sábado, 1 de junio de 2013

Los Seis Milagros del calvario

LAS TINIEBLAS MILAGROSAS


Y cuando era como la hora de sexta, fueron hechas tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora de nona. Y el sol se oscureció; y el velo del templo se rompió por medio. —Lucas 23:44, 45.
            Este ES EL PRIMERO de los seis milagros del Calvario, la cadena de señales que rodeó la muerte de Jesucristo y la aferró al único significado de la eterna redención. El segundo milagro fue el rasgamiento del velo del templo; el tercero, el temblor de la tierra y el hendir de las piedras; el cuarto, la apertura de los sepulcros; el quinto, la condición de cosas existentes en la tumba del Jesús recién resuci­tado; y el sexto, la salida de los sepulcros, des­pués de su resurrección, de muchos cuerpos de los santos que habían dormido.
Tales fueron los milagros del Calvario; todos en directa conexión con la muerte de Cristo. Algunas de ellos fueron del cielo, al­gunos de la tierra y otros de debajo de la tierra. Sin embargo, todos juntos constituye­ron una clase de milagros única. Cada gran señal, con su fuerza y significado propio, or­denó en su lugar su propio testimonio; y los seis, en sólida falange, circundan a Jesucristo en su muerte, defienden la verdad de nuestra redención en su sangre.

I.    LA DESCRIPCION DE LA ESCENA
Jesús ya había estado en la cruz por tres horas, y ahora "era como la hora de sexta"—es decir, mediodía, y luego fueron hechas tinie­blas.
La oscuridad fue "sobre toda la tierra," como lo indica Mateo. Nadie puede decir positivamente que las tinieblas no se extendie­ron sobre la mitad del globo terrestre que en esos momentos gozaba de la luz del día. Pero si el fenómeno se limitaba tan solamente a Judea, ciertamente aun así era algo notable. Por cierto, en este caso habría una concen­tración de fuerza, como sucedió con los tres días de oscuridad en Egipto, mientras había luz en Gosén. De todos modos, la oscuridad se extendió sobre toda la tierra.
No era una oscuridad como la que algunas veces precede a un terremoto, como la de Nápoles en el año 79, cuando el Vesubio se convirtió en volcán. No fue una oscuridad semejante, pues ésta se extendió mucho más allá del Calvario, el punto de origen del tem­blor de tierra que le siguió. Sin descuidar el hecho de que el temblor en sí no era un acon­tecimiento natural.

¡NO! NO FUE UN ECLIPSE
¡La oscuridad cubrió la tierra durante tres horas! Por lo tanto no fue causada por un eclipse del sol, pues el eclipse más largo sólo puede durar unos minutos. Además, esto ocu­rrió durante la festividad de la Pascua, la cual siempre era observada en la época de la luna llena, cuando es imposible que se produzca un eclipse de sol.
Y sin embargo "el sol se oscureció," eclipsa­do de una manera muy rara. Faltaba su luz. La oscuridad no fue producida por la ausencia del sol—lo que ocasiona nuestra noche. Era una oscuridad a mediodía, una oscuridad en presencia del sol y mientras el sol no estaba eclipsado por la intervención de otro cuerpo celeste, una oscuridad, podemos decir, que era contraria a la luz y vencedora de ella. En el curso ordinario de la naturaleza, siendo la oscuridad la negación de la luz, ésta es la antagonista de las tinieblas y las disipa siem­pre. ¡Pero la oscuridad del Calvario apagó el sol a mediodía! ¡Qué cosa más impresio­nante! ¡Qué concepto de la omnipotencia de Dios que nos hace temblar!
¿Vino la oscuridad por un proceso regular y lento? Por el texto vemos que había oscuri­dad al comenzar las tres horas, y era oscuro también cuando terminaron. De pronto, de los cielos, las tinieblas se cerraron sobre la escena. Parecen haberse retirado repentina­mente, lo que nos hace pensar que también vi­nieron de repente. A la vez, sin embargo, como pareciera del simbolismo de la oscuridad como relacionado con los sufrimientos de la cruz, la negrura de ella aumentaba al pasar las horas. Creo que esto lo tenemos indicado por el clamor del Sufriente al llegar al fin de estas horas. Pareciera como si el silencio de su sufri­miento ya no podía ser mantenido, pues sus sufrimientos se hacían más y más intensos.
¿Cuán profunda era la oscuridad? No se nos dice expresamente, y sin embargo, hay algo en la narración que nos indica que no se trataba de crepúsculo. Era una oscuridad terrible.

TRES HORAS MUY OCUPADAS
Hasta el momento en que esto ocurrió, ¡cuánto había sucedido en esas tres horas en el Gólgota! El Crucificado estuvo muy ocupado, si podemos emplear este término. ¡Cuánto interés demostró en lo que ocurría a su alrede­dor! Estaba intercediendo en voz alta por los que le crucificaban; escuchando el clamor en demanda de misericordia del ladrón mori­bundo y contestándole con esa sublime se­guridad de salvación; reconociendo la presen­cia de su madre y del discípulo amado y dando a entender su última voluntad y testamento en cuanto a ambos. Los soldados estaban ocu­pados vigilando y burlándose de Él, dividiendo sus ropas entre sí y echando suertes para ver a quién le correspondería la túnica. Los prín­cipes de los sacerdotes estaban ocupados criti­cando la inscripción que Pilato había coloca­do sobre la cruz y manifestando su indigna­ción. Los burladores estaban ocupados—los sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos pasa­ban, y meneando sus cabezas le injuriaban y escarnecían. Todas las oleadas de la iniquidad se levantaron sin control alrededor de la cruz.

AHORA UN SILENCIO SOMBRIO
Pero ahora en el instante del mediodía ¿qué sucede? Hay un silencio repentino y sombrío. La narración nos da una sola palabra—"tinie­blas," y luego sigue el silencio. Desde las doce hasta las tres hay un paréntesis en la narración y el lector puede sentir la solemnidad de la escena.
Al terminar este período, cuando el sol brilla nuevamente, todo es acción. Jesús habla y la multitud se mueve. Pero durante esas tres horas no vemos más que tinieblas; oímos sola­mente el silencio. El gran Sufriente está calla­do, como si detrás de esas tinieblas pendiera sobre su alma un tremendo horror. Todo lo demás está en silencio. No se oyó ni un escar­nio ni un insulto. La multitud estaba aterrada de espanto. Se oye cómo caen las gotas de sangre. El suspenso es espantoso. A medida que los corazones se embebían de las tinieblas, temblaban debido a un cierto temor misterioso de la crucifixión.
Los evangelistas no relatan todo esto; en realidad dicen muy poco; pero tan ilustrativa es su insinuación que crean en toda esta escena. Lo poco que ellos dicen está colocado como un paréntesis entre las actividades que preceden y siguen a esa sola palabra, "tinieblas." ¡Las tinieblas arrojaron su propia sombra de silencio que abarcó las tres horas, hasta que el lector pensativo comienza a sentir cuán terrible fue esa oscuridad! Y a esta implicación de su na­rración, los historiadores dan firmeza y pleni­tud, por la observación con la cual terminan la historia de la crucifixión y sus portentos inmediatos. Nos relatan que el centurión ro­mano, habiendo presenciado las cosas que fue­ron hechas, "temió en gran manera," y mu­chos "herían sus pechos."

II.     VEROSIMILITUD DE LA HISTORIA
Hasta aquí tenemos la explicación del tex­to. Pero, ¿podemos aceptarlo como un hecho histórico? Sí, porque los historiadores inspi­rados lo han escrito. Podríamos agregar a su testimonio el de los historiadores profanos quienes se han referido a este hecho, especial­mente la concesión de Celso, el famoso opo­sitor del cristianismo del siglo tercero; o aún mejor el desafío del historiador cristiano, Tertulio, quien, a fines del siglo segundo, dijo osadamente a sus adversarios paganos, "En el instante en que Cristo expiró, la luz se fue del sol, y la tierra fue oscurecida al me­diodía; dicho milagro se halla relatado en vuestros anales y es preservado en vuestros archivos hasta el día de hoy."
Pero basta con que los escritores sagrados lo hayan declarado. Por lo menos yo no necesito más corroboración a su testimonio. Las tinie­blas cayeron sobre la tierra, y al creerlo, con la intensidad de una imaginación cristiana cultivada, debemos dejarnos impresionar por ellas como si nosotros las hubiéramos visto y palpado.

III.   ¿COMO EXPLICAR EL MISTERIO?
¿Qué clase de suceso era esta oscuridad? Un milagro, una suspensión visible del orden de la naturaleza. Esa oscuridad fue una gran visibilidad de Dios, pues sólo El, la gran Causa de todo, puede interferir en el curso regular de sus propias causas naturales ya establecidas. Por lo tanto fue El quien se apartó del uni­verso de las causas naturales y se mostró a nuestra vista como distinto al universo—un Dios viviente y personal, y que se interpone, parado "con la oscuridad debajo de sus pies."
Y sin embargo, durante todo este tiempo, en el Calvario y a su alrededor, en todos los demás aspectos seguía su curso el potente me­canismo de las causas naturales. La crea­ción no tenía en sí ninguna causa que po­dría haber producido la oscuridad. Sin embar­go, la misma creación, con todas sus leyes en funcionamiento, era la escena de la oscuridad. No hubo ningún movimiento violento de de­sorden para hacer temblar la creación. El mis­mo todopoderoso Autor de ella extendió su mano y tocó su propio instrumento al unísono para sus fines inmediatos. Pero ni una sola cuerda de este vasto instrumento fue rota o forzada y ni una sola nota en toda la escala dio un sonido discordante.
Dios quiso ponerse en contacto con nuestras sensibilidades, al apartarse completamente del marco de la naturaleza, mientras su poder aún la sostenía.
Cuando consideramos cuan exclusivamente esta oscuridad se identificó con la muerte de Cristo, tenemos la prueba más fehaciente de los designios de parte de Dios para manifestarse a sí mismo. Jesús, el Hijo de Dios, estaba muriendo. Dios estaba apareciendo. Allí estaba la cruz, y allí bajó la oscuridad. Era su provi­dencial propósito autenticar e interpretar la muerte de su Hijo.

IV.         LO QUE ENSEÑA
1.                  En efecto, este milagro de las tinieblas fue el sello de Dios puesto a la verdad del carácter y de la misión del Salvador.
Cuando Jesús les dijo a aquellos que no creían en Él que había venido para salvarlos de sus pecados, se ofendieron. Cuando les dijo, "Hijo de Dios soy", tomaron piedras para apedrearle. Le dijeron, "Deseamos ver de ti señal". Aquí vemos cómo la fórmula precisa de su caprichoso rechazamiento de Él se vuelve sobre ellos en una terrible confutación. Los cielos dieron una señal y todo el universo se inclinó en un reverente homenaje al Sufriente crucificado en ese lugar de la Calavera. Hasta el romano exclamó, "Verdaderamente Hijo de Dios era éste."
2.                  En segundo lugar, sirvió especialmente para magnificar la muerte de Jesucristo. No se lo puede concebir de otra manera, que el interés de Dios con su muerte sea hecho mani­fiesto tan sobrenaturalmente y de un modo tan irresistiblemente impresivo.
Ahora bien la importancia que Jesús atribuía a su muerte era la de redención, la redención de nosotros los pecadores de nuestros pecados. Él le dio esa importancia la noche que fue entregado y muchas veces antes. Nuestro per­dón, nuestra paz, nuestra vida eterna, serían asegurados para nosotros solamente por medio de Él, en su sangre.
Y, si ello es cierto, ¿hubo alguna vez algo tan importante como esto? ¿Con qué podemos compararlo? El universo, las edades, todos los intereses terrenales — ¿no es el todo, en com­paración, como el polvo al pesarlo en la misma balanza?

¿FUE ENGAÑADO JESUS?
Además, tal como Jesús lo reclamaba, así también lo sentía. En su fuero interno se daba cuenta que estaba respondiendo por nuestras iniquidades, llevando nuestras enfermedades y sufriendo nuestros dolores. Él dijo, "De bautismo me es necesario ser bautizado: y ¡cómo me angustio hasta que sea cumplido!" Era la principal inspiración de su vida. Y aun­que había en ello un gozo propuesto, y aun­que deseaba ser satisfecho al ver del trabajo de su alma, sin embargo era también un celo consumidor. Era un agotamiento de la belleza de su rostro, que fue completamente desfigu­rado, y llegó a ser el hombre de dolores, experi­mentado en quebrantos.
            ¿Podemos decir entonces que Jesús no cal­culó bien lo que le costaría su muerte? ¿Era su intenso interés un fanático engaño de sí mismo? Permitamos que Dios conteste por El, cuando de detrás del velo de las causas natu­rales descendió sobre el Calvario con un efecto tan estupendo. Dios dio su propia señal con esta oscuridad milagrosa, y con la inscripción sobre la cruz: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo."
3.                Tercero, simboliza los inconcebibles do­lores de Jesucristo en su muerte. Y así fue dado el milagroso testimonio de Dios al hecho de la redención en la muerte de Cristo. Este testimonio tomó la forma de las tinieblas, a causa de los sufrimientos de esa muerte que Él estaba ocasionando. Fue El quien cargó en Jesús los pecados de todos nosotros, y también fue El quien hizo descolgar desde los cielos ese oscuro manto alrededor de la cruz de Cristo. Las tinieblas atestiguaban que "fue herido de Dios." El Hijo del Padre fue herido, molido, castigado, azotado, por el mismo Padre. No fueron meramente los sufrimien­tos de la crucifixión sino una angustia proveniente de Dios. El sudor angustio­so en Getsemaní fue provocado por el peso de la mano del Padre antes que el roce bru­tal de los soldados hubiera profanado su per­sona sagrada. Las tinieblas que rodearon su agonía del Calvario indicaron que se descar­gaba sobre El un peso aun mayor impuesto por la misma mano todopoderosa.

INSOPORTABLE
En efecto, cuando iba llegando a su término esta oscuridad, pero antes que hubiese termi­nado, cuando su angustia se profundizaba más al soportar la ira de su Padre en contra del pecado humano, y ya no podía sufrirlo más en silencio, con una voz sorprendente y con un dolor que no pudo reprimir, miró hacia los cielos oscurecidos que le cubrían y excla­mó, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
            Sí, Dios estaba allí en la oscuridad, y sin embargo, en ese momento, el consuelo de su comunión había desamparado a su Hijo. De ese desamparo su castigo por ser El quien llevaba nuestros pecados—las tinieblas, tan profundas y tan temibles, eran la imagen y el símbolo. ¡Ah! que Cristo llevara nuestros pecados en su cuerpo no era algo fingido. Era una realidad inflexible y experimentada.

OCULTO DEL OJO HUMANO
            Nuevamente, la oscuridad lo envolvía. Jus­tamente en los momentos en que sus sufri­mientos eran más intensos, la oscuridad lo ocultó de todos los testigos. Es el secreto im­penetrable de esas últimas horas lo que da a nuestra imaginación la idea más clara de aque­llo que es aún inconcebible. A través de las horas anteriores, en cualquier sufrimiento que expresó, estaba expuesto a la vista. Pero no era para el ojo humano contemplarle en su angustia superlativa. La sensibilidad humana no la hubiera podido comprender. Si su vida de sufrimiento como nuestro sustituto quedó estampada en su rostro, como parece decirlo Isaías en su capítulo cincuenta y tres, de tal modo que pareciera no tener hermosura ni atractivo para que le deseáramos, luego esas últimas horas cuando culminaron sus sufri­mientos se deben haber impreso en su persona de una manera proporcionada a su incom­parable severidad. Se nos describe lo que pasó en Getsemaní, pero no la última parte del Calvario. A Pedro, Jacobo y Juan se les permi­tió acompañarle en sus sufrimientos de Getse­maní, pero Dios en el Calvario hizo que le rodeara un manto de oscuridad para esconderle de la vista humana.
¡Oh, los misterios de ese sufrimiento! Nin­gún ojo humano podría contemplarlo. Sola­mente al finalizar puede oírse un fuerte cla­mor de insondable angustia y de suma desola­ción. Sin embargo, en ese clamor está el acento de la victoria asegurada. "Por qué me has desamparado," va unido a ese grito de con­fianza, "¡mi Dios, mi Dios!"

V.  LO QUE DEMUESTRA
Así fueron simbolizados por la oscuridad esos sufrimientos inconcebibles de nuestro Redentor. Y sin embargo, aunque la oscuridad era un símbolo de la ira del Padre, era también una prueba de la justicia del Hijo. Solamente una persona de una justicia inmaculada, que no tuviese pecados propios de los cuales dar cuenta, podía hacerse responsable de los peca­dores. Si, por lo tanto, fue el herido de Dios, así también era el amado de Dios. Fue señala­do para sufrir por los pecados del hombre.
Pero por ese mismo señalamiento, profundos como fueron sus sufrimientos, así profundo fue también el deleite del Padre en su persona y carácter.
Todo esto nos señala cuan malo y maldito es el pecado del hombre, dado que solamente de este modo pudo salvarnos el Amor Infinito. Al mismo tiempo nos indica que el amor de Dios para salvarnos es más poderoso que nues­tro pecado para destruirnos.
Cuán inmenso es para nosotros el gozo y la gloria de la obra de Cristo; pero cuán grande fue para Él el dolor de la misma. En su naci­miento, cuando se pensaba especialmente en la grandeza de los resultados, la noche se tornó brillante; pero en su muerte, cuando el proceso de llegar a esos resultados era lo prominente, la luz se tornó en noche.

REDENCION EFECTUADA
Sin embargo, cuando pasó la oscuridad, de­bido a que Él la había atravesado, pudo decir, "¡Consumado es!" ¡La redención está hecha! Luego, después de clamar nuevamente, como si fueran las notas de la trompeta del conquis­tador, con una voz que hendió las rocas y abrió los sepulcros como una profecía de su propia resurrección, dijo suavemente, "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." En confianza filial y con satisfacción, colocándose en los brazos de su Padre, dio el espíritu.

VI.   LO QUE REPRESENTA
Finalmente, la oscuridad del Calvario rep­resentaba la suerte de aquellos que estaban crucificando a Cristo. Era el Padre quien hirió al Hijo—quien, por lo tanto, hubiera muerto aunque los judíos no lo hubieran crucificado. Pero por la misma razón de que Dios podía herirlo por nosotros—es decir, porque era una persona justa—era muy perverso que ellos lo hicieran. "Persiguieron al que Tú heriste, y cuentan del dolor del que Tú llagaste."
En el libro de Amos hay una notable profe­cía concerniente a las calamidades del pueblo judío. "Y acaecerá en aquel día, dice el Señor Jehová, que haré se ponga el sol al mediodía, y la tierra cubriré de tinieblas en el día claro." ¡Qué descripción exacta de la escena en el Calvario! Esa profecía se refiere a un tiempo calamitoso futuro para los judíos. La oscuri­dad del Calvario era prenda y señal de la oscuridad anunciada por el profeta. En rela­ción con esto, cuando era llevado para ser crucificado, Jesús dijo, "Entonces comenza­rán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué se hará?" Es decir, si le hacen estas cosas a Él, el árbol verde, la vid que lleva frutos, de quien son pámpanos los suyos, ¿qué sucederá con ellos, el árbol seco? ¿Qué hará Dios con ellos?
¡Oh, por lo terrible de esa escena de la cru­cifixión, todos los que rechazan a Cristo pere­cerán!

Hermanos, creyentes verdaderos en Cristo, la oscuridad del Calvario ha desaparecido y la luz verdadera brilla ahora. En esa luz, la senda del creyente es una luz resplandeciente la cual va en aumento hasta que el día sea perfecto. Entonces nuestro sol nunca se pondrá y los días de nuestro duelo terminarán.

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