miércoles, 12 de agosto de 2020

La Biblia

 La Biblia contiene la mente de Dios, el estado del hombre, el camino de salvación, la condenación de los pecadores y la felicidad de los creyentes.

 

1. 1. Sus doctrinas son santas, sus preceptos son comprometidos, sus historias son verdaderas y sus decisiones son inmutables.

1.  2. Léala para ser sabio, créala para ser salvo y practíquela para ser santo. Contiene luz para guiarle, alimento para sostenerlo y consuelo para alentarlo a usted.

3.      Es el mapa del viajero, el cayado del peregrino, la brújula del piloto, la espada del soldado y el itinerario del cristiano. Aquí se restablece el Paraíso y las puertas del infierno son reveladas.

4.      Cristo es su gran tema, nuestro bien su diseño y la gloria de Dios su finalidad.

5.      Debe llenar la memoria, gobernar el corazón y guiar los pies. Léala lentamente, frecuentemente y en oración. Es una mina de riqueza, un paraíso de gloria y un río de placer.

6.      Es dada a usted en vida, será abierta en el juicio y recordada para siempre.

Ella encierra la responsabilidad más alta, recompensa la labor más grande y condenará a todos los que menosprecian su contenido sagrado.

DAVID PREGUNTANDO A JEHOVA.

 “Y oyendo los Filisteos que habían ungido a David por rey sobre Israel, todos los Filisteos subieron a buscar a David: lo cual como David oyó, vino a la fortaleza. Y vinieron los Filisteos, y se extendieron por el valle de Rafaim. Entonces consultó David a Jehová, diciendo: ¿Iré contra los Filisteos? ¿Los en­tregarás en mis manos? Y Jehová respondida David: “Ve, porque ciertamente entregaré a los Filisteos en tus manos... Y los Filisteos tornaron a venir, y se extendieron en el valle de Rafaim. Y consultando David a Jehová, él le respondió. No subas; más rodéalos, y vendrás a ellos por delante de los morales...Y David lo hizo así, como Jehová se lo había mandado: e hirió a los Filisteos desde Geba hasta llegar a Gezer”.2 S. 5.17-25.

Aquí encontramos al hombre ‘‘conforme al cora­zón de Dios”, David, consultando a Jehová para ha­cer una cosa para la cual, en apariencia, no había ninguna necesidad de consultar, siendo, como era, el rey de Israel. Él podía actuar en todas las circuns­tancias que se le presentaran, pues había sido capa­citado para ello, pero su dependencia completa en el Señor, le lleva a consultar y esperar en Dios, para que Él le de la orden de salir a palear o no, en contra de los Filisteos. Muchas veces hallamos las mismas palabras de consulta que David hizo a Jehová y en todas estas ocasiones fue guiado a victoria sobre sus mu­chos enemigos. Parece que el temor y la dependencia que caracterizaban a David era el motivo por lo cual Dios lo había hallado ‘‘conforme a su corazón” como lo expresó a Samuel, cuando éste no se consolaba por lo que Saúl había hecho.

No cabe duda que esa dependencia completa agradó a Dios y es muy marcado que, mientras él la tuvo todo fue del agrado de su Dios, pero al solo caer en descuido de ella, le trajo las más duras y tristes consecuencias, no solo para él mismo, sino para otros.

En este tiempo, a nosotros que somos su pueblo redimido, se nos exhorta a depender constantemente en el Señor, para que vayamos de victoria en victo­ria sobre nuestros variados y múltiples enemigos. En el escogimiento que Dios hizo de nosotros por medio de nuestro Señor Jesucristo, habiéndonos hecho aptos para participar de la suerte de los santos en luz, Col. 1.12.13, somos llamados a pelear en contra de nuestros enemigos. Por ser ignorantes muchas veces de nuestro más grande enemigo, el diablo, quien practica en contra nuestra toda suerte de es­tratagemas, ignoramos también lo malo y desleal que es nuestra misma carne y las astucias tremendas del mundo y de sus cosas en embargar nuestras vidas para que no paliemos y ganemos sobre ellos, y no es extraño que Dios con tanta insistencia nos amoneste sobre la falta de confianza que muchas veces hay y el poco cuidado que tenemos de desconfiar de nosotros mismos para apoyarnos en su dirección.

‘‘Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no estribes en tu prudencia..., No seas sabio en tu opinión: teme a Jehová y apártate del mal” Pr. 3.5-7, esta es, tal vez, la más grande amonesta­ción que tenemos para nosotros mismos, pues el estribar en nuestra propia prudencia, ha sido y es la causa de los más grandes fracasos en la vida de los hijos de Dios. Esa dependencia propia, esa sabi­duría personal, es la que nos lleva a ser descuidados y negligentes en el temor al Señor, y nos evita buscar de Él la completa guía en lo que tene­mos que hacer. El temor y la dependencia del Señor nos lleva al conocimiento de nuestra inutilidad incapacidad en nosotros mismos y nos guía a fiarnos en la potencia del Señor, que es el único que sabe todas las trampas, los engaños, fracasos y deslealtades que podemos encontrar en el camino. El diablo quiere valerse de todo esto para que no alcancemos a glori­ficar el nombre de nuestro Señor, y para que, estando entretenidos con alguna otra cosa, no mostremos lo que Él nos ha dado, que es la salvación de nuestras almas. Muchas veces, aparentamos buscar la dirección y voluntad del Señor, pero de antemano hemos ya planeado lo que queremos hacer y vamos al Señor exponiendo solo para que Él lo apruebe, en lugar de pe­dir su entera voluntad. Eso es tremendamente desleal, porque nuestras vidas no son nuestras y no tenemos derecho a planear si realmente le hemos dado o ren­dido nuestra voluntad. Él quiere hacer lo que Él desea con lo que es de Él y es para nosotros sujetar­nos completamente a esa voluntad, porque nos ha comprado y tiene toda autoridad y derecho para man­dar y espera que cumplamos. Segundo, al planear y después buscar su aprobación, es un engaño a noso­tros mismos, pues creemos o nos hacemos creer que es El quien nos guía a hacer tal o cual cosa, cuando realmente somos nosotros quien la queremos, y cuan­do llegamos a dar con resultados contrarios a lo que esperábamos, nos rebelamos y murmuramos en contra de Él, y entonces pensamos que es El quien nos ha guiado mal. El tiempo y el ejercicio de alma nos hacen llegar a realizar nuestra equivocación, algunas veces, en otras ocasiones nos rebelamos más hasta caer en completa indiferencia para las cosas del Señor. Otras veces, vamos a Él aparentando buscar su volun­tad, pero en el fondo, con mucha astucia, tenemos decidido lo que vamos a hacer. En su maravillosa paciencia nos enseña por su Palabra, a esperar para que Él muestre su voluntad y haga que todas las cosas contribuyan a desarrollar ese propósito. En algunos casos creemos y confiamos por un poco de tiempo más luego vienen circunstancias que nos empu­jan en dirección contraria a la del Señor y entonces, ‘‘pensando que tenemos lo que deseamos” como pasó a aquellos que navegaban con Pablo a Roma, Hch. 27.13-25, nos metemos en tan grandes tempestades que caemos también, por azote y castigo del Señor, en verdaderas cárceles de aflicción, hasta que, pasados muchos días, estando afligidos, tentados, angustiados y derrotados por nuestros enemigos, venimos a la conclusión de que nos equivocamos, y desoímos la voz del Señor. Si somos ejercitados y buscamos bien los hilos de nuestra confianza propia, hallaremos que Dios es fiel y misericordioso y da Palabra de perdón, consolación y ánimo cuando regresemos a buscar en humillación el mismo punto de donde caímos. Otras veces, llegamos a ser como el caballo o como el mulo que arremetemos en nuestra propia voluntad, sin en­tendimiento y Dios en su misericordia tiene que tra­tarnos con dureza, porque ve nuestra decisión a andar y hacer lo que nosotros creemos es nuestro deber hacer, viniendo a estar en contra de Él. Sal. 32.9. Después venimos a parar como David cuando no con­sultó a Dios para saber qué hacer, porque había caído en negligencia y confianza propia.

Pasando por el capítulo 5 de 2 Samuel a 2 Samuel 21 hallamos un intervalo en la vida de David en que no se menciona esto de consultar a Jehová. Sin duda oró de alguna manera, pero por las cosas que sucedieron se ve que él había perdido esa dependen­cia en Dios, La manera cómo llevó el arca del Pacto, nos dice bastante de su suficiencia personal. En el capítulo seis, nos da el relato: “Y David tornó a juntar todos los escogidos de Israel, treinta mil. Y se levantó David, y fue con todo el pueblo que tenía consigo, de Baal de Judá, para hacer pasar de allí el arca de Dios, sobre la cual era invocado el nombre de Jehová de los ejércitos, que mora en ella éntrelos que­rubines”. No hallamos, como las otras veces que con­sultó a Jehová”. Tenía el mando de todo y, pen­sando que el arca debía estar en medio del pueblo, se levanta y, sin consultar a los sacerdotes, va y la pone sobre un carro nuevo tirado por bueyes. Con toda suerte de instrumentos de madera, con arpas y salterios, adufes, flautas y címbalos la llevan al lugar que él le había destinado. De repente los bueyes da­ban sacudidas y el arca es movida y Uza, uno de los hombres valientes de David, extiende su mano para detenerla y en ese momento cae muerto junto al arca. David se entristece porque Jehová había heri­do a Uza y teme seguir llevando el arca, entonces la deja recomendada en la era de Obed-edom, uno de los de Israel, Allí estuvo el arca tres meses, hasta que llegó aviso a David de cómo Jehová estaba ben­diciendo a Obed-edom. Esta vez, ya no la lleva como la primera vez. Cada seis pasos era ofrecido en sacrificio un buey y un carnero hasta que llegó a la tienda que el mismo David había preparado para ella.

            ¿Por qué castigó Dios a David hiriendo a su siervo? ¿Por qué lo avergonzó e impidió llevar el arca la primera vez? Porque Dios había dicho claramente que aquella arca tenía que ser llevada sobre los hom­bros de los levitas, Nm. 3.6-10; Jos. 3.3,11,14. La llevada del arca en un carro nuevo, tirado por bueyes, había sido copiada de los Filisteos, cuando en el tiem­po de Eli, peleando Israel con ellos, tomaron el arca y se la llevaron a su tierra, poniéndola en el templo de Dagón su dios. Después, cuando los Filisteos vie­ron que la mano de Jehová era dura sobre su dios Dagón, y que estaban heridos con las plagas que Dios mandó, tomaron el arca y la pusieron encima de un carro nuevo en el que uncieron dos vacas cuyas crías habían sido encerradas, y aquellas vacas llevaron el arca a su destino. 1 S. 6. "El carro nuevo” pues, fue invención de los Filisteos que no sabían otra cosa mejor ni, tenían noticias de la orden de Diosa su pueblo. Para ellos no era desobediencia, pero cuando David, el ungido por Dios como rey de su pueblo, se levanta a copiar e imitar la manera de llevar el arca, es cosa diferente, y por esa razón fue castigado y humillado, aunque tuvo buen deseo de tener el arca en su respectivo lugar. No era malo tenerla en su lugar, pero era malo el imitar y deso­bedecer a Dios. En esto encontramos una grande lección para la cristiandad de hoy día. Ella ha querido imitar mucho de lo que los enemigos de Dios hacen para llevar adelante el propósito de predicar el evange­lio, con la mira de lograr el ensanchamiento del reino de Dios en este mundo. Dios ha dado bien claro, por medio de sus siervos, en las epístolas, la manera para la Iglesia de llevar sus preceptos, de acuerdo con las enseñanzas de los apóstoles. Cada cosa ense­ñada, como el bautismo, la cena del Señor cada pri­mer día de la semana, etc., ha sido exactamente de­tallada, para que la Iglesia lleve ese modelo en obe­diencia a su Señor, De la manera como a Moisés le fue dicho de hacer el Tabernáculo conforme a su diseño que le fue mostrado en el monte, y aquel lo hizo exactamente igual, así a la Iglesia se le ha dado el diseño para su adoración y alabanza hacia su Señor. Si la Iglesia en lugar de hacerlo de acuerdo con lo que la Palabra enseña, inventa o copia las maneras del mundo y con la excusa de adelantar el crecimiento de la obra, deja a un lado lo que se le encomienda, está en abierta desobediencia al propó­sito de su Señor, Que los del mundo celebren sus reuniones y hagan todo lo que quieran, nada tenemos que condenar, son libres de hacerlo, pero cuando la Iglesia se pone a imitar sus maneras, es ya con­denado por la Palabra de Dios.

            Notemos que David con la muerte de Uza no ejercita su corazón para volver en sí, ni se conde­na a sí mismo como lo hizo en aquella otra ocasión cuando, por haber contado al pueblo de Israel, Dios tuvo que matar a muchos y cuando David vio al ángel de Jehová con su espada desnuda para herir a Jerusalén, cayendo delante de Dios, dice: ‘‘Yo pequé, yo hice la maldad; ¿Qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se torne contra mí, y contra la casa de mi padre” 2 S. 24.1-17, Su corazón estaba en aquel entonces lejos y cayó en el pecado con la mu­jer de Urías Heteo; con sus enemigos se portó cruel­mente, midiéndolos por cordeles, un cordel de muerte y uno de vida, también los puso debajo de sierras y de trillo de hierro y los hizo pasar por hornos de ladrillos; en una victoria sobre sus enemigos, toma la corona del rey de ellos y la pone sobre su cabeza, coronándose así mismo; Así podemos ver los desa­ciertos y la diferencia que hay cuando Dios es con­sultado en todo y cuando el hombre en su fuerza se levanta para hacer lo que quiere hacer, sea grande o pequeño. Cuántas veces nosotros también en nuestra suficiencia propia y terquedad llegamos a hacer lo que David hizo. ¡Cuánta crueldad y dureza en contra de los que pensamos sen nuestros enemigos, y tenemos que sufrir ¡as consecuencias de nues­tra negligencia en oración, o de nuestra suficien­cia personal! Creyéndonos capaces de todo, traemos dolor a otras vidas, retrasamos la obra del Señor y hacemos que sea blasfemado el nombre del que nos ha amado, el Señor Jesús. Quiera El, y sin duda lo quie­re, que algunos de bus hijos que se encuen­tren en semejante condición a la de David, vuelvan en sí, para realizar el error de esa suficiencia perso­nal, por la cual tanto desacierto ha sido hecho, para que en humildad puedan pedir perdón al Señor por su falta y dar la debida restitución a las vidas que han sufrido por ellos. Es muy difícil, pero nada imposible al corazón contrito y humillado que quiere ser fiel para con Dios.

En el capítulo 21, volvemos a ver a David ‘‘con­sultando a Jehová” y es porque Dios había enviado hambre en la tierra. Hasta ese momento parece que David ejercita su corazón delante de Jehová, pues sin duda al ver que el hambre con sus estragos aflige al pueblo del Señor, recuerda que Dios por medio de Moisés había dicho que si eran fieles a sus manda­mientos Él les prosperaría, pero que si se apartaban y si pecaban tendrían hambre y calamidad: "Y será que, si oyereis diligente la voz de Jehová tu Dios, para guardar, para poner por obra todos sus mandamien­tos,… te hará Jehová sobreabundar en bienes...en el país que juró Jehová a tus padres que te había de dar” Dt. 28,1-13. Al preguntar David a Jehová la causa del hambre, Él le dice que es por causa de Sa­úl, que etí su celo por Israel, no había guardado el juramento hecho a los Gabaonitas, Jos. 9, David va a ellos para inquirir qué puede hacer para que se arregle a satisfacción la falta que había cometido Saúl y cumplen al pie de la letra su demanda. Son ahorcados los hijos de Saúl, menos Mefi-boset, hijo de Jonatán, por haber mediado también un jura­mento entre David y Jonatán. Mire cuánto se tiene que hacer para volver al Señor en completa dependen­cia. Así experimentamos muchas veces el hambre en nuestra propia tierra y es entonces cuando realizamos hasta dónde nos hemos alejado de la comunión con el Señor. Dios nos trata bajo el mismo principio. Para nuestra salvación no hay más que una sola condición y ese reconocimiento de nuestra necesidad y acepta­ción de la obra que ha sido hecha a nuestro favor. Después, en toda nuestra vida cristiana, siempre hay condiciones que son puestas para nuestro bie­nestar y prosperidad y para que en todo podamos glori­ficar al Señor. Si reconocemos en nosotros mismos que nada podemos hacer, y dependemos constante­mente en Él para toda dirección, nos hallaremos salvos de toda caída; pero si nos fiamos de nosotros mismos y de nuestra prudencia, tarde o temprano hallare­mos tristeza, humillación, fracaso y despertaremos a la multitud de desaciertos y necedades que habremos hecho.

Tenemos que inquirir siempre la causa de pobre­za en nuestra vida, haciéndolo con corazón humilde hallaremos, como David, bendición. Dios es tardo para la ira y se arrepiente del castigo. Jl. 2.13. Siempre está listo para perdonar y olvidar y aún restaurar ad que ha estado lejos, pues: “Como el padre se compa­dece de sus hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque él…Se acuerda que somos polvo” Sal. 103.13,14; “¿Qué Dios como tú, que perdonas la maldad, y olvidas el pecado del resto de tu heredad? No retuvo para siempre su enojo, porqueras amador de misericordia" Miq. 7.18.19.

Que Dios esfuerce nuestros corazones, para estar siempre listos a preguntar a la boca de nuestro Dios, y evitar fracaso y tristeza. Si alguno de sus hijos está sufriendo los resultados de su suficiencia perso­nal, no se desmaye, que Dios es fiel y misericordioso y estará listo para hacerlo tornar de sus iniquidades y pecados.

¿TIENES EN TU MANO UNA VARA O TIENES LA MANO LEPROSA?

 Éxodo capítulo 2


            Moisés cuando era joven antes de ser convertido era un muchacho tremendo. A los tres meses de nacido gritaba y pataleaba; no pudo hacer más ocultado por sus padres de la sentencia del rey Faraón. Puesto dentro de una arquilla en el río Nilo empezó a llorar para que la hija de Faraón lo oyera. (Éxodo 2:1-10) En las escuelas egipcias Moisés se vio más aventajado que los muchachos de sus tiempos.

            A los cuarenta años Moisés salió sin ser enviado, a ver las cargas de sus hermanos, y observó a un egipcio que hería a uno de los hebreos. Miró a todas partes y, viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Huyó a Madián y llegó junto a un pozo. Las hijas del sacerdote vinieron a sacar agua para dar de beber a las ovejas y los pastores las echaron. Moisés volvió a “levantar sus puños,” defendió las muchachas y sacó agua para las ovejas. (Éxodo 2:11-19).

            En todo esto Moisés muestra la firmeza de su carácter y su corazón de pastor, pero le faltan otros cuarenta años para recibir su graduación. Cuarenta años pastoreando ovejas con las pruebas del desierto volvieron al mismo Moisés humilde como una oveja. La primera cosa que aprendió fue el amor al rebaño, virtud que fue característica en su vida, guiando al pueblo de Israel por el desierto. (Éxodo 32:31,32)

            Posiblemente la conversión de Moisés fue en el monte Sinaí, cuando el Señor se le apareció en la visión de la zarza que ardía y no se consumía. Dios le llamó y le comisionó para que sacase a su pueblo de Egipto, pero Moisés, que cuarenta años atrás era precipitado y atrevido, también ha aprendido la humildad. Empezó a exponer varios complejos de su inferioridad. El Señor le dijo: “¿Qué es eso en tu mano?” y él respondió: “Una vara.”

            Una insignificante vara o cayado de pastor es lo único que Moisés pone a la disposición del Señor. Desde aquí en adelante es llamada la vara de Dios; Éxodo 4:1,2,17,20. Por el poder de Dios, el don de Moisés estaba en aquella vara que sostenía en su mano, y ¡qué de portentos hizo con aquella vara!

            Hermano, por la virtud del Señor puedes tener tu don en tu mano para repartir tratados evangélicos, para poner en manos de otros una Biblia, para escribir de las virtudes piadosas del siglo venidero. Puedes tener una mano liberal para ayudar a la evangelización, o socorrer al necesitado.

            Los hombres para obrar quieren los medios y la capacidad más grande, pero el Señor quiere que pongamos a su disposición las cosas pequeñas: los cinco panes y los dos peces del muchacho (Juan 6:9), el vaso de barro de Gedeón (Jueces 7:20), la botija de aceite de la viuda (2 Reyes 4:2-7), la aguja de Dorcas (Hechos 9:36-41), la casa de Filemón (vv. 5-7,22), la elocuencia de Apolos (Hechos 18:24-28), la abnegación de Pablo (Filipenses 2:17, 4:12,13).

            Por segunda vez el Señor dijo a Moisés: “Mete ahora tu mano en tu seno.” Y él la metió, y como la sacó he aquí su mano estaba leprosa como la nieve. Aunque estas señales que Dios le daba eran para Egipto e Israel, también eran lecciones y experiencias personales a Moisés; primero para que no fuera a engreírse por los milagros que iba a obrar y reconociera que él en sí mismo era pura carroña, la figura del pecador.

            El rey Uzías empezó a prosperar y hacerse poderoso en su pueblo. Esto le enalteció, y entró en el lugar santo para ofrecer el perfume santo sin saber que ya la lepra estaba en su frente. “Y porque la grandeza de las revelaciones no me levante descomedidamente, me es dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobre manera.” (2 Corintios 12:7)

            La otra lección es: si no tienes en tu mano la vara, señal del poder de Dios, entonces tienes la mano leprosa. ¿Para qué sirve una mano leprosa? Uno de los primeros milagros del Señor en su ministerio fue de estirar y poner en movimiento la mano seca del hombre en Capernaum. (Lucas 6:6-10) Alguno dirá que la lepra es figura del pecado, y después que hemos creído en el Señor por su sangre, somos limpios de esa inmundicia. ¿No era limpia también María? pero fue disciplinada con la lepra. Léase el Salmo 38; parece que David cayó en la misma disciplina.

            O servimos al Señor con lo que tengamos y podamos, o somos inútiles. O tiene en tu mano la vara, o tienes la mano leprosa. “Entonces os tornaréis, y echaréis de ver la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.” (Malaquías 3:18).

José Naranjo

¿A qué se refiere 1 Corintios 15:29 cuando habla de los que “se bautizan por los muertos”?

 Respuesta: Hay algunas sectas y religiones que enseñan que es posible ser bautizado a favor de alguien que ya ha muerto. Los supuestos motivos incluyen purgar a tal persona de algún pecado grave del cual no se arrepintió, o hacerlo vicariamente, o sea, ser bautizado en el lugar de alguien que, por falta de tiempo o deseo durante la vida, no logró ser bautizado. Los errores de estas creencias son refutados claramente por las Escrituras. La Biblia no enseña en ninguna parte que el bautismo es necesario para la salvación. Es más, enfatiza que después de la muerte viene el juicio y no la salvación. Por lo tanto, “he aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co 6.2).

            Entonces, ¿qué significa este pasaje? Viendo el contexto del capítulo, notamos que Pablo habla acerca de la resurrección de Cristo, y la subsiguiente resurrección de los creyentes. En la sección que estamos considerando, Pablo hace referencia a la realidad de la fuerte persecución que estaban sufriendo en ese momento los creyentes en Cristo. Muchos habían perdido y sufrido mucho, hasta la vida misma. Desafortunadamente, el bautismo está “muy de moda” en algunas partes del mundo, sin entender lo que realmente significa. Sin embargo, en aquel entonces, y en ciertas partes del mundo hoy en día, bautizarse es algo bastante costoso y riesgoso. Pablo está diciendo efectivamente: “Muchos creyentes bautizados han sido martirizados. Si no hubiera resurrección, ¿para qué van a bautizarse los nuevos creyentes, y así seguir los pasos de los mártires y reemplazarlos?” Entonces, entendemos que el bautismo aquí “por (en lugar de) los muertos” no habla de la regeneración de los tales en la eternidad, sino del “reemplazo” de ellos en el servicio aquí.

Timoteo Woodford.

Mensajero Mexicano

HOMILÉTICA (2)

III. DEBE AMAR A LAS ALMAS

 

Una cosa es querer predicar y otra muy distinta querer a las perso­nas a quienes predicamos.

o   Un Abogado puede desarrollar gran habilidad en su profesión, sin amar a sus clientes.

o   Un comerciante puede hacerse rico, sin amar a sus clientes.

o   Un Médico puede gozar de gran fama, sin amar a sus pacientes.

            PERO un predicador nunca podrá ser fiel obrero de Cristo si no tiene un profundo amor hacia las almas perdidas, a quienes predica el Evangelio de la gracia de Dios.

            Hay mucha satisfacción en poder conmover con elocuencia a un audi­torio, y esto puede llegar a ser una trampa si el predicador no siente amor hacia las almas. La predicación otorga prominencia al que predica y la tentación de lucirse, y recibir el aplauso de los hombres ha arruinado a más de un predicador (1 Ti. 3:6).

            Nótense las muchas veces que está registrado que “Él tuvo compasión”. Su corazón estaba lleno de amor para los pobres pecadores a quienes vina a buscar y a salvar (Mt. 20:34; 14:14; 15:32; Mr. 1:41; Lc. 7:13).

 

IV. DEBE SER UN ASIDUO ESTUDIANTE DE LA BIBLIA

            Puesto que la Biblia es la suprema autoridad del predicador y el manantial de donde procede toda su predicación, es imperativo que esté bien familiarizado con el contenido íntegro de las Escrituras.

            Así como el maestro de música, de matemáticas o de dibujo debe estudiar y entender su materia antes de poder enseñar eficazmente a otros, el Pre­dicador debe estudiar la Biblia con devoción y para su propio provecho espiritual, antes de poder comunicar su mensaje al auditorio.

            El Predicar es tarea difícil pero grandiosa y no debemos olvidar que trabajamos para el mejor de los maestros. El predicador debe compartir los sentimientos de David cuando dijo: "No ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada” (2 S. 24:24).

 

V. DEBE SABER ORAR

            El que quiere hablar mucho al hombre acerca de Dios, debe hablar mucho con Dios acerca del hombre. Un ministerio sin oración es un minis­terio sin potencia ni provecho.

            En la oración Dios ha puesto a nuestro alcance una fuerza que puede mover la mano que mueve al mundo. Sabio en verdad es el que debidamente aprecia y aprovecha constantemente el tremendo poder que hay en la oración sincera y llena de fe. Aun es verdad que "Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas" (IS. 40:31).    

            Si nuestro Señor vivió en una atmósfera de oración, cuanto más necesaria es que nosotros vivamos en ella. Debemos orar en relación a cada detalle de nuestra vida. Se nos manda que "Por nada estáis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracia.

            Toda predicación debe ser santificada por la oración, tanto en su preparación y presentación, como en el esfuerza por preservar sus resultados.

 

VI. DEBE LLEVAR UNA VIDA LIMPIA.

            En el ministerio cristiano una vida santa es algo imprescindible. Un predicador, más que cualquiera, debe ser irreprochable en su conducta. Debe tener "buen testimonio de los de afuera" (1 Ti. 3:7). El predicador del evangelio debe ser bien conceptuado en las esferas domésticas, sociales, comerciales y eclesiásticas donde se desenvuelve.

            No solamente debe "Predicar la Palabra" sino también "Adornar la doctrina" (Tit. 2:10). Este Adorno consiste en honradez en los negocios, veracidad en la conversación, vida moral, mente sana, temperamento ecuánime, proce­der recto y carácter piadoso (Sal. 15: 1-5; 1 Ts. 2:9-12; 1 P. 2: 11,16).

            Si la vida no concuerda con la predicación, la doctrina y la Palabra de Dios serán blasfemadas (Ro. 2:21-24; 1 Ti. 6:1; Tit. 2:5). Los munda­nos se regocijan con placer diabólico cuando descubren duplicidad o enga­ño en la vida de un predicador. Dicen: “Si así se porta un cristiano, me­jor me quedo como estoy”.

            El que quiere el prestigio de ser predicador debe estar dispuesto a pagar el precio que esto exige: una vida intachable. Si no la tiene, el nombre y la obra del Señor serán deshonrados.

EL CREYENTE ABRAHAM

 

Por S. J. (Santiago) Saword

Los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham, Gálatas 3.9. Abraham, el cual es padre de todos nosotros, Romanos 4.16

           En Abraham tenemos el más destacado ejemplo de la fe en toda la Biblia. Somos identificados con él como creyentes y somos hijos espirituales suyos por la fe. Cuando Dios le llamó de su tierra, no había ni una sola palabra de las Sagradas Escrituras en forma escrita; Dios había comunicado sus propósitos a sus escogidos por revelaciones y visiones, como en los casos de Enoc y Noé. Sin embargo, Abraham obedeció por la fe la llamada celestial y, como un niño, puso su mano en la mano de Dios sin vacilar.

Peregrino

            No sabiendo para dónde iba, dejó atrás la ciudad de Ur con su antigua civilización e idolatría, para no volver nunca. Su anciano padre se entusiasmó para acompañarle, aunque Dios no le había llamado. Taré estaba dispuesto a seguir por sólo la mitad del camino, y no cruzó el río. Así, Abraham fue detenido hasta que murió el anciano, y luego se encontró libre para continuar la marcha.

            Muchos creyentes han sido estorbados y detenidos en su progreso cristiano por causa de sus familiares. Nuestro Señor advirtió que los tales no son dignos de ser llamados discípulos suyos; Lucas 14.26,27.

            El río constituía el lindero entre la vida anterior y la nueva. En Génesis 14.13 este hombre recibe un nombre nuevo, Abram el hebreo, el cual significa que procedía del otro lado del río. Así la gente del país reconoció que era extranjero y peregrino entre ellos. El diablo es el autor de confusión y quiere mezclar a los que son de Dios con los que son suyos. “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él”, 1 Juan 3.9

            Al llegar Abraham a Siquem, Jehová se le apareció y le comunicó una promesa muy importante: “A tu descendencia daré esta tierra”. Abraham edificó su primer altar, confesando delante de los cananeos que era creyente en el Dios vivo y verdadero.

            Su altar fue de piedras, de carácter permanente como un testimonio, para ofrecer holocausto y así acercarse a Dios. Cada creyente debe tener su altar familiar, empezando el día con la lectura de la Biblia y la oración, con la familia reunida. Es una práctica que puede ocupar unos diez o quince minutos, según el tiempo disponible. En Hebreos 13.10 leemos que nosotros tenemos un altar. Es Cristo como nuestro Salvador y Sustentador.

            Abraham llegó cerca de Bet-el (casa de Dios), donde plantó su tienda y edificó su segundo altar a Jehová. Allí invocó el nombre de Dios, reconociéndole como Señor soberano. Nos hace recordar Romanos 10.9: “... que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Para Abraham era un altar de oración y adoración.

Soldado

            Llegamos a Génesis 14 y vemos a este hombre como soldado, impulsado por amor a su sobrino Lot y rescatándole de un enemigo poderoso. Con sólo 318 de sus criados, y los varones Aner y Escol de Mamre como acompañantes, salió Abraham en persecución de los cuatro reyes y sus ejércitos victoriosos. Su fe en Dios le infundió coraje y confianza invencible. Sorprendido el enemigo en un ataque nocturno, fue herido y huyó, dejando atrás los cautivos y los despojos.

            En Efesios 6.11 al 18 el apóstol Pablo nos enseña de las huestes espirituales de maldad que están en contra nuestra. Nos explica la armadura provista para que el creyente pueda defenderse, tal como son el escudo de la fe y la espada del Espíritu. También en 1 Timoteo 6.12 hay la exhortación: “Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna”.

            Es una batalla sin tregua contra el mundo, la carne y el diablo. ¿Cómo vamos a salir en esta batalla que es la vida? ¿Seremos vencedores o vencidos? “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”, Romanos 12.21. Hay una palabra animadora en 1 Corintios 15:57: “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Anfitrión e intercesor

            En Génesis 18 Abraham es un buen hospedador. Las palabras de Hebreos 13.2 — “... por ella [la hospitalidad] algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” — probablemente se refieren a ese caso. Abraham y Sara agasajaron a visitantes ilustres: “Estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día ... he aquí tres varones que estaban junto a él ...” Nuestro Señor hace referencia a los que darán comida, etc. en un día venidero a uno de “sus hermanos más pequeños”. Dice que será como darle a él mismo; Mateo 25.40.

            En el mismo capítulo encontramos a este hombre de fe rogándole a Dios por Sodoma. Empieza con cincuenta justos y persevera hasta llegar a diez. ¡Qué paciencia muestra Dios con él! Nosotros contamos con la promesa de 2 Pedro 3.9: “El Señor no retarda su promesa ... sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca”.

Adorador

            La prueba suprema de consagración está narrada en el capítulo 22. Abraham construye su cuarto altar, y es el último porque con éste llegó al cenit de su comunión con Dios. El ofrece a su hijo. En el versículo 5 encontramos la primera referencia en la Biblia a la adoración: “Iremos hasta allí y adoraremos”. ¿Cuál es la calidad de la adoración nuestra? En la cena del Señor, por ejemplo, ¿es superficial, formal, o de todo corazón?

            En el capítulo siguiente Abraham es un ejemplo de honradez en los negocios, cuando compra una parcela para sepultar los restos de su esposa. El no acepta el terreno como regalo ni regateado, sino da el precio completo y los moradores de la tierra observan su conducta.

Amigo

            Abraham se graduó con honores de la universidad de Dios, obteniendo el título de M.A.: Mi amigo. “Pero tú ... descendencia de Abraham mi amigo”, Isaías 41.8. “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios”, Santiago 2.23.

            En Hebreos 11 vemos que fue su esperanza gloriosa que le hizo peregrino en la tierra. 1 Pedro 1 habla de nuestra esperanza viva, herencia incorruptible y peregrinación. El porvenir del creyente es motivo sobrado para llevar una vida de separación de las cosas de este siglo malo.

LA LEY Y LA GRACIA (3)

 NOTAS

Dada la proliferación actual de diversos movimientos judaizantes, podemos agregar algunos puntos esenciales relacionados con este tema:

 


(1) La ley no fue dada a los gentiles, sino al pueblo de Israel. Romanos 9:4 dice: “que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas”. El apóstol Pablo dejó claro que los gentiles, en contra distinción de los judíos que estaban bajo la ley, “no tienen ley” (Romanos 2:14. Compárese Romanos 3:19 y 1.ª Corintios 9:20-21). Levítico 26:46 deja perfectamente establecido este punto: “Estos son los estatutos, ordenanzas y leyes que estableció Jehová entre sí y los hijos de Israel en el monte de Sinaí por mano de Moisés.”

 

(2) Romanos 10:4 establece que “el fin (telos) de la ley es Cristo”. Este versículo ha dado lugar a diversas opiniones. Una de ellas dice que Cristo es el cumplimiento de la ley, es decir, que Cristo vino para cumplir la ley (Mateo 5:17). Si bien es cierto que Cristo cumplió la ley, no es lo que en este contexto se dice. No hay ninguna razón válida para confundir telos (fin) con pleroma (cumplimiento). Otros toman telos con el sentido de «objeto» o «propósito». Pero el significado más simple tal como lo determina el contexto, es el de «terminación», es decir, que Cristo puso fin o terminó con la ley (véase desde 9:30, donde se contrasta la ley con la fe, la justicia de uno con la justicia de Dios). En 2.ª Corintios 3:7, se califica a los Diez Mandamientos (grabado con letras en piedras) específicamente como un “ministerio de muerte” (en el v. 6 dice que “la letra mata”), y en el v. 9 se describe como “ministerio de condenación”, en contraste con el “ministerio del Espíritu” (v. 8), el cual da vida en vez de muerte, y se describe también como “ministerio de justificación”. Los mandamientos escritos en las tablas de piedra, pues, quedaron abolidos y reemplazados por el “ministerio del Espíritu”. Gálatas 6:2 deja ver que la ley de Moisés fue reemplazada por “la ley de Cristo”: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.” Ésta es la ley para nosotros los cristianos, y no la ley de Moisés, porque, aunque esta última era la ley de Dios —y siempre habrá de ser la medida con la que Dios trata con el hombre natural— Él trata en este contexto con aquellos que viven en el Espíritu; y la ley del Sinaí nunca fue dada al hombre espiritual, sino a un pueblo en la carne, en el viejo hombre, a Israel. La ley mosaica trata con el hombre natural y, por lo tanto, con lo que es malo en él. ¿Quién puede decirle al nuevo hombre: “No matarás”, o “No hurtarás”? ¿Acaso el nuevo hombre alguna vez tiene malos deseos o comete adulterio? La mera noción lleva la marca sobre sí de que toda la teoría es falsa. La ley de los Diez Mandamientos jamás fue dirigida en absoluto al nuevo hombre. El nuevo hombre puede hacer uso de ella; pero esto es totalmente diferente de tomarla como el lenguaje que expresa su propia responsabi-lidad delante de Dios. “La ley de Cristo” no consiste en reglas legales. Ella está en contraste con la ley de Moisés, la cual trataba con el hombre en la carne, mientras que la ley de Cristo trata con el nuevo hombre, que vive en el Espíritu y que debiera andar en el Espíritu, pero que también tiene la vieja naturaleza, debiendo, pues ser fortalecido en la nueva, con los ojos “puestos en Jesús”. Cristo estuvo siempre ocupado de los demás. Tomar la ley dada en Sinaí es tener a Dios exigiendo lo que condena a un pecador. Y Dios no se manifestó en Sinaí como “Padre”. La ley de Sinaí, pues, fue dada a la nación rebelde y culpable de Israel, demandando de ella perfecta obediencia. Ahora un “nuevo pacto” ha sido introducido, lo que significa que el antiguo quedó abrogado por lo nuevo.

 

(3) La ley mosaica constituye una unidad. Los hombres se esfuerzan por dividir lo que la Escritura denomina “la ley” (con artículo definido) en varias partes o «leyes» (ceremonial, moral y judicial), pero, insistimos, aunque podamos considerar la ley teóricamente desde varios puntos de vista, toda la Biblia considera a la ley mosaica como una unidad indivisible. Si es ceremonial o moral, no tiene mayor importancia, pues nosotros, como cristianos, no estamos “bajo la ley, sino bajo la gracia”. Somos salvos por la fe de Cristo, no por las obras de la ley moral ni ceremonial. Es verdad que la ley moral debe condenar al pecador en mayor grado que la ceremonial. Para un gentil, el hecho de ser circuncidado, como en el caso de los gálatas, significa abandonar la gracia, perder a Cristo, y venir a ser deudor de cumplir toda la ley (Gálatas 5:3). Pero la Biblia insiste en el hecho de que la ley es una sola, y quebrantar cualquier parte de ella, equivale a quebrantar toda la ley. Santiago es claro en este punto: “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley” (Santiago 2:8-11). Toda la ley debía guardarse: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordene” (Deuteronomio 4:2). Nosotros podemos hablar de «ley moral», pero la Escritura no usa ese lenguaje, sino que ésta es parte de LA ley, la cual es una sola.

 

(4) Antinomianismo. Lo que vulgarmente se conoce como «antinomianismo», es la maldad de hacer de la libertad un pretexto para la malicia (y por la Escritura sabemos que la carne es perfectamente capaz de hacerlo), es decir, es el razonamiento natural de la mente (carente de la base bíblica) que cree que si no guardáramos la ley (los diez mandamientos principalmente), entonces seríamos «antinomianos» y tendríamos «libertad» para hacer lo que agrada a la carne, y que la única forma de evitarlo es guardando la ley.

Ahora bien, este razonamiento vimos que falla al no hacer de Cristo (sino de la ley mosaica) la sustancia de la enseñanza moral y doctrinal para todo lo que necesita un cristiano, como lo revela la Escritura. Todo cristiano debe andar conforme a los preceptos del Nuevo Testamento y también extraer con discernimiento, y a la luz del Nuevo siempre, toda la luz divina para su andar en la tierra, en cualquier lugar de la Escritura.

            Romanos 6:14 —“no estáis bajo la ley”—es interpretado a veces con la idea de que, estando bajo la gracia, solamente somos liberados de las rigurosas exigencias de la ley. La gracia se convierte así en una especie de ley mitigada, que sería justamente lo que agradaría a la carne, o sea una ley que prescribe pero que no tiene poder para condenar, lo que es antinomiano en principio, ya que conduce a la relajación moral. Esto se produce por mezclar la ley y la gracia, lo que destruye el verdadero carácter y el alcance de ambas. La verdad es que Cristo redimió a los que creyeron estando bajo la ley de la maldición de ésta; pero Él jamás anuló la maldición de la ley. Nuestra bendición es por fe a fin de que pueda ser por gracia. Pero la ley, como dice la Escritura, no es de fe. Así como fuimos justificados por la fe, andemos así también por la fe, “porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia”. Aquel que se abstiene de homicidio simplemente porque la ley prohíbe el homicidio, es un hombre perverso, y no un creyente

La gloria de Cristo en el milenio

 

La gloria de Cristo en el milenio

Escuetamente expresado, la gloria de Cristo en el milenio es esa manifestación de su infinita persona que se hará visible mediante la gloria de su presencia corporal en el aún futuro reino mesiánico terrenal y que incluirá tanto la gloriosa expresión y el despliegue de sus diferentes atributos divinos a través de la demostración de obras poderosas como también del ejercicio glorioso de sus magnificentes prerrogativas humanas, junto con la imputación del reconocimiento de las mismas por toda la creación tanto inanimada como inteligente.

Importancia del tema

El tema del milenio casi siempre levanta alguna polémica. Para algunos hablar de un reino de gloria futura gobernada por el Mesías es solo fantasía. Hay escritores que alegorizan o espiritualizan el significado de las Escrituras y concluyen que no habrá ningún reino mesiánico en la tierra más que el que ya hay.

Los pasajes escatológicos o apocalípticos en las Escrituras han sido tratados [por quienes niegan la realidad de un reino futuro] básicamente de dos maneras: Una ha sido interpretar esos pasajes ni escatológica ni futurísticamente; la otra ha sido simplemente descártalos o desestimarlos (al igual que otros segmentos de la Biblia).

Si se reconoce la autoridad de las Escrituras y la centralidad de la persona de Cristo en el desarrollo y la consumación del plan eterno de Dios, el tema que aquí se estudia adquiere una importancia singular. El factor determinante de toda teología debe girar alrededor del trato que se le dan a las Escrituras como Palabra de Dios y a la persona de Cristo como eje central del plan perfecto de Dios. El Señor Jesucristo habló de una palingenesia futura “cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria” (Mt. 19:28). 

Evis L. Carballosa, “Cristo en el Milenio”, Página s 26 y 27. Editorial Portavoz

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO (7)

 


3. La senda del Piadoso en un Día de Ruina

 

Capítulo 2

 


(a) La condición espiritual necesaria para la senda de Dios en un día de ruina (versículos 1-13)


            (V. 5). En quinto lugar, utilizando los juegos públicos como figura, el apóstol dice, "Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente." De igual modo en la esfera espiritual, la corona no será dada por una gran actividad, ni por la cantidad de servicio, sino por la fidelidad en el servicio. La corona es dada al que lucha legítimamente. Se podría argumentar que, en un día de gran debilidad, cada uno de nosotros tiene que adoptar cualesquiera métodos que pensemos que son los mejores para llevar a cabo nuestro servicio. Para hacer frente a tales argumentos nosotros somos especialmente advertidos que, en un día de ruina, aún se mantiene como una obligación para nosotros el luchar "legítimamente". De esta forma, la introducción de métodos carnales, maquinaciones humanas y recursos mundanos en el servicio del Señor, es condenada. Servir conforme a los principios de la Escritura requerirá que nosotros nos esforcemos "en la gracia que es en Cristo Jesús."

 

         (V. 6). En sexto lugar, el siervo fiel debe estar preparado para trabajar antes de participar de los frutos. Este no es nuestro reposo; es el tiempo de trabajar; el tiempo de la siega está por venir. A menudo estamos demasiado ansiosos de ver frutos; pero es mejor perseverar en nuestro trabajo, sabiendo que Dios no es injusto para olvidar la obra de nuestra fe y el trabajo de nuestro amor. (1 Tesalonicenses 1:3). El siervo fiel espera oír el "Bien hecho" (Lucas 19:17 - LBLA) de Aquel a quien él busca complacer, recibir la corona después de haber luchado legítimamente, y participar de los frutos después de haber trabajado primero.

 

         (V. 7). "Considera lo que digo, pues el Señor te dará entendimiento en todo." (LBLA) No es suficiente, sin embargo, tener estas exhortaciones y admitir, de un modo general, su verdad. Si ellas han de gobernar nuestras vidas, debemos considerar lo que el apóstol dice; y, a medida que consideremos estas cosas, el Señor nos dará entendimiento en todas las cosas. Progresaremos poco en el entendimiento divino a menos que tomemos tiempo para meditar. El apóstol puede presentarnos ciertas verdades, pero él no puede darnos el entendimiento. Esto, el Señor solo lo puede hacer. De modo que leemos que el Señor no sólo 'les abrió las Escrituras' a los discípulos, sino que Él "les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras." (Lucas 24: 27, 32, 45).

 

         (V. 8). Además, como un estímulo a nosotros para llevar a cabo estas instrucciones, nuestra mirada es dirigida a Cristo. Debemos recordar a "Jesucristo (de la simiente de David), como resucitado de entre los muertos, según mi evangelio." (VM). No es simplemente el hecho de la resurrección lo que debemos recordar, sino a Aquel que ha resucitado, y eso como Hombre, la simiente de David. ¿Somos llamados a padecer en la senda de fidelidad? Entonces recordemos que nuestra parte de las "penalidades" es pequeña comparada con las "penalidades" a la cuales Él tuvo que hacer frente. Si por causa de cualquier pequeña fidelidad de nuestra parte nos hallamos abandonados, hallamos que se nos oponen y nos vemos insultados, incluso por muchos del pueblo de Dios, recordemos que Cristo, en Su senda perfecta, fue siempre fiel a Dios y anduvo haciendo bienes a los hombres; y sin embargo, debido a Su fidelidad, él siempre estuvo en afrenta. Por eso Él pudo decir, "por amor de ti he sufrido afrenta" (Salmo 69:7), y otra vez, "me devuelven mal por bien, y odio por mi amor." (Salmo 109:5 - VM).

         Si, en la senda del servicio, somos exhortados a soportar penalidades, procurando solamente agradarle a Él que nos ha escogido, recordemos que Cristo pudo decir, "yo hago siempre lo que le agrada." (Juan 8:29). Nada pudo mover al Señor de la senda de absoluta obediencia al Padre. Él trabajó, teniendo en vista los frutos de Su trabajo, pues Él pudo decir, "Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura." (Juan 9:4). Ahora Él ha terminado la obra que Dios le dio para hacer; las penalidades y el trabajo han finalizado y le vemos resucitado y coronado de gloria y de honra, para recibir allí en resurrección "el fruto del trabajo de su alma." (Isaías 53:11 - VM). Entonces, en nuestra senda con su medida de penalidades y trabajo, 'acordémonos de Jesucristo'.

 

         (V. 9). No solamente tenemos el modelo perfecto del Señor Jesús en Su senda de penalidades y trabajo, sino que tenemos el ejemplo del apóstol Pablo quien, en su consagración para dar a conocer el evangelio, participó en una medida no menor de las penalidades de la vida de Cristo. En lugar de estar en honra en este mundo, él padeció hasta prisiones a modo de malhechor. Así él siguió en las pisadas de Su Maestro quien fue acusado por el mundo religioso de Su día de ser "un hombre comilón y bebedor de vino" (Lucas 7:34), de tener "demonio" (Juan 8:48), y de ser un "pecador." (Juan 9:24). Sin embargo, ninguna persecución por parte del mundo puede impedir que la bendición alcance al escogido de Dios. El mundo puede poner en prisión al predicador: no puede encarcelar la Palabra de Dios. En realidad, la enemistad del mundo que encarceló a Pablo sólo se convirtió en una ocasión para llevar el evangelio ante los grandes de la tierra, y además para escribir las Epístolas de la prisión que revelan tan maravillosamente nuestra vocación.

 

         (V. 10). Puede ser que nosotros no estemos preparados para soportar mucha penalidad ni mucho insulto, pero el apóstol puede decir, "todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna." Alguien ha dicho, '¡Cuán pocos aventurarían decir estas palabras como siendo la experiencia de sus propias almas desde ese día hasta el día de hoy! No obstante, podemos desearlo fervientemente en nuestra medida; pero esto supone en el creyente no meramente una buena conciencia, y un corazón ardiendo en amor, sino a él juzgándose a sí mismo minuciosamente, y ¡Cristo morando en su corazón por la fe! (William Kelly).

         Los escogidos de Dios obtendrán sin duda la salvación y alcanzarán la gloria. Sin embargo, en el camino a la gloria todo el poder de Satanás, la enemistad del mundo, y las corrupciones de la Cristiandad, se habrán puesto en formación de batalla contra ellos. Así que será a través de prueba y penalidad que ellos alcanzarán la gloria. Para hacer pasar a los escogidos a través de tales circunstancias se necesitará toda "la gracia que es Cristo Jesús" ministrada, como a menudo lo es, a través de Sus siervos fieles.

 

(Vv. 11, 12a). Para animarnos a recordar a Jesucristo y seguir el ejemplo del apóstol de aceptar la senda de penalidad y trabajo, se nos recuerda la palabra fiel, "Si somos muertos con él, también viviremos con él." Si somos llamados a soportar "todo", incluso la muerte, no olvidemos que podemos dejar ir la vida a la luz de la gran verdad de que habiendo muerto con Cristo de cierto viviremos con Él. Y no sólo viviremos con Él, sino que, "si sufrimos, también reinaremos con él."

            (Vv. 12b, 13). Existe, sin embargo, la solemne advertencia, "Si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo." La negación aquí no es una caída aislada, por muy vergonzosa que ella sea, como en el caso del apóstol Pedro, sino la línea de conducta continuada de aquellos que, independientemente de la profesión que hacen, niegan la gloria y la obra del Hijo. Los tales serán negados, tal como se ha dicho verdaderamente que 'Dios dejaría de ser Dios, si Él consintiera la deshonra de Su Hijo.' Entre toda la infidelidad de la Cristiandad hacia Cristo, "él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo."

         De esta forma, los versículos de apertura de este gran pasaje demuestran claramente que, para discernir la parte de Dios en un día de ruina y, sobre todo, para andar fielmente este camino frente al abandono, la oposición y la maldad, no se necesita pedir poder divino para aplastar a nuestros enemigos, sino la gracia que es en Cristo Jesús que nos permitirá tomar nuestra parte en el sufrimiento - la gracia que busca con ojo sencillo agradar a Aquel que nos ha escogido; la gracia que nos conducirá a luchar legítimamente, rechazando todos los métodos carnales y mundanos; y la gracia que prepara para el trabajo paciente mientras se esperan los frutos de nuestro trabajo.

         Además, necesitaremos, no sólo gracia ministrada desde el Señor en gloria, sino en entendimiento espiritual que el Señor solo puede dar, y sobre todo tener al Señor mismo ante nosotros como nuestro único Objeto - un Hombre verdadero de la simiente de David, pero un Hombre vivo en la gloria más allá del poder de la muerte