(Deuteronomio 22:11).
AL REGRESAR DE BABILONIA
Los cautivos, después
del regreso de Babilonia al país y a la ciudad de sus padres, nos ofrecen
igualmente una lección instructiva sobre el importante tema de las
"vestiduras con diversos hilos"; la historia de ellos es para
nosotros un estímulo y a la vez una advertencia. Ellos no rechazan aceptar el
castigo infligido a la nación, por causa de su pecado; en consecuencia, toman
su posición bajo el dominio del poder gentil que Dios había establecido sobre
ellos por causa de su pecado. Ellos aceptan el favor de Darío, de Ciro y de
Artajerjes según "al que respeto, respeto; al que honra, honra".
Hablando de un poder
gentil, ellos dicen: "el grande y glorioso Asnapar" (Esd. 4:10), y se
muestran agradecidos por la bondad con que esas potencias, una después de otra,
tienen para con ellos; dan gracias a Dios por ellas; sus corazones están dispuestos
a orar por la vida del rey y la de sus hijos. Todo esto sin embargo, no les
impedía ser un pueblo separado. El rechazo de toda relación con los samaritanos
era tan sincero y bien según Dios, como la aceptación de los gentiles. El celo
de ellos de purificarse de los principios mezclados y de la abominación de
introducir a gentiles en el templo para manchar ese lugar sagrado, ese celo
sencillo y firme, recordaba los días de Josué y de David. Ellos rechazaron las
vestiduras de diversos hilos; si ellos hubieran querido llevar estas
características, cuántas fatigas les habrían ahorrado en el transcurso de la
obra de sus manos que era también la obra del Señor. Pero ellos no las podían
llevar, ni las querían tampoco. Una tal característica era contraria a las
ordenanzas y ellos no lo querían.
Pablo también hubiera
podido evitarse la prisión por el testimonio de una sierva en Filipos; pero era
un socorro samaritano o algo peor y Pablo no lo podía aceptar; y por su
fidelidad rechazando la "ropa de lana y de lino", tuvo que poner sus
pies en el cepo y recibir los latigazos de la prisión. Pero, al final, todo
terminó bien para él, como para los del cautiverio en Babilonia, a su regreso.
Dios mismo tomó todo en sus manos.
Otras consideraciones
serias e instructivas se presentan aquí; al abordarlas, uno siente la necesidad
de aplicárselas personalmente. La continuación de la historia de los cautivos
que regresaron de Babilonia, nos presenta a la vez una advertencia y una
enseñanza. Ellos rechazaron toda alianza extranjera y rehusaron la ropa con
diversos hilos.
Pero, ay, llevaron la
suya sin cinturón, y he aquí la parte moral de su historia. Comienzan a
construir sus propias casas cuando los samaritanos hacen parar la construcción
de la casa del Señor. ¡Qué advertencia solemne para nosotros y qué confusión
para ellos, cuando el Espíritu se ve obligado a despertarles de su modorra y de
su somnolencia! Estaban ocupados en servirse a sí mismos cuando el servicio
del Señor se había interrumpido. La tranquilidad, el reposo y la búsqueda de sí
mismos ocupan el lugar vacante. Hageo y Zacarías tuvieron por misión instarles
a ceñir sus ropas y a preparar las lámparas. Notemos que los profetas no
piensan un instante en enviarles para hacer arreglos con los samaritanos; no
les dicen que se han equivocado, sino que les invitan a ceñir sus ropas puras
con las que estaban vestidos, a hacer la obra del Señor según Sus pensamientos,
a pesar de toda nueva oposición de los samaritanos, (Hag. 1).
Todo
esto tiene un significado muy alto para nosotros. Cualquiera sea la exigencia
del momento, el Espíritu Santo no puede tolerar las ropas de "lana y de
lino" en un santo, pero exige el cinturón para afirmar la vestidura santa.
Un vestido flojo no es según su pensamiento aunque sea puro, y a veces, ¿no
pasa que nos hace falta algo como en los días de Hageo y de Zacarías? He aquí
pues para nosotros un motivo de humillación: una posición elevada y pura,
mantenida con tan poca gracia espiritual.
Los cautivos a su
regreso a Jerusalén estaban en su debido sitio. El lugar de ellos era mejor que
el de sus hermanos que vivían en las ciudades lejanas de los incircuncisos;
tuvieron razón, como lo dijimos, de rechazar toda alianza con los samaritanos.
Aceptarla no hubiera sido otra cosa que revestirse con la ropa tejida con
diversos hilos. Gracias a Dios que no hicieron esto; pero los que tuvieron que
sostener tal prueba, flaquearon bajo otra. Es verdad que rechazaron esa
vestidura pero no ciñeron sus vestidos. Y lo que es más triste todavía, los
mancharon y los ensuciaron cayendo más bajo que sus hermanos que habían quedado
con los paganos. ¡Qué reproche para los judíos de la Tierra Santa la conducta
de sus hermanos que habían permanecido entre los gentiles! Los judíos dispersos
habían rescatado a sus hermanos de manos de los paganos a quienes habían sido
vendidos; pero he aquí que los cautivos de regreso a Jerusalén se vendían
entre ellos por causa de deudas (Neh. 5). ¡Qué espectáculo humillante! Y, ¿no
hay acaso entre nosotros analogías semejantes? Es algo como "apariencia de
piedad, negando la eficacia de ella", "el reino de Dios no consiste
en palabras, sino en poder" (I Co. 4:20). Es posible que la posición que
ocupamos sea según Dios, pero que nuestra medida de gracia y de piedad práctica
sea bien mínima. Si confiamos únicamente en el valor de una posición pura y
separada, o si sólo mantenemos la profesión, sin velar por nuestros corazones
y sin juzgarnos, acontecerá que los "incircuncisos" nos tomarán. Se nota
a menudo mucho amor y denuedo práctico en aquellos que quedan fuera de la
posición verdadera de la Iglesia, mientras que los que tienen esa posición a
veces, poseen muy poca santidad real y poca vida celestial. En otros términos,
que en muchos casos hay menos gracia en los que ocupan una posición pura y
verdadera, que en otros que tienen una posición dudosa. Era el caso de Jonatán.
David le amaba tiernamente, sin embargo no fue su compañero, mientras que
aquellos que le siguieron en sus dificultades, le fueron a veces ocasión de
pruebas y de amargura. Fue entre ellos que tramaron terminar con David,
mientras que Jonatán personalmente permaneció apegado a David. ¡Qué contraste
este, entre lo de adentro y lo de afuera! Sin embargo, el lugar de rechazado
que ocupaba David, era el lugar de la gloria y de la sola y verdadera posición.
¡Qué cuadros se desarrollan ante nosotros con todas estas cosas! Cuadros que
permanecen hasta hoy. Pero hay una lección para nosotros que debemos tomar en
cuenta, la de una posición de separación, sin poder; una vida prácticamente
inferior a los principios divinos; un celo santo por la fidelidad, la verdad y
lo profundo de Dios; todo esto sin una comunión personal e íntima con el
Señor. Quiera Dios guardarnos en todo esto, dándonos el juzgarlo en nuestro
corazón.
La energía que tenía
Éfeso por una cantidad de buenas obras, la actividad y el mismo movimiento de
naturaleza religiosa de Sardis, como también la ortodoxia de Laodicea, son
reprendidas por el Señor. ¡Cuánto más nosotros mereceríamos una censura tal!
(Ap. 2:3). Dar el diezmo de la menta, del eneldo y del comino y dejar a un lado
el juicio y la misericordia, son las cosas que el Señor discierne y manifiesta
con censura. Por el Espíritu, el creyente tiene la capacidad de juzgar de la
misma manera y de cooperar con el Señor por el mismo testimonio. "O el
árbol bueno con su buen fruto, o el árbol malo con su fruto malo".
Si no queremos una
posición sin poder, igualmente desecharemos los principios sin práctica o la
posesión de la verdad, de los misterios y del conocimiento, sin Cristo mismo y
sin la comunión personal con El. La palabra pura y perfecta de Dios reconoce y
honra todas esas cosas, pero guarda para cada una su lugar y su medida; sin lo
cual nada es exactamente de acuerdo con el pensamiento de Dios. Como El mismo
lo ha dicho: "…Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello"
(Mt. 23:23). Sentimos que debemos hacer una disgregación aquí, sobre algo que
es de verdadero alivio para las almas: conocer a Dios en gracia es a la vez, Su
gloria y nuestro gozo. Instintivamente le consideramos como a alguien que
exige de nosotros la obediencia y espera que le sirvamos. Pero la fe discierne
en El a Aquel que comunica y da, y esto nos habla de privilegios más que de
deberes; de amor, de libertad y de las bendiciones de nuestra relación con El,
más que lo que debemos darle en restitución. Esta es una verdad de la cual
tenemos necesidad en nuestros días, aunque nos parezca fuera de lo que nos
ocupa en este momento.
El llamamiento de Dios
nos hace Nazareos; pero tenemos necesidad de su Espíritu para mantenemos en
esta posición, según Dios y en un espíritu de completa consagración. "La
sal es buena", un principio divino es algo bueno, pero la sal puede perder
su sabor. Una verdadera posición, o un principio divino pueden ser comprendidos
y proclamados, pero puede perder su valor sin una vida de poder.
¡Qué
infinita variedad de instrucciones morales proporcionan al alma las palabras
del Señor! Prestemos atención todavía para aprender algo más, pues la mina es
inagotable.
La historia de las dos
tribus y media tiene para nosotros una enseñanza muy particular (Núm. 32).
Ellas no son puestas al mismo nivel de Lot en los días de Abraham, aunque por
ciertas similitudes nos las recuerdan. Pero como hemos tenido la ocasión de
nombrarlas, una asombrosa variedad de experiencias cristianas y disposiciones
morales se ofrecen ante nosotros en los diferentes relatos que nos presentan
las Escrituras; ellas no nos trazan solamente los rasgos principales, sino que
rastrean las luces y las sombras hasta los más mínimos detalles. Esto llama la
atención en la historia de esta parte del pueblo. La historia de las dos tribus
y media comienza, como la de Lot, por la concupiscencia de los ojos. Estos israelitas
pasean su mirada sobre los valles bien regados, apropiados para la cría del ganado;
todavía no han cruzado el Jordán, cuando ya sus pensamientos se ocupan de lo
que les puede convenir para sus ganados. Abraham su padre, jamás habitó esta
parte del Jordán; Moisés no les habló de los valles de Galaad y seguramente que
al dejar Egipto, su fe y esperanza les llevaban a Canaán. Pero Rubén, Gad y
Manasés tenían ganado; desearon pues una heredad sobre la ribera oriental,
porque los pastos son buenos y abundantes.
Seguro que no tenían la
más mínima idea de rebelión o de abandonar la porción de Israel; ni tampoco de
separarse de la vocación de Dios. Sólo que sus ganados podían prosperar en
Galaad; es pues allí donde quieren quedar, pero como israelitas fieles al
llamamiento de Dios. Esto también es hoy natural y frecuente. Aferrarse a la esperanza
del pueblo de Dios, pero sin caminar por el lugar que conviene a esta
esperanza. En cuanto al poder del carácter y de la conducta, no son personas
muertas y resucitadas, pero están unidas por la fe a las que lo están. Quieren
manifestar su parentesco con las tribus que pasarán el Jordán, aunque por su
propia cuenta prefieren quedar del lado del desierto. No eran como Lot, con
principios mezclados, que con propósito deliberado arreglan sus vidas sobre
algo que está en oposición al llamamiento de Dios. Pero, aunque reconociendo
este llamamiento, apreciándolo y rechazando toda esperanza que no esté ligada a
él, no poseen el poder que les mantiene en ese llamamiento. Este caso también
es frecuente y de una generación bastante numerosa.
Moisés se inquieta por
esta disposición; expresa sus temores con decisión y firmeza. Dice a este
pueblo que su manera de obrar le recuerda la conducta de los espías que habían
ido desde Kades-Barnea para reconocer el país, y que habían desanimado a sus
hermanos y les habían ocasionado cuarenta años de peregrinaje en el desierto.
Moisés siente que detenerse en el camino era contrario al llamamiento de Dios a
su pueblo para hacerle salir de Egipto y llevarlo a Canaán. Es de lamentar que
un santo, viviendo en el poder de la resurrección de Cristo, se alarme como
Moisés, a la primera noticia lamentable con relación a sus hermanos; Rubén, Gad
y la media tribu de Manasés deben sustentar sus razones y dar nuevas pruebas
que no se separarán de la comunión y de los intereses de sus hermanos; ellos se
prestan a esto con tanto celo como con integridad. En esto no hay ninguna
similitud con Lot. Hubieran renunciado a Galaad antes que comprometer su
identidad con los que se establecerían en la parte occidental de Canaán.
Moisés, sin embargo, no
puede consentir en separarse de ellos como Abraham se separó de Lot. Ellos no
deben ser tratados de la misma manera; tampoco deben recibir el juicio de Dios,
como fue el caso para con los espías incrédulos que habían hecho un reporte del
país. Sin embargo, Moisés no los pierde de vista; sus ojos les siguen con ansiedad.
Cuántos matices diversos encontramos en esas ilustraciones de caracteres diferentes.
Qué tejidos distintos nos ofrecen esta lana y este lino. Cuántas clases
numerosas entre los hijos de Dios y cuántos matices en esas mismas clases. Tenemos
a Abraham, Moisés y David; también a Lot, Jonatán y las tribus de Galaad; tenemos
a Josafat y Abdías y sin embargo, todos forman parte del pueblo de Dios. Sodoma
era el lugar de Lot; la corte de Saúl, el de Jonatán; el palacio de Acab, el de
Abdías; mientras que Abraham habitaba bajo una tienda, David en una cueva,
Elías en las riberas del torrente de Querit donde Dios le alimentaba, o también
en la casa de la viuda de Sarepta; todos grados variados de fe, de fidelidad y
de poder, de vida y de comunión. Podemos decir tanto de Jonatán como de los demás,
y mejor dicho, Jonatán no era ni un Lot ni un Abdías, aunque nosotros le
clasifiquemos generalmente en la misma categoría. Abdías también difiere de Lot
en cierta medida.
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