Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable, Eclesiastés 10.1
El
sabio Salomón luego se refiere al ungüento fragante del perfumista, que en
tiempos bíblicos estaba compuesto de aceite puro de oliva y distintas hierbas,
hojas, raíces y vegetales, molidos y ligados con gran pericia por hombres
especializados en el arte. El resultado era un producto de mucha estimación.
En
Éxodo 30.22 al 33 leemos las instrucciones explícitas de Dios a Moisés en
cuanto a la preparación del “superior ungüento” para la unción santa. Dios
manifestó gran celo en cuanto a aquel ungüento con que fueron ungidos el
tabernáculo, sus muebles y también Aarón y sus hijos. Era exclusivamente para
el uso sagrado del servicio de Dios. Era necesario guardarlo de moscas muertas
y otras cosas que pudieran contaminarlo.
Adoración y comunión
El
creyente ha recibido una unción santa y más grande que aquella de Aarón y sus
hijos. Es del Espíritu Santo: “La unción que vosotros recibisteis de él
permanece en vosotros ... la unción misma os enseña todas las cosas ... según
ella os ha enseñado, permaneced en él”, 1 Juan 2.27. El cuerpo mismo del
creyente es el templo del Espíritu Santo, y hemos sido comprados a precio
infinito: “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu”.
Como
el ungüento del cual habla Salomón era cosa sumamente susceptible a la
contaminación, así es el alma del creyente. Con alma y espíritu él ofrece
adoración a Dios: “Mientras el rey estaba en su reclinatorio [o sea, estaba a
su mesa], mi nardo dio su olor”, Cantar 1.12.
Si
vamos a la cena del Señor con pensamientos carnales o mundanos en el corazón,
entonces nuestra adoración será como ungüento con moscas muertas. Dijo nuestro
Señor: “De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos”,
Marcos 7.21. Es el deber del creyente juzgar cada pensamiento malo para que no
llegue a ser un hecho. El antídoto es: “Todo lo que es verdadero, todo lo
honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable ... en esto pensad”,
Filipenses 4.8.
En
la antigüedad un dios del mundo pagano se llamaba Baal-zebub y de él leemos en
2 Reyes 1.1 al 6. Su nombre significa “príncipe de las moscas”. Siglos después,
los enemigos de Cristo le tacharon con haber sacado demonios por este Beelzebú
que en aquella época se refería a Satanás, el príncipe de los demonios; Lucas
11.15. En Efesios él se llama el príncipe de la potestad del aire. Como moscas
inmundas, él quiere poner malos pensamientos en nuestras almas. Lo hizo con
Judas Iscariote para que traicionara al Señor, y también con Pedro para que le
negara con juramentos.
Testimonio y
reputación
Pasemos
ahora a la segunda parte de nuestro versículo en Eclesiastés: “Así una pequeña
locura, al que es estimado como sabio y honorable”.
Aquí es
cuestión del testimonio y la reputación de uno, cosa que no se consigue en un
momento. Por medio de su integridad, proceder, trato con otros y temor de Dios,
una persona va ganando la confianza y respeto de los demás. Pero he aquí un
peligro: una pequeña locura, un descuido en la oración y lectura de la Palabra
de Dios puede ser causa de que esa persona pierda su testimonio y la confianza
de sus semejantes.
Por
ejemplo, Abraham, el gran hombre de fe, perdió su confianza en Dios en tiempo
de hambre. El abandonó la vida de peregrino para “descender” a Egipto y “morar”
allí. El temor del hombre se apoderó de él, e hizo pacto de mentira con su
esposa. Abraham perdió su testimonio delante del rey, quien le despachó
diciendo: “Ahora, pues, he aquí tu mujer, tómala, y vete”.
¡Cuán
diferente fue el caso de José en Egipto! Su integridad y vida intachable
conquistaron la confianza de su amo, pero una mujer mala quiso destruir esa
reputación. El temor de Dios le dio la victoria. José perdió su ropa, pero
retuvo su testimonio, y Dios le honró maravillosamente.
Parecía
una pequeña locura cuando David, paseándose por el tejado de su casa, puso la
vista en una mujer vecina que estaba bañándose. El pensamiento concibió el
pecado; la mosca muerta cayó en el perfume agradable a Dios del dulce cantor de
Israel y produjo una contaminación del alma. La mosca viva del pecado fue
muerta con la confesión, el arrepentimiento y el perdón, pero la mosca muerta
ha dejado una mancha en la historia de David hasta el día de hoy. El nombre de
Dios ha sido blasfemado, y el mal olor perdura.
¿Cómo
podemos salvarnos de tales peligros? Dios manda a su pueblo terrenal que debían
tapar los envases para que el contenido no se contaminara; Números 19.15. La
avenida hacia el alma del creyente pasa por los ojos y los oídos. Debemos
comenzar cada día a solas con Dios en oración y en la lectura de su Palabra.
Así tendremos una tapa o protección contra las moscas de la tentación que
abundan por todas partes.
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