domingo, 13 de junio de 2021

Ganando Almas a la manera bíblica (6)

 


            Antes que una persona pueda ser salva, debe saber que está perdi­da. Este es uno de los principios fundamentales del evangelio. El Señor Jesús lo enseñó repetidas veces: “Los que están sanos no tienen necesi­dad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, si­no a pecadores al arrepentimiento" (Lucas 5:31,32). “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). La Biblia es muy enfática en que todos son pecadores, que to­dos están perdidos, que cada uno de nosotros está en dicho estado (Romanos 3:23). Pero no todos reconocen su condición pecaminosa, o no están dispuestos a admitirlo.

            De hecho, si fuera por el hombre, él nunca sentiría su desesperada condición, ni renunciaría a su pecado, ni lo confesaría con contrición. So­lo el Espíritu Santo de Dios puede turbar tanto al hombre respecto a su impureza espiritual que lo hará correr al Salvador para obtener perdón.

            Existen dos formas en las que el Espíritu Santo convence a los hombres de pecado.

            Primero que nada, Su misma presencia en el mundo con­vence al mundo de pecado (Juan 16:7-11). De hecho, el Señor Je­sús debería estar en la tierra, gobernando como Señor de todo. Pero fue echado y rechazado. En Su ausencia, envió al Espíritu al mundo. El hecho de que el Espíritu esté aquí condena al mundo de:

·         pecado—porque no creyeron en el Salvador, sino que cla­maron: “Acaben con Él”.

·         justicia—porque Cristo volvió al cielo, probando que Él es­taba en lo cierto y el mundo estaba equivocado.

·         juicio—porque Satanás, el príncipe de este mundo, ya ha si­do juzgado y condenado. Si el líder está condenado, también lo están sus seguidores.

            Segundo, el Espíritu Santo obra en los corazones de las personas, abriendo sus ojos al hecho de su desnudez, pobreza y riesgo espiritual. En algunos casos, conlleva un tiempo muy pro­longado de profunda turbación del alma. En otros, es una experiencia más corta, y quizá no es tanto una conmoción espiritual. Pero, cual­quiera sea su profundidad o extensión, tiene que estar la obra convin­cente del Espíritu Santo de Dios antes que un alma pueda ser realmen­te guiada al Salvador.

            La Biblia está repleta de ejemplos de hombres que fueron com­pletamente convencidos de su propia indignidad ante los ojos de un Dios santo.

            David mostró convicción con la simple declaración: “Pe­qué contra Jehová” (2 Samuel 12:13). Vea también el Salmo 51.

            Luego de un largo tiempo de pruebas, Job se rindió al Se­ñor de la siguiente manera: “De oídas te había oído; más ahora mis ojos te ven. Por tanto, me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5-6).

            Cuando Isaías tuvo una visión del Señor, clamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y ha­bitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, jehová de los ejércitos” (Isa. 6:5).

            Simón Pedro vio al Señor, cayó de rodillas y dijo: “Apár­tate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:8).

            En Lucas 15:17-19, el hijo pródigo muestra el resultado de la obra del Espíritu en su vida con estas palabras: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros’ ”.

            El publicano se dio cuenta de su estado delante de Dios Lu­cas 18:13: “estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador”.

            El Espíritu Santo estaba obrando en los corazones de los hombres el día de Pentecostés. Después Pedro les predicó: “Se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:            Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37). No hubo ninguna presión por parte del hombre. El Espíritu hizo la obra.

            Es claro que el apóstol Pablo había sido convencido de su pecado antes de su conversión, porque el Señor le dijo: “Dura co­sa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos 9:5). El aguijón, o aguijada, era un instrumento usado para espolear y hacer avanzar a los animales. Aquí se refiere al hecho de que Pablo había estado siendo turbado a causa de sus pecados por el Espíritu durante algún tiempo previo.

            Por último, el carcelero de Filipos es otro caso a desta­car. “El entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silos; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:29,30).

            Pero, insistimos en que cada persona debe ser iluminada respecto a su condición perdida antes que sienta su necesidad de un Salvador. El ganador de almas sabio mantendrá esto en mente y esperará ver las evidencias de la verdadera convicción. No queremos decir que el pro­ceso en sí mismo pueda detectarse siempre. A veces se manifiesta co­mo una rotunda oposición al evangelio, otras veces aparece como una enfermedad nerviosa o física, otras veces a través del llanto amargo, y otras, permanece completamente oculto.

            Pero el obrero cristiano puede darse cuenta cuándo una persona ha sido totalmente convencida a través de estas claras señales:

·         Ya no hace alarde de ningún mérito o bondad personales.

·         Renuncia completamente a su pecado.

·         No ve ninguna esperanza en las ordenanzas, los rituales, las or­ganizaciones o las personas.

·         Tiene un anhelo intenso por la salvación de Dios (Job 23:3).

            Es imposible llevar a una persona al Señor Jesús hasta que haya to­mado conciencia, por el Espíritu de Dios, de su condición. Correr de­lante del Señor y persuadir a la persona a que esté de acuerdo con una serie de estatutos doctrinales, aunque sean verdaderos, no solo es en vano, sino que definitivamente es peligroso y hasta pecaminoso.

            En este tema importante, la política sabia para el obrero es: “Mas tenga la paciencia su obra completa” (Santiago 1:4). Porque “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmo 127:1). Que el ganador de almas esté seguro de que el Espíritu está conven­ciendo de pecado. Que espere hasta que la obra del Espíritu esté total­mente completa. (Si el obrero realmente está confiando en Dios, no tendrá apuros, Isaías 28:16.) Entonces, presentará al Señor Jesús como el Único que satisface la necesidad más profunda del alma turbada.

   William MacDonald

Ganando Almas a la manera bíblica

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