Capítulo
5
Él forma la asamblea para que sea su Esposa, una ayuda idónea para Él,
en la que todo es según la gloria y el amor de Dios, por la revelación (a
través de la palabra, que viene de allí) de estas cosas tal como existen en los
cielos. Ahora bien, Cristo mismo es la plena expresión de estas cosas, la
imagen del Dios invisible. Así, al comunicarlas a la asamblea, Él la prepara
para Sí. Por consiguiente, al hablar en este sentido de Su propio testimonio,
Él dice, "lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos."
(Juan 3:11).
La
Palabra: su efecto purificador
Pero esto es lo que la Palabra es, como la hemos recibido de Jesús; y
más especialmente como hablando del cielo, con el carácter del nuevo
mandamiento, acabándose las tinieblas, y la verdadera luz alumbrando ahora; y
por consiguiente, siendo esto verdadero, no sólo en Él, sino también en
nosotros. El ministerio del capítulo 1 se ocupa de esto, formando los corazones
de los santos en la tierra en comunión con la Cabeza de la cual descendieron la
gracia y la luz. Entonces, Cristo santifica de esta manera a la asamblea por la
cual Él se entregó a sí mismo. Él la ha formado para cosas celestiales por
medio de la comunicación de cosas celestiales, de las cuales Él mismo es la
plenitud y la gloria. Pero esta Palabra encuentra a la asamblea mezclada con
cosas que son contrarias a esta pureza y amor celestial. ¡Es lamentable! sus
afectos - por lo menos en cuanto al viejo hombre - mezclados con las cosas
terrenales que son contrarias a la voluntad de Dios y a Su naturaleza. Por eso
al santificar a la asamblea Él debe purificarla. Esta es, por consiguiente, la
obra del amor de Cristo durante el tiempo actual, pero es para la felicidad
eterna y esencial de la asamblea.
Él santifica a la asamblea, pero Él lo hace por medio de la Palabra,
comunicando cosas celestiales - todo lo que pertenece a la naturaleza, a la
majestad, y a la gloria de Dios - en amor, pero al mismo tiempo aplicándolas
para juzgar todo en los afectos actuales, todo lo que está en desacuerdo con lo
que Él comunica. Preciosa obra de amor, que no sólo nos ama sino que obra para
hacernos aptos para disfrutar ese amor; ¡aptos para estar con Cristo mismo en
la casa del Padre!
¡Cuán profundamente Él se interesa en nosotros! Él no solamente llevó a
cabo totalmente la obra gloriosa de nuestra redención al entregarse por
nosotros, sino que Él actúa continuamente con perfecto amor y paciencia para
hacernos como Él quiere que seamos en Su propia presencia - aptos para los
lugares celestiales y las cosas celestiales.
¡Qué carácter muestra esto al pertenecer también a la Palabra, y qué
gracia en Su uso de ella! Es la comunicación de cosas divinas según la propia
perfección de ellas, y ahora como Dios mismo está en la luz. Es la revelación
de Dios mismo, como lo conocemos en un Cristo glorificado, en un perfecto amor
para formarnos también según esa perfección para que gocemos de Él; y sin
embargo ella se dirige a nosotros, sí, es apropiada en su naturaleza misma para
nosotros aquí abajo (comparen con Juan 1: 4) para impartirnos estas cosas
trayendo la luz en medio de la oscuridad, juzgando necesariamente así, todo lo
que está en la oscuridad, pero para purificarnos en amor.
Observen, también, el orden en el cual esta obra de Cristo nos es
presentada, empezando con el amor. Él amó a la asamblea; esto, como ya hemos
dicho, es la fuente de todo. Todo lo que sigue es el resultado de ese amor y no
puede contradecirlo. Luego se declara la prueba perfecta de ello: Él se entregó
a Sí mismo por la asamblea. Él no podría haber dado más. Fue para la gloria del
Padre, sin duda, pero fue por la asamblea. Si él se hubiera reservado algo, el
amor al entregarse no habría sido perfecto, no habría sido absoluto; no habría
sido una consagración que no dejó nada que el corazón despertado puede desear.
No habría sido el Cristo, porque Él no podía ser sino perfecto. Conocemos el
amor y perfección al conocerlo a Él. Pero Él ha ganado el corazón de la
asamblea entregándose a sí mismo por ella. Él la ha ganado así. Ella es Suya
según ese amor. Efectivamente, es allí que hemos aprendido lo que es el amor.
En esto conocemos el amor, en que Él se entregó a Sí mismo por nosotros. Todo
fue para la gloria del Padre: sin eso, no habría sido perfección; y la
revelación de las cosas celestiales no habría tenido lugar, porque eso dependía
del Padre al ser perfectamente glorificado. En esto las cosas que habían de ser
reveladas fueron manifestadas y verificadas, por decirlo así, a pesar del mal;
pero todo es completamente por nosotros.
Si hemos aprendido a conocer el amor, hemos aprendido a conocer a Jesús,
como Él es para nosotros; y Él está totalmente por nosotros.
El
resultado del amor perfecto
Es así como la obra completa de limpieza y de santificación es el
resultado del amor perfecto. No es el medio de obtener el amor, o de ser su
objeto. Es, en realidad, el medio de hacernos capaces de disfrutarlo; pero es
el propio amor el que, en su ejercicio, obra esta santificación. Cristo gana a
la asamblea primero. Luego Él, en Su amor perfecto, la hace tal como Él querría
- una verdad que nos es preciosa en todo sentido, y en primer lugar, para
librar el alma de todo miedo servil, para dar a la santificación su verdadero
carácter de gracia y su verdadera magnitud aquí. Es el gozo del corazón al
conocer que Cristo mismo nos hará tal como Él desea que seamos.
Tres efectos
del amor de Cristo por su iglesia
Hemos considerado dos efectos del amor de Cristo para la asamblea:
- El primero fue el don de Sí
mismo, lo cual, en un cierto sentido comprende todo; es el amor perfecto en sí.
Él se entregó a sí mismo.
- El segundo es la formación
moral del objeto de Su amor, para que ella pueda estar con Él; según, podemos
agregar, las perfecciones de Dios mismo, porque esto de hecho es lo que es la
Palabra - la expresión de la naturaleza, los caminos, y los pensamientos de
Dios.
Hay todavía un tercer efecto de
este amor de Cristo que la completa. Él se presenta a Sí mismo una asamblea
gloriosa sin mancha ni arruga. Si Él se entregó a sí mismo por la asamblea, fue
para tenerla con Él; pero si la quería tener con Él, debe hacerla apta para
estar en Su presencia gloriosa; y Él la ha santificado, limpiándola según la
revelación de Dios mismo, y según las cosas celestiales, de las que Él es en Sí
mismo, el centro en la gloria. El Espíritu Santo ha tomado las cosas de Cristo,
y las ha revelado a la asamblea; y todo lo que el Padre tiene es de Cristo.
Perfeccionada de esta forma según la perfección de los cielos, Él la presenta a
Sí mismo una asamblea gloriosa. Moralmente, la obra fue hecha; los elementos de
la gloria celestial se le habían comunicado a ella, la cual iba a estar en esa
gloria, estos elementos habían entrado en el ser moral de ella, y así la formó
para participar en aquella gloria. Se necesita el poder del Señor para hacerla
participar en ella, de hecho, para hacerla gloriosa, para destruir cada rastro
de su morada terrenal, excepto el fruto excelente que resulta de esa morada. Él
la presenta gloriosa a Sí mismo - esto es el resultado de todo. Él la tomó para
Sí mismo, Él se la presenta a Sí mismo, el fruto y prueba de Su perfecto amor;
y para ella es el goce perfecto de ese mismo amor. Pero todavía hay más. Esa
frase nos descubre todo el significado de esta demostración admirable de la gracia.
El Espíritu nos hace retroceder al caso de Adán y Eva, en el cual Dios,
habiendo formado a Eva, la presenta a Adán completa según Sus propios
pensamientos divinos y al mismo tiempo apropiada para ser el deleite de Adán,
como ayuda idónea adaptada a su naturaleza y condición. Ahora bien, Cristo es
Dios. Él ha formado a la asamblea, pero con este derecho adicional sobre su
corazón porque Él se ha entregado a sí mismo por ella; pero Él también es el
postrer Adán en la gloria; y Él se la presenta glorificada a Sí mismo, tal como
la había formado para Sí. ¡Qué esfera para el desarrollo de afectos
espirituales es esta revelación! ¡Qué gracia infinita es la que ha dado lugar
para tal ejercicio de estos afectos!
No podemos dejar de notar la relación entre la purificación y la gloria,
es decir, que la purificación es según la gloria y por ella; y que la gloria es
la plenitud de la purificación, y corresponde completamente a ella. Porque la
purificación es por medio de la Palabra, la cual revela completamente la gloria
y los pensamientos de Dios. Presentada en la gloria ella no tiene ni mancha ni
arruga; ella es santa y sin mancha. Esta es una verdad muy importante, y se
repite en otros pasajes. Comparen con 2a. Corintios 3:18, y Filipenses 3:11, al
final. Lo mismo en 1 Tesalonicenses 3:13. Lo que está allí completo en la
gloria, es ahora forjado en el alma por el Espíritu que opera con la Palabra.
Este es, entonces, el propósito, los pensamientos del Señor, con
respecto a la asamblea, y esta es la obra santificadora que la prepara para Él
y para el cielo. Pero estos no son todos los efectos de Su amor. Él la cuida
tiernamente durante todo el tiempo de su peregrinaje aquí abajo.
El amor y
el cuidado humanos expuestos por medio de necesidades y debilidades, la figura de los afectos de Cristo
Efesios 5:28 y ss. El apóstol, que no perdió de vista la tesis que dio
lugar a esta digresión que es tan instructiva para nosotros, dice que el marido
debe amar a su mujer como su propio cuerpo - que esto era amarse a sí mismo. Él
fue conducido naturalmente a esto por la alusión a Génesis; pero regresa
inmediatamente al asunto que le ocupa. Nadie, él dice, aborreció jamás a su
propia carne; sino que la sustenta y la cuida, como también el Señor a la
asamblea. Éste es el aspecto precioso que el apóstol presenta aquí, a través
del tiempo, del amor de Cristo. No solamente Cristo tiene un propósito
celestial, sino que Su amor hace la obra que, por decirlo así, es natural a
ello. Él se preocupa de la asamblea tiernamente aquí abajo; Él la sustenta, Él
la cuida. Las necesidades, las debilidades, las dificultades, las ansiedades de
la asamblea son sólo oportunidades para que Cristo ejercite Su amor. La
asamblea necesita ser sustentada, así como también nuestros cuerpos; y Él la
sustenta. Ella es el objeto de Sus tiernos afectos; Él la cuida. Si el final es
el cielo, la asamblea no se deja desolada aquí. Ella conoce el amor de Cristo
dónde su corazón lo necesita. Ella lo disfrutará plenamente cuando la necesidad
haya desaparecido para siempre. Además, es precioso saber que Cristo cuida de
la asamblea, como un hombre cuida su propia carne. Porque somos miembros de Su
propio cuerpo. Somos de Su carne, y de Sus huesos. Aquí se alude a Eva. Somos,
por así decirlo, una parte de Él mismo, teniendo nuestra existencia y nuestro
ser de Él, como Eva los tuvo de Adán. Él puede decir, "Yo soy Jesús, a
quien tú persigues." (Hechos 9:5). Nuestra posición es, por una parte, el
ser miembros de Su cuerpo; por otra parte, tenemos existencia como Cristianos
desde Él. Es por esto que un hombre debe dejar sus relaciones naturales, para
unirse a su mujer. Es un gran misterio. Ahora bien, fue justamente esto lo que
Cristo hizo como hombre, en un cierto sentido, divinamente. No obstante cada
uno debe amar así a su propia mujer, y la mujer debe respetar a su marido.
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