martes, 2 de febrero de 2016

Meditación

“Cuando Efraín hablaba, hubo temor; fue exaltado en Israel; mas pecó en Baal, y murió” (Oseas 13:1).

Hay una tremenda energía y autoridad en las palabras del justo. Cuando habla, tiene impacto en las vidas de los demás. Sus palabras tienen peso. Los hombres le ven como uno que merece respeto y obediencia.
Más si este mismo hombre cae en pecado, pierde toda esa influencia positiva sobre los demás. El tono autoritario con el que hablaba se disipa. La gente ya no va a él en busca de consejo. Si intenta darlo, le miran con desilusión y le dicen: “Médico, sánate a ti mismo” o “Saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás claro para sacar la paja del mío”. Sus labios están sellados.
Esto enfatiza la importancia de mantener un testimonio consistente hasta el fin. Es importante empezar bien, pero no basta con esto. Si bajamos la guardia en el tramo final, la gloria del principio se oscurecerá en las sombras del deshonor.
“Cuando Efraín hablaba hubo temor”. Williams comenta: “Cuando Efraín caminaba con Dios, como en los días de Josué, hablaba con autoridad y el pueblo temía. Fue así como aseguró su posición de dignidad y poder. Pero se volvió a la idolatría y murió espiritualmente... El cristiano tiene poder moral y dignidad siempre y cuando su corazón sea gobernado por completo por Cristo y esté libre de idolatría”.
Gedeón es otro caso en cuestión. El Señor estaba con este hombre valiente y poderoso. Con un ejército de 300 hombres derrotó a 135.000 fuertes madianitas. Cuando los hombres de Israel quisieron hacerle rey, sabiamente se negó porque sabía que Jehová era el Rey legítimo.
Más habiendo ganado importantes victorias y resistido grandes tentaciones, cayó en lo que podríamos considerar como un asunto de poca importancia. Pidió a sus soldados que le dieran los pendientes de oro que habían tomado como botín de los ismaelitas. Con éstos hizo un efod, el cual se convirtió en un ídolo para el pueblo de Israel y un lazo para él y su familia.

Ciertamente sabemos que cuando fallamos podemos ir a Dios confesando el pecado y encontrar perdón. Sabemos que puede restaurar los años que la langosta comió, es decir, puede capacitarnos para compensar el tiempo perdido. Pero nadie puede negar que es mejor evitar una caída que recobrarnos de ella; es mejor no hacer pedazos nuestro testimonio, que intentar pegar de nuevo las piezas rotas. El padre de Andrés Bonar acostumbraba decirle: “¡Andrés, ora para que ambos podamos resistir hasta el fin!” ¡Así que oremos para que podamos terminar nuestra carrera con gozo!

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