jueves, 15 de diciembre de 2011

LOS TRES ERRORES DE NAAMAN

En 2º Reyes 5 «Naamán general del ejército del rey de Siria, era gran varón delante de su señor, y en alta estima, porque por me­dio de él había dado el Señor Dios sal­vamento a la Siria. Era este hombre va­leroso en extremo, pero leproso» (v. 1).
La descripción que en la Biblia se nos da de Naamán, es la de muchos hoy en día: «hombres fuertes y valero­sos, ¡pero leprosos!».
Una joven sirvienta israelita tomada cautiva de guerra, servía a la esposa de Naamán, y un día dice a su señora: «Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria él lo sanaría de su lepra» (v. 3). Naamán, decide ir a Samaria; se pone en camino para obtener la ansia­da curación a su mal, pero comete tres errores.
En primer lugar cambia el destinata­rio. En vez de ir al profeta, va al rey de Israel. Sin duda alguna que él creyó mejor esto, que ir al profeta. El rey de Israel no podía hacer mucho más que el rey de Siria. No tenía ningún poder para sanar de la lepra. Sólo Dios podía dar a Su profeta el poder de hacerlo.
Pero en esto hay una lección para ti, que lees, pues si bien no eres leproso, sí que estás dañado de un mal más grave: eres un pecador. Puede ser que escondas tus pecados bajo el barniz de una moral intachable, engañando a los hombres, pero no a Dios, quien conoce tu estado. ¿Quieres ser curado de tu mal —librarte de tus pecados—? Ve a Jesús. No hagas como Naamán, bus­car otras personas, o medios. Perderás el tiempo. Sólo Jesús podrá hacerlo. Leemos en la Biblia: «Porque uno es Dios, único también el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús tam­bién él hombre, que se entregó a sí mismo para redención de todos». «Y no hay salvación para ningún otro, pues ningún otro hombre debajo del cielo es dado a los hombres para salvarnos» (1.a Timoteo 2:5,6, y Hechos 4:12, Ed. Pinas). Cualquiera que diga que no en­cuentra este asunto claro, con estas es­crituras, es querer cerrar los ojos a tan meridiana luz.
El segundo error de Naamán es el querer aportar sus méritos: La carta de recomendación del rey de Siria, 10 ta­lentos de plata, 6.000 piezas de oro, en­tre otras cosas. Pero el profeta no hace ningún caso de ello (v. 5-9). El hombre es sólo salvado por la plena gracia de Dios. En cuanto a ti, ¿qué puedes pre­sentar a Dios? ¿Algún título? Sólo uno: el de pecador, pues ante El, no tienes otro. ¿Acaso tus obras? Para Dios son «trapos de inmundicia» (Isa. 64:6). ¿Eres rico? No importa, nunca tendrás tu per­dón con «oro o plata, sino con la pre­ciosa sangre de Cristo». La salvación no se compra, se recibe como un don gratuito de Dios: «Por gracia sois salvos por la fe: y esto no de vosotros pues es don de Dios» (1.a Ped. 1:18 y Efesios 2:8).
Y el tercer error del general, es su impugnación a lo que le ordena el pro­feta. El prefería hacer lo que le era más agradable, y no sumergirse siete veces en el Jordán, cosa humillante para él, gran general del rey de Siria; «Y Naamán se fue enojado». Sus cria­dos, más sabios que él, le aconsejaron obedecer simplemente la palabra de Eliseo. «Entonces descendió... conforme a la palabra del varón de Dios,...y fue limpio» (v. 10-14). ¡Oh, querido lector!, aprende esta lección, y no quieras tú discutir con Dios, sobre el medio de la salvación. Si quieres salvarte, debes creer y obedecer, ya que «plugo a Dios... salvar a cuantos crean en El» (1° Cor. 1:21, Rgna).

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