Dar con liberalidad a
la obra del Señor
Como Pablo,
ha habido muchos mayordomos de los intereses del Señor que fueron celosos y
escrupulosos, muy especialmente en lo que trata del dinero o las ofrendas que
componen el tesoro de las asambleas.
El Señor
se valió de dos cosas para introducir esta enseñanza y principio de establecer
colecta en el pueblo del Señor. La primera cosa era una grande hambre anunciada
y la segunda es la gracia de Dios influyendo a su pueblo para estimularlo a
contribuir en una colecta para ayudar a las necesidades de los santos.
·
Una grande hambre anunciada: “Levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a
entender por el Espíritu que vendría una grande hambre en toda la tierra
habitada.” (Hechos 11:28)
·
Una cooperación prometida: “Solamente nos pidieron que acordásemos de los
pobres, lo mismo que fui solícito en hacer.” (Gálatas 2:10)
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La limpieza de la colecta: Los ofrendantes se ofrecieron a sí mismos primeramente
sin reserva alguna como sacrificio al Señor: “Mas aun a sí mismo se dieron
primeramente al Señor y a nosotros por la voluntad de Dios.” (2 Corintios 8:5)
·
Cuando debía hacerse la colecta: “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros
aparte en su casa, guardando lo que por bondad de Dios pudiere, para que cuando
yo venga, no hagan entonces colectas.” “Pues de su agrado han dado conforme a
sus fuerzas, yo testifico y aun sobre sus fuerzas.” (1 Corintios 16:2, 2
Corintios 8:3)
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La generosidad para dar: “Ahora, pues, llevad también a cabo el hecho, para
que como estuvisteis pronto a querer, así también lo estéis en cumplir conforme
a lo que tenéis.” (2 Corintios 8:11)
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La igualdad para dar: “Cuanto, a la colecta para los santos, haced vosotros
también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia.” (1 Corintios 16:1)
·
La honestidad para guardar y llevar la colecta: “Evitando que nadie nos vitupere en esta abundancia
que ministramos, procurando las cosas honestas, no sólo delante del Señor, más
aún delante de los hombres. Y cuando habré llegado, los que aprobareis por
carta, a estos enviaré que lleven vuestro beneficio a Jerusalén.” (2 Corintios
8:20, 1 Corintios 16:3)
Ahora veremos cómo fueron y son impregnados en la
gracia de Dios los creyentes para dar con liberalidad a la obra del Señor:
·
La
gracia de Dios a las iglesias de Macedonia (2 Corintios 8:1)
·
La
gracia de los macedonios en ofrendar para el servicio de los santos, v. 4
·
La
gracia de Tito para estimular a los corintios en ofrendar para los santos, v. 6
·
La
abundante gracia que Pablo deseaba que practicaran los creyentes, v. 7
·
La
gracia del Señor como monumento sobre toda gracia, v. 9
·
La
gracia honesta del portador anónimo que acompañaba a Tito, v. 19
·
Acción
de gracias a Dios por la solicitud de sus siervos en edificar al pueblo del
Señor, v. 16
Pienso que
hemos llegado a un tema cuando debemos decir con toda franqueza “la verdad en
amor.” Tratándose de la ofrenda del Señor, ¿han reflexionado algunos hermanos
tesoreros lo que representa ese privilegio? ¿Han pensado que es un sacrificio
ofrecido al Señor? ¿Han meditado que con muchas oraciones es ofrecido ese
donativo para el Señor? ¿Han cavilado que entre los ofrendantes hay muchos
pobres y viudas que de su extrema pobreza han dado al Señor, que haya algunos
acomodados que den muy poco, y que haya algunos muy pobres que den mucho? Este
es juicio que sólo compete al Señor. (Lucas 21:1-4)
Se oye de asambleas que tienen miles de bolívares atesorados, mientras
que hay otras necesidades latentes en la obra del Señor. Pronto el Señor vendrá
y aquellos administradores tendrán que dejar el tesoro, pero también tendrán
conciencia de pérdida por no haber tenido sabiduría para administrar.” Para el
ministerio, en servir; o el que enseña, en doctrina; el que exhorta, en
exhortar; el que reparte, hágalo con simplicidad; el que preside, con
solicitud; el que hace misericordia, con alegría.” (Romanos 12:7,8)
Es justo que congregaciones que aspiran tener su local propio tengan su
reserva para el momento de fabricar, y que toda asamblea tenga su reserva para
casos fortuitos, como entierros y otras necesidades. Pero eso de amontonar
dinero no es bíblico. Apartando aquellas necesidades nombradas, los ancianos
deben tener sabiduría para repartir equitativamente el excedente en la obra del
Señor. Al principio de la Iglesia los apóstoles se ocuparon en la oración y el
ministerio de la palabra de Dios; los diáconos se ocuparon en servir o
repartir. (Hechos 6:1-6) El pueblo del Señor contribuía espontáneamente para
las necesidades de la obra.
Fatalmente
siempre ha habido mayordomos infieles, sin capacidad para ministrar los
intereses de la obra del Señor, y sin temor alguno meten la mano y disponen del
tesoro del Señor para su provecho personal. Esto acontece porque algunos se
hacen absolutos. No llaman a consultar con tres o cuatro de sus hermanos
responsables para indagar qué hacer con el tesoro del Señor.
Llama la atención dos casos de mucha honestidad en las ofrendas de los
tiempos de los reyes de Israel, cuando el estado espiritual del pueblo estaba
en muy baja temperatura. “No se tomaba cuenta a los hombres en cuyas manos el
dinero era entregado, para que ellos lo diesen a los que hacían la obra; porque
lo hacían fielmente. Y que no se les cuente el dinero cuyo manejo se les
confiare, porque ellos proceden con fidelidad.” (2 Reyes 12:15, 22:7)
En vista, pues, de evitar los desmanes que escandalizan a los flacos,
recomendamos que los ancianos deben ser hombres y no niños. Debemos tratarnos
con confianza, audacia y gracia para juntarse y pedir al hermano responsable
del dinero que muestre el libro, el dinero o la libreta bancaria donde deposite
el dinero. El hermano no debe enojarse porque se haga este arqueo de caja
periódicamente, pues no se pide cuenta de lo que es de él, sino de lo que es
ajeno. “El que es fiel en lo poco, también en lo más es fiel.”
Otro de los problemas es el de un solo hermano llevando esa carga, y
hasta algunos llevan varios tesoros sin organizar bien su asunto que puede
estar en peligro. En caso de muerte aparecen herederos de donde menos se
espera. Hace poco tiempo murió un miembro de una asamblea, quien tenía cierta
posición económica y muchas veces había hablado de dejar parte de sus bienes
para la obra del Señor, pero como la cosa no fue bien arreglada, el heredero
cargó con todo.
Bien, los
hermanos que guardan el tesoro de la asamblea deberían ser hermanos de tres
solvencias:
·
solvencia
moral, sin acusación de afuera, ni de sus hermanos adentro
·
solvencia
conyugal, sin acusación de su esposa e hijos
·
solvencia
económica, a lo menos sin deuda con nadie (1 Timoteo 3:4-7, Romanos 13:7,8)
Después
de esto, si el dinero está en un instituto, el depositante no podrá sacar el
dinero sin consentimiento de otro hermano; o, un hermano deposita el dinero y
otro tiene la libreta. Este último debe tener franqueza y valor para percibir
la libreta del depositante cada vez que se lleve dinero al banco.
Creo que hemos hablado con llaneza. Nuestro motivo es hacer bien al
pueblo del Señor para que no pase por esas experiencias amargas de mayordomos
infieles e inescrupulosos. Puede ser que la intención de algunos no es hacer
daño a la obra del Señor, pero el terreno del Señor es lugar santo y hay que
quitar los zapatos de los pies. (Éxodo 3:5) Nosotros no podemos juzgar los
motivos o el espíritu del hombre, pero sí es cierto que tras una capa de piedad
se oculta la avaricia como la Balaam, Giezi o Ananías y Safira, y nuestro más
caro y sincero deseo es librar a la asamblea del fraude y librar a un hermano
que caiga en juicio del Señor por su pecado.
Son contados los mayordomos imitadores de José. La norma más elevada de
José fue el temor de Dios, joven que pudo aprovechar de la abundancia de la
casa de su señor, de adquirir todo lo que pudiera por imponer una amenaza de
intimación y acusación moral a la esposa de Potifar. Pero José era fiel; sobre
todo tenía presente que había otro mayor que Faraón y Potifar a quien tenía que
dar cuenta.
Si ante todas las cosas ponemos la gloria del Señor primero, el negocio,
la familia o la asamblea va a prosperar porque Dios no es defraudado. “Así
halló José gracia en sus ojos y servíale; y él le hizo mayordomo de su casa y
entregó en su poder todo lo que tenía.” (Génesis 39:4) En cuanto aparecen las
ambiciones personales, se trocan en codicia o avaricia, y a este pecado le
importa poco traspasar las vallas que Dios ha puesto en sus linderos.
Siba era siervo de la casa de Saúl, y cuando la misericordia de David se
mostró para con la casa de Jonatán, Siba fue ascendido a mayordomo de los
bienes de Mefiboset. Muy humilde se mostró Siba cuando recibió el encargo.
“Respondió Siba al rey: Conforme a todo lo que ha mandado mi señor el rey a su
siervo, así lo hará tu siervo.” (2 Samuel 9:11) Pero en lo que los bienes de su
señor empezaron a prosperar, tuvo envidia. Y, como la envidia trabaja en
secreto, supo esperar hasta que llegó su ocasión, de modo que con presentes y
audacia maquinó para enredar y calumniar a su señor ante el rey.
Por lo general tales personas, cuando son confrontadas, nunca dicen la
verdad. Giezi dijo: “Tu siervo no ha ido a ninguna parte.” (2 Reyes 5:25) Judas
dijo: “¿Por qué no se ha vendido este ungüento por trescientos dineros, y se
dio a los pobres?” (Juan 12:5) “¿Vendisteis en tanto la heredad?” Si, en tanto,
dijeron Ananías y Safira. (Hechos 5:1-10)
No hay que pensar que solamente mayordomos son los que administran el
dinero del Señor; todos somos mayordomos. Es verdad que unos tiene más cargos
que otros. “Porque a cualquiera que le fue dado mucho, mucho será vuelto a
demandar de él, y al que encomendaron mucho, más le será pedido.” (Lucas 12:48)
Parece que a uno le fue dado en la mano y a otro en el cerebro. También parece
que el Señor no pedirá cuenta del volumen sino de la calidad. “Bien, buen
siervo fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo
de tu señor.” (Mateo 25:21)
Muchos mayordomos perdieron sus privilegios por infidelidad. Rubén
perdió su mayordomía por inmoral. (Génesis 49:3,4) Abiatar perdió el sacerdocio
por desleal. (1 Reyes 2:26,27) Israel perdió la mayordomía por infiel. (Lucas
20:9-19, 16:1,2)
De la cita
última sacamos muchas lecciones que nos ayudan y nos estimulan a portarnos
bien. “Mas ahora se requiere en los dispensadores, que cada uno sea hallado
fiel.” (1 Corintios 4:1,2) Esta historia de Lucas 16:1,2 es elocuente y diáfana
al revelarnos que nada se oculta a la sabiduría del Señor:
·
El mayordomo acusado: “Este fue acusado delante de su señor como disipador
de sus bienes.” v.1
Por más secreto que el hombre quiera trabajar, no puede encubrirse de la
presencia de Dios. El hombre puede poner el biombo de las cuatro cortinas a los
cuatro puntos cardinales, pero no hay caparazón para ocultar de arriba los ojos
del Infinito. Acán tomó el anatema en secreto y cometió el doble delito de
enterrarlo en su tienda. Aunque los hijos no lo supieron, él los contaminó y
cayeron en el juicio también por el pecado del padre.
Lo mismo
sucede en la asamblea. El pecado en secreto enoja a Dios, afecta la familia del
pecador, estanca la asamblea sin bendición, contrista el Espíritu del Señor y
enciende un fuego que caldea la conciencia del delincuente, si éste es hijo de
Dios.
·
El mayordomo reprobado: “¿Qué es esto que oigo de ti? Da cuenta de tu
mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo.” v. 2
Esta es una destitución inmediata y para siempre. Aquel mayordomo debía
saberlo, que Dios ha dicho: “Yo honraré a los que me honran, y a los que me
tienen en poco serán viles.” (1 Samuel 2:30) He aquí una de las cosas por lo
cual Pablo se preocupaba: “Antes hiero mi cuerpo y lo pongo en servidumbre; no
sea que, habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado.” (1
Corintios 9:27)
Israel traspasó los límites; pensó que Dios sin Israel sería un
fracasado. Se atrevió hasta poner condiciones: “Simiente de Abraham somos, y
jamás servimos a nadie.” (Juan 8:33) Creyeron que el pacto que Dios concertó
con ellos obligaba a Dios soportar sus transgresiones. Así puede haber hombres
en la iglesia, que se ponen por encima de sus hermanos. Dicen: “Que nadie me
diga nada.” Siendo injertados en la oliva, creen que ellos pueden sustentar a
la oliva, y disponen de las cosas del Señor a su antojo.
El arca
pudo ser tocada por las manos de los filisteos, pudo ser metido en el templo de
Dagón, pudo aceptar ofrendas de tumores y ratones de oro, pudo ser llevado en
un carro tirado por vacas. Pero Dios no tolera que los que conocen su palabra
miren irreverente dentro del arca. (1 Samuel 6:1-20)
·
El mayordomo preocupado: ¿Qué haré que mi señor me quita la mayordomía? Cavar
no puedo, mendigar tengo vergüenza.” v. 3
La preocupación del mayordomo no era arrepentimiento según Dios. Era
preocupación según el mundo, mucho afán por las cosas temporales. Bastardas
ambiciones le tupieron la mente, y no llegó a decir ¿qué pensará Dios de mí?
Tratar las
cosas del Señor de una manera liviana, sin que la persona demuestre un vivo
dolor profundo por su pecado, arranca sospechas, tales como el sujeto no tienen
la raíz de vida; es muy liviana, sin peso alguno, o no tiene intenciones de
resarcir el daño. Dios no queda desagraviado con decir: “Es verdad, yo dispuse
de la cosa, y yo lo pago.” Aunque lo pagará, le costará mucho al sujeto
recuperar la confianza del pueblo del Señor. El israelita tenía que pagar el
daño con cuatro tantos.
·
El mayordomo habituado: ¿Cuánto debes a mi señor? Cien barriles de aceite ...
Cien coros de trigo ... Tu obligación será por cincuenta ... Tu obligación será
por ochenta ...” vv. 6,7
Ya el mayordomo había formado un
hábito en su vida, hábito que terminaría en un destino. Había perdido el temor
y la vergüenza, habiendo sido recriminado y despedido por su señor, recurre al
chantaje y continúa en el fraude. Dijo para sí: “El mal está hecho, mejor es
ayudarme,” olvidando que “un abismo llama a otro” hasta ser “retenido con las
cuerdas de su pecado.”
Aunque el Señor tomó la habilidad malvada de este
hombre para ponerla por estímulo a la perspicacia espiritual que el creyente
debe tener para el reino de los cielos, la conducta de aquel hombre quedó
sellada ante la opinión de aquellos deudores. “Ninguno vive para sí.” ¿Cuánta
influencia tenemos ante los demás para bien o para mal? La mala conducta de un
evangélico puede ser vehículo que conduzca almas al infierno, hasta sus propios
hijos.
Se ha dicho que todo lo que el mundo puede ver de Cristo aquí, lo ve en los creyentes.
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