Antes que una persona pueda ser
salva, debe saber que está perdida. Este es uno de los principios
fundamentales del evangelio. El Señor Jesús lo enseñó repetidas veces: “Los que
están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a
llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento" (Lucas 5:31,32).
“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”
(Lucas 19:10). La Biblia es muy enfática en que todos son pecadores, que todos
están perdidos, que cada uno de nosotros está en dicho estado (Romanos 3:23).
Pero no todos reconocen su condición pecaminosa, o no están dispuestos a
admitirlo.
De hecho, si fuera por el hombre, él
nunca sentiría su desesperada condición, ni renunciaría a su pecado, ni lo
confesaría con contrición. Solo el Espíritu Santo de Dios puede turbar tanto
al hombre respecto a su impureza espiritual que lo hará correr al Salvador para
obtener perdón.
Existen dos formas en las que el Espíritu Santo convence
a los hombres de pecado.
Primero que nada, Su misma presencia en el mundo convence
al mundo de pecado (Juan 16:7-11). De hecho, el Señor Jesús debería estar en
la tierra, gobernando como Señor de todo. Pero fue echado y rechazado. En Su
ausencia, envió al Espíritu al mundo. El hecho de que el Espíritu esté aquí
condena al mundo de:
·
pecado—porque no creyeron
en el Salvador, sino que clamaron: “Acaben con Él”.
·
justicia—porque Cristo
volvió al cielo, probando que Él estaba en lo cierto y el mundo estaba
equivocado.
·
juicio—porque Satanás, el
príncipe de este mundo, ya ha sido juzgado y condenado. Si el líder está
condenado, también lo están sus seguidores.
Segundo, el Espíritu Santo obra en
los corazones de las personas, abriendo sus ojos al hecho de su desnudez,
pobreza y riesgo espiritual. En algunos casos, conlleva un tiempo muy prolongado
de profunda turbación del alma. En otros, es una experiencia más corta, y quizá
no es tanto una conmoción espiritual. Pero, cualquiera sea su profundidad o
extensión, tiene que estar la obra convincente del Espíritu Santo de Dios
antes que un alma pueda ser realmente guiada al Salvador.
La Biblia está repleta de ejemplos
de hombres que fueron completamente convencidos de su propia indignidad ante
los ojos de un Dios santo.
David mostró convicción con la
simple declaración: “Pequé contra Jehová” (2 Samuel 12:13). Vea también el
Salmo 51.
Luego de un largo tiempo de pruebas,
Job se rindió al Señor de la siguiente manera: “De oídas te había oído; más
ahora mis ojos te ven. Por tanto, me aborrezco, y me arrepiento en polvo y
ceniza” (Job 42:5-6).
Cuando Isaías tuvo una visión del
Señor, clamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de
labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto
mis ojos al Rey, jehová de los ejércitos” (Isa. 6:5).
Simón Pedro vio al Señor, cayó de
rodillas y dijo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas
5:8).
En Lucas 15:17-19, el hijo pródigo
muestra el resultado de la obra del Espíritu en su vida con estas palabras:
“¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí
perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como
a uno de tus jornaleros’ ”.
El publicano se dio cuenta de su
estado delante de Dios Lucas 18:13: “estando lejos, no quería ni aun alzar los
ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí,
pecador”.
El Espíritu Santo estaba obrando en
los corazones de los hombres el día de Pentecostés. Después Pedro les predicó:
“Se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?”
(Hechos 2:37). No hubo ninguna presión por parte del hombre. El Espíritu hizo
la obra.
Es claro que el apóstol Pablo había
sido convencido de su pecado antes de su conversión, porque el Señor le dijo:
“Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos 9:5). El aguijón, o
aguijada, era un instrumento usado para espolear y hacer avanzar a los
animales. Aquí se refiere al hecho de que Pablo había estado siendo turbado a
causa de sus pecados por el Espíritu durante algún tiempo previo.
Por último, el carcelero de Filipos
es otro caso a destacar. “El entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y
temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silos; y sacándolos, les dijo:
Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:29,30).
Pero, insistimos en que cada persona
debe ser iluminada respecto a su condición perdida antes que sienta su
necesidad de un Salvador. El ganador de almas sabio mantendrá esto en mente y
esperará ver las evidencias de la verdadera convicción. No queremos decir que
el proceso en sí mismo pueda detectarse siempre. A veces se manifiesta como
una rotunda oposición al evangelio, otras veces aparece como una enfermedad
nerviosa o física, otras veces a través del llanto amargo, y otras, permanece
completamente oculto.
Pero el obrero cristiano puede darse
cuenta cuándo una persona ha sido totalmente convencida a través de estas
claras señales:
·
Ya no hace alarde de ningún
mérito o bondad personales.
·
Renuncia completamente a su
pecado.
·
No ve ninguna esperanza en
las ordenanzas, los rituales, las organizaciones o las personas.
·
Tiene un anhelo intenso por
la salvación de Dios (Job 23:3).
Es imposible llevar a una persona al
Señor Jesús hasta que haya tomado conciencia, por el Espíritu de Dios, de su
condición. Correr delante del Señor y persuadir a la persona a que esté de
acuerdo con una serie de estatutos doctrinales, aunque sean verdaderos, no solo
es en vano, sino que definitivamente es peligroso y hasta pecaminoso.
En este tema importante, la política
sabia para el obrero es: “Mas tenga la paciencia su obra completa” (Santiago
1:4). Porque “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la
edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmo
127:1). Que el ganador de almas esté seguro de que el Espíritu está convenciendo
de pecado. Que espere hasta que la obra del Espíritu esté totalmente completa.
(Si el obrero realmente está confiando en Dios, no tendrá apuros, Isaías
28:16.) Entonces, presentará al Señor Jesús como el Único que satisface la
necesidad más profunda del alma turbada.
William MacDonald
Ganando Almas a la manera bíblica
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