Las muchas referencias a Abraham en el Nuevo Testamento nos convencen de la importancia de las lecciones espirituales por aprender en el estudio de su vida. Él es el hombre de los altares, como Isaac es el de los pozos y Jacob el de las piedras.
“Creyó
Abraham a Dios y le fue contado por justicia”. Así llegó él a ser padre
espiritual de todos los fieles. Su obediencia fue a la Palabra de Dios: “Por la
fe Abraham, siendo llamado, obedeció”, y de esta manera llegó a llamarse el
amigo de Dios; Isaías 41.8, Santiago 2.23. Nuestro Señor dijo: “Vosotros sois
mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.
Los cuatro
altares de Abraham son tipo de Cristo crucificado, y fueron la base de su
acercamiento a Dios y su testimonio delante del mundo. “Lejos esté de mí
gloriarme”, escribió el apóstol en Gálatas 6.14, “sino en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí y yo al mundo”.
Uno
Apareció Jehová a Abram, y le dijo:
A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le
había aparecido,
Génesis 12.7
Este
primer altar, levantado al haber recibido Abraham una comunicación divina, es
uno de testimonio. Él se hallaba rodeado de los cananeos, practicantes de una
idolatría abominable según sabemos por Esdras 9.1. Ellos levantaban altares
ante sus ídolos.
Abraham
hizo su altar en el nombre del Dios invisible. Él se había convertido de los
ídolos a Dios; había dado las espaldas a Mesopotamia para no volver más nunca;
ahora comienza su testimonio ante los cananeos de fe en el Dios vivo y
verdadero. La base de su fe fue la sangre de las víctimas que el patriarca ofrecía
sobre su altar. Cada creyente en Cristo empieza la vida espiritual con su altar
de testimonio, confesando su fe en él, el sacrificio perfecto, delante de un
mundo burlador. Abraham erigió su primer altar en el valle, tipo de la humildad
que conviene a uno en testificar por aquel que dice, “Llevad mi yugo sobre
vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Dios le dijo a Abraham: “A tu
descendencia daré esta tierra”, y en esto vemos el interés que tiene El en
nuestros hijos. ¡Cuánto, pues, nos conviene establecer el altar familiar y
realizar la lectura bíblica y la oración diaria junto con nuestros
descendientes!
Dos
Luego se pasó de allí a un monte al
oriente de Bet-el, y plantó su tienda ... y edificó allí un altar a Jehová, e
invocó el nombre de Jehová, 12.8
Su segundo
altar fue de oración. En la oración el creyente, aunque arrodillado o postrado
en tierra, sube en espíritu a los lugares celestiales. En el mismo santuario de
Dios él puede derramar súplicas e intercesiones. “¿Quién subirá al monte de
Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de
corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas ...” Salmo 24.
Dos veces en el versículo 8 se hace
mención de que esto sucedió en Bet-el, “casa de Dios”. Uno de los grandes
privilegios que tenemos es la oración en la casa de Dios, pero el que no tiene
su “altar de oración” en su propia casa no está capacitado para la oración en
otra, ni en la asamblea. Es de temer que haya hermanos de oraciones muy
recortadas en su propia casa, pero extendidas en la casa de Dios con sus
hermanos presentes.
Pero, ¡qué triste es ver a Abraham,
después de su buen principio, sufrir un lapso de fe! El partió del lugar de su
altar y fue hacia el Neguev, rumbo a Egipto. Altar atrás, le vino una prueba y
una decadencia espiritual, siendo vencido por el hambre. Dice que descendió a Egipto, y fue con el
propósito de morar allí, 12.10.
Le
vino otro temor; el temor del hombre. Es la oración lo que infunde valor y fe
en el creyente; al descuidar o abandonar la oración, se debilita su fe. Uno
quita su vista del Señor y se deja llevar por los espejismos del mundo. Dios le
había dicho a Abraham que serían benditas en él todas las familias de la
tierra, pero su paso falso fue la causa de la maldición de Dios sobre la
familia de Faraón.
Dios
no acompañó a su siervo hasta Egipto; Abraham fue por su propia cuenta. Ese
gran hombre pudo ganar una victoria años después en una guerra contra cuatro
reyes, pero en Egipto se puso tan cobarde que expuso su esposa a una terrible
humillación para salvar su propia carne. La tragedia fue evitada por la
oportuna y misericordiosa intervención de Dios, pero Abraham fue despedido como
persona indeseada. En Egipto él no contaba con altar de testimonio ni altar de
oración.
¡Cuán
traicionero es el mundo con sus atractivos! El principio de la gran defección
de Salomón fue cuando se casó con una princesa egipcia. Después tuvo mala
conciencia en el asunto y dijo: “Mi mujer no morará en la casa de David, rey de
Israel, porque aquellas habitaciones donde ha entrado el arca de Jehová, son
sagradas”, 2 Crónicas 8.11. Salomón nunca descendió a Egipto, pero trajo Egipto
así, por su yugo matrimonial desigual, por las multitudes de caballos y carros,
por su lino y comercio.
Tres
Abraham volvió por sus jornadas
desde el Neguev hasta Bet-el, al lugar del altar que había hecho allí antes; e
invocó allí Abraham el nombre de Jehová, 13.4.
El
hombre de Dios puede sufrir una caída, pero no puede quedarse abajo; la gracia
de Dios y la voz de su conciencia le pondrán de nuevo en el camino hacia
arriba. Así, el altar de la oración llega a ser para Abraham el altar de la
restauración. Era el lugar donde “había estado antes su tienda”, así que este
hombre asumió de nuevo la vida de peregrino.
Otra
vez le encontramos invocando el nombre de Jehová. Dice la Palabra para
nosotros: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”, Hebreos 4.16.
Abraham encontró el trono de la gracia por medio de la confesión; encontró
misericordia en cuanto a la flaqueza y el fracaso del pasado; y, encontró
gracia que le fortaleció para el camino que tenía por delante.
Por
su lapso de fe y la temporada en Egipto él no había progresado; había perdido
tiempo. El adquirió allí una mujer llamada Agar, quien llegó a ser su concubina
y le presentó con un hijo, Ismael. Los descendientes de ese muchacho han
producido graves consecuencias para la nación de los judíos hasta el día de
hoy. Más todavía, cuando Abraham y su sobrino subieron de Egipto, trajeron
consigo tanto ganado que resultó en una separación entre ellos. Esta separación
resultó en la ruina de Lot. ¡Cuántas veces la prosperidad material ha separado
a los buenos amigos!
El
capítulo 13 termina con Dios comunicando a su siervo Abraham su propósito de
darle a él y a su descendencia toda la tierra que estaba a la vista. Ahora le
vemos andando en la voluntad divina. El lleva su tienda consigo como peregrino,
y vino y moró en el encinar de Mamre, que está en Hebrón, “y edificó allí altar
a Jehová”, 13.18.
La
encina es un árbol simbólico de la firmeza, y Hebrón significa la comunión. Este altar fue edificado en grato
reconocimiento de la restauración a comunión. Cuando hay una restauración
verdadera hay más firmeza y mayor aprecio del privilegio de comunión con el
Padre, con el Hijo y con el pueblo del Señor. Es lamentable que algunas
restauraciones no duran y el individuo que profesa esta experiencia no
manifiesta el gozo del Señor.
El
patriarca estaba de nuevo en contacto con el cielo, cosa que para él valía más
que sus riquezas. Él podía contar ahora con la presencia de su Amigo divino,
con su consejo, ayuda y protección. En el capítulo 14 se observa su valor en
juntar un pequeño grupo de criados y amigos para perseguir a cuatro reyes con
sus ejércitos. Lo hizo por compasión de su sobrino Lot. Fue un acto de fe en su
Dios, quien le dio una victoria maravillosa y el gozo de poder libertar a Lot.
El
creyente está rodeado de enemigos, pero, manteniendo comunión con Dios, puede
decir confiadamente, “En todas estas cosas somos más que vencedores, por medio
de aquel que nos amó”. Para mantenerse en comunión con Dios el cristiano
practica el examen de conciencia y confiesa cualquier pecado u otra cosa que le
haya quitado el gozo de la salvación. Juzgando y apartándose él de las tales
cosas, no vendrán nubes entre su alma y el Señor. El hombre o la mujer en
comunión con Dios es la persona que Él puede usar en su honorable servicio.
Satanás está siempre procurando cortar la línea de comunión para que uno pierda
este gozo y se exponga a los ataques del maligno.
Cuatro
Cuando llegaron al lugar que Dios le
había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su
hijo, y lo puso en el altar sobre la leña, 22.9
Abraham
tiene ahora su altar de adoración. Él tuvo que caminar mucho para llegar a
aquella cumbre, y Moriah sería la prueba suprema de su fe como también de su
obediencia a la palabra de Dios. A la vez era un privilegio único, por cuanto
Dios estaba ensayando en la persona de Abraham lo que Él iba a realizar 1800
años más tarde, cuando subiría al Calvario con su único Hijo Jesucristo para
ofrecer el sacrificio supremo.
La mano de
Dios intervino a favor de Isaac en el momento crítico, pero para nuestro Señor
no hubo intervención divina. El Padre no escatimó, o perdonó, a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros; Romanos 8.32. Fue inevitable que Cristo
sufriera la muerte vergonzosa y cruel de la cruz para que el Dios de luz y amor
pudiera otorgar al pobre, indigno pecador un perdón pleno y un puesto entre los
santos en luz.
La
fe de Abraham cuando salió de Ur de los caldeos era como una semilla de samán,
pero en la cumbre del Moriah se la ve en todo su desarrollo como árbol
majestuoso. Fue el último altar del patriarca (en lo que las Escrituras
revelan), pues él no podía ofrecer cosa más costosa que su hijo único y amado.
La manifestación magna del amor del Padre para con nosotros fue en dar a su
Hijo amado, Jesucristo. ¡Gracias a Dios por su don inefable!
No
hubo, pues, un “más allá” de esta experiencia de adoración; Dios había quedado
completamente satisfecho y glorificado. La adoración debe costarnos algo: “El
que sacrifica alabanza me honrará”, Salmo 50.23. No debe ser de los dientes
para afuera; la adoración no se produce en un momento. Es una subida, una
cuesta arriba, como en el caso del patriarca. El creyente que se queda en la
cama hasta el último momento el domingo por la mañana, éste no tendrá tiempo
para prepararse para la cena del Señor ni tendrá sacrificio para ofrecer a
Dios.
Querido
lector salvado, ¿Has llegado a este grado superior de adoración? Si no, ¿te
sientes constreñido por devoción a Cristo para alcanzar esta meta? Nuestro
Señor es digno de lo mejor que podemos ofrecerle, y la adoración no debe ser
meramente palabras sino un amor sacrificativo, expresado por la consagración de
vida.
¿Y qué podré yo darte
a ti
a cambio de tan
grande don?
Es todo pobre, todo
ruin.
Toma, oh Señor, mi
corazón.
Sana Doctrina (Venezuela)
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