Muchas
veces la gente llega a pensar que cuando hay dificultad y tristeza en la vida del
creyente que uno está fuera de la voluntad de Dios, o envuelto en algún pecado.
La historia de Ana, esposa de Elcana, nos enseña todo lo contrario. Allí
encontramos a una mujer que Dios iba a usar grandemente para el bien de la
nación, pero que a la vez estaba pasando por una gran prueba. El mes pasado
consideramos a otra Ana, del Nuevo Testamento, casi al final de su vida, y de
igual forma ella tampoco tuvo una vida fácil. Ahora veremos a Ana, afligida, en
amargura de alma, y atribulada (1 S 1.8,10,15).
Piense en las razones por las cuales
esta Ana, una mujer mucho más joven, estaba afligida. En primer lugar, vemos su
inteligencia espiritual, porque estaba muy consciente de la condición tan
pobre en la cual se encontraba la nación. Había una falta de sumisión a la
voluntad de Dios (Jue 21.25), y una falta de santidad aun entre los líderes religiosos
(1 S 2.13, 22).
Note también los insultos de
parte de Penina, la otra esposa de Elcana. Que el marido tuviera otra esposa
era algo de por sí difícil, pero esta rivalidad aumentaba la aflicción y
amargura en el alma de Ana. Uno puede imaginarse que iban empeorando los
insultos, ya que cuando subían a adorar, Penina tenía más y más hijos, y Ana
seguía sin ninguno. Vemos que en lo que deberían ser los momentos más preciosos,
el tiempo en adoración, es muy posible que los conflictos entre nosotros causen
tristeza en el creyente más espiritual. También encontramos otra lección
práctica aquí: salirnos de la voluntad y del plan divino siempre traerá
consecuencias. Tener dos esposas le costó a Elcana la tranquilidad en la casa,
entre otras cosas.
Sin querer criticar a Elcana, la
pregunta que le hizo a Ana obviamente no la ayudó mucho: “¿No te soy yo mejor que
diez hijos?” (1 S 1.8). Su amor por Ana era obvio, ya que le daba “una parte
escogida”, v. 5, pero se ve un poco de insensibilidad en Elcana. No conocía
bien el corazón de Ana, sus más íntimos deseos, y la razón principal por la
cual quería tener un hijo. Las palabras de Elcana no quitaron el lloro ni la
amargura del alma de su esposa, v. 10. Pero debemos notar que estaba pendiente
de su esposa y por lo menos vio su tristeza, porque es posible que ese no sea
el caso en algunos matrimonios hoy en día.
Observe la respuesta del corazón de Ana
durante esta larga prueba. No leemos de represalias ni de alguna reacción
verbal. Leemos que “su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola” (v.
6), pero Ana no respondía de la misma manera.
Finalmente considere el resultado de
su aflicción. Ana entendió que no había respuesta humana a su congoja, y fue
directamente con Dios, pero esto lo tendremos que dejar para otra ocasión. Eso
es lo que Dios quiere que hagamos en nuestras pruebas, que se lo contemos todo
y que dependamos de Él, confiando en su poder para contestar conforme a su
perfecta voluntad.
Marcos Caín
Mensajero Mexicano, N° 131.
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