jueves, 12 de noviembre de 2020

La Primogenitura y la bendición

 La Primogenitura y la bendición

Santiago Saword

Mirad bien ... no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; ... no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. Hebreos 12.16,17

 


            Los versículos citados son el comentario divino sobre la experiencia trágica de Esaú. Cuando vendió su derecho como el primer hijo, por pan y guisado, no hubo lágrima alguna, pero llegó el “después”, cuando él descubrió que había perdido la bendición. Esaú se había equivocado en gran manera, no habiéndose dado cuenta de que no pudo separar la primogenitura y la bendición. Estamos ante una escena emocionante; el Espíritu Santo nos presenta el cuadro de un varón joven que llora amargamente a la cabecera de su anciano padre.

Lo espiritual y lo temporal

            Una oleada de materialismo y descuido en la manera de vivir está cubriendo el mundo entero en estos tiempos. Nosotros, el pueblo de Dios, estamos en el peligro de asumir el espíritu de Esaú, dándoles una importancia exagerada a las cosas temporales a expensas de las que son eternas. Estas últimas son los privilegios de nuestra primogenitura, comprados a precio infinito por nuestro Señor Jesucristo en el Calvario.

            Hablando en términos generales, podemos decir que la primogenitura para Esaú abarcaba lo que era espiritual: el sacerdocio al estilo de los patriarcas, la herencia y el linaje codiciado del cual vendría el Mesías. La bendición, en cambio, tenía que ver más con beneficios materiales; habla Isaac en Génesis 27.28 de “las grosuras de la tierra y abundancia de trigo”. Esaú era profano (o sea, mundano) en el sentido que él despreció lo espiritual para saciar su apetito carnal. Este peligro está presente siempre para el hijo de Dios.

Dos sacerdocios

            Según 1 Pedro 2.5 hemos sido constituidos un sacerdocio santo, con libertad de acceso hasta la misma presencia de Dios, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. En otras palabras, adoramos velo adentro. Es una vocación santa que nos capacita para el ministerio de la intercesión y otros aspectos de la oración.

            En el mismo capítulo, en el versículo 9, aprendemos que, además del privilegio de entrar en la presencia de Dios como sacerdocio santo, somos enviados como un sacerdocio real para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ahora es cuestión de testimonio delante del mundo. Así como los sacerdotes de Dios llevaron el arca en derredor de Jericó y tocaron trompeta mientras marchaban, nosotros damos testimonio de nuestro glorioso Señor por vida y labios.

            Sin embargo, es triste y cierto que muchas veces estos propósitos que Dios estableció en gracia para nosotros se encuentran frustrados por nuestra obediencia a las tendencias carnales que tenemos. En algunas partes las reuniones semanales de oración o estudio bíblico cuentan con poca asistencia porque muchos creyentes prefieren atender al “hombre viejo” en ellos, quedándose en casa y dedicándose a su comodidad propia. Hay también aquellos que renuncian a su lectura y meditación diaria de las Escrituras para disponer de más tiempo para la prensa, revistas o aun la televisión.

Lícito, pero no conviene

            Hace años, conocí de cerca a un hermano que poseía un buen don para el ministerio público de las Escrituras y participaba con provecho en las conferencias del área donde vivía. Pero, se interesó en la siembra de tomates como un pasatiempo sano. Dejó de asistir a las conferencias de Año Nuevo, temiendo que la temperatura baja en esa época podría dañar sus matitas. Él se dio cuenta de su error y renunció su interés en los tomates.

            Pero, mi amigo se interesó en la cría de cierto tipo de gallina de raza. Ahora dejó de asistir a una serie de conferencias, ¡temiendo que alguien le podría robar las gallinas! Cuando se acercaba otra conferencia, él le dijo a su señora que ellos deberían asistir, dejando al Señor el cuidado de las aves. Ella protestó, pero él insistió. Efectivamente, regresaron para encontrar que los ladrones se habían llevado todas las gallinas. Ella le recriminó, pero él vio el asunto de otra manera: ¡dio gracias a Dios por haber quitado lo que podría estorbarle en la atención a conferencias futuras!

            Esaú pudo negociar su primogenitura sin derramar una sola lágrima, y el creyente puede descuidar igualmente sus privilegios como un hijo de Dios. Sí, puede robar ahora “las cosas de arriba” del tiempo, las energías y la atención que merecen y exigen, pero habrá un “después”.

            Aun aquí el creyente descuidado perderá “la bendición de Jehová ... que enriquece, y no añade tristeza con ella”, Proverbios 10.22, pero ante el tribunal de Cristo se hará mucho más evidente cuánto él o ella ha perdido. Tengamos presente el galardón para el fiel y la pérdida para el errado, según los encontramos en Colosenses 3:24,25: “... del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas”.

            Cuán apropiada para nosotros la exhortación en el pasaje citado de Hebreos: “Mirad bien ... no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario