La Primogenitura y la bendición
Santiago Saword
Mirad bien ... no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios;
... no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola
comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando
heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el
arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. Hebreos 12.16,17
Los
versículos citados son el comentario divino sobre la experiencia trágica de
Esaú. Cuando vendió su derecho como el primer hijo, por pan y guisado, no hubo
lágrima alguna, pero llegó el “después”, cuando él descubrió que había perdido
la bendición. Esaú se había equivocado en gran manera, no habiéndose dado
cuenta de que no pudo separar la primogenitura y la bendición. Estamos ante una
escena emocionante; el Espíritu Santo nos presenta el cuadro de un varón joven
que llora amargamente a la cabecera de su anciano padre.
Lo espiritual y lo temporal
Una oleada
de materialismo y descuido en la manera de vivir está cubriendo el mundo entero
en estos tiempos. Nosotros, el pueblo de Dios, estamos en el peligro de asumir
el espíritu de Esaú, dándoles una importancia exagerada a las cosas temporales
a expensas de las que son eternas. Estas últimas son los privilegios de nuestra
primogenitura, comprados a precio infinito por nuestro Señor Jesucristo en el
Calvario.
Hablando en términos generales,
podemos decir que la primogenitura para Esaú abarcaba lo que era espiritual: el
sacerdocio al estilo de los patriarcas, la herencia y el linaje codiciado del
cual vendría el Mesías. La bendición, en cambio, tenía que ver más con
beneficios materiales; habla Isaac en Génesis 27.28 de “las grosuras de la
tierra y abundancia de trigo”. Esaú era profano (o sea, mundano) en el sentido
que él despreció lo espiritual para saciar su apetito carnal. Este peligro está
presente siempre para el hijo de Dios.
Dos sacerdocios
Según 1 Pedro
2.5 hemos sido constituidos un sacerdocio santo, con libertad de acceso hasta
la misma presencia de Dios, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a
Dios por medio de Jesucristo. En otras palabras, adoramos velo adentro. Es una
vocación santa que nos capacita para el ministerio de la intercesión y otros
aspectos de la oración.
En el
mismo capítulo, en el versículo 9, aprendemos que, además del privilegio de
entrar en la presencia de Dios como sacerdocio santo, somos enviados como un
sacerdocio real para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las
tinieblas a su luz admirable. Ahora es cuestión de testimonio delante del
mundo. Así como los sacerdotes de Dios llevaron el arca en derredor de Jericó y
tocaron trompeta mientras marchaban, nosotros damos testimonio de nuestro
glorioso Señor por vida y labios.
Sin
embargo, es triste y cierto que muchas veces estos propósitos que Dios
estableció en gracia para nosotros se encuentran frustrados por nuestra
obediencia a las tendencias carnales que tenemos. En algunas partes las
reuniones semanales de oración o estudio bíblico cuentan con poca asistencia
porque muchos creyentes prefieren atender al “hombre viejo” en ellos,
quedándose en casa y dedicándose a su comodidad propia. Hay también aquellos
que renuncian a su lectura y meditación diaria de las Escrituras para disponer
de más tiempo para la prensa, revistas o aun la televisión.
Lícito, pero no conviene
Hace años,
conocí de cerca a un hermano que poseía un buen don para el ministerio público
de las Escrituras y participaba con provecho en las conferencias del área donde
vivía. Pero, se interesó en la siembra de tomates como un pasatiempo sano. Dejó
de asistir a las conferencias de Año Nuevo, temiendo que la temperatura baja en
esa época podría dañar sus matitas. Él se dio cuenta de su error y renunció su
interés en los tomates.
Pero, mi
amigo se interesó en la cría de cierto tipo de gallina de raza. Ahora dejó de
asistir a una serie de conferencias, ¡temiendo que alguien le podría robar las
gallinas! Cuando se acercaba otra conferencia, él le dijo a su señora que ellos
deberían asistir, dejando al Señor el cuidado de las aves. Ella protestó, pero
él insistió. Efectivamente, regresaron para encontrar que los ladrones se
habían llevado todas las gallinas. Ella le recriminó, pero él vio el asunto de
otra manera: ¡dio gracias a Dios por haber quitado lo que podría estorbarle en
la atención a conferencias futuras!
Esaú pudo
negociar su primogenitura sin derramar una sola lágrima, y el creyente puede
descuidar igualmente sus privilegios como un hijo de Dios. Sí, puede robar
ahora “las cosas de arriba” del tiempo, las energías y la atención que merecen
y exigen, pero habrá un “después”.
Aun aquí
el creyente descuidado perderá “la bendición de Jehová ... que enriquece, y no
añade tristeza con ella”, Proverbios 10.22, pero ante el tribunal de Cristo se
hará mucho más evidente cuánto él o ella ha perdido. Tengamos presente el
galardón para el fiel y la pérdida para el errado, según los encontramos en
Colosenses 3:24,25: “... del Señor recibiréis la recompensa de la herencia,
porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la
injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas”.
Cuán
apropiada para nosotros la exhortación en el pasaje citado de Hebreos: “Mirad
bien ... no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios.
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