sábado, 4 de mayo de 2013

Limpieza del Templo


Ambas veces se trataba del ho­nor de Su Padre. Cuando se trató de tomar Su copa, nuestro Señor decididamente rechazó toda resis­tencia. Pero cuando se trató del honor del Padre, nuestro Señor fue muy radical. Estamos hablando de las dos limpiezas del Templo.
La primera limpieza del Tem­plo sucedió bastante al principio de la vida pública de Jesús, la se­gunda poco antes de Su muerte en el Gólgota (Jn 2; Mt 21). El Señor realizó ambas limpiezas del Tem­plo usando la violencia. En Juan 2:15, por ejemplo, dice: "Y hacien­do un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos..."
Llama la atención que tanto la primera como también la segunda limpieza del Templo, sucedieron inmediatamente antes de una cele­bración de la Pascua. Por esto, pa­rece que antes de la Pascua el Se­ñor quería purificar el Templo. En esto se encuentra un mensaje muy personal del Señor a nosotros.
Hace poco tiempo hemos cele­brado la Pascua, recordando nues­tro Cordero de Pascua, el Señor Je­sucristo, que fue sacrificado por nuestros pecados. La pregunta de­cisiva es: ¿Cómo festejamos la Pas­cua? ¿En la levadura de la maldad y la vileza, o en la masa sin levadu­ra de la pureza y la verdad (1 Co 5:8)? ¿Podría ser que necesitára­mos una limpieza del templo - una purificación de nuestros cora­zones - para poder celebrar la Pas­cua en pureza y verdad?
Visto del punto de vista del Nuevo Testamento, no somos na­da menos que templo de Dios: "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" (1 Co 3:16). Y por eso es que tiene sentido hacer esta pregunta: ¿En qué condición está ese templo? Después de que Pablo escribiera estas palabras a los co­rintios, agregó la siguiente adver­tencia: "Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (1 Co 3:17; cp. 2Co 6:16).
Deberíamos considerar nueva­mente que todos somos llamados a ser templo de Dios. Esto significa que Jesucristo desea morar en nos­otros por medio Su Espíritu. Él de­sea llenarnos con toda Su gloria. Por eso 1 Corintios 5:7-8 nos llama a lo siguiente: "Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nos­otros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sin­ceridad y de verdad." Eso significa que deberíamos realizar una lim­pieza del templo. Y al hacerlo, de­beríamos ponernos de todo cora­zón en medio de la luz de Jesús. Después de todo, en el Nuevo Tes­tamento encontramos cuatro ve­ces el llamado: "Mirad por vosotros mismos" (Le 17:3; Hch 20:28; 1 Ti 4:16; 2 Jn 8). Por supuesto que estos cuatro llamados están cada uno en un contexto espe­cial, pero aun así queremos aplicar estas palabras en forma totalmente personal a nos­otros mismos.
Pregúntese seriamente: ¿Cómo se encuentra mi templo espiritual en este momento? Al hacerlo, to­me muy a pecho las palabras de Jesús: "¡No hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado!" Esto fue lo que dijo en la primera limpieza del Templo. O: "Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladro­nes..."- esto lo dijo en la segunda limpieza del Templo.
Pablo escribió lo siguiente so­bre el Anticristo "Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hom­bre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es obje­to de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, hacién­dose pasar por Dios" (2 Ts 2:3-4).
      Hace ya mucho que los teólo­gos discuten sobre el significado de este versículo. Nosotros no ne­cesitamos unirnos a esta disputa, sino que queremos considerar que también nosotros somos templo de Dios, y somos capaces de echarlo a perder (1 Co 3:17). Juzguémonos, por lo tanto, a nos­otros mismos. Puede que eso due­la, pero, después de todo, queremos celebrar la Pascua, y no queremos ha­cerlo en la vieja le­vadura, ni tampo­co en la levadura de la maldad y la vileza, sino en la masa sin levadura de la pureza y la verdad.

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