Ahora bien, el apóstol estaba en prisión por el testimonio que había
dedo de esta verdad, por haber mantenido y predicado los privilegios que Dios
había concedido a los Gentiles, y en particular el de formar por la fe,
juntamente con los creyentes Judíos, un cuerpo unido a Cristo. En su
exhortación hace uso de este hecho como un motivo conmovedor. Ahora bien, la
primera cosa que él buscaba de parte de sus queridos hijos en la fe, como
conviene esta unidad y como un medio de mantenerla en la práctica, era el
espíritu de humildad y mansedumbre, soportándose con paciencia los unos con los
otros en amor. Éste es el estado individual que él deseaba que se realizara entre
los Efesios. Ello es el verdadero fruto de cercanía a Dios, y de la posesión de
privilegios; si se disfrutan en Su presencia.
Al final del capítulo 2, el apóstol había expuesto el resultado de la
obra de Cristo uniendo al Judío y al Gentil, haciendo la paz, y formando así la
morada de Dios en la tierra; teniendo acceso, el Judío y el Gentil, a Dios por
un Espíritu por medio de la mediación de Cristo, estando ambos reconciliados
con Dios en un cuerpo. Tener acceso a Dios; ser la morada de Dios por medio de
Su presencia por el Espíritu Santo; ser un cuerpo reconciliado con Dios - tal
es la vocación de los cristianos. El capítulo 3 había desarrollado esto en toda
su extensión. El apóstol lo aplica en el capítulo 4.
Los fieles debían procurar - en las disposiciones mencionadas arriba -
mantener esta unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay tres cosas en
esta exhortación: primero, un andar digno de la vocación de ellos; segundo, el
espíritu en el que habían de hacerlo; tercero, la diligencia en mantener la
unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Es importante observar que
esta unidad del Espíritu no es semejanza de sentimiento, sino la unidad de los
miembros del cuerpo de Cristo establecida por el Espíritu Santo, mantenida
prácticamente por un andar según el Espíritu de gracia. Es evidente que la
diligencia requerida para el mantenimiento de la unidad del Espíritu se
relaciona con la tierra y a la manifestación de esta unidad en la tierra.
Ahora bien el apóstol basa su exhortación en los puntos de vista
diferentes bajo los cuales esta unidad puede ser considerada: en relación con
el Espíritu Santo, con el Señor, y con Dios.
Hay un cuerpo y un Espíritu; no meramente un efecto producido en el
corazón de individuos para que pudieran entenderse mutuamente, sino un cuerpo.
La esperanza era una, de la cual este Espíritu era la fuente y el poder. Ésta
es la unidad esencial, verdadera, y permanente.
Hay, también, un Señor. Con Él se relacionaban "una fe" y
"un bautismo." Ésta es la profesión pública y el reconocimiento de
Cristo como Señor. Comparen el discurso en 1 Corintios.
Finalmente, hay un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todo, y por
todos, y en todos.
¡Qué poderosos vínculos de unidad! El Espíritu de Dios, el señorío de
Cristo, la omnipresencia universal de Dios, incluso el Padre, todos tienden a
traer a la unidad a aquellos relacionados con cada uno como a un centro divino.
Todas las relaciones religiosas del alma, todos los puntos por los cuales
estamos en contacto con Dios, concuerdan en formar a todos los creyentes en uno
en este mundo, de tal forma que ningún hombre puede ser un cristiano sin ser
uno con todos aquellos que lo son. No podemos ejercer la fe, ni disfrutar la
esperanza, ni expresar la vida cristiana en cualquier forma, sin tener la misma
fe y la misma esperanza de los demás, sin dar expresión a lo que existe en los
demás. Solamente que somos llamados a mantenerlo en forma práctica.
Podríamos comentar, que las tres esferas de unidad presentadas en estos
tres versículos no tienen el mismo alcance. El círculo de unidad se amplía cada
vez.
1.- Con el Espíritu está ligada
la unidad del cuerpo, la unidad esencial y real producida por el poder del
Espíritu que une a Cristo a todos Sus miembros.
2.- Con el Señor están ligadas la
unidad de la fe y del bautismo. Aquí cada individuo tiene la misma fe, el mismo
bautismo: es la profesión externa, verdadera y real quizás, pero una profesión,
con referencia a Él, quien tiene los derechos sobre aquellos que se llaman por
Su nombre.
3.- Con respecto al tercer
carácter de unidad, este se relaciona con demandas que se extienden a todas las
cosas, aunque para el creyente es un vínculo más íntimo, porque Él, quien tiene
derecho sobre todas las cosas, mora en los creyentes.
Con respecto al Espíritu, Su presencia une el cuerpo - es el vínculo
entre todos los miembros del cuerpo: de nadie más que de los miembros del
cuerpo - y ellos, como tales - son vistos aquí.
El Señor tiene las demandas más amplias. En esta relación no se habla de
los miembros del cuerpo; hay una fe y un bautismo, una profesión en el mundo:
no podrían haber dos. Pero, aunque las personas que están en esta relación
exterior también pueden estar en otras relaciones y ser miembros del cuerpo, no
obstante, la relación aquí es una de profesión individual; no es una cosa que
no pueda existir en absoluto excepto en la realidad (uno es un miembro del
cuerpo de Cristo, o no lo es).
Dios es el Padre de estos mismos miembros, puesto que son Sus hijos,
pero Él, quien mantiene esta relación, debe estar necesariamente y siempre
sobre todas las cosas - personalmente sobre todas las cosas, pero divinamente
en todas partes.
Observen aquí, que no solamente es una unidad de sentimiento, de deseo,
y de corazón. Ellos son instados a la unidad; pero se les incita así para que
mantengan la realización, y la manifestación aquí abajo, de una unidad que pertenece
a la existencia y a la posición eterna de la asamblea en Cristo. Hay un
Espíritu, pero hay un cuerpo. La unión de corazones en el vínculo de la paz que
el apóstol desea, es para el mantenimiento público de esta unidad; no para que
se soportaran con paciencia los unos a los otros cuando ésta ha desaparecido,
es decir, los Cristianos contentos con la ausencia de ella. Uno no acepta lo
que es contrario a la Palabra, aunque en ciertos casos aquellos que lo hacen
merecen paciencia. La consideración de la comunidad de la posición y del
privilegio, disfrutados por todos los hijos de Dios en las relaciones de las
que hemos estado hablando, servía para unirlos unos con otros en el dulce gozo
de esta posición muy preciosa, conduciéndolos también, a cada uno, a
regocijarse en amor, de la parte que cada otro miembro del cuerpo tenía en esta
felicidad.
Pero, por otra parte, el hecho de que Cristo fue exaltado para estar en
el cielo, como Cabeza sobre todas las cosas, introdujo una diferencia que
pertenecía a esta supremacía de Cristo - una supremacía ejercida con soberanía
divina y sabiduría. "A cada uno de nosotros fue dada la gracia (el don)
conforme a la medida del don de Cristo" (es decir, como Cristo encuentra
conveniente dar) (Efesios 4:7). Con respecto a nuestra posición de gozo y
bendición en Cristo, somos uno. Con respecto a nuestro servicio, cada uno de
nosotros tiene un lugar individual según Su sabiduría divina, y según Sus derechos
soberanos en la obra. El fundamento de este título, cualquiera que sea el poder
divino que se ejerce en él, es este: el hombre estaba bajo el poder de Satanás
- miserable condición, el fruto de su pecado, una condición a la cual su
voluntad propia lo había reducido, pero en la que (según el juicio de Dios,
quién había pronunciado en él la sentencia de muerte) era un esclavo en cuerpo
y mente del enemigo que tenía el poder de muerte - con la salvedad de los
derechos soberanos y la gracia soberana de Dios (vean el capítulo 2: 2). Ahora
bien, Cristo se ha hecho hombre, y empezó yendo como hombre, llevado por el Espíritu,
a encontrarse con Satanás. Él le venció. En cuanto a Su poder personal, pudo
echarlo fuera por todas partes, y librar al hombre. Pero el hombre no quería a
Dios consigo; ni era posible para los hombres, en su condición pecadora, estar
unidos a Cristo sin la redención. El Señor sin embargo, llevando a cabo Su obra
perfecta de amor, sufrió la muerte, y venció a Satanás en ella, su última
fortaleza, que el juicio justo de Dios mantenía vigente contra el hombre
pecaminoso - un juicio que, por lo tanto, Cristo sufrió, consumando una
redención que era completa, final, y eternal en su valor; para que ni Satanás,
el príncipe de muerte y acusador de los hijos de Dios en la tierra, ni siquiera
el juicio de Dios, pudieran tener algo más que decir a los redimidos. El reino
fue quitado a Satanás; el justo juicio de Dios fue padecido y completamente
satisfecho. Todo el juicio es entregado al Hijo, y también el poder sobre todos
los hombres, porque Él es el Hijo del Hombre. Estos dos resultados aún no se
manifiestan, aunque el Señor posee todo el poder en el cielo y en la tierra. La
cosa de la que aquí se habla es otro resultado que es cumplido en el
entretanto. La victoria es completa. Él ha llevado cautivo al adversario. Ascendiendo
al cielo Él ha puesto al hombre victorioso sobre todas las cosas, y ha llevado
cautivo todo el poder que previamente tenía el dominio sobre el hombre.
Ahora bien, antes de manifestar personalmente el poder que había ganado
como hombre atando a Satanás, antes de exhibirlo en la bendición del hombre en
la tierra, Él lo exhibe en la asamblea, Su cuerpo, al impartir a los hombres
librados del dominio del enemigo, tal como había prometido, los dones que son
la prueba de ese poder.
El capítulo 1 nos había revelado los pensamientos de Dios.
El capítulo 2, el cumplimiento, en poder, de Sus pensamientos con
respecto a los redimidos - judíos o Gentiles, todos muertos en sus pecados -
para formarlos en la asamblea.
El capítulo 3 es el desarrollo especial del misterio en lo que concernía
a los Gentiles en la administración de la asamblea por Pablo en la tierra.
Aquí en el capítulo 4, la asamblea es presentada en su unidad como un
cuerpo, y en las variadas funciones de sus miembros; es decir, el efecto
positivo de esos consejos en la asamblea aquí abajo. Pero esto está
fundamentado en la exaltación de Cristo; Él, el conquistador del enemigo, ha
ascendido al cielo como hombre.
Cristo, exaltado de esta forma, ha recibido dones en el hombre, es
decir, en Su carácter humano (comparen con Hechos 2:33). Así que es "en el
hombre," ("in Man", como figura en la versión inglesa de la
Biblia traducida de los Textos Originales por J. N. Darby - Nota del revisor de
la traducción) que se expresa en el Salmo 68, de donde se toma la cita
("para los hombres" en la Versión Reina Valera 1960; "entre los
hombres" en la VM - Nota del revisor). Aquí, habiendo recibido estos dones
como la Cabeza del cuerpo, Cristo es el canal de sus comunicaciones a otros.
Son dones para los hombres.
Tres cosas lo caracterizan aquí a Él como un hombre ascendido a las
alturas, un hombre que ha llevado cautivo a quién mantenía al hombre en
cautividad, un hombre que ha recibido para los hombres, librados de ese enemigo,
los dones de Dios, los cuales dan testimonio de esta exaltación del hombre en
Cristo, y sirven como medio para la liberación de otros. Porque este capítulo
no habla de las señales más directas del poder del Espíritu, como lenguas o
milagros - dones milagrosos, que es la forma como usualmente se les denomina -
sino que habla de lo que el Señor, como Cabeza, confiere a los individuos, es
decir, estos individuos son los dones, como Sus siervos para formar a los
santos para que estén con Él, y para la edificación del cuerpo - el fruto de Su
cuidado por ellos. Por lo tanto, como ya se ha comentado, la continuación de
ellos (hasta que todos nosotros, uno tras otro, crezcamos en Él que es la
Cabeza) es declarada en cuanto al poder, por el Espíritu; en 1 Corintios 12 no
es así.
Pero detengámonos aquí por un momento para contemplar la importancia de
lo que hemos estado considerando.
¡Qué obra tan completa y gloriosa es ésa que el Señor ha consumado para
nosotros, y de la cual la comunicación de estos dones es el testimonio
precioso! Cuando éramos esclavos de Satanás, y por consiguiente de la muerte,
tanto como esclavos del pecado, hemos visto que Él quiso sufrir lo que nosotros
merecíamos, para gloria de Dios. Él descendió a la muerte de la que Satanás
tenía el poder. Y tan completa fue la victoria del hombre en Él, tan entera
nuestra liberación, que (exaltado Él mismo como hombre a la diestra del trono
de Dios - Él que había estado bajo la muerte) Él nos ha rescatado del yugo del
enemigo, y usa el privilegio que Su posición y Su gloria le dan para hacer que
aquellos que antes eran cautivos, sean los instrumentos de Su poder para la
liberación de otros también. Él nos da el derecho, bajo Su jurisdicción, de
actuar en Su guerra santa, movidos por Sus mismos principios de amor. Nuestra
liberación es tal, que nosotros somos los instrumentos de Su poder contra el
enemigo - Sus colaboradores en amor a través de Su poder. De ahí la relación
entre la piedad práctica, la subyugación completa de la carne, y la capacidad
de servir a Cristo como instrumentos en manos del Espíritu Santo, y vasos de Su
poder.
Ahora bien, la ascensión del Señor tiene una importancia inmensa en
relación con Su Persona y obra. Él ascendió, de hecho, como hombre, pero Él
descendió primero como hombre incluso a la oscuridad del sepulcro y de la
muerte; y desde allí - victorioso sobre el poder del enemigo que tenía el poder
de la muerte, y habiendo borrado los pecados de Sus redimidos, y cumplido la gloria
de Dios en obediencia - toma Su lugar como hombre por encima de todos los
cielos para que Él pueda llenar todas las cosas; no sólo como siendo Dios, sino
según la gloria y el poder de una posición en la que Él fue puesto por el cumplimiento
de la obra de la redención - una obra que le llevó a las profundidades del
poder del enemigo, y le puso en el trono de Dios - una posición que Él ocupa,
no sólo por el título de Creador que ya era Suyo, sino por el de Redentor, que
protege del mal a todo lo que se encuentra dentro de la esfera de la eficacia
poderosa de Su obra - una esfera llena de bendición, de gracia, y con Él mismo.
¡Verdad gloriosa, que pertenece al mismo tiempo a la unión de las naturalezas
divina y humana en la Persona de Cristo y a la obra de redención cumplida por
sufrir en la cruz!
El
descenso y al ascenso del Señor
El amor hizo descender a Cristo del trono de Dios, y, encontrándose como
hombre
bajó, por la misma gracia, hasta la oscuridad de la muerte. Habiendo muerto,
llevando nuestros pecados, Él ha ascendido de nuevo a ese trono como hombre,
llenando todas las cosas. Él descendió más bajo que la criatura hasta la muerte,
y ha ascendido más arriba que ella.
El objeto de la obra de Cristo; Su cuerpo, Su esposa;
dones comunicados para reunir a los miembros de Su cuerpo
Pero, por llenar todas las cosas en virtud de Su Persona gloriosa, y en
relación con la obra que Él logró, Él está también en relación inmediata con lo
que en los consejos de Dios está unido de cerca con Aquel que llena así todas
las cosas, con aquello que ha sido especialmente el objeto de Su obra de
redención. Se trata de Su cuerpo, Su asamblea, unida a Él por el vínculo del
Espíritu Santo para completar este hombre místico, para ser la esposa de este
segundo Hombre, que todo lo llena en todo - un cuerpo que, como fue manifestado
aquí abajo, está colocado en medio de una creación que no está liberada
todavía, y en presencia de enemigos que están en los lugares celestiales, hasta
que Cristo ejerza, de parte de Dios Su Padre, el poder que le ha sido entregado
como hombre. Cuando Cristo ejercerá así Su poder, tomará venganza en aquellos
que han corrompido Su creación seduciendo al hombre, que había sido su cabeza
aquí abajo y la imagen de Aquel que iba a ser su Cabeza en todas partes. Él
también libertará a la creación de la sujeción al mal. Entre tanto, exaltado
personalmente como el hombre glorioso, y sentado a la diestra de Dios hasta que
Dios ponga a Sus enemigos por estrado de Sus pies, Él comunica los dones necesarios
para la reunión de aquellos que serán los compañeros de Su gloria, quienes son
miembros de Su cuerpo y quienes serán manifestados con Él cuando Su gloria
brille en medio de este mundo de tinieblas.
El apóstol nos muestra aquí
una asamblea ya liberada, y ejerciendo el poder del Espíritu; que, por una
parte, libra las almas, y por la otra, las edifica en Cristo, para que puedan
crecer a la medida de la Cabeza a pesar de todo el poder de Satanás que todavía
subsiste.
Pero una verdad importante se relaciona con este hecho. Este poder
espiritual no se ejerce de una manera simplemente divina. Es Cristo ascendido,
(Aquel que, sin embargo, había descendido previamente a las partes más bajas de
la tierra) quién, como hombre, ha recibido estos dones de poder. Es así que
habla el Salmo 68 y también Hechos 2:33 ("Así que, exaltado por la diestra
de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha
derramado esto que vosotros veis y oís."). Este último pasaje habla
también de los dones concedidos a Sus miembros. En nuestro capítulo es
solamente de esta última forma que se mencionan. Él dio dones a los hombres.
Yo también comentaría, que estos dones no se presentan aquí como dones
concedidos por el Espíritu Santo descendido a la tierra y distribuyendo a cada
uno según Su voluntad: tampoco se habla aquí de esos dones que son muestras de
poder espiritual convenientes para actuar como señales para los que están
afuera: sino que ellos son para la obra del ministerio de reunir y para
edificación, establecidos por Cristo como Cabeza del cuerpo por medio de dones
con los cuales Él dota a personas a Su elección. Ascendido a lo alto y habiendo
tomado Su lugar como hombre a la diestra de Dios, y llenando todas las cosas,
cualquiera sea la magnitud de Su gloria, Cristo tiene como Su primer objetivo
el de cumplir los modos de obrar de Dios en amor reuniendo almas, y en
particular hacia los santos y la asamblea; establecer la manifestación de la
naturaleza divina, y comunicar a la asamblea las riquezas de esa gracia que los
modos de obrar de Dios exhiben, y de la cual la naturaleza divina es la fuente.
Es en la asamblea donde la naturaleza de Dios, los consejos de la gracia, y la
obra eficaz de Cristo se concentran en su objetivo; y estos dones son los
medios de ministrar, en la comunicación de éstos, en bendición para el hombre.
Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, y maestros: poniendo a los
apóstoles y profetas, o más bien, siendo puestos, como los fundamentos del
edificio celestial, y actuando como viniendo directamente del Señor de una
manera extraordinaria; las otras dos clases (la última siendo subdividida en
dos dones, relacionados en su naturaleza) perteneciendo al ministerio ordinario
en todas las edades. Es importante comentar, también, que el apóstol no ve nada
existiendo antes de la exaltación de Cristo excepto el hombre hijo de ira, el
poder de Satanás, el poder que nos levantó (muertos en pecados como estábamos)
con Cristo, y la eficacia de la cruz, que nos había reconciliado con Dios, y
había abolido la distinción entre Judío y Gentil en la asamblea, para unirlos
en un cuerpo delante de Dios - la cruz en la que Cristo bebió el vaso y soportó
la maldición, para que la ira desapareciera para el creyente, y en la que un
Dios de amor, un Dios Salvador, se manifiesta totalmente.
Así que la existencia de los apóstoles sólo tiene comienzo aquí desde
los dones que siguieron a la exaltación de Jesús. Los doce como enviados por
Jesús en la tierra no tienen ningún lugar en la enseñanza de esta epístola que
trata del cuerpo de Cristo, de la unidad y de los miembros de este cuerpo; y el
cuerpo no podía existir antes de que la Cabeza existiera y hubiera tomado Su
lugar como tal. Así también hemos visto que, cuando el apóstol habla de los
apóstoles y profetas, los últimos son exclusivamente aquellos del Nuevo
Testamento, y aquellos que han sido hechos tales por Cristo después de Su
ascensión. Es el nuevo hombre celestial que, siendo la Cabeza exaltada en el
cielo, forma Su cuerpo en la tierra. Él lo hace para el cielo, poniendo a los
individuos que lo componen, espiritual e inteligentemente en relación con la
Cabeza por el poder del Espíritu Santo actuando en este cuerpo en la tierra;
siendo los dones, de los que el apóstol aquí habla, los canales por los cuales
Sus gracias son comunicadas según los vínculos que el Espíritu Santo forma con
la Cabeza.
El efecto
de los dones como canales para el cuerpo
Efesios 4: 12 y ss. El efecto apropiado e inmediato
es perfeccionar a individuos según la gracia que mora en la Cabeza. Además, la
forma que toma esta acción divina es la obra del ministerio, y la formación del
cuerpo de Cristo, hasta que todos los miembros crezcan a la medida de la
estatura de Cristo, su Cabeza. Cristo ha sido revelado en toda Su plenitud: es
según esta revelación que los miembros del cuerpo serán formados en la
semejanza de Cristo, conocido como llenando todas las cosas, y como Cabeza de
Su cuerpo, la revelación del amor perfecto de Dios, de la excelencia del hombre
ante Él según Sus consejos, del hombre que es vaso de toda Su gracia, todo Su
poder, y todos Sus dones. Así la asamblea, y cada uno de los miembros de
Cristo, deberían estar llenos de los pensamientos y las riquezas de un Cristo
bien conocido, en lugar de ser llevados por doquiera por toda clase de
doctrinas presentada por el enemigo para engañar a las almas.
El Cristiano debía crecer según todo lo que fue revelado en Cristo, y
debía estar en constante crecimiento en la semejanza a su Cabeza; usando amor y
verdad para su propia alma - las dos cosas de las que Cristo es la expresión
perfecta. La verdad exhibe la relación verdadera de todas las cosas entre sí,
en relación con el centro de todas las cosas, que es Dios revelado ahora en
Cristo. El amor es lo que Dios es, en medio de todo esto. Ahora Cristo, como la
luz, puso todo precisamente en su lugar - el hombre, Satanás, el pecado, la
justicia, la santidad, todas las cosas, y eso en todos los detalles, y en
relación con Dios. Y Cristo era amor, la expresión del amor de Dios en medio de
todo esto. Y éste es nuestro modelo; y nuestro modelo vencedor, y, habiendo
ascendido al cielo, nuestra Cabeza, a la cual estamos unidos como miembros de
Su cuerpo.
Fluye allí desde esta Cabeza, por medio de sus miembros, la gracia
necesaria para cumplir la obra de asemejarnos a Él mismo. Su cuerpo, bien
concertado, recibe su crecimiento por la obra de Su gracia en cada miembro,
para ir edificándose en amor.
La unión
de Cristo y la asamblea en su carácter doble
Ésta es la posición de la asamblea según Dios, hasta que todos los
miembros del cuerpo lleguen a la estatura de Cristo. La manifestación de esta
unidad ¡es lamentable! está estropeada; pero la gracia, y la operación de la gracia
de su Cabeza para nutrir y hacer que sus miembros crezcan, nunca se altera, al
igual que el amor en el corazón del Señor del que brota esta gracia. Nosotros
no le glorificamos, no tenemos el gozo de ser ministros del gozo los unos a los
otros como deberíamos ser; pero la Cabeza no deja de obrar para el bien de Su
cuerpo. Realmente el lobo viene y dispersa las ovejas, pero no puede
arrancarlas de las manos del Pastor. Su fidelidad se glorifica en nuestra
infidelidad sin excusarla por ello.
Con este objetivo precioso de la suministración
de gracia (a saber, para el crecimiento de cada miembro individualmente hasta
la medida de la estatura de la Cabeza misma), con la suministración de cada
miembro en su lugar para la edificación del cuerpo mismo en amor, termina este
desarrollo de los consejos de Dios en la unión de Cristo y la asamblea, en su
carácter doble de cuerpo de Cristo en el cielo, y habitación del Espíritu Santo
en la tierra - verdades que no pueden ser separadas, pero cada una de las
cuales tiene su importancia distintiva, y que reconcilian las verdaderas
operaciones inmutables de gracia en la Cabeza con los fracasos de la asamblea
responsable en la tierra.
Efesios 4: 17 y ss. Se presentan, a continuación, exhortaciones para un
andar que conviene a tal posición, para que la gloria de Dios en y por
nosotros, y Su gracia hacia nosotros, puedan ser identificadas en nuestra plena
bendición. Notaremos los grandes principios de estas exhortaciones.
La primera es el contraste
entre la ignorancia de un corazón ciego y alguien que está ajeno de la vida de
Dios, y, por consiguiente, caminando en la vanidad de su pensamiento, es decir,
según los deseos de un corazón rendido a los impulsos de la carne sin Dios - el
contraste, digo, entre este estado, y el de uno que ha aprendido de Cristo,
como la verdad está en Jesús (qué es la expresión de la vida de Dios en el
hombre, Dios mismo manifestado en la carne), habiéndose despojado de este viejo
hombre, que está viciado según sus deseos engañosos y habiéndose vestido del
nuevo hombre, Cristo. No se trata de una mejora del viejo hombre; se trata de
despojarse de él, y vestirse de Cristo.
Incluso el apóstol no pierde de vista aquí la
unidad del cuerpo; hemos de hablar la verdad, porque somos miembros uno del
otro. "Verdad", la expresión de simplicidad e integridad de corazón,
está en relación con "la verdad que está en Jesús", cuya vida es
transparente como la luz, así como la falsedad está en relación con los deseos
engañosos.
Además, el viejo hombre está sin Dios, desposeído de la vida de Dios. El
nuevo hombre es creado, es una nueva creación, y una creación
según el modelo de lo que es el carácter de la justicia de Dios, y la santidad
de la verdad. El primer Adán no fue creado a la imagen de Dios de esa manera.
Por la caída, el conocimiento del bien y el mal entró en el hombre. Él ya no
puede ser inocente. Cuando era inocente, él era ignorante del mal en sí mismo.
Ahora, caído, él está ajeno de la vida de Dios en su ignorancia: pero el conocimiento
del bien y del mal que él ha adquirido, la distinción moral entre el bien y mal
en sí mismo, es un principio divino. "El hombre", dijo Dios, "es
como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal." Pero para poseer este
conocimiento, y subsistir en lo que es bueno ante Dios, debe haber energía
divina, vida divina.
Todas las cosas tienen su verdadera naturaleza, su verdadero carácter, a
los ojos de Dios. Ésa es la verdad. No es que Él es la verdad. La verdad es la
expresión correcta y perfecta de lo que una cosa es (y, en una manera absoluta,
de lo que todas las cosas son), y de las relaciones en qué están con otras
cosas, o en las que todas las cosas están hacia cada una de las otras. Dios no
podría ser la verdad de esta manera. Él no es la expresión de alguna otra cosa.
Todo se relaciona con Él. Él es el centro de toda verdadera relación, y de toda
obligación moral. Tampoco Dios es la medida de todas las cosas, porque Él está
por sobre todas las cosas; y nada más puede estar así por encima de ellas, o Él
no sería Dios. Se
trata de Dios hecho hombre; es Cristo, quien es la verdad, y la medida de todas
las cosas. Pero todas las cosas tienen su verdadero carácter a los ojos de Dios:
y Él juzga todo justamente, ya sea moralmente o en poder. Él actúa según ese
juicio. Él es justo. Él también, siendo Él mismo la bondad, conoce
perfectamente el mal, que el mal puede ser perfectamente una abominación para
Él, que Él puede rechazarlo por Su propia naturaleza. Él es santo. Ahora, el
nuevo hombre, creado según la naturaleza divina, lo es en la justicia y
santidad de la verdad. ¡Qué privilegio! ¡Qué bendición! Se trata, como otro
apóstol ha dicho, de ser "participantes de la naturaleza divina."
Adán no tenía nada de esto.
Adán era perfecto como hombre inocente. Dios sopló en su nariz aliento
de vida, y él era responsable por la obediencia a Dios en algo en que ni el
bien ni el mal iban a ser conocidos, sino simplemente un mandamiento. La prueba
sólo era la de la obediencia, no del conocimiento del bien o mal en sí mismo.
En la actualidad, en Cristo, la porción del creyente es una participación en la
propia naturaleza divina, en ser alguien que conoce el bien y mal, y que participa
vitalmente en el bien soberano, moralmente en la naturaleza de Dios mismo,
aunque por eso, siempre dependiente de Él. Es nuestra naturaleza mala la que no
es así, o por lo menos la que rehúsa ser dependiente de Él.
Efesios 4:26 y ss. Ahora bien, hay un príncipe de este mundo, ajeno a
Dios; y, además de la participación en la naturaleza divina, está el Espíritu
mismo que nos ha sido dado. Estas verdades solemnes entran también como
principios en estas exhortaciones. "Ni deis lugar al diablo," por una
parte - no den ningún lugar para que entre y para actuar en la carne; y, por el
otro, "no contristéis al Espíritu Santo", quién mora en vosotros. La
redención de la criatura aún no ha tenido lugar, pero ustedes fueron sellados
para aquel día: respeten y aprecien a este Huésped poderoso y santo que mora en
ustedes por gracia. Por consiguiente, que cesen toda amargura y malicia,
incluso de palabra, y permitan que la mansedumbre y bondad reinen en ustedes
según el modelo que tienen en los modos de Dios en Cristo hacia vosotros. Sean
imitadores de Dios: ¡hermoso y magnífico privilegio! pero que fluye naturalmente
de la verdad de que somos hechos participantes de Su naturaleza, y que Su
Espíritu mora en nosotros.
Éstos son los dos grandes principios subjetivos del cristiano: el
haberse despojado del viejo hombre y haberse vestido del nuevo, y el Espíritu
Santo morando en él. Casi nada puede ser más bendecido que el modelo de vida presentado
aquí para los cristianos, basado en que somos una nueva creación. Es subjetiva
y objetivamente perfecto. Primero, subjetivamente, la verdad en Jesús es el
haberse despojado del viejo hombre y haberse vestido del nuevo, que tiene a
Dios como su modelo. Es creado según Dios en la perfección de Su carácter
moral. Pero esto no es todo. El Espíritu Santo de Dios por el cual somos
sellados para el día de la redención mora en nosotros: no debemos contristarlo.
Éstos son los dos elementos de nuestro estado, el nuevo hombre creado según
Dios, y la presencia del Espíritu Santo de Dios; y Él es enfáticamente llamado
aquí el Espíritu de Dios, como relacionado con el carácter de Dios.
Y después, objetivamente: creados según Dios, y Dios morando en
nosotros, Dios es el modelo de nuestro andar, y así con respecto a las dos
palabras que presentan exclusivamente la esencia de Dios - amor y luz. Nosotros
hemos de caminar en amor, como Cristo nos amó y se entregó a Sí mismo por
nosotros, un sacrificio a Dios. "Por nosotros" fue amor divino;
"a Dios" es perfección de objeto y motivo. La ley establece el amor
propio como la medida del amor hacia otros. Cristo se entrega totalmente y por
nosotros, pero a Dios. Nuestra indignidad engrandece el amor pero, por otra
parte, un afecto y un motivo obtienen su valor según su objeto (y con Cristo el
objeto era Dios mismo), la renuncia total del yo. Porque, por decirlo así,
podemos amar hacia arriba y hacia abajo. Cuando miramos hacia arriba en
nuestros afectos, mientras más noble el objeto, más noble el afecto; cuando es
hacia abajo, mientras más indigno el objeto, más puro y absoluto el amor.
Cristo era perfecto en ambos, y absolutamente así. Él se dio a Sí mismo por
nosotros, y a Dios. Después somos luz en el Señor. No podemos decir que somos
amor, porque el amor es la bondad soberana en Dios; caminamos en él, como
Cristo. Pero somos luz en el Señor. Éste es el segundo nombre esencial de Dios
y como participantes de la naturaleza divina somos luz en el Señor. Aquí, de
nuevo, Cristo es el modelo. "Te alumbrará Cristo". Somos llamados, entonces,
como Sus hijos amados, a imitar a Dios.
Esta vida, en la que participamos y de la que vivimos como partícipes de
la naturaleza divina, nos ha sido presentada objetivamente en Cristo en toda su
perfección y en toda su plenitud; en el hombre, y en el hombre llevado a la
perfección a lo alto, según los consejos de Dios con respecto a Él. Es Cristo,
esta vida eterna, quien estaba con el Padre y nos ha sido manifestado - Él
quien, habiendo descendido primero, ha ascendido ahora al cielo para llevar a
la humanidad a ese lugar, y mostrarla en la gloria - la gloria de Dios - según
Sus consejos eternos. Hemos visto esta vida aquí en su desarrollo terrenal:
Dios manifestado en carne; hombre, perfectamente celestial, y obediente a Su
Padre en todo, movido, en Su comportamiento para con otros, por los motivos que
caracterizan a Dios mismo en la gracia. De ahora en adelante Él se manifestará
en juicio; y aquí abajo, Él ha pasado ya por todas las experiencias de un
hombre, entendiendo así cómo la gracia se adapta a nuestras necesidades, y
mostrándolo ahora, según ese conocimiento, tal como Él ejercerá juicio de ahora
en adelante, con un conocimiento del hombre, no sólo divino, pero que, habiendo
pasado por este mundo en santidad, dejará a los corazones de los hombres sin
excusa y sin escape.
Pero de lo que estamos hablando ahora es de la imagen de Dios en Él. Es
en Él en quien se nos presenta la naturaleza que tenemos que imitar, y
presentada en el hombre como ella debe ser desarrollada en nosotros aquí abajo,
en las circunstancias a través de las que estamos pasando. En Él nosotros vemos
la manifestación de Dios, y esto en contraste con el viejo hombre. Allí vemos
"la verdad que está en Jesús", excepto que en nosotros involucra el
despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo, respondiendo a la muerte y
resurrección de Cristo (comparen, particularmente en cuanto a Su muerte, con
1a. Pedro 3:18; 4:1). Así, para atraer e incitar nuestros corazones, para
darnos el modelo en el que ellos serán formados, el objetivo hacia el cual
ellos debían propender, Dios nos ha dado un objeto en el cual Él se manifiesta,
y qué es el objeto de todo Su propio deleite.
La reproducción de Dios en el hombre es el objetivo que Dios se propuso
a Sí mismo en el nuevo hombre; y que el nuevo hombre se propone a sí mismo,
siendo él la reproducción de la naturaleza y el carácter de Dios. Hay dos
principios para el camino del cristiano, según la luz en la que él se ve a sí
mismo. Corriendo su carrera como hombre hacia el objetivo de su llamamiento
celestial, en la cual él sigue según Cristo ascendido a lo alto: él está
corriendo la carrera hacia el cielo; la excelencia de Cristo a ser ganada allí,
su motivo que no es el aspecto de Efesios. En Efesios, él está sentado en los
lugares celestiales en Cristo, y él tiene que darse a conocer como siendo del
cielo, como Cristo realmente hizo, y manifestar el carácter de Dios en la
tierra, de lo cual, como hemos visto, Cristo es el modelo. Somos llamados, en
la posición de hijos amados, a mostrar los modos de obrar de nuestro Padre.
No somos creados de nuevo según lo que era el primer Adán, sino según lo
que Dios es: Cristo es su manifestación. Y Él es el segundo Hombre, el postrer
Adán.
El descenso hasta las partes más bajas de la tierra es visto como un
descenso desde Su lugar como hombre en la tierra; no Su descenso del cielo para
ser hombre. Es Cristo quien descendió.
El versículo 11 entrega los dones especiales y permanentes; el versículo
16, lo que cada coyuntura provee en su lugar. Ambos tienen su lugar en la
formación y crecimiento del cuerpo.
Ya he comentado, que ese contraste entre el nuevo estado y el viejo
caracteriza más a Efesios que a Colosenses, dónde encontramos más del
desarrollo de la vida.
En Colosenses podemos leer "conforme a la imagen del que lo creó se
va renovando hasta el conocimiento pleno." (Colosenses 3:10).