domingo, 2 de febrero de 2014

COMO CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS

Siempre ha existido ansiedad en el corazón de los hombres por conocer la voluntad de los dioses. El A. T. habla de paganos, como el rey de Babilonia. Detenido ante una encrucijada, hace uso de la adivinación, sacude las sae­tas, consulta a los ídolos y mira el hígado (Ez. 21:21). Otros lo hacen de diferente modo, y aún nuestra gente moderna —que pretende ser tan civi­lizada— consulta horóscopos en revis­tas y periódicos. Lo hace porque sien­te necesidad de ayuda, pues el pecado ha desorganizado todo su ser. En cam­bio, cuando el hombre es regenerado, el mismo Espíritu Santo toma a su cargo la dirección de su vida.
Es evidente pues que toda forma de adivinación nace del deseo de obtener conocimiento del futuro, aun clandes­tinamente; y esto es una imitación satánica de la profecía. El Espíritu San­to es quien guía a los verdaderos hijos de Dios, pero son demonios los que guían en el otro caso; ellos tienen cier­to conocimiento que podremos llamar súper- físico.
Cuando el Espíritu toma posesión del creyente, él mismo lo guiará, aun­que no necesariamente por medios so­brenaturales. A veces lo ha hecho por instrucción oral, "habló Dios a Abraham; a Moisés", etc., o mediante visio­nes y sueños. Pero es necesario adver­tir que entonces no había una revela­ción completa, escrita. Otro modo fue la nube y la columna de fuego. Habien­do redimido a su pueblo, Dios descen­dió para morar en medio de él y an­dar con él. No lo dejo ir a su heredad como pudiera. Israel debía ser un pue­blo guiado y obediente. La nube escri­bió "si el Señor quiere" sobre todos sus movimientos; hizo que ellos vol­vieran a ser como niños. Nosotros pues podemos esperar también que Dios ha­ya provisto algo que nos sirva de brú­jula en nuestra peregrinación; y por cierto es así, y no es algo, sino Alguien. ¡Se trata de una Persona!
En el discurso del Señor que ha­llamos en Juan capítulos 14 al 16, leemos que preparaba a los suyos para Su salida de este mundo. Pero les prometió que vendría OTRO guiador. "El Espíritu de verdad". Ahora nuestro Señor está en el cielo, pero el Espíritu Santo es­tá aquí, y su misión es guiarnos.
Cada uno de nosotros sabe lo que es estar en situación de perplejidad, y tener necesidad de hacer algo. Segu­ramente Israel en su tierra no fue guiado otra vez exactamente como cuando estaba en el desierto. No obs­tante la presencia invisible de Dios por su Espíritu, y según su palabra, siem­pre estuvo guiando y protegiendo.
Algunas palabras de advertencia —exenta de dogmatismo— acerca de costumbres no recomendables nos ven­drían bien, pues sabemos que han si­do motivo de bendición a almas senci­llas. Sabemos de aquellos que siempre buscan la dirección del Señor por me­dio una "cajita de sorpresas". Al­guien ha dicho que junto a ella habría que poner una "caja de advertencias". Otros dicen ser guiados por impulsos. "Se sienten guiados". Es cierto que a veces el Espíritu obra así; no obstante es indispensable estar siempre en co­munión con el Señor,
No podemos caminar en las sen­das de justicia solamente por medio de presentimientos. Muchas veces esto de "sentirse guiado" no es más que una excusa para justificar hechos apresura­dos, y ministerio sin provecho. Según las Escrituras no es cosa de "sentirse guiados". Somos guiados por el Espí­ritu. Además la dirección del Espíritu no es para tiempos de crisis solamente, sino para toda la vida. Es por esta ra­zón que nos ayuda grandemente al so­brevenir los momentos de crisis.
Señales sobrenaturales. Tales cosas son buscadas muchas veces por los espiritualmente inmaduros. Vista no es compatible con Fe, y no debemos olvi­dan que los adversarios también hacen señales. Las señales sobrenaturales no forman parte de la guía divina normal.
Cristo dijo a los suyos acerca del Espíritu Santo: "os guiará". Y esto su­giere una mano amorosa extendida pa­ra dirigir, "os guiará a toda la verdad" (Juan 16:13). Los apóstoles tenían que ser testigos de todo lo que aconteció, a fin de llegar a ser los escritores e in­térpretes de Cristo para todo el tiem­po para que en cada generación por su palabra otros creyeran, (Juan 17:20). El conocimiento que los apóstoles recibie­ron por tal guía, quedó registrado per­manentemente en el Nuevo Testamen­to. El Espíritu los guio a escribir, así como ahora nos guía a nosotros al leer, para que crezcamos en el conocimien­to de su voluntad. Si quisiéramos ser guiados por el Espíritu en los asuntos de nuestra fe, éstas son las Escrituras que tendremos que estudiar. La pala­bra de Dios es el "libro de texto", y ninguna cosa que no cuadre bien con el LIBRO podrá ser considerada como enseñada por El.
Todo creyente debe experimentar pa­ra si la guía y la iluminación del Espíritu. Las condiciones no son difíciles de obtener. Consiste sencillamente en la atención humilde y expectante. Y en leer las Escrituras con ferviente ora­ción. Y al leer u oír la Palabra, el Es­píritu será nuestro Guía y Enseñador.
Es también obra del Espíritu que mora en nosotros, el conducirnos a la contemplación del divino rostro; y a una vida de oración e intercesión. Él nos pujará en el camino de la santidad de vida (Ez. 36:27, Isa: 30:21). La característica de tal vida es que nunca se guía por las normas y deseos de la carne, ni por la manera de pensar del mundo.
"Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios" (Ro. 8:14). La expresión "hi­jos de Dios" significa no solamente que somos de la familia de Dios, sino que además manifestamos la dignidad de "hijos de Dios". Todo creyente es hijo de Dios por nacimiento, pero todo hi­jo no está mostrando la dignidad del estado de hijo. Vive como niños que no ven, sin realizar la alta dignidad de su vocación y estado.
La vida del Espíritu dentro del creyente autentica el estado de hijo. Es el especial privilegio de ellos ser guiados por el Espíritu; por la palabra que es inspirada y por Su testimonio dentro del alma, que ilumina el enten­dimiento y vivifica la conciencia, de tal manera que tiene un instinto espiritual y un discernimiento sano de las cosas de Dios, Este es el principio que ha de guiar la vida. Y en esto no hay nada que tenga que ver con un mero entu­siasmo o éxtasis. Todo habla de la su­jeción del corazón al gobierno de la voluntad de Dios en nuestras palabras, obras y pensamientos. Sujeción que desde nuestro punto de vista es volun­taria, y sin embargo es debida al divi­no Agente y Enseñador que mora adentro. Se trata de una entrega y un santo abandono al Espíritu Santo, el cual ha de guiarnos. Tal guía llevará a la mortificación de la carne, y por la obediencia a Él nunca seremos derro­tados por ella.
Recibimos el "Espíritu de adopción" (Ro. 8:15). Significa dar el lugar de hijo a alguien a quien por naturaleza no le pertenece. El contraste es entre la posición sin privilegios de un escla­vo, y la de aquel que no solamente es reconocido como un miembro de la fa­milia, sino también es poseído de una dignidad: es hijo y heredero. Porque aquellos que han recibido el Espíritu de adopción son herederos de Dios (Ef. 1:5).
En La carta a los Romanos, Pa­blo contrasta el presente con el glo­rioso futuro. Somos hijos de Dios aun­que ahora estemos viajando como in­cógnitos por el mundo. En el pasaje paralelo de Gálatas 4:6, leemos del Es­píritu de su Hijo. Allí el presente es contrastado con el pasado que fue in­validado en Cristo. Es la acción del Es­píritu del Hijo sobre nuestro espíritu que nos hace clamar "Abba Padre". El Espíritu llena el alma con amor de tal manera que es el gozo del hijo obede­cer. Por el Espíritu la ley se cumple, pero al mismo tiempo su dominio que­da abolido. No es más un freno que moleste, pues el creyente, dulcemente constreñido por el Espirito hace la voluntad de Dios, y guiado por el Espíri­tu vive una vida libre de egoísmo y lleno de fruto para Dios.
Sendas de Vida, 1977

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