Prueba de lepra
Busquemos
el sentido espiritual de este notable aspecto del diagnóstico sacerdotal y de
la duda que podría surgir en cuanto a los síntomas de la enfermedad. ¿No puso
Dios al hombre bajo vigilancia? ¿No le ha dado toda posibilidad de demostrar
que no estaba atacado de "lepra"? La misma Biblia contesta.
Después
de la primera manifestación del pecado, en el Jardín de Edén, que trajo la muerte
a toda la raza humana, Dios puso al hombre a prueba provisto entonces de una
conciencia por guía: ésta no impidió a Caín matar a su hermano Abel.
Transcurrió el tiempo, Dios miró a la tierra; no había cosa ilesa en ella:
"toda carne había corrompido su camino" (Génesis 6,12), y no hubo
otra alternativa que destruir el mal por el diluvio. Una sola familia fue
salvada: Noé y los suyos, pero no estaba inmune. Y otra prueba empezó;
apareció una nueva clase de lepra que no tardó en cubrir la tierra: la idolatría;
detrás de los ídolos, Satanás se hizo adorar. Entonces Dios llamó a Abraham y
a sus descendientes, los apartó de las naciones idólatras; pero ¡ah! la misma
mancha apareció. Raquel, la esposa de Jacob, la tenía escondida (Génesis
31,32-35). Se extendió más y más (Génesis 35,2-4), y al final, invadió a todo
el pueblo de Israel: "escogeos hoy a quien sirváis —dice Josué— si ¿i los
dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron desotra parte del
río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis... quitad, pues
ahora, los dioses ajenos que están entre vosotros" (Josué 24.15-23).
Una
nueva prueba hizo Dios dando la Ley al hombre para que éste tratara de
mejorarse; sin embargo ésta no prestó ningún socorro. Jehová miró desde los
cielos sobre los hijos de los hombres por ver si había algún entendido que
buscara a Dios. . . y he aquí lo que declaró: "todos se desviaron, a una
se corrompieron..." (Salmo 14,2-3), "desde la planta del pie hasta la
cabeza, no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no
están curadas ni vendadas, ni suavizadas con aceite..." (Isaías 1,6). La
Ley no tenía los recursos para sanar las heridas: sacerdotes y levitas pasaron
de largo del herido (Lucas 10,31-32) y tampoco tenía el poder de cambiar el
corazón del pecador (Jeremías 17,9); por la Ley el pecado fue hecho sobremanera
pecante (Romanos 7,13).
Por
último una nueva prueba tuvo lugar: Dios envió a su Hijo bien-amado. Pero
¿quién lo hubiera creído? Apareció entonces la "lepra" más horrible
que jamás hubo: el hombre dio muerte al Señor. Las pruebas habían concluido,
los resultados son terminantes; era inútil probar al hombre por más tiempo. En
la inocencia, con su conciencia, con las promesas de Dios, con la Ley, con la
presencia de Cristo en el mundo, con la gracia actual o con la gloria milenial
futura, bajo esta séptuple
prueba, el hombre en Adam no sana su "lepra" ni cambia su naturaleza:
es pecador, sentenciado a muerte, desechado. No hay más nada que decir: el
gran Sacerdote ha declarado inmundo a todos los miembros de la raza humana...
y a ti también, lector.
Sí,
amigo lector, el gran Sacerdote te mira, escucha lo que te dice; te declara
pecador perdido; no puedes replicar nada, y lo mejor que puedes hacer, es
reconocer tu estado pecaminoso. Has sido llevado ante la mirada de Dios: El
te vio, vio que la llaga de tu cuerpo era lepra, pero vio también que "el
vello que brota de ti se había vuelto blanco" (vers. 4).
¿Qué significa esto? Que de ti sólo brota la muerte, a
la que seguirá el juicio, y después de éste, la muerte segunda (Apocalipsis
20,14).
Gravedad del mal
Amigo,
oye algo más todavía: "parece la llaga más profunda que la piel de la
carne..." Pues, no es solamente un mal superficial el que te ha atacado,
es mucho más hondo; su raíz está en tu corazón. Y a ese corazón el gran
Sacerdote lo ha declarado: "engañoso más que todas las cosas y perverso,
incurable" (Jeremías 17,9). Pareces no estar convencido de que tu caso es
tan desesperado; no puedes comprender ni admitir que tu lepra está tan
avanzada, que eres incurable; sin embargo, tal es tu condición. ¿Permitirás a
la Palabra de Dios convencerte? Entre las actitudes que la Biblia refiere de
personas convencidas de pecado, he aquí una: el gobernador romano Félix, con
Drusila su mujer, al oír disertar a Pablo acerca de la justicia, de la templanza
y del juicio venidero, espantado le dijo: "ahora vete. . . pero cuando
tenga oportunidad te llamaré" (Hechos 24,25). He aquí otra: "si
alguno es oidor de la Palabra, pero no hacedor de ella, éste es semejante al
hombre que considera en un espejo su rostro natural... y se va, y luego olvida
cómo era "(Santiago 1,23-24). He aquí una tercera: "el que de
vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella...
pero ellos al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno,
comenzando desde los más viejos hasta los postreros" (Juan 8,7-9). He
aquí una cuarta, la que tú debes elegir si eres consciente de tu estado
irremediablemente perdido: "viendo esto, Simón Pedro cayó de rodillas
ante Jesús, diciendo: apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador"
(Lucas 5.8).
Hace
algunos años mientras cenaba con un doctor que era toda una eminencia en asunto
lepra, me contó que un joven había ido a consultarle unos días antes y le había
mostrado en su mano una llaguita que no quería cerrar. El doctor le interrogó,
le examinó la mano, y constató una llaga de lepra. Erguido y aparentemente en
buena salud, casado y con dos hijos pequeños, el joven estaba a cien leguas de
sospecharse leproso. Veo todavía correr las lágrimas del doctor mientras me contaba
este caso, tan intensa era su pena hacia el desdichado joven a quien debió
declarar leproso... Cuánto mayor fue el dolor del divino Médico quien no se contentó
con derramar lágrimas al ver al ser humano, su misma criatura, sumida bajo la
esclavitud de la muerte, consecuencia del pecado, sino que "tomó nuestras
enfermedades y llevó nuestras dolencias" (Mateo 8,17; Juan 11,33-35).
Lector,
nuestro sumo Sacerdote te ha declarado inmundo: El no se equivoca, y además te
ama mucho, demasiado, para pronunciar tan terrible veredicto si tu estado no lo
comprobara. Su declaración —créelo— es la pura verdad; y su diagnóstico no
cambiará mientras él mismo no te haya purificado. Puedes probablemente haber
dicho: no tengo la menor idea de estar tan arruinado, ignoro que voy camino al
infierno, tengo tiempo de arreglar todos estos asuntos... Tal vez tienes conocimiento
de lo que sucedió al hermano Damien, quien durante largos años se dedicó a
atender los leprosos de Molokai en las islas Hawai; durante mucho tiempo cumplía
su tarea gozando buena salud, pero una noche, mientras tomaba un baño de pie,
le cayó agua hirviendo sobre los dedos; no sintió dolor alguno. Pero no tardó
en ver aparecer ampollas: comprendió inmediatamente que había contraído la
lepra; sabía que uno de los primeros síntomas es la pérdida de sensibilidad de
las partes afectadas. Después de algunos años el hermano Damien murió enteramente
cubierto por el mal incurable[1].
Se
puede clavar una aguja sobre la parte afectada por la lepra sin que el enfermo
sienta algo, la lepra le privó de toda sensibilidad, como el ser humano puede
continuar en el pecado sin saber que es pecador, "su conciencia está
cauterizada" (1. Timoteo 4,2); además "después de haber perdido toda
sensibilidad, se entregó a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza"
(Efesios 4,19). En una predicación del Evangelio al aire libre en la esquina
de una calle, se trataba de convencer a los oyentes de pecado; cuando un descabezado
joven interrumpió al predicador: ¿del fardo del pecado habla usted? Pues yo no
lo siento... y burlonamente agregó: ¿cuánto pesa el pecado? ¿Diez kilos, cien
kilos?... Con calma y sabiduría el predicador contestó: oiga joven, si usted colocara
diez o cien kilos sobre el pecho de un muerto, ¿lo sentiría?... No, porque
está muerto, contestó... Pues es usted un muerto, prosiguió el predicador, el
que no siente el fardo de sus pecados está moralmente muerto.
El
leproso sabe que es inmundo porque el sacerdote se lo dijo, como el ser humano
sabe que es pecador porque la Palabra de Dios se lo dice. ¿Cuál es la solución
que Dios debe tomar por su parte? Cuando las autoridades locales de las islas
Hawai decidieron apartar a los leprosos a un terreno montañoso conocido con el
nombre de Kalawao en las islas de Molokai, donde trabajaba el hermano Damien,
se dio el edicto que toda persona en quien se descubriera el más pequeño rasgo
de lepra, joven o anciana, rica o pobre, de elevado rango o de clase humilde,
fuese deportada de oficio. La ley fue ejecutada con el mayor rigor en todas las
islas del archipiélago hawaiano; todos los leprosos y aún los sospechosos de
serlo fueron capturados: los hijos fueron arrancados de sus padres y los padres
de sus hijos; maridos y mujeres fueron separados para siempre. En ningún caso
se hizo excepción, un pariente cercano de la reina de Hawai fue uno de los
primeros en ser tomado y deportado[2].
Dios
no es menos santo; he aquí precisamente lo que exige su santidad si el pecado
no es quitado: maridos y mujeres, padres e hijos, amigos más queridos serán
separados para siempre; "y Jehová habló a Moisés diciendo: manda a los
hijos de Israel que echen del campamento a todo leproso, así a hombres como a
mujeres echaréis; fuera del campo los echaréis. . . y lo hicieron así los hijos
de Israel y los echaron fuera del campamento como Jehová dijo a
Moisés..." (Números 5,1-4) "Estarán dos en una cama, el uno será
tomado, y el otro será dejado; dos mujeres estarán moliendo juntas: la una será
tomada, y la otra dejada; dos estarán en el campo: el uno será tomado, y el
otro dejado..." nos dice el evangelio (Lucas 17,34-37). "Mas los
perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los
idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira" (Apocalipsis 22,15).
¿Cuál será tu suerte, lector?
Llaga en la cabeza
Detengámonos
un momento en los versículos 29 y 43 de nuestro capítulo, son de los más
solemnes y deberían hablar elocuentemente en los tiempos en que vivimos:
"cuando algún hombre tuviere llaga en la cabeza o en la barba, el
sacerdote mirará la llaga, y si viere que al parecer está más hundida que la
piel, y que hay en ella pelo amarillento adelgazado, el sacerdote le declarará
inmundo, el hombre es leproso; el sacerdote ciertamente le declarará enteramente
inmundo.
Podemos
hallar un llamativo ejemplo de lepra en la cabeza en la persona del rey Uzías,
quien, llevado por el orgullo tumefacto de su corazón, quiso ocupar el lugar
que sólo pertenecía a los sacerdotes; "su corazón se enalteció para su
ruina, porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová
para quemar incienso en el altar; y como resistía a los sacerdotes,
persistiendo en su intención, la lepra le brotó en la frente..." (2.
Crónicas 26,16-20).
No es siempre el orgullo el motivo de la lepra en la cabeza como en el caso de Uzías; una falsa doctrina, predicada muy sinceramente y con mucha humildad, es la "lepra" que muchos presentan hoy día: dichos "enfermos" tienen su opinión propia, ignoran voluntariamente la Palabra de Dios o la interpretan a su modo de ver fiándose en su propia capacidad intelectual; y están muy lejos de creer que son "ciertamente inmundos". Sin embargo tal es la expresión que el Espíritu Santo emplea aquí.
Entre
los ejemplos de "lepra" que la epístola a los Corintios menciona, la
hinchazón y la mancha lustrosa, encontramos también la que brotó en la cabeza:
una falsa doctrina se había infiltrado entre ellos: "si se predica de
Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que
no hay resurrección de muertos?" (1. Corintios 15,12). Otro ejemplo de la
misma "lepra" es notado en la segunda a Timoteo capítulo 2,17:
"evita los discursos profanos y vacíos; porque los adictos a ellos
avanzarán más y más en la impiedad; y su palabra carcomerá cual gangrena; de
los cuales son Himeneo y Fileto, hombres que según la verdad se han
descarriado, diciendo que la resurrección ha pasado ya... y de la manera que
Jannes y Jambres resistieron a Moisés, también éstos resisten a la verdad,
hombres corruptos de entendimiento...". Tal es la "lepra" de la
cabeza; ¡cuántos casos han surgido desde entonces; a nosotros nos toca
discernirlos: "no creáis a todos los espíritus —advierte el apóstol Juan—
sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas son
salidos en el mundo" (1. Juan 4,1; 2. Pedro 2,1).
¡Inmundo, inmundo!
"Y
el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza
descubierta y embozado pregonará: ¡inmundo, inmundo! Todo el tiempo que la llaga
estuviere en él será inmundo, estará impuro y habitará solo; fuera del
campamento será su morada" (vers. 45-46).
Estas
palabras desgarradoras expresan la realidad en que se encuentra el pecador. Posiblemente
antes hubiera podido ocultar la lepra con su ropa; pero ahora esos vestidos
deben ser rotos, nada podía disimular su mal: "todas las cosas están
desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta"
(Hebreos 4,13). Cuando Adam vio por primera vez su mancha de lepra trató de
cubrirla con hojas de higuera; pero ¡qué inútil fue! Al venir Dios en su busca
se ve obligado en confesar: "oí tu voz en el huerto, y tuve miedo porque
estoy desnudo y escondíme" (Génesis 3,10). ¡Desgraciado es el pecador que
quisiera contestar con una mentira como Caín a quien Dios pregunta: "¿dónde
está tu hermano Abel?" al que acaba de matar: "no sé, ¿soy yo guarda
de mi hermano?" (Génesis 4,9).
¡Pobre
pecador! tus vestidos están deshechos, tus justicias, tus buenas obras son como
trapos de inmundicia ante Dios (Isaías 64,6). Cada mancha de pecado, la más
pequeña y aún la que "el espíritu de celos" de un hombre haría
suponer contra su mujer (Números 5. 14- 18), se muestra enteramente a la mirada
divina; Dios mismo ordena quitar el velo con que la podría ocultar: "hará
el sacerdote estar en pie a la mujer, y descubrirá su cabeza..." Estos
ejemplos nos revelan la posición más espantosa en que el ser humano se halla
ante Dios; entre ti, lector, y los cielos no hay ningún abrigo, toda la cólera
de un Dios que odia el pecado está sobre ti (Juan 3:36), mientras un feliz
rescatado puede exclamar: "tú pusiste a cubierto mi cabeza" (Salmo
140,7). Amado lector, ¿estás al abrigo de la ira de Dios, o bien el ojo divino
no ve sino manchas que su santidad debe castigar?
"Y
embozado pregonará: ¡inmundo, inmundo!..." (vers. 45). Su cabeza debe
permanecer desnuda, en cambio el leproso debe taparse la boca; el mismo aliento
del enfermo no puede sino contaminar a su semejante: "sepulcro abierto es
su garganta, con su lengua engañan; veneno de áspides hay debajo de sus
labios, su boca está llena de maldición y de amargura" (Romanos 3,13- 14).
Ni la menor insinuación puede sugerirse para que, por los propios esfuerzos de
un ser cuya presencia es intolerable, una esperanza de vida surja en el seno de
un semejante estado de muerte. Hay solamente un grito, grito triste y doloroso
que emite en forma de advertencia: ¡inmundo, inmundo! Y ¡qué locura la
pretensión de un pecador ostentar santidad cuando de su propio aliento no sale
sino corrupción! ¿No es más bien ser "semejantes a sepulcros blanqueados,
que de afuera a la verdad se muestran hermosos, mas de dentro están llenos de
huesos de muertos y de toda suciedad?" (Mateo 23, 27); "muertos en
delitos y pecados.." Tal es la verdad "hiede ya que es de cuatro
días" (Juan 11,39).
Totalmente cubierto
"Mas
si brotare la lepra cundiendo por la piel, de modo que cubriere toda la piel
del llagado, desde la cabeza hasta sus pies, hasta donde pueda ver el sacerdote,
entonces éste le reconocerá; y si la lepra hubiere cubierto todo el cuerpo,
declarará limpio al llagado: toda ella se ha vuelto blanca y él es
limpio" (vers. 12-13).
Nos
hallamos aquí en presencia de una declaración de las más extraordinarias.
Cuando algunos meses o algunos años atrás el enfermo fue llevado al sacerdote
teniendo solamente una pequeña hinchazón, unas costras o una mancha lustrosa,
éste lo había declarado inmundo: tuvo entonces que salir fuera del campamento.
Hoy que se halla totalmente cubierto de lepra, el sacerdote le declara limpio.
¡Verdad que es extraño esto! ¿Qué significa?
¡Ah,
es un pobre pecador que nada puede alegar en favor suyo! Gracias a Dios, son muchos
los ejemplos que su Palabra nos da de "leprosos" enteramente
cubiertos. "Sucedió que estando él en una de las ciudades se presentó un
hombre lleno de lepra, el cual viniendo a Jesús, se postró con el rostro en
tierra y le rogó diciendo: Señor, si quieres puedes limpiarme. Entonces,
extendiendo él la mano le tocó diciendo: quiero, sé limpio. Y al instante la
lepra se fue de él" (Lucas 5, 12,13). Nadie que esté lleno de lepra ni
lleno de pecado necesita esperar más tiempo para ser limpiado. Ved otro ejemplo:
"apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador" exclama Simón
Pedro al descubrir por primera vez, en presencia del Señor, que es enteramente
pecador (Lucas 5,8). No podéis agregar nada más en un recipiente que desborda,
como nada bueno cabe en un hombre lleno de pecado: pero el Señor está aquí para
remediar dicha condición. El pecador consciente de serlo descubre la
diferencia que existe entre él y Dios santo. Oíd uno de los malhechores
crucificado al lado de Jesús que piensa que Cristo es como él o él como Cristo:
"si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros también"
¡tremenda injuria! Oíd ahora a su compañero: "¿ni aún tú temes a Dios
estando en la misma condenación? Nosotros a la verdad, justamente padecemos,
porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos, mas éste ningún mal
hizo" (Lucas 23.39-43). He aquí la confesión ce un pecador perdido, que se
reconoce enteramente cubierto de "lepra" y que discierne la diferencia
que hay entre él y el Cristo.
"¡He
pecado contra el cielo y contra ti!" exclama el hijo pródigo en presencia
de su padre... Pero en casa, en la mesa, aprende algo más todavía sobre su
condición anterior; de los labios mismos de su padre puede oír estas palabras:
"éste mi hijo muerto era, y ha revivido; habíase perdido, y es
hallado" (Lucas 15, 18-20).
"Sé
propicio a mi pecador. . ." exclama el publicano en presencia da Dios
(Lucas 18,13). "Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al
saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de
alabastro con perfume; y estando detrás de él, a sus pies, llorando, comenzó a
regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus
pies, y los ungía con el perfume..." (Lucas 7,37-50).
"He
aquí que yo soy vil, ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca... (Job
39,37). Entonces dije: ¡ay de mi! que soy muerto; que siendo hombre inmundo de
labios y habitando en medio del pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis
ojos al rey Jehová de los ejércitos" (Isaías 6,5). "Yo reconozco mis
rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí, purifícame con hisopo y
seré limpio; lávame y seré emblanquecido más que la nieve" (Salmo
51,2-7).
Todos
estos ejemplos son idénticos y concluyentes: Pedro, Pablo, David, Isaías. Job,
etc., todos siguieron el mismo camino, todos descubrieron que eran
"leprosos", llenos de lepra, desde la mollera hasta la planta de su
pie; ninguno de ellos está en el cielo mediante sus buenas obras. Pues bien,
lector, ¿podrías tú hallar éxito donde todos fracasaron? Todos estaban
perdidos, camino al infierno, condenados; y vencidos tomaron el lugar en que el
hombre debe estar ante Dios para obtener el perdón y la salvación. Es al
ocupar este mismo lugar que hallarás la limpieza de tus pecados: "Yo sé
que en mi no mora el bien. . . ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del
cuerpo de esta muerte? Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro"
(Romanos 7,24). Feliz el pecador que puede exclamar: "cantaré delante de
los hombres y diré: pequé y pervertí lo recto, pero a mí no me fue recompensado
así, antes, él ha redimido mi alma para que yo no pasase al hoyo, y mi vida ve
ya la luz" (Job 33,27).
Entre
la falange de rescatados que entrará en el cielo, será imposible hallar una
sola persona que pueda decir: me limpié por mis propios medios... he venido
aquí por mis buenas obras. El cántico allá arriba, sólo exaltará la inmensa
gracia de Dios que por la obra redentora cumplida en la cruz, abrió la fuente
que limpió nuestra lepra.
¡Ven,
lector, ven ahora tal como eres ante el Sacerdote lleno de gracia... El te
espera; más aún. El te llama: "venid luego, y estemos a cuenta; si
vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si
fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isaías
1,18). Dios sabe que estás lleno de lepra, pero es a ti a quien corresponde
reconocerlo, y tomar el lugar de un pecador perdido...
Nueva aparición
Todavía
una palabra más mientras consideramos al leproso totalmente cubierto de su mal,
leemos: "mas el día que apareciere en él la carne viva, será inmundo y el
sacerdote mirará la carne viva, y lo declarará inmundo, es inmunda la carne
viva, es lepra" (vers. 14-15).
Esta
nueva aparición de la carne viva en el leproso representa el caso de un individuo
que reconociéndose pecador continúa viviendo en el pecado; está todo cubierto
de lepra, pero la "carne viva", es decir el pecado, está en actividad
en él. Sorprende hallar en las Escrituras tales casos, y no pocos; al lado de
los que tomaron sinceramente el lugar de pecadores delante de Dios, obteniendo
los efectos de una amplia gracia, hallamos quienes como el rey de Egipto,
Faraón, dicen: "he pecado esta vez; Jehová es justo, yo y mi pueblo somos
impíos" (Exodo 9,27; 10,16); o como Balaam: "he pecado, porque no
sabía que tú te ponías delante de mí en el camino" (Números 22,34); o
Acán: "verdaderamente yo he pecado..." (Josué 7,20); o Saúl:
"yo he pecado, porque he quebrantado el mandamiento de Jehová" (1.
Samuel 15,24). Estos, a pesar de haber reconocido su pecado, cayeron bajo el
castigo de Dios; admitieron que eran pecadores, mas su "carne"
continuaba viva, el pecado seguía en actividad en ellos, no demostraron odio
por él ni deseaban abandonarlo; no estaban verdaderamente arrepentidos. Son
los que en el Nuevo Testamento "hollaron al Hijo de Dios, tuvieron por
inmunda la sangre del testamento en la cual fueron santificados, hicieron
afrenta al Espíritu de gracia... el postrer estado de ellos viene a ser peor
que el primero" (Hebreos 10,29; 2. Pedro 2,20-21); "el espíritu
inmundo" los había dejado por un tiempo, pero volvió con siete espíritus
peores que él (Lucas 11,24).
Es
solemnemente instructivo constatar las alternativas de odio y remordimiento en
el rey Saúl; pero el remordimiento no es el arrepentimiento que va aparejado
con la fe. El arrepentimiento se vuelve contra el pecado, la fe hacia Dios. Si
conozco la maravillosa gracia de Dios que me tomó a mi pobre pecador, y que, en
mi triste condición me purificó, me perdonó y me llevó hacia sí, esta gracia me
hace desear ardientemente vivir en una santa conducta en la cual el pecado no
tenga más dominio sobre mí: "porque el pecado no se enseñoreará de vosotros,
pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia" (Romanos 6,14); tenéis el
poder que os da la Gracia, y no el débil instrumento que os presta la Ley. Mas
si dejo que el pecado actúe libremente en mí, demuestro que soy extraño a la
gracia de Dios que me purificó y perdonó, "porque el que practica el
pecado es del diablo" (1. Juan 3,8).
Esto
no significa que después de haber sido salvos no pecaremos más, el mismo
apóstol escribe previniéndonos de cometer este error: "si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros" (cap. 1,8). Observemos que no engañamos a Dios; El bien sabe que
tenemos pecado; ni a nuestros semejantes, ellos bien lo ven, sino solamente a
nosotros mismos. Por otra parte la "carne viva" que aparece, no significa
que si pecamos es prueba de que nunca fuimos salvos; ¡cuántas veces el diablo
ha atormentado a jóvenes cristianos con esa clase de temor! Sucede que una
oveja puede caer en un foso y ensuciarse mucho, pero no por esto deja de ser
una oveja: será una oveja desgraciada hasta que salga y limpie su vellón; en
cambio una cerda se deleitará en el sucio barro del foso: a ésta le gusta la
suciedad, aquella en cambio le tiene aversión.
La diferencia proviene de dos naturalezas
distintas que no pueden cambiar ni mezclarse jamás, y que tenemos en nosotros:
la vieja, adámica, que por la cruz podemos tener por muerta al pecado (Romanos
6,11); y la nueva, que es Cristo en nosotros: "a todos los que le
recibieron dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su
nombre: los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni
de voluntad de varón, mas de Dios" (Juan 1,12-13). Todo aquel que ha
nacido de nuevo está limpio desde adentro: "ya vosotros sois limpios por
la palabra que os he hablado" (Juan 15,3); "mas ya sois lavados, mas
ya sois santificados, mas ya sois justificados en el nombre del Señor Jesús y
por el Espíritu de nuestro Dios" (1. Corintios 6,11). Dios nos ha
comunicado una nueva naturaleza, pura y santa que tiene horror al pecado y lo
rechaza: "muy amados —escribe Juan— ahora somos hijos de Dios..."
Esta es nuestra nueva naturaleza "y aún no se ha manifestado lo que hemos
de ser, pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, y
cualquiera que tiene esta esperanza en él, se purifica como él también es limpio"
(1. Juan 3,2). Si el que ha nacido de nuevo y que tiene esta esperanza ha caído
en un pecado, no se sentirá feliz hasta que haya sido limpiado y restaurado:
"ten piedad de mí oh Dios —exclama David caído— conforme a tu
misericordia; conforme a la multitud de tus piedades, borra mis rebelones"..
"si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone
nuestros pecados y nos limpie de toda maldad" (Salmo 51,1; 1. Juan 1,9).
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