sábado, 2 de febrero de 2013

EFESIOS


Capítulo 1 (Continuación)

El gozo inalterable de la naturaleza de Dios
          Observen que, en la relación de la cual hablamos aquí, la bendición está en relación con la naturaleza de Dios; por lo tanto, no se dice que somos predestinados a esto según el puro afecto de Su voluntad (Efesios 1:5). Somos escogidos en Cristo para ser bendecidos en Su presencia; es Su gracia infinita; pero el gozo de Su naturaleza no podría (ni tampoco podría la nuestra en Él) ser otro de lo que es, porque tal es Su naturaleza. La felicidad no se podría encontrar en otra parte o con otro.

Predestinados a privilegios particulares como hijos
          Pero en el versículo 5 llegamos a privilegios particulares, y somos predestinados a estos privilegios. "...habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad." Este versículo no pone ante nosotros la naturaleza de Dios, sino la intimidad, como hemos dicho, de una relación positiva. Por lo tanto, es según el puro afecto de Su voluntad. Él puede tener ángeles ante Él como siervos; pero Su voluntad fue tener hijos.

La forma y el carácter de la relación del creyente con Dios son dependientes de Su voluntad soberana
          Se podría decir quizás, que si uno es admitido a deleitarse en la naturaleza de Dios, difícilmente uno podría no estar en una relación íntima; pero la forma, el carácter, de tal relación, depende ciertamente de la voluntad soberana de Dios. Además, ya que poseemos estas cosas en Cristo, el reflejo de esta naturaleza divina y la relación de hijo van juntos, porque los dos se unen en nosotros. No obstante, debemos recordar que nuestra participación en estas cosas depende de la voluntad soberana de Dios nuestro Padre; así como los medios de compartirlas, y la manera en que las compartimos, es porque estamos en Cristo. Dios nuestro Padre, en Su bondad soberana, según Sus consejos de amor, escoge tenernos cerca de Sí mismo. Este propósito, que nos une a Cristo en la gracia, se expresa fuertemente en este versículo, así como también lo que lo precede. No sólo caracteriza nuestra posición, sino que el Padre se presenta a Sí mismo en una manera peculiar con respecto a esta relación. El Espíritu Santo no está satisfecho diciendo, "habiéndonos predestinado para ser adoptados," sino que Él agrega: "hijos suyos." Uno podría decir que esto está implicado en la palabra "adoptados." Pero el Espíritu haría una distinción especial en este pensamiento para nuestros corazones, en que el Padre escoge tenernos en una relación íntima con Él mismo como hijos. Para Él somos hijos por medio de  Jesucristo, según el puro afecto de Su voluntad. Si Cristo es la imagen del Dios invisible, nosotros llevamos esta semejanza, siendo escogidos en Él. Si Cristo es Hijo, nosotros entramos en esa relación.

La gloria de la gracia de Dios; en el Amado
          Estas son, entonces, nuestras relaciones, tan preciosas, tan maravillosas, con Dios nuestro Padre en Cristo. Estos son los consejos de Dios. No encontramos nada aún de la condición previa de aquellos que habían de ser llamados a esta bendición. Es un pueblo celestial, una familia celestial, según los propósitos y consejos de Dios, es el fruto de Sus pensamientos eternos y de Su naturaleza de amor - lo que aquí se llama "la gloria de su gracia." (Efesios 1:6) No podemos glorificar a Dios por agregar algo a Él. Él se glorifica a Sí mismo cuando Él se revela. Por lo tanto, todo esto es para alabanza de la gloria de Su gracia, según la cual Él ha actuado hacia nosotros en la gracia en Cristo; según la cual, Cristo es la medida y la forma de ella hacia nosotros, es en Él en quien la compartimos. Toda la plenitud de esta gracia se revela en Sus modos de obrar para con nosotros - los pensamientos originales de Dios, por decirlo así, que no tienen ninguna otra fuente aparte de Él mismo, y en y por medio de los cuales Él se revela a Sí mismo, y por la realización de los cuales Él se glorifica a Sí mismo. Y observen aquí, que al final del versículo 6 el Espíritu no dice 'el Cristo'. Cuando habla de Él, el Espíritu pondría énfasis en los pensamientos de Dios. Él ha actuado hacia nosotros en gracia en el Amado - en Aquel que es peculiarmente el objeto de Sus afectos. Él pone de relieve esta característica de Cristo cuando habla de la gracia conferida a nosotros en el Amado. ¿Había un objeto especial del amor, del afecto de Dios? Él nos ha bendecido en aquel objeto.

Quiénes son escogidos para ser bendecidos, y dónde
          ¿Y dónde nos encontró cuando quería ponernos en esta posición gloriosa? ¿A quién escoge Él para bendecir de esta manera? A pobres pecadores, muertos en sus delitos y pecados, a los esclavos de Satanás y de la carne.

La redención, los consejos eternos de Dios revelándole como glorioso en gracia
          Si es en Cristo que vemos nuestra posición según los consejos de Dios, es en Él también donde encontramos la redención que nos establece en ella. Tenemos redención por Su sangre, el perdón de nuestros pecados (Efesios 1:7). Aquellos a quienes Él bendeciría eran pobres y miserables por causa del pecado. Él ha actuado hacia ellos según las riquezas de Su gracia. Hemos notado ya, que el Espíritu revela en este pasaje los consejos eternos de Dios con respecto a los santos en Cristo, antes de que Él hable del tema del estado desde el cual Él los sacó, cuando los encontró en su condición de pecadores aquí abajo. Ahora se revelan todos los pensamientos de Dios con respeto a ellos en Sus consejos, en los que Él se glorifica a Sí mismo. Por lo tanto, se dice que lo que Él tuvo a bien hacer con los santos fue según la gloria de Su gracia (Efesios 1:6). Él se revela a Sí mismo en esto. Lo que Él ha hecho para pobres pecadores es según las riquezas de Su gracia. En Sus consejos, Dios se ha manifestado a Sí mismo; Él es glorioso en gracia. En Su obra, Él piensa en nuestra miseria, en nuestras necesidades, según las riquezas de Su gracia: nosotros tenemos parte en estas riquezas, como siendo el objeto de ellas en nuestra pobreza, en nuestra necesidad. Él es rico en gracia. DE esta manera, nuestra posición está ordenada y establecida según los consejos de Dios, y por la eficacia de Su obra en Cristo - nuestra posición, es decir, con referencia a Él. Si hemos de pensar aquí, donde son revelados los pensamientos y los consejos de Dios, si la remisión y la redención vienen de esto, no debemos pensar según nuestra necesidad como su medida, sino según la medida de las riquezas de la gracia de Dios.

La determinada gloria de Cristo; nuestra herencia en Él
          Pero hay más: Dios, habiéndonos puesto en esta intimidad, nos revela Sus pensamientos respecto a la gloria de Cristo mismo. Esta misma gracia nos ha hecho los depositarios del propósito establecido de Sus consejos, con respecto a la gloria universal de Cristo, para la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Este es un favor inmenso que nos concedió. Nosotros estamos interesados en la gloria de Cristo tanto como somos bendecidos en Él. Nuestra cercanía a Dios y nuestra perfección ante Él nos permite tener interés en Sus consejos con respecto a la gloria de Su Hijo. Y esto conduce a la herencia (compárese con Juan 14:28). Así Abraham, aunque en una posición inferior, era el amigo de Dios. Dios nuestro Padre nos ha permitido disfrutar de todas las bendiciones en los lugares celestiales; pero Él reunirá todas las cosas en Cristo, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra, bajo Cristo como Cabeza, y nuestra relación con todo eso es puesta  bajo Él, así como nuestra relación con Dios Su Padre, depende de nuestra posición en Él; es en Él que tenemos nuestra herencia.

La posición en virtud de la cual la herencia nos corresponde; la alabanza de Su gloria y la alabanza de la gloria de Su gracia
          El beneplácito de Dios era reunir todo lo creado bajo la mano de Cristo (Efesios 1:9 y ss.). Este es Su propósito para la administración de los tiempos en los que se manifestará el resultado de todos Sus modos de obrar[1]. Nosotros heredamos nuestra parte en Cristo, herederos de Dios, como se dice en otra parte, coherederos con Cristo. Aquí, sin embargo, el Espíritu pone ante nosotros la posición en virtud de la cual nos ha tocado la herencia, más bien que la herencia misma. Él lo atribuye también a la soberanía de Dios, como hizo antes con respecto a la relación especial de hijos para con Dios. Observen también aquí, que en la herencia seremos para alabanza de su gloria; así como en nuestra relación con Él somos para alabanza de la gloria de Su gracia. Manifestados en posesión de la herencia, seremos la exhibición de Su gloria hecha visible y vista en nosotros; pero nuestras relaciones con Él son el fruto, para nuestras propias almas, con Él y ante Él, de la gracia infinita que nos ha introducido allí y nos ha capacitado para ellas.

 La gloria concedida en Cristo como hombre; los creyentes Judíos en Cristo antes de que Él regrese, y el remanente Judío en los últimos días
         Tales son, entonces, los consejos de Dios nuestro Padre con respecto a Cristo, en lo que se refiere a la gloria conferida a Él como hombre. Él reunirá todas las cosas en Él como Cabeza de ellas. Y como es en Él en quien tenemos nuestra posición verdadera con respecto a nuestra relación con Dios el Padre, así también es con respecto a la herencia concedida a nosotros. Estamos unidos a Cristo en relación con lo que está arriba; asimismo lo estamos con respecto a lo que está abajo. El apóstol habla aquí primeramente de Cristianos Judíos, que han creído en Cristo antes de que Él se manifieste; este es el significado de: "nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo." (Efesios 1:12). Si puedo aventurar usar una nueva palabra, «que 'PRE-confiábamos' en Cristo» - es decir, que confiaban en Él antes de que Él apareciera. El remanente de los Judíos en los últimos días creerá (como Tomás) cuando Le vean. Bienaventurados los que no vieron, y creyeron. El apóstol habla aquí de aquellos que de entre los judíos ya habían creído en Él.
 Sellados con el Espíritu Santo de la promesa
          En el versículo 13, él extiende la misma bendición a los Gentiles, lo que da ocasión para otra preciosa verdad con respecto a nosotros - algo que es verdadero de todo creyente, pero que tenía una fuerza especial con respecto a aquellos de entre los Gentiles. Dios había puesto Su sello en ellos por medio el don del Espíritu Santo. Ellos no eran herederos de las promesas según la carne; pero, cuando creyeron, Dios los selló con el Espíritu Santo de la promesa, que es "las arras de nuestra herencia," tanto de uno como del otro, Judíos y  Gentiles, hasta que la redención de la posesión adquirida por Cristo le sea entregada a Él, hasta que Él tome, de hecho, posesión de ella por Su poder - un poder que no permitirá subsistir a ningún adversario. Observen que el tema no es aquí el del nuevo nacimiento, sino que el de un sello puesto en los creyentes, una demostración y garantía de la futura plena participación en la herencia que pertenece a Cristo - una herencia a la que Él tiene derecho mediante la redención, por medio de la cual Él ha comprado todas las cosas para Sí mismo, pero de las cuales Él solamente se apropiará por Su poder, cuando habrá reunido a todos los coherederos para disfrutarlas con Él.

El Espíritu Santo como las arras (la garantía) de la herencia no poseída aún
         El Espíritu Santo no es las arras del amor. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Dios nos ama como nos amará en el cielo. El Espíritu Santo no es más que una garantía de la herencia. Aún no poseemos nada de la herencia. En aquel entonces seremos para alabanza de Su gloria. La gloria de Su gracia ya es revelada.
         De esta forma, tenemos aquí la gracia que ordenó la posición de los hijos de Dios- los consejos de Dios con respecto a la gloria de Cristo como Cabeza sobre todo - la parte que tenemos en Él como Heredero - y el don del Espíritu Santo a los creyentes, como las arras y el sello (hasta que ellos sean puestos en posesión con Cristo) de la herencia que Él ha ganado.

La oración del apóstol basada en el poder de Dios en la resurrección de Cristo; sus dos partes
          Desde el versículo 15 hasta al final, tenemos la oración del apóstol por los santos, emanando de esta revelación - una oración basada en la forma en que los hijos de Dios han sido traídos a sus bendiciones en Cristo, y conduciéndonos así a la verdad completa en cuanto a la unión de Cristo y la asamblea, y el lugar que Cristo toma en el universo que Él creó como Hijo, y que Él reasume como hombre; y sobre el poder mostrado al ponernos, así como también a Cristo mismo, a la altura de esta posición que Dios nos ha dado en Sus consejos. Esta oración está fundamentada sobre el título de "Dios de nuestro Señor Jesucristo"; la oración del capítulo tres se fundamenta sobre el título del "Padre de nuestro Señor Jesucristo." Allí es más comunión que consejos. Dios es llamado aquí, el Padre de gloria, como siendo su fuente y autor. Pero no solamente se dice, "El Dios de nuestro Señor Jesucristo," sino que veremos también que Cristo es visto como hombre. Dios ha operado en Cristo (v.20), Él lo ha resucitado de los muertos - ha hecho que Él se siente a Su diestra. En una palabra, todo lo que le sucedió a Cristo es considerado como el efecto del poder de Dios que lo ha realizado. Cristo pudo decir, "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré," porque Él era Dios; pero aquí Él es considerado como hombre; es Dios quien Lo resucita.
         Hay dos partes en esta oración: primero, para que ellos puedan entender lo que son el llamamiento y la herencia de Dios; y en segundo lugar, lo que es el poder que los pone en posesión de lo que este llamamiento les confiere - el mismo poder que coloca a Cristo a la diestra de Dios, después de haberlo levantado de entre los muertos.
 Se nos da a comprender estas dos cosas: nuestro llamamiento de Dios y la herencia
         En primer lugar (Efesios 1: 17, 18), la comprensión de las cosas que nos ha dado. Me parece que encontramos las dos cosas que, en la parte anterior del capítulo, hemos visto que es la porción de los santos - la esperanza del llamamiento de Dios, y la gloria de Su herencia en los santos. Lo primero está asociado con los versículos 3 al 5, es decir, nuestro llamamiento; lo segundo lo tenemos en el versículo 11, la herencia. En lo primero hemos encontrado la gracia (es decir, Dios actuando hacia nosotros porque Él es amor); en lo último, la gloria - el hombre manifestado como disfrutando de los frutos del poder y los consejos de Dios en Su persona y herencia. Dios nos llama para estar ante Él, santos y sin mancha en amor, y al mismo tiempo para ser Sus hijos. La gloria de Su herencia es la nuestra. Noten que el apóstol no dice 'nuestro llamamiento', aunque nosotros somos los llamados. Él caracteriza este llamamiento relacionándolo con Él, que es el que llama para que podamos comprenderlo según su propia excelencia, según su verdadero carácter. El llamamiento es según Dios mismo. Toda la bienaventuranza y el carácter de este llamamiento son según la plenitud de Su gracia - son dignos de Él. Esto es lo que esperamos. También es Su herencia, como la tierra de Canaán era Suya, como Él había dicho en la ley, y que, no obstante, Él heredó en Israel. Aun así, la herencia del universo entero, cuando será llenado de gloria, pertenece a Él, pero Él la hereda en los santos. Son las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos (Efesios 1:18). Él llenará todas las cosas con Su gloria, y es en los santos dónde Él las heredará. Éstas son las dos partes de la primera cosa hacia la cual habían de ser abiertos los ojos de los santos. Somos llamados por el llamamiento de Dios a disfrutar de la bienaventuranza de Su presencia, cerca de Él, a disfrutar de lo que está más alto que nosotros. La herencia de Dios se aplica a lo que está debajo de nosotros, a cosas creadas, que son todas sometidas a Cristo, con quien, y en quien, disfrutamos de la luz de la presencia de Dios cerca de Él. El deseo del apóstol es que los Efesios entiendan estas dos cosas.

La oración de Pablo para que podamos conocer el poder ya manifestado; el lugar justo y glorioso dado a Cristo como hombre; la Cabeza del cuerpo; la unión con Cristo es la maravillosa porción de los santos
          La segunda cosa que el apóstol pide para ellos es, que conozcan el poder ya manifestado, que ya había obrado para situarlos en esta posición bendita y gloriosa (Efesios 1: 19-23). Porque, así como fueron introducidos por la gracia soberana de Dios en la posición de Cristo ante Dios Su Padre, así también la obra que ha sido hecha en Cristo, y la exhibición del poder de Dios que tuvo lugar al levantarlo desde el sepulcro a la diestra de Dios el Padre sobre todo nombre que se nombra, son la expresión y el modelo de la acción del mismo poder que obra en nosotros los que creemos, el cual nos ha levantado de nuestro estado de muerte en el pecado para tener parte en la gloria de este mismo Cristo. Este poder es la base de la posición de la asamblea en su unión con Él y del desarrollo del misterio según los propósitos de Dios. Cristo en persona, resucitado de entre los muertos, está sentado a la diestra de Dios, mucho más alto que todo poder y autoridad, y sobre todo nombre que se nombra entre las jerarquías por las que Dios administra el gobierno del mundo que ahora existe, o entre aquellas del mundo venidero. Y esta superioridad existe, no sólo con respecto a Su divinidad, cuya  gloria no cambia, sino con respecto al lugar dado a Él como hombre; porque hablamos aquí - como hemos visto - del Dios de nuestro Señor Jesucristo. Es Él quien Lo ha levantado de la muerte, y quien Le ha dado gloria y un lugar sobre todo; un lugar del que, sin duda, Él era digno personalmente, pero que Él recibe y debe recibir, como hombre, de la mano de Dios, quien Lo ha establecido como Cabeza sobre todas las cosas, uniendo a la asamblea a Él como Su cuerpo, y levantando a los miembros de su muerte en los pecados por el mismo poder con que levantó y exaltó a la Cabeza - dándoles vida juntamente con Cristo, y sentándolos en los lugares celestiales en Él, por el mismo poder que Lo exaltó. Así, la asamblea, Su cuerpo, es Su plenitud. En realidad, es Él quien llena todas las cosas en todo, pero el cuerpo forma el complemento de la Cabeza. Es Él, porque Él es Dios así como hombre, quien llena todas las cosas en todo - y esto, ya que Él es hombre, según el poder de redención, y de la gloria que Él ha adquirido; para que el universo que Él llena de Su gloria la disfrute según la estabilidad de esa redención del poder y efecto de los cuales nada podía separarlos[2]. Es Él, repito, quien llena el universo con Su gloria; pero la Cabeza no está aislada, dejada, por decirlo así, incompleta como tal, sin Su cuerpo. Es el cuerpo el que Lo completa en esa gloria, así como un cuerpo natural completa a la cabeza; pero no para ser la cabeza o dirigir, sino para ser el cuerpo de la cabeza, y que la cabeza deba ser la cabeza de su cuerpo. Cristo es la Cabeza del cuerpo sobre todas las cosas. Él llena todas las cosas en todo, y la asamblea es Su plenitud. Éste es el misterio en todas sus partes. Por consiguiente, podemos observar que es cuando Cristo (habiendo consumado la redención) fue exaltado a la diestra de Dios, que Él toma el lugar en el cual Él puede ser la Cabeza del cuerpo.
          Maravillosa porción de los santos, en virtud de su redención, y del poder divino que operó en la resurrección de Cristo, cuando Él había muerto bajo nuestras transgresiones y pecados, y Lo sentó a la diestra de Dios: ¡una porción que, excepto Su posición personal a la diestra del Padre, también es nuestra por medio de nuestra unión con Él!


[1] Será un espectáculo grandioso, como resultado de los modos de obrar de Dios, ver todas las cosas reunidas en perfecta paz y unión bajo la autoridad del hombre, del segundo Adán, el Hijo de Dios; estando nosotros asociados con Él en la misma gloria con Él, Sus compañeros en la gloria celestial, objetos de los consejos eternos de Dios. No entraré aquí en detalles acerca de esta escena, porque el capítulo que estamos considerando dirige nuestra atención a las comunicaciones de los consejos de Dios respecto a ella, y no a la escena misma. El estado eterno, en el que Dios es todo en todos, es otra cosa. La dispensación, o más bien administración (N. del T.: en el comentario original en inglés se utiliza la palabra "administración") del cumplimiento de los tiempos es el resultado de los modos de obrar de Dios en el gobierno; el estado eterno, el de la perfección de Su naturaleza. Nosotros, incluso en el gobierno, somos presentados como hijos según Su naturaleza. ¡Maravilloso privilegio!

[2] Comparen con el capítulo 4: 9,10: y esta introducción de la redención, y el lugar que Cristo ha tomado como Redentor, como llenando todas las cosas en todo, es de mucho interés.

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