Su
Obra Futura
Nuestro Señor Jesucristo, que concluyó en la
tierra la obra que el Padre le había encomendado, que está ahora corporalmente
presente en el cielo altísimo ocupando el trono del Padre y ejerciendo su
sacerdocio por su pueblo, es también Rey. A El pertenece el reino y la
majestad de la gloria. Tiene, pues, que cumplir una obra real. Aunque su obra
pasada fue predicha por el Espíritu de Dios, y su obra sacerdotal presagiada en
el Antiguo Testamento, su obra como Rey y su glorioso reino venidero son temas
asimismo del Verbo de Dios.
Su obra
como Rey fue anunciada por Gabriel a la virgen: “Le dará el Señor Dios el trono
de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre; y de su reino no
habrá fin” Lc. 1.32,33. Según este mensaje Él ha de ocupar el trono de su padre
David, ha de reinar y poseer un reino, lo cual no es sino la ratificación
celestial de lo que ya los profetas de Dios habían dicho al anunciar la venida
del Mesías. Toda la palabra profética culmina en las visiones del Rey y del
reino que habrá de recibir en la tierra. Estas visiones venideras, destinadas a
Él, el despreciado y desechado por los hombres, son estrellas fulgentes
iluminando en todas partes la noche oscura de la era pasada y presente. Ellas
encantan el ojo de la fe e inspiran esperanza y valor. A continuación,
transcribimos algunos pasajes bíblicos que se refieren a Cristo como Rey,
“Yo empero he puesto
mi rey sobre Sión monte de mi santidad. Yo publicaré el decreto: Jehová me ha
dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme y te daré por heredad las
gentes, y por posesión tuya los términos de la tierra” Sal- 2.6-8; "Porque
el justo Jehová ama la justicia: al recto mirará su rostro” Sal. 11.7;
“Acordarse han, y volveránse a Jehová todos los términos de la tierra; y se
humillarán delante de ti todas las familias de las gentes. Porque de Jehová es
el reino, y él se enseñoreará de las gentes” Sal. 22.27,28; “Alzad, oh puertas,
vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de
gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, Él es el Rey de
gloria” Sal. 24.9,10; “Pueblos todos, batid las manos, aclamad a Dios con voz
de júbilo. Porque Jehová el Altísimo es terrible; Rey grande sobre toda la
tierra” Sal. 47.2; “El juzgará tu pueblo con justicia, y tus afligidos con
juicio... y arrodillarse han a él todos los reyes; le servirán todas las
gentes.... será su nombre para siempre... y benditas serán en él todas las
gentes” Sal. 72.2, 11, 17, “Yo también le pondré por primogénito, alto sobre
los reyes de la tierra” Sal. 89.27; “He aquí que en justicia reinará un rey”
Is. 32.1; “He aquí que vienen días, dice Jehová, y despertaré a David renuevo
justo, y reinará Rey, el cual será dichoso y hará juicio y justicia en la
tierra” Jer. 23;5; “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí en las nubes
del cielo, como un hijo de hombre que venía... y fuéle dado señorío, y gloria,
y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su señorío,
señorío eterno, que no será transitorio, y su reino que no se corromperá” Dn.
7.13,14; “He aquí el varón cuyo nombre es Retoño, el cual germinará de su
lugar, y edificará el templo de Jehová: él edificará el templo de Jehová, y él
llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y será sacerdote en su
solio; y consejo de paz será entre ambos a dos” Zac, 6.12,13; “Y Jehová será
rey sobre toda la tierra” Zac. 14.9.
Todas estas profecías, e infinitas otras,
hablan del Señor Jesús como Rey y prestan testimonio de su reino. Las glorias
de su reino están asimismo descritas por los hombres santos de Dios, los
pregoneros del Espíritu de Dios.
¿Se han cumplido estas predicciones desde
que nuestro Señor Jesucristo sufrió en la cruz? ¿Se han cumplido después de su
ascensión a la presencia del Padre en la gloria? ¿Está Cristo ejerciendo el
mando real y la autoridad de tal? ¿Está ahora aquí en la tierra el reino
prometido de justicia y paz, de poder y gloria?
Preguntas son estas que ocurren al leer
estas predicciones divinas, y a las que se ha de contestar negativamente
porque la obra de nuestro Señor Jesucristo, su obra como Rey, ni siquiera está
comenzada; Cristo no ha tomado aún posesión del reino prometido; todavía tal
reino de gloria y poder no ha llegado a la tierra.
La
Evidencia del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento presenta la evidencia
completa de que nuestro Señor no es Rey en toda la extensión de la tierra, y
que su mando real es todavía cosa del porvenir. La opinión de que la Iglesia
es el reino en que nuestro Señor Jesucristo rige como Rey, y de que las
predicciones del reino de gloria contenidas en el Antiguo Testamento están espiritualmente
cumplidas en la Iglesia, no es sino pura invención. En ninguna de ellas
hallamos que a la Iglesia se le llame el reino, ni tampoco que a Jesucristo se
le designara nunca con el título de “Rey de la Iglesia”. Cristo es la cabeza de
la Iglesia, que es su cuerpo. El Nuevo Testamento espera aún por la llegada
del reino. “Un hombre noble partió... para tomar para sí su reino, y volver”
Le, 19.11-28. Cristo ocupa temporalmente el trono de su Padre, pues que habrá
de tener un trono propio suyo. “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria,
y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria”
Mt. 25.31; "Esperando lo que resta, hasta que sus enemigos sean puestos
por estrado de sus pies” He. 10.13; “Mas aun no vemos que todas las cosas le
sean sujetas” He. 2.8. Ninguna nación durante esta era es súbdita suya, ni los
reinos de la tierra son suyos; más habrán de serlo, y entonces los cielos
retumbarán con atronadora algazara aclamando: “Los reinos del mundo han venido
a ser los reinos de nuestro Señor, y de su Cristo: y reinará para siempre
jamás” Ap. 11.15. Empero, esto pertenece al porvenir. Cuando el séptimo ángel
toque la trompeta, cuando se abra el cielo y aparezca Él como el Rey de los
reyes, coronado con muchas coronas (Ap. 19.11-16) entonces, y sólo entonces,
tomará posesión de las naciones que le pertenecen por herencia legítima.
I.-La Manera en que Cristo Comienza su
Obra Futura
El comienzo de su
obra futura se revela en 1 Tesalonicenses 4.15-18. Esta Escritura contiene una
grande y singular revelación ajena al Antiguo Testamento. El Señor había hecho
una promesa a los discípulos, diciéndoles: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” Jn. 14.3. No les dijo
de qué manera cumpliría su preciosa promesa. En la primera epístola a los
Tesalonicenses el Señor detalla su vuelta al mundo para beneplácito de los
suyos, y la manera en qué se cumplirá su promesa a los discípulos. Promete
descender de los cielos con un grito, clamando con voz recia;
“TETELESTAI”—“¡Consumado es!” co-mo Cristo resucitado encontró a sus amados y
dijo: “¡Salve!” El griego da sólo una palabra “CHAIRETE”—“¡Aleluya!” grito de
resurrección, de alegría y victoria. “Subió Dios con júbilo, Jehová con sonido
de trompeta” Sal. 47.5. La primera epístola a los tesalonicenses 4.16 nos dice
que va a descender con un grito. Cristo penetró los cielos en su gloriosa
ascensión y llegó a la presencia de Dios, su Padre. Algún día se levantará del
puesto que ocupa en el trono de Dios, y saldrá marchando de la diestra del
Monarca de las alturas para entrar en el tercer cielo. Volverá a penetrar los
cielos, no ascendiéndolos sino bajándolos. Viene a llamar a sus santos para que
se reúnan con Él; va a encontrarles, no en el Monte de las Olivas, ni en Jerusalén,
ni en ningún otro punto terrenal; se encontrarán en los aires. Lo repetimos,
esta revelación no se halla en la palabra profética del Antiguo Testamento, ni
tampoco fue anunciada del todo por el Señor durante su ministerio terrenal.
Según el pasaje que contiene esta revelación, al grito del Señor en su
descenso por los aires seguirá la resurrección de los que murieron en la fe de
Cristo; todos los santos de Dios se levantarán en cuerpo de sus sepulcros. Esto
comprende tanto a los que creen en el Antiguo Testamento como a los que creen
en el Nuevo. Cuando se oiga ese grito y resuciten los justos, todos los que
entonces vivan en la te de Cristo, serán llevados con ellos por nubes que los
conducirán adonde en los aires esté el Señor aguardándoles. En obsequio de
algunos, agregaremos que todos cuantos han aceptado al Señor como su salvador,
que todos los que hayan recibido la vida eterna y el Espíritu de Dios,
pertenecen, a Cristo; y su bienaventurada esperanza y su destino es ser llevados
por nubes que los conduzcan adonde en los aires esté el Señor esperándoles. Hay
quienes predican que para participar de este éxtasis se exigen ciertos
requisitos, lo que dista mucho de ser exacto. Ningún culto, penitencia,
reclusión u obra que hagamos podría hacernos dignos de acontecimiento tan
maravilloso. Por la gracia lo somos. En 1 Corintios 15.51 leemos: “He aquí, os
digo un misterio: todos ciertamente no dormiremos, mas todos seremos
transformados, en un momento, etc.” Ese “todos” quiere decir, todos Jos que
sean de Cristo cuando El venga, aun cuando ignoren las verdades de la dispensación,
aun cuando no estén esperándole; la circunstancia de pertenecerle y de estar
redimidos con su preciosa sangre es título suficiente para ser llevados por las
nubes adonde en los aires esté el Señor esperando.
De este doble
séquito compuesto de santos que murieron y que resucitarán de entre los muertos,
y de santos que viven y serán transformados en un instante y llevados a
encontrarse con El, hallamos una velada alusión en sus palabras en Juan 11.
25,26: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá (resurrección). Y todo aquel que viva [cuando Él venga] y cree
en mí, no morirá eternamente (la transformación de los creyentes vivos). ¿Crees
esto?” Nosotros podemos responderle, “Sí. Señor nuestro, creemos.” Tal vez no
comprendamos bien los detalles de este acontecimiento glorioso que se
efectuará súbitamente, pero bien podemos creer su promesa y esperar día por día
su gloriosa ejecución. Esto constituye la bienaventurada esperanza de la
Iglesia. Por ella nos exhortan a esperar. Antes que El comience a juzgarnos,
antes que puedan verificarse en la tierra las últimas escenas de tribulación y
da ira. y antes de volver como el Rey de gloria a reclamar la herencia
adquirida con su sangre. El bajará a los aires para encontrarse allí con su
ejército redimido y participante de su herencia. Tal es el primer evento de su
obra del porvenir.
Todo juicio será ejecutado
por el Señor Jesucristo. “Porque el Padre a nadie juzga, mas todo el juicio dio
al Hijo” Jn. 5,22, Hasta hoy Cristo no ha juzgado a nadie, ni tampoco ha sido
su pueblo coronado ni premiado por su culto y su fe. Al encuentro de los
santos en la presencia del Señor seguirá inmediatamente el tribunal de Cristo.
“Porque todos hemos de estar ante el tribunal de Cristo” Ro. 14. 10. “Porque es
menester que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que
cada uno reciba según lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, ora sea bueno
o malo” 2 Co. 5.10. Nadie que no esté redimido parecerá en este juicio, porque
ellos no serán resucitados de entre los muertos, ni serán transformados. Este
juicio concierne solamente a los creyentes, sin embargo, no decide de su
salvación eterna. Esto quedó ya decidido cuando se hicieron creyentes en
nuestro Señor Jesucristo. Las palabras del Señor en Juan 5.24 lo establecen
terminantemente así: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y
cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más
pasó de muerte a vida”; “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús” Ro. 8.1. La obra y el culto de su pueblo se juzgará por el
Señor en el primer acto de juicio en su obra del porvenir. De esto leemos en 1
Corintios 4.5: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el
Señor, el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará los
intentos de los corazones: y entonces cada uno tendrá de Dios la alabanza.”
Todo se declarará
ante el tribunal de Cristo. Los pecados inconfesos cometidos durante la vida de
los creyentes se sacarán a luz, y se descubrirán todas las cosas ocultas.
Entonces las obras de los creyentes se diafanarán. “La obra de cada uno será manifestada:
porque el día la declarará; porque por el fuego será manifestada; y la obra de
cada uno cuál sea, el fuego hará la prueba. Si permaneciere la obra de alguno
que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno fuere quemada, será
perdida: él empero será salvo, mas, así como por fuego” 1 Co.8. 13-15. El
tiempo vendrá en que el pueblo de Dios recibirá sus premios y galardones.
Entonces los apóstoles, los fieles mártires, los abnegados misioneros y los
siervos de Dios recibirán loores y premios por sus obras. El tribunal es la
corte donde Cristo dicta sentencia. Por esta razón el apóstol escribió a los
fieles Tesalonicenses: “Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de
que me gloríe? ¿No sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo en su
venida? Que vosotros sois nuestra gloria y gozo” 1 Ts. 2.19,20. Y el apóstol
Juan exhorta: “Y ahora, hijitos, perseverad en él; para que cuando apareciere,
tengamos (los apóstoles y maestros) confianza, y no seamos confundidos de él en
su venida” 1 Jn. 2.28. Todos los que creen en Cristo están salvados y gozarán
de una vida eterna, mas no todos reciben premios. Sus obras serán consumidas
por el fuego de ese juicio por no ser más que madera, heno y hojarasca, 1 Co 3
12. A éstos no se les premiará mientras que los santos fieles que trabajaron y
prestaron culto, que se fatigaron siguiendo de cerca las huellas de Cristo,
recibirán el fruto de su fiel abnegación, pero cuáles sean estas recompensas
ningún santo lo sabe.
Cuando se haya
cumplido todo lo relativo a ese tribunal de Cristo, El llevará a los santos
suyos a la casa del Padre para contemplar la gloria que Dios le ha dado, Jn,
17.24. Cristo se presentará la Iglesia a Sí mismo una Iglesia gloriosa, “que no
tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin
mancha" Ef. 5.27. Cristo presenta su Iglesia irreprensible delante de su
gloria con grande alegría, Jud. 24.
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