sábado, 2 de febrero de 2013

¿Qué significa la palabra 'Creer'?


''Estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que cre­yendo, tengáis vida en su nom­bre" (Juan 20:31)
"Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo." (Romanos 10:9)
CREER es la única cosa que Dios pide al hombre para su salvación. "El que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Juan 3:36). "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (He­chos 16:31). Pero, ¿qué significa la palabra "CREER"?
"CREER" es aceptar plenamente y sin reserva lo que Dios dice. Recor­demos que Dios "ha hablado" y que "es imposible que Dios mienta" (Hebreos 1:1-2 y 6:18).
EL QUE CREE reconoce y con­fiesa delante de Dios, que es un pecador perdido, visto que Dios le dice esta verdad en romanos 2:23 y 5:12. (Véase también romanos 3:9- 22).
EL QUE CREE reconoce que es digno del justo juicio de Dios, por­que "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23) y "está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (Hebreos 9:27).
EL QUE CREE recibe el testi­monio de la gracia de Dios, a saber, que "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores" (1 Timo­teo 1:15).
EL QUE CREE acepta que Jesús, el Hijo de Dios, vino a ser Hombre, y llevó "nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1 Pedro 2:24). "El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos noso­tros curados"(Lea atentamente Isaías 53). "Cristo murió por nues­tros pecados, conforme a las Escri­turas" (1 Corintios 15:3).
EL QUE CREE ve en Jesús, Hombre resucitado y sentado a diestra de Dios (Hebreos 10:12), su garantía que la justicia de Dios está satisfecha (Romanos 4:25) y que la muerte, salario del pecado, está anu­lada. También la vida eterna, don de gracia de Dios en Cristo, es ahora la parte del creyente (Romanos 6:23). "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de voso­tros, pues es don de Dios" (Efesios 2:8).
EL QUE CREE muestra su fe por su conducta, por sus obras (San­tiago 2), sigue a su Maestro y se aparta de la iniquidad. Sigue la jus­ticia, la fe, el amor, la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor. (Lea 2 Timoteo 2:22.)
EL QUE CREE pone en Cristo toda su confianza para ser condu­cido y guardado en el camino de fe, de felicidad y de obediencia a Su Palabra (1 Juan 5:14-15).
EL QUE CREE rechaza toda en­señanza humana que se opone a la verdad, toda doctrina que torce las Escrituras, y todo lo que procura rebajar la gloria de la Persona y de la obra de nuestro Señor Jesucristo. Más bien procura instruirse en las verdades preciosas que la Palabra de Dios revela.
"Toda la Escritura es inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia." (2 Timoteo 3:16).
—De Leituras Cristas, Portugal

Los Ángeles. El ángel de Jehová


Algunos pasajes de Estudio (Continuación)



Números 22:31-35
            Balaam iba a donde Balac lo había citado, no con la finalidad de bendecir a Israel, sino todo lo contrario. Balac le había ofrecido mucho honor si hacía lo que él quería. Dios le había indicado que fuera donde era requerido, y que dijera lo que Él le comunicara.  Pero en el camino, mudó el propósito, de modo que el Ángel de Jehová, que defendía a su pueblo, intentó detenerlo, pero la asna lo salvó yéndose por otro lado; y de modos  similares lo salvó otras dos veces. Él la golpeó; pero el Ángel de Jehová le dio el habla, y sucede una conversación entre los dos.  El Ángel se mostró ante Balaam y le declaró su propósito. Balaam conoce el propósito del Ángel para con él. Este reconoce su pecado e intenta enmendarse, pero se le encomienda seguir su camino y solo decir lo que el Ángel de Jehová le dijese.
            Del relato podemos desprender:
1.      Modifica la naturaleza de un animal para que pueda hablar, denotando  que es todopoderoso.
2.      Balaam hace reverencia y se humilla ante un ser superior.
3.      Balaam reconoce  que había pecado contra él; nótese que el pecado o el mal proceder fue ante él y no “delante de Jehová”.
4.      Le ordena seguir, pero dirá solo las palabras que él le indique.
5.      Balaam le dice a Balac que solo dirá "la palabra que Dios pusiere en mi boca." Nos deja saber que las palabras del ángel son las palabras de Dios. 

Josué 5:13-15
            Josué había pasado el Jordán con los Israelitas. Los reyes de los amorreos  y de los cananeos sintieron temor, porque Jehová les había dado paso franco hacia la tierra del este del Jordán. Pero ellos no podían seguir conquistando sin que se quitasen de encima el oprobio, debían cumplir el pacto que había hecho con  Abraham: se circuncidaron. Todos los que habían nacido en el desierto, debieron ser circuncidados. Y llamaron aquel lugar Gilgal.
            Pasado los días de recuperación, ellos celebraron la pascua. Y al día siguiente, ellos comieron de los frutos de la tierra; y el maná cesó por completo.
            Seguramente Josué había salido a mirar a Jericó, ya que era la ciudad que la iban a atacar luego. Seguramente miraba los muros y pensaban como iban a entrar. En eso, sintió la presencia de alguien y vio a un varón que estaba ante él y con la espada desenvainada.  Josué hace una pregunta obvia: Si estaba con el pueblo o era de los enemigos.

         En la respuesta encontramos:
1.                  Príncipe del ejército de Jehová. No era un Ángel cualquiera. Era alguien que detentaba realeza. La palabra usada en hebreo es “sar” y da la idea persona jefe, capitán, caudillo, general, jefe, etc. (Strong)
2.                  Acepta la adoración. No se trata de un ángel principal, o Gabriel, ya que estos no aceptan adoración, como podemos verlo en el apocalipsis (Apocalipsis 19:10; 22:9). La palabra hebrea shakha, corresponde o indica adoración, ya que la persona se inclina ante otra.
3.                  Le indica a Josué que se saque los calzados, porque el terreno que pisaba era es Santo. Lo primero que nos recuerda es cuando el Ángel de Jehová habló desde la zarza (Éxodo 3:5).

Jueces 6:12-24
            En este pasaje encontramos que el Ángel de Jehová visita a Gedeón, porque  necesitaba enviarlo a una misión. Esto por que los hijos de Israel se habían apartado de Jehová y habían seguido a los ídolos.  Dios los apremió por la opresión de los pueblos vecinos. Los israelitas clamaron a Jehová y este los oyó. A modo de respuesta les envió un profeta para alentarles  y al Ángel de Jehová.
            ¿En que notamos que este Ángel es el mismo Jehová? En que claramente en el versículo 14, Jehová les responde a la pregunta formulada, tal vez, no la respuesta esperada. En el versículo 16 también queda claro que él es Jehová.
            Por último, el sacrificio que preparó Gedeón, era con el objeto que Dios le diese una señal  de que había estado con él y el le había encomendado  la misión de rescatar a Israel de los enemigos. Cuando el sacrificio estuvo listo,  el Ángel mismo le  indicó como debía disponerlo, de modo que con el caldo, se mojó todo, inclusive la leña.  Con sólo tocar la carne y los panes, fuego  subió de la peña, que consumió la ofrenda. 
            Podemos darnos cuenta que el Ángel era Dios mismo, ya que había aceptado el sacrificio, y además le  había visto el rostro, y Dios mismo tuvo que darle la calma y la paz, ya nadie podía ver el rostro de Dios y vivir, tal como le había dicho a Moisés, y solo le mostró su espalda (Éxodo 33:23).

Jueces 13:1-25
En la historia que nos cuenta este capítulo, es la visita del Ángel de Dios a la esposa de Manoa, que después es reconocido como el Ángel de Jehová. El le da un mensaje de parte de Dios a la mujer de Manoa, que daría a luz un hijo. Ella era estéril, por lo cual la revelación del ángel tiene que haber sido impresionante. Pero el ángel no le da tiempo a su reacción, sino que le dice que debe hacer ella durante el embarazo y cual será la condición del niño que nazca: ella no beberá nada procedente  de la vid ni sidra, y el niño será nazareo, consagrado desde el vientre de la mujer.
Manoa no estaba en el momento de la revelación, e inmediatamente oró a Jehová para que la visita se repitiese. En efecto, Dios concedió la petición de Manoa. El Ángel de Jehová volvió a manifestarse ante la mujer, y la mujer le avisó a Manoa.  Manoa le hace las preguntas respectivas,  a las cuales le responde lo mismo que ya se había dicho.
En un acto propio de los orientales, lo invita a comer del pan (su comida), pero el Ángel rehúsa hacerlo, pero le indica que si era su deseo hacer un sacrificio, que éste fuese ofrecido a Dios mismo.
Manoa le pregunta el nombre del Ángel, y este le responde de porque pregunta por su nombre, que es Admirable.  El Ángel, al igual que con Gedeón, hizo brotar fuego que consumió el holocausto y la ofrenda de harina. En un acto seguido, el Ángel sube por la misma llama y desaparece. Con este hecho, ellos se dieron cuenta que habían estado en la presencia del Ángel de Jehová, y que habían visto a Jehová.
            Cabe destacar dos situaciones  de este pasaje: La primera es cuando Manoa quiere saber el nombre del Ángel de Jehová y la respuesta que éste le da:
El versículo en sí contiene una controversia, ya que la palabra “admirable” se puede tomar en el sentido de adjetivo, por lo cual hay autores (como  Matthew Henry) que apuntan que el Ángel quiso decir que no podía decirles  el nombre, porque era demasiado sublime, admirable. Y en el modo de sustantivo (por ejemplo, William Macdonald), que corresponde al nombre en la persona, y esto lo comparan con Isaías 9:6, donde se indican los nombre del Mesías que iba a nacer. En relación a esto, podemos agregar que los orientales ponen sus nombres de acuerdo a las características de la persona, es más, vemos en la Biblia casos que sus nombres son cambiados, por ejemplo, de Jacob a Israel, de Simón a Pedro, etc.
La segunda característica, corresponde al hecho que los esposos se dieron cuenta que habían estando ante la presencia de  Jehová y tuvieron mucho temor. Pero al haber hecho el holocausto, y el haberlo aceptado, ellos no morirían, sino que habían sido llamados para un propósito.
Como reflexión, cuando los discípulos le dijeron al Señor que les mostrara al Padre, y el Señor le dice, que tanto tiempo que estaba con ellos y no lo habían reconocido. El y el Padre son uno solo.
A modo de observación: Esta vez el Ángel dirigió el holocausto a la persona misma de Jehová, lo encausó en quien debe recibir todo el honor.

1 Crónicas 21:14-30
Otra vez se muestra el Ángel de Jehová, pero esta vez ejecutando el juicio de Dios sobre Israel por el pecado cometido por David al censar a Israel. Era algo que Dios había prohibido expresamente. (cf. Número 1:2-3; 26:2-4)
El pecado consistía al enumerar al pueblo, es decir, consistía en satisfacer su amor propio, era con el propósito de averiguar el número de guerreros que podría reunir para algún plan de conquista proyectado.
            Cuando Jerusalén iba a ser destruida por el Ángel, Dios se “arrepintió”, de modo que detuvo la destrucción. David vio a este ángel con la espada desnuda en la heredad de Ornán (Arauna)  jebuseo.  El y los ancianos se inclinaron a tierra cubiertos de cilicios.
            David tuvo que adquirir esta heredad para poder hacer un altar y hacer un sacrificio y ofrendas de Paz.  Y Jehová habló desde el cielo por medio del fuego del altar del holocausto. Sólo entonces el Ángel de Jehová guardó su espada en la vaina.

Zacarías 1:9-14
            Entonces dije:   ¿Qué son éstos,  señor mío?  Y me dijo el ángel que hablaba conmigo: Yo te enseñaré lo que son éstos. Y aquel varón que estaba entre los mirtos respondió y dijo: Estos son los que Jehová ha enviado a recorrer la tierra. Y ellos hablaron a aquel ángel de Jehová que estaba entre los mirtos,  y dijeron: Hemos recorrido la tierra,  y he aquí toda la tierra está reposada y quieta. Respondió el ángel de Jehová y dijo: Oh Jehová de los ejércitos,   ¿hasta cuándo no tendrás piedad de Jerusalén,  y de las ciudades de Judá,  con las cuales has estado airado por espacio de setenta años? Y Jehová respondió buenas palabras,  palabras consoladoras,  al ángel que hablaba conmigo. Y me dijo el ángel que hablaba conmigo: Clama diciendo: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Celé con gran celo a Jerusalén y a Sion.
     Podemos notar dos características en este pasaje de Zacarías:
1.    Intercede  por Jerusalén
2.    Son dos personajes perfectamente definidos, ya que el Ángel de Jehová  plantea una pregunta a Jehová.

Zacarías 3:1-3
            Me mostró al sumo sacerdote Josué,  el cual estaba delante del ángel de Jehová,  y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda,  oh Satanás;  Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda.   ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? Y Josué estaba vestido de vestiduras viles,  y estaba delante del ángel.
                        En este cuadro tenemos  a un ángel acusador (Satanás), al Juez Jehová, y el Ángel de Jehová defendiendo a sumo sacerdote Josué. Por lo cual, tenemos  para resaltar que aquí, Jehová reprende a Satanás.  Lo interesante es ver que el Ángel de Jehová es Jehová mismo y también se llama Jehová.

EFESIOS


Capítulo 1 (Continuación)

El gozo inalterable de la naturaleza de Dios
          Observen que, en la relación de la cual hablamos aquí, la bendición está en relación con la naturaleza de Dios; por lo tanto, no se dice que somos predestinados a esto según el puro afecto de Su voluntad (Efesios 1:5). Somos escogidos en Cristo para ser bendecidos en Su presencia; es Su gracia infinita; pero el gozo de Su naturaleza no podría (ni tampoco podría la nuestra en Él) ser otro de lo que es, porque tal es Su naturaleza. La felicidad no se podría encontrar en otra parte o con otro.

Predestinados a privilegios particulares como hijos
          Pero en el versículo 5 llegamos a privilegios particulares, y somos predestinados a estos privilegios. "...habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad." Este versículo no pone ante nosotros la naturaleza de Dios, sino la intimidad, como hemos dicho, de una relación positiva. Por lo tanto, es según el puro afecto de Su voluntad. Él puede tener ángeles ante Él como siervos; pero Su voluntad fue tener hijos.

La forma y el carácter de la relación del creyente con Dios son dependientes de Su voluntad soberana
          Se podría decir quizás, que si uno es admitido a deleitarse en la naturaleza de Dios, difícilmente uno podría no estar en una relación íntima; pero la forma, el carácter, de tal relación, depende ciertamente de la voluntad soberana de Dios. Además, ya que poseemos estas cosas en Cristo, el reflejo de esta naturaleza divina y la relación de hijo van juntos, porque los dos se unen en nosotros. No obstante, debemos recordar que nuestra participación en estas cosas depende de la voluntad soberana de Dios nuestro Padre; así como los medios de compartirlas, y la manera en que las compartimos, es porque estamos en Cristo. Dios nuestro Padre, en Su bondad soberana, según Sus consejos de amor, escoge tenernos cerca de Sí mismo. Este propósito, que nos une a Cristo en la gracia, se expresa fuertemente en este versículo, así como también lo que lo precede. No sólo caracteriza nuestra posición, sino que el Padre se presenta a Sí mismo en una manera peculiar con respecto a esta relación. El Espíritu Santo no está satisfecho diciendo, "habiéndonos predestinado para ser adoptados," sino que Él agrega: "hijos suyos." Uno podría decir que esto está implicado en la palabra "adoptados." Pero el Espíritu haría una distinción especial en este pensamiento para nuestros corazones, en que el Padre escoge tenernos en una relación íntima con Él mismo como hijos. Para Él somos hijos por medio de  Jesucristo, según el puro afecto de Su voluntad. Si Cristo es la imagen del Dios invisible, nosotros llevamos esta semejanza, siendo escogidos en Él. Si Cristo es Hijo, nosotros entramos en esa relación.

La gloria de la gracia de Dios; en el Amado
          Estas son, entonces, nuestras relaciones, tan preciosas, tan maravillosas, con Dios nuestro Padre en Cristo. Estos son los consejos de Dios. No encontramos nada aún de la condición previa de aquellos que habían de ser llamados a esta bendición. Es un pueblo celestial, una familia celestial, según los propósitos y consejos de Dios, es el fruto de Sus pensamientos eternos y de Su naturaleza de amor - lo que aquí se llama "la gloria de su gracia." (Efesios 1:6) No podemos glorificar a Dios por agregar algo a Él. Él se glorifica a Sí mismo cuando Él se revela. Por lo tanto, todo esto es para alabanza de la gloria de Su gracia, según la cual Él ha actuado hacia nosotros en la gracia en Cristo; según la cual, Cristo es la medida y la forma de ella hacia nosotros, es en Él en quien la compartimos. Toda la plenitud de esta gracia se revela en Sus modos de obrar para con nosotros - los pensamientos originales de Dios, por decirlo así, que no tienen ninguna otra fuente aparte de Él mismo, y en y por medio de los cuales Él se revela a Sí mismo, y por la realización de los cuales Él se glorifica a Sí mismo. Y observen aquí, que al final del versículo 6 el Espíritu no dice 'el Cristo'. Cuando habla de Él, el Espíritu pondría énfasis en los pensamientos de Dios. Él ha actuado hacia nosotros en gracia en el Amado - en Aquel que es peculiarmente el objeto de Sus afectos. Él pone de relieve esta característica de Cristo cuando habla de la gracia conferida a nosotros en el Amado. ¿Había un objeto especial del amor, del afecto de Dios? Él nos ha bendecido en aquel objeto.

Quiénes son escogidos para ser bendecidos, y dónde
          ¿Y dónde nos encontró cuando quería ponernos en esta posición gloriosa? ¿A quién escoge Él para bendecir de esta manera? A pobres pecadores, muertos en sus delitos y pecados, a los esclavos de Satanás y de la carne.

La redención, los consejos eternos de Dios revelándole como glorioso en gracia
          Si es en Cristo que vemos nuestra posición según los consejos de Dios, es en Él también donde encontramos la redención que nos establece en ella. Tenemos redención por Su sangre, el perdón de nuestros pecados (Efesios 1:7). Aquellos a quienes Él bendeciría eran pobres y miserables por causa del pecado. Él ha actuado hacia ellos según las riquezas de Su gracia. Hemos notado ya, que el Espíritu revela en este pasaje los consejos eternos de Dios con respecto a los santos en Cristo, antes de que Él hable del tema del estado desde el cual Él los sacó, cuando los encontró en su condición de pecadores aquí abajo. Ahora se revelan todos los pensamientos de Dios con respeto a ellos en Sus consejos, en los que Él se glorifica a Sí mismo. Por lo tanto, se dice que lo que Él tuvo a bien hacer con los santos fue según la gloria de Su gracia (Efesios 1:6). Él se revela a Sí mismo en esto. Lo que Él ha hecho para pobres pecadores es según las riquezas de Su gracia. En Sus consejos, Dios se ha manifestado a Sí mismo; Él es glorioso en gracia. En Su obra, Él piensa en nuestra miseria, en nuestras necesidades, según las riquezas de Su gracia: nosotros tenemos parte en estas riquezas, como siendo el objeto de ellas en nuestra pobreza, en nuestra necesidad. Él es rico en gracia. DE esta manera, nuestra posición está ordenada y establecida según los consejos de Dios, y por la eficacia de Su obra en Cristo - nuestra posición, es decir, con referencia a Él. Si hemos de pensar aquí, donde son revelados los pensamientos y los consejos de Dios, si la remisión y la redención vienen de esto, no debemos pensar según nuestra necesidad como su medida, sino según la medida de las riquezas de la gracia de Dios.

La determinada gloria de Cristo; nuestra herencia en Él
          Pero hay más: Dios, habiéndonos puesto en esta intimidad, nos revela Sus pensamientos respecto a la gloria de Cristo mismo. Esta misma gracia nos ha hecho los depositarios del propósito establecido de Sus consejos, con respecto a la gloria universal de Cristo, para la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Este es un favor inmenso que nos concedió. Nosotros estamos interesados en la gloria de Cristo tanto como somos bendecidos en Él. Nuestra cercanía a Dios y nuestra perfección ante Él nos permite tener interés en Sus consejos con respecto a la gloria de Su Hijo. Y esto conduce a la herencia (compárese con Juan 14:28). Así Abraham, aunque en una posición inferior, era el amigo de Dios. Dios nuestro Padre nos ha permitido disfrutar de todas las bendiciones en los lugares celestiales; pero Él reunirá todas las cosas en Cristo, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra, bajo Cristo como Cabeza, y nuestra relación con todo eso es puesta  bajo Él, así como nuestra relación con Dios Su Padre, depende de nuestra posición en Él; es en Él que tenemos nuestra herencia.

La posición en virtud de la cual la herencia nos corresponde; la alabanza de Su gloria y la alabanza de la gloria de Su gracia
          El beneplácito de Dios era reunir todo lo creado bajo la mano de Cristo (Efesios 1:9 y ss.). Este es Su propósito para la administración de los tiempos en los que se manifestará el resultado de todos Sus modos de obrar[1]. Nosotros heredamos nuestra parte en Cristo, herederos de Dios, como se dice en otra parte, coherederos con Cristo. Aquí, sin embargo, el Espíritu pone ante nosotros la posición en virtud de la cual nos ha tocado la herencia, más bien que la herencia misma. Él lo atribuye también a la soberanía de Dios, como hizo antes con respecto a la relación especial de hijos para con Dios. Observen también aquí, que en la herencia seremos para alabanza de su gloria; así como en nuestra relación con Él somos para alabanza de la gloria de Su gracia. Manifestados en posesión de la herencia, seremos la exhibición de Su gloria hecha visible y vista en nosotros; pero nuestras relaciones con Él son el fruto, para nuestras propias almas, con Él y ante Él, de la gracia infinita que nos ha introducido allí y nos ha capacitado para ellas.

 La gloria concedida en Cristo como hombre; los creyentes Judíos en Cristo antes de que Él regrese, y el remanente Judío en los últimos días
         Tales son, entonces, los consejos de Dios nuestro Padre con respecto a Cristo, en lo que se refiere a la gloria conferida a Él como hombre. Él reunirá todas las cosas en Él como Cabeza de ellas. Y como es en Él en quien tenemos nuestra posición verdadera con respecto a nuestra relación con Dios el Padre, así también es con respecto a la herencia concedida a nosotros. Estamos unidos a Cristo en relación con lo que está arriba; asimismo lo estamos con respecto a lo que está abajo. El apóstol habla aquí primeramente de Cristianos Judíos, que han creído en Cristo antes de que Él se manifieste; este es el significado de: "nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo." (Efesios 1:12). Si puedo aventurar usar una nueva palabra, «que 'PRE-confiábamos' en Cristo» - es decir, que confiaban en Él antes de que Él apareciera. El remanente de los Judíos en los últimos días creerá (como Tomás) cuando Le vean. Bienaventurados los que no vieron, y creyeron. El apóstol habla aquí de aquellos que de entre los judíos ya habían creído en Él.
 Sellados con el Espíritu Santo de la promesa
          En el versículo 13, él extiende la misma bendición a los Gentiles, lo que da ocasión para otra preciosa verdad con respecto a nosotros - algo que es verdadero de todo creyente, pero que tenía una fuerza especial con respecto a aquellos de entre los Gentiles. Dios había puesto Su sello en ellos por medio el don del Espíritu Santo. Ellos no eran herederos de las promesas según la carne; pero, cuando creyeron, Dios los selló con el Espíritu Santo de la promesa, que es "las arras de nuestra herencia," tanto de uno como del otro, Judíos y  Gentiles, hasta que la redención de la posesión adquirida por Cristo le sea entregada a Él, hasta que Él tome, de hecho, posesión de ella por Su poder - un poder que no permitirá subsistir a ningún adversario. Observen que el tema no es aquí el del nuevo nacimiento, sino que el de un sello puesto en los creyentes, una demostración y garantía de la futura plena participación en la herencia que pertenece a Cristo - una herencia a la que Él tiene derecho mediante la redención, por medio de la cual Él ha comprado todas las cosas para Sí mismo, pero de las cuales Él solamente se apropiará por Su poder, cuando habrá reunido a todos los coherederos para disfrutarlas con Él.

El Espíritu Santo como las arras (la garantía) de la herencia no poseída aún
         El Espíritu Santo no es las arras del amor. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Dios nos ama como nos amará en el cielo. El Espíritu Santo no es más que una garantía de la herencia. Aún no poseemos nada de la herencia. En aquel entonces seremos para alabanza de Su gloria. La gloria de Su gracia ya es revelada.
         De esta forma, tenemos aquí la gracia que ordenó la posición de los hijos de Dios- los consejos de Dios con respecto a la gloria de Cristo como Cabeza sobre todo - la parte que tenemos en Él como Heredero - y el don del Espíritu Santo a los creyentes, como las arras y el sello (hasta que ellos sean puestos en posesión con Cristo) de la herencia que Él ha ganado.

La oración del apóstol basada en el poder de Dios en la resurrección de Cristo; sus dos partes
          Desde el versículo 15 hasta al final, tenemos la oración del apóstol por los santos, emanando de esta revelación - una oración basada en la forma en que los hijos de Dios han sido traídos a sus bendiciones en Cristo, y conduciéndonos así a la verdad completa en cuanto a la unión de Cristo y la asamblea, y el lugar que Cristo toma en el universo que Él creó como Hijo, y que Él reasume como hombre; y sobre el poder mostrado al ponernos, así como también a Cristo mismo, a la altura de esta posición que Dios nos ha dado en Sus consejos. Esta oración está fundamentada sobre el título de "Dios de nuestro Señor Jesucristo"; la oración del capítulo tres se fundamenta sobre el título del "Padre de nuestro Señor Jesucristo." Allí es más comunión que consejos. Dios es llamado aquí, el Padre de gloria, como siendo su fuente y autor. Pero no solamente se dice, "El Dios de nuestro Señor Jesucristo," sino que veremos también que Cristo es visto como hombre. Dios ha operado en Cristo (v.20), Él lo ha resucitado de los muertos - ha hecho que Él se siente a Su diestra. En una palabra, todo lo que le sucedió a Cristo es considerado como el efecto del poder de Dios que lo ha realizado. Cristo pudo decir, "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré," porque Él era Dios; pero aquí Él es considerado como hombre; es Dios quien Lo resucita.
         Hay dos partes en esta oración: primero, para que ellos puedan entender lo que son el llamamiento y la herencia de Dios; y en segundo lugar, lo que es el poder que los pone en posesión de lo que este llamamiento les confiere - el mismo poder que coloca a Cristo a la diestra de Dios, después de haberlo levantado de entre los muertos.
 Se nos da a comprender estas dos cosas: nuestro llamamiento de Dios y la herencia
         En primer lugar (Efesios 1: 17, 18), la comprensión de las cosas que nos ha dado. Me parece que encontramos las dos cosas que, en la parte anterior del capítulo, hemos visto que es la porción de los santos - la esperanza del llamamiento de Dios, y la gloria de Su herencia en los santos. Lo primero está asociado con los versículos 3 al 5, es decir, nuestro llamamiento; lo segundo lo tenemos en el versículo 11, la herencia. En lo primero hemos encontrado la gracia (es decir, Dios actuando hacia nosotros porque Él es amor); en lo último, la gloria - el hombre manifestado como disfrutando de los frutos del poder y los consejos de Dios en Su persona y herencia. Dios nos llama para estar ante Él, santos y sin mancha en amor, y al mismo tiempo para ser Sus hijos. La gloria de Su herencia es la nuestra. Noten que el apóstol no dice 'nuestro llamamiento', aunque nosotros somos los llamados. Él caracteriza este llamamiento relacionándolo con Él, que es el que llama para que podamos comprenderlo según su propia excelencia, según su verdadero carácter. El llamamiento es según Dios mismo. Toda la bienaventuranza y el carácter de este llamamiento son según la plenitud de Su gracia - son dignos de Él. Esto es lo que esperamos. También es Su herencia, como la tierra de Canaán era Suya, como Él había dicho en la ley, y que, no obstante, Él heredó en Israel. Aun así, la herencia del universo entero, cuando será llenado de gloria, pertenece a Él, pero Él la hereda en los santos. Son las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos (Efesios 1:18). Él llenará todas las cosas con Su gloria, y es en los santos dónde Él las heredará. Éstas son las dos partes de la primera cosa hacia la cual habían de ser abiertos los ojos de los santos. Somos llamados por el llamamiento de Dios a disfrutar de la bienaventuranza de Su presencia, cerca de Él, a disfrutar de lo que está más alto que nosotros. La herencia de Dios se aplica a lo que está debajo de nosotros, a cosas creadas, que son todas sometidas a Cristo, con quien, y en quien, disfrutamos de la luz de la presencia de Dios cerca de Él. El deseo del apóstol es que los Efesios entiendan estas dos cosas.

La oración de Pablo para que podamos conocer el poder ya manifestado; el lugar justo y glorioso dado a Cristo como hombre; la Cabeza del cuerpo; la unión con Cristo es la maravillosa porción de los santos
          La segunda cosa que el apóstol pide para ellos es, que conozcan el poder ya manifestado, que ya había obrado para situarlos en esta posición bendita y gloriosa (Efesios 1: 19-23). Porque, así como fueron introducidos por la gracia soberana de Dios en la posición de Cristo ante Dios Su Padre, así también la obra que ha sido hecha en Cristo, y la exhibición del poder de Dios que tuvo lugar al levantarlo desde el sepulcro a la diestra de Dios el Padre sobre todo nombre que se nombra, son la expresión y el modelo de la acción del mismo poder que obra en nosotros los que creemos, el cual nos ha levantado de nuestro estado de muerte en el pecado para tener parte en la gloria de este mismo Cristo. Este poder es la base de la posición de la asamblea en su unión con Él y del desarrollo del misterio según los propósitos de Dios. Cristo en persona, resucitado de entre los muertos, está sentado a la diestra de Dios, mucho más alto que todo poder y autoridad, y sobre todo nombre que se nombra entre las jerarquías por las que Dios administra el gobierno del mundo que ahora existe, o entre aquellas del mundo venidero. Y esta superioridad existe, no sólo con respecto a Su divinidad, cuya  gloria no cambia, sino con respecto al lugar dado a Él como hombre; porque hablamos aquí - como hemos visto - del Dios de nuestro Señor Jesucristo. Es Él quien Lo ha levantado de la muerte, y quien Le ha dado gloria y un lugar sobre todo; un lugar del que, sin duda, Él era digno personalmente, pero que Él recibe y debe recibir, como hombre, de la mano de Dios, quien Lo ha establecido como Cabeza sobre todas las cosas, uniendo a la asamblea a Él como Su cuerpo, y levantando a los miembros de su muerte en los pecados por el mismo poder con que levantó y exaltó a la Cabeza - dándoles vida juntamente con Cristo, y sentándolos en los lugares celestiales en Él, por el mismo poder que Lo exaltó. Así, la asamblea, Su cuerpo, es Su plenitud. En realidad, es Él quien llena todas las cosas en todo, pero el cuerpo forma el complemento de la Cabeza. Es Él, porque Él es Dios así como hombre, quien llena todas las cosas en todo - y esto, ya que Él es hombre, según el poder de redención, y de la gloria que Él ha adquirido; para que el universo que Él llena de Su gloria la disfrute según la estabilidad de esa redención del poder y efecto de los cuales nada podía separarlos[2]. Es Él, repito, quien llena el universo con Su gloria; pero la Cabeza no está aislada, dejada, por decirlo así, incompleta como tal, sin Su cuerpo. Es el cuerpo el que Lo completa en esa gloria, así como un cuerpo natural completa a la cabeza; pero no para ser la cabeza o dirigir, sino para ser el cuerpo de la cabeza, y que la cabeza deba ser la cabeza de su cuerpo. Cristo es la Cabeza del cuerpo sobre todas las cosas. Él llena todas las cosas en todo, y la asamblea es Su plenitud. Éste es el misterio en todas sus partes. Por consiguiente, podemos observar que es cuando Cristo (habiendo consumado la redención) fue exaltado a la diestra de Dios, que Él toma el lugar en el cual Él puede ser la Cabeza del cuerpo.
          Maravillosa porción de los santos, en virtud de su redención, y del poder divino que operó en la resurrección de Cristo, cuando Él había muerto bajo nuestras transgresiones y pecados, y Lo sentó a la diestra de Dios: ¡una porción que, excepto Su posición personal a la diestra del Padre, también es nuestra por medio de nuestra unión con Él!


[1] Será un espectáculo grandioso, como resultado de los modos de obrar de Dios, ver todas las cosas reunidas en perfecta paz y unión bajo la autoridad del hombre, del segundo Adán, el Hijo de Dios; estando nosotros asociados con Él en la misma gloria con Él, Sus compañeros en la gloria celestial, objetos de los consejos eternos de Dios. No entraré aquí en detalles acerca de esta escena, porque el capítulo que estamos considerando dirige nuestra atención a las comunicaciones de los consejos de Dios respecto a ella, y no a la escena misma. El estado eterno, en el que Dios es todo en todos, es otra cosa. La dispensación, o más bien administración (N. del T.: en el comentario original en inglés se utiliza la palabra "administración") del cumplimiento de los tiempos es el resultado de los modos de obrar de Dios en el gobierno; el estado eterno, el de la perfección de Su naturaleza. Nosotros, incluso en el gobierno, somos presentados como hijos según Su naturaleza. ¡Maravilloso privilegio!

[2] Comparen con el capítulo 4: 9,10: y esta introducción de la redención, y el lugar que Cristo ha tomado como Redentor, como llenando todas las cosas en todo, es de mucho interés.

Discipulado: Yo Primero


EL CRISTO DE ISRAEL
El Señor Jesús es nuestro Maestro. Tiene autoridad sobre aquellos que creen en él. ¿Cuál es el significado de su autoridad en nosotros? Pensemos en esta pregunta.
Todos aquellos que somos salvos somos discípulos de Cristo y estamos en el mundo para representarlo. Tenemos muchas pruebas y con frecuencia somos probados y queremos estar seguros de que sabemos lo que hacemos ¿Quién nos dice lo que debemos hacer? ¿Quién nos muestra el camino a seguir? Debemos pensar muy cuidadosamente acerca del Señor Jesús y lo que dijo en Mateo 16:1-18.
Los fariseos y saduceos eran los maestros religiosos de aquellos días y leemos en estos versículos que ellos discutían con Cristo. Los fariseos pensaban que ellos eran muy espirituales. Ellos eran los maestros de la Biblia y eran muy cuidadosos de sus enseñanzas, aún de pequeñas cosas y creían que eran hombres muy correctos y que sus enseñanzas eran realmente buenas.
Los saduceos creían que ellos eran muy inteligentes, pero pensaban más en las cosas de este mundo. Ellos no creían en la existencia de ángeles, ni demonios, ni en la resurrección, y no se preocupaban de las cosas espirituales. Leemos acerca de estas dos clases de hombres en Mateo 16 y gente como ellos existen hoy día. Ellos discuten y quieren ver señales. Y quieren que el Señor Jesús razone con ellos acerca de Dios. Quieren que el conteste sus pequeñas preguntas.
Los saduceos trajeron su historia de la mujer cuyo marido había muerto. Ella había sido sucesivamente esposa de sus hermanos hasta tener siete maridos. De acuerdo con la ley de Moisés, esto era correcto. Si el esposo de una mujer moría sin dejar hijos, el hermano del muerto debía casarse con la viuda (Deuteronomio 25:5). De allí fue que ellos sacaron su historia. Ellos trataron con frecuencia de atrapar al Señor Jesús con sus preguntas. Querían discutir y razonar y el Señor estaba cansado de sus pláticas y sus argumentos. Esto era lo que estaba pasando en Mateo 16.
Tanto fariseos como saduceos discutían con frecuencia acerca de cosas sin importancia, sin llegar nunca a una con­clusión. Hoy también sucede lo mismo. La gente habla y habla sin concluir nada. Aquellos hombres podían pasar meses o años discutiendo acerca de pequeños detalles relativos al sábado o a lo que un hombre podía caminar el día de reposo (Éxodo 20:10). El Señor Jesús estaba cansado con todo eso y lo llamó "las enseñanzas de los fariseos y los saduceos," no las enseñanzas de las Escrituras. Siempre discutiendo, buscando señales, haciendo pequeñas diferen­cias de significado de diferentes palabras, razonando sin en­contrar una respuesta. Sabemos esto porque le preguntaron acerca de las mismas cosas al principio de su ministerio y también al final de el, sin lograr una respuesta. Y cuando les fue dada la respuesta, no la querían aceptar. El Espíritu de Dios nos muestra cómo fueron los fariseos y saduceos para que podamos entender por qué el Señor enseñó en la manera como hizo en los versículos más adelante en este capítulo.
El Señor Jesús dijo entonces: "Guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos." La levadura es como una cosa mala que se esparce entre la gente. La gente que nos rodea discute y razona acerca de cosas de las cuales debemos tener cuidado. Esta manera de pensar es como levadura que salpica todas las cosas. ¿Significa esto que los mismos discípulos de Cristo podían ser contaminados al discutir como ellos? Sí. Ellos estaban en peligro y cuando el Señor Jesús dijo: "Guardaos," quería decir que estaban en peligro. Nosotros también debemos guardarnos. No debemos pensar como la gente del mundo que nos rodea. De nada sirve pen­sar en forma mundana porque el mundo no sabe lo que pien­sa. La gente dice que no debemos aceptar ciegamente las enseñanzas de personas que vivieron hace tanto tiempo; pero no debemos participar de sus puntos de vista.
Veamos lo que dice el versículo 13 de Mateo 16. El Señor Jesús pregunta a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" ¿Está el Señor hablando de otro tema? No. El tema es el mismo. En la primera parte de este capítulo vemos a los hombres haciendo preguntas, discutien­do, razonando y distorsionando el significado de las palabras. Algunos de ellos amaban las cosas materiales del mundo y algunos pensaban más acerca de Dios, de los ángeles, y de cosas que no se pueden ver, pero ninguno de ellos estaba seguro de conocer la verdad acerca de Dios. En la Biblia, el Espíritu Santo puso a estos hombres con sus argumentos a la par con la pregunta, acerca de si mismo, que el Señor hiciera a sus discípulos; para enseñarnos una impor­tante lección. Las dos pudieron haber sucedido en tiempos diferentes, pero aquí están unidas para enseñarnos algo. El Señor Jesús dijo: "¿Quién creen los hombres que soy yol" Tiene algo que ver esta pregunta con los hombres que estaban siempre discutiendo? Creemos que sí. Nosotros creemos y obedecemos las enseñanzas del Señor Jesús, si El es realmente nuestro Señor. No cuestionamos ni discutimos con alguien que es Señor. Tenemos respuestas a nuestras pregun­tas y todas las cosas son claras cuando le llamamos Señor, y sabemos que él es el Señor de nuestros corazones.
El dijo: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" Diferentes personas tenían diferentes ideas. Algunos decían que era Juan el Bautista. Por ejemplo, Herodes dijo esto. El había matado a Juan y su conciencia lo acusaba cuando oyó de los milagros que Jesús hacía. Mató a Juan el Bautista por­que había prometido a la hija de Herodías darle lo que pidiera. Se sentía culpable y decía: Este debe ser Juan Bautista a quien yo maté y quien ha resucitado de los muer­tos. Algunos pensaban que era Elias, Jeremías, o alguno de los profetas.
Entonces el Señor Jesús hizo la pregunta directa a sus discípulos: "¿Quién dicen ustedes que soy yo?" En palabras de hoy diríamos: "Díganme claramente qué piensan acerca de mí. No importa si la gente dice que soy Elias, Juan o Jeremías, ¿quién soy yo para usted ahora? ¿Qué piensa usted acerca de mí?" Este es el significado de estos versículos y es muy importante lo que nosotros pensemos acerca de él.
Debemos pensar cuidadosamente acerca de esto y entenderlo bien. ¿Quién y Qué es Cristo para nosotros? No significa esto, ¿Qué dice la Biblia acerca de él?, sino ¿Qué lugar ocupa él en mi vida? ¿El es solamente una persona acer­ca de la cual hemos leído u oído hablar? ¿Es él una persona que murió en la cruz y nosotros creemos y aceptamos el hecho como tal o es él realmente una persona viva para nosotros? Recuerde que unos dijeron una cosa y otros, otra. Ahora, él pregunta: "¿Y tú, qué dices? ¿Qué soy yo para ti? Entonces Pedro dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Vivo."
¿Qué significa la respuesta de Pedro? El dijo: Tú eres el Cristo. Pedro era judío y sabía por las Escrituras lo que significaba la palabra Cristo y era precisamente Ungido, "Ungido por Dios". Pedro sabía que aquel a quien Dios había ungido tenía toda autoridad y poder de Dios para hacer todo lo que Dios había planeado. El tenía autoridad sobre todas las naciones y gobernaría sobre ellas. Y ellas debían obedecerle. No hay otra persona tan grande como él. No hay otro que gobierne con él. El es el único Señor. Y así Dios va a ejecutar todas las cosas que ha planeado sobre la base del Señor Jesucristo, su muerte y su resurrección. Cristo no era uno de los ungidos, o una persona ungida sino el ungido.
Tres clases de personas eran ungidas en el Antiguo Testamento. El profeta era ungido. El profeta anunciaba la palabra de Dios al pueblo y el mensaje de Dios venía a través de él. El Señor Jesús era profeta, ungido de Dios. El sacerdote también era ungido en el Antiguo Testamento. El sacerdote ofrecía animales como sacrificio para cubrir los pecados del pueblo y acercarlos a Dios. Pero primero el profeta mostraba al pueblo sus pecados, les hacía sentir vergüenza, los llamaba al arrepentimiento, y a que se pusieran en paz con Dios. El tercer ungido era el rey. El rey gobernaba al pueblo que se arrepentía de sus pecados por los cuales se habían ofrecido sacrificios y que estaban así listos para obedecer a Dios. El profeta, el sacerdote y el rey eran las personas ungidas en el Antiguo Testamento. Y Cristo es Profeta, Sacerdote y Rey.
Cristo es profeta de Dios. Él anuncia la palabra de Dios con toda autoridad divina. Pablo escribió a Timoteo y a los Tesalonicenses y les dijo: "Recuerden los mandamientos que yo les di." Pablo escribió guiado por el Espíritu Santo; así que sus mandamientos eran dados con autoridad divina. Por naturaleza al hombre no le gusta recibir órdenes de otros y prefiere elegir él mismo lo que quiere hacer. Pero la Palabra de Dios no habla en estos términos. Sabemos que la palabra de Dios es un mandamiento o una orden cuando vemos que el Eterno Dios ha hablado a través de su profeta ungido, es decir, Su Hijo. El hombre natural no obedece a Dios. La Biblia dice que estábamos muertos espiritualmente a causa de nuestra desobediencia y de que nuestros pecados nos guiaban por el camino del mal. Satanás puede tomar el con­trol sobre mí si yo rehúso aceptar el control de Dios y no le obedezco. Debemos entender esto claramente. Debemos obedecer a Dios y rendirnos a su Palabra la cual llega a nosotros a través de Cristo o el diablo llegará a controlarnos. Podemos estar seguros de que Satanás no puede controlar­nos tan solo cuando obedecemos a Dios.
Recordemos lo que sucedió en el Huerto del Edén. Satanás preguntó: "¿Ha dicho Dios...?" El hizo una pregunta acerca de la autoridad de Dios. ¿Cuestionamos nosotros la autoridad divina? Si lo hacemos, Satanás toma el control de nuestra vida trayendo consigo destrucción y muerte. La Biblia dice que la muerte gobernó sobre todos los hombres desde Adán hasta Moisés, Romanos 5:14. Esto quiere decir que el hombre no obedecía la Palabra de Dios. No podemos escapar a la autoridad de Satanás y a su gobierno si desobedecemos a Dios. Esta es la razón por la cual el Apóstol
            Pablo dice con frecuencia que debemos hacer lo que Dios dice. El Señor Jesús dijo que conoceríamos la verdad y que la verdad nos haría libres, Juan 8:32 y que si el Hijo nos liber­tare seríamos verdaderamente libres, Juan 8:36. "¿Qué es la verdad?" Es la verdad de la Palabra de Dios. La verdad de la Palabra de Dios nos libra de la autoridad del diablo. La ver­dad de Dios nos protege. Hay una pregunta en el Salmo 119:9: "¿Con qué limpiará el joven su camino?" Y la respuesta es leyendo y obedeciendo la Palabra de Dios.
Los fariseos no querían obedecer a Dios. Ellos discutían y razonaban acerca de Dios pero decían: "No queremos que él nos gobierne" Lucas 19:14. Ellos querían hablar y discutir solamente. Eso era lo que Nicodemo quería hacer cuando vino a encontrarse con Jesús. El dijo: "Sabemos que eres un maestro venido de Dios." El quería decir: "Tú eres un maestro y yo también lo soy. Hablemos un rato." El Señor Jesús lo detuvo y le dijo: "Tú necesitas nacer de nuevo." Leemos acerca de la mujer samaritana en Juan 4. El Señor Jesús no la detuvo mientras ella hablaba como detuvo a Nicodemo.
El Señor Jesús preguntó, "¿Quién creen ustedes que soy yo?" Pedro contestó: "Tú eres el Cristo." El quería decir: "Tú eres el Profeta de Dios, ungido por él, alguien que habla las palabras de Dios con toda autoridad y que nos dice lo que Dios quiere que sepamos."
Los profetas decían: "El Señor dice..." Y luego daban el mensaje del Señor. El Señor Jesús era diferente. El era la Palabra de Dios. El nos mostró cómo es Dios en todo lo que hizo y dijo y mostró cómo es Dios en todos los aspectos de su vida. Pedro quiso decir: "Tú eres el Ungido de Dios, Tú eres el profeta y todos los hombres deben oír cuando tú hablas." En el Antiguo Testamento el profeta Natán dijo al rey David: "Tú eres el hombre," y David se detuvo inmediatamente, 2 Samuel 12:7. Esto demuestra la autoridad de la Palabra de Dios.
El sacerdote y el rey también tenían su lugar en el Antiguo Testamento. Pedro dijo: "Tú eres el profeta, ungido de Dios, sacerdote y rey." Entonces el Señor Jesús le dijo a Pedro: "Tú no sabes esto por un razonamiento de tu inteligencia; ningún hombre te ha dicho esto, ni lo aprendiste hablando y razonando como los fariseos. Mi Padre te lo ha revelado." Entonces Pedro dijo: "Para mí, tú eres el único que habla con autoridad de Dios." Porque Dios le había enseñado esta im­portante verdad.
Pedro le dijo, "Tú eres el Hijo del Dios vivo." Y luego el Señor replicó, "Has dicho la verdad, pero te diré algo más: Yo construiré mi iglesia sobre la verdad que acabas de decir."
Es tiempo de que discutamos menos y nos inclinemos más en la presencia de Dios. Debemos preguntarnos qué es Cristo para nosotros, qué pensamos acerca de él y si él es la persona más importante en nuestra vida. El es el Ungido de Dios, el profeta de Dios y por lo tanto debemos oír su Palabra y estar atentos a ella. Leemos en el libro de Job que él se detuvo en sus razonamientos y dijo: "Yo he hablado, pero ya no hablaré más. Yo he oído acerca de ti, pero ahora te veo y me arrepiento " Job 40:5 y 42:5-6. Y en Isaías 6:5 leemos que el dijo: "Ay de mí porque estoy perdido, porque soy un hom­bre de labios impuros." Así, todo hombre cristiano debe humillarse delante de él. Nosotros necesitamos saber qué es Cristo para nosotros personalmente. No es tan importante lo que hayamos leído u oído acerca de él en las reuniones en la iglesia. Pero sí es importante lo que él sea para nosotros per­sonalmente. ¿El es nuestro maestro? ¿Obedecemos a su Palabra más que a la palabra de cualquier otro? ¿Deseamos conocer lo que Dios nos dice más que lo que dice otra per­sona? Y lo que es más importante, ¿hacemos lo que él quiere que hagamos?
Quizás, Dios nos ha hablado a través de estas palabras. Quizás queramos saber más acerca de la autoridad del Señor Jesucristo en nuestras vidas. El nos pregunta: "¿Qué soy para ti? Y quizás digamos: "El es todo para mí." Es fácil, en realidad, muy fácil decir esto, pero otra cosa es vivir cada día de acuerdo a estas palabras. Recordemos que él es Cristo, el Ungido de Dios que tiene autoridad sobre nosotros. Esta es la base de su obra en nuestra vida durante la era de la iglesia. El es nuestro rey y gobierna sobre nosotros y nosotros somos sus siervos y debemos obedecerle.

Paz Con Dios


Capítulo 2
Pero ¿cómo puede Dios hacerlo? El Señor Jesucristo se encargó de esta obra. Dicen algunas personas que las buenas obras nos hacen dignos del favor de Dios. Pero la vida de Jesús no borró un solo pecado. Fue una vida perfecta, divina, amable y cariñosa hasta lo infinito. Cada paso que el Señor Jesús dio sobre la tierra fue consagrado a la gloria de Dios. El oraba toda la noche en la cumbre de la montaña; pero Sus oraciones no expiaron nuestros pecados; y no obstante, hay quienes piensan que por las oraciones de ellos podrán ser justificados. Jesús derramó lágrimas sobre Jerusalén; pero no fueron sus oraciones, aunque preciosas y perfectas, ni sus lágrimas, aunque amorosas y compasivas, las que pudieron lavarnos de nuestros pecados. Únicamente su sangre preciosa fue la que pudo lavar nuestras culpas, pagar el precio de nuestra salvación. No son las oraciones, ni las lágrimas, ni las buenas obras, ni el cambio de costumbres, lo que nos salva; únicamente "la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado".
El Señor Jesús se hizo el Obrador de la paz. Nosotros no podemos hacer la paz, pero, según las Escrituras, Jesús hizo la paz "mediante la sangre de su cruz" (Col. 1:20). La paz fue hecha una vez para siempre por el Señor Jesucristo en la cruz del Calvario. Sus palabras al exhalar el último suspiro, fueron éstas: "Consumado es". Nadie sino El podía decir tales palabras. El tomó el cáliz de la ira que Dios, obrando conforme a su justicia, le presentó; y llevándolo a sus labios, lo bebió hasta la última gota. ¡Qué Salvador tenemos!
Nunca fue tan querido del corazón de Dios como en ese momento, y con todo. Dios lo abandonó. De sus labios salió aquel amargo lamento: "Dios mío. Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Y los cielos se oscurecieron y el sol dejó de brillar.

"No comprendo. Fue demasiado fácil"
Algunos nos dicen: "No comprendo vuestro evangelio; ustedes dicen: 'Crean solamente'. Me parece una cosa demasiado fácil." Tal afirmación la he oído en muchas otras partes del mundo; brota naturalmente del corazón humano. Pero, es mejor que reflexiones, que pienses bien: ¿fue una cosa demasiado fácil? El Señor Jesús descendió del cielo a la tierra. ¡Qué viaje! A más de esto, caminó a la cruz. ¡Observa muy bien! ¡Cumplió la pena, entregó su vida, bajó al polvo de la muerte! ... ¡Oh querido amigo mío! ¿Será posible que tú también seas capaz de decir que la salvación es demasiado fácil? ¡No! Tus buenas obras no pueden mezclarse con el valor expiatorio de la sangre de Jesús en el asunto de la salvación de tu alma. Depende únicamente de Cristo y su obra en la cruz del Calvario.
El Señor Jesucristo, habiendo hecho la paz por la sangre de su cruz (véase Colosenses 1:20), bajó al sepulcro; pero Dios le resucitó de los muertos y ahora está "anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo" (Hechos 10:36).

En los umbrales de la paz eterna
Pero, ¿cómo podemos entrar en el gozo de la paz? Mediante Jesucristo: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo" (Hechos 16:31). "A éste dan testimonio todos los profetas, de que todos los que en El creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre" (Hechos 10:43). Jesús lo hizo todo. El dijo de sí mismo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida". Todo se hace por Cristo, y el alma, desde el momento que confía en Jesús, puede gozar los frutos de la paz con Dios, mediante el Salvador, Jesucristo.
Piensa por unos instantes sobre el cuarto capítulo de la epístola a los Romanos. En este capítulo encontrarás que Abraham fue justificado por la fe, sin obras. Abraham creyó a Dios, dice el pasaje de la Escritura, "y le fue contado por justicia"; y luego continúa: "Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en El que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación" (4:23- 25, Revisión de 1960).
Este último versículo nos habla de dos cosas: de la muerte de Jesús, y de su resurrección. Dice en primer término: "El fue entregado por nuestras transgresiones". Esto es lo que puede afirmar todo creyente. Y no sólo él, sino cualquiera de los que lean este folleto pueden decir: "Recibo sinceramente a Jesús por mi Salvador", y está autorizado a dirigir una mirada retrospectiva (mirar al tiempo pasado) a la cruz, diciendo con todos los cristianos que han existido desde entonces hasta la actualidad: "Fue entregado por nuestras transgresiones".

¿Por cuántos pecados?
Permíteme dirigirte una pregunta: ¿Por cuántos de tus pecados fue entregado el Señor Jesucristo? El fue entregado por nuestros pecados. ¿Por cuántos? Aún no habíamos nacido cuando Cristo murió en la cruz. La historia de nuestras vidas pertenecía al futuro. Pero Dios conocía todos nuestros pasos y El entregó a Cristo por nuestros pecados. ¿Por cuántos? Respóndeme conscientemente a esta pregunta. Si examinamos las escrituras hallaremos escrito en ellas: "La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:7). Dios tomó la totalidad de nuestros pecados, todas las responsabilidades en que incurrimos desde la cuna hasta el sepulcro, y colocó la acumulada carga sobre la cabeza de nuestro sustituto y Salvador, el Señor Jesucristo; el cual se sujetó a todo, sufriendo el juicio en nuestro lugar, dando plena satisfacción a Dios, y libertando así para siempre al pecador que cree en El.
Querido amigo, que tu alma medite en esta verdad: de que todos tus pecados fueron cargados por Jesús, sobre la cruz del Calvario, hace más de mil años. "El fue entregado por nuestros pecados". Cargó con todos ellos, y exclamó triunfante al morir: "Consumado es", inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Fue puesto en un sepulcro prestado, y allí permaneció hasta que resucitó triunfante ¿Quién le resucitó de los muertos? La Escritura nos dice: "Dios le levantó de los muertos" (Hechos 13:30). Pero ¿por qué Dios lo hizo? ¿Por qué lo levantó de los muertos? La contestación es muy sencilla: Porque la obra estaba hecha con toda perfección. Dios quedaba satisfecho con lo que se había realizado. ¿No es suficientemente claro este punto, amigo mío? Si el Señor Jesús no hubiese llevado a cabo la obra, si no hubiese expiado la totalidad de los delitos que tomó sobre sí en la cruz, no podía, en justicia, haber sido resucitado de los muertos; pero resucitó, porque la obra quedó hecha con toda fidelidad y perfección.

La ley del Leproso y su purificación.


Prueba de lepra
Busquemos el sentido espiritual de este notable aspecto del diagnóstico sacerdotal y de la duda que po­dría surgir en cuanto a los síntomas de la enfermedad. ¿No puso Dios al hombre bajo vigilancia? ¿No le ha dado toda posibilidad de demostrar que no estaba ata­cado de "lepra"? La misma Biblia contesta.
Después de la primera manifestación del pecado, en el Jardín de Edén, que trajo la muerte a toda la raza humana, Dios puso al hombre a prueba provisto enton­ces de una conciencia por guía: ésta no impidió a Caín matar a su hermano Abel. Transcurrió el tiempo, Dios miró a la tierra; no había cosa ilesa en ella: "toda carne había corrompido su camino" (Génesis 6,12), y no hubo otra alternativa que destruir el mal por el diluvio. Una sola familia fue salvada: Noé y los suyos, pero no esta­ba inmune. Y otra prueba empezó; apareció una nueva clase de lepra que no tardó en cubrir la tierra: la idola­tría; detrás de los ídolos, Satanás se hizo adorar. En­tonces Dios llamó a Abraham y a sus descendientes, los apartó de las naciones idólatras; pero ¡ah! la misma mancha apareció. Raquel, la esposa de Jacob, la tenía escondida (Génesis 31,32-35). Se extendió más y más (Génesis 35,2-4), y al final, invadió a todo el pueblo de Israel: "escogeos hoy a quien sirváis —dice Josué— si ¿i los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuan­do estuvieron desotra parte del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis... quitad, pues ahora, los dioses ajenos que están entre vosotros" (Jo­sué 24.15-23).
Una nueva prueba hizo Dios dando la Ley al hom­bre para que éste tratara de mejorarse; sin embargo ésta no prestó ningún socorro. Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres por ver si había algún entendido que buscara a Dios. . . y he aquí lo que de­claró: "todos se desviaron, a una se corrompieron..." (Salmo 14,2-3), "desde la planta del pie hasta la cabe­za, no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y po­drida llaga; no están curadas ni vendadas, ni suaviza­das con aceite..." (Isaías 1,6). La Ley no tenía los recursos para sanar las heridas: sacerdotes y levitas pa­saron de largo del herido (Lucas 10,31-32) y tampoco tenía el poder de cambiar el corazón del pecador (Jere­mías 17,9); por la Ley el pecado fue hecho sobremanera pecante (Romanos 7,13).
Por último una nueva prueba tuvo lugar: Dios en­vió a su Hijo bien-amado. Pero ¿quién lo hubiera creí­do? Apareció entonces la "lepra" más horrible que ja­más hubo: el hombre dio muerte al Señor. Las pruebas habían concluido, los resultados son terminantes; era inútil probar al hombre por más tiempo. En la inocen­cia, con su conciencia, con las promesas de Dios, con la Ley, con la presencia de Cristo en el mundo, con la gracia actual o con la gloria milenial futura, bajo esta séptuple prueba, el hombre en Adam no sana su "lepra" ni cambia su naturaleza: es pecador, sentenciado a muer­te, desechado. No hay más nada que decir: el gran Sa­cerdote ha declarado inmundo a todos los miembros de la raza humana... y a ti también, lector.
Sí, amigo lector, el gran Sacerdote te mira, escucha lo que te dice; te declara pecador perdido; no puedes replicar nada, y lo mejor que puedes hacer, es recono­cer tu estado pecaminoso. Has sido llevado ante la mira­da de Dios: El te vio, vio que la llaga de tu cuerpo era lepra, pero vio también que "el vello que brota de ti se había vuelto blanco" (vers. 4). ¿Qué significa esto? Que de ti sólo brota la muerte, a la que seguirá el jui­cio, y después de éste, la muerte segunda (Apocalipsis 20,14).

Gravedad del mal
Amigo, oye algo más todavía: "parece la llaga más profunda que la piel de la carne..." Pues, no es sola­mente un mal superficial el que te ha atacado, es mu­cho más hondo; su raíz está en tu corazón. Y a ese co­razón el gran Sacerdote lo ha declarado: "engañoso más que todas las cosas y perverso, incurable" (Jere­mías 17,9). Pareces no estar convencido de que tu caso es tan desesperado; no puedes comprender ni admitir que tu lepra está tan avanzada, que eres incurable; sin embargo, tal es tu condición. ¿Permitirás a la Palabra de Dios convencerte? Entre las actitudes que la Biblia refiere de personas convencidas de pecado, he aquí una: el gobernador romano Félix, con Drusila su mujer, al oír disertar a Pablo acerca de la justicia, de la templan­za y del juicio venidero, espantado le dijo: "ahora ve­te. . . pero cuando tenga oportunidad te llamaré" (He­chos 24,25). He aquí otra: "si alguno es oidor de la Pa­labra, pero no hacedor de ella, éste es semejante al hom­bre que considera en un espejo su rostro natural... y se va, y luego olvida cómo era "(Santiago 1,23-24). He aquí una tercera: "el que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella... pero ellos al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los pos­treros" (Juan 8,7-9). He aquí una cuarta, la que tú de­bes elegir si eres consciente de tu estado irremediable­mente perdido: "viendo esto, Simón Pedro cayó de ro­dillas ante Jesús, diciendo: apártate de mí, Señor, por­que soy hombre pecador" (Lucas 5.8).
Hace algunos años mientras cenaba con un doctor que era toda una eminencia en asunto lepra, me contó que un joven había ido a consultarle unos días antes y le había mostrado en su mano una llaguita que no que­ría cerrar. El doctor le interrogó, le examinó la mano, y constató una llaga de lepra. Erguido y aparentemen­te en buena salud, casado y con dos hijos pequeños, el joven estaba a cien leguas de sospecharse leproso. Veo todavía correr las lágrimas del doctor mientras me con­taba este caso, tan intensa era su pena hacia el desdi­chado joven a quien debió declarar leproso... Cuánto mayor fue el dolor del divino Médico quien no se con­tentó con derramar lágrimas al ver al ser humano, su misma criatura, sumida bajo la esclavitud de la muerte, consecuencia del pecado, sino que "tomó nuestras enfer­medades y llevó nuestras dolencias" (Mateo 8,17; Juan 11,33-35).
Lector, nuestro sumo Sacerdote te ha declarado in­mundo: El no se equivoca, y además te ama mucho, demasiado, para pronunciar tan terrible veredicto si tu estado no lo comprobara. Su declaración —créelo— es la pura verdad; y su diagnóstico no cambiará mientras él mismo no te haya purificado. Puedes probablemente haber dicho: no tengo la menor idea de estar tan arrui­nado, ignoro que voy camino al infierno, tengo tiempo de arreglar todos estos asuntos... Tal vez tienes cono­cimiento de lo que sucedió al hermano Damien, quien durante largos años se dedicó a atender los leprosos de Molokai en las islas Hawai; durante mucho tiempo cum­plía su tarea gozando buena salud, pero una noche, mientras tomaba un baño de pie, le cayó agua hirviendo sobre los dedos; no sintió dolor alguno. Pero no tardó en ver aparecer ampollas: comprendió inmediatamente que había contraído la lepra; sabía que uno de los pri­meros síntomas es la pérdida de sensibilidad de las par­tes afectadas. Después de algunos años el hermano Da­mien murió enteramente cubierto por el mal incurable[1].
Se puede clavar una aguja sobre la parte afectada por la lepra sin que el enfermo sienta algo, la lepra le privó de toda sensibilidad, como el ser humano puede continuar en el pecado sin saber que es pecador, "su conciencia está cauterizada" (1. Timoteo 4,2); además "después de haber perdido toda sensibilidad, se entregó a la lascivia para cometer con avidez toda clase de im­pureza" (Efesios 4,19). En una predicación del Evan­gelio al aire libre en la esquina de una calle, se trataba de convencer a los oyentes de pecado; cuando un des­cabezado joven interrumpió al predicador: ¿del fardo del pecado habla usted? Pues yo no lo siento... y burlonamente agregó: ¿cuánto pesa el pecado? ¿Diez kilos, cien kilos?... Con calma y sabiduría el predicador con­testó: oiga joven, si usted colocara diez o cien kilos so­bre el pecho de un muerto, ¿lo sentiría?... No, porque está muerto, contestó... Pues es usted un muerto, pro­siguió el predicador, el que no siente el fardo de sus pecados está moralmente muerto.
El leproso sabe que es inmundo porque el sacerdote se lo dijo, como el ser humano sabe que es pecador por­que la Palabra de Dios se lo dice. ¿Cuál es la solución que Dios debe tomar por su parte? Cuando las autorida­des locales de las islas Hawai decidieron apartar a los leprosos a un terreno montañoso conocido con el nom­bre de Kalawao en las islas de Molokai, donde traba­jaba el hermano Damien, se dio el edicto que toda per­sona en quien se descubriera el más pequeño rasgo de lepra, joven o anciana, rica o pobre, de elevado rango o de clase humilde, fuese deportada de oficio. La ley fue ejecutada con el mayor rigor en todas las islas del ar­chipiélago hawaiano; todos los leprosos y aún los sos­pechosos de serlo fueron capturados: los hijos fueron arrancados de sus padres y los padres de sus hijos; ma­ridos y mujeres fueron separados para siempre. En nin­gún caso se hizo excepción, un pariente cercano de la reina de Hawai fue uno de los primeros en ser tomado y deportado[2].
Dios no es menos santo; he aquí precisamente lo que exige su santidad si el pecado no es quitado: mari­dos y mujeres, padres e hijos, amigos más queridos se­rán separados para siempre; "y Jehová habló a Moisés diciendo: manda a los hijos de Israel que echen del cam­pamento a todo leproso, así a hombres como a mujeres echaréis; fuera del campo los echaréis. . . y lo hicieron así los hijos de Israel y los echaron fuera del campa­mento como Jehová dijo a Moisés..." (Números 5,1-4) "Estarán dos en una cama, el uno será tomado, y el otro será dejado; dos mujeres estarán moliendo juntas: la una será tomada, y la otra dejada; dos estarán en el campo: el uno será tomado, y el otro dejado..." nos dice el evangelio (Lucas 17,34-37). "Mas los perros es­tarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homi­cidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace men­tira" (Apocalipsis 22,15). ¿Cuál será tu suerte, lector?

Llaga en la cabeza
Detengámonos un momento en los versículos 29 y 43 de nuestro capítulo, son de los más solemnes y de­berían hablar elocuentemente en los tiempos en que vi­vimos: "cuando algún hombre tuviere llaga en la cabeza o en la barba, el sacerdote mirará la llaga, y si viere que al parecer está más hundida que la piel, y que hay en ella pelo amarillento adelgazado, el sacerdote le de­clarará inmundo, el hombre es leproso; el sacerdote cier­tamente le declarará enteramente inmundo.
Podemos hallar un llamativo ejemplo de lepra en la cabeza en la persona del rey Uzías, quien, llevado por el orgullo tumefacto de su corazón, quiso ocupar el lu­gar que sólo pertenecía a los sacerdotes; "su corazón se enalteció para su ruina, porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar; y como resistía a los sacer­dotes, persistiendo en su intención, la lepra le brotó en la frente..." (2. Crónicas 26,16-20).

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No es siempre el orgullo el motivo de la lepra en la cabeza como en el caso de Uzías; una falsa doctrina, predicada muy sinceramente y con mucha humildad, es la "lepra" que muchos presentan hoy día: dichos "en­fermos" tienen su opinión propia, ignoran voluntaria­mente la Palabra de Dios o la interpretan a su modo de ver fiándose en su propia capacidad intelectual; y están muy lejos de creer que son "ciertamente inmundos". Sin embargo tal es la expresión que el Espíritu Santo em­plea aquí.
Entre los ejemplos de "lepra" que la epístola a los Corintios menciona, la hinchazón y la mancha lustrosa, encontramos también la que brotó en la cabeza: una falsa doctrina se había infiltrado entre ellos: "si se pre­dica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?" (1. Corintios 15,12). Otro ejemplo de la mis­ma "lepra" es notado en la segunda a Timoteo capítulo 2,17: "evita los discursos profanos y vacíos; porque los adictos a ellos avanzarán más y más en la impiedad; y su palabra carcomerá cual gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto, hombres que según la verdad se han descarriado, diciendo que la resurrección ha pasado ya... y de la manera que Jannes y Jambres resistieron a Moi­sés, también éstos resisten a la verdad, hombres corrup­tos de entendimiento...". Tal es la "lepra" de la cabe­za; ¡cuántos casos han surgido desde entonces; a nos­otros nos toca discernirlos: "no creáis a todos los espí­ritus —advierte el apóstol Juan— sino probad los espí­ritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas son salidos en el mundo" (1. Juan 4,1; 2. Pedro 2,1).

¡Inmundo, inmundo!
"Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vesti­dos rasgados y su cabeza descubierta y embozado pre­gonará: ¡inmundo, inmundo! Todo el tiempo que la lla­ga estuviere en él será inmundo, estará impuro y habi­tará solo; fuera del campamento será su morada" (vers. 45-46).
Estas palabras desgarradoras expresan la realidad en que se encuentra el pecador. Posiblemente antes hu­biera podido ocultar la lepra con su ropa; pero ahora esos vestidos deben ser rotos, nada podía disimular su mal: "todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta" (He­breos 4,13). Cuando Adam vio por primera vez su man­cha de lepra trató de cubrirla con hojas de higuera; pero ¡qué inútil fue! Al venir Dios en su busca se ve obli­gado en confesar: "oí tu voz en el huerto, y tuve miedo porque estoy desnudo y escondíme" (Génesis 3,10). ¡Desgraciado es el pecador que quisiera contestar con una mentira como Caín a quien Dios pregunta: "¿dónde está tu hermano Abel?" al que acaba de matar: "no sé, ¿soy yo guarda de mi hermano?" (Génesis 4,9).
¡Pobre pecador! tus vestidos están deshechos, tus justicias, tus buenas obras son como trapos de inmundi­cia ante Dios (Isaías 64,6). Cada mancha de pecado, la más pequeña y aún la que "el espíritu de celos" de un hombre haría suponer contra su mujer (Números 5. 14- 18), se muestra enteramente a la mirada divina; Dios mismo ordena quitar el velo con que la podría ocultar: "hará el sacerdote estar en pie a la mujer, y descubrirá su cabeza..." Estos ejemplos nos revelan la posición más espantosa en que el ser humano se halla ante Dios; entre ti, lector, y los cielos no hay ningún abrigo, toda la cólera de un Dios que odia el pecado está sobre ti (Juan 3:36), mientras un feliz rescatado puede excla­mar: "tú pusiste a cubierto mi cabeza" (Salmo 140,7). Amado lector, ¿estás al abrigo de la ira de Dios, o bien el ojo divino no ve sino manchas que su santidad debe castigar?
"Y embozado pregonará: ¡inmundo, inmundo!..." (vers. 45). Su cabeza debe permanecer desnuda, en cambio el leproso debe taparse la boca; el mismo aliento del enfermo no puede sino contaminar a su semejante: "sepulcro abierto es su garganta, con su lengua enga­ñan; veneno de áspides hay debajo de sus labios, su boca está llena de maldición y de amargura" (Romanos 3,13- 14). Ni la menor insinuación puede sugerirse para que, por los propios esfuerzos de un ser cuya presencia es intolerable, una esperanza de vida surja en el seno de un semejante estado de muerte. Hay solamente un grito, grito triste y doloroso que emite en forma de adverten­cia: ¡inmundo, inmundo! Y ¡qué locura la pretensión de un pecador ostentar santidad cuando de su propio alien­to no sale sino corrupción! ¿No es más bien ser "seme­jantes a sepulcros blanqueados, que de afuera a la ver­dad se muestran hermosos, mas de dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suciedad?" (Mateo 23, 27); "muertos en delitos y pecados.." Tal es la verdad "hiede ya que es de cuatro días" (Juan 11,39).

Totalmente cubierto
"Mas si brotare la lepra cundiendo por la piel, de modo que cubriere toda la piel del llagado, desde la ca­beza hasta sus pies, hasta donde pueda ver el sacerdo­te, entonces éste le reconocerá; y si la lepra hubiere cubierto todo el cuerpo, declarará limpio al llagado: to­da ella se ha vuelto blanca y él es limpio" (vers. 12-13).
Nos hallamos aquí en presencia de una declaración de las más extraordinarias. Cuando algunos meses o al­gunos años atrás el enfermo fue llevado al sacerdote teniendo solamente una pequeña hinchazón, unas cos­tras o una mancha lustrosa, éste lo había declarado in­mundo: tuvo entonces que salir fuera del campamento. Hoy que se halla totalmente cubierto de lepra, el sacer­dote le declara limpio. ¡Verdad que es extraño esto! ¿Qué significa?
¡Ah, es un pobre pecador que nada puede alegar en favor suyo! Gracias a Dios, son muchos los ejem­plos que su Palabra nos da de "leprosos" enteramente cubiertos. "Sucedió que estando él en una de las ciu­dades se presentó un hombre lleno de lepra, el cual vi­niendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó diciendo: Señor, si quieres puedes limpiarme. En­tonces, extendiendo él la mano le tocó diciendo: quiero, sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él" (Lucas 5, 12,13). Nadie que esté lleno de lepra ni lleno de pe­cado necesita esperar más tiempo para ser limpiado. Ved otro ejemplo: "apártate de mí, Señor, porque soy hom­bre pecador" exclama Simón Pedro al descubrir por pri­mera vez, en presencia del Señor, que es enteramente pecador (Lucas 5,8). No podéis agregar nada más en un recipiente que desborda, como nada bueno cabe en un hombre lleno de pecado: pero el Señor está aquí para remediar dicha condición. El pecador consciente de ser­lo descubre la diferencia que existe entre él y Dios san­to. Oíd uno de los malhechores crucificado al lado de Jesús que piensa que Cristo es como él o él como Cristo: "si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros también" ¡tremenda injuria! Oíd ahora a su compañero: "¿ni aún tú temes a Dios estando en la misma conde­nación? Nosotros a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos, mas éste ningún mal hizo" (Lucas 23.39-43). He aquí la confesión ce un pecador perdido, que se reconoce en­teramente cubierto de "lepra" y que discierne la dife­rencia que hay entre él y el Cristo.
"¡He pecado contra el cielo y contra ti!" exclama el hijo pródigo en presencia de su padre... Pero en casa, en la mesa, aprende algo más todavía sobre su condi­ción anterior; de los labios mismos de su padre puede oír estas palabras: "éste mi hijo muerto era, y ha revivi­do; habíase perdido, y es hallado" (Lucas 15, 18-20).
"Sé propicio a mi pecador. . ." exclama el publicano en presencia da Dios (Lucas 18,13). "Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él, a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume..." (Lucas 7,37-50).
"He aquí que yo soy vil, ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca... (Job 39,37). Entonces dije: ¡ay de mi! que soy muerto; que siendo hombre in­mundo de labios y habitando en medio del pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al rey Jehová de los ejércitos" (Isaías 6,5). "Yo reconozco mis rebe­liones, y mi pecado está siempre delante de mí, purifí­came con hisopo y seré limpio; lávame y seré emblan­quecido más que la nieve" (Salmo 51,2-7).
Todos estos ejemplos son idénticos y concluyentes: Pedro, Pablo, David, Isaías. Job, etc., todos siguieron el mismo camino, todos descubrieron que eran "leprosos", llenos de lepra, desde la mollera hasta la planta de su pie; ninguno de ellos está en el cielo mediante sus bue­nas obras. Pues bien, lector, ¿podrías tú hallar éxito don­de todos fracasaron? Todos estaban perdidos, camino al infierno, condenados; y vencidos tomaron el lugar en que el hombre debe estar ante Dios para obtener el per­dón y la salvación. Es al ocupar este mismo lugar que hallarás la limpieza de tus pecados: "Yo sé que en mi no mora el bien. . . ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro" (Romanos 7,24). Feliz el pecador que puede exclamar: "cantaré delante de los hombres y diré: pequé y pervertí lo recto, pero a mí no me fue recompensado así, antes, él ha redimido mi al­ma para que yo no pasase al hoyo, y mi vida ve ya la luz" (Job 33,27).
Entre la falange de rescatados que entrará en el cielo, será imposible hallar una sola persona que pueda decir: me limpié por mis propios medios... he venido aquí por mis buenas obras. El cántico allá arriba, sólo exaltará la inmensa gracia de Dios que por la obra re­dentora cumplida en la cruz, abrió la fuente que limpió nuestra lepra.
¡Ven, lector, ven ahora tal como eres ante el Sacer­dote lleno de gracia... El te espera; más aún. El te lla­ma: "venid luego, y estemos a cuenta; si vuestros peca­dos fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isaías 1,18). Dios sabe que estás lleno de lepra, pero es a ti a quien corresponde recono­cerlo, y tomar el lugar de un pecador perdido...

Nueva aparición
Todavía una palabra más mientras consideramos al leproso totalmente cubierto de su mal, leemos: "mas el día que apareciere en él la carne viva, será inmundo y el sacerdote mirará la carne viva, y lo declarará inmun­do, es inmunda la carne viva, es lepra" (vers. 14-15).
Esta nueva aparición de la carne viva en el leproso representa el caso de un individuo que reconociéndose pecador continúa viviendo en el pecado; está todo cu­bierto de lepra, pero la "carne viva", es decir el pecado, está en actividad en él. Sorprende hallar en las Escri­turas tales casos, y no pocos; al lado de los que toma­ron sinceramente el lugar de pecadores delante de Dios, obteniendo los efectos de una amplia gracia, hallamos quienes como el rey de Egipto, Faraón, dicen: "he pe­cado esta vez; Jehová es justo, yo y mi pueblo somos impíos" (Exodo 9,27; 10,16); o como Balaam: "he pe­cado, porque no sabía que tú te ponías delante de mí en el camino" (Números 22,34); o Acán: "verdaderamen­te yo he pecado..." (Josué 7,20); o Saúl: "yo he peca­do, porque he quebrantado el mandamiento de Jehová" (1. Samuel 15,24). Estos, a pesar de haber reconocido su pecado, cayeron bajo el castigo de Dios; admitieron que eran pecadores, mas su "carne" continuaba viva, el pecado seguía en actividad en ellos, no demostraron odio por él ni deseaban abandonarlo; no estaban verda­deramente arrepentidos. Son los que en el Nuevo Tes­tamento "hollaron al Hijo de Dios, tuvieron por inmun­da la sangre del testamento en la cual fueron santifica­dos, hicieron afrenta al Espíritu de gracia... el postrer estado de ellos viene a ser peor que el primero" (He­breos 10,29; 2. Pedro 2,20-21); "el espíritu inmundo" los había dejado por un tiempo, pero volvió con siete espíritus peores que él (Lucas 11,24).
Es solemnemente instructivo constatar las alterna­tivas de odio y remordimiento en el rey Saúl; pero el remordimiento no es el arrepentimiento que va apareja­do con la fe. El arrepentimiento se vuelve contra el pe­cado, la fe hacia Dios. Si conozco la maravillosa gracia de Dios que me tomó a mi pobre pecador, y que, en mi triste condición me purificó, me perdonó y me llevó hacia sí, esta gracia me hace desear ardientemente vivir en una santa conducta en la cual el pecado no tenga más dominio sobre mí: "porque el pecado no se enseño­reará de vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia" (Romanos 6,14); tenéis el poder que os da la Gracia, y no el débil instrumento que os presta la Ley. Mas si dejo que el pecado actúe libremente en mí, de­muestro que soy extraño a la gracia de Dios que me purificó y perdonó, "porque el que practica el pecado es del diablo" (1. Juan 3,8).
Esto no significa que después de haber sido salvos no pecaremos más, el mismo apóstol escribe previniéndonos de cometer este error: "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (cap. 1,8). Observemos que no engañamos a Dios; El bien sabe que tenemos pecado; ni a nuestros semejantes, ellos bien lo ven, sino sola­mente a nosotros mismos. Por otra parte la "carne viva" que aparece, no significa que si pecamos es prueba de que nunca fuimos salvos; ¡cuántas veces el diablo ha atormentado a jóvenes cristianos con esa clase de te­mor! Sucede que una oveja puede caer en un foso y en­suciarse mucho, pero no por esto deja de ser una oveja: será una oveja desgraciada hasta que salga y limpie su vellón; en cambio una cerda se deleitará en el sucio ba­rro del foso: a ésta le gusta la suciedad, aquella en cam­bio le tiene aversión.
La diferencia proviene de dos naturalezas distintas que no pueden cambiar ni mezclarse jamás, y que tene­mos en nosotros: la vieja, adámica, que por la cruz po­demos tener por muerta al pecado (Romanos 6,11); y la nueva, que es Cristo en nosotros: "a todos los que le recibieron dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre: los cuales no son engen­drados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de volun­tad de varón, mas de Dios" (Juan 1,12-13). Todo aquel que ha nacido de nuevo está limpio desde adentro: "ya vosotros sois limpios por la palabra que os he hablado" (Juan 15,3); "mas ya sois lavados, mas ya sois santifi­cados, mas ya sois justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios" (1. Corintios 6,11). Dios nos ha comunicado una nueva naturaleza, pura y santa que tiene horror al pecado y lo rechaza: "muy amados —escribe Juan— ahora somos hijos de Dios..." Esta es nuestra nueva naturaleza "y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, y cualquiera que tiene esta esperanza en él, se purifica como él también es limpio" (1. Juan 3,2). Si el que ha nacido de nuevo y que tiene esta esperanza ha caído en un pecado, no se sentirá feliz hasta que haya sido lim­piado y restaurado: "ten piedad de mí oh Dios —excla­ma David caído— conforme a tu misericordia; confor­me a la multitud de tus piedades, borra mis rebelo­nes".. "si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados y nos lim­pie de toda maldad" (Salmo 51,1; 1. Juan 1,9).



[1] Héroes Misioneros en Oceanía.

[2] Obra Citada