Descargar desde Aquí
Blog correspondiente a la publicación mensual de la revista homónima. Aquí encontrará temas de edificación cristiana y de aprendizaje personal.
domingo, 6 de mayo de 2012
sábado, 5 de mayo de 2012
CAÍDA Y RESTAURACIÓN DE PEDRO
SU CAÍDA
Mediante la historia de
Pedro, la Palabra de Dios nos muestra cómo un creyente que ha caído en el
pecado es restablecido.
La vuelta de Simón Pedro no requirió
mucho tiempo. Entre el momento de su caída y el de su restauración sólo
transcurrieron unos días. Pero ¿no hay muchos creyentes cuyo extravío dura meses
y a veces hasta años? Sea cual fuere el descarrío, ya breve, ya largo, el
camino debe ser el mismo para todos. Se necesita volver a Dios.
La caída de Pedro fue muy grave. A
simple vista, se podría decir que lo que le ocurrió fue muy natural. El ataque
fue fuerte, y, gracias a sus respuestas, escapaba de la muerte. Sin embargo, si
reflexionamos sobre ello profundamente, llegamos a la conclusión de que su
caída fue seria. Pedro había proclamado: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente”, y “Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Mateo
16:16; Juan 6:68). Luego, en el patio del sumo sacerdote, él mismo dijo del
Señor Jesús: “No conozco al hombre”, y reforzó su afirmación poniéndose a
maldecir y a jurar (Mateo 26:74). Uno se pregunta cómo es posible que a un
creyente ardiente y celoso que había dado tan bello testimonio ante los otros
discípulos le pueda acontecer semejante cosa.
Desgraciadamente,
lo que ocurrió en la vida de Pedro, muchas veces tuvo lugar entre los creyentes,
y ocurre aún hoy día. No obstante, al igual que para Pedro, un verdadero
arrepentimiento de la confianza en uno mismo y de la voluntad propia no
necesita esperar mucho tiempo. Dichoso el hombre que lo hace. Por desgracia,
ocurre con frecuencia que creyentes que se apartan del camino recto no perciben
la mirada dulce y a la vez reprobadora del Señor. Las palabras de amor no
ejercen ninguna influencia en ellos. ¡Qué pena para Su corazón!
Pedro amaba a su Salvador
ardientemente, pero pensaba que ese amor lo hacía capaz para todo. Hasta se
imaginaba que su amor por Jesús era más grande que el de los otros discípulos.
Aunque todos lo abandonaran, él nunca lo haría. En esa confianza propia se fue
al lugar donde el Señor Jesús fue interrogado.
Por eso Dios no podía estar con él.
No quiso preservarlo de la caída. Pedro debía ser abandonado a sí mismo a fin
de que su conciencia fuese más profundamente alcanzada. No digo que una persona
deba caer. Uno puede aprender a conocerse a sí mismo antes de llegar a la
caída. Pero cuando un creyente no se conoce a sí mismo y, por ese motivo,
confía en sí mismo, cuando no escucha las exhortaciones del Señor y no siente
la necesidad de ser guardado por la gracia, cuando se enfrenta ante las
dificultades con su propia fuerza, entonces Dios debe dejarlo ir hasta la caída.
Es cierto que Dios puede impedir todas las cosas, si le place. Habría podido
impedir que Pedro entrase en el patio del sumo sacerdote. Hoy también puede
prevenirlo todo, pero ello no nos sería provechoso. Para que Pedro llegara a
ser un creyente dichoso y capaz de apacentar el rebaño del Señor, le era
necesario negar a su Maestro en esas circunstancias.
La falta
no podía ser imputada sino a Pedro, quien estimaba que su amor por su Salvador
le daría la fuerza para hacer frente a todo. No obstante, era Dios quien había
ordenado todo para que él fuera preservado de una caída definitiva.
Cuando el Señor le anunció esa
humillante caída, añadió: “Simón, Simón... yo he rogado por ti, que tu fe no
falte” (Lucas 22:31-32). Sólo la gracia puede guardarnos hasta el fin. Sin ella,
seríamos llevados a la desesperación. A Simón, entre los apóstoles del Señor
Jesús, le fue encomendada una misión particular; él fue denominado “Pedro”, o
«piedra», «roca». Sin embargo, si el Señor no hubiera rogado por Pedro, habría
continuado en su mal camino y habría sucumbido. Dios preservó a Pedro, lo que
no hubiese podido hacer el ardiente amor que lo animaba.
¡Qué bendición que eso fuese así, y
también para nosotros! El Señor Jesús vive siempre, e intercede por nosotros.
Es nuestro Sumo Sacerdote ante el Padre. Si no fuese así, no podríamos
permanecer firmes. La oración del Señor tuvo como resultado que la fe de Pedro
no desfalleciera, que volviera y se aferrase a Él firmemente, pudiendo ser así
restablecido en su servicio.
Nadie sabía que Pedro negaría a su
Maestro. Antes de que él mismo lo pudiera imaginar, y antes de que el Señor se
dirigiera a él, la oración del Salvador ya había sido elevada a Dios en su
favor. Es lo que el Señor Jesús hace también por nosotros. Si no fuera así,
¿qué sería de nosotros? Tras nuestros fracasos, no volveríamos al camino recto.
SU
RESTAURACIÓN
Pedro, por no estar atento a la voz
de su Maestro, cayó en un grave pecado. Tres veces negó a su Señor
públicamente. Luego, por la gracia de Dios, fue restaurado. Eso no tuvo lugar
de una sola vez, sino de forma progresiva. Podemos distinguir tres etapas: la
primera, en casa de Caifás, el sumo sacerdote; la segunda, el día de la
resurrección del Señor Jesucristo y, la tercera, algunos días después junto al
mar de Tiberias.
En el patio del sumo sacerdote,
Pedro afirmó con juramento que no conocía a Jesús (Mateo 26:72). “Entonces,
vuelto el Señor, miró a Pedro” (Lucas 22:61), de la
manera que sólo el Salvador podía hacerlo. Bien podemos representarnos esta
escena. ¿Acaso ya no nos ha mirado de manera que nos haya traspasado? Ninguna
mirada humana puede causar semejante impresión. El Señor miró a Pedro hasta
penetrar y transformar su alma. Eso ocurrió en un instante. No fue cuestión de
temor del hombre o de confianza en sí mismo. Semejante a un malhechor, Pedro
salió en la oscuridad de la noche y lloró amargamente.
¿No es una magnífica escena? El Hijo
de Dios y Pedro se encuentran frente a frente el uno al otro, aunque a cierta
distancia. El Señor Jesús, ligado y abandonado de todos, conduce a Pedro al
arrepentimiento por medio de una mirada. No hubo ni una palabra de exhortación
ni de amonestación. Todo lo que fue necesario para su restablecimiento ocurrió
con la sola mirada del Señor. Lleno de confusión, Pedro salió del lugar donde
se encontraba, mientras que las lágrimas de arrepentimiento corrían en sus
mejillas.
Luego tuvo lugar la crucifixión de
su Señor. Consideremos lo que esto debió representar para Pedro. Imagínese que
usted se encontrara al lado de un moribundo y que la última palabra que le
dirigiera fuese una palabra de reproche. Después de su muerte, jamás la podría
olvidar y pensaría en ella durante toda su vida. La mirada penetrante del Señor
que traspasó el alma de Pedro fue el último contacto que Él tuvo con su
discípulo antes de su muerte. Para Pedro, esto debió de haber sido terrible.
¡Qué horribles momentos debió de pasar durante los tres días que siguieron! No
hubo palabra humana que lo consolara ni le diera la paz del corazón. Debía reconocer
que sólo él era el culpable de todo lo acontecido. Los otros discípulos, aunque
tratasen de consolarlo, no podían poner paz en su corazón. No, era necesario
que el mismo Señor Jesús viniese a él.
La visita
del Señor
El Señor vino a visitar a sus
discípulos. Esto no sólo causó profunda impresión en Pedro, sino también en los
otros. “Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón”, se alegraron
(Lucas 24:34). No se sabe lo que se dijo en esa
conversación. Tal cosa no se dio a conocer; era un secreto entre el Señor y
aquel a quien encontró.
El Señor Jesús visitó a Pedro de
manera muy personal. El hecho de haberlo mirado no era suficiente, era
necesario que fuese a su encuentro, asegurándole su perdón y mostrándole su
amor. De otro modo, Pedro hubiera pasado el resto de su vida en la inquietud.
Es una maravillosa gracia que sobrepasa por encima de nosotros.
Antes de aparecer en medio de los
suyos, Jesús habló a solas con su discípulo que había caído. Pedro debía
primero recibir la certeza de su perdón antes de poder regocijarse de su
presencia.
El Señor Jesús no obra de manera
diferente para con nosotros. Nos mira y, cuando reconocemos nuestro pecado y
nos arrepentimos, viene hacia nosotros para restablecer la comunión con Él.
Desgraciadamente, ocurre que a veces transcurren semanas, meses y hasta años
antes que dejemos de justificarnos. Por eso, es provechoso considerar la
historia de Pedro. Para él bastó una mirada del Salvador para llevarlo a la
confesión de sus faltas. Tres días más tarde, pudo gozarse de nuevo de la
comunión con el Señor y con los suyos; un tiempo después, pudo ser restablecido
en su servicio.
Cuando nos hemos apartado del camino
recto, los argumentos no sirven para nada. Es necesario que Dios nos dé la
seguridad de su gracia. Si podemos decir: el Señor me ha mirado, ha llegado a
mí, entonces podemos encontrarlo con toda libertad. Así pues, deja que tomemos
nuestro lugar en medio de los otros. Sólo de esta manera uno que se arrepintió
con sinceridad de sus faltas y se humilló realmente ante Dios puede volver a
ser feliz. Ello no significa que se olvida de todo lo ocurrido. Pedro nunca lo
olvidó; Dios tampoco, ya que encontramos este acontecimiento cuatro veces en la
Biblia. Dios ha olvidado únicamente el castigo y el juicio. No quiere que
intentemos alejar de nuestra memoria lo que se pasó.
Junto al
mar (Juan 21:1-14)
Para Pedro, todo volvió a ser como
antes, y hasta mejor aún. Había aprendido mucho, había perdido la confianza en
sí mismo. Por esa caída, había venido a ser más sabio. Dios podía sacar el bien
del mal, pero nunca debemos pecar para que la gracia abunde. “En ninguna
manera”, dijo el apóstol Pablo (Romanos 6:2).
El Señor Jesús tuvo cuidado de que
Pedro volviera a recobrar su lugar entre los discípulos. Luego trató aún de
restablecerlo en su servicio, y esto no sólo como pescador de hombres, sino
para apacentar y guardar las ovejas y los corderos del Salvador. Era una nueva
tarea que le confiaba. Ni Juan ni Santiago, sino Pedro era la persona calificada
para ello. Para poder ser pastor, uno debe tener experiencia, haber aprendido a
conocerse a sí mismo y tener un profundo sentido de la misericordia y de la
gracia de Dios.
Pedro debía aprender a verse
enteramente a la luz de Dios y descubrir la raíz del mal. Cuando una persona ha
robado y después lo ha confesado, no quiere decir que se haya humillado. Es
necesario que llegue hasta la causa del mal y la reconozca. Pedro debía
descubrirse sí mismo y confesar cuán terrible era su pecado, no solamente la negación
del Señor, sino también el hecho de haber dicho: “Aunque todos se escandalicen,
yo no” (Marcos 14:29). Entonces se terminó esta hora con tristeza.
“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más
que éstos? (Juan 21:15). Era una pregunta que
partía el corazón y que debía haberlo trastornado. Pedro había pensado que su
amor por su Maestro era mayor que el de los otros; y ¡lo había negado! Por esta
razón, esa pregunta era necesaria. ¡Cuán maravillosa fue la respuesta de Pedro!
“Sí, Señor; tú sabes que te amo”. Todos los que aman al Señor Jesús puedan
decir esto. A pesar de todo: “tú sabes”. Así era. Sus miradas volvieron a
encontrarse de nuevo. Pero el Señor, no satisfecho con esto, le dijo por
segunda vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? En esta ocasión no dijo: “más que
éstos”.
Con esta pregunta, la cuña penetró
más profundamente. El Señor Jesús, ¿dudaría de su amor porque hubo dicho: “no
le conozco”? Negar a una persona es lo contrario de amarla. Esta pregunta debió
penetrarle hasta la médula. Pedro respondió: “Si, Señor; tú sabes que te amo”.
No obstante, no se encontraba donde
debía estar. Una mirada más profunda debía dirigirse aún en su corazón. Por
tercera vez suena la pregunta: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?”
Es interesante notar que Pedro en
sus respuestas utilizó una palabra menos fuerte para amar que la que empleó el
Señor Jesús en sus preguntas. En esta tercera pregunta, el Señor volvió a
utilizar la palabra que dijo Pedro. Éste habló de un amor amistoso, pero el
Señor del profundo y verdadero amor de Dios hacia los hombres, y recíprocamente.
Esta última pregunta fue muy dura
para Pedro. Fue entristecido, y es posible que hasta llegara a llorar. ¿Dudaba
el Señor realmente de que Pedro tuviese amor por Él? No, pero para el Señor se
trataba de llevar a cabo un profundo trabajo en la conciencia de su discípulo.
Entonces, Pedro llegó a la raíz del mal. Descubrió lo que era y de qué manera
había llegado a esa humillante caída. Debía ser totalmente restaurado de la
alta estima que poseía de sí mismo. De esta manera, se halló en condiciones de
cumplir un servicio como pastor.
¿Qué ocurrió un poco más tarde? El
hombre que negó al Señor Jesús con juramento tuvo la osadía de presentarse
delante de los judíos y decir: “Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo”
(Hechos 3:14).
Aquel
que cayó y que había sido levantado, podía entonces ser una bendición para
otros. Desde el momento en que el Señor, con sus preguntas, hubo sondeado hasta
lo más profundo el corazón de Pedro, éste no sólo llegó al restablecimiento de
la comunión con su Señor, sino que también recibió una nueva misión en cuanto a
su servicio.
Las cercanas escenas de Malaquías y Judas
En la comparación de estos dos escritos inspirados, nosotros encontramos
muchos puntos de similitud y muchos puntos de contrastes. Ambos, los profetas y
los apóstoles retratan escenas de ruina, corrupción y apostasía. Los primeros
se ocupan con la ruina del Judaísmo y los últimos con la ruina de la
cristiandad. El profeta Malaquías, en sus dictámenes del comienzo, da con un
inusual brillo, el origen de la bendición de Israel y el secreto de su caída.
"Yo os he amado, dice Jehová" Aquí estaba la fuente de todas sus bendiciones,
toda su gloria y toda su dignidad. El amor de Jehová considera para todo las
resplandecientes glorias del pasado de Israel y todas las resplandecientes
glorias del futuro de Israel. Por otro lado, su resuelto e infiel desafío,
"¿En qué nos amaste?" Para considerar la profundidad miserable de la
presente degradación de Israel.
Hacer semejante
pregunta, después de todo lo que Jehová ha hecho por ellos desde los días de
Moisés a los días de Salomón, prueba una condición de corazón insensible en un
último grado. Aquellos quienes, con la maravillosa historia de los hechos de
Jehová ante sus ojos, pudieron decir, "¿En qué nos amaste?" Estaban
más allá del alcance de toda apelación moral. Por consiguiente, se requiere no
seamos sorprendidos por las palabras ardientes del profeta. Nosotros estamos
preparados para semejante declaraciones como las que siguen: "Si, pues,
soy yo padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿dónde está mi temor? Dice
Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre.
Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?". Había una consumada
insensibilidad tanto hacia el amor del Señor, como a sus propios malos caminos.
Estaba la dureza del corazón que podía decir, "¿En qué nos amaste?" y
"¿En que te hemos deshonrado?" Y todo esto con la historia de mil
años ante sus ojos - una historia cubierta por la gracia sin igual, misericordia
y paciencia de Dios, una historia mancillada de principio a fin con el registro
de sus infidelidades, necedades y pecados.
Más nosotros escuchamos
lo que concierne a la reconvención del agravio y la ofensa al Dios de Israel.
"En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En que te hemos
deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. Y cuando
ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿No es malo? Asimismo cuando
ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe;
¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto?
Dice Jehová de los
ejércitos... ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi
altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los
ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda. Porque desde donde el sol nace
hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se
ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre
las naciones, dice Jehová de los ejércitos. Y vosotros lo habéis profanado
cuando dices: Inmunda es la mesa de Jehová, y cuando dices que su alimento es
despreciable. Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! Y me despreciáis,
dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y
presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? Dice Jehová".
Aquí entonces tenemos
un triste y lóbrego cuadro de la condición moral de Israel. La pública
adoración a Dios había caído a un total desprecio. Su altar fue deshonrado, Su
servicio despreciado. Así para los sacerdotes, esto era un simple asunto de
dinero. Así al pueblo, todas las cosas se han vuelto un fastidio, una
formalidad vacía, una insensible y cruel rutina. No había un corazón para Dios.
Había abundancia en el corazón para la ganancia. Cualquier sacrificio, que era
mutilado o desgarbado, era considerado suficientemente bueno para el altar de
Dios. Lo cojo, lo ciego y lo enfermo, lo
peor que ellos tenían, aquello que ellos no osaron ofrecer a un gobernador humano,
fue puesto sobre el altar de Dios. También si una puerta estaba para ser
abierta o el fuego para ser encendido, esto debía ser pagado, de no serlo no se
hacía. Así tal era la lamentable condición de las cosas en los días de
Malaquías. Esto hace al corazón enfermarse al contemplar esta condición.
Más, gracias y gloria
sean a Dios, que hay un lado distinto del cuadro. Hay algunas extraordinarias y
hermosas excepciones a la regla de oscuridad (algunas conductas que sorprenden
y son hermosamente destacadas en consuelo de este oscuro panorama). Es
verdaderamente refrescante en medio de todo esta venalidad y corrupción,
frialdad y vaciedad, pobreza y cobardía, arrogancia y soberbia del corazón, el
lee tales palabras como estas: "Entonces los que temían a Jehová hablaron
cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria
delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su
nombre".
¡Cuán precioso es este
memorial registrado! ¡Cuánto deleite el contemplar este remanente en medio de
esta ruina moral! No hay pretensión o arrogancia para establecer
alguna cosa, no hay un esfuerzo a reconstruir la economía caída, no hay el
impresionar con el despliegue de poder. Aquí esta el sentimiento de debilidad y
mirando a Jehová. Este es el verdadero secreto de todo poder real. Nosotros no
necesitamos estar temerosos de tener conciencias débiles. Es fuertemente impresionante
que nosotros tengamos miedo y retrocedamos ante algo. "Cuando soy débil,
entonces soy fuerte" es siempre la regla para el pueblo de Dios - una
bendita regla, muy segura. Dios es para ser considerado siempre. Nosotros
podemos poner esto en tierra como una gran raíz principal, por que así no nos
ha de importar cual pueda ser el actual estado de la profesión del cuerpo, más
en la individual fe se puede gozar la comunión con Dios conforme a la más alta
verdad de la dispensación.
Este es un gran
principio para aferrar y tener seguro. La profesión en el pueblo de Dios es
siempre individual, y son ellos quiénes juzgan y se humillan ante Dios, son
quienes pueden gozar su presencia y bendición sin impedimento o límite. Los
testimonios de Daniel, Mardoqueo, Esdras, Nehemías, Josías, Ezequías y tantos
otros que caminaron con Dios, llevando a cabo los grandes principios y gozo a
los extraordinarios privilegios de la dispensación, cuando todos ellos estaban
en medio de la ruina desesperanzadora. Había una celebración de la pascua de
los Judíos en los días de Josías de tal manera que no se conocía desde los días
Samuel el profeta (2Cron. 35:18). El débil remanente, en su retorno de
Babilonia, celebró la fiesta de los tabernáculos, un privilegio que no habían
saboreado desde los días de Josué hijo de Nun (Neh. 8:17). Mardoqueo, sin algún
aliento sorprendente, ganó una espléndida victoria sobre Amalee conseguida
también por Josué en los días de Éxodo 17 (Ester 6:11-12). En el libro de
Daniel vemos al orgulloso monarca del mundo postrado a los pies de un cautivo
Judío.
¿Qué nos enseña a
nosotros todos estos casos? ¿Qué lección ellos relatan en nuestros oídos?
Simplemente que el alma humilde, confiada y obediente le es permitido gozar la
más profunda y rica comunión con Dios, en desprecio del fracaso y ruina del
testimonio del pueblo de Dios y la partida gloriosa de la dispensación en que
su porción es vertida.
En estos términos eran
las escenas cercanas de Malaquías. Todo estaba en ruina desesperanzadora, pero
que no impidió que aquellos que amaron y temieron al Señor, consiguieran
reunirse para hablar acerca de Él y meditar sobre Su precioso nombre.
Verdaderamente, ese era un remanente débil, no como la gran congregación que se
reunió en los días de Salomón, desde Dan a Beerseba, más esto tuvo una gloria
única. Tuvo la divina presencia en un modo maravilloso aunque no tan llamativo.
Nosotros no estamos refiriendo de algún "libro de memoria" en los
días de Salomón. Nosotros no estamos diciendo del escuchar y el oír de Jehová.
Quizás esto puede ser dicho, más no habría necesidad. De esta manera, no hemos
de empañar el brillo de la gracia que resplandece sobre un pequeño grupo en los
días de Malaquías. Nosotros podemos osadamente afirmar que el corazón de Jehová
estaba así refrescado por la cariñosa inspiración de ese pequeño grupo, también
por el espléndido sacrificio en los días de la dedicación de Salomón. El amor
de ellos resplandece con toda la brillantez en contraste con el cruel
formalismo en el testimonio, y la corrupción de los sacerdotes.
"Y serán para mí
especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y
los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces os
volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que
sirve a Dios y el que no le sirve. Porque he aquí, viene el día ardiente como
un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa;
aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les
dejará ni raíz ni rama. Más a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol
de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como
becerros de la manada. Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las
plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los
ejércitos".
Nosotros ahora daremos
brevemente una ojeada a la epístola de Judas. Aquí nosotros tenemos todavía un
más aterrador cuadro de apostasía y corrupción. Hay un dicho que nos es
familiar entre nosotros, que la corrupción de lo mejor es la peor corrupción.
Desde aquí es que el apóstol Judas desarrolla ante nosotros una página mucho
más oscura y más horrible que la presentada por el profeta Malaquías. Es el
registro expresado del hombre fracasado y arruinado, bajo los más altos y ricos
privilegios que le pudieron ser conferidos a él.
Avanzando en su solemne
dirección, el apóstol nos concede saber que esto está puesto sobre su corazón
"de escribiros acerca de nuestra común salvación". Esto podría haber
sido lejos su más deleitosa tarea. Pudo haber sido su gozo y su refresco,
expandiéndolo sobre los presentes privilegios y futuras glorias, que están
abrigadas en los contenidos de esa preciosa palabra "Salvación". Pero
él sintió esta "necesidad" para volver desde esta agradable obra a
fortalecer nuestras almas contra la creciente oleada que amenazó los mismos
fundamentos del Cristianismo. "Amados, por la gran solicitud que tenía de
escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros
exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a
los santos". Todo eso que era vital y fundamental era como una estaca. Era
un asunto de contender seriamente por la fe misma "Porque algunos hombres
han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para
esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de
nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor
Jesucristo".
Esto es peor que
cualquier cosa de las que nosotros tenemos en Malaquías. Había en esto un
asunto de la ley, como nosotros leemos "Acordaos de la ley de Moisés mi
siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel".
Pero en Judas el tema que trata no es este de olvidar la ley, sino de volver
realmente a la sensualidad la preciosa y pura gracia de Dios, rechazando el señorío
de Cristo. Por tanto, en lugar de morar sobre la salvación de Dios, los
apóstoles buscaron fortalecernos contra las maldades y las ilegalidades de los
hombres "Más quiero", él dijo "recordaros, ya que una vez lo
habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto,
después destruyó a los que no creyeron. Y a los ángeles que no guardaron su
dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo
oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día".
Todo esto es muy solemne,
pero nosotros no podemos permanecer sobre el aspecto sombrío de esta escena: el
lugar no permite esto, nosotros deseamos mejor presentar al Cristiano lector un
cuadro más encantador del remanente Cristiano dadas en estas exactas líneas de
estos examinados versos. Como en Malaquías nosotros tenemos entre las
imposibilitadas ruinas del Judaísmo, un devoto grupo de Judíos adoradores que
amaron y temieron al Señor, tomando el afable consejo juntos. Así en Judas,
entre las más aterradoras ruinas de la profesión Cristiana, el Santo Espíritu
presenta un grupo a quienes Él dirige como "Amados". Estos son
"llamados, santificados en Dios Padre, y guardados en Jesucristo". A
estos Él solemnemente exhorta contra las variadas formas del error y el mal,
que estaban ya del principio para hacer su aparición, pero que se dio de
semejantes proporciones formidables. A estos Él los volvió, con la más
exquisita gracia y los guió a seguir la exhortación "Pero vosotros,
amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo,
conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor
Jesucristo para vida eterna".
Aquí nosotros tenemos
una seguridad divina contra todas las oscuras y terribles formas de la
apostasía - "el camino de Caín, y se lanzaron por el lucro en el error de
Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré. Murmuradores, querellosos,
habla cosas infladas, fieras ondas, estrellas errantes, adulando a las personas
para sacar provecho". Los "amados" están para "edificándoos
sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo".
Permita el lector notar
esto. No hay una sílaba aquí en cuanto a un orden de los hombres para suceder a
los apóstoles, ni una palabra acerca de los dones a los hombres de alguna
clase. Es bueno ver esto y llevar esto siempre en la mente. Nosotros oímos en
un gran medio de nuestras carencias de dones y poder, de no tener nuestros
pastores y maestros. ¿Cómo podríamos nosotros esperar tener muchos dones o
poder?, ¿Nosotros los merecemos? Lamentablemente nosotros hemos fallado, pecado
y hemos avanzado poco. Más nosotros poseemos esto y hemos puesto nuestra
salvación sobre el Dios viviente, quién nunca a abandonado a un corazón
verdadero.
Viendo lo tocante a la
proclama de Pablo a los ancianos de Éfeso en Hechos 20. ¿A quienes él nos ha
encomendado en vista del final del ministerio apostólico?, ¿Hay alguna palabra
acerca de los sucesores de los apóstoles? Ninguna, a menos que verdaderamente
esto se refiera a los "lobos rapaces" de lo cual él habla o aquellos
hombres que se levantan en lo mas secreto de la iglesia, hablando cosas
perversas para arrastrar a los discípulos tras de ellos. ¿Cuál entonces es el recurso
del fiel? "Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su
gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los
santificados".
¡Cuán precioso recurso!
Ninguna palabra acerca del talento de los hombres, aunque valioso puede ser en
su lugar correcto. Dios prohíbe que nosotros estemos en alguna manera
despreciando los dones que a pesar de todo el fracaso y el pecado, nuestro
bondadoso Señor puede ver adecuado conceder sobre Su Iglesia. Más todavía esto
conserva bien la bendición apostólica, en la inclinación en que a ido la
Iglesia, encomendándonos a no seguir los talentos de los hombres, sino a Dios
mismo y la Palabra de Su gracia. Por consiguiente al seguir esto nuestras
debilidades son siempre más grandes, nosotros tenemos a Dios mirando y
dispuesto. Él nunca abandona a aquellos que confían en Él. No se está limitado
sea lo que fuere a la bendición que nuestras almas pueden paladear, si nosotros
vemos a Dios en humildad de mente y en confianza de niños.
Aquí descansa el
secreto de toda bendita verdad y poder espiritual - humildad de mente y
confianza simple. Debemos por un lado no tener arrogancia de poder y por el
otro no debemos en la incredulidad de nuestros corazones limitar la bondad y la
fidelidad de nuestro Dios. Él puede y otorga dones para el crecimiento de Su
pueblo. Él otorgará mucho más si nosotros no estamos tan preparados para
dirigirnos por nosotros mismos. Si la Iglesia estuviera observando más a Cristo
su cabeza viviente y amado Señor, en lugar de las organizaciones de los hombres
y los métodos de este mundo, ella podría tener un muy diferente relato para
contar. Pero si nosotros, por nuestros proyectos en incredulidad y nuestros
impacientes esfuerzos para proporcionar una maquinaria para nosotros mismos,
apagando, impidiendo y agraviando al Santo Espíritu, ¿necesitamos nosotros
maravillarnos si hemos dejado de probar la pobreza y la vaciedad, la desolación
y la confusión de tales cosas? Cristo es suficiente, pero Él debe ser probado,
Él debe ser creído, debemos permitirle a Él actuar. La plataforma debe ser
dejada perfectamente clara por el Espíritu Santo para desplegar encima las
preciosidades, la plenitud, la toda suficiencia de Cristo.
Pero precisamente en
esta gran cosa nosotros destacamos este abandono. Nosotros intentamos esconder
nuestras debilidades con vestiduras provistas por nosotros mismos, en lugar de
confiar simple y enteramente en Cristo en todas nuestras necesidades. Nosotros
nos cansamos de la actitud de espera humilde y paciente. Nosotros tenemos prisa
para ponernos en una apariencia de fuerza. Esta es nuestra necedad y nuestra
triste perdida. Si nosotros pudiéramos estar dirigidos a creer en esto, nuestra
real fuerza solo es conocer nuestras debilidades y unirse a Cristo en absoluta
fe día tras día.
Es la más excelente
forma que el apóstol Judas exhorta al remanente Cristiano en sus breves líneas.
"Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe".
Estas palabras ponen fuertemente la responsabilidad de todos los verdaderos
cristianos para ser encontrados juntos en lugar de estar divididos y
esparcidos. Nosotros estamos para ayudarnos unos a otros en amor, de acuerdo a
la medida de gracia otorgada y el genuino don comunicado. Es una cosa mutua -
"Edificándoos". Esto no es observando un orden de hombres, ni es
lamentándose de nuestra carencia de dones, sino simplemente cada cual hace que
pueda alentar la común bendición y sirve a todos.
El lector notará las
cuatro cosas que nosotros estamos exhortando para hacer, particularmente
"edificándoos", "orando", "conservaos",
"esperando". ¡Que bendita obra hay aquí! Sí y está obrando para
todos. No hay una verdad Cristiana frente al mundo que no pueda realizar algo o
todas aquellas ramificaciones del ministerio. Ciertamente cada persona es
responsable también de hacerlo. Nosotros podemos edificarnos a nosotros solos
sobre nuestra más santa fe, nosotros podemos orar en el Espíritu Santo,
nosotros podemos conservarnos solos en el amor de Dios y mientras hacemos estas
cosas nosotros podemos esperar por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo.
Puede ser preguntado,
"¿Quiénes son los amados? ¿A quienes se les aplica este termino?"
Nuestra respuesta es, "A quienes quiera esto pueda concernir". Vemos
en esto que nosotros estamos sobre el fundamento de aquellos quienes los
preciosos títulos son aplicados. No es la arrogancia del titulo, sino ocupar el
verdadero fundamento moral. No es un profesar vacío, sino una posesión real. No
es demandar el nombre, sino siendo el objeto.
No se realiza la
responsabilidad del remanente Cristiano finalizando aquí. No es simplemente de
sí mismos lo que ellos tienen para pensar. Ellos están para dirigir una
cariñosa mirada y extender firme una mano de ayuda más allá de la
circunferencia de su propio círculo. "A algunos que dudan, convencedlos. A
otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con
temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne". ¿Quiénes son
"algunos"? y ¿Quienes son los "otros'? ¿No hay la misma belleza
indefinida acerca de estos como la hay acerca de los "Amados"?.
Posteriormente estos no estarán perdidos para descubrir lo antiguo. Allí están
las preciosas almas dispersas y abatidas en medio de las ruinas aterradoras de
la Cristiandad, "algunos" de ellos para ser vistos ofreciendo
compasión, "otros" para ser salvados con temor piadoso, para que los
"amados" no se vuelvan a involucrar en la contaminación.
Este es una fatal
equivocación el suponer que, para arrancar al pueblo del fuego, debemos entrar
al fuego nosotros mismos. Esto nunca se hace. La mejor manera de liberar al
pueblo de una mala posición es estar absolutamente fuera de esa posición misma.
¿Cómo puedo de la mejor manera sacar a un hombre de una ciénaga? Seguramente no
por entrar a la ciénaga, sino por permanecer en terreno firme y desde allí
prestarle ayuda. Yo no puedo sacar a un hombre de cualquier situación a menos
que yo mismo este fuera. Sí nosotros deseamos ayudar al pueblo de Dios quienes
están mezclados con la ruina de los alrededores, la primera cosa para salvarlos
es estar en entera y decidida separación. La próxima cosa es tener nuestros corazones
rebosantes y fluyendo con un extenso, y ferviente amor para todos los que llevan
el precioso nombre de Jesús.
Aquí nosotros debemos
cerrar, y haciendo esto nosotros citaremos para el lector que la bendición
doxológica con que los apóstoles resumen su solemne y seria dirección "Y a
aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha
delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador,
sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos.
Amén." Nosotros tenemos una gran I porción acerca de la "caída"
en esta epístola - Israel caído, los ángeles caídos, ciudades caídas. Más
bendito sea Dios, que está Aquel que es competente para mantenernos de nuestras
caídas y esto es por Su santo resguardo en nosotros que estamos confiados.
Traducido por D.V.
Teología Propia
Providencia.
Introducción.
La doctrina de la
Providencia (o decreto de Dios) no está definida en forma explícita en la
Biblia como encontramos las doctrinas de la Santidad y el Amor de Dios, pero no por ello es menos cierta.
Esta doctrina está estrechamente
relacionada con la Soberanía y Voluntad de Dios, ya que aplica al gobierno soberano de Dios, a
pesar de la oposición de Satanás. Es decir, nos dice que Dios rige todo y en
todos y que nada sale de los planes por Él ha trazados.
El hombre era un factor
en la providencia de Dios, era el virrey de la creación, pero a pesar de la
intervención de Satanás a tentarlo a desobedecer el mandamiento de Dios dado al
hombre y el posterior pecado de éste, no impide que Dios tenga el control en
todo.
Como hemos dicho, esta
doctrina nace de la Soberanía y Voluntad de Dios, ya que implica que todo marcha como había
sido previsto y dispuesto, y que todo está perfectamente controlado. Y, en
relación a la voluntad, que a pesar que Satanás iba a pecar (y arrastrar a la
tercera parte de los ángeles en su rebelión como lo índica Apocalipsis 12:4)
y provocar la caída del hombre, Él siguió con lo dispuesto.
Esta palabra,
providencia, no aparece en el antiguo testamento; pero en el nuevo testamento la palabra griega pronoia apunta a la prudencia o provisión
humana. Esta palabra la encontramos en Hechos 24:2, Romanos 13:14, que es
traducida como “prudencia” y “proveáis”, respectivamente.
En la Biblia se
encuentran ideas afines a la Providencia,
en ella encontramos expresiones como “él da alimento a toda carne” (Salmo 136:25), o “él envía las fuentes por los arroyos”
(Salmo 104:10), que manifiestan el poderoso apoyo que Dios le da a su pueblo.
Conceptos
Erróneos.
Hay dos conceptos erróneos que debemos tener conciencia y evitarlos.
a) La preocupación que Dios muestra hacia el mundo posee un carácter muy
general. Es decir, que Dios creó el mundo, estableció sus leyes, lo puso en
movimiento y luego se apartó de éste.
Dios observa el curso que el mundo sigue de acuerdo a las leyes
constantes de la naturaleza, e interfiere en su normal funcionamiento solamente
cuando algo anda mal. Por consiguiente, el mundo no es como una nave que Dios
pilotea de día a día, sino como una máquina que se ha puesto en marcha, al que
solo corrige el curso cuando se ha desviado un poco (Berkhof).
b) El Panteísmo no reconoce la diferencia que existe entre Dios y el mundo.
Equipara a los dos y, debido a esto, no deja realmente lugar a la providencia,
en el propio sentido de la palabra. Las supuestas leyes de la naturaleza son
sencillamente modos de la actividad directa de Dios. El es el autor de todo lo
que acontece en el mundo. Incluso los actos que se le atribuyen a los seres
humanos son realmente actos de Dios. De acuerdo a este sistema, el ser humano
no es un ser moral libre y tampoco es
responsable por sus actos (Berkhof).
Características
generales
Las Características
generales de la providencia las podemos resumir en los siguientes puntos:
·
Es un plan único que abarca todas las cosas (Efesios
1:1).
·
Cubre todas las cosas, y fue formado desde la
eternidad, pero se manifiesta en el tiempo (Efesios 1:4).
·
Es un plan sabio: Dios planeó lo mejor (Romanos 9-11;
Salmo 104:24; Proverbios 3:19).
·
Es acorde con la voluntad soberana de Dios: Él hace lo
que le place (Daniel 2:21; 31-45).
·
El propósito es glorificar a Dios (Salmos 19:1;
Efesios 1:4-6, 11-12; Romanos 9:23; Apocalipsis 4:11).
·
Abarca todas las cosa, pero aun así, el hombre es
responsable por sus pecado (Hechos 2:23; Habacuc 1:7-11)
Veremos en forma
resumida como ha sido la providencia de Dios en las siguientes etapas. Esta es
una forma de clasificarlas y de poder entenderla, pero quedamos abiertos a que
existan otras formas.
Providencia en
la creación.
Dios es eterno y vive –
si podemos llamarlo así – en un eterno presente, donde el tiempo no existe,
donde un día puede ser un como mil o un millón de años nuestros, o mil años como un día. Es decir, no existe el tiempo. Allí, el cielo
donde Pabló fue un día (véase 2 Corintios 12:2), donde los hijos de Dios van cuando duermen,
Dios reina, y no necesitaba crear un universo
ni que creara un ser humano para
que coronara la creación.
Como ya sabemos, Dios
en principio de los tiempos hizo los cielos y la tierra (Génesis 1:1) y todas
las cosas que son parte de la tierra (vida animal y vegetal); y al hombre al
sexto día. En algún punto del tiempo de la creación, hizo todas las huestes
celestiales incluyendo a Lucero. Este Querubín protector, que era perfecto y
que por su orgullo, cayó en pecado y arrastró un cantidad de ángeles tras de sí
(Isaías 14:12-15; Apocalipsis 12:4; Ezequiel 28:14-18).
Dios había previsto que
el hombre había de ser engañado y pecar, dándole oído a las mentiras a Satanás
en forma de serpiente. (Apocalipsis 12:9,15; 20:2).
A pesar de los hechos
lamentables, Dios tiene un plan que abarca todas las cosas. Porque su Voluntad
y Soberanía están en perfecto equilibrio en todos los hechos, como lo veremos
en los siguientes puntos.
Dios, a pesar que
castigó al hombre, les dio medios de acercarse a Él, les proveyó de vestido
cuando estaban desnudos tapándose con hoja de higueras, les proveyó alimento
que la tierra le daría, les provee de la lluvia temprana y tardía, que hace
caer sobre justos e injustos; pero
también puede quitarla, porque así es su voluntad (Génesis 3:7, 18,19, 21; Levítico 26:4;
Mateos 5:45; 1 Reyes 17:1).
Dios
hace todo lo que quiere en los cielos y en la tierra y en todo lugar, todo está
bajo su perfecto control (Salmo 135:6; 147:8). Dios provee para todos los seres
vivientes su mantenimiento: “Él da a la bestia su mantenimiento, Y a los hijos de los cuervos que
claman” (Salmos 147:9). Y aun en la hora de volver a la tierra, Dios está presente
(Mateos 10:29).
Y aun en el hombre (de cada hombre)
Dios tiene un perfecto control. Cada ser humano debe cumplir con su destino:
debe morir y esperar el juicio para los no creyente y el tribunal de Cristo
para los ya salvados. El hombre, debe volver a la tierra desde la cual fue
formado. Podemos ver en las Escrituras, que Dios ordenó que todos los hijos de
Israel que salieron de Egipto, excepto dos, no entrarían a la tierra prometida.
E incluso Moisés debió morir conforme a lo que Dios había dicho respecto de él
(Deuteronomio 34:5).
Providencia en la Historia
Como Dios tiene un
perfecto control de todo y que es conforme a su plan “Maestro” lo podemos
apreciar en las diversas profecías que han ido cumpliendo. Pero la más clara de
todas las profecías la vemos en las que
se declara en el libro Daniel.
En
ellas podemos apreciar como los principales
imperios que han tenido relación con Israel son. En Daniel 2 encontramos el
sueño de Nabucodonosor, que fue revelado por Dios a Daniel cuando el rey quería
eliminar a todos los sabios por no saber lo que él había soñado. Daniel pudo declarar lo siguiente en alabanza
a Dios: “Sea bendito el
nombre de Dios de siglos en siglos,
porque suyos son el poder y la sabiduría. El muda los tiempos y las
edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos. El revela lo
profundo y lo escondido; conoce lo que
está en tinieblas, y con él mora la
luz” (Daniel 2:20-22).
Daniel mostró que el Dios quien está detrás del
gobierno humano (a pesar que los reinos de tierra son de Satanás, tal como dice
Mateo 4:8 y 9), donde quita reyes y pone reyes. Podemos ver esto cuando llegó a
reinar sobre Israel Saúl, y como fue depuesto por no obedecer los mandatos de
Dios, y puesto en su lugar un rey conforme al corazón de Dios: David (Hechos
13:22; Salmo 89:20; 1 Sam 13:14, cf. 1 Re 11:4). Pablo le enseñaba que todos
los creyentes debe someterse a las autoridades, ya que estas han sido puestas
por Dios (Romanos 13:1; Tito 3:1)
Daniel declaró a Nabucodonosor que había
soñado: “Tú, oh rey, veías,
y he aquí una gran imagen. Esta
imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta
imagen era de oro fino; su pecho y sus
brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro;
sus pies, en parte de hierro y en
parte de barro cocido. Estabas mirando,
hasta que una piedra fue cortada,
no con mano, e hirió a la imagen
en sus pies de hierro y de barro cocido,
y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce,
la plata y el oro, y fueron como
tamo de las eras del verano, y se los
llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha
un gran monte que llenó toda la tierra” (Daniel 2:31-35). Este rey era la
cabeza de oro de esta gran estatua de imperios que vendría posterior a él. Los historiadores identifican a las otras partes de esta
estatua con los imperios de Persia, Grecia y Roma, siendo sus metales la plata, el bronce y el hierro mezclado con barro cocido,
respectivamente (Daniel 2:39-41). ¿Quien no ha leído Daniel 11 y ha visto la
precisión del relato con los hechos ocurridos en la historia? ¿No es de maravillarse
del poderoso control que Dios tiene en la Historia? Mas aun diremos que desde la época de Isaías,
siglos antes que naciera, ya se sabía como se llamaría el rey que daría el
decreto para que los hijos de Israel volvieran a su tierra (Isaías 45:1).
El Libro de Apocalipsis nos
muestra como Dios establece sus Juicios sobre las naciones de la tierra, sobre
las naciones no creyente. En ellas manifiesta toda su santa Justicia.
Providencia en
la Salvación
A pesar que Adán y Eva
habían provocado la existencia de una sima que separaba a la humanidad de Dios
de manera irrevocable. Dios hubiera podido dejarlos a la deriva y que vagaran
desnudos o cubiertos por plantas por el planeta y crecieran sin contacto con
Dios. No. No fue así. Dios le proveyó de una promesa, de un redentor que
vendría de la simiente de la mujer, que vencería a la serpiente (Génesis 3:15);
y además proveyó vestimenta para su
desnudes, donde hubo un animal muerto, del cual salieron las pieles que los
cubrieron (Génesis 3:21). Por tanto,
Dios no había abandonado al hombre y ellos tenían una promesa y un medio para
acercarse a Dios por medio de un sacrificio cruento (Génesis 4:4-5).
El Plan de Dios no
terminaba ahí, sino que proseguía en su ejecución. Si hubiera terminado ahí,
ningún hombre sería salvo y estarían aun realizando sacrificios de animales, o
haciendo sacrificios humanos, para que de esa forma poder aplacar la ira de
Dios, siendo el hombre mejor que los animales (¿no era esto lo que pensaban
todas esas culturas prehispánicas que realizaban sacrificios humanos?).
En su providencia, Dios
proveyó un medio ordenado de la realización de los sacrificios, que eran tipo
del que había de venir a redimir a la humanidad. Y proveyó, previamente, su ley
para que fuera una guía para el ser humano y que le indicara al hombre que es
pecador y al mismo tiempo lo llevara hacia la salvación por medio de la obra
del Señor Jesucristo (Gálatas 3:24-25).
Providencia en
la vida del creyente
Cuantas veces hemos
estado necesitados de algo y ese algo llega cuando menos lo pensamos. ¿Creemos
que es resultado del azar o que un alma caritativa se movió? Es cierto que un
alma, pero también es cierto que Dios es el que movió a esa persona a
ayudarnos.
Un ejemplo de la
provisión de Dios la tenemos en la vida de Jorge Müller, que confiaba
plenamente en la provisión de Dios, y administraba no uno, sino varios,
orfanatos. Todos se vieron constantemente apretados a nivel financiero y de
alimentos, pero nunca Dios los dejó solo. Algunos hechos de su vida nos bastarán
para explicar esto:
“Pese a que las
necesidades de las casas del orfanato eran grandes, Jorge se sintió impulsado a
orar por fondos extras, especialmente para las viudas de la comunidad, puesto
que el precio del pan había subido. Luego, un hermano fue guiado a dar un
regalo grande para este propósito, el cual asistió a muchas viudas, hasta que
el precio del pan bajó un poco otra vez.
“En un tiempo de gran
necesidad, llegó un regalo de un hermano que tenía una familia grande y un sueldo
pequeño. Él, cada vez que su jefe le daba dinero para comprar cerveza, lo
apartó; él no usó ese dinero para tal vanidad, pues se había convertido.
“Una mujer, que se
mantenía de trabajos manuales, sacó sus ahorros del banco y los entregó a la
obra que Jorge tenía a su cargo. El corazón de ella había sido tocado por las
Escrituras: "Vended lo que poseéis, y dad limosna" (Lucas 12:33); y
"No os hagáis tesoros en la tierra" (Mateo 6:19).
“Un día mientras ellos
experimentaban una severa prueba de fe, el Señor puso en el corazón de un
hermano, mientras caminaba a su trabajo, dar un regalo para los huérfanos. Ese
hombre pensó que no iría al orfanato inmediatamente, pero regalaría algo esa
tarde. Sin embargo, el Señor lo hizo sentirse obligado a tomar pasos a las
casas de los huérfanos, en ese mismo momento. Si no hubiera sido por su regalo,
ese día no habrían tenido leche para los niños. Otro día, solamente faltaba una
hora para que los niños tomaran el té de la tarde, pero no había nada de comida
en las casas: hasta que un hermano llegó en esa hora, con el dinero suficiente
para hacer las compras.
“A veces en su diario
se ve lo siguiente: "Hoy estamos especialmente pobres...". Una vez él
anotó: "Después que el Señor ha probado nuestra fe, Él, en el amor de su
corazón, nos da de su abundancia, para demostrar que no con ira, sino que para
la gloria de su nombre y para la prueba de nuestra fe, nos ha permitido estar
pobres..." (Tomado de Biografía de George Müller, una vida confiada).
No nos dice el Señor mismo: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan,
ni recogen en graneros; y vuestro
Padre celestial las alimenta. ¿No valéis
vosotros mucho más que ellas?” (Mateo 6:26). Y si la hierba del campo que hoy
es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? (Mateo 6:30).
Cuando se ha orado por algo
específico, ¿nos ha dado Dios Serpiente?
No. Nos ha dado la respuesta que hemos estado buscando o una que es de acuerdo
a su voluntad (vea Mateo 7:8-11).
Dios nunca está lejos de nosotros,
siempre que pidamos con fe, por que sin fe no podemos agradarle (Hebreos 11:6).
Así tendremos la provisión de Dios, porque el sabe de que tenemos necesidad y,
además, si Él no escatimó ni a su propio
Hijo, sino que lo proveyó para que el hombre tuviese un medio de salvación, a
los que creímos “¿no nos dará también
con Él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
Además, Dios mismo sabe que tenemos
necesidad (Mateos 6:8,32), por tanto no
debe existir la necesidad de afanarnos de buscar las respuestas nosotros mismo,
sino ponerlos a los pies de Dios con insistencia (Lucas 18:1ss). Esta práctica nos ayudará acercarnos a los
lugares celestiales, a buscar el reino
de Dios y su Justicia (Mateos 6:33).
Providencia en
el futuro.
Si
hemos visto en los tópicos anteriores que Dios está dándonos su ayuda
constantemente, haciendo llover sobre los creyentes o no creyentes, o cerrando
la “grifería” en las nubes, para que pasen sin que caiga una gota de agua. En
la historia del hombre, Dios estuvo controlando todo para que se concretara la
llegada del Mesías prometido. No porque
el Mesías haya llegado y haya sido rechazado por los de su nación, y muerto por
los mismo para salvación de muchos, Dios no nos ha dejado de lado. Al
contrario, Juan, por boca del Señor Jesús, nos dice: “Mi Padre hasta
ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan
5:17).
Este trabajo se manifiesta en varios
hechos que detallaremos a continuación:
a)
El Señor volverá a
buscarnos, esto fue indicado por los ángeles a los creyentes que vieron al Señor volver al Padre (Hechos 1:11).
b)
Si el punto
anterior no basta, tenemos las palabras del Señor: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre
muchas moradas hay; si así no
fuera, yo os lo hubiera dicho; voy,
pues, a preparar lugar para
vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar,
vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3)
c)
En consonancia con
lo anterior, Pablo le escribe a los Tesalonicenses que el Señor mismo vendrá a buscarnos
y que con voz de mando (de Arcángel) convocará a todos los suyos. Los que han
muerto serán los primeros en resucitar y luego irán los que se encuentren vivo
en ese glorioso momento (1 Tes. 4:16-17).
d)
Cuando la Iglesia no se encuentre en la
tierra, sucederán todos los Juicios que Dios ha detenido hasta ahora, porque
quiere que muchos más sean salvos (2 Pedro 3:9). Pero estos juicios caerán
durante la gran tribulación y bajo el gobierno mundial del Anticristo. Dios juzgará
ala humanidad y a Satanás y sus demonios.
e)
El Señor se
desposa con la Iglesia (Ap 19:5-9).
f)
Cristo volverá
victorioso y vencerá al Anticristo y a sus tropas en Armagedón (Ap. 19:11-21; Zacarías 14:3).
g)
Reconciliación
entre el Señor e Israel (Zacarías 14: 4-11)
h)
Satanás es atado
(Ap. 20: 1- 3).
i)
Se establece el
Milenio y el Gobierno Soberano del Señor (Ap. 20:4-5)
j)
La Rebelión Final
del Hombre y Satanás y el Juicio de los mismos (Ap. 20:7-10)
k)
Se instaura el Gran
Trono Blanco, donde resucitarán todos los seres humanos y serán juzgado porque no creyeron en el
Señor Jesucristo (Ap. 20:11-15)
l)
La nueva creación
(Ap. 21:1; 2 Pedro 3:10-13)
m)
La nueva Jerusalén
y la eternidad (Ap. 21:3- 22:5).
Conclusión
Podemos
concluir en palabras de un distinguido creyente: que la providencia divina “consiste en la obra de Dios por la cual
preserva a todas sus criaturas, se mantiene activo en todo lo que acontece en
el mundo y dirige todas las cosas a su fin determinado” (Berkhof).
EL LIBRO DEL PROFETA JONAS
Capítulo
V: El Residuo
El propósito principal del libro de Jonás emana, así nos parece, del
Cap. 2, que adrede hemos omitido hasta aquí. Hemos visto que la persona de
Jonás nos presenta los caracteres que hubieran debido llevar los testigos de
Jehová, entonces el profeta judío como testigo; en fin, que esta misma persona
ilustra también para nosotros la historia del pueblo que, a pesar de todo ha
sido y será todavía el testigo de Dios para con las naciones. Decimos
"será", pues que si el pueblo, como conjunto, fue rechazado
definitivamente cuando la paciencia de Dios hubo alcanzado su término, de allí
saldrá en el futuro un residuo, núcleo de un pueblo futuro, cargado, como toda
su raza, con "la culpa de la sangre", es decir con la responsabilidad
de la muerte del Mesías, y sufriendo las consecuencias de ello durante la
tribulación del fin. La angustia producirá en el corazón de esos fieles un
arrepentimiento para salvación. No buscan a separar su responsabilidad de la
del pueblo del cual forman parte; reconocerán que su castigo es merecido, que
la tempestad que va "siempre creciendo" es la justa retribución de su
crimen y ¡que deben ser cortados de la tierra de los vivos, por haber
crucificado al Hijo de Dios! Pero, tragados por el gran pez, ellos encontrarán,
en la angustia, que su Mesías atravesó las mismas angustias, y que Jehová Le
respondió. Esta convicción dará una gran seguridad a esos fieles, de modo que
clamarán a Dios con la certidumbre de que El les oye. Sus experiencias nos
vienen descritas en el capítulo 2 de nuestro profeta. La oración de Jonás
contiene dos temas: el primero, las experiencias del Residuo creyente, del
verdadero Israel, en el día de la angustia[1] (Cap. 2:3) del cual es salvado; segundo, la muerte y los sufrimientos
de Cristo, que serán tema de otro capítulo.
En cuanto al primer tema, suponemos que nuestros lectores son lo
bastante familiarizados con el Antiguo Testamento, como para saber que los
profetas y los Salmos nos ocupan constantemente con el Residuo judío creyente
del fin, y de las tribulaciones que sufre. La oración de Jonás es una prueba
que apoya esta verdad. Los ocho versículos reproducen tan numerosos pasajes de
los Salmos y del profeta Isaías que, citarlos todos sería sobrecargar
inútilmente nuestro texto. Cada lector, provisto con una buena Concordancia,
puede él mismo hacer la lista de ellos; nos limitaremos pues a citar algunos
pasajes esenciales.
"Entonces oró Jonás a Jehová su Dios, desde las entrañas del pez; y
dijo: ¡De en medio de mi aflicción clamo a Jehová, y él me responde!"
(Cap. 2:1, 2).
Es de notar que el grito de Jonás no viene aquí sino después del de las
naciones. Tal será el caso, en efecto. Hoy, el navío de las naciones, conteniendo
a los que, por la fe han venido a ser adoradores del verdadero Dios, sigue su
curso, y los que van en él han obtenido la liberación después de haber
"clamado a Jehová" (Cap. 1:14). Israel, por lo contrario es tragado
en el mar de los pueblos, pero un Residuo se despertará desde el seno del Sheol (el abismo); desde el fondo de su angustia,
desde el seno de esa gran tribulación que pesará en primerísimo lugar sobre
los fieles del antiguo pueblo de Dios, clamará él mismo también hacia el Dios
que ofendió.
Este versículo reviste la forma habitual de los Salmos. Es un resumen de
todo el contenido de la oración e indica por adelantado el resultado, mientras
que los versículos siguientes describen por qué camino este resultado será
obtenido. Tirado al fondo del abismo, tragado por el monstruo preparado por
Dios como instrumento de su conservación, el fiel ora y clama. ¡Con qué gozo
comprueba que ha venido la respuesta! El Salmo 120, que sirve de prefacio a la
pequeña compilación de los cánticos graduales, habla exactamente en los mismos
términos. Se trata, en este Salmo, del Residuo nuevamente echado fuera de su
país por la persecución, después de haber entrado allí en compañía con la
nación incrédula: Es el día de la apretura de Jacob (Ver Ap. 12:13-16). Entonces
dice: "A Jehová, en mi angustia, clamé, y él me respondió" (Salmo
120:1). "Y él los libró de sus aflicciones", como tan a menudo está
dicho en el Salmo 107, que, a su vez, sirve de prefacio al libro quinto de los
Salmos, en donde se encuentran los cánticos graduales. "El me
respondió" es el resumen de todas las experiencias de los fieles: una
plena liberación. Lo mismo sucede en el Salmo 130: "¡Desde profundos
abismos clamo a ti, oh Jehová!" Este Salmo nos describe los solemnes
ejercicios de conciencia del Residuo, y los resultados, eternamente
bendecidos, de su liberación (Ver también el Salmo 18:6; 86:7).
"¡Desde lo más hondo del infierno pido auxilio, y tú oyes mi
voz!" (Cap. 2:3).
Después del resumen del cual acabamos de hablar, la oración de Jonás
vuelve a tomar el séquito de las experiencias que han traído esta respuesta de
Jehová. Primero el fiel clama desde el seno del Sheol y Dios oye. Aun no ha
llegado la respuesta, pero él tiene la consoladora seguridad de que la oración
de fe ha llegado al oído de Jehová. La oración de Ezequías (Isaías 3871Ó)
tiene muchos rasgos comunes con la de Jonás, solamente allí la angustia es
menos grande: Ezequías baja en el Sheol, Jonás está allí, David, en el Salmo
30: 3, sube de él. (Ver todavía el Salmo 18: 4, 5).
"¡Porque me has echado a lo más profundo, al centro de los mares; y
las corrientes me circundan! ¡Todas tus olas y tus ondas pasan sobre mí!"
(Cap. 2:3).
Uno encuentra exactamente la misma expresión en el Salmo 42: 7. Todo
lector, algo familiarizado con la profecía, sabe que el segundo libro de los
Salmos (Salmos 42-72) describe los sentimientos y las experiencias del Residuo
de Judá, echado fuera entre las naciones durante la gran tribulación. Ahora
bien, son precisamente estas experiencias que nos presenta la oración de
Jonás.
"Yo pues dije: ¡Desechado soy de delante de tu presencia! no
obstante volveré a mirar hacia tu santo templo" (Cap. 2:4).
Volvemos a encontrar aquí la oración de Ezequías (Isaías 37:10, 11); los
numerosos pasajes del segundo libro de los Salmos (Cap. 43:2; 44:9; 60:1, 10),
y otros pasajes todavía (Salmos 74:1; 77:7; 31:22; Lam. 5:22). La conciencia de
ser rechazado no destruye la seguridad de la fe entre el pobre Residuo en la angustia.
Echado fuera de Jerusalén, no deja de mirar hacia el templo, como Daniel hacia
Jerusalén (Dan. 6:10. — Ver también el Salmo 42:4; 43:3, 4; 18:6; Hab. 2:20).
Los santos de hoy, que pueden aplicarse este pasaje cuando están en la
aflicción, saben que este templo es para ellos la casa del Padre, en los
cielos.
"Las aguas me cercan hasta el alma; las honduras me rodean, las
algas marinas se envuelven alrededor de mi cabeza (Cap. 2: 5).
El alma hace, en el apuro, la experiencia de lo que es el juicio de Dios
a causa del pecado. En el segundo libro de los Salmos, del cual hemos hablado,
esta posición terrible queda pintada en rasgos imborrables: "Un abismo
llama a otro abismo, a la voz de tus cataratas; todas tus ondas y tus olas han
pasado sobre mí" (Salmo 42:7). El Salmo 49 describe la grandeza de esta
angustia. Entrar en el fango profundo del pecado tiene por consecuencia el
juicio: la profundidad de las aguas que traga y la corriente que sumerge, al
mismo tiempo que se abre un abismo sin fondo. (Salmo 69:2, 15). Veremos más
tarde que el fiel encuentra a Cristo en el abismo, este Jesús que bajó allí por
él. Nosotros también, cristianos, hemos hecho la misma experiencia, pero sin
ser obligados, como el Residuo, a conocer el abismo, sino es tan solo en
nuestra conciencia. "¡Desciendo hasta los cimientos de las montañas; la
tierra con sus cerrojos me tiene aprisionado para siempre! ¡Empero tú haces
subir mi vida desde el lugar de corrupción, oh Jehová, Dios mío!" (Cap.
2:7).
La angustia llega a sus últimos límites; el afligido no puede descender
más abajo. Es la muerte en todo su horror. Las puertas que cierran el acceso a
la tierra de los vivientes son cerradas para siempre. Estas mismas
experiencias se vuelven a encontrar en el cántico de Ezequías (Isaías 38:10,
11), y también la misma respuesta de Dios: "Y tú en amor hacia mi alma la
libraste del hoyo de destrucción; porque has echado todos mis pecados tras de
tus espaldas". "¡Jehová dióse prisa a salvarme!" (Vers. 17, 20).
Es por la resurrección de Cristo que todos nuestros pecados son dejados en el
abismo en donde jamás se volverán a encontrar.
"Cuando mi alma desfallece dentro de mí, acuérdome de Jehová; y
entra mi oración delante de ti, en tu santo templo" (Cap. 2:7).
En el momento de la suprema angustia y de la agonía, el fiel recuerda a
Jehová, y no sólo es oída su oración sino recibida en el lugar donde Dios
habita.
"Los que veneran las vanidades mentirosas abandonan su misma
misericordia" (Cap. 2:8).
Aquí viene la reprobación pronunciada contra el pueblo apóstata
nuevamente invadido por el demonio de la idolatría (Mat. 12:43-45) y que
abandona por las vanidades mentirosas la gracia colocada ante él. Vale más
estar hundido en la angustia con una esperanza, que compartir la suerte de los
que tienen al Anticristo como amo. En el Salmo 31, vemos la diferencia entre
los que "observan vanidades mentirosas" (Vers. 6), y aquel que confía
en Jehová y cuya gracia es su único recurso.
"Yo empero con voz de alabanza ofreceré sacrificios a ti; pagaré
los votos que te he hecho. ¡La salvación pertenece a Jehová!" (Cap. 2:9).
Aquí, el fiel Residuo llega al culto que las naciones habían encontrado
en el tiempo de su infidelidad. Este culto, los cristianos lo rinden ahora; solamente,
en el porvenir profético, las naciones sacrificarán bajo el reinado del Mesías,
a Jehová, el Dios de Israel, y subirán a Jerusalén para adorarle, en compañía
de Su pueblo (Salmo 116:14, 15; 22:25). Habrá entonces, para Israel como para
las naciones (Cap. 1:16), "votos", el servicio de Jehová, libre y sin
restricción, de un "pueblo de franca voluntad" (Salmos 56:12; 61:8;
66: 13; 76:11; Leví. 8:16; Deut. 23:21).
La última palabra de esta oración profética es: "¡La salvación
pertenece a Jehová!" Allí está: El solo la efectuó; es únicamente el
fruto de Su gracia (Isaías 38: 20; 52:10). Israel encontrará en los últimos
días esta gran verdad que hoy día hace el gozo, la seguridad de todos los
creyentes, y sobre la cual su certidumbre se funda para siempre. ¿Cómo se
producirá esa liberación? Es lo que vamos a ver en el próximo capítulo.
[1] Llamada también "la
apretura (o angustia) de Jacob" (Jer. 30:7), y "la gran
tribulación", término más general. Vea para la palabra
"angustia" una cantidad de pasajes de los Salmos y de los profetas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)