jueves, 15 de diciembre de 2011

HISTORIA DE LA SALVACIÓN: Navidad Romana

En la carta a los romanos se nos muestran algunos re­galos que hemos obtenido por el hecho que Jesucristo se hi­ciera hombre. No podemos más que sorprendernos de ellos. Cierta vez recibí una tarjeta navideña con la si­guiente inscripción: "La Navi­dad también es una época de regalos. En todos los comer­cios podemos comprar las co­sas más bonitas para obse­quiar a otros y así darles una alegría. Pero el mejor regalo y único en su especie nos lo dio Dios mismo, al obsequiarse Él mismo a través de su Hijo Je­sucristo. Este regalo nunca pierde su valor ni su vigen­cia..." Esta última frase en particular me conmovió mu­cho. En Jesús tenemos algo que, contrario a las cosas te­rrenales, no pierden ni el valor ni la vigencia, es más, pode­mos decir que lo más lindo aún está por venir. En lo que al cielo se refiere, aún vivimos en los tiempos previos a la Navidad. En una oportunidad C.H. Spurgeon relató una ex­periencia personal: "Hace un tiempo atrás una joven dama solicitó hablar conmigo. Profe­saba ser mormona. Me dijo que había venido a "convertir­me". Evidentemente se había equivocado de persona. Aún así presté atención a su expo­sición, y una vez finalizada le dije: "bien, usted me ha mos­trado su camino al cielo, aho­ra permítame mostrarle el mío." Cuando comencé a ha­blarle quedó perpleja: "¿Acaso cree usted que todos sus peca­dos le fueron perdonados?" preguntó "por supuesto, lo creo." "¿De manera que está convencido que pase lo que pase, un día estará ante el trono del Dios? Entonces us­ted debe ser una persona fe­liz." "Lo soy" repliqué, "verda­deramente soy una persona feliz." "Pues entonces no tiene sentido que le hable, usted tiene más de lo que yo le pue­do ofrecer." ¡Ciertamente, en Cristo tenemos algo que nin­gún otro nos puede ofrecer!"

1. Un regalo doble:
La gracia abundante y la justicia. "Pues si por la trans­gresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucris­to, los que reciben la abun­dancia de la gracia y del don de la justicia" (Romanos 5:17).
"Reinarán en vida por uno solo, Jesucristo" significa que uno consigue tomar el control de su vida no por su propia fuerza y esmero, sino por Je­sús. Suele suceder, que den­tro de un paquete encontre­mos dos regalos en uno, se co­rresponden. Es lo que sucede aquí: 1. Gracia abundante y 2. Justicia.
- La gracia abundante: Si un paquete contiene algo bueno, genial, y si está repleto de esto, mejor aún, pero si de tan lleno que está abunda y desborda, entonces ya no hay palabras para describirlo. En Jesucristo recibimos gracia que abunda, es más, que so­breabunda. Cada uno de noso­tros vive por la llenura de la gracia divina, y cuando Dios regala, lo hace en gran medi­da. ¿Cómo es que lo expresa el salmista? "...mi copa está re­bosando" (Sal. 23:5).
- La justicia. ¿Qué tal nos vendría para la Navidad un vestido o un traje nuevo? Confeccionado en una tela que no existe en la tierra y que no hay nada que se le compare, una tela que desca­lifica completamente los mo­delos de los diseñadores Lagerfeld, Hugo Boss o Armani. Me refiero a la vestidura de justicia, cuya tela es la des­bordante gracia divina, su di­señador y sastre el propio Creador y el material la obra redentora de Jesús.
A la gracia sobreabundan­te corresponde la justicia ab­soluta que Dios nos regala, de no ser así la gracia no se­ría gracia. No existe pecado que Dios no nos quisiera per­donar en Jesucristo. Dios nos viste con vestiduras comple­tamente nuevas. Nos recubre con el vestido de la justicia del Salvador.
Cierta vez recibí el llama­do de una señora mayor que en sus años de juventud había cometido una falta grave. Pe­se a que era una hija de Dios desde hacía ya mucho tiempo, de tanto en tanto resurgía aquel temor, la inseguridad de que ese pecado le hubiese sido perdonado. Pero toda persona que ha recibido la justicia de Cristo, está total­mente vestida de ropa absolu­tamente nueva. Pablo da fe de esto al decir:"porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revesti­dos" (Gá. 3:27). En los tiem­pos de los apóstoles, el bautis­mo se equiparaba a la profe­sión de fe, ya que tras la profesión de fe inmediata­mente seguía el bautismo (Hch. 2:38-41; 8:12.36-38; 9:18; 10:47-48).
Nuestro versículo decía: "Los que reciben la abundan­cia de la gracia y del don de la justicia". Esta gracia abun­dante sólo puede recibirse co­mo un regalo, es el regalo di­vino de la Navidad. Dios quie­re obsequiársela a todos. La salvación de Cristo es para to­dos. Pero realmente sólo reci­ben el regalo quienes acepta­ron la salvación.
"Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hom­bres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida" (Ro. 5:18). Tan real co­mo que el pecado penetró en toda persona y la condenación llegó a todos por la transgre­sión de Adán, de la misma manera es real, que el regalo de la justicia es para toda per­sona, no sólo para unos esco­gidos. No es posible que una cosa pueda afectar a todos y la otra no pueda estar dirigi­da a todos. Sin embargo, en definitiva sólo serán justifica­dos aquellos que han acepta­do el regalo de Jesucristo. A continuación un ejemplo:
Un fabricante de jabones conversaba con un cura. El fabricante criticaba el cristia­nismo: "Con el mayor de los respetos, pero seamos since­ros: ¿Qué es lo que ha logrado la iglesia en sus 2000 años de existencia? El mundo no se ha vuelto ni un poquito mejor por la fe cristiana. Hoy como ayer gobierna la maldad y pululan las personas malas." El cura siguiendo la conver­sación le señaló un pequeño niño sentado al borde del ca­mino: "¿Ve aquel pequeño mugriento? Su fábrica produ­ce jabones desde hace déca­das, y aún así en el mundo to­davía existe suciedad y niños mugrientos." El fabricante sonrió: "¡Bueno, sí, el jabón sólo sirve si uno lo usa!" Y el cura contestó: "¡Pues con la fe pasa lo mismo!"

2. Un certificado de amnistía
"Ahora, pues, ninguna con­denación hay para los que es­tán en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, si­no conforme al Espíritu. Por­que la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era im­posible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en seme­janza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne" (Ro. 8:1-3). Dios nos regala un certificado de amnistía. La carne no pue­de cumplir la ley. Nuestra de­bilidad nos imposibilita vivir de tal manera que seamos jus­tos ante Dios. Por naturaleza ya somos condenados y vivi­mos rumbo a la condenación.
Toda persona siente ese in­nato temor de estar un día en la presencia de Dios y tener que ser juzgada. Por eso, al­gunos estarían encantados con deshacerse de El, otros lo quieren borrar de sus mentes, olvidar y no quieren que al­guien les recuerde el tema. Esto es algo que hasta el día de hoy no se ha logrado, ni se logrará jamás.
Hay un mejor camino: Ya se puede recibir ahora mis­mo la absolución y la garan­tía de que no necesitaremos comparecer ante el tribunal divino. El abogado, Jesucris­to, se encarga de ello. El en­tra a sus prisiones y le hace entrega del certificado de amnistía absoluta.
Fracasamos en cuanto a la ley de Dios debido a nuestro cuerpo de pecado, pero el pe­cado fracasó en el cuerpo de Jesucristo (Rom. 6:6 – 1 P. 2:24). Como el pecado fue con­denado en el cuerpo santo y justo de Jesús, el pecador cre­yente en Jesucristo ya no será condenado.
3 El regalo de la adopción
"Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para es­tar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clama­mos: ¡Abba, Padre! El Espíri­tu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, tam­bién herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos junta­mente con él, para que junta­mente con él seamos glorifica­dos" (Ro. 8:15-17).
El que Dios ya no sea nuestro juez es grandioso, pe­ro recibirlo y tenerlo como Pa­dre lo excede todo. Es común leer que celebridades adopten niños del tercer mundo. Lo hacen por amor al prójimo, porque tienen la posibilidad de hacerlo, pero algunos segu­ramente también para seguir siendo noticia o para mejorar su imagen. Dios lo hace por­que realmente nos ama.
Es casi incomprensible, pero es real: Como hijos de Dios, los pecadores perdonados están más cercanos a Dios que los propios ángeles. Ciertamente los ángeles an­helan ver por dentro la salva­ción, el evangelio de la salva­ción de los hijos de Dios (1 P. 1:12). Los ángeles son espíri­tus que sirven a los hijos de Dios (He. 1:14).

4. El regalo de la gloria
"Pues tengo por cierto ("concluyo pues", "considero")..." (Ro. 8:18).
En otras traducciones lee­mos:
-"...que los sufrimientos del tiempo presente no son na­da si los comparamos con la gloria que habremos de ver después" (Dios habla hoy).
-"...que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser compara­dos con la gloria que nos ha de ser revelada" (La Biblia de las Américas).
En este relato se hace alusión a los estados pasaje­ros, tales como el sufrimien­to, la pérdida, la angustia y la preocupación.
En el Salmo 112:4 leemos: "Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos; es clemente, misericordioso y justo" Y esa es la gran diferencia. Es pro­bable que un hijo de Dios esté atravesando un valle de som­bras, pero en medio de la os­curidad le resplandece la po­tente luz desde la eternidad. Si no es un hijo de Dios, tam­bién atravesará sombras, pero a este no le resplandecerá esa maravillosa luz.
"Antes bien, como está es­crito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en co­razón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo pro­fundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las co­sas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mun­do, sino el Espíritu que pro­viene de Dios, para que sepa­mos lo que Dios nos ha conce­dido" (1 Co. 2:9-12). Dios ha preparado su gloria para los suyos, y sólo los suyos la po­drán ver, pues es un regalo para aquellos que recibieron su Espíritu.
El espíritu permite que una persona sepa lo que ella mis­ma piensa, siente y desea, pe­ro no puede saber estas cosas acerca de otra persona, a me­nos que tenga el espíritu de és­ta. Así, sólo el Espíritu de Dios conoce las razones divinas pa­ra la salvación. Pero como Dios le da su Espíritu a los que creen en su Hijo, también usted puede reconocer lo que Dios le ha regalado. Usted se hace partícipe del discerni­miento de Dios, se hace parte de los pensamientos de Dios. El espíritu de este mundo nunca jamás podrá hacer eso.
Tener nuestra mirada en­focada en la gloria, requiere que nos ejercitemos en ello. Cuanto más lo hagamos, me­nos probabilidad habrá que una situación nos haga caer. "..." (2 Co. 4:16-18).
Otras traducciones dicen: "Por eso no nos desanima­mos", "Por tanto no desfallece­mos". ¡Las fuerzas para vivir que por naturaleza ya tene­mos, se agotan, pero la vida que Dios nos da se renueva día a día!

5. Regalos adjuntos
"Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan (contribuyen, cola­boran) a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Ro. 8:28).
A veces junto al regalo hay otras cosas, como por ejemplo dulces. Por lo general se les da menos trascendencia que a los regalos grandes. Junto a las grandes metas de salva­ción en el cielo, están los "ad­juntos" de la salvación, es de­cir innumerables cosas que desde ya nos sirven para nuestro bien. Un día nos sor­prenderemos cuánto nos sir­vió para bien aquello que ni habíamos notado o prestado atención o sobre lo cual hasta nos habíamos quejado.

6. Un regalo infinito
"¿Qué, pues, diremos a es­to? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su pro­pio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él to­das las cosas?" (Ro. 8:31-32). ¿Quién entre nosotros puede regalarle todo a otra perso­na? Nadie. Algunos pueden regalar mucho, muchísimo.
            Herodes estaba dispuesto a regalar la mitad su reino. Pe­ro nadie lo puede regalar to­do, porque en definitiva no le pertenece todo. Sólo Dios, a quien todo le pertenece, lo puede regalar todo, y lo hace. Tiene el poder de regalarle a cada uno de sus hijos en par­ticular todo, y con eso El no se empobrece. Pablo le escri­bió a los Corintios: "sea Pa­blo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" (1 Co. 3:22-23). Una vez hablé con una persona que podía ver lo bello en ca­da cosa, cada detalle, todo lo llenaba de gozo: La belleza de las montañas, la decora­ción de una mesa o la arqui­tectura de un edificio, etc. Personalmente fue un testi­monio impactante.
William MacDonald escri­be: "¿Si Dios ya nos dio el ma­yor de los regalos, habría un regalo más pequeño que deja­ra de entregarnos? ¿Si ya ha pagado el más alto precio, se negaría a pagar uno menor? ¿Si se ha esforzado tanto en salvarnos, permitiría que vol­viéramos a caer? ¿Cómo no nos dará también con El to­das las cosas?" Mackintosh escribe: "El lenguaje de la in­credulidad dice: ¿Cómo nos dará?, el de la credulidad di­ce: ¿Cómo no nos dará?"
¡Reciba usted también es­tos regalos, es Navidad!

Llamada de Medianoche, Diciembre 2010

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