Siempre
ha existido ansiedad en el corazón de los hombres por conocer la voluntad de
los dioses. El A. T. habla de paganos, como el rey de Babilonia. Detenido ante
una encrucijada, hace uso de la adivinación, sacude las saetas, consulta a los
ídolos y mira el hígado (Ez. 21:21). Otros lo hacen de diferente modo, y aún
nuestra gente moderna —que pretende ser tan civilizada— consulta horóscopos en
revistas y periódicos. Lo hace porque siente necesidad de ayuda, pues el
pecado ha desorganizado todo su ser. En cambio, cuando el hombre es
regenerado, el mismo Espíritu Santo toma a su cargo la dirección de su vida.
Es
evidente pues que toda forma de adivinación nace del deseo de obtener conocimiento
del futuro, aun clandestinamente; y esto es una imitación satánica de la
profecía. El Espíritu Santo es quien guía a los verdaderos hijos de Dios, pero
son demonios los que guían en el otro caso; ellos tienen cierto conocimiento
que podremos llamar súper- físico.
Cuando
el Espíritu toma posesión del creyente, él mismo lo guiará, aunque no necesariamente
por medios sobrenaturales. A veces lo ha hecho por instrucción oral,
"habló Dios a Abraham; a Moisés", etc., o mediante visiones y
sueños. Pero es necesario advertir que entonces no había una revelación
completa, escrita. Otro modo fue la nube y la columna de fuego. Habiendo
redimido a su pueblo, Dios descendió para morar en medio de él y andar con
él. No lo dejo ir a su heredad como pudiera. Israel debía ser un pueblo guiado
y obediente. La nube escribió "si el Señor quiere" sobre todos sus
movimientos; hizo que ellos volvieran a ser como niños. Nosotros pues podemos
esperar también que Dios haya provisto algo que nos sirva de brújula en
nuestra peregrinación; y por cierto es así, y no es algo, sino Alguien. ¡Se
trata de una Persona!
En
el discurso del Señor que hallamos en Juan capítulos 14 al 16, leemos que
preparaba a los suyos para Su salida de este mundo. Pero les prometió que
vendría OTRO guiador. "El Espíritu de verdad". Ahora nuestro Señor
está en el cielo, pero el Espíritu Santo está aquí, y su misión es guiarnos.
Cada
uno de nosotros sabe lo que es estar en situación de perplejidad, y tener necesidad
de hacer algo. Seguramente Israel en su tierra no fue guiado otra vez
exactamente como cuando estaba en el desierto. No obstante la presencia
invisible de Dios por su Espíritu, y según su palabra, siempre estuvo guiando
y protegiendo.
Algunas
palabras de advertencia —exenta de dogmatismo— acerca de costumbres no
recomendables nos vendrían bien, pues sabemos que han sido motivo de
bendición a almas sencillas. Sabemos de aquellos que siempre buscan la
dirección del Señor por medio una "cajita de sorpresas". Alguien ha
dicho que junto a ella habría que poner una "caja de advertencias".
Otros dicen ser guiados por impulsos. "Se sienten guiados". Es cierto
que a veces el Espíritu obra así; no obstante es indispensable estar siempre en
comunión con el Señor,
No
podemos caminar en las sendas de justicia solamente por medio de presentimientos.
Muchas veces esto de "sentirse guiado" no es más que una excusa para
justificar hechos apresurados, y ministerio sin provecho. Según las Escrituras
no es cosa de "sentirse guiados". Somos guiados por el Espíritu. Además
la dirección del Espíritu no es para tiempos de crisis solamente, sino para
toda la vida. Es por esta razón que nos ayuda grandemente al sobrevenir los
momentos de crisis.
Señales sobrenaturales. Tales cosas son buscadas muchas veces por los espiritualmente
inmaduros. Vista no es compatible con Fe, y no debemos olvidan que los
adversarios también hacen señales. Las señales sobrenaturales no forman parte
de la guía divina normal.
Cristo
dijo a los suyos acerca del Espíritu Santo: "os guiará". Y esto sugiere
una mano amorosa extendida para dirigir, "os guiará a toda la
verdad" (Juan 16:13). Los apóstoles tenían que ser testigos de todo lo que
aconteció, a fin de llegar a ser los escritores e intérpretes de Cristo para
todo el tiempo para que en cada generación por su palabra otros creyeran, (Juan
17:20). El conocimiento que los apóstoles recibieron por tal guía, quedó
registrado permanentemente en el Nuevo Testamento. El Espíritu los guio a
escribir, así como ahora nos guía a nosotros al leer, para que crezcamos en el
conocimiento de su voluntad. Si quisiéramos ser guiados por el Espíritu en los
asuntos de nuestra fe, éstas son las Escrituras que tendremos que estudiar. La
palabra de Dios es el "libro de texto", y ninguna cosa que no cuadre
bien con el LIBRO podrá ser considerada como enseñada por El.
Todo
creyente debe experimentar para si la guía y la iluminación del Espíritu. Las
condiciones no son difíciles de obtener. Consiste sencillamente en la atención
humilde y expectante. Y en leer las Escrituras con ferviente oración. Y al
leer u oír la Palabra, el Espíritu será nuestro Guía y Enseñador.
Es
también obra del Espíritu que mora en nosotros, el conducirnos a la
contemplación del divino rostro; y a una vida de oración e intercesión. Él nos
pujará en el camino de la santidad de vida (Ez. 36:27, Isa: 30:21). La
característica de tal vida es que nunca se guía por las normas y deseos de la
carne, ni por la manera de pensar del mundo.
"Todos
los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios" (Ro.
8:14). La expresión "hijos de Dios" significa no solamente que somos
de la familia de Dios, sino que además manifestamos la dignidad de "hijos
de Dios". Todo creyente es hijo de Dios por nacimiento, pero todo hijo no
está mostrando la dignidad del estado de hijo. Vive como niños que no ven, sin
realizar la alta dignidad de su vocación y estado.
La
vida del Espíritu dentro del creyente autentica el estado de hijo. Es el
especial privilegio de ellos ser guiados por el Espíritu; por la palabra que es
inspirada y por Su testimonio dentro del alma, que ilumina el entendimiento y
vivifica la conciencia, de tal manera que tiene un instinto espiritual y un
discernimiento sano de las cosas de Dios, Este es el principio que ha de guiar
la vida. Y en esto no hay nada que tenga que ver con un mero entusiasmo o
éxtasis. Todo habla de la sujeción del corazón al gobierno de la voluntad de
Dios en nuestras palabras, obras y pensamientos. Sujeción que desde nuestro
punto de vista es voluntaria, y sin embargo es debida al divino Agente y
Enseñador que mora adentro. Se trata de una entrega y un santo abandono al
Espíritu Santo, el cual ha de guiarnos. Tal guía llevará a la mortificación de
la carne, y por la obediencia a Él nunca seremos derrotados por ella.
Recibimos
el "Espíritu de adopción" (Ro. 8:15). Significa dar el lugar de hijo
a alguien a quien por naturaleza no le pertenece. El contraste es entre la
posición sin privilegios de un esclavo, y la de aquel que no solamente es
reconocido como un miembro de la familia, sino también es poseído de una
dignidad: es hijo y heredero. Porque aquellos que han recibido el Espíritu de
adopción son herederos de Dios (Ef. 1:5).
En
La carta a los Romanos, Pablo contrasta el presente con el glorioso futuro.
Somos hijos de Dios aunque ahora estemos viajando como incógnitos por el
mundo. En el pasaje paralelo de Gálatas 4:6, leemos del Espíritu de su Hijo.
Allí el presente es contrastado con el pasado que fue invalidado en Cristo. Es
la acción del Espíritu del Hijo sobre nuestro espíritu que nos hace clamar
"Abba Padre". El Espíritu llena el alma con amor de tal manera que es
el gozo del hijo obedecer. Por el Espíritu la ley se cumple, pero al mismo
tiempo su dominio queda abolido. No es más un freno que moleste, pues el
creyente, dulcemente constreñido por el Espirito hace la voluntad de Dios, y
guiado por el Espíritu vive una vida libre de egoísmo y lleno de fruto para
Dios.
Sendas de Vida, 1977
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