jueves, 15 de diciembre de 2011

Breves Comentarios

Verdades Elementales del Evangelio
1. Que no hay justo, ni aún uno, porque todos han pecado (Ro­manos 3:10 y 23).
2.  Que Cristo vino para salvar a los pecadores (1 Timoteo 1:15).
3.  Que Dios proclama a todos la salvación por fe en Cristo (Hechos 28:28 y 13:38-39).
4.  Que el pecador puede recibir el perdón ahora y estar seguro de su salvación (Juan 3:16; 2 Timoteo 1:9; 1 Juan 5:13).

¿Pueden las Buenas Obras Salvar a Una Persona?
            "Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios"
Cornelio fue un hombre serio, y sus oraciones y limosnas habían subido delante de Dios. Pero esas oraciones y esas limosnas no pudie­ron salvarle. Por lo tanto se le dijo que enviara por Pedro, "quien", dijo el ángel que llevó el mensaje, "te hablará palabras por las cuales serás salvo tú y tu casa" (Hechos 11:14). Este hombre quien era hombre de obras, y más aún, de obras buenas, tuvo que escuchar palabras y encontrar salvación en ellas. "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (Ro­manos 10:17). Las obras, es cierto, habían subido delante de Dios para un memorial, pero sólo la sangre de Cristo pudo darle su título a la gloria.
Bueno es entender que el caso de Cornelio prueba la necesidad indis­pensable de la sangre de Cristo. Prueba la necesidad de la sangre de Cristo tan claramente como en el caso del ladrón en la cruz quien pudo probar su eficacia. Aquél, Cor­nelio, no necesitó nada menos, y éste, el ladrón, no necesitó nada más que la sangre preciosa de Cristo.
Tanto el malhechor en la cruz como el centurión de Cesarea fueron salvados tan sólo por la sangre de Cristo.
—Carlos H. Mackintosh

Jesucristo es el Pan de Vida
Hay algo que falta a todos los hombres del mundo, sea cual fuese su estado social. El siguiente caso lo demuestra: Un pobre salvaje, natu­ral del Congo (Zaire, África), dijo un día a un siervo de Cristo: "Hombre blanco, mi corazón tiene hambre de algo, y no sé qué es". Más tarde fue convertido a Cristo, y el misionero le dijo: "¿Has hallado ahora la cosa de que tu corazón tenía hambre?" "Sí, señor," fue la pronta contestación, "tenía hambre de salvación".

¿Quién es Cristo?

Esta pregunta (Mateo 16:15) es la más importante que usted pueda formularse jamás. El evangelio de Juan fue escrito para “que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31). Él se hizo hombre  y vivió en esta tierra un poco más de treinta años. Fue declarado justo por un tribunal romano, pero sin embargo fue crucificado. Después de tres días resucitó y cuarenta días más tarde ascendió a los cielos. Volverá otra vez, primero para tomar para sí a todos los que creyeron en Él a fin de tenerlos consigo para siempre, y luego para juzgar al mundo y establecer su reino con poder.

DON Y CAPACIDAD

“Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad” (Mateo 25:14-15).


Dios confiere y forma el poder intelectual. Esto es lo que en la Escritura se llama “la capacidad”. Pero si examinamos la alusión que hace el Señor en esta parábola a este asunto, veremos que él distingue entre “el don” y “la capacidad” —Él dio “a cada uno conforme a su capacidad”—. Cuando Dios llama a los hombres a Su servicio, ya desde antes de su conversión Él acondiciona el vaso conforme a Sus propósitos. Su providencia señala a una persona desde su mismo nacimiento y, desde entonces, Él mismo ordena todas las circunstancias de su vida entera.
            En Pablo podemos ver un muy notable carácter natural, así como ninguna preparación ordinaria ni logros adquiridos mediante estudios formales. La providencia de Dios había ordenado todo esto de antemano en Saulo de Tarso. Pero, cuando fue llamado por la gracia de Dios, fue puesto en él, además,  un don específico que antes no poseía, esto es, una capacidad dada por el Espíritu Santo para asir la verdad, y hacerla efectiva en el alma de los demás. Dios obró por medio de su carácter natural, así como mediante su manera de expresarse y su particular estilo de escritura. Pero todo, si bien emanaba de sus propias capacidades naturales, era llevado a cabo en este nuevo poder del Espíritu Santo que había sido comunicado a su alma.
            Existen, pues, estas dos cosas: la capacidad, que es el vaso del don, y el don mismo, el cual, bajo las órdenes del Señor, constituye la energía motriz y dominante de la capacidad. No existe tal cosa como el don aparte del vaso en el cual aquél actúa.

HISTORIA DE LA SALVACIÓN: Navidad Romana

En la carta a los romanos se nos muestran algunos re­galos que hemos obtenido por el hecho que Jesucristo se hi­ciera hombre. No podemos más que sorprendernos de ellos. Cierta vez recibí una tarjeta navideña con la si­guiente inscripción: "La Navi­dad también es una época de regalos. En todos los comer­cios podemos comprar las co­sas más bonitas para obse­quiar a otros y así darles una alegría. Pero el mejor regalo y único en su especie nos lo dio Dios mismo, al obsequiarse Él mismo a través de su Hijo Je­sucristo. Este regalo nunca pierde su valor ni su vigen­cia..." Esta última frase en particular me conmovió mu­cho. En Jesús tenemos algo que, contrario a las cosas te­rrenales, no pierden ni el valor ni la vigencia, es más, pode­mos decir que lo más lindo aún está por venir. En lo que al cielo se refiere, aún vivimos en los tiempos previos a la Navidad. En una oportunidad C.H. Spurgeon relató una ex­periencia personal: "Hace un tiempo atrás una joven dama solicitó hablar conmigo. Profe­saba ser mormona. Me dijo que había venido a "convertir­me". Evidentemente se había equivocado de persona. Aún así presté atención a su expo­sición, y una vez finalizada le dije: "bien, usted me ha mos­trado su camino al cielo, aho­ra permítame mostrarle el mío." Cuando comencé a ha­blarle quedó perpleja: "¿Acaso cree usted que todos sus peca­dos le fueron perdonados?" preguntó "por supuesto, lo creo." "¿De manera que está convencido que pase lo que pase, un día estará ante el trono del Dios? Entonces us­ted debe ser una persona fe­liz." "Lo soy" repliqué, "verda­deramente soy una persona feliz." "Pues entonces no tiene sentido que le hable, usted tiene más de lo que yo le pue­do ofrecer." ¡Ciertamente, en Cristo tenemos algo que nin­gún otro nos puede ofrecer!"

1. Un regalo doble:
La gracia abundante y la justicia. "Pues si por la trans­gresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucris­to, los que reciben la abun­dancia de la gracia y del don de la justicia" (Romanos 5:17).
"Reinarán en vida por uno solo, Jesucristo" significa que uno consigue tomar el control de su vida no por su propia fuerza y esmero, sino por Je­sús. Suele suceder, que den­tro de un paquete encontre­mos dos regalos en uno, se co­rresponden. Es lo que sucede aquí: 1. Gracia abundante y 2. Justicia.
- La gracia abundante: Si un paquete contiene algo bueno, genial, y si está repleto de esto, mejor aún, pero si de tan lleno que está abunda y desborda, entonces ya no hay palabras para describirlo. En Jesucristo recibimos gracia que abunda, es más, que so­breabunda. Cada uno de noso­tros vive por la llenura de la gracia divina, y cuando Dios regala, lo hace en gran medi­da. ¿Cómo es que lo expresa el salmista? "...mi copa está re­bosando" (Sal. 23:5).
- La justicia. ¿Qué tal nos vendría para la Navidad un vestido o un traje nuevo? Confeccionado en una tela que no existe en la tierra y que no hay nada que se le compare, una tela que desca­lifica completamente los mo­delos de los diseñadores Lagerfeld, Hugo Boss o Armani. Me refiero a la vestidura de justicia, cuya tela es la des­bordante gracia divina, su di­señador y sastre el propio Creador y el material la obra redentora de Jesús.
A la gracia sobreabundan­te corresponde la justicia ab­soluta que Dios nos regala, de no ser así la gracia no se­ría gracia. No existe pecado que Dios no nos quisiera per­donar en Jesucristo. Dios nos viste con vestiduras comple­tamente nuevas. Nos recubre con el vestido de la justicia del Salvador.
Cierta vez recibí el llama­do de una señora mayor que en sus años de juventud había cometido una falta grave. Pe­se a que era una hija de Dios desde hacía ya mucho tiempo, de tanto en tanto resurgía aquel temor, la inseguridad de que ese pecado le hubiese sido perdonado. Pero toda persona que ha recibido la justicia de Cristo, está total­mente vestida de ropa absolu­tamente nueva. Pablo da fe de esto al decir:"porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revesti­dos" (Gá. 3:27). En los tiem­pos de los apóstoles, el bautis­mo se equiparaba a la profe­sión de fe, ya que tras la profesión de fe inmediata­mente seguía el bautismo (Hch. 2:38-41; 8:12.36-38; 9:18; 10:47-48).
Nuestro versículo decía: "Los que reciben la abundan­cia de la gracia y del don de la justicia". Esta gracia abun­dante sólo puede recibirse co­mo un regalo, es el regalo di­vino de la Navidad. Dios quie­re obsequiársela a todos. La salvación de Cristo es para to­dos. Pero realmente sólo reci­ben el regalo quienes acepta­ron la salvación.
"Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hom­bres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida" (Ro. 5:18). Tan real co­mo que el pecado penetró en toda persona y la condenación llegó a todos por la transgre­sión de Adán, de la misma manera es real, que el regalo de la justicia es para toda per­sona, no sólo para unos esco­gidos. No es posible que una cosa pueda afectar a todos y la otra no pueda estar dirigi­da a todos. Sin embargo, en definitiva sólo serán justifica­dos aquellos que han acepta­do el regalo de Jesucristo. A continuación un ejemplo:
Un fabricante de jabones conversaba con un cura. El fabricante criticaba el cristia­nismo: "Con el mayor de los respetos, pero seamos since­ros: ¿Qué es lo que ha logrado la iglesia en sus 2000 años de existencia? El mundo no se ha vuelto ni un poquito mejor por la fe cristiana. Hoy como ayer gobierna la maldad y pululan las personas malas." El cura siguiendo la conver­sación le señaló un pequeño niño sentado al borde del ca­mino: "¿Ve aquel pequeño mugriento? Su fábrica produ­ce jabones desde hace déca­das, y aún así en el mundo to­davía existe suciedad y niños mugrientos." El fabricante sonrió: "¡Bueno, sí, el jabón sólo sirve si uno lo usa!" Y el cura contestó: "¡Pues con la fe pasa lo mismo!"

2. Un certificado de amnistía
"Ahora, pues, ninguna con­denación hay para los que es­tán en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, si­no conforme al Espíritu. Por­que la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era im­posible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en seme­janza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne" (Ro. 8:1-3). Dios nos regala un certificado de amnistía. La carne no pue­de cumplir la ley. Nuestra de­bilidad nos imposibilita vivir de tal manera que seamos jus­tos ante Dios. Por naturaleza ya somos condenados y vivi­mos rumbo a la condenación.
Toda persona siente ese in­nato temor de estar un día en la presencia de Dios y tener que ser juzgada. Por eso, al­gunos estarían encantados con deshacerse de El, otros lo quieren borrar de sus mentes, olvidar y no quieren que al­guien les recuerde el tema. Esto es algo que hasta el día de hoy no se ha logrado, ni se logrará jamás.
Hay un mejor camino: Ya se puede recibir ahora mis­mo la absolución y la garan­tía de que no necesitaremos comparecer ante el tribunal divino. El abogado, Jesucris­to, se encarga de ello. El en­tra a sus prisiones y le hace entrega del certificado de amnistía absoluta.
Fracasamos en cuanto a la ley de Dios debido a nuestro cuerpo de pecado, pero el pe­cado fracasó en el cuerpo de Jesucristo (Rom. 6:6 – 1 P. 2:24). Como el pecado fue con­denado en el cuerpo santo y justo de Jesús, el pecador cre­yente en Jesucristo ya no será condenado.
3 El regalo de la adopción
"Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para es­tar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clama­mos: ¡Abba, Padre! El Espíri­tu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, tam­bién herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos junta­mente con él, para que junta­mente con él seamos glorifica­dos" (Ro. 8:15-17).
El que Dios ya no sea nuestro juez es grandioso, pe­ro recibirlo y tenerlo como Pa­dre lo excede todo. Es común leer que celebridades adopten niños del tercer mundo. Lo hacen por amor al prójimo, porque tienen la posibilidad de hacerlo, pero algunos segu­ramente también para seguir siendo noticia o para mejorar su imagen. Dios lo hace por­que realmente nos ama.
Es casi incomprensible, pero es real: Como hijos de Dios, los pecadores perdonados están más cercanos a Dios que los propios ángeles. Ciertamente los ángeles an­helan ver por dentro la salva­ción, el evangelio de la salva­ción de los hijos de Dios (1 P. 1:12). Los ángeles son espíri­tus que sirven a los hijos de Dios (He. 1:14).

4. El regalo de la gloria
"Pues tengo por cierto ("concluyo pues", "considero")..." (Ro. 8:18).
En otras traducciones lee­mos:
-"...que los sufrimientos del tiempo presente no son na­da si los comparamos con la gloria que habremos de ver después" (Dios habla hoy).
-"...que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser compara­dos con la gloria que nos ha de ser revelada" (La Biblia de las Américas).
En este relato se hace alusión a los estados pasaje­ros, tales como el sufrimien­to, la pérdida, la angustia y la preocupación.
En el Salmo 112:4 leemos: "Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos; es clemente, misericordioso y justo" Y esa es la gran diferencia. Es pro­bable que un hijo de Dios esté atravesando un valle de som­bras, pero en medio de la os­curidad le resplandece la po­tente luz desde la eternidad. Si no es un hijo de Dios, tam­bién atravesará sombras, pero a este no le resplandecerá esa maravillosa luz.
"Antes bien, como está es­crito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en co­razón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo pro­fundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las co­sas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mun­do, sino el Espíritu que pro­viene de Dios, para que sepa­mos lo que Dios nos ha conce­dido" (1 Co. 2:9-12). Dios ha preparado su gloria para los suyos, y sólo los suyos la po­drán ver, pues es un regalo para aquellos que recibieron su Espíritu.
El espíritu permite que una persona sepa lo que ella mis­ma piensa, siente y desea, pe­ro no puede saber estas cosas acerca de otra persona, a me­nos que tenga el espíritu de és­ta. Así, sólo el Espíritu de Dios conoce las razones divinas pa­ra la salvación. Pero como Dios le da su Espíritu a los que creen en su Hijo, también usted puede reconocer lo que Dios le ha regalado. Usted se hace partícipe del discerni­miento de Dios, se hace parte de los pensamientos de Dios. El espíritu de este mundo nunca jamás podrá hacer eso.
Tener nuestra mirada en­focada en la gloria, requiere que nos ejercitemos en ello. Cuanto más lo hagamos, me­nos probabilidad habrá que una situación nos haga caer. "..." (2 Co. 4:16-18).
Otras traducciones dicen: "Por eso no nos desanima­mos", "Por tanto no desfallece­mos". ¡Las fuerzas para vivir que por naturaleza ya tene­mos, se agotan, pero la vida que Dios nos da se renueva día a día!

5. Regalos adjuntos
"Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan (contribuyen, cola­boran) a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Ro. 8:28).
A veces junto al regalo hay otras cosas, como por ejemplo dulces. Por lo general se les da menos trascendencia que a los regalos grandes. Junto a las grandes metas de salva­ción en el cielo, están los "ad­juntos" de la salvación, es de­cir innumerables cosas que desde ya nos sirven para nuestro bien. Un día nos sor­prenderemos cuánto nos sir­vió para bien aquello que ni habíamos notado o prestado atención o sobre lo cual hasta nos habíamos quejado.

6. Un regalo infinito
"¿Qué, pues, diremos a es­to? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su pro­pio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él to­das las cosas?" (Ro. 8:31-32). ¿Quién entre nosotros puede regalarle todo a otra perso­na? Nadie. Algunos pueden regalar mucho, muchísimo.
            Herodes estaba dispuesto a regalar la mitad su reino. Pe­ro nadie lo puede regalar to­do, porque en definitiva no le pertenece todo. Sólo Dios, a quien todo le pertenece, lo puede regalar todo, y lo hace. Tiene el poder de regalarle a cada uno de sus hijos en par­ticular todo, y con eso El no se empobrece. Pablo le escri­bió a los Corintios: "sea Pa­blo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" (1 Co. 3:22-23). Una vez hablé con una persona que podía ver lo bello en ca­da cosa, cada detalle, todo lo llenaba de gozo: La belleza de las montañas, la decora­ción de una mesa o la arqui­tectura de un edificio, etc. Personalmente fue un testi­monio impactante.
William MacDonald escri­be: "¿Si Dios ya nos dio el ma­yor de los regalos, habría un regalo más pequeño que deja­ra de entregarnos? ¿Si ya ha pagado el más alto precio, se negaría a pagar uno menor? ¿Si se ha esforzado tanto en salvarnos, permitiría que vol­viéramos a caer? ¿Cómo no nos dará también con El to­das las cosas?" Mackintosh escribe: "El lenguaje de la in­credulidad dice: ¿Cómo nos dará?, el de la credulidad di­ce: ¿Cómo no nos dará?"
¡Reciba usted también es­tos regalos, es Navidad!

Llamada de Medianoche, Diciembre 2010

UN CREYENTE ¿PUEDE PERDER SU SALVACIÓN?

Satanás jamás deja descansar al creyente. Sin cesar está en actividad (Job 1: 7; 2: 2), acusando a los her­manos día y noche ante Dios (Apocalipsis 12: 10), pro­curando hacerlos tropezar o bien intentando turbarlos. Desde el principio, sus medios para efectuar esta obra de destrucción son los mismos. Todavía hoy, con el fin de hacer vacilar la fe, siembra la duda en los corazones y siempre es el "¿Conque Dios os ha dicho?" de Géne­sis 3: 1.
El hecho de que algunas almas sean turbadas sobre un tema tan claro y tan frecuentemente expuesto como el de la justificación por la fe es la prueba cabal de que el enemigo sigue repitiendo sus ataques. Como lo hizo en el momento de tentar al Señor Jesús en el desierto (Mateo 4:6; Lucas 4: 10), se sirve de la Palabra, recor­dando, por ejemplo, Santiago 2:24: "Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe". Y Satanás añade: « Tú ves cómo tu conducta deja mucho que desear. ¿Dónde están las obras que has hecho? Tú tienes fe, pero eso no es sufi­ciente, puesto que la Palabra dice que no se es justifi­cado por la fe solamente».
Se presentan también otros pasajes cuyo sentido es falseado y que, por ello, mantienen la duda en esa alma angustiada. Así Romanos 11:22: "Tú también serás cortado", o Filipenses 2:12: "Ocupaos en vuestra sal­vación con temor y temblor". También es utilizado Hebreos 6:4-6 para hacer creer que el redimido por Cristo puede muy bien perder su salvación y para qui­tar toda esperanza de restauración a aquellos que han caído en falta. En efecto, ese pasaje dice: "Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gus­taron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena pala­bra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recaye­ron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, cru­cificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio". La persona turbada es así mantenida en una continua inquietud a propósito de su salvación, teniendo siempre temor de que no efectúe bastantes obras para obtenerla o para no perderla.
Haremos dos observaciones: Es peligroso aislar un texto de su contexto y, por otra parte, la Revelación constituye un todo. Acerca de la Palabra dice ella misma: "Los juicios de Jehová son verdad, y a una jus­tos" (Salmo 19:9 V.M.). Esta expresión "y a una" (o todos juntos) nos muestra bien que el sentido de un pasaje debe ser buscado de acuerdo con las verdades conocidas del Libro Santo. Estos dos principios deben guiarnos siempre al examinar una porción de las Escri­turas.

Justificados ante Dios por la fe
A propósito de la justificación, he aquí lo que el apóstol Pablo escribe a los romanos: "Al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Romanos 4: 5), mientras que la enseñanza del apóstol Santiago es ésta: "Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe" (Santiago 2: 24). Aislados de su contexto, estos dos pasajes parecen contradictorios y esta aparente contradicción es motivo de confusión para muchos.
Hace falta comprender que en esas dos porciones de la Palabra se tratan dos temas muy diferentes. En la epístola a los Romanos se trata de la justificación ante Dios y en la epístola de Santiago de la justificación ante los hombres. Dios lee en mi corazón; Él puede discer­nir la realidad de mi fe sin que para eso sean necesarias las obras. En cambio, los que me rodean sólo me pue­den juzgar a través de mi vida práctica: "Yo te mos­traré mi fe por mis obras" (Santiago 2: 18).
Un mismo ejemplo —el de Abraham— se escogió en los dos pasajes citados, lo que es notable. Romanos 4 alude a la escena de Génesis 15: "Mira ahora los cie­los, y cuenta las estrellas... Así será tu descendencia". Eso es lo que Dios dijo. Es suficiente creer para ser jus­tificado: "Y creyó a Jehová, y le fue contado por justi­cia" (v. 5 y 6). Es el versículo recordado en romanos 4:3 y 22, citado igualmente en Santiago 2:23, pero precedido entonces por estas palabras: "Y se cumplió la Escritura que dice...". ¿Cuándo fue cumplida esta escritura? Cuando Abraham ofreció a su hijo Isaac sobre el altar (v. 21). La escena de Génesis 15, durante la cual fue pronunciada la expresión cumplida en Génesis 22, es bastante anterior. Isaac no había nacido entonces. La fe, pues, precede a las obras, las que son solamente la consecuencia y el testimonio de aquélla ante el mundo. En Génesis 22 había testigos ("dos sier­vos suyos") aunque no hayan ido hasta el lugar del sacrificio.
¿Cuál es el resultado en cada una de esas circuns­tancias? Génesis 15: Abraham creyó a Dios. Eso le es "contado por justicia", es justificado ante Dios por su fe. No es cuestión de obras: "Al que no obra, sino cree..." (Romanos 4: 5). Génesis 22: sus obras mani­fiestan su fe. Aquí no se dice que eso le fue contado por justicia; son dos mensajes diferentes los que le son diri­gidos: "El ángel de Jehová le dio voces desde el cielo..." (v. 11). "Y llamó el ángel de Jehová a Abraham segunda vez desde el cielo..." (v. 15). ¿Cuáles son esos dos mensajes? El primero: "Ya conozco que temes a Dios..." (v. 12). El segundo: "Por cuanto has hecho esto... de cierto te bendeciré..." (v. 16-18).
Resulta muy claro, pues, que somos justificados ante Dios por la fe. Las obras que somos exhortados a cumplir nada añaden a una salvación perfecta, la cual está fundada sobre el principio de la fe solamente. Ellas manifiestan esta fe a los ojos de los que nos rodean y muestran que vivimos con el temor de Dios (Génesis 22: 12; ellas no nos procuran la salvación, pero la ben­dición en el camino (22: 16-18). Vean todavía, aparte de esos pasajes, Efesios 2:8-10; Tito 3:5-8; Gálatas 2: 16.
Añadamos lo que nos dice en otra parte la epístola a los Romanos a propósito de la justificación. Es Dios quien justifica (8: 30, 33), Dios y no el hombre. ¿Por qué lo hace? Porque es un Dios de gracia: "siendo jus­tificados gratuitamente por su gracia" (3:24). Pero ¿cómo un Dios justo y santo puede justificar a culpa­bles? En virtud de la obra ejecutada en la cruz: la san­gre de Cristo fue vertida y somos "justificados en su sangre" (5:9). Basta creer eso —"justificados, pues, por la fe" (5: 1) — para tener paz con Dios.

Juntos con Cristo para siempre
El verdadero alcance de Romanos 11 se pierde de vista cuando lo aplicamos a la salvación del alma. Otros pasajes de la Palabra (por ejemplo, la epístola a los Efesios) nos enseñan que los redimidos por Cristo son vivificados y resucitados juntos con Él, que están sentados junto con Él en los lugares celestiales, que la Iglesia es un solo cuerpo con Él. ¿Cómo, pues, podría ser rechazado lo que es uno con Cristo en el cielo? En Romanos 11 se trata de la tierra y no del cielo. La ima­gen escogida por el apóstol —un árbol— lo muestra bien. Este olivo no representa a la Iglesia, sino a la nación judía, y el otro olivo, el salvaje, a las naciones. Escribe el apóstol: "Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles" (v. 13). El Evangelio fue anunciado a las naciones, pero si ellas no perseveran en el temor de Dios, serán cortadas (v. 22), de la misma manera que lo han sido las ramas del buen olivo, es decir, Israel. ¿Po-dría haber en el cuerpo de Cristo miembros a los que se les arrancara de él para hacer lugar a otros? ¿Hay en ese cuerpo alguna diferen­cia entre judíos y gentiles? ¿No dice el apóstol Pedro a los judíos, hablando de los creyentes de entre las naciones: "Ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos..."? (Hechos 15 : 9), y ¿no escribe el apóstol Pablo a los efesios: "Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno... para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo"? (2: 14-16).
No hay, pues, ninguna duda de que en el capítulo 11 de la epístola a los Romanos no se trata del Cuerpo de Cristo, sino de los judíos y de las naciones, responsa­bles del testimonio de Dios en la tierra. Servirse de esta porción de las Escrituras para afirmar que el creyente que no anda fielmente puede perder su salvación estaría en contradicción con todo el resto de la ense­ñanza de la Palabra a ese respecto.

La salvación del alma está definitivamente lograda
La explicación de Filipenses 2:12 también ha sido dada frecuentemente. El apóstol no tiene en vista la jus­tificación cuando escribe: "Ocupaos en vuestra salva­ción con temor y temblor". En la epístola que envía a los filipenses presenta la salvación como la meta a alcanzar: la liberación al final de la carrera. Como poseemos la salvación sobre el principio de la fe — ¿no fue precisamente en Filipos donde él respondió a la pregunta del carcelero: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa"? (Hechos 16: 30-32) — somos exhortados a obrar en vista de esta liberación final. Es un trabajo incesante, un combate contra Satanás que querría hacernos caer en el camino. Sin duda, si tuvié­semos que librar ese combate con nuestras propias fuer­zas y nuestros recursos únicamente, ¿quién de nosotros po-dría pretender alcanzar la meta? Pero "Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Filipenses 2:13). Así, podemos espe­rar con entera confianza "la adopción, la redención de nuestro cuerpo" (Romanos 8: 23-24). La salvación de nuestras almas está lograda; es la salvación de nuestros cuerpos la que esperamos.

Una fe viva y no una simple profesión de fe
El primer versículo de la epístola a los Hebreos muestra claramente que ella fue enviada a creyentes judíos. Dios había hablado a los padres por los profe­tas; cuando "ha hablado por (o en) el Hijo", su pueblo lo rechazó y lo crucificó. Sin embargo, lo hicieron por ignorancia (Hechos 3: 17). Entonces les es anunciado el Evangelio y les es predicado el arrepentimiento. Pero si, después de escuchar, después de entrar en la profe­sión cristiana, rechazan a Cristo y vuelven al judaísmo, Dios no tiene otro medio de salvación que ofrecerles. Eso es lo que el apóstol Pedro dirá después de pronun­ciar las palabras que acabamos de citar (Hechos 4: 12). El considerado pasaje de Hebreos 6:4-5 se aplica, pues, a judíos que han tenido por algún tiempo la apa­riencia de la profesión cristiana, pero sin tener real­mente la vida de Dios. La "buena palabra de Dios" que escucharon, que gustaron, les iluminó; es el mismo caso que el de muchos profesantes (los que pretenden ser creyentes y no lo son) en la actualidad. Han llegado a ser "partícipes del Espíritu Santo". Observemos bien que aquí no es empleada la expresión de Efesios 1:13: "Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo". No se trata del sello del Espíritu Santo, el cual Dios pone sobre sus hijos como una marca de propie­dad; es cuestión de personas que se encontraron en la cristiandad, pero que jamás han formado parte del único "cuerpo" (Efesios 1: 23; 4: 4).
Nada en estos versículos, pues, permite decir que un hijo de Dios pueda perder su salvación y que es imposible que sea conducido nuevamente al arrepenti­miento si ha caído. Un creyente que cae no pierde su salvación, sino que pierde el gozo de su comunión con el Señor. Son dos cosas muy diferentes (Levítico 21:21-23).

Conclusión
Sin duda, estamos en tiempos de relajamiento. En muchos sentidos, es útil considerar con atención nues­tra responsabilidad. "Es ya hora de levantarnos del sueño" (Romanos 13:11-14), y esta exhortación se dirige también a nosotros: "Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras" (Apocalipsis 2: 5). Tenemos necesidad de consi­derar seriamente nuestra marcha individual y colectiva, respondiendo a la invitación que nos ha sido hecha. "Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y vol­vámonos a Jehová" (Lamentaciones de Jeremías 3: 40). Quizás podríamos dudar de que realmente fuese salvo — sólo Dios lee en nuestros corazones— aquel que dijere: «¡Soy salvo, qué me importa andar fielmente o no!». Aquel que cree se convierte en uno que ama, por­que el amor de Dios es derramado en su corazón, y este amor es manifestado guardando Su Palabra (Juan 14: 21-23). De esa manera tenemos que mostrar nuestra fe por obras.
Pero, si nuestra salvación dependiese de nuestra marcha, ¿quién osaría pretender ser salvo? Querer des­pertar la conciencia de los santos adormecidos señalán­doles que su salvación puede ser cuestionada porque su marcha no es lo que debería ser, tendría como único resultado turbarles en lugar de despertarles. Nuestra vida está unida a la de nuestro muy amado Salvador: "Porque yo vivo, vosotros también viviréis" (Juan 14: 19). De sus ovejas, a las cuales ha dado la vida eterna, Él puede decir: "No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre" (10:28-29). Esta salvación, que descansa sobre la obra perfecta de Cristo cumplida en la cruz y que hemos recibido por la fe, no puede sernos quitada. Esta certeza es nuestra felicidad y nuestra paz.
Que ningún hijo de Dios dude de su salvación. Ésta descansa sobre lo que Cristo hizo y no sobre lo que nosotros hacemos. Pero que cada uno de ellos mani­fieste su fe por medio de sus obras, para escuchar esta promesa: "Ya conozco que temes a Dios... de cierto te bendeciré" (Génesis 22: 12, 17). Podrá gozar entonces de una comunión feliz con el Padre y con el Hijo: "Vendremos a él, y haremos morada con él" (Juan 14: 23). También sentirá toda la felicidad que resulta de la obediencia: "Si guardareis mis mandamientos, per­maneceréis en mi amor... Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido" (15: 10-11).
Creced, 1989. Nº 1

LOS TRES ERRORES DE NAAMAN

En 2º Reyes 5 «Naamán general del ejército del rey de Siria, era gran varón delante de su señor, y en alta estima, porque por me­dio de él había dado el Señor Dios sal­vamento a la Siria. Era este hombre va­leroso en extremo, pero leproso» (v. 1).
La descripción que en la Biblia se nos da de Naamán, es la de muchos hoy en día: «hombres fuertes y valero­sos, ¡pero leprosos!».
Una joven sirvienta israelita tomada cautiva de guerra, servía a la esposa de Naamán, y un día dice a su señora: «Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria él lo sanaría de su lepra» (v. 3). Naamán, decide ir a Samaria; se pone en camino para obtener la ansia­da curación a su mal, pero comete tres errores.
En primer lugar cambia el destinata­rio. En vez de ir al profeta, va al rey de Israel. Sin duda alguna que él creyó mejor esto, que ir al profeta. El rey de Israel no podía hacer mucho más que el rey de Siria. No tenía ningún poder para sanar de la lepra. Sólo Dios podía dar a Su profeta el poder de hacerlo.
Pero en esto hay una lección para ti, que lees, pues si bien no eres leproso, sí que estás dañado de un mal más grave: eres un pecador. Puede ser que escondas tus pecados bajo el barniz de una moral intachable, engañando a los hombres, pero no a Dios, quien conoce tu estado. ¿Quieres ser curado de tu mal —librarte de tus pecados—? Ve a Jesús. No hagas como Naamán, bus­car otras personas, o medios. Perderás el tiempo. Sólo Jesús podrá hacerlo. Leemos en la Biblia: «Porque uno es Dios, único también el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús tam­bién él hombre, que se entregó a sí mismo para redención de todos». «Y no hay salvación para ningún otro, pues ningún otro hombre debajo del cielo es dado a los hombres para salvarnos» (1.a Timoteo 2:5,6, y Hechos 4:12, Ed. Pinas). Cualquiera que diga que no en­cuentra este asunto claro, con estas es­crituras, es querer cerrar los ojos a tan meridiana luz.
El segundo error de Naamán es el querer aportar sus méritos: La carta de recomendación del rey de Siria, 10 ta­lentos de plata, 6.000 piezas de oro, en­tre otras cosas. Pero el profeta no hace ningún caso de ello (v. 5-9). El hombre es sólo salvado por la plena gracia de Dios. En cuanto a ti, ¿qué puedes pre­sentar a Dios? ¿Algún título? Sólo uno: el de pecador, pues ante El, no tienes otro. ¿Acaso tus obras? Para Dios son «trapos de inmundicia» (Isa. 64:6). ¿Eres rico? No importa, nunca tendrás tu per­dón con «oro o plata, sino con la pre­ciosa sangre de Cristo». La salvación no se compra, se recibe como un don gratuito de Dios: «Por gracia sois salvos por la fe: y esto no de vosotros pues es don de Dios» (1.a Ped. 1:18 y Efesios 2:8).
Y el tercer error del general, es su impugnación a lo que le ordena el pro­feta. El prefería hacer lo que le era más agradable, y no sumergirse siete veces en el Jordán, cosa humillante para él, gran general del rey de Siria; «Y Naamán se fue enojado». Sus cria­dos, más sabios que él, le aconsejaron obedecer simplemente la palabra de Eliseo. «Entonces descendió... conforme a la palabra del varón de Dios,...y fue limpio» (v. 10-14). ¡Oh, querido lector!, aprende esta lección, y no quieras tú discutir con Dios, sobre el medio de la salvación. Si quieres salvarte, debes creer y obedecer, ya que «plugo a Dios... salvar a cuantos crean en El» (1° Cor. 1:21, Rgna).

DISCERNIR ENTRE LO BUENO Y LO MALO

La frase citada es parte del versícu­lo 9 del capítulo 3 de 1 Reyes, que dice: "Da pues a tu siervo corazón dócil (en­tendido) para juzgar a tu pueblo, para discernir entre lo bueno y lo malo: por­que ¿quién podrá gobernar este tu pue­blo tan grande?" Esa petición a Dios la hizo Salomón en atención a que Dios le dijo: "Pide lo que quisieres que yo te dé". ¡Qué privilegiado fue Salomón! y ¡qué sabia petición es la que hizo! Pero en ese sentido ¿fue él más favorecido que nosotros? ¿No nos ha dicho el Señor: "pedid, y se os dará"? (Mt. 7: 7.) La promesa de Dios a Salomón y la del Se­ñor a nosotros son idénticas; la diferen­cia de resultados consiste en lo que aquél pidió y lo que nosotros pedimos. El ro­gó que se le diese sabiduría para usarla en un muy alto y noble motivo: discer­nir entre lo bueno y lo malo, para gober­nar acertadamente el pueblo de Dios. Nosotros flaqueamos frente a las gran­des posibilidades que se nos ofrecen, ti­tubeamos y pedimos equivocadamente. Nos falta la fe para aprovechar de la oportunidad que se nos brinda, y enton­ces pedimos mal y no recibimos. (Sant. 4: 3.) El resultado es inconstancia, y la consiguiente veleidad se traduce en una vida que Santiago dice ser "semejante a la onda de la mar", un carácter débil, una vida fluctuante, movida por el me­nor soplo de circunstancias. Una tal per­sona no puede ser columna en el testimonio; ni podrá guiar, gobernar ni edi­ficar al pueblo de Dios; le faltan firme­za y conocimientos espirituales.
Pero si esa fuera la condición nues­tra, se nos dice: "Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere (no reprocha); y le será da­da". De esto se entiende que Dios reco­noce que necesitamos de la sabiduría su­ya y la ha puesto a nuestra disposición en igual manera que lo hizo con Salo­món: a la medida de la fe y del motivo que se tiene para hacer la petición. (St. 4: 3.)
Al sobreveedor u obispo Dios le di­ce que es necesario que tenga "buen sen­tido" (Tito 1: 8 V. M.), que en realidad es sabiduría para poder poner en orden las cosas, (v. 5.) La falta de templanza, del "buen sentido" de la sabiduría, fru­tos de la verdadera comunión con el Se­ñor, en un hermano que ha apetecido obispado, esa obra buena (1 Tim. 3:1), debe demostrarle que se ha equivocado, o a lo menos, que no está cumpliendo con el sagrado y delicado deber de obis­po. ¿Qué hacer? No le quedan más que dos caminos: o confesar su equivocación y retirarse, o de lo contrario confesarla y buscar de Dios la sabiduría para discer­nir entre lo bueno y lo malo, ordenar su vida y su manera de pensar, y dedicarse humildemente, considerándose a sí mis­mo, a edificar al pueblo de Dios en la iglesia en la cual está, dirigiendo con mansedumbre las cosas de Dios y poniéndolas en orden. No hay posición entre estos dos extremos autorizada por el Señor de la iglesia: o es un verdadero sobreveedor cumpliendo la misión del tal, y ocupa equivocadamente un lugar que no le corresponde. Pero, lástima es tener que admitirlo, algunas personas insisten en permanecer en donde se han colocado a sí mismas sin cumplir con las obligaciones que Dios exige del obispa­do que pretenden ejercer. El efecto de este estado de cosas es fatal; la iglesia es retardada en su desarrollo y creci­miento en las verdades bíblicas; vegeta, faltándole ese espíritu de dinamismo y progreso, y por lo general termina por no saber discernir entre lo bueno y lo malo, cayendo entonces fácil víctima a la infiltración de tendencias humanas y mundanas, tanto en su forma de vivir como en sus creencias y su posición re­ligiosa —para esa iglesia poca o ningu­na diferencia hay entre los diferentes grupos en que está dividida la cristian­dad ; no saben discernir por falta de en­señanza adecuada y por carencia del no­ble ejemplo que la iglesia tiene dere­cho a esperar de los obispos, en fe, vir­tud (noble carácter), ciencia (conoci­miento), templanza (dominio de sí mis­mo), paciencia, piedad en semejanza al Señor (temor de Dios), afecto fraternal y amor. (2 P. 1:5-7.)
Pero no pensemos que sólo los obis­pos tienen la obligación ante Dios de te­ner el espíritu de discernimiento entre lo bueno y lo malo. Cada miembro de la iglesia está en el deber de "crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Se­ñor y Salvador Jesucristo". (2 Ped. 3: 18).) Además, en Efes. 4: 13 hay una exhortación dirigida a todos los creyen­tes diciéndoles que deben llegar a la "unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios". La tendencia de culpar a los hermanos sobreveedores por todos los males que puedan afligir a la iglesia es un error, pues es muy difícil guiar bien a la grey cuando ésta se opone a la dirección de Dios por el Espíritu, cuan­do sus prácticas están reñidas con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras; cuando se han dejado poseer por las su­gerencias equivocadas de Satanás, que dice: "seréis como dioses sabiendo el bien y el mal". El "bien y el mal" de Sa­tanás no debe confundirse con el "discer­nir entre lo bueno y lo malo" de Dios. El diablo dice que lo bueno es malo y lo malo es bueno; mientras que Dios da a sus servidores humildes el poder de dis­cernir y saber lo que es bueno en su con­cepto, para seguirlo, y lo que es malo, para evitarlo, gobernando acertadamen­te la vida.
Cuando los miembros en la iglesia y los sobreveedores en ella piden bien, se puede esperar una iglesia saludable, que marcha de acuerdo al modelo del Nue­vo Testamento.

Sendas de Luz, Junio-Julio 1975

Teología Propia

Personalidad de Dios.

           

            Se define por personalidad como un  conjunto de características o patrones que definen a una persona, es decir, los pensamientos, individualidad, determinación propia, sentimientos, actitudes, hábitos y la conducta de cada individuo, que de manera muy particular, hacen que las personas sean diferentes a las demás.  
            Se debe tener en cuenta que no es suficiente sólo el conocimiento, por que los animales tienen algún grado de esto (y en ocasiones más que el hombre) sino la conciencia de sí. El tener conciencia de quienes somos, de saber como nos llamamos y de conocer a quien tenemos delante de nosotros; además de la voluntad de emprender empresas con algún propósito claro y definido. Pero lo que definitivamente separa al hombre de los animales es la capacidad de tener emociones y, por sobre todo, tener la capacidad de pensar.
            Por tanto, cada uno de esto elementos por sí solo no constituye personalidad, sino la unión de todos ellos. La unión completa de estas cualidades es lo que determinan la personalidad.
            La personalidad también es definida como una máscara, de modo una persona actúa tras ella, representado una actitud que de otra forma no podrían manifestarse. Esta palabra viene del griego “personare” (de donde deriva personalidad) que significa “sonar a través de” y era utilizada por los actores del teatro griego para realizar sus representaciones y manifestar las actitudes y sentimientos de los personajes.
            En el caso de Dios, también utiliza esa máscara, no para mostrar una falsa apariencia y engañar a través de ella, sino para mostrar una personalidad que no puede ser representada de ningún modo por que es imposible expresar las características propias de la Deidad. Dios tiene personalidad y existe por si mismo (Éxodo 3:14).
            Para poder expresar la personalidad de Dios, debe ser llevada a un nivel humano, ya que de ese modo podemos entenderlo y mirarlo, porque Él es incompresible. Dios había preguntado a que le compararemos (Isaías 40:25) y la respuesta es que debemos compararlo a  lo más semejante de su creación: el ser humano. En él puso algunos de sus propios atributos morales y les dio vida  a través de su propio aliento, constituyéndolo en un ser viviente. Es decir, Dios es una persona a la que podemos atribuirle características humanas para po-der entender su proceder, de lo contrario no estaríamos a la altura para poder, ni siquiera, imaginarnos los que Dios siente.
            Con respecto a las filosofías anti teísta, el Panteísmo[1]  niega que Dios tenga  Personalidad, ya que dicen que todo lo que nos rodea es Dios, lo cual contradice lo que claramente indica las escrituras: que Dios es una persona.
            El énfasis Bíblico siempre dice que Dios es un Ser Individual, que tiene voluntad, es capaz de sentir y escoger. Al decir que Dios es persona o que tiene personalidad queremos decir que tiene en sí los elementos constitutivos de la personalidad humana. En la Biblia podemos encontrar algunos elementos que constituye la personalidad de Dios, que “habla” (Génesis 1:3), “ve” (Génesis 11:5),  “oye” (Salmos 94:9), que se enoja (Éxodo 32:12) y experimenta dolor (Génesis 6:6).
            La comunión cristiana es entre dos personas, entre Dios y los hombres. Es la relación personal entre cada uno de nosotros y nuestro Padre Celestial. Sino fuese una persona, esta relación o comunión no podría existir.

 

Elementos de la Personalidad de Dios.

            Examinemos algunas características que son humanas y son utilizadas para representar la personalidad de Dios.
a)     Tiene una conciencia Racional, piensa:
            Se define por conciencia racional la capacidad de auto conocerse o del conocimiento que tiene de si mismo -- sus valores morales--, y manifestar y exponer hacia los demás su  razonamiento.  Por lo tanto, podemos concluir y afirmar que “piensa”.
            Para confirmar lo expresado en el párrafo anterior, veamos algunos versículos que nos ilustran esta cualidad:
·         Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros,  dice Jehová,  pensamientos de paz,  y no de mal,  para daros el fin que esperáis.  (Jeremías 29:11)
·         “…que llamo desde el oriente al ave,  y de tierra lejana al varón de mi consejo.  Yo hablé,  y lo haré venir;  lo he pensado,  y también lo haré.  (Isaías 46:11)
·         Pero mis palabras y mis ordenanzas que mandé a mis siervos los profetas,   ¿no alcanzaron a vuestros padres?  Por eso volvieron ellos y dijeron: Como Jehová de los ejércitos pensó tratarnos conforme a nuestros caminos,  y conforme a nuestras obras,  así lo hizo con nosotros.  (Zacarías 1:6)
 
b)    Es consciente de quien Es.
            Se define conciencia como el conocimiento  que tenga sobre un determinado asunto o de si mismo. En el caso de Dios, Él es plenamente consciente de quien es, que es Dios y que no hay otro Dios a parte de él, y que nada se asemeja a él.       
            Leamos los siguientes pasajes que nos ayudarán a comprender este tema:
·         Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos;  porque yo soy Dios,  y no hay otro Dios,  y nada hay semejante a mí… (Isaías 46:9)
·         Porque yo Jehová soy tu Dios,  quien te sostiene de tu mano derecha,  y te dice: No temas,  yo te ayudo.  (Isaías 41:13)
·         Oye,  pueblo mío,  y hablaré; Escucha,  Israel,  y testificaré contra ti: Yo soy Dios,  el Dios tuyo. (Salmos 50:7)
 
c)     Tiene una Determinación Propia, tiene voluntad:
      Determinación es distinguir, discernir, causar o producir. La determinación es usar la voluntad para realizar acciones para algún fin. Dios utilizó esta voluntad o determinación al crear  todo el universo (Génesis 1). Usó su voluntad a decir “hagamos al hombre” (Génesis 1:26) y formarlo del polvo de la tierra. Incluso, la determinación de Dios llevó a dar un medio de salvación al hombre por medio de la obra del Señor Jesucristo en la cruz del calvario.
      Revisemos algunos textos que nos hablan de la determinación de Dios.

·         Nuestro Dios está en los cielos; Todo lo que quiso ha hecho. (Salmos 115:3)
·         Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos;  porque yo soy Dios,  y no hay otro Dios,  y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio,  y desde la antigüedad lo que aún no era hecho;  que digo: Mi consejo permanecerá,  y haré todo lo que quiero; que llamo desde el oriente al ave,  y de tierra lejana al varón de mi consejo.  Yo hablé,  y lo haré venir;  lo he pensado,  y también lo haré. Oídme,  duros de corazón,  que estáis lejos de la justicia: Haré que se acerque mi justicia;  no se alejará,  y mi salvación no se detendrá.  Y pondré salvación en Sion,  y mi gloria en Israel. (Isaías 46:9-13)
·         Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada;  y él hace según su voluntad en el ejército del cielo,  y en los habitantes de la tierra,  y no hay quien detenga su mano,  y le diga:   ¿Qué haces?  (Daniel 4:35)
 
d)    Puede arrepentirse
      Siempre se ha discutido si Dios puede arrepentirse, puesto que Génesis 6:6 dice que se arrepintió de haber hecho al hombre y  en Números 23:19 dice [que no es] hijo de hombre para que se arrepienta.
      Primero debemos dar una definición a la palabra arrepentimiento. Por lo cual,  se define como un cambio de acción ante una situación definida. También se define como “lamento” o “sentir remordimiento”. Por lo tanto, la palabra tendrá un sentido u otros, según el uso que le demos.   
      Siguiendo este razonamiento Dios puede arrepentirse, ya que cambia de una dirección que sigue ante situaciones específica. Vemos que los hombres se había hecho perverso en Génesis 6 y Dios decide raer a los seres humanos pero sin destruirlos porque vio que una sola  familia era santa y esta era de Noé.
                En cambio en Números 23:19 esta hablando de las debilidades del hombre y que Dios no comparte,  en sentido de mentir para luego tener remordimientos (arrepentirse). Dios es libre de pecado por lo cual, el no cambia la forma de pensar que tiene, el sigue un propósito claramente definido. Por lo tanto, cuando decimos que Dios se arrepiente, no decimos que sus propósitos han cambiando sino que hay solamente un cambio de manera.
       Revisemos con cuidado lo siguientes texto y meditemos en ellos, recordando con  sólo representaciones antropomórficas de Dios, que son solo figuras para representa lo que Dios quería decir de sí.
·         Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra,  y le dolió en su corazón. (Génesis 6:6)
·         Y cuando el ángel extendió su mano sobre Jerusalén para destruirla,  Jehová se arrepintió de aquel mal,  y dijo al ángel que destruía al pueblo: Basta ahora;  detén tu mano.  Y el ángel de Jehová estaba junto a la era de Arauna jebuseo.  (2 Samuel 24:16)
·         Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo. (Éxodo 32:14)

            En Mateos 27:1-7 leemos del “arrepentimiento” de Judas, y aquí vemos aquí que no es más que remordimiento. Y no pudiendo llevar la culpa, se quitó la vida. Esto no es el arrepentimiento que podemos entender que Dios realiza en determinada situaciones. Estos son meros sentimientos humanos ante situaciones extremas. Dios está por sobre debilidades humanas, por lo cual es imposible que esté sujeto a estos vaivenes.

e)     Puede entristecerse:
      Por definición dolor es sensación molesta y aflictiva, y por lo general  desagradable en el cuerpo o en el espíritu. Por tanto, el pecado del hombre provoca reacción profundamente dolorosa a Dios mismo, porque el  versículo menciona el corazón, siendo el corazón, según la Biblia, el centro del ser humano, donde está asentado las emociones, la mente: lo más profundo del ser. Por tanto, el dolor de Dios no fue somero, sino de una intensa profundidad por causa del pecado del hombre.
·         Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra,  y le dolió en su corazón. (Génesis 6:6)

f)      Puede airarse:
      Al ser Dios santo y justo, la manifestación de su ira es asimismo propia y justa. Sin embargo, las Escrituras afirman que Dios  es “tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Ex, 34:6; cfr: Nm 14:18: Neh 9:17; Sal 86:15; 103:8; 145:8; Nah 1:3; cfr. Ro 9:22). La clave de  la manifestación de la ira de Dios se da en Ro 1:18, “se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombre que detienen con injusticia la verdad”. Pese a que Él es lento para la ira, ésta se manifiesta, y se ha manifestado gubernamentalmente en la historia, con juicios sobre el pueblo de Israel, al provocarlos ellos a ira con sus múltiples infidelidades, injusticia, rapiñas, maldades y rebeliones (cf.  Ex 32:10; Lv 26:14-46; Nm 11:1-34; 12:1-15; Dt. 9:7-29; Jue 2:12; 2:20; 3:8; 10:7; 2 R 24:20; 2 Cr 36:16; Esd 5:12; 9:26); 10:7; 2 R 24:20; 2 Cr 36:16; Esd 5:12; 9:26)[2].
      En el cuadro bíblico completo, la ira de Dios no es una emoción o un estado de ánimo de enojo, como lo es la firme oposición de su santidad al pecado. Por consiguiente, la ira de Dios es vista en sus efectos, en el castigo al pecado por parte de Dios en esta vida y en la próxima[3].

·         Y se enojó Jehová contra Salomón,  por cuanto su corazón se había apartado de Jehová Dios de Israel,  que se le había aparecido dos veces… (1 Reyes 11:9)
·         Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad. (Romanos 1:18)

g)    Puede ser celoso
      Los celos son un sentimiento que se expresa cuando la persona afecta de los mismos comete una infidelidad o una acción en la cual  el poseedor exclusivo pasa a ser un actor secundario. Es decir, aquello que se poseía es entregado a otro, para que ese otro comparta del mismo bien.
      En la escritura el término se refiere a la emoción que surge cuando se infringe o se niega el derecho a la posesión exclusiva. Describe la actitud de Dios hacia la violación de su derecho al servicio y adoración exclusiva de su pueblo. Dios es un Dios celoso (Ex 20:5); su nombre es Celoso (Ex 34:14); y es muy celoso de su santo nombre (Ez 39:25) y también por el bien y bienestar de su santa ciudad (Zac 1.14).
      La palabra celo, tanto en el griego como el hebreo, tienen el mismo sentido. En griego proviene la palabra “Zelos” proviene de una raíz que significa “estar caliente, entrar en ebullición”. En hebreo proviene de la palabra “Quin-ah”, cuya  raíz designa el rojo que sale del rostro de un hombre apasionado.
·         …porque el Dios celoso,  Jehová tu Dios,  en medio de ti está;  para que no se inflame el furor de Jehová tu Dios contra ti,  y te destruya de sobre la tierra. (Deuteronomio 6:15)

h)    Puede amar
      El Amor es el mayor sentimiento que puede tener una persona. No existe otro que pueda superar lo que enseña. El amor es de tal profundidad, que la persona que  lo posee, es capaz de rendir su vida por  la persona objeto de su amor. Es capaz de sacrificar lo más preciado por el ser amando. El mismo Señor Jesucristo había dicho que no hay mayor amor que poner la vida  por sus amigos (Juan 15:13). Lo mismo que había enseñado lo puso en práctica al morir por la  humanidad, para remisión de pecado para todo aquel que quiera.
      Juan 3:16 muestra en forma específica lo que Dios tuvo que sacrificar por amor al mundo.

·         El ama justicia y juicio; De la misericordia de Jehová está llena la tierra. (Salmos 33:5)
·         Porque de tal manera amó Dios al mundo,  que ha dado a su Hijo unigénito,  para que todo aquel que en él cree,  no se pierda,  mas tenga vida eterna. (Juan 3:16)

i)      Puede ser misericordioso

      Misericordia se define como lealtad o amor leal. En Dios se destaca su carácter compasivo o actitud bondadosa, y esta actitud es siempre del ofendido al ofensor. La manifestación de su lealtad se ve en que siendo pecadores e inclinados de continuo al mal, por tanto no incumplidores de nuestra parte (vea el caso de Israel, como Dios los llamaba con amor y severidad a cumplir la parte que le correspondía en el pacto de la ley) nos dio un medio unilateral de salvación en su Hijo el Señor Jesucristo.
     
·         Misericordioso y clemente es Jehová; Lento para la ira,  y grande en misericordia. (Salmos 103:8)
·         Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, Engrandeció su misericordia sobre los que le temen. (Salmos 103:11)
·         Habéis oído de la paciencia de Job,  y habéis visto el fin del Señor,  que el Señor es muy misericordioso y compasivo. (Santiago 5:11)


[1] Revisar acerca de este tema en la página 145.
[2] Extracto del Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado, Clie.
[3] Diccionario de Teología, E.F. Harrison.