Cuando Noé y su familia salieron del arca, recibió Noé la responsabilidad de gobernar un mundo nuevo. El arco en la nube recuerda el pacto perpetuo de Dios con la tierra, "con todo ser viviente, por siglos perpetuos" (Génesis 9:12), figura lejana de Aquel que había de venir, luz del mundo, en quien sería manifestada en detalle —y mejor que los colores del arco— la infinita belleza y fidelidad de Dios.
Pero, en vez de tomar a pecho la gloria de Dios, Noé, pese a ser un hombre de fe, busca su propia satisfacción y, entregándose a la corrupción, motiva la caída de su hijo menor. Es solemne advertir que Cam era plenamente responsable de sus actos. Pero, de no haberse comportado tan lamentablemente su padre, ¿hubiera caído la terrible maldición que pesó sobre algunos de sus descendientes? ¡Cuán importante es en la práctica el andar de una generación a los ojos de la generación que le sucede!
El capítulo décimo del Génesis nos presenta a esos descendientes de Cam. Entre ellos se destaca Nemrod cuyo nombre significa "rebelde", quien es "vigoroso cazador delante de Jehová" (v. 9).
¿Qué es lo que caracteriza un cazador? El busca su propia satisfacción, su propia gloria a expensas de su víctima. Justamente lo opuesto del pastor, quien se preocupa por el bien de su rebaño. Nemrod fue vigoroso y dominó. Eligió una llanura —no la montaña, cerca de Dios— para levantar la gran ciudad de Babel. Con el objeto de elevarse, se edificó una ciudad de ladrillos y "una torre, cuya cúspide tenía que llegar al cielo". Ladrillos fabricados por la mano del hombre, resultado de su actividad, contraste sorprendente con las "piedras vivas" que serán edificadas sobre el único fundamento, fruto del trabajo del alma de Cristo y de su obra en la cruz.
Satisfacción personal, propia gloria, orgullo, dominación... ¿qué puede resultar de todo esto sino confusión? (Génesis 11:9; Gálatas 5:15). He aquí el resultado de la actividad del cazador, rebelde a Dios, dominador sobre los hombres.
Más Dios tenía otro pensamiento, otro designio; no un cazador, sino un pastor. Ya Abel, pastor de los tiempos antiguos, había llevado la sola ofrenda que podía agradar a Jehová. Y en la descendencia de Sem, ¡cuántos pastores! Jacob se sacrificó por su rebaño; "de día el calor... de noche la helada...", responsable de las ovejas, se dedicó a ellas día y noche (Génesis 31:38-40). Moisés apacentó el ganado en el desierto y en la soledad se formaría el hombre "manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra" (Números 12:3), para conducir al pueblo de Jehová, librarlo de la esclavitud y llevarlo "hacia Dios". David aprenderá con los corderos de su padre los cuidados que necesitan; sabrá librarlos de la mano del enemigo (1 Samuel 17:34); y cuando llegue la hora, Dios podrá tomarlo "del redil, de detrás de las ovejas, para que fuese príncipe" sobre su pueblo Israel (1 Crónicas 17:7). Después, un día, también de la descendencia de Sem vendrá Aquel que podrá decir verdaderamente: "Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor su vida da por las ovejas..." Un pastor reúne, protege y nutre a su rebaño (compárese Efesios 5:29), justamente lo contrario del cazador, quien destruye para elevarse.
¿A cuál de los dos nos parecemos? Sin duda, el cazador Nemrod care-cía de la fe. El era un tipo del Anticristo que, más tarde, se levantará contra todo lo que es divino o quo es objeto de veneración. Mas en nosotros mismos, ¿no tonemos los principios carnales que forman al cazador? Encontramos en unos quizás más que en otros los rasgos del cazador más que del pastor. El carácter se forma en la juventud; el poder del Espíritu de Dios en el creyente puede transformarlo completamente y hacer prácticamente un pastor de un cazador. Pero, si no velamos, el espíritu de dominación puede manifestarse, a menudo a expensas de los demás. "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mateo 11:29, compárese Santiago 3:13).
Es comprensible que un joven creyente no sea llamado para apacentar el rebaño del Señor, así como tampoco David debía reinar sobre Israel antes que Dios lo llamara. Mas en su juventud, sin perder nada de su energía y de su coraje, David aprendió en su retiro a "apacentar las ovejas de su padre" (1 Samuel 17:15). Fue en esos primeros años cuando se formó su carácter, para llevar a cabo la tarea que debía realizar más tarde.
Cuidemos en los años juveniles las tendencias que se forman y se acen-túan con los años, a fin de que —si el Señor no viene antes— podamos, si El lo juzga bueno, ser de aquellos que buscan el bien de las almas caras a su corazón, que proporcionan consuelo y alimento espiritual, que con El recogen, y no de aquellos que ¡ay! desparraman.
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