lunes, 5 de marzo de 2012

EL CRISTIANO Y LA VIDA SOCIAL

En las Escrituras nunca se reco­mienda la vida de ermitaños. Los que han procurado librarse del mal por encerrarse en un monaste­rio o convento, han sufrido una fuerte desilusión, porque el peor mal se encuentra en el corazón hu­mano. Nuestro Señor vivió en me­dio de la sociedad de su día, en­trando en la casa de varios para participar con muchos otros de la  comida provista. Se retiraba de vez en cuando para tener un tiempo de refrigerio aparte de las multitu­des (Luc. 4:42; 9:10), pero comúnmente se mezclaba con las gentes en su vida diaria. Sin em­bargo, ¿quién tan separado como nuestro Salvador de todo el am­biente alrededor? Así él nos da la pauta para la vida cristiana en el mundo.
      Necesariamente tenemos mucho que ver con los hombres en gene­ral, y no podemos evitarlo, "pues en tal caso os sería menester salir del mundo" (1 Cor. 5:10), y te­nemos que pasar nuestra existen­cia en una atmósfera contaminada por el pecado. No obstante, tene­mos la promesa de poder experi­mentar la protección divina en ta­les circunstancias: "Cuando pasa­res por los ríos, no te anegarán. Cuando pasares por el fuego, no te quemarás" (Isa. 43-2): no seremos alcanzados por el mal que nos ro­dea. El bombero lleva su traje de amianto (asbesto), y no recibe daño de las llamas. El buzo trabaja debajo del agua, teniendo puesta su escafan­dra. En el capítulo 17 de Juan ve­mos un cuadro perfecto del cristia­no en su relación con el mundo de acuerdo con la voluntad de Dios:
(1) Sacados del mundo y dados a Cristo, como don del Padre a su Hijo (v. 6). Son como piedras saca­das de las canteras para formar parte del edificio de la iglesia.
(2) En el versículo 2 Cristo habla co­mo ya fuera del mundo, habien­do cumplido la misión que le fue encomendada por el Padre (v. 4), pero reconoce que sus discípulos todavía están en estas circunstan­cias tan difíciles, y ruega que sean guardados en medio de todos los peligros que les amenazan: no hay sugestión de vida de aislamiento, sino más bien de contacto físico pero de separación espiritual, co­mo el rayo de luz que atraviesa la sala del hospital llena de enfermos infecciosos, sin recibir contamina­ción.
(3) Son objeto de odio de parte del mundo (v. 14), y sabe­mos el por qué: es precisamente por causa de la diferencia esencial que existe entre el creyente y el incrédulo (véase Juan 15:18-25), y forman un testimonio contra la maldad que impera en esta esfera. (Juan 7:7)
(4). En los versículos 14-16 el Señor reitera que no per­tenecen al mundo, como él tam­poco pertenece al mundo, una di­ferencia moral que es fundamental. Su vida es distinta y su punto de vista al fijar el valor de lo que per­tenece al mundo pasajero (1 Juan 2:14-17), es completamente dife­rente del que tiene el hombre na­tural. Ya no se trata de preguntas como ¿Qué mal hay en hacer esto o aquello?, sino de hacerlo todo a gloria de Dios. (1 Cor. 10-31). No se procura andar lo más cerca de las prácticas mundanas, sino de sa­lir "de en medio de ellos, y no to­car lo inmundo", y "yo os recibi­ré". (2 Cor. 6:17). En cuanto a la religión del mundo, oímos la pala­bra: "Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas". (Apoc. 18-4). Y en cuanto a nuestras asociaciones, el apóstol enseña: "Si alguno se lim­piare de estas cosas, será vaso para honra, santificado, y útil para los usos del Señor". (2 Tim. 2:21). En cuanto al matrimonio y empre­sas comerciales, etcétera, viene el mandato claro: "No os juntéis en yugo con los infieles". (2 Cor. 6: 14). No somos del mundo, como Cristo no es del mundo.
(5). Mien­tras estamos aquí somos guarda­dos del mal que existe en el mun­do. (v. 15). "Sabemos que cual­quiera que es nacido de Dios, no peca... el maligno no le toca. Sabe­mos que somos de Dios, y todo el mundo está puesto en maldad". (1 Juan 5:18-19). Los que tienen que ser echados de la iglesia por su mal proceder (1 Cor. 5:5), se en­cuentran en la esfera de Satanás, que gana poder sobre ellos: cosa terriblemente solemne.
(6). Pero, a pesar de este apartamiento del mundo, son enviados al mundo (v. 18) para dar su testimonio en un ambiente adverso. (Juan 15:26, 27 y 16:33). Si bien es cierto que el mundo en general los ha de re­chazar y perseguir, Dios es glorifi­cado por el testimonio dado por el poder del Espíritu.
(7) Los discí­pulos son el medio de hacer creer al mundo que el Padre envió al Hijo. (v. 21). La unidad de los cre­yentes a la que se refiere, no es uniformidad, sino la unión básica entre los nacidos de nuevo. Lo que une a los hijos de Dios es mucho más fuerte que lo que los ha divi­dido.
            "Los que están fuera" es la fra­se que se emplea para describir a los que no son de Dios. En Mar­cos 4:11 los vemos como incapa­ces de entender las parábolas, que forman una clase de criba (harnero) para di­ferenciar entre los oyentes. En 1 Corintios 5:13 vemos que los que están dentro de la iglesia son juz­gados en esa esfera, pero a "los que están fuera", Dios los juzga. Hay que andar en sabiduría de­lante de los tales (Col. 4:5), dan­do un testimonio de una vida bien equilibrada, buena y justa. (1 Tes. 2:10).

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