viernes, 15 de febrero de 2019

LAS CANCIONES DEL SIERVO (2)

LA PRIMERA CANCIÓN: LA PRESENTACIÓN DEL SIERVO.
Isaías 42: 1 - 4 y contexto.


Como ya hemos indicado, esta primera canción presenta unos principios generales acerca del gran Siervo y su Obra. Es, por así decirlo, su presentación ante el auditorio universal por parte de Jehová. «He aquí... este es...» dice, instando a que los ojos de todos se vuelvan para contemplarle. Hay ecos de estas pala­bras introductoras en la ocasión del Bautismo de Jesús y en su Transfiguración (Mat. 3:17; 17:5), amén de una extensa cita de la canción entera en Mateo 12:17 - 21, que no dejan ningún lugar a dudas acerca de quién está hablando.



Su persona y cualidades.
En primer lugar, se le describe en términos inequívocos. Su relación con el Padre, para quien es esco­gido, único y deleitoso; la fuente de su poder, sostenido o amparado por Jehová; el hecho de que es el vehí­culo perfecto del Espíritu de Jehová cuál ningún otro pudo ser jamás (compárese con 11:1 - 4), todo delata su naturaleza única, divina pero también plenamente humana. Como el Ungido de Jehová depende enteramen­te del Espíritu de éste y es constituido a su vez en fuente de poder y sabiduría para cuantos acuden a Él. El Mesías es el Administrador del Espíritu, puesto que éste no halla nunca ninguna resistencia en Él; es el hom­bre por excelencia que, siendo a la vez el Verbo encarnado, puede bautizar a otros con el Espíritu, derramando sus dones en los corazones de ellos. En el original la frase «he puesto sobre Él mi Espíritu» expresa la idea de un ave que posa sobre sus polluelos, encubriéndolos totalmente y proporcionándoles calor, y es así que hemos de entender la relación entre el Mesías y el Espíritu que halla en Él su morada idónea. No se puede jamás de­cir tal cosa de ningún otro hombre, sino sólo de Él porque es a la vez Dios hecho carne. En esta canción ape­nas se habla de las etapas históricas de su misión, de la Encarnación, Pasión, Muerte, Resurrección y Exalta­ción a la diestra; se engloba todo en la excelsa descripción lapidaria de su Persona.

Sus objetivos.
Dos escuetas frases, pletóricas de significado, consignan el porqué de su Venida: «traerá justicia a las naciones» y «establecerá en la tierra justicia». Se relacionan estrechamente, teniendo que ver con su Obra reconciliadora que trajo el Evangelio de la paz y la justificación de vida a todas las naciones (Rom. 1:17 y 3:21), y el establecimiento de su reino mesiánico en forma manifiesta sobre todas ellas en un día futuro. Por eso, «todos esperan su ley», que les viene por esas dos etapas: la espiritual de ahora, el Nuevo Pacto escrito en el corazón (Jeremías 31:31 - 34; 2 Corintios 3:3 y ss), y la futura, cuando reinará en gloria sobre la tierra. Ningún otro gobernante humano, ni siquiera un Moisés, un Samuel, un David, un Salomón o un Augusto César, jamás pudo hacer una obra tal; sólo el Mesías, «mi Rey» (Salmo 2). Otros objetivos, que detallan face­tas de las reseñadas arriba, se ven en la obra de restauración que efectúa en el hombre pecador trayéndole luz y libertad (vv. 3, 6 y 7); son facetas que aparecen siempre en las diversas profecías mesiánicas.
Los métodos del Siervo de Jehová.
Los vers. 2 y 3 detallan éstos. Tratándose del Soberano del Reino de Dios, como sería de esperar son totalmente opuestos a los utilizados por los reinos de este mundo, que se inspiran en los valores diabólicos de su Caudillo siniestro. Notemos su humildad, que rehusa la publicidad callejera de los demagogos populares de todas las épocas; éste es otro aspecto de la «verdad» o realidad que emplea para llevar a cabo su obra de «traer justicia» (en contraposición al método predilecto del diablo, que es el engaño). Luego se nota su compasión, que va en busca de lo perdido, lo despreciable, los desechos de la sociedad humana (la caña cascada y el pábi­lo humeante), teniendo interés en cada individuo y sus necesidades peculiares, no en la masa. ¡Qué consuelo es contrastar estos métodos con los que privan en el mundo moderno de los grandes negocios donde no se ve más que una lucha sorda por el poder, el egoísmo descarnado y el atropello feroz a los más débiles! (vemos también la misma preocupación en uno de sus seguidores más fieles, el apóstol Pablo, como se aprecia en Colosenses 1:28, 29).
La figura de la caña cascada puede sugerirnos el hombre pecador, quien tal como Dios le creó debe andar enhiesto, con dignidad, para glorificar a su Creador, pero que actualmente se encuentra roto e inservible para estos propósitos a causa del pecado. El pábilo que humea expresa la idea del sacerdocio espiritual que el hombre perdió en la Caída; sólo debiera ofrecer a Dios aquello que le agrada, pero al rechazarlo se sirve y se adora a sí mismo. El Mesías viene para restaurar estas funciones estropeadas, pero se advierte aquí que esa obra de restauración involucra un proceso muy largo, mediante la frase «no se cansará ni desmayará hasta que...» se complete su Obra, la cual expresa su paciencia y su tesón, pese a toda la oposición que se le hace. El texto original tiene un juego de palabras aquí, diciendo literalmente que, en contraste con la criatura que vino a salvar, Él no será una «caña cascada» (un fracasado, ni un «pábilo que humea» (que no da luz y sí mal olor), sino Uno que complace plenamente al Padre, «habiéndose ofrecido a sí mismo en olor suave... un sacrificio acepto, agradable a Dios» (Efesios 5:2).
En conclusión, notemos que el gran Siervo, en vivo contraste con aquellos otros servidores suyos por medio de los cuales Jehová dio sus distintos pactos a los hombres - Abraham, Moisés, David - Él es el mis­mo Pacto que Dios otorga. Esto se ve en el contexto de la canción, que guarda una relación estrecha con ella. Por eso, se puede hablar con gozo de nueva vida, salvación, redención y un «cántico nuevo», los cuales Jehová proporciona a cuantos quieran reconocer y aceptar su oferta de paz mediante Aquel que cumplió a la perfección toda su voluntad.

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