La frase citada es parte del versículo 9 del capítulo 3 de 1 Reyes, que dice: "Da pues a tu siervo corazón dócil (entendido) para juzgar a tu pueblo, para discernir entre lo bueno y lo malo: porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?" Esa petición a Dios la hizo Salomón en atención a que Dios le dijo: "Pide lo que quisieres que yo te dé". ¡Qué privilegiado fue Salomón! y ¡qué sabia petición es la que hizo! Pero en ese sentido ¿fue él más favorecido que nosotros? ¿No nos ha dicho el Señor: "pedid, y se os dará"? (Mt. 7: 7.) La promesa de Dios a Salomón y la del Señor a nosotros son idénticas; la diferencia de resultados consiste en lo que aquél pidió y lo que nosotros pedimos. El rogó que se le diese sabiduría para usarla en un muy alto y noble motivo: discernir entre lo bueno y lo malo, para gobernar acertadamente el pueblo de Dios. Nosotros flaqueamos frente a las grandes posibilidades que se nos ofrecen, titubeamos y pedimos equivocadamente. Nos falta la fe para aprovechar de la oportunidad que se nos brinda, y entonces pedimos mal y no recibimos. (Sant. 4: 3.) El resultado es inconstancia, y la consiguiente veleidad se traduce en una vida que Santiago dice ser "semejante a la onda de la mar", un carácter débil, una vida fluctuante, movida por el menor soplo de circunstancias. Una tal persona no puede ser columna en el testimonio; ni podrá guiar, gobernar ni edificar al pueblo de Dios; le faltan firmeza y conocimientos espirituales.
Pero si esa fuera la condición nuestra, se nos dice: "Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere (no reprocha); y le será dada". De esto se entiende que Dios reconoce que necesitamos de la sabiduría suya y la ha puesto a nuestra disposición en igual manera que lo hizo con Salomón: a la medida de la fe y del motivo que se tiene para hacer la petición. (St. 4: 3.)
Al sobreveedor u obispo Dios le dice que es necesario que tenga "buen sentido" (Tito 1: 8 V. M.), que en realidad es sabiduría para poder poner en orden las cosas, (v. 5.) La falta de templanza, del "buen sentido" de la sabiduría, frutos de la verdadera comunión con el Señor, en un hermano que ha apetecido obispado, esa obra buena (1 Tim. 3:1), debe demostrarle que se ha equivocado, o a lo menos, que no está cumpliendo con el sagrado y delicado deber de obispo. ¿Qué hacer? No le quedan más que dos caminos: o confesar su equivocación y retirarse, o de lo contrario confesarla y buscar de Dios la sabiduría para discernir entre lo bueno y lo malo, ordenar su vida y su manera de pensar, y dedicarse humildemente, considerándose a sí mismo, a edificar al pueblo de Dios en la iglesia en la cual está, dirigiendo con mansedumbre las cosas de Dios y poniéndolas en orden. No hay posición entre estos dos extremos autorizada por el Señor de la iglesia: o es un verdadero sobreveedor cumpliendo la misión del tal, y ocupa equivocadamente un lugar que no le corresponde. Pero, lástima es tener que admitirlo, algunas personas insisten en permanecer en donde se han colocado a sí mismas sin cumplir con las obligaciones que Dios exige del obispado que pretenden ejercer. El efecto de este estado de cosas es fatal; la iglesia es retardada en su desarrollo y crecimiento en las verdades bíblicas; vegeta, faltándole ese espíritu de dinamismo y progreso, y por lo general termina por no saber discernir entre lo bueno y lo malo, cayendo entonces fácil víctima a la infiltración de tendencias humanas y mundanas, tanto en su forma de vivir como en sus creencias y su posición religiosa —para esa iglesia poca o ninguna diferencia hay entre los diferentes grupos en que está dividida la cristiandad ; no saben discernir por falta de enseñanza adecuada y por carencia del noble ejemplo que la iglesia tiene derecho a esperar de los obispos, en fe, virtud (noble carácter), ciencia (conocimiento), templanza (dominio de sí mismo), paciencia, piedad en semejanza al Señor (temor de Dios), afecto fraternal y amor. (2 P. 1:5-7.)
Pero no pensemos que sólo los obispos tienen la obligación ante Dios de tener el espíritu de discernimiento entre lo bueno y lo malo. Cada miembro de la iglesia está en el deber de "crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo". (2 Ped. 3: 18).) Además, en Efes. 4: 13 hay una exhortación dirigida a todos los creyentes diciéndoles que deben llegar a la "unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios". La tendencia de culpar a los hermanos sobreveedores por todos los males que puedan afligir a la iglesia es un error, pues es muy difícil guiar bien a la grey cuando ésta se opone a la dirección de Dios por el Espíritu, cuando sus prácticas están reñidas con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras; cuando se han dejado poseer por las sugerencias equivocadas de Satanás, que dice: "seréis como dioses sabiendo el bien y el mal". El "bien y el mal" de Satanás no debe confundirse con el "discernir entre lo bueno y lo malo" de Dios. El diablo dice que lo bueno es malo y lo malo es bueno; mientras que Dios da a sus servidores humildes el poder de discernir y saber lo que es bueno en su concepto, para seguirlo, y lo que es malo, para evitarlo, gobernando acertadamente la vida.
Cuando los miembros en la iglesia y los sobreveedores en ella piden bien, se puede esperar una iglesia saludable, que marcha de acuerdo al modelo del Nuevo Testamento.
Sendas de Luz, Junio-Julio 1975
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