JUAN 17
Introducción
El
ministerio de gracia de Cristo ante el mundo ha finalizado, y los discursos de
amor a los discípulos han terminado. Estando todo concluido en la tierra, el
Señor dirige la mirada al cielo, el hogar al que pronto entrará. Hemos
escuchado las palabras del Señor que Él hablaba a los discípulos del Padre, y
ahora es nuestro el privilegio de escuchar las palabras del Hijo cuando habla
al Padre en relación con ellos. Esta oración es un ruego singular como no hay
otro entre todas las oraciones, con motivo de la gloriosa Persona que la pronuncia.
Solo una Persona divina pudo decir: «Para que sean uno, así como nosotros»;
«que ellos sean uno en nosotros». Dichas expresiones jamás brotaron de labios
humanos. Neguemos la deidad de su persona y estas palabras devendrán las
blasfemias de un impostor. La oración es singular también con motivo de su
carácter único. Se ha señalado que «no tiene ecos de confesión alguna de pecado,
ningún tono de sentimiento de culpa o defecto, ninguna insinuación de
inferioridad ni súplicas de auxilio».
Nos sentimos atraídos
por su claridad al escuchar a Uno que habla de una eternidad anterior a la
fundación del mundo, en la que tuvo parte en un pasado glorioso. Le oímos
hablar de su camino perfecto en la Tierra y nos transporta hasta los días
apostólicos el que conoce el futuro como un libro abierto. Al expresar sus
deseos para los que creerán en Él por las palabras de los apóstoles, escuchamos
palabras que abarcan todo el periodo del peregrinaje de la Iglesia en la
Tierra. Finalmente, somos llevados en pensamiento a una eternidad aún futura,
cuando estaremos con Cristo y seremos como Él.
Mientras prestamos
atención a los solícitos deseos del corazón del Señor, sentimos que estos
tienen en cuenta nuestro paso por este mundo, pero sin embargo somos
transportados más allá del tiempo para contemplar la inmutabilidad de la
eternidad. Y no obstante la necesidad del lavamiento de pies y de la aportación
de fruto y del privilegio de testificar y sufrir por Cristo, hay cosas más
importantes que, aunque podamos conocer y gozar en el tiempo, pertenecen a la
eternidad. La vida eterna, el nombre del Padre, las palabras y el amor del
Padre, el gozo de Cristo, la santidad, la unidad y la gloria, etc., son cosas
que perdurarán cuando el tiempo haya dejado de existir junto con el lavamiento
de pies, las oportunidades de servicio, las pruebas y los padecimientos.
Escuchando esta oración vemos cuáles
son los deseos del corazón de Cristo, de manera que el creyente puede expresar:
«sé cuáles son los deseos de Su corazón para mí». Y así es como debe ser, ya
que la oración perfecta expresa los deseos del corazón. Nuestras oraciones son
a menudo formales y solo vienen a expresar aquello que nos gusta que otros
piensen que se trata del deseo de nuestro corazón. Pero en esta oración no
existe ningún elemento de formalidad, es perfecta como Aquel que la hace.
En la oración se presentan muchas
peticiones al Padre, que al parecer caen bajo tres deseos predominantes del
Señor, y que trazan las principales divisiones de la oración.
Primero,
está el deseo de que el Padre sea glorificado en el Hijo (vv. 1-5).
En
segundo lugar, el deseo es que Cristo sea glorificado en los santos (vv. 6-21).
Y
el tercer y último deseo es que los santos sean glorificados con Cristo.
H. Smith
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