En Números 16 leemos de una rebelión
en el campamento de Israel en el desierto. Los causantes fueron Coré, Datán y
Abiram. El motivo fue la envidia y la soberbia. Tal carnalidad es contagiosa,
por lo que se juntaron con ellos doscientos cincuenta príncipes que querían
hacerse sacerdotes en plena oposición a la Palabra de Dios. Pronto todo el
pueblo fue contaminado con el espíritu de murmuración.
Los tres cabecillas se enfrentaron
con Moisés y Aarón, acusándoles de sobrepasar su autoridad y afirmando que todo
el pueblo de Israel era santo y por lo tanto no debía haber distinción. Moisés
no entabló una discusión con ellos sino llevó el caso en oración delante de
Dios. A los que aspiraban el sacerdocio mandó a traer incensarios con carbones
e incienso y presentarse delante de Jehová por la mañana.
Entonces Moisés fue a la tienda de
Coré, Datán y Abiram donde se había reunido la gente, y Dios hizo una cosa
asombrosa: se abrió la tierra y se tragó las tiendas de esos rebeldes. Ellos
descendieron vivos al infierno con todo lo que tenían, y los cubrió la tierra.
Fuego salió de la presencia de Dios y consumió a los doscientos cincuenta
príncipes. Sin embargo, se manifestó la clemencia en que Dios perdonó a los
hijos de Coré, quienes fueron escogidos más bien para ser cantores en el
servicio divino.
En el Capítulo 17 leemos de las doce
varas. El nombre de una tribu fue escrito en cada vara y éstas fueron puestas
delante de Jehová durante una noche. Por la mañana la vara de Aarón había
reverdecido mientras que las once restantes se quedaban como antes, muertas y
secas. De esta manera Dios vindicó a su siervo Aarón como el único sumo
sacerdote de Israel.
Es de notarse que las varas no
habían sido metidas en tierra, así que la vida en la de Aarón no era terrenal
sino de arriba. Es un tipo de nuestro Señor, como el Padre le vindicó en
resurrección como el gran sumo sacerdote de su pueblo. El vino del cielo y ha
ido al cielo. En la vara no sólo hubo botones sino flores también. Estas nos
hablan de las hermosuras del Señor: el más hermoso de los hijos de los hombres,
la gracia se derramó en sus labios. Hubo a la vez almendras, evidencia de una
vida fructífera, cual ninguna otra.
La historia de los tres hombres
nombrados se repite, en cambio, en el caso de Absalón quien por su soberbia
quería destronar a su propio padre David y reinar en su lugar. Pero, en cuanto
a Coré y su séquito, hubo intervención divina, mientras que Absalón sufrió una
muerte trágica.
Volviendo a nuestro Señor, Satanás
despertó la envidia y el odio en los corazones de la nación, cosa que culminó
en el crimen más horrendo de los siglos. Pero, “cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia”, Romanos 5.20. Dios es amor y es justo también, y tiene
una cuenta pendiente con este mundo malvado. Al cabo de largos años de gracia,
vendrá el día de venganza.
En los tiempos apostólicos había
hombres perversos, llamados falsos hermanos y falsos profetas. Judas advierte
que “algunos hombres han entrado encubiertamente ... hombres impíos, que
convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios”.
Y, para terminar: Si en realidad hemos resucitado
con Cristo, que sean vistas las pruebas de la vida nueva como en la vara de
Aarón:
·
Vida,
no de la tierra sino de arriba, no en mundanalidad sino en espiritualidad.
·
“Flores”
adornando la doctrina con un testimonio intachable, que refleje las virtudes de
nuestro Señor.
·
“Almendras”,
evidencia del fruto del Espíritu Santo en la vida.
Bajo el régimen de la ley le estaba
terminantemente prohibido a cualquier persona ajena a la familia de Aarón,
ejercer el sacerdocio, aunque fuera un rey como Uzías. Al contrario, en esta dispensación
de la gracia, todo creyente en Cristo, varón o hembra, no solamente es
sacerdote santo sino también sacerdote real. Mayores son sus privilegios que
los del sacerdocio bajo Aarón, pues con confianza puede entrar tras el velo
rasgado y ofrecer sacrificios de alabanza, el fruto de labios que confiesan el
nombre del Señor.
“Vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las
virtudes [excelencias] de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable”, 1 Pedro 2.9. Y esto por los méritos de nuestro Señor Jesucristo.
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