domingo, 3 de noviembre de 2013

Los seis Milagros de la cruz

RESTAURACION A LA VIDA EN EL CEMENTERIO DEL CALVARIO
Y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron, y salidos de los sepulcros, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. —Mateo 27:52, 53
            El SEXTO de los milagros del Calvario fue la restauración a la vida que acompañó a la resurrección de Jesucristo.
El texto nos revela que ciertos sepulcros fueron abiertos por el temblor cuando Cristo murió y que los cuerpos muertos se levanta­ron y salieron de los sepulcros después de la resurrección de Cristo y que fueron a Jerusalén y aparecieron a muchos. Es la declaración de uno de los más grandes milagros, un gran hecho sobrenatural, sobrenatural en el sentido de ser enteramente milagroso.

I
Repasemos la verdad histórica de esta de­claración. Si se nos pregunta cuánto podemos decir en cuanto a su carácter histórico, con­testaremos que es tan histórico como el resto de las Escrituras. Según lo reconocen los en­tendidos—y en algunos casos lo hacen de mala gana—estas palabras no son una interpolación sino una parte de las palabras mismas de la Biblia. Y todavía no se ha descubierto en todo el mundo un documento que sea más abso­lutamente histórico que la Biblia.

¿ES UNA INVENCION?
¿No será que el evangelista, llevado por su imaginación al ver los cuerpos muertos en los sepulcros abiertos, haya ideado este mito de la resurrección de entre los muertos? Si la Biblia es la palabra de verdad y seriedad del Espíritu Santo, excluye toda idea de que un escritor pueda inventar los hechos para satis­facer su propensidad a lo maravilloso.
"Pero," como algunos han dicho, "es difícil entender este asunto, y las palabras son bas­tante confusas." Eso no es cierto. La declara­ción que los cuerpos se levantaron y fueron a Jerusalén no es confusa. Estas palabras tienen una luminosidad propia y su significado es tan visible como la luz. No nos interesa aclarar el relato de los hechos sino considerarlo como un designio divino estrechamente ligado con la muerte y resurrección de nuestro Señor y Salvador.

SEÑALES EVIDENTES
Pero hay en esta declaración ciertas señales históricas propias. No es solamente parte de las Escrituras, sino que está tan interligada con las Escrituras que no puede menos que hallar­se allí. Está ubicada en línea con los demás hechos milagrosos de la época. Está en armonía con, y explica la maravilla de los sepulcros abiertos, tal como esa maravilla fue el re­sultado del maravilloso temblor, y el temblor con el maravilloso rasgamiento del velo, y este rasgamiento del velo se relaciona con el grito de victoria desde la cruz donde el Su­friente moribundo había salido triunfante de los terribles horrores de las tinieblas simbólicas. Así que, si esa línea de milagros del Calvario es histórica, luego, por necesidad armónica, esta es la única conclusión concebible de esa gran serie.
Además, guarda relación con toda la ense­ñanza acerca de la salvación. Si simpatizamos con Jesús y no vacilamos en incredulidad ante la grandeza de su salvación, lo entenderemos. En vez de dudar que la resurrección de Cristo fuera acompañada por tal restauración a la vida en el cementerio del Calvario, debemos decir, al darnos cuenta que es un hecho real, "Tiene todo derecho a estar registrado allí. Es digno de toda confianza, pues es la promesa significativa de la resurrección futura, cuando de todos los cementerios del mundo, doquier se hallen los despojos mortales de un santo, esto corruptible fuere vestido de incorrupción, y esto mortal fuere vestido de inmortalidad."

RETICENCIA MARAVILLOSA
También consideremos la reticencia de esta declaración. En esa reticencia vemos una mar­ca de la veracidad, ante lo cual la incredulidad charlatana se ve forzada a guardar silencio, y en honor de lo cual los más severos críticos de­ben expresar su admiración. El evangelista re­lata su historia de maravillas; pero nosotros también tenemos una historia maravillosa que relatarle, que no es inferior a la suya. Nuestra historia es que esas pocas palabras son absolu­tamente el todo de lo que él nos dice. El nos relata que en ocasión de la resurrección de nuestro Señor, ciertos de los santos que habían partido se levantaron y dejaron sus sepulcros y fueron a Jerusalén y aparecieron a muchos. Pero no agrega nada más. No dice quiénes eran, ni cuántos eran; no menciona si entra­ron en las casas o solamente anduvieron por las calles; si aparecieron una sola vez o de vez en cuando durante los cuarenta días en que apareció el Señor; de qué manera les afectó su regreso a la vida; si hablaron del dominio de los muertos o de la entrada reciente de Cris­to en esos dominios; cómo y cuándo desapa­recieron o dónde fueron. Sobre todos estos tópicos no hay una sola palabra, ¡ni aun tiene en cuenta la más remota posibilidad que se suscitaran tales preguntas!
Tampoco nos relata el escritor si la muerte de los santos era de data reciente. A primera vista, pareciera que así fuese al aparecer ellos a muchos, ya que, ¿por qué tendrían que apa­recer si no fuera para ser reconocidos e identi­ficados? Sin embargo, Moisés y Elias fueron reconocidos por los discípulos en la transfigu­ración, aunque nunca los habían visto antes. El Espíritu Santo tiene el poder de hacer que los que antes no se conocieron lleguen a cono­cerse. Puede hacerlo con la misma facilidad y tan quedamente como es el brillar de la luz o como llegan a la mente pensamientos nuevos.
Verdaderamente la idea que da el texto no es simplemente que "aparecieron," lo cual no expresa fielmente lo que dice el original, sino que manifiestamente fueron conocidos. No se nos dice que fueron conocidos por sus nom­bres. Lo único que se nos indica es que eran manifiestos como aquellos que habían resuci­tado de entre los muertos.
¿Qué podemos decir de tal reticencia? ¿Hu­bo alguna vez un mito en toda la extensión de la literatura novelesca que tuviese una pre­sentación tan breve? Si se puede juzgar a la historia por la forma de sus crónicas, luego aquí tenemos algo de historia. Y es una his­toria divina; porque ¿qué historiador que no fuese inspirado divinamente podría reprimir su imaginación de tal modo? Especialmente indómito es el deseo de penetrar en los secre­tos del otro mundo. Una de las supersticiones más antiguas es la de consultar a los muertos. Esto fue prohibido en la legislación de Moisés. Era uno de los "juguetes" malvados del mun­do de los primeros siglos. ¡Y qué resurgimiento vemos ahora en esta época tan adelantada, cuando los hombres creen haber llegado a la cumbre del entendimiento!
Y así, digo, el silencio de nuestro texto es casi tan maravilloso como el hecho en sí. Nin­guna pluma puramente humana, al haber di­cho tanto, hubiera dicho tan poco.

II
Y  ahora, en segundo lugar ¿qué clase de resurrección tuvieron? Se nos presentan dos clases en las Escrituras. Hay seis resurreccio­nes que fueron tan solamente una restauración a la vida natural presente: el hijo de la viuda de Sarepta (1 Reyes 17), el hijo de la sunamita (2 Reyes 4), la resurrección causada por los huesos de Elíseo (2 Reyes 13), la hija de Jairo (Mateo 9), el hijo de la viuda de Naín (Lucas 7), Lázaro (Juan 11). En todos estos casos fue solamente el revivir del cuerpo na­tural que podía morir nuevamente, y los cuales, en estos casos, volvieron a morir sin lugar a dudas.

LA RESURRECCION PROPIAMENTE DICHA
Por el otro lado, tenemos 1 Corintios 15, donde un cuerpo resucitado completamente distinto es prometido para satisfacer las espe­ranzas en el día de la venida del Señor. "Se siembra en corrupción, se levantará en inco­rrupción; se siembra en vergüenza, se levan­tará con gloria; se siembra en flaqueza, se levantará con potencia; se siembra cuerpo animal, resucitará espiritual cuerpo." Ese es el verdadero cuerpo de resurrección—el verda­dero revivir de entre los muertos.
¿En cuál de estas categorías vamos a ubicar las resurrecciones de nuestro versículo? ¿Fue­ron esos cuerpos casos del cuerpo de resurrec­ción según 1 Corintios 15—espiritual, incorruptibles, inmortales? ¿O fueron tan solamente los cuerpos naturales vivificados a esta vida presente, como los cuerpos de Lázaro y de los demás que hemos mencionado? ¿Nos posi­bilita la Escritura una respuesta a esta pre­gunta?
Ahora en ese capítulo de 1 Corintios se nos dice que todos los que son de Cristo serán vi­vificados con el cuerpo de resurrección allí descripto. Luego leemos, "Más cada uno en su orden": cada uno de todos los que serán vivificados en su orden.
¿Y cuál es ese orden? "Cristo las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida." Cristo primero—y El resucitó en ese cuerpo— y después, en su venida, cada uno de los suyos.
Prestemos mucha atención. El apóstol no dice que solamente aquellos que no hayan sido vivificados antes lo serán en la venida de Cristo. Su lenguaje es absoluto y restrictivo— "los que son de Cristo"—sin ninguna excep­ción. Todos los que pertenecen a Cristo resuci­tarán; todos los suyos de todas las épocas. Lue­go agrega—"mas cada uno"—cada uno de ellos—"en su orden." Este orden lo explica de la siguiente manera: "solamente después de Cristo," y solamente "en su venida."
Cuán cuidadoso es en asegurar que en este orden incluye a todos, de todas las épocas, los que habrían de tener parte en esa clase de resurrección.
Por lo tanto se ve claramente que ninguno de los de Cristo ha tenido hasta ahora ese cuerpo espiritual e inmortal, y ninguno lo recibirá hasta su venida. Esos santos del Cal­vario salieron de sus tumbas, pero solamente con sus cuerpos naturales vivificados. Pero para el verdadero cuerpo de resurrección de­ben esperar hasta el día cuando todos los que son de Cristo de todas las épocas sean resucita­dos juntos. Ninguno se adelantará al otro, nin­guno será perfeccionado antes de los demás. Dios ha provisto algo mejor para nosotros, y es que esos santos que salieron de las tumbas en el Calvario no serán perfeccionados sin nosotros.

¿PERO QUE DE ENOC Y ELIAS?
Ellos fueron "traspuestos para no ver muer­te" y ¿no tienen ellos cuerpos incorruptibles e inmortales? Debemos contestar esta pregun­ta con la declaración hecha por Pablo. Si Enoc y Elias al ser trasladados recibieron un cuerpo espiritual, luego Cristo no fue las primicias, ni es verídico que todos los que son de Cristo de todas las épocas serán vivificados solamente en su venida.
Que Elias haya sido visto en gloria cuando hablaba con Jesús en el monte de la transfi­guración no es un obstáculo a esto, ¿pues no puede Dios irradiar de gloria a un cuerpo na­tural? ¿No era radiante el rostro de Moisés cuando descendió del Sinaí? ¿No impresionó el rostro de Esteban a todos los que lo vieron, pues se asemejaba al de un ángel? Y el cuerpo del Hijo del hombre, ¿no llegó a ser refulgente como el sol? Y aun cuando descendió de la transfiguración, su rostro todavía mantenía aquel fulgor—de modo que cuando las gentes lo vieron estaban muy sorprendidos.

¿VOLVERAN?
Por lo tanto aceptemos la respuesta de Pablo y estemos satisfechos. Es posible que Enoc y Elias se encuentren ahora en cierta gloria, aunque no en la gloria de la verdadera resu­rrección. Todavía se hallan en el cuerpo na­tural, porque a pesar de su corruptibilidad, Matusalén llegó a vivir casi mil años sobre la tierra. Tampoco tendrán necesidad de morir, como tampoco lo liarán los santos que vivan en la tierra a la venida del Señor, los cuales serán transformados y arrebatados con el Se­ñor en el aire.
Es muy posible que Dios envíe en el fu­turo a Enoc y Elias a esta tierra en alguna misión especial, en el cumplimiento de la cual podrán sufrir y morir. En cuanto a Elias las insinuaciones a ese efecto son muchas y claras. Pero en todo caso, en cuanto al verdadero cuerpo de resurrección, también Enoc y Elias deben esperarnos, y ellos y nosotros seremos hechos perfectos juntos en el mismo instante.
Es posible que los santos vivificados de nues­tro texto fueron luego trasladados, como lo fueron Enoc y Elias, en sus cuerpos naturales y no murieron otra vez. Pueden estar junta­mente con Enoc y Elias esperando la resurrec­ción futura. Esta suposición puede ser verí­dica o falsa. No tenemos autoridad para afir­mar lo uno ni lo otro; pero esto afirmamos, que no tenían ni tienen el cuerpo de resu­rrección de 1 Corintios 15. Y siendo esto un hecho, debemos reconocerlo a fin de ser ins­truidos en la verdad de Dios.

III
En tercer lugar, ¿qué es lo que Dios quiere enseñarnos aquí? Nuestra respuesta es, la ver­dad y certeza acerca de la resurrección final. La enseñanza es simbólica. Las personas re­vividas del Calvario señalan la gloria más gran­de y futura. Ellos no tomaron parte en la resu­rrección, sino en una resurrección; no era la sustancia sino solamente la sombra. Con todo, era una sombra real que necesitó todo el poder de la omnipotencia. Esto era análogo a lo otro, una prueba de esa escena gloriosa del futuro.
Dios nos ha dado muchas pruebas verbales de esta gloria futura, pero también nos quiso dar un ejemplo por anticipado. Cuando Jesús estaba terminando su obra y al partir de este mundo, la gran resurrección del futuro fue efectuada en miniatura con una manifestación de poder tal como la que hará posible la gran realización del futuro—una muestra del pro­pósito y poder que era una promesa y señal de la venida del Salvador para ser glorificado en sus santos resucitados.

EL PROPOSITO DE DIOS EN ESTE HECHO
Si Dios tenía otros propósitos al llevar a cabo esta resurrección no lo sabemos; pero sí tenía este. Cuando Jesús dijo, "Yo soy la resurrección y la vida," y para probarlo levan­tó a Lázaro de entre los muertos, la prueba no estaba en la clase de cuerpo con que se le­vantó Lázaro. Ese capítulo de Corintios al cual nos hemos referido nos da un ejemplo del significado de que Jesús sea la resurrección y la vida. Pero la prueba está en el hecho de que la restauración de Lázaro a una vida na­tural, una sombra de la verdadera resurrec­ción, necesitó y desplegó en una relación seme­jante, la omnipotencia que la otra requiere.
Por cierto esta combinación de lo histórico con lo simbólico es un rasgo de toda la serie de evidencias del Calvario. Las tres horas de tinieblas, aunque reales, eran solamente un símbolo; la rasgadura del velo, como si hubie­ra sido cortado por el cuchillo de un artesano de alto a bajo, era un símbolo; el temblor que hendió las rocas era un símbolo; los sepulcros abiertos fueron un símbolo; las mortajas de Jesús, cuyo orden maravilloso fue una demostración a Juan de la resurrección de su Señor, fueron un símbolo; y aquí esas resurrecciones de entre los muertos, reali­dades vivientes pero simplemente simbólicas, completaron armónicamente este maravilloso grupo.

EL FUNDAMENTO DE ESTA CERTEZA
Y ahora por medio de esta escena que se nos presenta, ¡cuán fuerte y vivida es la cer­teza de la resurrección final! Cuando una cosa existente ha sido investida con una fun­ción representativa, su simbolismo no es tan sólo una expresión verbal de ideas sino también un accionar de las mismas.
Uno de los más hermosos de los dichos de Je­sús fue cuando dijo, "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos." Si un pintor hace una tela representando a la vid y sus pámpanos, tene­mos un cuadro de la unión vital entre Cristo y los creyentes, pero solamente un cuadro. Pero si comprendemos, como es posible, que aquella vid fue plantada por la mano de Dios con el propósito de que fuese un símbolo de aquella unión, tendremos delante de nosotros una obra análoga del Creador omnipotente, ¡y cuánto más impresionante vendrá a ser el sen­tido de la unión de Cristo con los creyentes!

SIMBOLOS Y ANALOGIAS
Las ropas blancas que en Apocalipsis ve­mos que cubren a la multitud, mientras que son un símbolo de la resurrección final y su gloria, eran sin embargo hasta entonces sólo una figura, pues en realidad aún no existieron. Pero los hechos del cementerio del Calvario fueron ejemplos de la muerte destruida por un tiempo y la vida natural vivificada en la tumba-—casos verdaderos de la omnipotencia que obraba en la disolución humana y en su vivificación. Dios quiso que esos cuerpos vivi­ficados de los santos que anduvieron por las calles de Jerusalén fuesen un ejemplo, que prefiguraran la vida de inmortalidad y gloria eterna; pero también eran una demostración de la certeza de aquello de lo cual eran un símbolo.

GRANDEZA DEL PLAN
Además, ¡cómo se nos quiere impresionar aquí con la grandeza del plan de Dios! En el hecho de que esos santos no tenían el cuerpo que "sembrado en corrupción es levantado en incorrupción," se nos manifiesta el propósito de Dios de hacer de la resurrección final una expresión sublime de la unidad del cuerpo de Cristo, la Iglesia.
"Los que son de Cristo en su venida." Nin­gún miembro del cuerpo será glorificado an­tes que otro. Su ojo, su mano, su pie, lo más grande como lo más pequeño, no importa si sus restos estén debajo de las nieves de Groen­landia o en el ardiente suelo africano, serán in­troducidos juntamente a la plenitud de la vida eterna. El cuerpo completo, el fin consolidado de todas las épocas, se presentará en el mismo instante en la simetría acabada de belleza y gloria.

IV
Otra lección que podemos aprender es que solamente en la liberación personal de Cristo puede su pueblo ser liberado. Los santos del Calvario fueron vivificados después y a causa de la resurrección de Cristo de entre los muer­tos. "Muchos cuerpos de santos que habían dormido se levantaron; y salidos de los sepul­cros, después de su resurrección."
Es verdad que su vivificación no fue su resurrección final; sus cuerpos resucitados no eran semejantes a su cuerpo glorificado. Sin embargo, estaban en sus cuerpos vivificados, un símbolo sublime de la resurrección final.
Ahora, siendo un símbolo, son proyectados ante nuestra vista en serie después de Cristo, rápida y enfáticamente. Salieron de sus sepul­cros, como si fuera, por así decirlo, pisando los talones de Jesús. Le siguieron, tal como el significado sigue al lenguaje, y la visión sigue a la luz.

JESUS PRIMERO
            Es decir, solamente por haber agotado la maldición y haber salido triunfante de ella por su propia persona, Jesucristo ha podido librar de ella a su pueblo.
            Al llevar el pecado por nosotros, si no hubiera sido justificado personalmente ante el Padre por la eficacia de sus sufrimientos, no hubiéramos podido ser justificados por fe en El. Y si El no hubiera llegado a una verdadera resurrección, tampoco la habríamos logrado nosotros. Y así su pueblo está en El, y son uno con El. Su muerte fue la muerte de ellos, su vida es la de ellos. El dijo, "Porque yo vivo, vosotros también viviréis."
¡Cuán inestimable es la certeza de nuestra herencia prometida! Estamos unidos con la misma experiencia de vida. Aun ahora "nues­tra vida está escondida con Cristo en Dios"; y vendrá el día cuando "transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de su gloria."

V
Aún hay otra lección. Solamente los que son de Cristo lograrán el cuerpo de resurrección de 1 Corintios 15.
Solamente "los santos" fueron vivificados en el cementerio del Calvario. Por lo tanto, solamente los santos formarán parte de "esa gran compañía, la cual ninguno podía contar, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y pal­mas en sus manos." Esos "muchos" del Calva­rio simbolizaban los "innumerables" del cielo.
Aquellos que no son de Cristo se levantarán de sus tumbas; pero no será a causa de la sangre que salva. Jesús dijo, "Ellos saldrán a resurrección de condenación." En vez de salir de la región de los muertos, será para ser lanzados a "la muerte segunda." Sola­mente los santos de Dios saldrán a "resurrec­ción de vida."

Solamente los santos, pero todos los santos, porque el que cree en Jesús es un santo, y el que cree en El tiene vida eterna y no vendrá a condenación.

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