jueves, 15 de diciembre de 2011

DON Y CAPACIDAD

“Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad” (Mateo 25:14-15).


Dios confiere y forma el poder intelectual. Esto es lo que en la Escritura se llama “la capacidad”. Pero si examinamos la alusión que hace el Señor en esta parábola a este asunto, veremos que él distingue entre “el don” y “la capacidad” —Él dio “a cada uno conforme a su capacidad”—. Cuando Dios llama a los hombres a Su servicio, ya desde antes de su conversión Él acondiciona el vaso conforme a Sus propósitos. Su providencia señala a una persona desde su mismo nacimiento y, desde entonces, Él mismo ordena todas las circunstancias de su vida entera.
            En Pablo podemos ver un muy notable carácter natural, así como ninguna preparación ordinaria ni logros adquiridos mediante estudios formales. La providencia de Dios había ordenado todo esto de antemano en Saulo de Tarso. Pero, cuando fue llamado por la gracia de Dios, fue puesto en él, además,  un don específico que antes no poseía, esto es, una capacidad dada por el Espíritu Santo para asir la verdad, y hacerla efectiva en el alma de los demás. Dios obró por medio de su carácter natural, así como mediante su manera de expresarse y su particular estilo de escritura. Pero todo, si bien emanaba de sus propias capacidades naturales, era llevado a cabo en este nuevo poder del Espíritu Santo que había sido comunicado a su alma.
            Existen, pues, estas dos cosas: la capacidad, que es el vaso del don, y el don mismo, el cual, bajo las órdenes del Señor, constituye la energía motriz y dominante de la capacidad. No existe tal cosa como el don aparte del vaso en el cual aquél actúa.

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