domingo, 28 de agosto de 2011

HABLAR EN LENGUAS


El hecho de hablar en otras lenguas sin haberlas aprendido no es mencionado en el Antiguo Testa­mento. Tan sólo se encuentra una profecía sobre ese tema (Isaías 28: 11-13), y si en 1 Corintios 14: 21 no se la hubiese relacionado expresamente con el hecho de hablar en lenguas, seguramente jamás hubiéramos esta­blecido la relación. El sentido de este pasaje de Isaías resulta claramente del contexto. Puesto que los sacerdo­tes y profetas de Israel ya no eran accesibles al verda­dero conocimiento y mensaje divino (Isaías 28:7-10), Dios les hablaría por medio de hombres que se expresa­ran en una lengua ininteligible y extraña. Se trata de sus enemigos, los que traerán sobre ellos el juicio. Y el Espíritu Santo emplea este pasaje en 1 Corintios 14: 21-22 para mostrar claramente que las lenguas son una señal para incrédulos y no para creyentes.
Tampoco en los evangelios encontramos el hecho de hablar en lenguas, con excepción de la profecía del Señor Jesús en Marcos 16: 17. Pero, como a menudo se recurre a este versículo de Marcos, deseo detenerme un poco en él. En el versículo 14 el Señor se aparece a los once y les reprocha su incredulidad y su dureza de cora­zón. Luego les da, en el versículo 15, el mandato de pre­dicar el Evangelio a toda criatura, y agrega, en el versí­culo 16, cuáles serán las consecuencias que ello traerá aparejadas para los oyentes. Entonces, en el versículo 17, les dice a los once —en relación con el reproche de incredulidad que les había hecho en el versículo 14 — que a aquellos que hayan creído les seguirán señales. En el versículo 20 parten y el Señor cumple su promesa y confirma la Palabra por medio de las señales que la acompañaban.
Vemos, pues, que:
1)   Las señales tan sólo se dan para confirmación de la Palabra (compárese con Juan 2: 23-25).
2)    No está dicho que las señales acompañarían a todos los creyentes.
3)    La promesa sólo es hecha directamente a los once, y el versículo 20 dice que, cuando este evangelio fue escrito, la promesa se había cumplido. Esto con­cuerda con Hebreos 2:3-4: "Una salvación tan grande... La cual, habiendo sido anunciada primera­mente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad".
También se desprende de 2 Corintios 12: 12 que las señales eran una prueba del apostolado, al igual que el hecho de que un apóstol debía haber visto al Señor (Hechos 1: 21-26; 1 Corintios 9:1; 15: 8-9).
En Hechos 2 vemos por vez primera a hombres que hablan en lenguas. El Espíritu Santo baja a la tierra y bautiza en un cuerpo —la Iglesia o la Asamblea— a aquellos que hasta entonces, en cierto sentido, eran creyentes aislados (1 Corintios 12 : 13). Hasta aquel día es cierto que el Espíritu Santo había obrado en la tierra, pero nunca había habitado en ella, salvo en el Señor Jesús (Juan 3: 34; Colosenses 1: 19). Ahora descendía a la tierra para morar en ella, tanto en la Iglesia que había constituido por medio de su bautismo como en cada creyente individualmente. ¿Acaso este extraordi­nario hecho —la venida de Dios como Espíritu Santo para habitar en la tierra— había de pasar inadvertido? Tal como el advenimiento del Hijo de Dios a la tierra había sido acompañado de señales (una multitud de ángeles en la región de Belén y una estrella en el Oriente, Lucas 2:8-15, Mateo 2: 2), así también debía ocurrir con el descenso del Espíritu Santo. Pero tam­bién en este caso las señales no son visibles para todo el mundo, sino solamente para un reducido grupo de per­sonas. Sin embargo, las consecuencias de este gran hecho son visibles para todos aquellos que desean ser convencidos (Juan 7: 17).
En Hechos 2, el Espíritu Santo no viene en forma de paloma. Ello era posible únicamente en el caso del Señor Jesús (Lucas 3: 22), el único limpio, sin mancha, quien recorría su camino con mansedumbre y rectitud. Aquí el Espíritu Santo —como lo había anunciado el Señor Jesús (Juan 15: 26; 16: 7-14) — se manifiesta con el carácter de testimonio: "Lenguas[1] repartidas, como de fuego". No es una, sino que son lenguas repartidas. El testimonio ya no se limitará a una sola lengua, como antes de Pentecostés (véase, por ejemplo, Mateo 10:5-6), sino que saldrá hacia muchos pueblos. Y, como consecuencia, hablan en otras lenguas, y todos los judíos con los prosélitos venidos de otras partes les oyen anunciar, cada uno en su propia lengua, las mara­villas de Dios. Esto nos permite conocer el propósito del don de lenguas, a saber, que las Buenas Nuevas de la gracia de Dios traspongan los límites de Israel y sal­gan por todos los pueblos, naciones y lenguas y así sean utilizadas por el Espíritu Santo como medio para quitar el obstáculo, que existía desde la confusión de Babel (Génesis 11: 1-9), para la predicación del Evangelio a todos los pueblos (Hechos 2: 7-8). Los discípulos, que eran hombres iletrados (4:13), hablan de Dios a perso­nas de lenguas extranjeras, en los idiomas de las mismas, aunque no los habían aprendido. De esa forma se comprueba lo sobrenatural, lo divino de su mensaje. Las multitudes, convencidas, escuchan con recogi­miento mientras Pedro les habla, y como tres mil almas se convierten.
En los Hechos —fuera del capítulo 2— el acto de hablar en lenguas lo encontramos sólo en el capítulo 10:46 y en el capítulo 19:6. En el capítulo 10 se trata de gentiles, mientras que el capítulo 19 se refiere a judíos creyentes que, si bien hasta entonces habían sido discípulos de Juan el Bautista, no eran cristianos; pero, después de haber sido bautizados en el nombre del Señor Jesús, ellos fueron añadidos a la Iglesia.
Estas tres ocasiones poseen marcadamente el carácter del comienzo de la Iglesia y conciernen a todo un grupo de hombres que en su totalidad se ponen a hablar en lenguas y reciben este don sin haber orado para lograrlo.
En las epístolas, el don de lenguas sólo es mencio­nado en 1 Corintios 12 a 14, de donde extraemos que:
1)    Todas las manifestaciones del Espíritu —y por lo tanto el don de lenguas también— son dadas con miras a su utilidad (12: 7).
2)    No todos hablaban en lenguas, sino solamente algunos a quienes el Espíritu había dado ese don (12:8-11, 28-30).
3)    En el orden establecido por la Palabra de Dios, el don de lenguas se encuentra en último lugar (12: 8-10, 28-30). La lectura de esos versículos muestra claramente que esa enumeración constituye verdadera­mente un orden jerárquico. Tanto en el versículo 28 como en el 29 los apóstoles son mencionados en primer lugar.
4)    De ninguna manera, pues, se podría concluir que el don de lenguas sería permanente, ya que los apóstoles, nombrados en primer lugar, también lo eran tan sólo para el principio. Según 1 Corintios 9: 1 (véase también Hechos 1:21-22) era necesario que un apóstol hubiese visto al Señor; por eso no podría haber nuevos apóstoles. Pero, además, 1 Corintios 3: 10 y Efesios 2 y 3 dicen que los apóstoles colocaron el fundamento de la Iglesia. Y es evidente que esto sólo tuvo lugar una vez en el principio.
5)   El don de lenguas no fue dado para ser ejercido en la Iglesia, sino como señal para los incrédulos (1 Corintios 14: 19-25). Y ni siquiera para los incré­dulos que no podían entenderlas (14:23), sino para aquellos que las podían entender y allí donde real­mente eran una señal del poder de Dios. Esto se encuentra en total armonía con lo que hemos visto en Hechos 2.
Hemos visto, pues, que:
a)    El don de lenguas sólo se anuncia en Marcos 16: 17; es dado como confirmación de la palabra evan­gélica proclamada y sólo es aplicado a la predicación de los apóstoles.
b)     Lo encontramos únicamente en Hechos 2, 10: 46 y 19:6, donde claramente se halla relacionado con el comienzo de la Iglesia.
c)    Fuera de esto, encontramos que tan sólo se habla de él en 1 Corintios 12-14, y ello con el propósito de corregir excesos.
d)    Tanto de los Hechos como de 1 Corintios se desprende que las lenguas eran habladas allí donde eran comprendidas y que el don de hablar en lenguas no era conferido para ser ejercido en la Iglesia, aun cuando en medida restringida fue admitido, pero sólo si había intérprete.
e)    El don de lenguas no está en relación con el hecho de ser lleno del Espíritu Santo.
Si entonces todo en las Escrituras indica que el don de lenguas está en relación con el comienzo de la Iglesia, es indispensable ser muy prudente y examinar con cuidado todas sus exteriorizaciones a la luz de la Palabra de Dios.


[1]  Notemos que, en el texto original, la palabra griega «glossa», empleada aquí, tanto significa lenguaje como lengua. Por ejemplo, cuando en la epístola de Santiago se menciona la lengua como órgano del habla, se emplea esta palabra. Pero también se la utiliza para hacer referencia al lenguaje, como en 1 Corintios 13:1: "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas", y en Apocalipsis 5: 9, 7:9, 10: 11, 11: 9, 13: 7, 14: 6, 17: 15: "De todo linaje y lengua y pueblo y nación", etc. Esta palabra (lengua) la encontramos en Hechos 2:3: "lenguas repartidas, como de fuego", pero también en el versículo 4: "comenzaron a hablar en otras lenguas" y aun en el versículo 11, donde la multitud de judíos del extranjero dice: "Les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios". Esta palabra «glossa», además, se usa dondequiera que se trata el hecho de "hablar en lenguas" (Hechos 10:46; 19:6 y 1 Corintios 12, 13 y 14). El griego cuenta con otra palabra: «dialektos», pero ella aparece sólo en Hechos 1: 19, 2:6 y 8, 21:40, 22: 2 y 26: 14.

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