Pero Sion dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó
de mí. ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse
del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí
que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre
tus muros. (Isa 49:14-16)
Allá por
el siglo XIX, en su iglesia de Londres, Carlos Spurgeon se deleitó durante años
en predicar sobre las riquezas de Isaías 49:16, que dice que Dios nos tiene
esculpidos en las palmas de sus manos. Declaró: «¡Un texto cono este ha de ser
predicado cientos de veces!». Un pensamiento así es tan precioso que podemos
meditar en él una y otra vez.
Spurgeon relaciona esta maravillosa promesa
del Señor a su pueblo, los israelitas, con Jesús, el Hijo de Dios, al morir por
nosotros en la cruz, y pregunta: «¿Qué son estas marcas en sus manos? [...] La
herramienta del escultor fue el clavo, hundido por el martillo. Jesús debía ser
sujetado a la cruz para que su pueblo fuera ciertamente esculpido en las palmas
de sus manos"
Como el Señor prometió esculpir a su
pueblo en sus manos, Jesús extendió sus brazos sobre la cruz y los clavos le
traspasaron las manos, para que pudiéramos ser libertados de nuestros pecados, Si
nos vemos —o cuando nos veamos— tentados a pensar que Dios se ha olvidado de
nosotros, lo único que tenemos que hacer es mirar las palmas de nuestras manos
y recordar la promesa de Dios. El Señor ha puesto marcas indelebles en sus
manos por nosotros. Tal es la grandeza de su amor.
Nuestro Pan Diario, 18/09/2020
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