto. Esto nos recuerda de lo que hizo el Señor Jesús.
       El, siendo hebreo, buscó su esposa espiritual de entre nosotros los gentiles. El testimonio de Juan acerca de Jesús es que en el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho, pero el mundo no le conoció. A lo suyo —el mundo— El vino; los suyos —los judíos— no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Juan 1.10 al 12. Dios quiere que todos nosotros quepamos en este último grupo. Así formaremos parte de la esposa de Cristo, la Iglesia.       

UNA SOLA OFRENDA, VARIOS SACRIFICIOS (Parte VII)

(Levítico 1 a 7)


"A Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Corintios 2:2).
(Continuación)


3. LOS SACRIFICIOS POR EL PECADO Y POR LA CULPA (Levítico 4 a 6:7; 6:24 a 7:7)
Los sacrificios por el pecado y por la culpa no eran librados al discernimiento del israelita; eran ofrendas obligatorias cuando se había cometido alguna falta: "Cuando alguna persona pecare... traerá por su ofrenda..." (Levítico 4:2, 28). No es cuestión, pues, de un adorador que viene al altar con el deseo de ser aceptado o dar gracias, gozar de la comunión con Dios y alimentarse con los sacrificios; sino que se trata de alguien culpable que se acerca a fin de ser perdonado.
No hay otro medio que el sacrificio para abolir el pecado. El Salmo 49:7 nos dice: "Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate". Ni nuestras lágrimas, ni nuestros hechos de contrición, ni los de nuestros hermanos por nosotros, pueden borrar el pecado a los ojos de Dios. "Sin derramamiento de sangre no se hace remisión... Pero ahora... (Cristo) se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado" (Hebreos 9:22, 26).
La confesión (Levítico 5:5-6) y la restitución (5:16; 6:4) no lo eran todo; eran necesarias en las faltas previstas en este capítulo, pero de ninguna manera sufi­cientes. Así pues, en el capítulo 6:6, además de la restitución al prójimo con el agregado de la quinta parte, debía traer "a Jehová" su sacrificio por la culpa.


La gravedad del pecado
Dios no deja pasar nada por alto. Puede perdonar y purificar todo, pero no puede dejar pasar nada. El pecado, escondido a los ojos de aquel que lo ha come­tido, no está oculto a los ojos de Dios. Moisés declara a las dos tribus y media que si no van a la conquista del país de Canaán: "Sabed que vuestro pecado os alcan­zará" (Números 32:23). Los hermanos de José creyeron durante veinte años que su padre ignoraría su crimen, pero Dios lo reveló. Acán creyó haber escondido bien en su tienda el manto babilónico y por debajo, la plata y el oro, pero fue descubierto por su pecado (Josué 7). Habacuc 1:13 declara: "Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio". Dios nada ignora, y el mal, por bien escondido que pueda estar entre nosotros, siempre es el mal para él. "Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta" (Hebreos 4:13).
«Dios no juzga el pecado según nuestra propia estimación, sino según lo que conviene ante él. Es necesario, para que él nos haga felices con su presencia, que juzgue el mal, todo el mal, según esta presencia, para excluirlo totalmente. ¿Hará falta que haga a otras personas infelices, que haga completamente imposible todo gozo santo, incluso en su presen­cia, para dejar perpetrarse el mal impunemente? No, eso es imposible; Dios juzga todo» (J.N.D.). En su gobierno, puede dejar las cosas sin castigo durante largo tiempo, pero en nuestras relaciones con él, ninguna comunión es posible si el mal no está juzgado, confesado y perdonado.

Pecados y culpas
Levítico 4 nos habla de los pecados contra uno de los mandamientos de Dios. Podía tratarse del sacerdote ungido (v. 3-12), de toda la congregación (v. 13-21), de un jefe (v. 22-26) o de alguna persona del pueblo (v. 27-35).
En los dos primeros casos, los cuales interrumpían el servicio de Dios, era necesario llevar un becerro y la sangre de la víctima era presentada en el lugar santo, la cual se rociaba siete veces ante Dios, hacia el velo del santuario; la sangre también estaba puesta sobre los cuernos del altar de oro, donde se ofrecía el incienso, y todo lo demás era vertido al pie del altar del holo­causto. El animal entero era quemado, no sobre el altar del holocausto, sino que (después de haberle quitado la grosura, la cual sólo se hacía quemar sobre el altar del holocausto) la piel del becerro, toda su carne con su cabeza y sus piernas con sus intestinos y su estiércol, eran quemados fuera del campamento. Jesús padeció fuera de la puerta; no había en el campamento (Jerusalén) sitio para él, incluso como sacrificio por el pecado.
Por eso los creyentes deben salir hacia él, fuera del campamento (véase Hebreos 13:15), fuera de todo lo que, religiosamente, reniega de su sacrificio por el pecado.
Cuando un jefe o alguna persona del pueblo habían pecado, debían llevar un macho cabrío o una cabra. La sangre era puesta sobre los cuernos del altar del holocausto y el sacrificio era comido por el sacerdote.
En el libro del Levítico encontramos tres clases de sacrificios por el pecado:
1)   El sacrificio del día de la expiación (cap. 16), el cual establecía el fundamento de las relaciones de Dios con su pueblo, lo que le permitía ejercer su paciencia y soportar los pecados de un año entero. La sangre era llevada al lugar santísimo, sobre el propiciatorio. En virtud de este sacrificio, Dios moraba en medio de ellos. Es una figura del sacrificio de Cristo, ofrecido una vez para siempre, pero que conserva eter­namente su valor ante Dios. También, en cierto sentido, es figura de una persona que ha sido llevada al Señor y que comprende que Cristo ha quitado sus pecados. El nuevo nacimiento o la conversión no se efectúan dos veces. Es cierto que nuestro conocimiento del valor de la obra de Cristo irá en aumento, pero sólo una vez somos hechos hijos de Dios. Si pecamos después de haber creído, no es necesario restablecer la relación, sino la comunión con Dios. Un hijo desobediente sigue siendo Su hijo, pero ya no goza de la relación que lo une a Dios.
           2) El sacrificio por el pecado del sacerdote ungido o de todo el pueblo: el servicio de Dios era interrumpido, la comunión de todo el pueblo. Por eso la sangre debía ser llevada hacia el velo, donde era rociada, no una vez, sino siete veces, y sobre el altar del incienso aromático. La víctima era quemada fuera del campamento. Sólo así podía restablecerse el servi­cio del santuario.
3) El sacrificio por el pecado de un individuo, jefe o simple israelita: la comunión personal era interrumpida. La sangre era puesta sobre los cuernos del altar del holocausto y rociada al pie de este altar; la misma víctima era comida por el sacerdote. Es el caso de un creyente, de un hijo de Dios, que ha pecado, y cuya comunión con el Señor ha sido interrumpida. Esta comunión es restablecida por el servicio fiel del Señor como Abogado, quien hace que la Palabra actúe en la conciencia; el culpable es así llevado a confesar su pecado; llegado el caso, él reparará el daño causado a su prójimo; y, sobre todo, volverá a tener conciencia del valor del sacrificio de Cristo, la propiciación por nuestros pecados, siempre eficaz delante de Dios.
En todos los casos (nueve veces seguidas en estos capítulos) está declarado expresamente que tendrán perdón.
En efecto, si el sacerdote ungido o toda la congre­gación habían pecado, era necesario llevar un becerro. Un jefe presentaba un macho cabrío; una persona del pueblo llevaba una cabra; en otros casos, si los medios no alcanzaban para adquirir un cordero, se llevaban dos aves o incluso la décima parte de un efa de flor de harina. Cuanto mayor es la responsabilidad —por haber recibido más del Señor, o por haber hecho pro­gresos en las cosas de Dios —, tanto mayor es la apre­ciación de la obra de Cristo que trae consigo la restauración. Un "jefe" es alguien que había tomado a pecho el orden en el pueblo de Dios, o que ha estado ocupado con el servicio del Señor. De inmediato com­prendemos que su responsabilidad es mayor que la de un simple creyente. Pero este ejemplo de ninguna manera debe ser un motivo para que un hijo de Dios se mantenga atrás cuando se trata de los intereses del Señor, ya sea en el servicio o en la iglesia. Si el Señor llama, su gracia proveerá y responderá a la creciente responsabilidad.
No se trata de tener previamente un largo período de arrepentimiento. No se nos dice que el sumo sacer­dote debía llorar a causa de sus faltas durante seis meses, un jefe durante tres meses, o alguna persona del pueblo durante un mes, y después llevar la ofrenda. No, desde el momento que uno se siente culpable, se debe venir con el sacrificio. El verdadero juicio de sí mismo consiste, no en el hecho de pasar mucho tiempo pensando en el propio pecado (aunque esto también tenga su lugar, según el Salmo 51:3), sino en considerar delante de Dios cuánto le ha costado a Cristo tomarlo sobre sí y quitarlo. El apóstol Juan nos habla en su epístola de tres clases de creyentes: los hijitos, los jóve­nes y los padres; un padre, cuando ha faltado, tendrá una percepción más profunda de la obra de Cristo, acompañada de un verdadero juicio de sí mismo, per­cepción que un hijito no podrá tener.
En el caso de un jefe o de un simple israelita, el sacrificio no era quemado fuera del campamento, sino comido por el sacerdote. «En un sentido, es el corazón de Cristo el que toma nuestra causa cuando caemos. Él se ocupa de sus ovejas. El sacerdote no había cometido el pecado, pero se identificaba completamente con él. Cristo hizo suyo nuestro pecado; el sacrificio y la sangre rociada son hechos cumplidos, que jamás se repetirán; pero constituyen el fundamento de su servicio actual de intercesión como nuestro abogado delante del Padre» (1 Juan 2); (J.N.D.).

En otro sentido, también es la porción «de los suyos como sacerdotes, por la comunión del corazón y por la simpatía, identificarse con el pecado de otro, o antes con la obra de Cristo por el pecado. Sólo pode­mos hacerlo bajo el carácter de sacerdotes y con el sentimiento de la gravedad del pecado, puesto frente a la obra para lo cual fu e cumplida» (J.N.D.). ¡Cuánto ha costado a Cristo quitar el pecado! Y el pecado de mi hermano puede producirse también en mí, fruto de lo que yo mismo soy en la carne: "Considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado" (Gálatas 6:1).

Figuras simbólicas en la Biblia (Parte VII)

VII - Ceremonias y utensilios

El bautismo es la confesión de una buena conciencia delante de Dios, 1 Pedro 3.21, y a la vez el testimonio a otros de andar en la virtud de una vida nueva, Romanos 6.4. Hemos sido bautizados en la muerte de Cristo; somos sepultados para muerte. Hemos venido a ser unidos con Él en la semejanza de su muerte y lo seremos también por la semejanza de su resurrección. Esta es la enseñanza del bautismo en agua en Romanos 6.5 y Colosenses 2.12. El paso del río Jordán y la circuncisión de la carne expresaban estas ideas en Israel.
La Cena del Señor es una conmemoración, 1 Corintios 11.24, 25; es también un anuncio, 11.26. La Cena y la mesa simbólica son señales de comunión con Cristo y los hermanos, 10.16, y de separación del mundo, 10.21. La Cena gira en torno del comer del pan y beber de la copa, y es este acto en conjunto que el Señor llama “esto”. El “esto” es su cuerpo: Mateo 26.20, Marcos 14.22, Lucas 22.19. El “esto” es su sangre, según leemos en Mateo y Marcos. En Lucas el lenguaje es distinto por cuanto se habla en 22.17 de la copa de la pascua y en 22.20 de la copa de la Cena. En Corintios el lenguaje es “comed” y “haced esto”. La Cena se celebra hasta que Cristo venga, pero no para conmemorar o anunciar su venida. Se relaciona con la vida que el Señor dio y el pacto que estableció, pero no es para conmemorar la resurrección en sí.
La circuncisión es simbólica del despojo del viejo hombre con sus hechos, echando de uno el cuerpo pecaminoso carnal, Colosenses 2.11 y 3.9. Véase Filipenses 3.3. Cuando Josué renovó la práctica, dijo que Israel había quitado de sí el oprobio de Egipto, 5.2.
La copa o el cáliz es figura de la suerte, la condición o el destino de uno. Ejemplo tenemos en las copas del sueño de Génesis 40. “Mi copa está rebosando”, Salmo 23.5. “Tomaré la copa de salvación”, 116.13. En Isaías 51.17, 22 hay el cáliz de ira y aturdimiento. “La copa que el Padre me ha dado”, Juan 18.11.
En la Cena del Señor la copa es uno de los memoriales de Cristo en su muerte; es el nuevo pacto en su sangre y es su sangre del nuevo pacto, Lucas 22.20, Mateo 26.28. La copa de bendición que bendecimos es la comunión de la sangre de Cristo en contraste con la copa de demonios que corresponde al inconverso. El Señor puso fin al régimen viejo con participar de la copa de la pascua, y dio comienzo a la comunión nueva con participar de la copa de la Cena. La copa contiene vino pero no es el vino el símbolo que se menciona en relación con la Cena.
La imposición de manos de parte de Moisés para con Eleazar en Números 27.18 fue para manifestar que había puesto su dignidad sobre él.
La lámpara (que no es el candelero) es símbolo de la presencia y obra de Dios en una persona o en su pueblo. David era lámpara de Dios en Israel, 2 Samuel 21.17, pero dijo, “Tú eres mi lámpara, oh Jehová”, 22.29. “La lámpara del cuerpo es el ojo”, Lucas 11.34, y con la lámpara la mujer encontró la moneda, 15.8. “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre”, Proverbios 20.27. Las Escrituras son lámpara, Proverbios 6.23.
La mesa es el lugar de comunión; está relacionada con la idea del sustento. (Véase El pan.) Presenta a Cristo como el alimento de su pueblo, no como el maná en el desierto sino especialmente en relación con la adoración en el santuario. “La altura del altar era de tres codos... esta es la mesa que está delante de Jehová;” “Ellos entrarán en mi santuario, y se acercarán a mi mesa”, Ezequiel 41.22, 44.16. Mefiboset fue traído de su lugar de alejamiento para sentarse a la mesa; Lázaro también. Hace contraste 1 Corintios 10.21 entre la comunión con el mundo (“la mesa de los demonios”) y con el Señor (“la mesa del Señor”); esta última debe ser la experiencia diaria del creyente, expresada de una manera particular en la Cena.
El pan es figura de Cristo como el sustento de su pueblo; el hecho de comérselo representa la apropiación para sí, o sea, la apreciación personal de Él. Era la comida de los sacerdotes en Israel, Levítico 24.9; compárese con el maná, que era para todos. “El pan que yo le daré es mi carne”, Juan 6.51; no era la Cena sino (a) el creer para vida eterna y (b) a diario para sustento. Por cuanto todos dependemos de Él, “siendo un solo pan... somos un cuerpo”, 1 Corintios 10.17, haciendo ver la unidad de la Iglesia.

La unción con aceite es un gesto de respeto, Marcos 14.8, o la comunicación de una bendición. “Unges mi cabeza con aceite”, Salmo 23.5. Moisés ungió a Aarón “para santificarlo”, Levítico 8.12.

El yugo desigual (Parte VII)

Los animales como ilustración


La Biblia nos ayuda a discernir entre el yugo igual y el desigual. En los casos de la naturaleza, las Escrituras describen las características de los animales limpios y los inmundos. En Levítico 11.3 al 8 leemos de tres distintivos del animal limpio: (i) de pezuña hendida (ii) rumiante (iii) herbívoro.
Son ilustraciones de cosas espirituales. El animal de pezuña hendida deja su huella de dos cascos, uno separado del otro, como hacen el buey, la oveja y la cabra. O sea, deja una marca de separación. Al contrario, el asno y el caballo dejan una huella de un solo casco, y los animales carnívoros dejan las huellas de sus zarpas. Son marcas distintivas.
Pero hay otras huellas confusas. El cerdo deja la huella separada, porque tiene pezuña hendida, pero no es rumiante; es animal inmundo en la estima bíblica. Es una ilustración de la persona que profesa ser cristiana pero no es renacida. Lleva las huellas del cristiano en su andar en el sentido que no es mundana en su comportamiento y asiste a las reuniones con reverencia. Pablo advierte en cuanto a los que “tendrán la apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”. Y agrega: “a éstos evita”, 2 Timoteo 3.5. Por fuera parecen ser santos pero en secreto tienen la misma naturaleza no convertida.
Entonces no basta una sola evidencia de ser hijo de Dios. La huella de por sí sola no es prueba. Debemos considerar otras evidencias también.
Los animales limpios son herbívoros, o sea, comen hierbas, paja y granos. Todos los animales carnívoros son clasificados como inmundos en Levítico, comen carne. Pero la vaca no tiene gusto por la carne, y esto es una ilustración del apetito espiritual. Al inconverso le agradan las cosas de la carne, las que Gálatas 5 lista como adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechi­cerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras y orgías.
Estos apetitos demuestran el carácter de una persona. El cre­yente tiene su apetito natural controlado por el nuevo nacimiento. Si alguno está en Cristo, nueva criatura es, y los deseos carnales están dominados por los deseos de la nueva naturaleza. El renacido desea la Palabra de Dios, de la cual la semilla es ilustración.
Una tercera característica del animal limpio es que rumia. Posee varias cavidades en el estómago. Después de comer, vuelve a pasar la comida desde la panza hasta la boca, para masticarla otra vez antes de tragarla y pasarla al cuajar. Esta acción, según el diccionario, es figura de pensar despacio y con madurez una cosa. Espiritualmente, es figura del meditar, digerir y obedecer la Palabra de Dios.
En la gran mayoría de los casos el religioso que no es renacido lee la Biblia por costumbre o como una formalidad, algo así como el católico romano lee su misal. No es por gusto o aprecio espiritual. El creyente, al contrario, recibe las Escrituras de corazón, medi­tando y aplicando sus mensajes a sus hechos. El cristiano falso oye la Palabra de Dios pero es oidor no más, engañándose a sí mismo. El verdadero es como el rumiante, y luego obedece.
Cuando una persona no obedece la Palabra de Dios, se da la sospecha de que puede ser como el camello. “El camello, porque rumia pero no tiene la pezuña hendida, lo tendréis por inmundo”, Levítico 11.4. Tiene la apariencia de animal limpio, igual como aquel que oye con cuidado la Palabra. Pero no tiene la pezuña hendida, así como aquel que no obedece la Palabra para que ella produzca una vida separada del mundo y apartada del pecado.
Una de las bendiciones mayores para conservarnos en la santidad es el yugo igual; “libre es para casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor”, 1 Corintios 7.39. Quizá hay una diferencia entre “en Cristo” y “en el Señor”. Todo creyente está en Cristo, pero “en el Señor” se aplica más a aquellos que reconocen con obediencia y sumisión que Él es su soberano Señor.

Doctrina: Cristología. (Parte VII)

IV. La humanidad del Mesías
C. Nombres y títulos de Cristo
A cada persona que nace en nuestra sociedad se le da un nombre. En la antigüedad los nombres eran dados de acuerdo al carácter de la persona o de sus logros. En el caso del Señor Jesucristo su nombre y títulos le fueron dados para representar alguna función de su obra aquí en la tierra.
Como creemos en la inspiración verbal de las Escrituras, confiadamente, le adjudicamos mucha importancia a los títulos y nombres del Señor Jesucristo y a cada uno de ellos habla mucho acerca de su persona.
A. Jesús. El nombre Jesús se encuentra en los 4 Evangelios 662 veces, y en el resto del Nuevo Testamento 109 veces. Jesús es el nombre personal del Señor. Es su nombre terrenal (designado por el ángel, Lucas 1:31; Mateo 1:21),  es el nombre que le pusieron al nacer, el nombre con que vivió y murió. Es el nombre de su humillación; de su sufrimiento; de su tristeza. Es el nombre de aquel que se humilló a sí mismo. El nombre Jesús, en aquellos días era bastante común, varios deben haberse llamado de esa manera. Jesús es la forma o palabra griega del nombre hebreo Josué, y  significa “Jehová nuestro Salvador” (de ahí las palabras que el ángel dijese: “él salvará a su pueblo de sus pecados, Mateo 1:21). Este nombre, Jesús, era el que  estaba escrito en una tabla clavada sobre él en la cruz.
Al leer los evangelios, se aprecia que  nunca le llamaron Jesús cara a cara, siempre fue llamado Maestro, Señor, o Rabí por sus seguidores (Juan 13:13; Lucas 6:46).
La razón por la cual el nombre Jesús es mencionado más en los Evangelios es que enfatizan su humillación; la razón por la cual el nombre Cristo es mencionado más en los Hechos y Epístolas es que estos textos anuncian su exaltación. Hay una razón por la que el nombre Jesús es mencionado en la Epístola a los Hebreos 8 veces: El Espíritu Santo nos hace saber que esa Persona era un hombre.
Los que no creían en Él, nunca le llamaron Señor; y nunca los creyentes le llamaron Jesús, con una sola excepción encontrada en Lucas 24:19-21, y eran palabras de discípulos decepcionados, ya que todas sus esperanzas habían sido arrasadas cuando Jesús fue crucificado. Ellos no entendían las Escrituras, ni las palabras que el Señor les había dicho que se levantaría de entre los muertos, y ellos le hablaron a Él como de una causa perdida; y ellos, allí, le llamaron Jesús. Si Cristo no ha resucitado de los muertos, sus esperanzas, y no solo la de ellos, sino también las nuestras, habrían sido destruidas (1 Corintios 15:20). ¡Él es Cristo y Señor! Y no meramente hombre, sino el Dios-hombre.
B. Cristo. El nombre Cristo significa el Ungido y se encuentra 374 veces en el nuevo testamento, mayoritariamente en las epístolas. Es el título oficial del Hijo de Dios. Cuando leemos “ungido”, tenemos que tener presente como y bajo qué circunstancias, los hombres fueron ungidos. Sabemos que hombres fueron ungidos como reyes, y profetas, y sacerdotes[1] (1 Samuel 15:1, 1 Reyes 19:16, Levítico 8:1, 2, 12 cf. Hechos 3:22, 23; Hebreos 4:14, 15; Lucas 1:31-33).
Los cristianos  no tomamos el nombre de Jesús, sino de Cristo: somos cristianos (seguidores de Cristo). E incluso sabemos que ese nombre cristianos fue primeramente dado a los creyentes por aquellos que odiaban a Dios y a Cristo; sin embargo, estamos gozosos de tomar su nombre y cargar Su vituperio.
C. Mesías. Es la palabra hebrea con el mismo significado que en griego Cristo, es decir “El Ungido” (vea Juan 1:41; 4:25). El Antiguo Testamento está lleno de predicciones sobre el Mesías, mientras que el Nuevo Testamento está el cumplimiento de las mismas en Cristo. Dado que en el tiempo de nuestro Señor Jesucristo, la lengua común era el griego, es comprensible que muchos términos hebreos tengan su equivalente a esa lengua.
D. Señor. En el Nuevo Testamento la palabra “Señor” viene de la palabra griega kurios, que significa Señor, Dios, Maestro, Amo. Esta es equivalente al Adonai del Antiguo Testamento. Y Cristo, el Señor, es nuestro Maestro y Amo. (Colosenses 4:1).
Además, el título “Señor” también incluye otro nombre de Dios, y ese es Jehová, y nosotros sabemos eso por el uso que se le da en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento traduce “Señor,” cuando en el Antiguo Testamento la palabra es “Jehovah”: “Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.” (Mat. 4:7). En este versículo también vemos que Elohim (Dios) se adjudica al Señor, que es el Señor Jesucristo.
En la doctrina de salvación debemos reconocer que Jesucristo es Jehová, Dios, y Maestro: “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” (Romanos 10:9).
 Versículos en que se resalta el Señoría de Jesucristo: Efesios 5:17; 1 Corintios 7:39; Colosenses 3:18.
E. Jesucristo. Este es otro título del Señor, y es una combinación de su nombre personal (Jesús) con su título oficial (Cristo). El énfasis de la palabra es que, Jesús, quien se humilló a sí mismo, ahora es exaltado.
F. Cristo Jesús. El énfasis aquí es inverso, Cristo, el exaltado, una vez se humilló a sí mismo (Filipenses 2:5-8).
G. El Señor Jesucristo. Este es el título más completo del Señor (Efesios 1:3), el cual resalta su Señorío.
H. Yo soy. Este título  lo encontramos  por primera vez en el Antiguo Testamento. Jehová se lo reveló a Moisés  cuando estaba ante la zarza (Éxodo 3:13, 14).
El Señor Jesús se llamó a sí mismo el Yo Soy cuando estuvo en el jardín de Getsemaní. Mientras una multitud venía hacia él con antorchas y palos, el Señor se adelantó a ellos y les pregunto, “¿A quién buscáis? Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy... Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra.” (Juan 18:4-6). Vea también Juan 8:58 donde se enfatiza esta expresión “Yo Soy”, porque Él es el gran Yo Soy que Moisés escuchó ante la zarza ardiendo, “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad,” (Colosenses 2:9).
Además vea los siguientes pasajes: Juan 10: 11; 14:6; 6:35; 9:5; 10:9;11:25;15:1.
I. El Hijo de Dios. Este es el título de Gloria y Deidad personal del Señor. “Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lucas 1:35). “Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios.” (Juan 19:7). Ver también Juan 5:18.
El Señor Jesús es el Hijo De Dios. Un cristiano es un hijo de Dios. El Señor Jesús es el Hijo de Dios por relación y naturaleza; el cristiano es un hijo de Dios por regeneración y adopción. El Señor Jesús ha sido el Hijo de Dios desde todo tiempo y eternidad; el cristiano llegó a ser un hijo de Dios cuando confió en Cristo el Señor.
El mismo se designa como “Hijo de Dios” en dos ocasiones en Juan 9:35 y 10:36. Además dieron testimonio de Él como “Hijo de Dios”: Marta (Juan 11:27); Natanael (Juan 1:49); Pedro (Mateo 16:16); Satanás (Mateo 4:3,6); centurión (Mateo 27:54); un demonio (Mateo 8:29; Lucas 4:41); un discípulo (Mateo 14:33).
J. El Hijo del Hombre. Este parece ser el título favorito del Señor para sí mismo, aquel por el cual Él se llamaba a si mismo vez tras vez (Lucas 9:58). El título, el Hijo del Hombre, se halla 88 veces en el Nuevo Testamento: 1 en Hechos; 1 en Hebreos; 2 en Apocalipsis; y 84 veces en los Evangelios; y ninguna vez en las Epístolas, entendiendo que éstas son concernientes, en su contenido, a la iglesia y no al venidero Reino Milenial. Cristo es Rey del Reino, y Cabeza de la Iglesia; y como la Iglesia no es el Reino, por lo tanto, el título milenial (el Hijo del Hombre) de Cristo no se halla en las epístolas a las iglesias.
Encontramos este título en las siguientes situaciones: Enviará a sus ángeles (Mateo 13:41); tienen potestad de perdonar pecados (Mateo 9:6); Señor del día de reposo (Mateo 12:40); No tienen donde recostar su cabeza (Mateo 8:20); No vino para ser servido (Mateo 20:28); padecería (Mateo 17:12); Resucitaría (Mateo 17:9); Se sentará en el trono de su gloria (Mateo 19:28); Sería levantado (Juan 3:14); Vendrá nuevamente (Mateo 16:27; 24:30); Vino a buscar y salvar lo que se había perdido (Mateo 18:11).
K. El Hijo de Abraham. El Evangelio de Mateo se presenta como “el libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mat. 1:1). “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.” (Gal. 3:16).
El Mesías (el Cristo) llegó a ser judío. Jesús era judío, era el Hijo de Abraham, y por eso el Mesías
L. El Hijo de David. Este es el Titulo de Realeza del Señor Jesús: “Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Marcos 10:47). Este título le correspondía por ser descendiente de la línea real de David (vea genealogía de Mateo 1 y Lucas 3).
Además de los textos ya citados, encontramos que fue llamado así por los ciegos en Capernaum (Mateo 9:27); los ciegos de Jericó (Mateo 20:30); la mujer cananea (Mateo 15:22); y la multitud en la entrada triunfal a Jerusalén (Mateo 21:9).
M. Hijo del Altísimo. Este es el título de Preeminencia: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre;” (Lucas 1:32).
N. El Segundo Hombre. “El Segundo Hombre” indica que hubo uno antes que él, solo uno, y ese hombre fue Adán: “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.” (1 Corintios 15:47).
O. Postrer Adán. “Postrer Adán” indica que no hay otro que le siga. Hay solo 2 hombres ante los ojos de Dios: Adán y Cristo. El mundo está dividido bajo estas 2 cabezas: Adán y Cristo. Todos están en Adán por el nacimiento natural; solamente son de Cristo aquellos que han experimentado el nuevo nacimiento.
“Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.” (1 Corintios 5:45).
P. El Verbo. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios.” (Juan 1:1, 2).
Así como las palabras habladas revelan los invisibles pensamientos del hombre, del mismo modo la visible (y viviente) Palabra (El Verbo) nos revela el Dios invisible.
Q. Emanuel. “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.” (Mateo 1:23). Así como las Escrituras nos dicen, significa “Dios con nosotros.” Recuerda, el Señor Jesús es Emanuel, Dios con nosotros; Él nunca nos dejará ni nos desamparará (Hebreos 13:5, 6).
R. Salvador. “que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.” (Lucas 2:11). No un ayudador, sino un Salvador
S. Rabí. Esto viene de una palabra hebrea que significa maestro. “Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras?” (Juan 1:38).
T. Raboni. Este es el mismo concepto anterior “Rabí,” y significa Maestro, pero proviene de lengua caldea. “Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro).” (Juan 20:16).
U. Maestro.“Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?” (Mat. 9:11). El significado aquí es “Instructor.” No implica la idea de dueño, como en la palabra “Señor” (Adonai). El mundo hoy en día reconoce que Jesús fue un gran instructor, pero no le reconoce como Señor. El Señor Jesús no es meramente nuestro instructor: Él es nuestro Dios, nuestro Jehová, nuestro Señor.

V.  Otros Nombres y Títulos.
Abogado (1 Juan 2:1); Alfa y Omega (Apocalipsis 1:8; 21:6); Amado (Efesios 1:6);  Amén (Apocalipsis 3:14); Amigo de pecadores (Mateo 11:19); Apóstol (Hebreos 3:1);  Aurora (Lucas 1:78);  Autor (Hebreos 12:2: Hechos3:15); Bienaventurado (1 Timoteo 6:15); Cabeza de la Iglesia (Colosenses  1:18); Carpintero (Mateo 13:55; Marcos 6:3); Consolación de Israel (Lucas 2:25);  Cordero de Dios (Juan 1:29, 36);  Dios (Juan 1:1; Romanos 9:5; 1 Timoteo 3:16); Don de Dios  (2 Corintios 9:15); Emmanuel (Mateo 1:23); Esposo (Mateo 9:15);  Estrella resplandeciente de la mañana (Apocalipsis 22:16);  Guiador (Mateo 2:6); Heredero de todo (Hebreos  1:2);  Hijo de María (Marcos  6:3); Imagen misma de Dios (Hebreos 1:3); León de tribu de Judá (Apocalipsis 5:5); Libertador (Romanos 11:26); Lucero de la mañana (2 Pedro 1:19); Mediador (1 Timoteo 2:5); Médico (Mateo 9:12); Ministro (Hebreo 8:2); Nazareno (Marcos 1:24); Obispo (1 Pedro 2:25); Pascua (1 Corintios 5:7); Pastor (juan 10:11, 14; Hebreos 13:20; 1 Pedro 5:4); Piedra (Mateo 21:42; Marcos 12:10; Hechos 4:11; Romanos 9:32,33; Efesios 2:20; 1 Pedro 2:6,7). Etcétera.  

W.  Nombres en el Antiguo Testamento.
En el Antiguo Testamento encontramos muchos nombres de personas que, pensamos (sin ser dogmáticos), que hablan del Mesías. Algunos de ellos son: Admirable (Isaías 9:6); Afinador (Malaquías 3:3); Ángel de Jehová (Génesis 16:9-14; Jueces 6:11-14); Deseado de las naciones (Hageo 2:7); Dios fuerte (Isaías 9:6; 63:1); fuerza de salvación (Salmo 18:2); fundamento (Isaías 28:16); Gloria de jehová (Isaías 60:1); Guía (Salmo 48:4); Jefe (Isaías 55:4); Jehová (Isaías 26:4; 40:3); Juez (Miqueas 5:1); Justicia (Jeremías 23:6; 33:16); Legislador (Isaías 33:22); Limpiador (Malaquías 3:3); Manantial (Zacarías 13:1); Padre Eterno (Isaías 9:6); Pastor (Salmo 23:1); Príncipe del Ejercito de Jehová (Josué 5:14); Redentor (Isaías 59:20; 60:16); Refugio (Isaías 25:4); Renuevo (Zacarías 3:8); Roca (Deuteronomio 32:15); Rosa de Sarón (Cantar 2:1); Santo de Israel (Isaías 41:14); Siervo (Isaías 42:1; 49:5-7); Siloh (Génesis 49:10); Sol de Justicia (Malaquías 4:2); Vara (Isaías 11:1). Etcétera




[1] Para más detalles refiérase al artículo publicado 11/2011

Meditación.

“Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día”
(Lucas 2:44).
Cuando Jesús tenía doce años, sus padres fueron de Nazaret a Jerusalén para celebrar la Fiesta de la Pascua. Indudablemente viajaron con una enorme multitud de peregrinos. Era inevitable que los niños de la misma edad se hicieran amigos durante las festividades. Por lo tanto, en el viaje de regreso a Nazaret, José y María asumieron que Jesús iba con los otros jóvenes en algún lugar de la caravana. Pero él no estaba. Se había quedado en Jerusalén. Viajaron todo un día antes de percatarse de Su ausencia. Entonces volvieron a Jerusalén donde lo encontraron después de tres días.
Aquí hay una lección para todos nosotros. Es posible que supongamos que Jesús está en nuestra compañía cuando no lo está. Podemos pensar que estamos caminando en comunión con él cuando en realidad el pecado se ha interpuesto entre nuestra alma y el Salvador. La decadencia espiritual es muy sutil. No somos conscientes de nuestra frialdad. Pensamos que somos los mismos que antes. Pero otras personas sí que se dan cuenta. Con sólo escucharnos, pueden decirnos que hemos dejado nuestro primer amor y que los intereses mundanales han tomado preferencia sobre lo espiritual. Pueden detectar que nos hemos estado alimentando con los puerros, las cebollas y los ajos de Egipto. Perciben que nos hemos vuelto criticones cuando antes éramos amorosos y amables. Advierten que usamos mucho del lenguaje de la calle en vez del lenguaje de Sion. Y, lo noten o no, hemos perdido nuestro cántico. Somos infelices y miserables y hacemos miserables a los demás también. Nada parece ir bien. El dinero se nos escurre de los bolsillos. Si tratamos de dar testimonio del Salvador, tenemos poco impacto en los demás. No ven mucha diferencia entre ellos y nosotros.
Generalmente se necesita de una crisis especial que nos revele que Jesús no está en nuestra compañía. Puede ser que escuchemos la voz de Dios hablándonos por medio de una predicación con poder espiritual, o puede que un amigo ponga su brazo alrededor nuestro y nos confronte con nuestra baja condición espiritual. Puede ser una enfermedad, la muerte de un ser querido o alguna tragedia que nos sacuda y nos haga volver en sí.
Cuando eso sucede, tenemos que hacer lo que hicieron José y María: volver al lugar donde le vimos por última vez. Debemos regresar al lugar donde algún pecado rompió nuestra comunión con él. Al confesar y abandonar nuestro pecado, encontramos perdón y comenzamos a andar con Jesús en nuestra compañía de nuevo.