Capítulo 2
Pero ¿cómo
puede Dios hacerlo? El Señor Jesucristo se encargó de esta obra. Dicen algunas
personas que las buenas obras nos hacen dignos del favor de Dios. Pero la vida
de Jesús no borró un solo pecado. Fue una vida perfecta, divina, amable y
cariñosa hasta lo infinito. Cada paso que el Señor Jesús dio sobre la tierra
fue consagrado a la gloria de Dios. El oraba toda la noche en la cumbre de la
montaña; pero Sus oraciones no expiaron nuestros pecados; y no obstante, hay
quienes piensan que por las oraciones de ellos podrán ser justificados. Jesús
derramó lágrimas sobre Jerusalén; pero no fueron sus oraciones, aunque
preciosas y perfectas, ni sus lágrimas, aunque amorosas y compasivas, las que
pudieron lavarnos de nuestros pecados. Únicamente su sangre preciosa fue la que
pudo lavar nuestras culpas, pagar el precio de nuestra salvación. No son las
oraciones, ni las lágrimas, ni las buenas obras, ni el cambio de costumbres, lo
que nos salva; únicamente "la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de
todo pecado".
El Señor Jesús
se hizo el Obrador de la paz. Nosotros no podemos hacer la paz, pero, según las
Escrituras, Jesús hizo la paz "mediante la sangre de su cruz" (Col.
1:20). La paz fue hecha una vez para siempre por el Señor Jesucristo en la cruz
del Calvario. Sus palabras al exhalar el último suspiro, fueron éstas:
"Consumado es". Nadie sino El podía decir tales palabras. El tomó el
cáliz de la ira que Dios, obrando conforme a su justicia, le presentó; y
llevándolo a sus labios, lo bebió hasta la última gota. ¡Qué Salvador tenemos!
Nunca fue tan
querido del corazón de Dios como en ese momento, y con todo. Dios lo abandonó.
De sus labios salió aquel amargo lamento: "Dios mío. Dios mío, ¿por qué me
has desamparado?" Y los cielos se oscurecieron y el sol dejó de brillar.
"No comprendo. Fue
demasiado fácil"
Algunos nos
dicen: "No comprendo vuestro evangelio; ustedes dicen: 'Crean solamente'.
Me parece una cosa demasiado fácil." Tal afirmación la he oído en muchas
otras partes del mundo; brota naturalmente del corazón humano. Pero, es mejor
que reflexiones, que pienses bien: ¿fue una cosa demasiado fácil? El Señor
Jesús descendió del cielo a la tierra. ¡Qué viaje! A más de esto, caminó a la
cruz. ¡Observa muy bien! ¡Cumplió la pena, entregó su vida, bajó al polvo de la
muerte! ... ¡Oh querido amigo mío! ¿Será posible que tú también seas capaz de
decir que la salvación es demasiado fácil? ¡No! Tus buenas obras no pueden mezclarse
con el valor expiatorio de la sangre de Jesús en el asunto de la salvación de
tu alma. Depende únicamente de Cristo y su obra en la cruz del Calvario.
El Señor
Jesucristo, habiendo hecho la paz por la sangre de su cruz (véase Colosenses
1:20), bajó al sepulcro; pero Dios le resucitó de los muertos y ahora está
"anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo" (Hechos
10:36).
En los umbrales de la paz
eterna
Pero, ¿cómo
podemos entrar en el gozo de la paz? Mediante Jesucristo: "Cree en el
Señor Jesucristo y serás salvo" (Hechos 16:31). "A éste dan
testimonio todos los profetas, de que todos los que en El creyeren, recibirán
perdón de pecados por su nombre" (Hechos 10:43). Jesús lo hizo todo. El
dijo de sí mismo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida". Todo se
hace por Cristo, y el alma, desde el momento que confía en Jesús, puede gozar
los frutos de la paz con Dios, mediante el Salvador, Jesucristo.
Piensa por unos
instantes sobre el cuarto capítulo de la epístola a los Romanos. En este
capítulo encontrarás que Abraham fue justificado por la fe, sin obras. Abraham
creyó a Dios, dice el pasaje de la Escritura, "y le fue contado por
justicia"; y luego continúa: "Y no solamente con respecto a él se
escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha
de ser contada, esto es, a los que creemos en El que levantó de los muertos a
Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y
resucitado para nuestra justificación" (4:23- 25, Revisión de 1960).
Este último
versículo nos habla de dos cosas: de la muerte de Jesús, y de su resurrección.
Dice en primer término: "El fue entregado por nuestras
transgresiones". Esto es lo que puede afirmar todo creyente. Y no sólo él,
sino cualquiera de los que lean este folleto pueden decir: "Recibo
sinceramente a Jesús por mi Salvador", y está autorizado a dirigir una
mirada retrospectiva (mirar al tiempo pasado) a la cruz, diciendo con todos los
cristianos que han existido desde entonces hasta la actualidad: "Fue
entregado por nuestras transgresiones".
¿Por cuántos pecados?
Permíteme
dirigirte una pregunta: ¿Por cuántos de tus pecados fue entregado el Señor
Jesucristo? El fue entregado por nuestros pecados. ¿Por cuántos? Aún no
habíamos nacido cuando Cristo murió en la cruz. La historia de nuestras vidas
pertenecía al futuro. Pero Dios conocía todos nuestros pasos y El entregó a
Cristo por nuestros pecados. ¿Por cuántos? Respóndeme conscientemente a esta
pregunta. Si examinamos las escrituras hallaremos escrito en ellas: "La
sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:7).
Dios tomó la totalidad de nuestros pecados, todas las responsabilidades en que
incurrimos desde la cuna hasta el sepulcro, y colocó la acumulada carga sobre
la cabeza de nuestro sustituto y Salvador, el Señor Jesucristo; el cual se
sujetó a todo, sufriendo el juicio en nuestro lugar, dando plena satisfacción a
Dios, y libertando así para siempre al pecador que cree en El.
Querido amigo,
que tu alma medite en esta verdad: de que todos tus pecados fueron cargados por
Jesús, sobre la cruz del Calvario, hace más de mil años. "El fue entregado
por nuestros pecados". Cargó con todos ellos, y exclamó triunfante al
morir: "Consumado es", inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Fue
puesto en un sepulcro prestado, y allí permaneció hasta que resucitó triunfante
¿Quién le resucitó de los muertos? La Escritura nos dice: "Dios le levantó
de los muertos" (Hechos 13:30). Pero ¿por qué Dios lo hizo? ¿Por qué lo
levantó de los muertos? La contestación es muy sencilla: Porque la obra estaba
hecha con toda perfección. Dios quedaba satisfecho con lo que se había
realizado. ¿No es suficientemente claro este punto, amigo mío? Si el Señor
Jesús no hubiese llevado a cabo la obra, si no hubiese expiado la totalidad de
los delitos que tomó sobre sí en la cruz, no podía, en justicia, haber sido
resucitado de los muertos; pero resucitó, porque la obra quedó hecha con toda
fidelidad y perfección.
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