Si buscamos en el Nuevo
Testamento cómo se desarrolla la nueva vida de los recién convertidos
"desde el primer día", los tesalonicenses nos ofrecerán un ejemplo.
Algunos de ellos eran jóvenes, otros de mayor edad; pero todos se habían
comprometido en el camino de la fe desde hacía poco tiempo; tal vez habían
pasado solamente algunos meses, cuando recibieron la primera carta del apóstol
Pablo. Todas las observaciones de esta epístola referentes al estado espiritual
de estos creyentes conciernen, pues, a personas que dan sus primeros pasos en
la vida de fe. Lo que descubrimos nos anima, desde la conversión, a ser más
atentos a ciertos aspectos que hubiésemos pensado encontrar en cristianos más
adelantados. Consideremos brevemente los rasgos que se destacan en estos nuevos
convertidos.
Recibieron
la palabra de los siervos de Dios no como palabra de hombres, sino como Palabra
de Dios (1 Tesalonicenses 2:13)
Cuando
el apóstol vino a los tesalonicenses, les predicó —como a los corintios más
tarde— no "la sabiduría del mundo" (1 Corintios 1:20; 2:5), sino
"la palabra de Dios". No se trataba solamente del Antiguo Testamento.
El Evangelio de Jesucristo y Su doctrina no estaban aún consignados en el Nuevo
Testamento. Pero cuando el apóstol hablaba al respecto, lo hacía inspirado por
el Espíritu de Dios. Sus palabras eran entonces la Palabra de Dios, de la que
está dicho: "Las palabras de Jehová son palabras limpias, como plata
refinada en horno de tierra, purificada siete veces" (Salmo 12:6).
El
hecho de que los tesalonicenses creyeran que el Evangelio que se les anunciaba
era inspirado por el Dios vivo y verdadero, tuvo para ellos una gran fuerza.
Porque se sometieron al Evangelio por la simple obediencia de la fe, fueron
salvos e hicieron grandes progresos en el conocimiento de su doctrina.
Estos
creyentes constituyen un buen ejemplo para nosotros. ¿Busca el hombre la verdad
en relación con Dios, su propio estado, y la salvación que Dios preparó en
Cristo? ¿Busca las explicaciones sobre la manera en que se puede obtener la
salvación, vivirla, y alcanzar la verdadera meta de la vida? ¿Busca una
respuesta a las grandes interrogantes de la humanidad y de su futuro? Entonces
debe aceptar por la fe, en su corazón, la Palabra de Dios sin agregar ningún
elemento humano. Cualquier añadidura de pensamientos personales, por buenos y
lógicos que parezcan, no harían más que oscurecer la Palabra.
Muchos cristianos, y
particularmente entre los jóvenes, son propensos a remover continuamente los
problemas en vez de buscar el pensamiento de Dios en todas las cosas, con humildad
y sumisión a Su voluntad y sabiduría. Por tal motivo, los que se creen
inteligentes, siguen siendo durante mucho tiempo niños en la fe, no sabiendo
andar en la verdad. No tienen el fundamento firme en el cual apoyarse, y se
dejan llevar por las opiniones y sentimientos humanos. Pero el Señor dice:
"Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan"
(Lucas 11:28; Mateo 7:24). Él espera que oigamos y pongamos en práctica su Palabra.
Se
convirtieron de los ídolos a Dios (1 Tesalonicenses 1:9)
Los
tesalonicenses, que antes estaban "sin Dios" en el mundo (Efesios
2:12), entraron en una relación indisoluble e íntima con Dios, porque habían
creído con el corazón su Palabra, predicada por el apóstol.
Ahora
Dios era su Padre y ellos sus hijos.
Pero
Aquel que los había llamado a esta comunión maravillosa consigo mismo es santo.
Por lo tanto, ellos también debían ser santos en todo su andar; porque está
escrito: "Sed santos, porque
yo soy santo" (1 Pedro 1:15-17).
A
partir de este momento, Jesucristo era no solamente su Salvador y su Pastor,
sino también su Señor, el que los había comprado con su propia sangre, y a
quien pertenecían enteramente en lo sucesivo: en espíritu, alma y cuerpo
(Romanos 12:1; 1 Tesalonicenses 5:23).
Nos
parece normal que aquellos que antes eran paganos e idólatras hayan roto resueltamente
con los ídolos que hasta entonces ocupaban en sus vidas el lugar que sólo al verdadero
Dios le correspondía. ¿Cómo hombres que se volvieron al Dios vivo podían aún
servir a un ídolo? Cualquiera que reconoce a Dios como Aquel que se reveló en
la persona de Jesús, experimentará que los ídolos son, evidentemente,
miserables obras humanas sin valor, productos de los pensamientos limitados del
hombre y de su imaginación impía. ¡Esto es igualmente cierto respecto a la mitología
griega que encontramos en los edificios artísticos, las esculturas y las obras
literarias que el mundo cultivado admira!
Pero
ahora debemos hacernos personalmente la siguiente pregunta: yo, que fui traído
a esta misma comunión maravillosa con Dios, el Padre, y el Señor Jesucristo,
¿corté radicalmente en mi vida y en mi corazón con lo que el mundo de hoy pone
en el lugar del Dios vivo revelado en Cristo? ¿Puede el Señor Jesús, sin
reserva, dirigir cada parte de mi corazón y cada esfera de mi vida?
Son
preguntas importantes que cada uno debe profundizar y a las cuales debe responder
con seriedad. Si tolero que en mi vida todavía haya algún lugar para la voluntad
propia, el orgullo y la codicia, respecto de lo cual «no tengo porqué recibir
consejos» y en donde el Señor no tiene cabida, soy un cristiano miserable.
No
puedo disfrutar del amor del Padre ni de la paz y el gozo en Cristo, y mi
crecimiento espiritual se ve atrofiado (1 Juan 2:15).
Servían
al Dios vivo y verdadero (1 Tesalonicenses 1:9)
Los
tesalonicenses no solamente se habían apartado de los ídolos, sino que se
habían vuelto hacia Dios. Esta relación maravillosa era una realidad desde el
principio. Andaban "delante del Dios y Padre nuestro" (1:3). Solamente
porque su vida cristiana entera se desplegaba delante de Dios podían prosperar.
Enseguida
se pusieron a servir a Dios. Esto empezó por las cosas simples de la vida
cotidiana, y se extendió a las distintas esferas de la obra del Señor. Todo era
hecho en Su dependencia y bajo la dirección de su Espíritu.
Su
fe era viva y se manifestaba en obras de fe (v. 3; compárese con Santiago
2:14-26). Dios en Cristo, revelado en su Palabra, llenaba sus corazones;
atravesaban el mundo siguiendo esa meta invisible; sacrificaban todo por Él y
eran victoriosos sobre el mundo opuesto a Cristo.
Todos
sus trabajos eran "trabajo de vuestro amor" (1 Tesalonicenses 1:3).
"Delante de Dios", en su luz y en su amor, su vida encontraba la
fuente. La luz de Dios inundaba sus conciencias y las guardaba en actividad;
los dulces rayos de Su amor producían en sus corazones un amor que respondía al
Suyo, de manera que ya no vivían sólo delante de Él, sino también por amor a
Él.
De
esto se desprende otra pregunta: ¿Sirvo yo también a Dios? ¿Vivo para el Señor
con gozo? Si no es así ¿es porque no bebo de la buena fuente, o es porque las
cañerías están sucias y tapadas?¡No hay nada más triste que parecerse a una
fuente de la cual el agua sale gota a gota, hasta que por momentos se seca
completamente! Jesús "alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a
mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán
ríos de agua viva" (Juan 7:37-38).
Esperaban
de los cielos la venida del Hijo de Dios (1 Tesalonicenses 1:10)
Nos
llama la atención que sea precisamente en esta carta destinada a recién convertidos
de Tesalónica que la venida del Señor se mencione en cada capítulo como una
realidad conocida y vivida. Los jóvenes cristianos a menudo son propensos a
pensar que es normal para los creyentes de mayor edad vivir esperando la venida
del Señor; en cambio, piensan que es comprensible que esta esperanza ocupe un
lugar secundario para los cristianos más jóvenes que tienen todavía toda la
vida por delante.
Éste
es un error lleno de consecuencias. ¿Tiene un joven cristiano acaso menos razón
de amar al Señor y de tener un ardiente deseo de contemplarlo que uno de mayor
edad?
Es
muy importante para un creyente proseguir a la meta celestial. Si su meta es terrenal,
entonces su vida tendrá el carácter de la tierra: será un cristiano terrenal.
Es un motivo de vergüenza para él (Filipenses 3:19). Pero si goza del amor de
su Señor, si cada día sus ojos están puestos en la meta celestial, en la venida
del Señor para llevar a los suyos al cielo, entonces su carácter celestial se
hará notar en todas las cosas. Ya vive a la luz del tribunal de Cristo donde un
día nuestra vida entera será apreciada en su justo valor, tal como el Señor la
evalúa.
Pero
si el creyente se orienta hacia la meta celestial sólo cuando su vida aquí
abajo llega a su fin, cuando perdió sus fuerzas físicas e intelectuales, muy
poco habrá podido glorificar al Señor y ser de bendición para los demás. Por
eso, él mismo recibirá una recompensa mínima y así sufrirá pérdida.
Todos
los tesalonicenses, jóvenes y viejos, se distinguían por la "constancia en
la esperanza en nuestro Señor Jesucristo". Sus vidas enteras estaban
orientadas hacia esto. El Hijo de Dios ¿no es el que "me amó y se entregó
a sí mismo por mí (Gálatas 2:20)? ¿Cómo no me asociaré con gozo con aquellos
que van al encuentro de Aquel que dijo: "¡He aquí, vengo pronto!"
(Apocalipsis 22:7,20)?
Los
que siguen al Señor desde hace cierto tiempo, también pueden aprender mucho de
estos jóvenes convertidos de Tesalónica, los cuales, desde su conversión
debieron atravesar persecuciones y tribulaciones, comportándose de tal modo que
el apóstol podía llamarlos "imitadores de nosotros y del Señor" (1 Tesalonicenses
1:6). En medio de esas pruebas, estaban tan llenos del "gozo del Espíritu
Santo", de celo y dedicación para Dios, que eran modelos para todos los
creyentes de Macedonia y Acaya (v. 7). Además, eran testigos tan valientes y
tenaces que "la palabra del Señor" resonaba desde ellos hasta esas
regiones ya mencionadas, y aún más lejos, y el renombre de su fe hacia Dios se
oía por todas partes (v. 8-10).
¡Oh,
sí entre nosotros, y en todo lugar, hubiese creyentes semejantes a esos tesalonicenses!
¡Su ejemplo estimularía a otros!
Creced
2009 - N° 1
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