sábado, 30 de septiembre de 2023

Viviendo por encima del promedio (4)

 

William Macdonald


El costo de la obediencia

 


La vida era una brisa para Bud Brunke. Tenía una espo­sa encantadora, Janice, seis hijos, y era socio en un negocio de mantenimiento de aeronaves, en un pequeño aeropuerto en Elgin, Illinois. El mundo era su ostra, o, al menos, eso pensaba él.

De repente, sin embargo, su paz fue trastornada cuando los pensamientos de su condición espiritual comenzaron a molestarlo. Hasta ese momento, había sido diácono y miembro fiel de la Iglesia Luterana local, pero esto no lo satisfacía. Lo que más le inquietaba de la iglesia era el bau­tismo infantil. El no podía tolerar la idea de que salpicar con agua a un niño lo hiciera miembro de Cristo y un here­dero del reino de Dios. Por un conjunto de extrañas circuns­tancias, comenzó a tomar clases en una escuela bíblica noc­turna. En las semanas sucesivas, la luz resplandeció en su alma, y se convirtió en un cristiano comprometido mientras miraba la transmisión de una cruzada evangelística.

Desde el principio, Bud tuvo un profundo deseo de cono­cer la Palabra de Dios y obedecerla. Si hubiera pensado que cuando fuera salvo no tendría más problemas, se habría equi­vocado. Hubo un problema en particular que se destacó. Ahora estaba asociado con un hombre que no era creyente. Antes, esto nunca había sido un problema. Pero ahora él leía:

“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; por­que ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédu­lo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ído­los? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios y ellos me serán a mí por pueblo. Por lo cual, salid de en me­dio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo in­mundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre y me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Co­rintios 6:14-18).

Estas palabras apuñalaban a Bud todas las veces que las leía. “¿Qué parte tiene el creyente con el incrédulo?” Era verdad. Su socio y él estaban en diferentes longitudes de onda. Tenían valores distintos. Las prácticas poco éticas nunca habían sido un problema antes, pero ahora cobraron mucha importancia. Era como si un buey y un asno estuvie­ran atados juntos. Ellos no tiraban juntos.

Bud sabía lo que debía hacer. Tema que salirse del yugo desigual. Pero el negocio de mantenimiento de aeronaves era su vida. Tema que pensar en su familia. No tendrían me­dios visibles de sustento si él renunciaba. ¿Cómo vivirían?

Primero, decidió consultar a un anciano de la iglesia lo­cal. Le contó al anciano toda la historia acerca de cómo se encontraba entre la espada y la pared.

El anciano dijo: “No hay un gran problema aquí. Só­lo compra la parte de tu socio para ser el único dueño del negocio.”

“No tengo suficiente dinero para hacer eso.”

“En ese caso, ¿por qué no dejas que él compre tu parte?”

Valía la pena investigar esa posibilidad. Habló con el so­cio, y, para su sorpresa, el socio parecía conforme con la idea. Prometió pagarle a Bud $40,000 por su parte del ne­gocio. Parecía la solución ideal al problema. El dinero co­menzó a gotear. Los cheques mensuales eran de $200. Lue­go los pagos se tomaron esporádicos. Más tarde, cuando

Bud fue a cobrar los cheques, retomaban con la notificación “fondos insuficientes.”

A Bud no le sorprendió cuando se enteró de que su socio se había declarado en bancarrota.

La determinación de Bud de obedecer el mandamiento de “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” le había costado entre $38,000 y $40,000. ¿Qué debía hacer? Pero Dios no había olvidado Su promesa: “Y seré para vo­sotros por Padre” (2 Corintios 6:18). En poco tiempo Bud fue a trabajar para un cristiano, un cargo en el que permane­ció 25 años. Cuando llegó a los 65 años y se jubiló, recibió un pago que era tres veces más de lo que había perdido. Así es el Señor. Él no es deudor de ningún hombre.

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