sábado, 2 de febrero de 2013

Discipulado: Yo Primero


EL CRISTO DE ISRAEL
El Señor Jesús es nuestro Maestro. Tiene autoridad sobre aquellos que creen en él. ¿Cuál es el significado de su autoridad en nosotros? Pensemos en esta pregunta.
Todos aquellos que somos salvos somos discípulos de Cristo y estamos en el mundo para representarlo. Tenemos muchas pruebas y con frecuencia somos probados y queremos estar seguros de que sabemos lo que hacemos ¿Quién nos dice lo que debemos hacer? ¿Quién nos muestra el camino a seguir? Debemos pensar muy cuidadosamente acerca del Señor Jesús y lo que dijo en Mateo 16:1-18.
Los fariseos y saduceos eran los maestros religiosos de aquellos días y leemos en estos versículos que ellos discutían con Cristo. Los fariseos pensaban que ellos eran muy espirituales. Ellos eran los maestros de la Biblia y eran muy cuidadosos de sus enseñanzas, aún de pequeñas cosas y creían que eran hombres muy correctos y que sus enseñanzas eran realmente buenas.
Los saduceos creían que ellos eran muy inteligentes, pero pensaban más en las cosas de este mundo. Ellos no creían en la existencia de ángeles, ni demonios, ni en la resurrección, y no se preocupaban de las cosas espirituales. Leemos acerca de estas dos clases de hombres en Mateo 16 y gente como ellos existen hoy día. Ellos discuten y quieren ver señales. Y quieren que el Señor Jesús razone con ellos acerca de Dios. Quieren que el conteste sus pequeñas preguntas.
Los saduceos trajeron su historia de la mujer cuyo marido había muerto. Ella había sido sucesivamente esposa de sus hermanos hasta tener siete maridos. De acuerdo con la ley de Moisés, esto era correcto. Si el esposo de una mujer moría sin dejar hijos, el hermano del muerto debía casarse con la viuda (Deuteronomio 25:5). De allí fue que ellos sacaron su historia. Ellos trataron con frecuencia de atrapar al Señor Jesús con sus preguntas. Querían discutir y razonar y el Señor estaba cansado de sus pláticas y sus argumentos. Esto era lo que estaba pasando en Mateo 16.
Tanto fariseos como saduceos discutían con frecuencia acerca de cosas sin importancia, sin llegar nunca a una con­clusión. Hoy también sucede lo mismo. La gente habla y habla sin concluir nada. Aquellos hombres podían pasar meses o años discutiendo acerca de pequeños detalles relativos al sábado o a lo que un hombre podía caminar el día de reposo (Éxodo 20:10). El Señor Jesús estaba cansado con todo eso y lo llamó "las enseñanzas de los fariseos y los saduceos," no las enseñanzas de las Escrituras. Siempre discutiendo, buscando señales, haciendo pequeñas diferen­cias de significado de diferentes palabras, razonando sin en­contrar una respuesta. Sabemos esto porque le preguntaron acerca de las mismas cosas al principio de su ministerio y también al final de el, sin lograr una respuesta. Y cuando les fue dada la respuesta, no la querían aceptar. El Espíritu de Dios nos muestra cómo fueron los fariseos y saduceos para que podamos entender por qué el Señor enseñó en la manera como hizo en los versículos más adelante en este capítulo.
El Señor Jesús dijo entonces: "Guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos." La levadura es como una cosa mala que se esparce entre la gente. La gente que nos rodea discute y razona acerca de cosas de las cuales debemos tener cuidado. Esta manera de pensar es como levadura que salpica todas las cosas. ¿Significa esto que los mismos discípulos de Cristo podían ser contaminados al discutir como ellos? Sí. Ellos estaban en peligro y cuando el Señor Jesús dijo: "Guardaos," quería decir que estaban en peligro. Nosotros también debemos guardarnos. No debemos pensar como la gente del mundo que nos rodea. De nada sirve pen­sar en forma mundana porque el mundo no sabe lo que pien­sa. La gente dice que no debemos aceptar ciegamente las enseñanzas de personas que vivieron hace tanto tiempo; pero no debemos participar de sus puntos de vista.
Veamos lo que dice el versículo 13 de Mateo 16. El Señor Jesús pregunta a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" ¿Está el Señor hablando de otro tema? No. El tema es el mismo. En la primera parte de este capítulo vemos a los hombres haciendo preguntas, discutien­do, razonando y distorsionando el significado de las palabras. Algunos de ellos amaban las cosas materiales del mundo y algunos pensaban más acerca de Dios, de los ángeles, y de cosas que no se pueden ver, pero ninguno de ellos estaba seguro de conocer la verdad acerca de Dios. En la Biblia, el Espíritu Santo puso a estos hombres con sus argumentos a la par con la pregunta, acerca de si mismo, que el Señor hiciera a sus discípulos; para enseñarnos una impor­tante lección. Las dos pudieron haber sucedido en tiempos diferentes, pero aquí están unidas para enseñarnos algo. El Señor Jesús dijo: "¿Quién creen los hombres que soy yol" Tiene algo que ver esta pregunta con los hombres que estaban siempre discutiendo? Creemos que sí. Nosotros creemos y obedecemos las enseñanzas del Señor Jesús, si El es realmente nuestro Señor. No cuestionamos ni discutimos con alguien que es Señor. Tenemos respuestas a nuestras pregun­tas y todas las cosas son claras cuando le llamamos Señor, y sabemos que él es el Señor de nuestros corazones.
El dijo: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" Diferentes personas tenían diferentes ideas. Algunos decían que era Juan el Bautista. Por ejemplo, Herodes dijo esto. El había matado a Juan y su conciencia lo acusaba cuando oyó de los milagros que Jesús hacía. Mató a Juan el Bautista por­que había prometido a la hija de Herodías darle lo que pidiera. Se sentía culpable y decía: Este debe ser Juan Bautista a quien yo maté y quien ha resucitado de los muer­tos. Algunos pensaban que era Elias, Jeremías, o alguno de los profetas.
Entonces el Señor Jesús hizo la pregunta directa a sus discípulos: "¿Quién dicen ustedes que soy yo?" En palabras de hoy diríamos: "Díganme claramente qué piensan acerca de mí. No importa si la gente dice que soy Elias, Juan o Jeremías, ¿quién soy yo para usted ahora? ¿Qué piensa usted acerca de mí?" Este es el significado de estos versículos y es muy importante lo que nosotros pensemos acerca de él.
Debemos pensar cuidadosamente acerca de esto y entenderlo bien. ¿Quién y Qué es Cristo para nosotros? No significa esto, ¿Qué dice la Biblia acerca de él?, sino ¿Qué lugar ocupa él en mi vida? ¿El es solamente una persona acer­ca de la cual hemos leído u oído hablar? ¿Es él una persona que murió en la cruz y nosotros creemos y aceptamos el hecho como tal o es él realmente una persona viva para nosotros? Recuerde que unos dijeron una cosa y otros, otra. Ahora, él pregunta: "¿Y tú, qué dices? ¿Qué soy yo para ti? Entonces Pedro dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Vivo."
¿Qué significa la respuesta de Pedro? El dijo: Tú eres el Cristo. Pedro era judío y sabía por las Escrituras lo que significaba la palabra Cristo y era precisamente Ungido, "Ungido por Dios". Pedro sabía que aquel a quien Dios había ungido tenía toda autoridad y poder de Dios para hacer todo lo que Dios había planeado. El tenía autoridad sobre todas las naciones y gobernaría sobre ellas. Y ellas debían obedecerle. No hay otra persona tan grande como él. No hay otro que gobierne con él. El es el único Señor. Y así Dios va a ejecutar todas las cosas que ha planeado sobre la base del Señor Jesucristo, su muerte y su resurrección. Cristo no era uno de los ungidos, o una persona ungida sino el ungido.
Tres clases de personas eran ungidas en el Antiguo Testamento. El profeta era ungido. El profeta anunciaba la palabra de Dios al pueblo y el mensaje de Dios venía a través de él. El Señor Jesús era profeta, ungido de Dios. El sacerdote también era ungido en el Antiguo Testamento. El sacerdote ofrecía animales como sacrificio para cubrir los pecados del pueblo y acercarlos a Dios. Pero primero el profeta mostraba al pueblo sus pecados, les hacía sentir vergüenza, los llamaba al arrepentimiento, y a que se pusieran en paz con Dios. El tercer ungido era el rey. El rey gobernaba al pueblo que se arrepentía de sus pecados por los cuales se habían ofrecido sacrificios y que estaban así listos para obedecer a Dios. El profeta, el sacerdote y el rey eran las personas ungidas en el Antiguo Testamento. Y Cristo es Profeta, Sacerdote y Rey.
Cristo es profeta de Dios. Él anuncia la palabra de Dios con toda autoridad divina. Pablo escribió a Timoteo y a los Tesalonicenses y les dijo: "Recuerden los mandamientos que yo les di." Pablo escribió guiado por el Espíritu Santo; así que sus mandamientos eran dados con autoridad divina. Por naturaleza al hombre no le gusta recibir órdenes de otros y prefiere elegir él mismo lo que quiere hacer. Pero la Palabra de Dios no habla en estos términos. Sabemos que la palabra de Dios es un mandamiento o una orden cuando vemos que el Eterno Dios ha hablado a través de su profeta ungido, es decir, Su Hijo. El hombre natural no obedece a Dios. La Biblia dice que estábamos muertos espiritualmente a causa de nuestra desobediencia y de que nuestros pecados nos guiaban por el camino del mal. Satanás puede tomar el con­trol sobre mí si yo rehúso aceptar el control de Dios y no le obedezco. Debemos entender esto claramente. Debemos obedecer a Dios y rendirnos a su Palabra la cual llega a nosotros a través de Cristo o el diablo llegará a controlarnos. Podemos estar seguros de que Satanás no puede controlar­nos tan solo cuando obedecemos a Dios.
Recordemos lo que sucedió en el Huerto del Edén. Satanás preguntó: "¿Ha dicho Dios...?" El hizo una pregunta acerca de la autoridad de Dios. ¿Cuestionamos nosotros la autoridad divina? Si lo hacemos, Satanás toma el control de nuestra vida trayendo consigo destrucción y muerte. La Biblia dice que la muerte gobernó sobre todos los hombres desde Adán hasta Moisés, Romanos 5:14. Esto quiere decir que el hombre no obedecía la Palabra de Dios. No podemos escapar a la autoridad de Satanás y a su gobierno si desobedecemos a Dios. Esta es la razón por la cual el Apóstol
            Pablo dice con frecuencia que debemos hacer lo que Dios dice. El Señor Jesús dijo que conoceríamos la verdad y que la verdad nos haría libres, Juan 8:32 y que si el Hijo nos liber­tare seríamos verdaderamente libres, Juan 8:36. "¿Qué es la verdad?" Es la verdad de la Palabra de Dios. La verdad de la Palabra de Dios nos libra de la autoridad del diablo. La ver­dad de Dios nos protege. Hay una pregunta en el Salmo 119:9: "¿Con qué limpiará el joven su camino?" Y la respuesta es leyendo y obedeciendo la Palabra de Dios.
Los fariseos no querían obedecer a Dios. Ellos discutían y razonaban acerca de Dios pero decían: "No queremos que él nos gobierne" Lucas 19:14. Ellos querían hablar y discutir solamente. Eso era lo que Nicodemo quería hacer cuando vino a encontrarse con Jesús. El dijo: "Sabemos que eres un maestro venido de Dios." El quería decir: "Tú eres un maestro y yo también lo soy. Hablemos un rato." El Señor Jesús lo detuvo y le dijo: "Tú necesitas nacer de nuevo." Leemos acerca de la mujer samaritana en Juan 4. El Señor Jesús no la detuvo mientras ella hablaba como detuvo a Nicodemo.
El Señor Jesús preguntó, "¿Quién creen ustedes que soy yo?" Pedro contestó: "Tú eres el Cristo." El quería decir: "Tú eres el Profeta de Dios, ungido por él, alguien que habla las palabras de Dios con toda autoridad y que nos dice lo que Dios quiere que sepamos."
Los profetas decían: "El Señor dice..." Y luego daban el mensaje del Señor. El Señor Jesús era diferente. El era la Palabra de Dios. El nos mostró cómo es Dios en todo lo que hizo y dijo y mostró cómo es Dios en todos los aspectos de su vida. Pedro quiso decir: "Tú eres el Ungido de Dios, Tú eres el profeta y todos los hombres deben oír cuando tú hablas." En el Antiguo Testamento el profeta Natán dijo al rey David: "Tú eres el hombre," y David se detuvo inmediatamente, 2 Samuel 12:7. Esto demuestra la autoridad de la Palabra de Dios.
El sacerdote y el rey también tenían su lugar en el Antiguo Testamento. Pedro dijo: "Tú eres el profeta, ungido de Dios, sacerdote y rey." Entonces el Señor Jesús le dijo a Pedro: "Tú no sabes esto por un razonamiento de tu inteligencia; ningún hombre te ha dicho esto, ni lo aprendiste hablando y razonando como los fariseos. Mi Padre te lo ha revelado." Entonces Pedro dijo: "Para mí, tú eres el único que habla con autoridad de Dios." Porque Dios le había enseñado esta im­portante verdad.
Pedro le dijo, "Tú eres el Hijo del Dios vivo." Y luego el Señor replicó, "Has dicho la verdad, pero te diré algo más: Yo construiré mi iglesia sobre la verdad que acabas de decir."
Es tiempo de que discutamos menos y nos inclinemos más en la presencia de Dios. Debemos preguntarnos qué es Cristo para nosotros, qué pensamos acerca de él y si él es la persona más importante en nuestra vida. El es el Ungido de Dios, el profeta de Dios y por lo tanto debemos oír su Palabra y estar atentos a ella. Leemos en el libro de Job que él se detuvo en sus razonamientos y dijo: "Yo he hablado, pero ya no hablaré más. Yo he oído acerca de ti, pero ahora te veo y me arrepiento " Job 40:5 y 42:5-6. Y en Isaías 6:5 leemos que el dijo: "Ay de mí porque estoy perdido, porque soy un hom­bre de labios impuros." Así, todo hombre cristiano debe humillarse delante de él. Nosotros necesitamos saber qué es Cristo para nosotros personalmente. No es tan importante lo que hayamos leído u oído acerca de él en las reuniones en la iglesia. Pero sí es importante lo que él sea para nosotros per­sonalmente. ¿El es nuestro maestro? ¿Obedecemos a su Palabra más que a la palabra de cualquier otro? ¿Deseamos conocer lo que Dios nos dice más que lo que dice otra per­sona? Y lo que es más importante, ¿hacemos lo que él quiere que hagamos?
Quizás, Dios nos ha hablado a través de estas palabras. Quizás queramos saber más acerca de la autoridad del Señor Jesucristo en nuestras vidas. El nos pregunta: "¿Qué soy para ti? Y quizás digamos: "El es todo para mí." Es fácil, en realidad, muy fácil decir esto, pero otra cosa es vivir cada día de acuerdo a estas palabras. Recordemos que él es Cristo, el Ungido de Dios que tiene autoridad sobre nosotros. Esta es la base de su obra en nuestra vida durante la era de la iglesia. El es nuestro rey y gobierna sobre nosotros y nosotros somos sus siervos y debemos obedecerle.

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