jueves, 30 de septiembre de 2021

EDIFICACIÓN

 


Edificar es construir. La edificación es una actividad constructiva. En los diversos pasajes que tratan sobre el tema, se nos presenta bajo dos puntos de vista distintos: el de la gracia de Dios y el de la responsabilidad del creyente.

  1. La Iglesia o Asamblea es edificada por el Señor Jesús quien dijo: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia” (Mateo 16:18). Un poco más tarde los apóstoles escribieron: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo… en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:20, 22) y “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual” (1 Pedro 2:5). Esta edificación es el trabajo de la sola gracia de Dios.
  2. En cambio, en otros pasajes, somos exhortados a edificar o a edificarnos. El fundamento de la Casa de Dios es Jesucristo, el único fundamento sobre el cual el creyente es llamado a edificar: “Pero cada uno mire cómo sobreedifica” (1 Corintios 3:10). Además, se nos requiere que persigamos las cosas que tienden a la edificación mutua. “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (Romanos 14:19) y “cada uno de nosotros agrade a su prójimo… para edificación” (Romanos 15:2). También está escrito: “Edificándoos sobre vuestra santísima fe” (Judas 20). En esto consiste la meta del ejercicio de los dones en la Iglesia: “Hágase todo para edificación” en vista del “crecimiento para ir edificándose en amor” (1 Corintios 14:26; Efesios 4:16). El apóstol Pablo tenía la convicción de que la autoridad y el poder que el Señor le había dado eran “para edificación, y no para destrucción” (2 Corintios 13:10).

           

            Siempre tenemos que recordar que la capacidad de edificar no está en nosotros; viene de Dios, de su Espíritu por la consolación del cual las iglesias del comienzo eran edificadas, de la Palabra de su gracia que tiene el poder para edificar (Hechos 9:31; 20:32).

La Bonne Nouvelle

Creced, 1986

ACUERDATE

 

En las pruebas la memoria se tupe


            Los días son agitados y de mucha confusión. Hay muchas corrientes contrarias a la tranquilidad y espiritualidad del creyente que ofuscan la memoria y hacen olvidar hasta las cosas más elementales de nuestra vocación.

            Hace poco, un creyente con varios niños y de muchos años en el Señor me contó: “Me levanté de la cama y apenas oré al Señor; me levanté de las rodillas pendiente que debía leer algo de la palabra de Dios y lo dejé para más tarde. Luego me entregué a los cuidados de la casa, de los niños, de la comida, de la ropa, y en este tejemaneje pasé el día. Llegó la noche, cuando me acordé que no había comido nada de pan para el alma; estaba tan cansada que me acosté para leer algo acostada. Apenas miré las primeras palabras de un versículo cuando un sueño profundo me embargó.” La falta de esta hermana empezó por el olvido y terminó con una gran desidia.

            ¡Cuántos creyentes estarán en la misma condición espiritual de esta hermana! Juramentos, protestas, promesas, propósitos, sin no tienen la firmeza de corazón en el Señor, no son aceptables a los ojos de Dios.

            Es tiempo de refrescar la memoria. “El libro de las memorias de los tiempos.” Si no hubiera sido por el libro de las memorias, Mardoqueo hubiera quedado relegado al olvido. (Ester 6:1,2) Trescientos sesenta y cinco días han transcurrido; ¡cuántas cosas idas en el espacio de unos días! Razón tenía el salmista cuando escribió: “Bendice alma mía a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.” (Salmo 103:2)

            Moisés quiso sensibilizar la memoria del pueblo de Israel al recordarles varios eventos de su trayectoria por el desierto. “Acordarte has de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios.” (Deuteronomio 8:2) En todos aquellos años ninguna cosa les faltó. ¡Cuántas veces aquel pueblo murmuró cuando Dios les enviaba una prueba! Se olvidaban de las maravillas antiguas y hablaban de su Criador. Dios los afligía para probar su corazón y sacar de ellos un vaso útil, pero ellos ignoraban lo que Dios perseguía: “que todos los que a Dios aman, todas las cosas le ayudan a bien.” “Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su Espíritu Santo.” (Romanos 8:28, Isaías 63:10)

            Nosotros no somos menos que aquéllos. En las pruebas la memoria se tupe, y no nos acordamos que todos los días del año el Señor nos repite: “Te haré entender; te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.” (Salmo 32:8)

            “Guárdate (Acuérdate) que no te olvides de Jehová tu Dios, para observar sus mandamientos, sus derechos y sus estatutos que yo te ordeno hoy.” (Deuteronomio 8:11)            La admonición se dirige hacia la tendencia de olvidarse de Dios en la prosperidad y adquirir un espíritu de engreimiento. El olvido y la ingratitud son primos hermanos, y para que no lleguemos a la ingratitud, el Señor recorta los ingresos, o nos priva de algo que pueda conducirnos a la senda del olvido de nuestro Salvador que nos halló en Egipto, o sea en el mundo perdido en nuestras miserias y pecados. Sólo los estúpidos se inflan y se envanecen. “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Corintios 4:7)

            En la pobreza o en la disciplina que venga del Señor, mejor es callar sin murmurar. Mejor es decir como Asaf: “Enfermedad mía es esta. Traeré pues a la memoria los años de la diestra del Altísimo.” (Salmo 77:10)

            “Acuérdate de Jehová tu Dios; porque él te da el poder para hacer las riquezas a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día.” (Deuteronomio 8:18) También con nosotros se ha concertado un pacto. “Mas ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, el cual ha sido formado sobre mejores promesas.” (Hebreos 8:6) Este pacto fue confirmado en la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo que nos rescató. Con ejercicio de alma todos los días debemos tener latente el momento cuando el Señor consumó este pacto con los suyos. “Vosotros podéis tener memoria de estas cosas. Mas el que no tiene estas cosas, es ciego, y tiene la vista muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.” (2 Pedro 1:15,9)

            Acuérdate. “Mas si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres en posa de dioses ajenos y les sirvieres, y a ellos te encorvares, protéstolo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis.” (Deuteronomio 8:19) Frecuentemente acontece que cuando se realiza el olvido es porque hay un rival que establece un imperio en el corazón y desplaza el señorío de Cristo. La oración, la lectura de la palabra de Dios, la asistencia a los cultos y la comunión hermanable es la que vigoriza la memoria y nos agudiza la gratitud al Señor.

            Es en el centro de la Biblia y no en sus tapas donde podemos refrescar las reminiscencias y, llenos de un noble sentimiento, diremos como David: “Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, mi diestra sea olvidada. Mi lengua se pegue a mi paladar, si no ensalzare a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría.” (Salmo 137:5,6)

José Naranjo

LA TROMPETA DEL SEÑOR

 


Hazte dos trompetas de plata, Números 10.2

           


            Moisés recibe instrucciones en cuanto a la hechura y el uso de dos trompetas que serían formadas a golpe de martillo de un solo bloque de plata. Este metal precioso nos hace pensar en la redención y la gracia, ¡dos notas agradables para trompetas!

            Dos es el número de testimonio. Podemos ver en esto como la Biblia tiene el doble testimonio del Antiguo y el Nuevo Testamento, ambos del mismo origen con el Espíritu Santo como autor. El hilo de grana corre por los sesenta y seis libros con su tema principal que es la redención por sangre y la obra de la cruz.

            Los toques de las trompetas controlaron los movimientos de toda la congregación en Israel, como también el orden de sus reuniones solemnes. Los había de regocijo como también de alarma a causa del enemigo. La nota clara y penetrante era para despertar la gente, llamándoles a la presencia de Dios.

            Aquella nación pudo entender que Dios quería tratarla con gracia, como se le reveló a Moisés en el desierto: “... la gracia del que habitó en la zarza”, Deuteronomio 33.16. Fue un día trágico en la historia de Israel cuando la nación dio las espaldas al Dios que se había comportado con ella en paciencia y gracia. El pueblo se postró ante los ídolos abominables de los paganos, y cesaron las notas de las trompetas de plata; Él tuvo que hablar en términos de castigo y juicio.

            Para nosotros en esta dispensación, es por la gracia de Dios que somos salvos, y esta misma gracia nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos para vivir en este mundo sobria, justa y piadosamente. Nuestra responsabilidad es todavía más grande que la de los israelitas, ya que ellos nunca conocieron los privilegios espirituales que nos pertenecen. ¿Cómo podemos volver atrás y olvidarnos de aquel que tanto nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros?

            Los hombres armados iban delante de los sacerdotes que tocaban las bocinas, y la retaguardia iba tras el arca, mientras las bocinas sonaban continuamente, Josué 6.9

            En este capítulo se encuentran las instrucciones que Dios dio para la conquista de Jericó. Algunos sacerdotes tenían que llevar el arca del pacto sobre sus hombros, y otros sacerdotes marcharon adelante, tocando continuamente sus bocinas de cuerno. Por seis días rodearon la ciudad, una vez por día, y en el séptimo dieron siete vueltas. En ese día, al tocarse las bocinas mientras todo el pueblo daba un gran grito, el muro se derrumbó.

            Se puede decir que eran bocinas de la victoria. En este relato podemos ver un cuadro de los creyentes como sacerdotes reales al tenor de 1 Pedro 2.9. “... sois real sacerdocio ... para que anunciéis las excelencias de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Se desplegaba el arca, tipo de Cristo, y a la vez se tocaban las bocinas ante la fuerte resistencia del muro que impedía el paso de las huestes de Jehová.

            La conquista de Jericó fue una obra divina. Y, el hombre natural ofrece una resistencia tenaz contra la entrada del evangelio en su alma, pero el Espíritu de Dios produce una convicción de pecado y abre paso para que el pecador reciba las gratas nuevas de salvación. Para los de Jericó que resistieron hubo juicio total, pero para Rahab y los que se refugiaron por fe en su casa, protegidos detrás del cordón de grana en la ventana, hubo misericordia y salvación.

            De la misma manera en este día de la gracia los fieles pregoneros de Cristo están anunciando un mensaje alentador, por sus vidas consagradas y labios ungidos. Como en el caso aquel, sólo una minoría se salva; nuestro Señor ya anunció que pocos son los que entran por la puerta estrecha. ¡Cuánto nos toca dar gracias al Señor por su soberana gracia que nos ha alcanzado y salvado de la ira que ha de venir!

            El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, 1 Tesalonicenses 4.16

            Nuestro pasaje trata de la venida de Cristo otra vez, ahora para llevar a su pueblo redimido al cielo. Será un acto instantáneo: “En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta ... seremos transformados”, 1 Corintios 15.52. Será para todos los creyentes la victoria sobre la muerte. Nuestros cuerpos de humillación serán cambiados en semejanza al cuerpo glorioso de nuestro Señor, y así estaremos con él para siempre.

            Solamente los salvos oirán aquella trompeta; los demás estarán inconscientes de lo sucedido. ¡Indecible será la consternación de los hijos inconversos de cristianos al descubrir que por fin el Señor ha cumplido su promesa de venir a buscar a sus santos!

            Terminamos con una referencia breve a 1 Juan 3: “Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. En vista de un porvenir tan inefable, hagamos caso de la exhortación del apóstol: “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo”.

Santiago Saword

NUESTRO INCOMPARABLE SEÑOR (9)

 VII — Tiempos y sazones en la vida de nuestro Señor


            Cosas que son pequeñas en sí pueden señalar grandes asuntos. En los días de David el susurro del viento en las copas de las balsameras fue el presagio de una victoria por realizarse. En la experiencia de Elías una pequeña nube del tamaño de la mano humana guardó la promesa de abundancia de lluvia al cabo de años de sequía.

            Un charco de agua al lado del camino puede reflejar la gloria del sol. Una circunstancia insignificante puede ser indicio del carácter de un momento de destino. Él que cuenta con facultad de vidente puede detectar tras la sombra de algún acontecimiento ordinario la sustancia de inmensas realidades espirituales.

            Juan el apóstol contaba con este poder de penetración espiritual. Era vidente. Juan discernía un significado en circunstancias pasajeras que otros no captaban, y captaba la sustancia espiritual de las cosas de una manera que sus condiscípulos no hacían. Su Evangelio contiene numerosos toques que revelan esta percepción aguda, y sólo el lector que pesa cada palabra puede captar el significado detrás de algunas alusiones que el apóstol hace. Nada en las Sagradas Escrituras carece de propósito.

            Hay, por ejemplo, algunas frasecitas descriptivas en el Evangelio según Juan que parecen ser simples detalles acerca del estado del tiempo cuando ocurrieron algunos eventos, pero que admiten mucho más sentido al ser escrudiñadas. Más que decir la hora del día, hacen saber el carácter del momento.

Era invierno

En el 10.22 Juan escribe: “Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno”.

            Él está por relatarnos la cuarta ocasión en que Jesús se presentó en la ciudad capital en días de una convocación espiritual o “fiesta”. Se endurecía la oposición de parte de los líderes del pueblo y ésta se haría más evidente que en cualquier momento anterior, hasta el extremo de una amenaza de muerte. La respuesta a la presencia del Señor fue más fría, distante y contraria. La perspectiva parecía árida y nada prometedora, sin un solo retoño verde de esperanza.

            En fin, lo espiritual se reflejaba en lo físico: era invierno.

Era de noche

Al llegar al 13.30, encontramos que Juan está hablando de cuando el traidor se marchó del aposento alto. El escritor lo hace en palabras gráficas, pero sin adorno: “Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche”.

            Es casi posible ver cómo Juan, observando aquella figura que se alejaba, notó en un instante, cuando Judas abrió la puerta, que ese hombre salió a ser envuelto en una densa oscuridad. Se había ido para no volver nunca. Por fin Judas había dado su espalda a la Luz; le había recibido la noche, las tinieblas de afuera, símbolo de la espantosa oscuridad a la cual consigna su alma aquel que adrede vende al Cristo.

            De veras, era de noche.

Hacía frío

En el Capítulo 18 Juan relata los acontecimientos de la noche más trascendental de la historia del universo. Nos esboza la escena detrás del portón del palacio del sumo sacerdote mientras el Señor está sometido a interrogación: “Estaban en pie los siervos y los alguaciles que habían encendido un fuego; porque hacía frío, y se calentaban; y también con ellos estaba Pedro en pie, calentándose”.

Frente a esos carbones, en la hora temblorosa que sigue a la medianoche, Pedro busca calentarse al mismo fuego que alivia a los enemigos de su Maestro. El lugar donde se encuentra revela más que su deseo de color para el cuerpo. La temperatura de su alma se acercaba a cero en ese momento. Ya profirió mentira a la criada que cuida la puerta, y dentro de pocos minutos habrá enfatizado su negación con el mismo lenguaje grosero que está escuchando en este instante en torno de la fogata de sus compañeros recién conocidos.

            ¡Oh discípulo! cuán rápidamente es vencido el calor de la jactancia y confianza propia ante la cobardía fría que producen el amor propio y el temor del hombre. ¿Y quién siente más frialdad hacia Cristo que uno cuya alma está presa en estos pecados? De veras para Pedro hacía frío.

Era temprano

Otro toque similar lo hay en el mismo capítulo, en el 18.28: “Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana”. La palabra usada indica que ya había cantado el gallo, pero no se había levantado el sol. (Véase la lista en Marcos 13.35). O sea, estaba entre las 3:00 y las 6:00.

            ¡Qué de noche había sido aquélla! ¡Noche de actividad incesante de parte de los enemigos! Hasta avanzadas horas de aquella noche Jesús mantenía conversación tierna con los suyos, y luego el grupito caminó al huerto de Getsemaní donde Él fue envuelto en agonía y sudor como sangre; donde recibió de la mano del Padre la copa de padecimientos y de los labios del traidor el beso del engaño como preludio a la vergüenza de ser atado. De allí el pelotón armado le condujo en marcha forzada por las calles de la ciudad para presentarse ante el máximo sacerdote; hubo un prejuicio ante Anás, una sentencia de parte de Caifás y luego una ratificación de parte del consejo en conjunto.

            Todo este procedimiento fue ilegal, ya que la ley permitía juzgar a un preso sólo de día. Pero el odio de esa gente echaba al suelo cualquier decencia de procedimiento legal; convenía que este Hombre muriera, y no que toda la nación perezca. Así había dicho Caifás, y ahora ellos manifiestan el descarado afán de su apetito por una matanza. ¡No queremos a éste! Que sea llevado a Pilato; que el asunto sea resuelto antes de que terminemos nuestro ayuno; nada de perder tiempo en espera del amanecer.

            Así fue que la Bondad Perfecta evocó de las turgentes profundidades del corazón del hombre tan sólo un odio vil cuya energía estimulada por el infierno, no toleró demora alguna. Por lo tanto, Pilato dio comienzo a sus labores temprano aquel día, y cuando le lanzaron a Jesús en su presencia, la luz no había amanecido. Era de mañana; mejor traducido, era temprano.

            ¿Tenemos, tengo, hermanos míos, un Pilato y un Judas? ¿El corazón abriga un amor propio y un egoísmo vil? Que sea partido el corazón endurecido: ¡Jesús mi Señor ha sido crucificado!

Siendo aún oscuro

Ya pasó el Calvario. El sábado más oscuro que el mundo jamás haya conocido había visto pasar sus pesadas horas de vergüenza. En el huerto del sepulcro al lado del Calvario, yacen en la tumba nueva de José los restos mortales del Crucificado. Muere ahora la fe de sus discípulos, sus corazones abrumados. Su amado Maestro les había sido quitado y ellos estaban pasmados, quebrantados, derrotados y abatidos.

            Esos discípulos tendrían que enfrentar pronto la realidad, volviendo lenta pero inexorablemente a sus hogares y el quehacer diario, llevando sobre sí el estigma de una causa perdida y llevando por dentro los recuerdos tan impactantes de Uno cuyos hechos y palabras habían infundido gran esperanza, pero quien, lamentablemente, les había engañado.

            Fue en este estado de ánimo que la Magdalena se levantó de una camilla que no le había concedido sueño mientras aquel lúgubre sábado dejaba pasar sus horas de oscuridad. Ella buscó rumbo al huerto donde una tumba guardaba a su Señor, y Juan describe su diligencia así: “El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro”, 20.1.

            Sí, aún oscuro, porque todavía no habían entendido la Escritura, que era necesario que Él resucitase de los muertos. Pues, poco sorprende que una tenebrosidad tan pesada como la penumbra de una noche egipcia había envuelto los espíritus de aquel grupo de afligidos, porque un Señor vivo es la fuente de toda nuestra confianza y alegría. Una tumba vacía es la fuente de todo gozo cristiano.

            Juan, entonces, registra el acontecer de ese triunfante primer día de la semana, el día que les devolvió su Señor y Maestro a esos discípulos, vuelto Él del sepulcro para ser de ellos para siempre jamás. Aun con el triunfo en mente, él echa una mirada atrás a la lobreguez que lo precedió, y ésta pone en relieve más destacada el resplandor que esa mañana estaba por traerles después de la noche triste, noche de dolor.

 

Ya iba amaneciendo

Con corazones carentes de ánimo los siete condujeron sus barcos a la playa después de aquella noche en el Tiberias, justamente cuando se apuntaban los rayos del sol en una de esas cuarenta mañanas que siguieron a la resurrección. Largas fueron las horas de aquella noche de faena infructuosa. Una y otra echada habían dejado sus redes siempre vacías, y por fin la noche huyó sin dejar atrás ni un solo pez en su embarcación.

            Pocas experiencias son tan deprimentes como las de trabajo sin recompensa, pocas estocadas más agudas que la de darse cuenta del fracaso de un esfuerzo bien intencionado. Podemos estar seguros que los siete estaban deprimidos mientras se dirigían a tierra aquella madrugada.

            Les esperaba una sorpresa grata. “Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa”, 21.4. La noche les había proporcionado tan sólo pérdida; la mañana les favoreció con Jesús. Le trajo a él al socorro de aquellos hombres en todo el poder de su resurrección. Su dirección, su conocimiento, su poder y su provisión de amor les hicieron regocijarse. En la hermosa calma del amanecer ellos se sentaron en su presencia, satisfechos y confiados en él, y se alimentaron de la bondad que las manos de su Señor los había preparado.

            Vivimos en la misma expectativa feliz de “la mañana”. Es para nosotros saber (ahora por fe y pronto por vista) que el Cristo victorioso nos guarda vigilia, guiando y proveyendo. La dirección suya hace fructífero el servicio nuestro; el cuidado suyo suple la necesidad nuestra; la presencia suya llena de paz al alma nuestra.

            Él día amanece. Que sus intereses sean los nuestros, y Él tomará como responsabilidad suya toda necesidad nuestra.

Preguntas y Respuestas

 

por Fred Wurst


1. Pablo se dirigió de distinto modo a distintas asambleas según fuera la situación que tuviera ante sí. ¿Cómo se dirigió a una asamblea cuando tenía en mente a los individuos que la componían?

à«A la asamblea de los tesalonicenses en Dios Padre» (1 Ts 1:1).

2. Cite uno o dos ejemplos de cómo habló el apóstol Pablo acerca de las asambleas en un país o región, cuando pensaba en ellas en particular.

à«Las asambleas de Galacia» o «las asambleas de Asia» (1 Co 16:1, 19).

3. Comúnmente se piensa en la Iglesia como un edificio material. Cite una o dos escrituras en las cuales Pablo habla de la asamblea que está en la casa de alguien.

à«Y a Ninfas y a la asamblea que está en su casa» (Col 4:15). «También a la asamblea de su casa» (Ro 16:5). «Y a la asamblea que está en tu casa» (Flm 2).

3. Una dama fue interrogada del modo siguiente, en el sur de los Estados Unidos: «¿Va usted para la Iglesia?». Ella contestó: «No, yo soy una partecita de la Iglesia que se dirige a una reunión». Ella contestó correctamente. Cite una escritura que pruebe que ella «era una partecita de Iglesia» o Asamblea.

àElla era una de las piedras vivas de que habla Pedro en 1 P 2:4, 5.

4. ¿Cómo se refirió Pablo a las asambleas al pensar en el carácter espiritual de aquellos que las componían?

à«Asambleas de los santos» (1 Co 14:33).

5. Al contemplarlas en su relación con Cristo, ¿cómo describió Pablo las asambleas?

à«Las asambleas de Cristo» (Ro 16:16).

6. ¿Cómo habla Pablo de la Asamblea en la relación de ésta con Dios?

à«La Asamblea del Dios viviente» (1 Ti 3:15).

8. Los creyentes como tales no deben llevar otros nombres sino los que son comunes a todos los cristianos. Mencione varios de estos nombres.

àCreyentes (Hch 5:14). Hermanos (Mt 23:8). Cristianos (Hch 11:26). Discípulos (Hch 11:26). Santos (Ef 1:1).

9. ¿Son contrarias a la mente de Cristo las divisiones entre creyentes?

àSí, las divisiones entre creyentes son contrarias a la mente de Cristo. Debido a las condiciones que privaban en su asamblea el apóstol Pablo se refirió a los corintios como carnales (1 Co 1:12, 13; 3:3).


La Trampa de las Transgresiones Toleradas(9):


 La tacañería y la codicia

Estas dos palabras están vinculadas porque son opuestas. Ser codicioso es tener o mostrar un deseo intenso y egoísta por algo. Ser tacaño es la indisposición de dar algo que se tiene. Las dos veces que la palabra codicia’ se usa en el Nuevo Testamento tiene que ver con el dinero. Pablo le dijo a Timoteo que un hombre culpable de ser “codicioso de ganancias deshonestas” no está calificado para ser anciano o diácono entre el pueblo de Dios (1 Ti 3.3, 8; Tito 1.8). Sin embargo, la codicia y la tacañería van más allá del dinero, e incluyen todo lo material.

            No nos sorprende que de las 19 características que marcan a los hombres en los últimos días (2 Ti 3) la expresión “amadores de sí mismos” encabece la lista. La frase es una sola palabra en el griego (philautos), y significa “egoísta”. La segunda característica, la avaricia, significa “amador del dinero” (philarguros). William MacDonald comenta que “el apóstol ofrece ahora a Timoteo una descripción de las condiciones que existirán en el mundo antes de la venida del Señor. Se ha observado a menudo que la lista de pecados que sigue es muy similar a la descripción de los impíos paganos en Romanos 1. Lo destacable es que las mismas condiciones que existen entre los paganos en su estado salvaje e incivilizado son las que caracterizarán a los profesos creyentes en los últimos días. ¡Qué solemne pensar en esto!”

            Tal vez lo que debería preocupar es que estos temas se estén tocando en una revista dirigida principalmente a lectores cristianos. ¿Hay evidencia de que estas cosas predominen entre nosotros? Con frecuencia cometemos el error de juzgar lo que es pecado comparando nuestra actitud y acciones con las de los impíos, o incluso con las de los que profesan ser creyentes. Mientras no vivamos al mismo nivel de exceso que ellos nuestra consciencia está tranquila. ¿No es nuestro estándar la Palabra de Dios, y nuestro ejemplo el Señor Jesucristo? ¿Nos habremos acostumbrado a la mentalidad de la cultura occidental, que hay los que sí tienen y los que no tienen? Aunque el Señor dijo que los pobres siempre estarían con nosotros (Mt 26.11), también enseñó que “al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”, Mateo 5.42.

            A veces, para entender algo es útil observar lo opuesto. El Señor Jesús, en Lucas 21, les enseñó a sus seguidores una lección sobre cómo dar. Mientras observaba a los ricos echando sus donativos en el arca de las ofrendas, también vio a una viuda que echó dos blancas. Y dijo: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos, porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; más ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía” (21.3-4).

            En otra ocasión el apóstol Pablo les escribió a los creyentes en Corinto y les habló de las iglesias de Macedonia, que “en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas” (2 Co 8.2-3). Estos creyentes entendían el principio de dar, sabiendo que, si daban todo, Dios en su gracia supliría lo necesario para sus necesidades. Fíjese cómo termina: “Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” (2 Co 8.5). Esta enseñanza de sacrificio propio se veía desde los primeros días de la iglesia. Lucas destaca: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común... Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”, Hechos 4.32, 34-35. Fíjese que no fue una repartición arbitraria ni igualitaria de todas las posesiones, sino según la necesidad. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn 3.17).

            El principio de dar va incluso más allá del dinero y los bienes materiales. Hay una palabra en la Biblia cuyo significado tenemos que volver a aprender. La palabra es “consagración”. Es el acto de darnos o dedicarnos a nosotros mismos a algo, o a otro. Fíjese en el lenguaje de David en 1 Crónicas 29 al contemplar la posibilidad de edificar una casa para el Señor. “Yo con todas mis fuerzas he preparado para la casa de mi Dios... Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario... ¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?... Entonces los jefes de familia, y los príncipes de las tribus de Israel, jefes de millares y de centenas, con los administradores de la hacienda del rey, ofrecieron voluntariamente” (1 Cr 29.1-5). ¿Pudiéramos sugerir que dar de nuestro tiempo es de igual o mayor valor para Dios que aun nuestro dinero y posesiones materiales? Podemos aprender mucho del ejemplo de una generación de creyentes antigua, que tenía un entendimiento diferente de lo que significa ser parte de una asamblea a lo que se ve hoy en día. Congregarse al nombre del Señor era mucho más que sólo “asistir a veces a la iglesia”. Era su vida. Y de aquellas reuniones emanaba una vitalidad de servicio y sacrificio que solo podía venir de su apreciación de Cristo y del lugar de su nombre.

            Hagamos caso a las palabras del Señor Jesús en Mateo 6.19-21: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.

Ganando Almas a la manera bíblica (9)

 


            Uno de los problemas más comunes que el ganador de almas ten­drá que enfrentar es la dificultad que mucha gente presenta en relación con la seguridad de la salvación: “¿Cómo puedo saber si soy salvo?”.

            Existe una opinión bastante difundida que dice que el nuevo na­cimiento siempre es una experiencia emocional espectacular, acom­pañada de misteriosos sentimientos internos. Puesto que el cora­zón humano siempre está buscando señales, maravillas y milagros, no es sorprendente que también lo quiera hacer en el momento de la conversión.

Claro que es verdad que en algunos casos la salvación es realmente un evento conmovedor, que trae con él una gran expresión emocio­nal. Así fue con Saulo de Tarso. Sin embargo, es igualmente cierto que en otras oportunidades el nuevo nacimiento ocurre silenciosamente y sin ningún tipo de manifestaciones sensacionales.

            El punto que debe enfatizarse es que Dios no declara en ninguna parte que sabremos que somos salvos si experimentamos un éxtasis interno o sentimientos de felicidad. Hay tanta gente que realmente cree en el Señor Jesucristo que se decepciona o desilusiona cuando no reciben una señal sobrenatural, ya sea interna o externa. Su proble­ma es que están buscando algo que Dios nunca prometió.

            En lugar de eso, la constante enseñanza de la Biblia es que la certe­za de la salvación viene, en primer lugar, por medio de la Palabra de Dios. Permítame ilustrarlo de la siguiente manera. Tenemos el ejem­plo de una persona que ha tocado fondo, ha confesado toda su pecaminosidad e indignidad, y definitivamente ha invocado el nombre del Señor para ser salvo. Aun así, sus sentimientos no han tenido cambios particulares, y está lleno de dudas y temores.

            La pregunta es: “¿Ha nacido de nuevo?”.

            La respuesta es: “Sí”. Dios dice en Romanos 10:13: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”.

            “Pero ¿cómo puede este pobre hombre temeroso saber que es salvo?”

            “Simplemente creyendo en la Palabra de Dios. Dios dice que todo el que invoca el nombre del Señor será salvo. Este hombre lo ha he­cho; por tanto, debería aceptar la promesa de Dios de que es salvo.”

            “¿Aunque sus sentimientos no den fe del hecho?”

            “Sí, a pesar de la evidencia de sus sentimientos, él debe creer lo que Dios dice.”

            Si las almas ansiosas dejaran de pensar al respecto, se darían cuen­ta de que no hay mejor autoridad en todo el mundo que la Palabra de Dios. “Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos” (Salmo 119:89). “La suma de tu palabra es verdad” (Salmo 119:160). “Es imposible que Dios mienta" (Hebreos 6:18). ¿Preferiría que algún otro hombre le dijera que es salvo? Ese hombre podría ser ignorante o engañoso.

            ¿Preferiría que los sentimientos de felicidad le confirmaran que es salvo? Esos sentimientos pueden fluctuar día a día.

            Pero, en cambio, está la invariable e infalible Palabra de Dios, ofre­ciendo la seguridad más firme posible de que todos los que han creído en Cristo son salvos para la eternidad. Nada puede ser más concluyen- te que esto.

            Se dice que una vez le preguntaron a Martín Lutero: “¿Siente que sus pecados han sido perdonados?”. Su respuesta fue: “No, pero estoy tan seguro de ello como de que existe un Dios en el cielo”.

“Los sentimientos vienen y van,

Y los sentimientos son engañosos

Mi garantía es la Palabra de Dios.

Nada mis vale la pena creer.”

            Es casi un insulto a Dios que una persona que ha puesto su fe y confianza en el Señor Jesús dude de su salvación. Dios dice que aque­llos que confían en Cristo son salvos. Desconfiar de Dios es como acusarlo de mentir. “El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso” (1 Juan 5:10). “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso" (Romanos 3:4).

            Previamente hemos dicho que no sabemos que somos salvos a tra­vés de sentimientos de felicidad. Sin embargo, no debe deducirse a partir de esto que la salvación no tiene nada que ver con las emocio­nes, o que una persona que sabe que es salva no debería sentirse feliz. Este no es el caso. Todo el que ponga su confianza en Cristo debería regocijarse (Salmo 5:11). Pero el punto importante es que una perso­na no puede sentirse feliz por su salvación, sino hasta que sabe que es salvo, y nunca sabrá que es salvo sino hasta que crea en el testimonio de la Palabra de Dios.

            Cuando un creyente lee y acepta la Biblia, el Espíritu de Dios testi­fica que él es hijo de Dios (Romanos 8:16; 1 Juan 5:10). Por ejemplo, al leer Juan 6:47, el Espíritu de Dios me dice que tengo vida eterna. He creído en Cristo, por tanto, el resto del versículo debe ser verdad—ten­go vida eterna. Estoy lleno de las emociones más felices y de la paz más profunda, porque sé que soy salvo.

            Luego de que una persona ha sido salva, recibe otras evidencias de la nueva vida. Tiene la certeza de que ha pasado de muerte a vida por­que ama a sus hermanos (1 Juan 3:14). Encuentra que tiene nuevos gustos, nuevos deseos y nuevas ambiciones. Tiene un nuevo despre­cio por el pecado, y temor de desagradar al Señor. Pero esto no siem­pre es aparente en el momento de la conversión. El primer e inmedia­to medio de certeza es la Escritura.

            Cuando el obrero contacta a alguien que está turbado por dudas y temores, debe llevar a esa persona a la Biblia. Cuando el Señor Jesús fue tentado por Satanás, Él citó la Escritura y Satanás huyó. Así que, cuando el enemigo pone dudas en la mente del cristiano, este debe ci­tar algún versículo bíblico que prometa vida a todo el que cree en Cris­to. Lo que está diciendo es, en efecto, “Dios dice que soy salvo; y no me importa lo que tú digas”.

            A veces el ganador de almas se encontrará con aquellos que pien­san que dudar de su propia salvación es una señal de humildad o pie­dad. Debe recordarles que, si realmente han recibido al Hijo de Dios, están deshonrando la majestad de Su Trono al dudar de Su promesa. Las personas con poca salud o de edad avanzada, frecuentemente dudan de su salvación, pero ese es un tema diferente. El Señor lo sabe todo, y Su promesa permanece a pesar de la enfermedad de la frágil mente humana.

            Para muchas personas, la seguridad de la salvación viene como una segunda conversión. Una de las grandes recompensas del ganador de almas es ver el gozo y la paz que sobrevienen a quienes descansan en la Palabra de Dios por la certeza del perdón de sus pecados. Vale mu­cho más que lo que el mundo pueda ofrecer.

            El siguiente verso es del poema “Las últimas palabras de Samuel Rutherford.” Rutherford era un gran siervo de Cristo que vivió en Anwoth, Escocia, en el siglo diecisiete.

 

“Oh, si tan solo un alma de Anwoth

Me encontrara a la diestra de Dios,

Mi cielo sería dos cielos

En la tierra de Emmanuel.”

ORACIÓN PRECISA. RESPUESTA PRECISA


 Y me ha dicho: Bástate mi gracia.   (2 Corintios 12:9)


            No sabemos exactamente cuál era el aguijón en la carne de Pablo. En esto vemos la sabiduría del Espíritu de Dios, pues al no revelár­noslo, todos los afligidos pueden recibir el mismo aliento que recibió Pablo.

Veamos cómo Pablo enfrentó esta aflicción. No se nos dice que simplemente se deshizo de ella, ni que se quejó, ni que se amargó, sino que oró. ¿No es este uno de los propósitos del aguijón: acercarnos a Dios y no alejamos de Él?

La oración de Pablo era específica: “respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí” (v. 8). ¡Con qué frecuencia oramos de forma genérica y nos sorprendemos al no recibir res­puestas específicas! Mientras que en otras ocasiones somos espe­cíficos, pero no perseveramos en la oración hasta obtener una res­puesta. Pablo no solo fue específico, también fue persistente. ¿Su oración fue contestada? Si y no. ¡Desde el punto de vista físico, no fue contestada! ¡Pero sí lo fue desde el punto de vista espiritual! Fue respondida de tal manera que trajo bendición y paz, no solamente a Pablo, sino a un número incontable de cristianos a lo largo de los siglos.

La respuesta de Pablo fue: “[Él] me ha dicho”. Es una palabra per­sonal de parte del Señor a su siervo. ¿No es así precisamente nues­tro Señor para con nosotros? Él nos da la palabra, el versículo, justo lo indicado para mí, justo lo indicado para ti.

Luego vinieron las palabras “mi gracia". Solamente el Señor puede expresar estas palabras en su verdadero significado. La gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. Él derrama esta gracia sobre noso­tros, no sólo en la salvación, sino también ante todas las aflicciones que vienen sobre nosotros en nuestro peregrinaje. La provisión de gracia siempre es igual a la necesidad, o incluso superior, por eso el Señor le dice “bástate". Él se complace en dar una "medida buena, apretada, remecida y rebosando” (Le. 6:38).

P. E. Hall

El Señor Está Cerca 2021