LA
PRIMERA CANCIÓN: LA PRESENTACIÓN DEL SIERVO.
Isaías
42: 1 - 4 y contexto.
Como ya hemos indicado, esta primera canción
presenta unos principios generales acerca del gran Siervo y su Obra. Es, por
así decirlo, su presentación ante el auditorio universal por parte de Jehová.
«He aquí... este es...» dice, instando a que los ojos de todos se vuelvan para
contemplarle. Hay ecos de estas palabras introductoras en la ocasión del
Bautismo de Jesús y en su Transfiguración (Mat. 3:17; 17:5), amén de una
extensa cita de la canción entera en Mateo 12:17 - 21, que no dejan ningún
lugar a dudas acerca de quién está hablando.
Su persona y cualidades.
En
primer lugar, se le describe en términos inequívocos. Su relación con el Padre, para quien es escogido,
único y deleitoso; la fuente de su poder, sostenido o
amparado por Jehová; el hecho de que es el vehículo perfecto del Espíritu de Jehová cuál ningún otro
pudo ser jamás (compárese con 11:1 - 4), todo delata su naturaleza única,
divina pero también plenamente humana. Como el Ungido de Jehová depende enteramente del Espíritu de
éste y es constituido a su vez en fuente de poder y sabiduría para cuantos
acuden a Él. El Mesías es el Administrador del Espíritu, puesto que éste no
halla nunca ninguna resistencia en Él; es el hombre por excelencia que, siendo
a la vez el Verbo encarnado, puede bautizar a otros con el Espíritu, derramando
sus dones en los corazones de ellos. En el original la frase «he puesto sobre
Él mi Espíritu» expresa la idea de un ave que posa sobre sus polluelos, encubriéndolos
totalmente y proporcionándoles calor, y es así que hemos de entender la
relación entre el Mesías y el Espíritu que halla en Él su morada idónea. No se
puede jamás decir tal cosa de ningún otro hombre, sino sólo de Él porque es a
la vez Dios hecho carne. En esta canción apenas se habla de las etapas
históricas de su misión, de la Encarnación, Pasión, Muerte, Resurrección y
Exaltación a la diestra; se engloba todo en la excelsa descripción lapidaria
de su Persona.
Sus objetivos.
Dos
escuetas frases, pletóricas de significado, consignan el porqué de su Venida:
«traerá justicia a las naciones» y «establecerá en la tierra justicia». Se
relacionan estrechamente, teniendo que ver con su Obra reconciliadora que trajo
el Evangelio de la paz y la justificación de vida a todas las naciones (Rom.
1:17 y 3:21), y el establecimiento de su reino mesiánico en forma manifiesta
sobre todas ellas en un día futuro. Por eso, «todos esperan su ley», que les
viene por esas dos etapas: la espiritual de ahora, el Nuevo Pacto escrito en el
corazón (Jeremías 31:31 - 34; 2 Corintios 3:3 y ss), y la futura, cuando
reinará en gloria sobre la tierra. Ningún otro gobernante humano, ni siquiera
un Moisés, un Samuel, un David, un Salomón o un Augusto César, jamás pudo hacer
una obra tal; sólo el Mesías, «mi Rey» (Salmo 2). Otros objetivos, que detallan
facetas de las reseñadas arriba, se ven en la obra de restauración que efectúa
en el hombre pecador trayéndole luz y libertad (vv. 3, 6 y 7); son facetas que
aparecen siempre en las diversas profecías mesiánicas.
Los métodos del Siervo de Jehová.
Los
vers. 2 y 3 detallan éstos. Tratándose del Soberano del Reino de Dios, como
sería de esperar son totalmente opuestos a los utilizados por los reinos de
este mundo, que se inspiran en los valores diabólicos de su Caudillo siniestro.
Notemos su humildad, que rehusa la publicidad callejera de los demagogos
populares de todas las épocas; éste es otro aspecto de la «verdad» o realidad
que emplea para llevar a cabo su obra de «traer justicia» (en contraposición al
método predilecto del diablo, que es el engaño). Luego se nota su compasión,
que va en busca de lo perdido, lo despreciable, los desechos de la sociedad
humana (la caña cascada y el pábilo humeante), teniendo interés en cada individuo
y sus necesidades peculiares, no en la masa. ¡Qué consuelo es contrastar estos
métodos con los que privan en el mundo moderno de los grandes negocios donde no
se ve más que una lucha sorda por el poder, el egoísmo descarnado y el
atropello feroz a los más débiles! (vemos también la misma preocupación en uno
de sus seguidores más fieles, el apóstol Pablo, como se aprecia en Colosenses
1:28, 29).
La
figura de la caña cascada puede sugerirnos el hombre pecador, quien tal como
Dios le creó debe andar enhiesto, con dignidad, para glorificar a su Creador,
pero que actualmente se encuentra roto e inservible para estos propósitos a
causa del pecado. El pábilo que humea expresa la idea del sacerdocio espiritual
que el hombre perdió en la Caída; sólo debiera ofrecer a Dios aquello que le
agrada, pero al rechazarlo se sirve y se adora a sí mismo. El Mesías viene para
restaurar estas funciones estropeadas, pero se advierte aquí que esa obra de
restauración involucra un proceso muy largo, mediante la frase «no se cansará
ni desmayará hasta que...» se complete su Obra, la cual expresa su paciencia y
su tesón, pese a toda la oposición que se le hace. El texto original tiene un
juego de palabras aquí, diciendo literalmente que, en contraste con la criatura
que vino a salvar, Él no será una «caña cascada» (un fracasado, ni un «pábilo
que humea» (que no da luz y sí mal olor), sino Uno que complace plenamente al
Padre, «habiéndose ofrecido a sí mismo en olor suave... un sacrificio acepto,
agradable a Dios» (Efesios 5:2).
En conclusión,
notemos que el gran Siervo, en vivo contraste con aquellos otros servidores
suyos por medio de los cuales Jehová dio sus distintos pactos a los hombres - Abraham, Moisés, David - Él es el mismo Pacto que Dios otorga.
Esto se ve en el contexto de la canción, que guarda una relación estrecha con
ella. Por eso, se puede hablar con gozo de nueva vida, salvación, redención y
un «cántico nuevo», los cuales Jehová proporciona a cuantos quieran reconocer y
aceptar su oferta de paz mediante Aquel que cumplió a la perfección toda su
voluntad.
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