lunes, 26 de junio de 2023

Moscas muertas y el perfume del perfumista

 Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable, Eclesiastés 10.1



Las moscas son una plaga dañina y propagan enfermedades como la disentería por causa de sus costumbres inmundas. Es muy necesario hacerles guerra, no tolerándolas en la casa. Pero nuestro versículo nos hace ver que la mosca muerta también puede contaminar y corromper.

El sabio Salomón luego se refiere al ungüento fragante del perfumista, que en tiempos bíblicos estaba compuesto de aceite puro de oliva y distintas hierbas, hojas, raíces y vegetales, molidos y ligados con gran pericia por hombres especializados en el arte. El resultado era un producto de mucha estimación.

En Éxodo 30.22 al 33 leemos las instrucciones explícitas de Dios a Moisés en cuanto a la preparación del “superior ungüento” para la unción santa. Dios manifestó gran celo en cuanto a aquel ungüento con que fueron ungidos el tabernáculo, sus muebles y también Aarón y sus hijos. Era exclusivamente para el uso sagrado del servicio de Dios. Era necesario guardarlo de moscas muertas y otras cosas que pudieran contaminarlo.

Adoración y comunión

El creyente ha recibido una unción santa y más grande que aquella de Aarón y sus hijos. Es del Espíritu Santo: “La unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros ... la unción misma os enseña todas las cosas ... según ella os ha enseñado, permaneced en él”, 1 Juan 2.27. El cuerpo mismo del creyente es el templo del Espíritu Santo, y hemos sido comprados a precio infinito: “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu”.

Como el ungüento del cual habla Salomón era cosa sumamente susceptible a la contaminación, así es el alma del creyente. Con alma y espíritu él ofrece adoración a Dios: “Mientras el rey estaba en su reclinatorio [o sea, estaba a su mesa], mi nardo dio su olor”, Cantar 1.12.

Si vamos a la cena del Señor con pensamientos carnales o mundanos en el corazón, entonces nuestra adoración será como ungüento con moscas muertas. Dijo nuestro Señor: “De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos”, Marcos 7.21. Es el deber del creyente juzgar cada pensamiento malo para que no llegue a ser un hecho. El antídoto es: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable ... en esto pensad”, Filipenses 4.8.

En la antigüedad un dios del mundo pagano se llamaba Baal-zebub y de él leemos en 2 Reyes 1.1 al 6. Su nombre significa “príncipe de las moscas”. Siglos después, los enemigos de Cristo le tacharon con haber sacado demonios por este Beelzebú que en aquella época se refería a Satanás, el príncipe de los demonios; Lucas 11.15. En Efesios él se llama el príncipe de la potestad del aire. Como moscas inmundas, él quiere poner malos pensamientos en nuestras almas. Lo hizo con Judas Iscariote para que traicionara al Señor, y también con Pedro para que le negara con juramentos.

Testimonio y reputación

Pasemos ahora a la segunda parte de nuestro versículo en Eclesiastés: “Así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable”.

Aquí es cuestión del testimonio y la reputación de uno, cosa que no se consigue en un momento. Por medio de su integridad, proceder, trato con otros y temor de Dios, una persona va ganando la confianza y respeto de los demás. Pero he aquí un peligro: una pequeña locura, un descuido en la oración y lectura de la Palabra de Dios puede ser causa de que esa persona pierda su testimonio y la confianza de sus semejantes.

Por ejemplo, Abraham, el gran hombre de fe, perdió su confianza en Dios en tiempo de hambre. El abandonó la vida de peregrino para “descender” a Egipto y “morar” allí. El temor del hombre se apoderó de él, e hizo pacto de mentira con su esposa. Abraham perdió su testimonio delante del rey, quien le despachó diciendo: “Ahora, pues, he aquí tu mujer, tómala, y vete”.

¡Cuán diferente fue el caso de José en Egipto! Su integridad y vida intachable conquistaron la confianza de su amo, pero una mujer mala quiso destruir esa reputación. El temor de Dios le dio la victoria. José perdió su ropa, pero retuvo su testimonio, y Dios le honró maravillosamente.

Parecía una pequeña locura cuando David, paseándose por el tejado de su casa, puso la vista en una mujer vecina que estaba bañándose. El pensamiento concibió el pecado; la mosca muerta cayó en el perfume agradable a Dios del dulce cantor de Israel y produjo una contaminación del alma. La mosca viva del pecado fue muerta con la confesión, el arrepentimiento y el perdón, pero la mosca muerta ha dejado una mancha en la historia de David hasta el día de hoy. El nombre de Dios ha sido blasfemado, y el mal olor perdura.

¿Cómo podemos salvarnos de tales peligros? Dios manda a su pueblo terrenal que debían tapar los envases para que el contenido no se contaminara; Números 19.15. La avenida hacia el alma del creyente pasa por los ojos y los oídos. Debemos comenzar cada día a solas con Dios en oración y en la lectura de su Palabra. Así tendremos una tapa o protección contra las moscas de la tentación que abundan por todas partes.

¡Qué tragedia es un acto de locura de parte de un creyente que ha sostenido por años un buen testimonio en la asamblea y delante del mundo! Hay de éstos quienes han echado a perder su reputación y han muerto fuera de la comunión con el pueblo del Señor, descarriados en el mundo. Pero, cuán bonito es ver a un creyente llevando una vida triunfante, glorificando a Dios por un testimonio bueno y terminando la carrera como el apóstol Pablo: la batalla peleada y la fe guardada. ¡Que así sea con el lector!
Santiago Saword

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