domingo, 6 de mayo de 2012

Candelero - 2012-05

Se encuentra ya publicado la revista Candelero Encendido del mes de Mayo
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sábado, 5 de mayo de 2012

CAÍDA Y RESTAURACIÓN DE PEDRO


SU CAÍDA



            Mediante la historia de Pedro, la Palabra de Dios nos muestra cómo un creyente que ha caído en el pecado es restablecido.
            La vuelta de Simón Pedro no requirió mucho tiempo. Entre el momento de su caída y el de su restauración sólo transcurrieron unos días. Pero ¿no hay muchos creyentes cuyo extravío dura meses y a veces hasta años? Sea cual fuere el descarrío, ya breve, ya largo, el camino debe ser el mismo para todos. Se necesita volver a Dios.
            La caída de Pedro fue muy grave. A simple vista, se podría decir que lo que le ocurrió fue muy natural. El ataque fue fuerte, y, gracias a sus respuestas, escapaba de la muerte. Sin embargo, si reflexionamos sobre ello profundamente, llegamos a la conclusión de que su caída fue seria. Pedro había proclamado: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, y “Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Mateo 16:16; Juan 6:68). Luego, en el patio del sumo sacerdote, él mismo dijo del Señor Jesús: “No conozco al hombre”, y reforzó su afirmación poniéndose a maldecir y a jurar (Mateo 26:74). Uno se pregunta cómo es posible que a un creyente ardiente y celoso que había dado tan bello testimonio ante los otros discípulos le pueda acontecer semejante cosa.
Desgraciadamente, lo que ocurrió en la vida de Pedro, muchas veces tuvo lugar entre los creyentes, y ocurre aún hoy día. No obstante, al igual que para Pedro, un verdadero arrepentimiento de la confianza en uno mismo y de la voluntad propia no necesita esperar mucho tiempo. Dichoso el hombre que lo hace. Por desgracia, ocurre con frecuencia que creyentes que se apartan del camino recto no perciben la mirada dulce y a la vez reprobadora del Señor. Las palabras de amor no ejercen ninguna influencia en ellos. ¡Qué pena para Su corazón!
            Pedro amaba a su Salvador ardientemente, pero pensaba que ese amor lo hacía capaz para todo. Hasta se imaginaba que su amor por Jesús era más grande que el de los otros discípulos. Aunque todos lo abandonaran, él nunca lo haría. En esa confianza propia se fue al lugar donde el Señor Jesús fue interrogado.
            Por eso Dios no podía estar con él. No quiso preservarlo de la caída. Pedro debía ser abandonado a sí mismo a fin de que su conciencia fuese más profundamente alcanzada. No digo que una persona deba caer. Uno puede aprender a conocerse a sí mismo antes de llegar a la caída. Pero cuando un creyente no se conoce a sí mismo y, por ese motivo, confía en sí mismo, cuando no escucha las exhortaciones del Señor y no siente la necesidad de ser guardado por la gracia, cuando se enfrenta ante las dificultades con su propia fuerza, entonces Dios debe dejarlo ir hasta la caída. Es cierto que Dios puede impedir todas las cosas, si le place. Habría podido impedir que Pedro entrase en el patio del sumo sacerdote. Hoy también puede prevenirlo todo, pero ello no nos sería provechoso. Para que Pedro llegara a ser un creyente dichoso y capaz de apacentar el rebaño del Señor, le era necesario negar a su Maestro en esas circunstancias.
La falta no podía ser imputada sino a Pedro, quien estimaba que su amor por su Salvador le daría la fuerza para hacer frente a todo. No obstante, era Dios quien había ordenado todo para que él fuera preservado de una caída definitiva.
            Cuando el Señor le anunció esa humillante caída, añadió: “Simón, Simón... yo he rogado por ti, que tu fe no falte” (Lucas 22:31-32). Sólo la gracia puede guardarnos hasta el fin. Sin ella, seríamos llevados a la desesperación. A Simón, entre los apóstoles del Señor Jesús, le fue encomendada una misión particular; él fue denominado “Pedro”, o «piedra», «roca». Sin embargo, si el Señor no hubiera rogado por Pedro, habría continuado en su mal camino y habría sucumbido. Dios preservó a Pedro, lo que no hubiese podido hacer el ardiente amor que lo animaba.
            ¡Qué bendición que eso fuese así, y también para nosotros! El Señor Jesús vive siempre, e intercede por nosotros. Es nuestro Sumo Sacerdote ante el Padre. Si no fuese así, no podríamos permanecer firmes. La oración del Señor tuvo como resultado que la fe de Pedro no desfalleciera, que volviera y se aferrase a Él firmemente, pudiendo ser así restablecido en su servicio.
            Nadie sabía que Pedro negaría a su Maestro. Antes de que él mismo lo pudiera imaginar, y antes de que el Señor se dirigiera a él, la oración del Salvador ya había sido elevada a Dios en su favor. Es lo que el Señor Jesús hace también por nosotros. Si no fuera así, ¿qué sería de nosotros? Tras nuestros fracasos, no volveríamos al camino recto.

SU RESTAURACIÓN
            Pedro, por no estar atento a la voz de su Maestro, cayó en un grave pecado. Tres veces negó a su Señor públicamente. Luego, por la gracia de Dios, fue restaurado. Eso no tuvo lugar de una sola vez, sino de forma progresiva. Podemos distinguir tres etapas: la primera, en casa de Caifás, el sumo sacerdote; la segunda, el día de la resurrección del Señor Jesucristo y, la tercera, algunos días después junto al mar de Tiberias.

La mirada del Señor
            En el patio del sumo sacerdote, Pedro afirmó con juramento que no conocía a Jesús (Mateo 26:72). “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro” (Lucas 22:61), de la manera que sólo el Salvador podía hacerlo. Bien podemos representarnos esta escena. ¿Acaso ya no nos ha mirado de manera que nos haya traspasado? Ninguna mirada humana puede causar semejante impresión. El Señor miró a Pedro hasta penetrar y transformar su alma. Eso ocurrió en un instante. No fue cuestión de temor del hombre o de confianza en sí mismo. Semejante a un malhechor, Pedro salió en la oscuridad de la noche y lloró amargamente.
            ¿No es una magnífica escena? El Hijo de Dios y Pedro se encuentran frente a frente el uno al otro, aunque a cierta distancia. El Señor Jesús, ligado y abandonado de todos, conduce a Pedro al arrepentimiento por medio de una mirada. No hubo ni una palabra de exhortación ni de amonestación. Todo lo que fue necesario para su restablecimiento ocurrió con la sola mirada del Señor. Lleno de confusión, Pedro salió del lugar donde se encontraba, mientras que las lágrimas de arrepentimiento corrían en sus mejillas.
            Luego tuvo lugar la crucifixión de su Señor. Consideremos lo que esto debió representar para Pedro. Imagínese que usted se encontrara al lado de un moribundo y que la última palabra que le dirigiera fuese una palabra de reproche. Después de su muerte, jamás la podría olvidar y pensaría en ella durante toda su vida. La mirada penetrante del Señor que traspasó el alma de Pedro fue el último contacto que Él tuvo con su discípulo antes de su muerte. Para Pedro, esto debió de haber sido terrible. ¡Qué horribles momentos debió de pasar durante los tres días que siguieron! No hubo palabra humana que lo consolara ni le diera la paz del corazón. Debía reconocer que sólo él era el culpable de todo lo acontecido. Los otros discípulos, aunque tratasen de consolarlo, no podían poner paz en su corazón. No, era necesario que el mismo Señor Jesús viniese a él.

La visita del Señor
            El Señor vino a visitar a sus discípulos. Esto no sólo causó profunda impresión en Pedro, sino también en los otros. “Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón”, se alegraron (Lucas 24:34). No se sabe lo que se dijo en esa conversación. Tal cosa no se dio a conocer; era un secreto entre el Señor y aquel a quien encontró.
            El Señor Jesús visitó a Pedro de manera muy personal. El hecho de haberlo mirado no era suficiente, era necesario que fuese a su encuentro, asegurándole su perdón y mostrándole su amor. De otro modo, Pedro hubiera pasado el resto de su vida en la inquietud. Es una maravillosa gracia que sobrepasa por encima de nosotros.
            Antes de aparecer en medio de los suyos, Jesús habló a solas con su discípulo que había caído. Pedro debía primero recibir la certeza de su perdón antes de poder regocijarse de su presencia.
            El Señor Jesús no obra de manera diferente para con nosotros. Nos mira y, cuando reconocemos nuestro pecado y nos arrepentimos, viene hacia nosotros para restablecer la comunión con Él. Desgraciadamente, ocurre que a veces transcurren semanas, meses y hasta años antes que dejemos de justificarnos. Por eso, es provechoso considerar la historia de Pedro. Para él bastó una mirada del Salvador para llevarlo a la confesión de sus faltas. Tres días más tarde, pudo gozarse de nuevo de la comunión con el Señor y con los suyos; un tiempo después, pudo ser restablecido en su servicio.
            Cuando nos hemos apartado del camino recto, los argumentos no sirven para nada. Es necesario que Dios nos dé la seguridad de su gracia. Si podemos decir: el Señor me ha mirado, ha llegado a mí, entonces podemos encontrarlo con toda libertad. Así pues, deja que tomemos nuestro lugar en medio de los otros. Sólo de esta manera uno que se arrepintió con sinceridad de sus faltas y se humilló realmente ante Dios puede volver a ser feliz. Ello no significa que se olvida de todo lo ocurrido. Pedro nunca lo olvidó; Dios tampoco, ya que encontramos este acontecimiento cuatro veces en la Biblia. Dios ha olvidado únicamente el castigo y el juicio. No quiere que intentemos alejar de nuestra memoria lo que se pasó.

Junto al mar (Juan 21:1-14)
            Para Pedro, todo volvió a ser como antes, y hasta mejor aún. Había aprendido mucho, había perdido la confianza en sí mismo. Por esa caída, había venido a ser más sabio. Dios podía sacar el bien del mal, pero nunca debemos pecar para que la gracia abunde. “En ninguna manera”, dijo el apóstol Pablo (Romanos 6:2).
            El Señor Jesús tuvo cuidado de que Pedro volviera a recobrar su lugar entre los discípulos. Luego trató aún de restablecerlo en su servicio, y esto no sólo como pescador de hombres, sino para apacentar y guardar las ovejas y los corderos del Salvador. Era una nueva tarea que le confiaba. Ni Juan ni Santiago, sino Pedro era la persona calificada para ello. Para poder ser pastor, uno debe tener experiencia, haber aprendido a conocerse a sí mismo y tener un profundo sentido de la misericordia y de la gracia de Dios.
            Pedro debía aprender a verse enteramente a la luz de Dios y descubrir la raíz del mal. Cuando una persona ha robado y después lo ha confesado, no quiere decir que se haya humillado. Es necesario que llegue hasta la causa del mal y la reconozca. Pedro debía descubrirse sí mismo y confesar cuán terrible era su pecado, no solamente la negación del Señor, sino también el hecho de haber dicho: “Aunque todos se escandalicen, yo no” (Marcos 14:29). Entonces se terminó esta hora con tristeza.
            “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? (Juan 21:15). Era una pregunta que partía el corazón y que debía haberlo trastornado. Pedro había pensado que su amor por su Maestro era mayor que el de los otros; y ¡lo había negado! Por esta razón, esa pregunta era necesaria. ¡Cuán maravillosa fue la respuesta de Pedro! “Sí, Señor; tú sabes que te amo”. Todos los que aman al Señor Jesús puedan decir esto. A pesar de todo: “tú sabes”. Así era. Sus miradas volvieron a encontrarse de nuevo. Pero el Señor, no satisfecho con esto, le dijo por segunda vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? En esta ocasión no dijo: “más que éstos”.
            Con esta pregunta, la cuña penetró más profundamente. El Señor Jesús, ¿dudaría de su amor porque hubo dicho: “no le conozco”? Negar a una persona es lo contrario de amarla. Esta pregunta debió penetrarle hasta la médula. Pedro respondió: “Si, Señor; tú sabes que te amo”.
            No obstante, no se encontraba donde debía estar. Una mirada más profunda debía dirigirse aún en su corazón. Por tercera vez suena la pregunta: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?”
            Es interesante notar que Pedro en sus respuestas utilizó una palabra menos fuerte para amar que la que empleó el Señor Jesús en sus preguntas. En esta tercera pregunta, el Señor volvió a utilizar la palabra que dijo Pedro. Éste habló de un amor amistoso, pero el Señor del profundo y verdadero amor de Dios hacia los hombres, y recíprocamente.
            Esta última pregunta fue muy dura para Pedro. Fue entristecido, y es posible que hasta llegara a llorar. ¿Dudaba el Señor realmente de que Pedro tuviese amor por Él? No, pero para el Señor se trataba de llevar a cabo un profundo trabajo en la conciencia de su discípulo. Entonces, Pedro llegó a la raíz del mal. Descubrió lo que era y de qué manera había llegado a esa humillante caída. Debía ser totalmente restaurado de la alta estima que poseía de sí mismo. De esta manera, se halló en condiciones de cumplir un servicio como pastor.
            ¿Qué ocurrió un poco más tarde? El hombre que negó al Señor Jesús con juramento tuvo la osadía de presentarse delante de los judíos y decir: “Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo” (Hechos 3:14).
            Aquel que cayó y que había sido levantado, podía entonces ser una bendición para otros. Desde el momento en que el Señor, con sus preguntas, hubo sondeado hasta lo más profundo el corazón de Pedro, éste no sólo llegó al restablecimiento de la comunión con su Señor, sino que también recibió una nueva misión en cuanto a su servicio.

Las cercanas escenas de Malaquías y Judas


En la comparación de estos dos escritos inspirados, nosotros encontramos muchos puntos de similitud y muchos puntos de contrastes. Ambos, los profetas y los apóstoles retratan escenas de ruina, corrupción y apostasía. Los primeros se ocupan con la ruina del Judaísmo y los últimos con la ruina de la cristiandad. El profeta Malaquías, en sus dictámenes del comienzo, da con un inusual brillo, el origen de la bendición de Israel y el secreto de su caída. "Yo os he amado, dice Jehová" Aquí estaba la fuente de todas sus bendiciones, toda su gloria y toda su dignidad. El amor de Jehová considera para todo las resplandecientes glorias del pasado de Israel y todas las resplandecientes glorias del futuro de Israel. Por otro lado, su resuelto e infiel desafío, "¿En qué nos amaste?" Para considerar la profundidad miserable de la presente degradación de Israel.
            Hacer semejante pregunta, después de todo lo que Jehová ha hecho por ellos desde los días de Moisés a los días de Salomón, prueba una condición de corazón insensible en un último grado. Aquellos quienes, con la maravillosa historia de los hechos de Jehová ante sus ojos, pudieron decir, "¿En qué nos amaste?" Estaban más allá del alcance de toda apelación moral. Por consiguiente, se requiere no seamos sorprendidos por las palabras ardientes del profeta. Nosotros estamos preparados para semejante declaraciones como las que siguen: "Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿dónde está mi temor? Dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?". Había una consumada insensibilidad tanto hacia el amor del Señor, como a sus propios malos caminos. Estaba la dureza del corazón que podía decir, "¿En qué nos amaste?" y "¿En que te hemos deshonrado?" Y todo esto con la historia de mil años ante sus ojos - una historia cubierta por la gracia sin igual, misericordia y paciencia de Dios, una historia mancillada de principio a fin con el registro de sus infidelidades, necedades y pecados.
            Más nosotros escuchamos lo que concierne a la reconvención del agravio y la ofensa al Dios de Israel. "En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En que te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿No es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto?
            Dice Jehová de los ejércitos... ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda. Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos. Y vosotros lo habéis profanado cuando dices: Inmunda es la mesa de Jehová, y cuando dices que su alimento es despreciable. Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! Y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? Dice Jehová".
            Aquí entonces tenemos un triste y lóbrego cuadro de la condición moral de Israel. La pública adoración a Dios había caído a un total desprecio. Su altar fue deshonrado, Su servicio despreciado. Así para los sacerdotes, esto era un simple asunto de dinero. Así al pueblo, todas las cosas se han vuelto un fastidio, una formalidad vacía, una insensible y cruel rutina. No había un corazón para Dios. Había abundancia en el corazón para la ganancia. Cualquier sacrificio, que era mutilado o desgarbado, era considerado suficientemente bueno para el altar de Dios. Lo cojo, lo ciego y  lo enfermo, lo peor que ellos tenían, aquello que ellos no osaron ofrecer a un gobernador humano, fue puesto sobre el altar de Dios. También si una puerta estaba para ser abierta o el fuego para ser encendido, esto debía ser pagado, de no serlo no se hacía. Así tal era la lamentable condición de las cosas en los días de Malaquías. Esto hace al corazón enfermarse al contemplar esta condición.
            Más, gracias y gloria sean a Dios, que hay un lado distinto del cuadro. Hay algunas extraordinarias y hermosas excepciones a la regla de oscuridad (algunas conductas que sorprenden y son hermosamente destacadas en consuelo de este oscuro panorama). Es verdaderamente refrescante en medio de todo esta venalidad y corrupción, frialdad y vaciedad, pobreza y cobardía, arrogancia y soberbia del corazón, el lee tales palabras como estas: "Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre".
            ¡Cuán precioso es este memorial registrado! ¡Cuánto deleite el contemplar este remanente en medio de esta ruina moral! No hay pretensión o arrogancia para establecer alguna cosa, no hay un esfuerzo a reconstruir la economía caída, no hay el impresionar con el despliegue de poder. Aquí esta el sentimiento de debilidad y mirando a Jehová. Este es el verdadero secreto de todo poder real. Nosotros no necesitamos estar temerosos de tener conciencias débiles. Es fuertemente impresionante que nosotros tengamos miedo y retrocedamos ante algo. "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" es siempre la regla para el pueblo de Dios - una bendita regla, muy segura. Dios es para ser considerado siempre. Nosotros podemos poner esto en tierra como una gran raíz principal, por que así no nos ha de importar cual pueda ser el actual estado de la profesión del cuerpo, más en la individual fe se puede gozar la comunión con Dios conforme a la más alta verdad de la dispensación.
            Este es un gran principio para aferrar y tener seguro. La profesión en el pueblo de Dios es siempre individual, y son ellos quiénes juzgan y se humillan ante Dios, son quienes pueden gozar su presencia y bendición sin impedimento o límite. Los testimonios de Daniel, Mardoqueo, Esdras, Nehemías, Josías, Ezequías y tantos otros que caminaron con Dios, llevando a cabo los grandes principios y gozo a los extraordinarios privilegios de la dispensación, cuando todos ellos estaban en medio de la ruina desesperanzadora. Había una celebración de la pascua de los Judíos en los días de Josías de tal manera que no se conocía desde los días Samuel el profeta (2Cron. 35:18). El débil remanente, en su retorno de Babilonia, celebró la fiesta de los tabernáculos, un privilegio que no habían saboreado desde los días de Josué hijo de Nun (Neh. 8:17). Mardoqueo, sin algún aliento sorprendente, ganó una espléndida victoria sobre Amalee conseguida también por Josué en los días de Éxodo 17 (Ester 6:11-12). En el libro de Daniel vemos al orgulloso monarca del mundo postrado a los pies de un cautivo Judío.
            ¿Qué nos enseña a nosotros todos estos casos? ¿Qué lección ellos relatan en nuestros oídos? Simplemente que el alma humilde, confiada y obediente le es permitido gozar la más profunda y rica comunión con Dios, en desprecio del fracaso y ruina del testimonio del pueblo de Dios y la partida gloriosa de la dispensación en que su porción es vertida.
            En estos términos eran las escenas cercanas de Malaquías. Todo estaba en ruina desesperanzadora, pero que no impidió que aquellos que amaron y temieron al Señor, consiguieran reunirse para hablar acerca de Él y meditar sobre Su precioso nombre. Verdaderamente, ese era un remanente débil, no como la gran congregación que se reunió en los días de Salomón, desde Dan a Beerseba, más esto tuvo una gloria única. Tuvo la divina presencia en un modo maravilloso aunque no tan llamativo. Nosotros no estamos refiriendo de algún "libro de memoria" en los días de Salomón. Nosotros no estamos diciendo del escuchar y el oír de Jehová. Quizás esto puede ser dicho, más no habría necesidad. De esta manera, no hemos de empañar el brillo de la gracia que resplandece sobre un pequeño grupo en los días de Malaquías. Nosotros podemos osadamente afirmar que el corazón de Jehová estaba así refrescado por la cariñosa inspiración de ese pequeño grupo, también por el espléndido sacrificio en los días de la dedicación de Salomón. El amor de ellos resplandece con toda la brillantez en contraste con el cruel formalismo en el testimonio, y la corrupción de los sacerdotes.
            "Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Más a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada. Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos".
            Nosotros ahora daremos brevemente una ojeada a la epístola de Judas. Aquí nosotros tenemos todavía un más aterrador cuadro de apostasía y corrupción. Hay un dicho que nos es familiar entre nosotros, que la corrupción de lo mejor es la peor corrupción. Desde aquí es que el apóstol Judas desarrolla ante nosotros una página mucho más oscura y más horrible que la presentada por el profeta Malaquías. Es el registro expresado del hombre fracasado y arruinado, bajo los más altos y ricos privilegios que le pudieron ser conferidos a él.
            Avanzando en su solemne dirección, el apóstol nos concede saber que esto está puesto sobre su corazón "de escribiros acerca de nuestra común salvación". Esto podría haber sido lejos su más deleitosa tarea. Pudo haber sido su gozo y su refresco, expandiéndolo sobre los presentes privilegios y futuras glorias, que están abrigadas en los contenidos de esa preciosa palabra "Salvación". Pero él sintió esta "necesidad" para volver desde esta agradable obra a fortalecer nuestras almas contra la creciente oleada que amenazó los mismos fundamentos del Cristianismo. "Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos". Todo eso que era vital y fundamental era como una estaca. Era un asunto de contender seriamente por la fe misma "Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo".
            Esto es peor que cualquier cosa de las que nosotros tenemos en Malaquías. Había en esto un asunto de la ley, como nosotros leemos "Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel". Pero en Judas el tema que trata no es este de olvidar la ley, sino de volver realmente a la sensualidad la preciosa y pura gracia de Dios, rechazando el señorío de Cristo. Por tanto, en lugar de morar sobre la salvación de Dios, los apóstoles buscaron fortalecernos contra las maldades y las ilegalidades de los hombres "Más quiero", él dijo "recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron. Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día".
            Todo esto es muy solemne, pero nosotros no podemos permanecer sobre el aspecto sombrío de esta escena: el lugar no permite esto, nosotros deseamos mejor presentar al Cristiano lector un cuadro más encantador del remanente Cristiano dadas en estas exactas líneas de estos examinados versos. Como en Malaquías nosotros tenemos entre las imposibilitadas ruinas del Judaísmo, un devoto grupo de Judíos adoradores que amaron y temieron al Señor, tomando el afable consejo juntos. Así en Judas, entre las más aterradoras ruinas de la profesión Cristiana, el Santo Espíritu presenta un grupo a quienes Él dirige como "Amados". Estos son "llamados, santificados en Dios Padre, y guardados en Jesucristo". A estos Él solemnemente exhorta contra las variadas formas del error y el mal, que estaban ya del principio para hacer su aparición, pero que se dio de semejantes proporciones formidables. A estos Él los volvió, con la más exquisita gracia y los guió a seguir la exhortación "Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna".
            Aquí nosotros tenemos una seguridad divina contra todas las oscuras y terribles formas de la apostasía - "el camino de Caín, y se lanzaron por el lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré. Murmuradores, querellosos, habla cosas infladas, fieras ondas, estrellas errantes, adulando a las personas para sacar provecho". Los "amados" están para "edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo".
            Permita el lector notar esto. No hay una sílaba aquí en cuanto a un orden de los hombres para suceder a los apóstoles, ni una palabra acerca de los dones a los hombres de alguna clase. Es bueno ver esto y llevar esto siempre en la mente. Nosotros oímos en un gran medio de nuestras carencias de dones y poder, de no tener nuestros pastores y maestros. ¿Cómo podríamos nosotros esperar tener muchos dones o poder?, ¿Nosotros los merecemos? Lamentablemente nosotros hemos fallado, pecado y hemos avanzado poco. Más nosotros poseemos esto y hemos puesto nuestra salvación sobre el Dios viviente, quién nunca a abandonado a un corazón verdadero.
            Viendo lo tocante a la proclama de Pablo a los ancianos de Éfeso en Hechos 20. ¿A quienes él nos ha encomendado en vista del final del ministerio apostólico?, ¿Hay alguna palabra acerca de los sucesores de los apóstoles? Ninguna, a menos que verdaderamente esto se refiera a los "lobos rapaces" de lo cual él habla o aquellos hombres que se levantan en lo mas secreto de la iglesia, hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras de ellos. ¿Cuál entonces es el recurso del fiel? "Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados".
            ¡Cuán precioso recurso! Ninguna palabra acerca del talento de los hombres, aunque valioso puede ser en su lugar correcto. Dios prohíbe que nosotros estemos en alguna manera despreciando los dones que a pesar de todo el fracaso y el pecado, nuestro bondadoso Señor puede ver adecuado conceder sobre Su Iglesia. Más todavía esto conserva bien la bendición apostólica, en la inclinación en que a ido la Iglesia, encomendándonos a no seguir los talentos de los hombres, sino a Dios mismo y la Palabra de Su gracia. Por consiguiente al seguir esto nuestras debilidades son siempre más grandes, nosotros tenemos a Dios mirando y dispuesto. Él nunca abandona a aquellos que confían en Él. No se está limitado sea lo que fuere a la bendición que nuestras almas pueden paladear, si nosotros vemos a Dios en humildad de mente y en confianza de niños.
            Aquí descansa el secreto de toda bendita verdad y poder espiritual - humildad de mente y confianza simple. Debemos por un lado no tener arrogancia de poder y por el otro no debemos en la incredulidad de nuestros corazones limitar la bondad y la fidelidad de nuestro Dios. Él puede y otorga dones para el crecimiento de Su pueblo. Él otorgará mucho más si nosotros no estamos tan preparados para dirigirnos por nosotros mismos. Si la Iglesia estuviera observando más a Cristo su cabeza viviente y amado Señor, en lugar de las organizaciones de los hombres y los métodos de este mundo, ella podría tener un muy diferente relato para contar. Pero si nosotros, por nuestros proyectos en incredulidad y nuestros impacientes esfuerzos para proporcionar una maquinaria para nosotros mismos, apagando, impidiendo y agraviando al Santo Espíritu, ¿necesitamos nosotros maravillarnos si hemos dejado de probar la pobreza y la vaciedad, la desolación y la confusión de tales cosas? Cristo es suficiente, pero Él debe ser probado, Él debe ser creído, debemos permitirle a Él actuar. La plataforma debe ser dejada perfectamente clara por el Espíritu Santo para desplegar encima las preciosidades, la plenitud, la toda suficiencia de Cristo.
            Pero precisamente en esta gran cosa nosotros destacamos este abandono. Nosotros intentamos esconder nuestras debilidades con vestiduras provistas por nosotros mismos, en lugar de confiar simple y enteramente en Cristo en todas nuestras necesidades. Nosotros nos cansamos de la actitud de espera humilde y paciente. Nosotros tenemos prisa para ponernos en una apariencia de fuerza. Esta es nuestra necedad y nuestra triste perdida. Si nosotros pudiéramos estar dirigidos a creer en esto, nuestra real fuerza solo es conocer nuestras debilidades y unirse a Cristo en absoluta fe día tras día.
            Es la más excelente forma que el apóstol Judas exhorta al remanente Cristiano en sus breves líneas. "Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe". Estas palabras ponen fuertemente la responsabilidad de todos los verdaderos cristianos para ser encontrados juntos en lugar de estar divididos y esparcidos. Nosotros estamos para ayudarnos unos a otros en amor, de acuerdo a la medida de gracia otorgada y el genuino don comunicado. Es una cosa mutua - "Edificándoos". Esto no es observando un orden de hombres, ni es lamentándose de nuestra carencia de dones, sino simplemente cada cual hace que pueda alentar la común bendición y sirve a todos.
            El lector notará las cuatro cosas que nosotros estamos exhortando para hacer, particularmente "edificándoos", "orando", "conservaos", "esperando". ¡Que bendita obra hay aquí! Sí y está obrando para todos. No hay una verdad Cristiana frente al mundo que no pueda realizar algo o todas aquellas ramificaciones del ministerio. Ciertamente cada persona es responsable también de hacerlo. Nosotros podemos edificarnos a nosotros solos sobre nuestra más santa fe, nosotros podemos orar en el Espíritu Santo, nosotros podemos conservarnos solos en el amor de Dios y mientras hacemos estas cosas nosotros podemos esperar por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo.
            Puede ser preguntado, "¿Quiénes son los amados? ¿A quienes se les aplica este termino?" Nuestra respuesta es, "A quienes quiera esto pueda concernir". Vemos en esto que nosotros estamos sobre el fundamento de aquellos quienes los preciosos títulos son aplicados. No es la arrogancia del titulo, sino ocupar el verdadero fundamento moral. No es un profesar vacío, sino una posesión real. No es demandar el nombre, sino siendo el objeto.
            No se realiza la responsabilidad del remanente Cristiano finalizando aquí. No es simplemente de sí mismos lo que ellos tienen para pensar. Ellos están para dirigir una cariñosa mirada y extender firme una mano de ayuda más allá de la circunferencia de su propio círculo. "A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne". ¿Quiénes son "algunos"? y ¿Quienes son los "otros'? ¿No hay la misma belleza indefinida acerca de estos como la hay acerca de los "Amados"?. Posteriormente estos no estarán perdidos para descubrir lo antiguo. Allí están las preciosas almas dispersas y abatidas en medio de las ruinas aterradoras de la Cristiandad, "algunos" de ellos para ser vistos ofreciendo compasión, "otros" para ser salvados con temor piadoso, para que los "amados" no se vuelvan a involucrar en la contaminación.
            Este es una fatal equivocación el suponer que, para arrancar al pueblo del fuego, debemos entrar al fuego nosotros mismos. Esto nunca se hace. La mejor manera de liberar al pueblo de una mala posición es estar absolutamente fuera de esa posición misma. ¿Cómo puedo de la mejor manera sacar a un hombre de una ciénaga? Seguramente no por entrar a la ciénaga, sino por permanecer en terreno firme y desde allí prestarle ayuda. Yo no puedo sacar a un hombre de cualquier situación a menos que yo mismo este fuera. Sí nosotros deseamos ayudar al pueblo de Dios quienes están mezclados con la ruina de los alrededores, la primera cosa para salvarlos es estar en entera y decidida separación. La próxima cosa es tener nuestros corazones rebosantes y fluyendo con un extenso, y ferviente amor para todos los que llevan el precioso nombre de Jesús.
            Aquí nosotros debemos cerrar, y haciendo esto nosotros citaremos para el lector que la bendición doxológica con que los apóstoles resumen su solemne y seria dirección "Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén." Nosotros tenemos una gran I porción acerca de la "caída" en esta epístola - Israel caído, los ángeles caídos, ciudades caídas. Más bendito sea Dios, que está Aquel que es competente para mantenernos de nuestras caídas y esto es por Su santo resguardo en nosotros que estamos confiados.

Traducido por D.V.

Teología Propia


Providencia.

Introducción.

            La doctrina de la Providencia (o decreto de Dios) no está definida en forma explícita en la Biblia como encontramos las doctrinas de  la Santidad y el Amor de  Dios, pero no por ello es menos cierta.
            Esta doctrina está estrechamente relacionada con la Soberanía y Voluntad de Dios,  ya que aplica al gobierno soberano de Dios, a pesar de la oposición de Satanás. Es decir, nos dice que Dios rige todo y en todos y que nada sale de los planes por Él ha trazados.
            El hombre era un factor en la providencia de Dios, era el virrey de la creación, pero a pesar de la intervención de Satanás a tentarlo a desobedecer el mandamiento de Dios dado al hombre y el posterior pecado de éste, no impide que Dios tenga el control en todo.
            Como hemos dicho, esta doctrina nace de la Soberanía y Voluntad de Dios,  ya que implica que todo marcha como había sido previsto y dispuesto, y que todo está perfectamente controlado. Y, en relación a la voluntad, que a pesar que Satanás iba a pecar (y arrastrar a la tercera parte de los ángeles en su rebelión como lo índica Apocalipsis             12:4) y provocar la caída del hombre, Él siguió con lo dispuesto.
            Esta palabra, providencia, no aparece en el antiguo testamento; pero en el  nuevo testamento la palabra griega pronoia apunta a la prudencia o provisión humana. Esta palabra la encontramos en Hechos 24:2, Romanos 13:14, que es traducida como “prudencia” y “proveáis”, respectivamente.  
            En la Biblia se encuentran ideas afines a la Providencia,  en ella encontramos expresiones como “él da alimento a toda carne” (Salmo 136:25), o “él envía las fuentes por los arroyos” (Salmo 104:10), que manifiestan el poderoso apoyo que Dios le da a su pueblo.

Conceptos Erróneos.
            Hay dos conceptos erróneos que debemos tener conciencia y evitarlos.
a)     La preocupación que Dios muestra hacia el mundo posee un carácter muy general. Es decir, que Dios creó el mundo, estableció sus leyes, lo puso en movimiento y luego se apartó de éste.  Dios observa el curso que el mundo sigue de acuerdo a las leyes constantes de la naturaleza, e interfiere en su normal funcionamiento solamente cuando algo anda mal. Por consiguiente, el mundo no es como una nave que Dios pilotea de día a día, sino como una máquina que se ha puesto en marcha, al que solo corrige el curso cuando se ha desviado un poco (Berkhof).
b)     El Panteísmo no reconoce la diferencia que existe entre Dios y el mundo. Equipara a los dos y, debido a esto, no deja realmente lugar a la providencia, en el propio sentido de la palabra. Las supuestas leyes de la naturaleza son sencillamente modos de la actividad directa de Dios. El es el autor de todo lo que acontece en el mundo. Incluso los actos que se le atribuyen a los seres humanos son realmente actos de Dios. De acuerdo a este sistema, el ser humano no es  un ser moral libre y tampoco es responsable por sus actos (Berkhof).

Características generales
            Las Características generales de la providencia las podemos resumir en los siguientes puntos:
·        Es un plan único que abarca todas las cosas (Efesios 1:1).
·        Cubre todas las cosas, y fue formado desde la eternidad, pero se manifiesta en el tiempo (Efesios 1:4).
·        Es un plan sabio: Dios planeó lo mejor (Romanos 9-11; Salmo 104:24; Proverbios 3:19).
·        Es acorde con la voluntad soberana de Dios: Él hace lo que le place (Daniel 2:21; 31-45).
·        El propósito es glorificar a Dios (Salmos 19:1; Efesios 1:4-6, 11-12; Romanos 9:23; Apocalipsis 4:11).
·        Abarca todas las cosa, pero aun así, el hombre es responsable por sus pecado (Hechos 2:23; Habacuc 1:7-11)
            Veremos en forma resumida como ha sido la providencia de Dios en las siguientes etapas. Esta es una forma de clasificarlas y de poder entenderla, pero quedamos abiertos a que existan otras formas.

Providencia en la creación.
            Dios es eterno y vive – si podemos llamarlo así – en un eterno presente, donde el tiempo no existe, donde un día puede ser un como mil o un millón de años nuestros,  o mil años como un día.  Es decir, no existe el tiempo. Allí, el cielo donde Pabló fue un día (véase 2 Corintios 12:2),  donde los hijos de Dios van cuando duermen, Dios reina, y no necesitaba crear un universo  ni que creara un  ser humano para que coronara la creación.
            Como ya sabemos, Dios en principio de los tiempos hizo los cielos y la tierra (Génesis 1:1) y todas las cosas que son parte de la tierra (vida animal y vegetal); y al hombre al sexto día. En algún punto del tiempo de la creación, hizo todas las huestes celestiales incluyendo a Lucero. Este Querubín protector, que era perfecto y que por su orgullo, cayó en pecado y arrastró un cantidad de ángeles tras de sí (Isaías 14:12-15; Apocalipsis 12:4; Ezequiel 28:14-18).
            Dios había previsto que el hombre había de ser engañado y pecar, dándole oído a las mentiras a Satanás en forma de serpiente. (Apocalipsis 12:9,15; 20:2).
            A pesar de los hechos lamentables, Dios tiene un plan que abarca todas las cosas. Porque su Voluntad y Soberanía están en perfecto equilibrio en todos los hechos, como lo veremos en los siguientes puntos.
            Dios, a pesar que castigó al hombre, les dio medios de acercarse a Él, les proveyó de vestido cuando estaban desnudos tapándose con hoja de higueras, les proveyó alimento que la tierra le daría, les provee de la lluvia temprana y tardía, que hace caer sobre justos e injustos;  pero también puede quitarla, porque así es su voluntad  (Génesis 3:7, 18,19, 21; Levítico 26:4; Mateos 5:45; 1 Reyes 17:1). 
            Dios hace todo lo que quiere en los cielos y en la tierra y en todo lugar, todo está bajo su perfecto control (Salmo 135:6; 147:8). Dios provee para todos los seres vivientes su mantenimiento: “Él da a la bestia su mantenimiento, Y a los hijos de los cuervos que claman” (Salmos 147:9). Y aun en la hora de volver a la tierra, Dios está presente (Mateos 10:29).
            Y aun en el hombre (de cada hombre) Dios tiene un perfecto control. Cada ser humano debe cumplir con su destino: debe morir y esperar el juicio para los no creyente y el tribunal de Cristo para los ya salvados. El hombre, debe volver a la tierra desde la cual fue formado. Podemos ver en las Escrituras, que Dios ordenó que todos los hijos de Israel que salieron de Egipto, excepto dos, no entrarían a la tierra prometida. E incluso Moisés debió morir conforme a lo que Dios había dicho respecto de él (Deuteronomio 34:5).

Providencia en la Historia
            Como Dios tiene un perfecto control de todo y que es conforme a su plan “Maestro” lo podemos apreciar en las diversas profecías que han ido cumpliendo. Pero la más clara de todas las profecías la vemos en las  que se declara en el libro Daniel.
            En ellas podemos apreciar  como los principales imperios que han tenido relación con Israel son. En Daniel 2 encontramos el sueño de Nabucodonosor, que fue revelado por Dios a Daniel cuando el rey quería eliminar a todos los sabios por no saber lo que él había soñado.  Daniel pudo declarar lo siguiente en alabanza a Dios: “Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos,  porque suyos son el poder y la sabiduría. El muda los tiempos y las edades;  quita reyes,  y pone reyes;  da la sabiduría a los sabios,  y la ciencia a los entendidos. El revela lo profundo y lo escondido;  conoce lo que está en tinieblas,  y con él mora la luz”  (Daniel 2:20-22).
            Daniel  mostró que el Dios quien está detrás del gobierno humano (a pesar que los reinos de tierra son de Satanás, tal como dice Mateo 4:8 y 9), donde quita reyes y pone reyes. Podemos ver esto cuando llegó a reinar sobre Israel Saúl, y como fue depuesto por no obedecer los mandatos de Dios, y puesto en su lugar un rey conforme al corazón de Dios: David (Hechos 13:22; Salmo 89:20; 1 Sam 13:14, cf. 1 Re 11:4). Pablo le enseñaba que todos los creyentes debe someterse a las autoridades, ya que estas han sido puestas por Dios (Romanos 13:1; Tito 3:1)
            Daniel declaró a Nabucodonosor que había soñado: “Tú,  oh rey,  veías,  y he aquí una gran imagen.  Esta imagen,  que era muy grande,  y cuya gloria era muy sublime,  estaba en pie delante de ti,  y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era de oro fino;  su pecho y sus brazos,  de plata;  su vientre y sus muslos,  de bronce; sus piernas,  de hierro;  sus pies,  en parte de hierro y en parte de barro cocido. Estabas mirando,  hasta que una piedra fue cortada,  no con mano,  e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido,  y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro,  el barro cocido,  el bronce,  la plata y el oro,  y fueron como tamo de las eras del verano,  y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno.  Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra” (Daniel 2:31-35). Este rey era la cabeza de oro de esta gran estatua de imperios que vendría posterior a él.  Los historiadores  identifican a las otras partes de esta estatua con los imperios de Persia, Grecia y Roma,  siendo sus metales  la plata, el bronce y  el hierro mezclado con barro cocido, respectivamente (Daniel 2:39-41). ¿Quien no ha leído Daniel 11 y ha visto la precisión del relato con los hechos ocurridos en la historia? ¿No es de maravillarse del poderoso control que Dios tiene en la Historia?  Mas aun diremos que desde la época de Isaías, siglos antes que naciera, ya se sabía como se llamaría el rey que daría el decreto para que los hijos de Israel volvieran a su tierra (Isaías 45:1).
            El Libro de Apocalipsis nos muestra como Dios establece sus Juicios sobre las naciones de la tierra, sobre las naciones no creyente. En ellas manifiesta toda su santa Justicia.

Providencia en la Salvación
            A pesar que Adán y Eva habían provocado la existencia de una sima que separaba a la humanidad de Dios de manera irrevocable. Dios hubiera podido dejarlos a la deriva y que vagaran desnudos o cubiertos por plantas por el planeta y crecieran sin contacto con Dios. No. No fue así. Dios le proveyó de una promesa, de un redentor que vendría de la simiente de la mujer, que vencería a la serpiente (Génesis 3:15); y además  proveyó vestimenta para su desnudes, donde hubo un animal muerto, del cual salieron las pieles que los cubrieron (Génesis 3:21).  Por tanto, Dios no había abandonado al hombre y ellos tenían una promesa y un medio para acercarse a Dios por medio de un sacrificio cruento (Génesis 4:4-5).
            El Plan de Dios no terminaba ahí, sino que proseguía en su ejecución. Si hubiera terminado ahí, ningún hombre sería salvo y estarían aun realizando sacrificios de animales, o haciendo sacrificios humanos, para que de esa forma poder aplacar la ira de Dios, siendo el hombre mejor que los animales (¿no era esto lo que pensaban todas esas culturas prehispánicas que realizaban sacrificios humanos?).
            En su providencia, Dios proveyó un medio ordenado de la realización de los sacrificios, que eran tipo del que había de venir a redimir a la humanidad. Y proveyó, previamente, su ley para que fuera una guía para el ser humano y que le indicara al hombre que es pecador y al mismo tiempo lo llevara hacia la salvación por medio de la obra del Señor Jesucristo (Gálatas 3:24-25).

Providencia en la vida del creyente
            Cuantas veces hemos estado necesitados de algo y ese algo llega cuando menos lo pensamos. ¿Creemos que es resultado del azar o que un alma caritativa se movió? Es cierto que un alma, pero también es cierto que Dios es el que movió a esa persona a ayudarnos.
            Un ejemplo de la provisión de Dios la tenemos en la vida de Jorge Müller, que confiaba plenamente en la provisión de Dios, y administraba no uno, sino varios, orfanatos. Todos se vieron constantemente apretados a nivel financiero y de alimentos, pero nunca Dios los dejó solo. Algunos hechos de su vida nos bastarán para explicar esto:
            “Pese a que las necesidades de las casas del orfanato eran grandes, Jorge se sintió impulsado a orar por fondos extras, especialmente para las viudas de la comunidad, puesto que el precio del pan había subido. Luego, un hermano fue guiado a dar un regalo grande para este propósito, el cual asistió a muchas viudas, hasta que el precio del pan bajó un poco otra vez.
            “En un tiempo de gran necesidad, llegó un regalo de un hermano que tenía una familia grande y un sueldo pequeño. Él, cada vez que su jefe le daba dinero para comprar cerveza, lo apartó; él no usó ese dinero para tal vanidad, pues se había convertido.
            “Una mujer, que se mantenía de trabajos manuales, sacó sus ahorros del banco y los entregó a la obra que Jorge tenía a su cargo. El corazón de ella había sido tocado por las Escrituras: "Vended lo que poseéis, y dad limosna" (Lucas 12:33); y "No os hagáis tesoros en la tierra" (Mateo 6:19).
            “Un día mientras ellos experimentaban una severa prueba de fe, el Señor puso en el corazón de un hermano, mientras caminaba a su trabajo, dar un regalo para los huérfanos. Ese hombre pensó que no iría al orfanato inmediatamente, pero regalaría algo esa tarde. Sin embargo, el Señor lo hizo sentirse obligado a tomar pasos a las casas de los huérfanos, en ese mismo momento. Si no hubiera sido por su regalo, ese día no habrían tenido leche para los niños. Otro día, solamente faltaba una hora para que los niños tomaran el té de la tarde, pero no había nada de comida en las casas: hasta que un hermano llegó en esa hora, con el dinero suficiente para hacer las compras.
            “A veces en su diario se ve lo siguiente: "Hoy estamos especialmente pobres...". Una vez él anotó: "Después que el Señor ha probado nuestra fe, Él, en el amor de su corazón, nos da de su abundancia, para demostrar que no con ira, sino que para la gloria de su nombre y para la prueba de nuestra fe, nos ha permitido estar pobres..." (Tomado de Biografía de George Müller, una vida confiada).
            No nos dice el Señor mismo: “Mirad las aves del cielo,  que no siembran,  ni siegan,  ni recogen en graneros;  y vuestro Padre celestial las alimenta.  ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mateo 6:26). Y si la hierba del campo que hoy es,  y mañana se echa en el horno,  Dios la viste así,  ¿no hará mucho más a vosotros,  hombres de poca fe?  (Mateo 6:30).
            Cuando se ha orado por algo específico,  ¿nos ha dado Dios Serpiente? No. Nos ha dado la respuesta que hemos estado buscando o una que es de acuerdo a su voluntad (vea Mateo 7:8-11).
            Dios nunca está lejos de nosotros, siempre que pidamos con fe, por que sin fe no podemos agradarle (Hebreos 11:6). Así tendremos la provisión de Dios, porque el sabe de que tenemos necesidad y, además,  si Él no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo proveyó para que el hombre tuviese un medio de salvación, a los que creímos  “¿no nos dará también con Él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
            Además, Dios mismo sabe que tenemos necesidad (Mateos 6:8,32), por tanto  no debe existir la necesidad de afanarnos de buscar las respuestas nosotros mismo, sino ponerlos a los pies de Dios con insistencia (Lucas 18:1ss).  Esta práctica nos ayudará acercarnos a los lugares  celestiales, a buscar el reino de Dios y su Justicia (Mateos 6:33).

Providencia en el futuro.
            Si hemos visto en los tópicos anteriores que Dios está dándonos su ayuda constantemente, haciendo llover sobre los creyentes o no creyentes, o cerrando la “grifería” en las nubes, para que pasen sin que caiga una gota de agua. En la historia del hombre, Dios estuvo controlando todo para que se concretara la llegada del Mesías  prometido. No porque el Mesías haya llegado y haya sido rechazado por los de su nación, y muerto por los mismo para salvación de muchos, Dios no nos ha dejado de lado. Al contrario, Juan, por boca del Señor Jesús, nos dice: Mi Padre hasta ahora trabaja,  y yo trabajo” (Juan 5:17).
            Este trabajo se manifiesta en varios hechos que detallaremos a continuación:
a)     El Señor volverá a buscarnos, esto fue indicado por los ángeles a los creyentes que vieron  al Señor volver al Padre (Hechos 1:11).
b)     Si el punto anterior no basta, tenemos las palabras del Señor: “No se turbe vuestro corazón;  creéis en Dios,  creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay;  si así no fuera,  yo os lo hubiera dicho;  voy,  pues,  a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar,  vendré otra vez,  y os tomaré a mí mismo,  para que donde yo estoy,  vosotros también estéis”  (Juan 14:1-3)
c)     En consonancia con lo anterior, Pablo le escribe a los Tesalonicenses que el Señor mismo vendrá a buscarnos y que con voz de mando (de Arcángel) convocará a todos los suyos. Los que han muerto serán los primeros en resucitar y luego irán los que se encuentren vivo en ese glorioso momento (1 Tes. 4:16-17).
d)      Cuando la Iglesia no se encuentre en la tierra, sucederán todos los Juicios que Dios ha detenido hasta ahora, porque quiere que muchos más sean salvos (2 Pedro 3:9). Pero estos juicios caerán durante la gran tribulación y bajo el gobierno mundial del Anticristo. Dios juzgará ala humanidad y a Satanás y sus demonios.
e)     El Señor se desposa con la Iglesia (Ap 19:5-9).
f)      Cristo volverá victorioso y vencerá al Anticristo y a sus tropas en Armagedón  (Ap. 19:11-21; Zacarías 14:3).
g)     Reconciliación entre el Señor e Israel (Zacarías 14: 4-11)
h)     Satanás es atado (Ap. 20: 1- 3).
i)       Se establece el Milenio y el Gobierno Soberano del Señor (Ap. 20:4-5)
j)       La Rebelión Final del Hombre y Satanás y el Juicio de los mismos (Ap. 20:7-10)
k)     Se instaura el Gran Trono Blanco, donde resucitarán todos los seres humanos  y serán juzgado porque no creyeron en el Señor Jesucristo (Ap. 20:11-15)
l)       La nueva creación (Ap. 21:1; 2 Pedro 3:10-13)
m)    La nueva Jerusalén y la eternidad (Ap. 21:3- 22:5).

Conclusión
            Podemos concluir en palabras de un distinguido creyente: que la providencia divina  “consiste en la obra de Dios por la cual preserva a todas sus criaturas, se mantiene activo en todo lo que acontece en el mundo y dirige todas las cosas a su fin determinado” (Berkhof).

EL LIBRO DEL PROFETA JONAS


Capítulo V: El Residuo

El propósito principal del libro de Jonás emana, así nos parece, del Cap. 2, que adrede hemos omitido hasta aquí. Hemos visto que la persona de Jonás nos presenta los caracteres que hubieran debido llevar los testigos de Jehová, entonces el profeta judío como tes­tigo; en fin, que esta misma persona ilustra también para nosotros la historia del pueblo que, a pesar de todo ha sido y será todavía el testigo de Dios para con las naciones. Decimos "será", pues que si el pueblo, como conjunto, fue rechazado definitivamente cuando la paciencia de Dios hubo alcanzado su término, de allí saldrá en el futuro un residuo, núcleo de un pueblo futuro, cargado, como toda su raza, con "la culpa de la sangre", es decir con la responsabilidad de la muerte del Mesías, y sufriendo las consecuencias de ello durante la tribulación del fin. La angustia produ­cirá en el corazón de esos fieles un arrepentimiento para salvación. No buscan a separar su responsabilidad de la del pueblo del cual forman parte; reconocerán que su castigo es merecido, que la tempestad que va "siempre creciendo" es la justa retribución de su cri­men y ¡que deben ser cortados de la tierra de los vi­vos, por haber crucificado al Hijo de Dios! Pero, tragados por el gran pez, ellos encontrarán, en la an­gustia, que su Mesías atravesó las mismas angustias, y que Jehová Le respondió. Esta convicción dará una gran seguridad a esos fieles, de modo que clamarán a Dios con la certidumbre de que El les oye. Sus experiencias nos vienen descritas en el capítulo 2 de nuestro profeta. La oración de Jonás contiene dos te­mas: el primero, las experiencias del Residuo creyente, del verdadero Israel, en el día de la angustia[1] (Cap. 2:3) del cual es salvado; segundo, la muerte y los sufrimientos de Cristo, que serán tema de otro capítulo.
En cuanto al primer tema, suponemos que nuestros lectores son lo bastante familiarizados con el Antiguo Testamento, como para saber que los profetas y los Salmos nos ocupan constantemente con el Residuo judío creyente del fin, y de las tribulaciones que sufre. La oración de Jonás es una prueba que apoya esta verdad. Los ocho versículos reproducen tan numerosos pasajes de los Salmos y del profeta Isaías que, citarlos todos sería sobrecargar inútilmente nuestro texto. Cada lec­tor, provisto con una buena Concordancia, puede él mismo hacer la lista de ellos; nos limitaremos pues a citar algunos pasajes esenciales.
"Entonces oró Jonás a Jehová su Dios, desde las entrañas del pez; y dijo: ¡De en medio de mi aflicción clamo a Jehová, y él me responde!" (Cap. 2:1, 2).
Es de notar que el grito de Jonás no viene aquí sino después del de las naciones. Tal será el caso, en efecto. Hoy, el navío de las naciones, conteniendo a los que, por la fe han venido a ser adoradores del ver­dadero Dios, sigue su curso, y los que van en él han obtenido la liberación después de haber "clamado a Jehová" (Cap. 1:14). Israel, por lo contrario es tra­gado en el mar de los pueblos, pero un Residuo se des­pertará desde el seno del  Sheol (el abismo); desde el fondo de su angustia, desde el seno de esa gran tribu­lación que pesará en primerísimo lugar sobre los fieles del antiguo pueblo de Dios, clamará él mismo también hacia el Dios que ofendió.
Este versículo reviste la forma habitual de los Salmos. Es un resumen de todo el contenido de la ora­ción e indica por adelantado el resultado, mientras que los versículos siguientes describen por qué camino este resultado será obtenido. Tirado al fondo del abismo, tragado por el monstruo preparado por Dios como ins­trumento de su conservación, el fiel ora y clama. ¡Con qué gozo comprueba que ha venido la respuesta! El Salmo 120, que sirve de prefacio a la pequeña compi­lación de los cánticos graduales, habla exactamente en los mismos términos. Se trata, en este Salmo, del Residuo nuevamente echado fuera de su país por la persecución, después de haber entrado allí en compañía con la nación incrédula: Es el día de la apretura de Jacob (Ver Ap. 12:13-16). Entonces dice: "A Jehová, en mi angustia, clamé, y él me respondió" (Salmo 120:1). "Y él los libró de sus aflicciones", como tan a menudo está dicho en el Salmo 107, que, a su vez, sirve de prefacio al libro quinto de los Salmos, en donde se encuentran los cánticos graduales. "El me respondió" es el resumen de todas las experiencias de los fieles: una plena liberación. Lo mismo sucede en el Salmo 130: "¡Desde profundos abismos clamo a ti, oh Jehová!" Este Salmo nos describe los solemnes ejerci­cios de conciencia del Residuo, y los resultados, eter­namente bendecidos, de su liberación (Ver también el Salmo 18:6; 86:7).
"¡Desde lo más hondo del infierno pido auxilio, y tú oyes mi voz!" (Cap. 2:3).
Después del resumen del cual acabamos de hablar, la oración de Jonás vuelve a tomar el séquito de las experiencias que han traído esta respuesta de Jehová. Primero el fiel clama desde el seno del Sheol y Dios oye. Aun no ha llegado la respuesta, pero él tiene la consoladora seguridad de que la oración de fe ha lle­gado al oído de Jehová. La oración de Ezequías (Isaías 3871Ó) tiene muchos rasgos comunes con la de Jonás, solamente allí la angustia es menos grande: Ezequías baja en el Sheol, Jonás está allí, David, en el Salmo 30: 3, sube de él. (Ver todavía el Salmo 18: 4, 5).
"¡Porque me has echado a lo más profundo, al centro de los mares; y las corrientes me circundan! ¡Todas tus olas y tus ondas pasan sobre mí!" (Cap. 2:3).
Uno encuentra exactamente la misma expresión en el Salmo 42: 7. Todo lector, algo familiarizado con la profecía, sabe que el segundo libro de los Salmos (Sal­mos 42-72) describe los sentimientos y las experiencias del Residuo de Judá, echado fuera entre las naciones durante la gran tribulación. Ahora bien, son precisa­mente estas experiencias que nos presenta la oración de Jonás.
"Yo pues dije: ¡Desechado soy de delante de tu presencia! no obstante volveré a mirar hacia tu santo templo" (Cap. 2:4).
Volvemos a encontrar aquí la oración de Ezequías (Isaías 37:10, 11); los numerosos pasajes del segundo libro de los Salmos (Cap. 43:2; 44:9; 60:1, 10), y otros pasajes todavía (Salmos 74:1; 77:7; 31:22; Lam. 5:22). La conciencia de ser rechazado no destruye la seguridad de la fe entre el pobre Residuo en la an­gustia. Echado fuera de Jerusalén, no deja de mirar hacia el templo, como Daniel hacia Jerusalén (Dan. 6:10. — Ver también el Salmo 42:4; 43:3, 4; 18:6; Hab. 2:20). Los santos de hoy, que pueden aplicarse este pasaje cuando están en la aflicción, saben que este templo es para ellos la casa del Padre, en los cielos.
"Las aguas me cercan hasta el alma; las honduras me rodean, las algas marinas se envuelven alrededor de mi cabeza (Cap. 2: 5).
El alma hace, en el apuro, la experiencia de lo que es el juicio de Dios a causa del pecado. En el segundo libro de los Salmos, del cual hemos hablado, esta po­sición terrible queda pintada en rasgos imborrables: "Un abismo llama a otro abismo, a la voz de tus cata­ratas; todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí" (Salmo 42:7). El Salmo 49 describe la grandeza de esta angustia. Entrar en el fango profundo del pecado tiene por consecuencia el juicio: la profundidad de las aguas que traga y la corriente que sumerge, al mismo tiempo que se abre un abismo sin fondo. (Salmo 69:2, 15). Veremos más tarde que el fiel encuentra a Cristo en el abismo, este Jesús que bajó allí por él. Nosotros también, cristianos, hemos hecho la misma experiencia, pero sin ser obligados, como el Residuo, a conocer el abismo, sino es tan solo en nuestra con­ciencia. "¡Desciendo hasta los cimientos de las mon­tañas; la tierra con sus cerrojos me tiene aprisionado para siempre! ¡Empero tú haces subir mi vida desde el lugar de corrupción, oh Jehová, Dios mío!" (Cap. 2:7).
La angustia llega a sus últimos límites; el afligido no puede descender más abajo. Es la muerte en todo su horror. Las puertas que cierran el acceso a la tierra de los vivientes son cerradas para siempre. Estas mis­mas experiencias se vuelven a encontrar en el cántico de Ezequías (Isaías 38:10, 11), y también la misma respuesta de Dios: "Y tú en amor hacia mi alma la libraste del hoyo de destrucción; porque has echado todos mis pecados tras de tus espaldas". "¡Jehová dióse prisa a salvarme!" (Vers. 17, 20). Es por la resurrec­ción de Cristo que todos nuestros pecados son dejados en el abismo en donde jamás se volverán a encontrar.
"Cuando mi alma desfallece dentro de mí, acuérdome de Jehová; y entra mi oración delante de ti, en tu santo templo" (Cap. 2:7).
En el momento de la suprema angustia y de la ago­nía, el fiel recuerda a Jehová, y no sólo es oída su oración sino recibida en el lugar donde Dios habita.
"Los que veneran las vanidades mentirosas abando­nan su misma misericordia" (Cap. 2:8).
Aquí viene la reprobación pronunciada contra el pueblo apóstata nuevamente invadido por el demonio de la idolatría (Mat. 12:43-45) y que abandona por las vanidades mentirosas la gracia colocada ante él. Vale más estar hundido en la angustia con una espe­ranza, que compartir la suerte de los que tienen al Anticristo como amo. En el Salmo 31, vemos la dife­rencia entre los que "observan vanidades mentirosas" (Vers. 6), y aquel que confía en Jehová y cuya gracia es su único recurso.
"Yo empero con voz de alabanza ofreceré sacrifi­cios a ti; pagaré los votos que te he hecho. ¡La salvación pertenece a Jehová!" (Cap. 2:9).
Aquí, el fiel Residuo llega al culto que las naciones habían encontrado en el tiempo de su infidelidad. Este culto, los cristianos lo rinden ahora; solamente, en el porvenir profético, las naciones sacrificarán bajo el reinado del Mesías, a Jehová, el Dios de Israel, y subirán a Jerusalén para adorarle, en compañía de Su pueblo (Salmo 116:14, 15; 22:25). Habrá entonces, para Israel como para las naciones (Cap. 1:16), "votos", el servicio de Jehová, libre y sin restricción, de un "pueblo de franca voluntad" (Salmos 56:12; 61:8; 66: 13; 76:11; Leví. 8:16; Deut. 23:21).
La última palabra de esta oración profética es: "¡La salvación pertenece a Jehová!" Allí está: El solo la efec­tuó; es únicamente el fruto de Su gracia (Isaías 38: 20; 52:10). Israel encontrará en los últimos días esta gran verdad que hoy día hace el gozo, la seguridad de todos los creyentes, y sobre la cual su certidumbre se funda para siempre. ¿Cómo se producirá esa liberación? Es lo que vamos a ver en el próximo capítulo.


[1] Llamada también "la apretura (o angustia) de Jacob" (Jer. 30:7), y "la gran tribulación", término más general. Vea para la palabra "angustia" una cantidad de pasajes de los Salmos y de los profetas.